1 2 Nota a esta Edición El libro que reproducimos compuesto con diversos escritos pertenecientes a distintas épocas, fue publicado por Sarmiento en 1884. No ha formado parte de la edición Nacional de sus obras. 3 Introducción a las Memorias Militares y Foja de Servicios de Domingo Faustino Sarmiento General de División (R. A.) A m an in the m ilitary profes ión, is worthy in proportion as he is s ensible, cultivated, indus trios and m oral. To be brave is essential, but not s ufficient to make an officer. Gen. Hazen. U. S . A. (The School and the army in Germany and France.) Buenos Aires -------------------Imprenta “Europea”, Defensa Esquina Á Moreno ------------------1884 4 LA G UERRA CO NSTIT UYENTE DE TREINTA AÑOS 1829 Para traer a la memoria, en los últimos años de la vida de un actor en aquella grande epopeya de la his toria argentina, la parte que a él le cupo des em peñar en tan largo y complicado drama, conviene tener presente que diez años después de caído el telón, el teatro mismo de los hechos se ha modificado, no quedando de los suces os his toria ordenada, ni de los hombres que figuraron en primera y segunda línea sino rarís imos tes tigos y actores . Quedan es verdad, s in alterarse, a un extrem o de la dilatada llanura, los imperturbables Andes, al otro los grandes Ríos que arras tran s us aguas tranquilas hacia el es tuario del Río de la Plata. Una que otra extens ión de territorio cons ervará s iempre la fis onom ía solemne y tris te del Des ierto, rebelde a recibir la acción de la cultura; pero las locom otoras avanzan ya en todas direcciones, dándos e s ilbos de inteligencia al s uprim ir dis tancias y as im ilar jurisdicciones. ¿Dónde queda hoy la Guardia de la Esquina, extremo entonces y centro ahora de la civilización de Santa Fe? ¿Qué haría hoy Quiroga con sus bandas de des camisados, aunque pudiera lanzar otra ve z el grito de religión o muerte? Sería, empero, his toria digna de un Gibbon, por el contras te de los futuros tiempos, cuando nada quede de lo pas ado, s us tituido el caballo por la locomotora, el chas que por el telégrafo, el ganado s ilves tre por la cultura del suelo, y aún las razas hum anas por la recolonización de tan vas to país . ¿Qué figuras de titanes s uminis trarían en aquella lucha de des com pos ición los nombres de Aldao, el fraile guerrero; de Facundo Quiroga, llam ado el tigre de los Llanos ; de Ros as , el as tuto lobo, que no pertenecen a las categorías ordinarias de la s ociedad moderna? ¿Cóm o explicar la impotencia de es padas como las de Lavalle, Acha, Paz, Lam adrid y tantos héroes que la América acataba y vinieron a os curecerse entre las nubes de polvo que levantaban los jinetes de la Pam pa? Sucedía que a los guerreros se tornas en en escritores, cambiando la es pada en punzante buril y dejando a veces páginas que valían batallas, com o si sembraran ideas regeneradoras , donde s ólo se veían ruinas u osam entas. Es te es el carácter dis tintivo de aquellas guerras civiles que princip iaron por matanzas , y acabaron por razonamientos , y cuya grande batalla en la m orada del tirano en quien s e resum en todas las resis tencias coloniales, o las creadas por los des perdicios de la guerra de emancipación, proclama la unidad de país tan s ubdividido, y una Cons titución nacional bajo las principios y condiciones que reconocen los pueblos modernos para organizar gobiernos regulares . Mientras que aquella his toria universal de la gran guerra civil, que principia con la abdicación de Rivadavia, no s e escriba, la opinión de cada época no verá de tan vas to cuadro s ino lo que tiene más cerca. Los graneles centros de población s on los focos activos de la opinión pública dominante; y es singular 5 como los hombres y los suces os figuran en es te escalafón de grados que la opinión contemporánea acuerda. Sin ir más lejos, caído Rosas, s us sucesores son el objeto de la pública execración; pero separado Buenos Aires de la m as a general de los pueblos, la am bición y la necesidad de la propia defens a requieren un ejército, y fuerza es revivir los grados dados por Rosas com o bas e, añadiéndoles los jefes y oficia les orientales , venidos con el Ejército Grande y algunos jefes de la Independencia. Los que militaron con Lavalle son admitidos con res tricciones , y más tarde los del general Paz que hicieron la guerra del Bras il apenas eran nom brados por cuanto quedaron en la Confederación. Al fin, y cuando con la reintegración y constitución de la República, todos es tos divers os ejércitos s e funden en uno, los guerreros de la Independencia, m ediante un s obres ueldo, recuperan s u pues to de honor en la lis ta militar. Esto no quita que para la opinión local no haya glo rias que alcancen a las de la defens a de Buenos Aires en que todos han tenido parte, Cepeda y Pavón tan poco gloriosos, y la larga campaña del Paraguay a que concurrió la m ás brillante juventud. Para los que no se hallaron en sus numeros os y poco decisivos combates no había s alvación, y com o la opinión la forman los jóvenes que es criben en la prens a, s i alguno dejó de m os trars e con hábito m ilitar desde 1858 por ejemplo, com o la opinión es joven, acaso de m enos de veinte años, es de tem er que en su horizonte no entren los sucesos ni los hombres de más de treinta. Los de setenta pertenecerían a la his toria antigua. Si des eáram os protes tar contra es tas exclus iones , iríamos a buscarla elocuente en la democrática Atenas , en aquello a que ha dado forma im perecedera Aristófanes con la misma m ano que des garraba a Sócrates y le preparaba con s us s arcasmos la copa de cicuta. Nos otros los viejos , hace decir a los res tos de Salam ina, acusam os a es ta ciudad. Tantos combates nos darían derecho a s er alimentados por ella, al fin de 1 nues tra vida. Lejos de es o, som os m altratados, implicados en proces os, abandonados a las burlas de los jóvenes oradores , aunque s eamos sordos y dem as iado débiles ya para llenar una flauta con nuestro s oplo debilitado por la edad. Pos eidón debía protegernos, pues no nos queda m ás apoyo que un bas tón. Balbuceando con voz s enil delante de la piedra del Tribunal, no vem os s ino la sombra de la jus ticia, m ientras que el acus ador que quiere conciliars e a los jóvenes, nos abrum a con s u dialéctica, y arras trándonos ante los jueces nos confunde a cues tiones , tendiéndonos celadas de palabras . Su agresión turba, anonada y despedaza al pobre Fithon, el cual inhabilitado por la edad, enmudece, y es condenado a pagar la m ulta, lo que le hace decir a sus amigos , con las lágrimas en los ojos : “¡Me quitan lo que tenía para pagar mi sepultura!” Decid si no es infam ia es to. ¡Pues qué!, el cleps idro m ata al anciano blanco de canas que en la ardiente refriega tantas veces s e cubrió de glorios o sudor, y cuyo coraje salvó la patria en Maratón!(1) 1 T raducido por Paul de Saint Victor y citado en Les Deux Masques, T om. II, pág. 273 6 Pueden ser s ignificativas las sem blanzas de s ituación, y no deja de s erlo seguramente el hecho denunciado por Aris tófanes, de que es la juventud ateniense la que as í ins ulta las canas de Salam ina y Maratón, jus tificando hoy como entonces el pedido de los ancianos , de que “en adelante no pudies en los viejos s er acusados sino por los viejos , y los jóvenes por los jóvenes .” No s e ceba por cierto nues tra democracia en disputar el pan a los que les han creado la situación próspera de que abusa, puesto que aseguran con pens iones una vida soportable. Es a la fama que se dirigen sus tiros, y tan frecuentes y repetidos s on, que al cabo desaparecen de la vis ta los títulos y de la memoria la tradición; preguntándos e en s eguida, o insinuándolo, que si no es el favor de ayer lo que nos improvisó de favoritos en generales de la República. “Nos abrum an con cues tiones , y nos tienden celadas de palabras .” ”Mos trad vues tra foja de servicios ", nos dicen, ante cuyo argum ento enmudecemos , a causa de que en el caos de diez guerras civiles que se cruzaban entre s í, disuelta la Nación en 1826, entrechocándose sus fragmentos, uno s uprimiera lo que el otro había creado, por s er su propia acusación. Felices algunos , si a m ás del hecho de encontrarse por s ucesión de servicios coroneles o generales vivos pueden apoyarse en algún tes timonio es crito, es capado de la conflagración, com o aquellas hojas s ueltas que cubren el s uelo des pués de una tormenta. Cáenos a la mano, por accidente, uno de es os tes timonios cuya autenticidad proviene de que son fugaces , com o suele por ornato de la narración, decirse que la luna brillaba en todo su es plendor en la época del s uceso narrado, y el abogado que acusa a un reo de hom icidio le prueba con es te incidente, de una narrativa extraña al crim en, que no era en la oscuridad de la noche que acom etió a su víctim a, como lo pretendía. El biógrafo del General Don Nicolás Vega, narrando sus cam pañas , para jus tificar sus títulos , dice: “Dos días des pués fue atacada la fuerza del General Vega por una divis ión mendocina destacada desde la ciudad de San Juan, al mando del Com andante D. Cas im iro Recuero (antes de Granaderos a Caballo). El General Vega princip ió s us operaciones marchando con s u divis ión hacia las alturas de Niquivil, punto ventajoso en que s e había acampado el enemigo a una legua de Jachal para encontrarlo y batirlo, lo que efectuó tom ando la ofensiva y cargando al enem igo has ta derrotarlo com pletam ente, pers iguiéndolo más de cuatro leguas . En es ta brillante jornada s e dis tinguieron entre otros jefes , el coronel D. Dom ingo Reaño (antes del Once de los Andes ) y D. Dom ingo Sarmiento que era uno de los ayudantes de Cam po del General Vega, el cual atraves ó los fuegos del enem igo para llevar la orden del General al Comandante de Es cuadrón D. Julián Cas tro de que flanqueara al enemigo por su derecha, cuyo movim iento, efectuado con precisión, ocasionó su com pleta derrota.” 2 2 Biografí a del señor General D. Nicolás Vega, General de los Ejércitos Nacionales, escrita en 1864, con presen cia de sus Memorias, pág 14, tercera edición, Buenos Aires, imprenta de “ La Unión Argentina”. 7 Si alguna duda dejara es ta prim era anotación histórica para recons truir una foja de servicios , confirmaría s u autenticidad un docum ento público que en s u época adquirió grande notoriedad, por cuanto s irvió de bas e a reclamaciones diplom áticas entre el Gobierno de Rosas y el de Chile en 1849. El reclam o procedía de suponerse probada la violació n de las leyes de la neutralidad, con los propósitos que revelaba el General Ram írez en la s iguiente carta: “ E xmo. Señor D. Juan Manuel de Rosas : Me honro de elevar a V. E. la adjunta carta del loco, fanático, unitario Dom ingo Sarmiento, s in duda con s u malévola intención, y que creyéndome en des gracia, y que por ella fues e yo capaz de m anchar mi foja de s ervicios siguiendo sus alucinados planes contra nues tra independencia y santa caus a federal. A es te judío unitario en la revolución s alvaje que es talló en Mendoza en el Pilar (1829) lo tom é pris ionero, s alvándole la vida a él y a otros sin conocerlos , y por un acto de generos idad lo conduje a mi cas a, y le noticié de ello al General D. Benito Villafañe, quien lo hizo trasladar a la suya, diciendo que tenía encargo de 3 su fam ilia para protegerlo.—JOSÉ SANTOS R AMÍREZ, Decidme ahora, o joven Juez de viejas reputaciones , ¿habíais nacido siquiera en 1829? ¿Sabéis lo que fue la batalla del Pilar? Un reguero de s angre. ¿Conocíais el origen del apodo de loco, con que habéis escarnecido, m artirizado a un hombre público, acas o dudando del acierto de sus observaciones hijas de grande es tudio y experiencia, atribuyéndolas a un espíritu desordenado? ¡Érais el eco de un pobre diablo y de Rosas! Pero es tos dos tes tim onios traen ya indicios que habrán de servir m ás tarde para explicar ciertos hechos, o determ inar el rumbo que ya trazan al protagonis ta. En 1829 cuenta apenas diez y ocho años , y bas ta m irar a cualquiera que hoy los tenga, para cerciorarse de que a es a edad, el joven Sarmiento es el edecán elegido por el General en Jefe D. Nicolás Vega al m ando de las fuerzas de San Juan en Niquivil, para dar órdenes de combate, contra las fuerzas de los Aldao de Mendoza; y de que dos mes es des pués , disipado aquel ejército, es tom ado pris ionero en la batalla del Pila r de Mendoza en que triunfan los Aldao definitivam ente y en la que mueren s us compañeros s anjuaninos , nombrados como él ad honorem edecanes del General en Jefe D. Rudecindo Alvarado, y por accidente muere también el Presidente del Congreso que declaró la Independencia de las Provincias Unidas , mientras que el casi imberbe ayudante de tres generales , en dos campañas y provincias dis tintas , es el único en cuya vida s e interes a el general enem igo, D. Benito Villafañe, que concurrió con fuerzas de Facundo Quiroga a la derrota que experimentaron en el Pilar, y por donde tuvo el adoles cente oficial la s atis facción de combatir, aunque vencido, contra las bandas 3 T omada de los documentos presentados al Congreso por el Gobierno de Chile dando cuenta de la misión de D. Baldomero García, 1849. 8 de Facundo Quiroga, como s ucumbió a la em briaguez del Fraile Aldao, dos circuns tancias que le inspiraron s us m ejores obras literarias . Todo es to y más contienen los dos docum entos citados . De la narración circuns tanciada que a es ta introducción s igue, resulta que el joven ayudante Sarmiento fue en Mendoza pues to con otras tres personas muy consideradas , al servicio inmediato del General D. Rudecindo Alvarado, Gobernador de Mendoza y General en Jefe del ejército sublevado contra los tres hermanos Aldao, que des pués de la derrota de la Tablada, experimentada en Córdoba por Juan Facundo Quiroga y el Fraile Aldao, quería es torbarles que volvies en a reorganizar fuerzas (com o en efecto lo hicieron) para res tablecer la situación perdida; ya que el partido liberal en Mendoza y San Juan, quería por el contrarío secundar las victorias alcanzadas por el ejército del General Paz en favor de la recons trucción de la Nación. Su s ituación al lado del General Alvarado, debida acas o al favor de la opinión que lo había elevado a es e pues to, le proporciona ventajas envidiables de educación m ilitar. De las oficinas del Es tado Mayor parten las órdenes que llevan los edecanes , recibiéndos e allí los chasques de la cam paña, los avis os de las fuerzas avanzadas sobre el múltiple enem igo, pues lo form aban el Fraile Aldao, form idable aún con sus veteranos de auxiliares s alvados de la Tablada, D. Jos é con cuatrocientos hombres , y al fin Villafañe con seiscientos venidos desde San Juan y la Rioja. Pero lo que m ás le interesa y apasiona es el eterno debate entre el com andante de las fuerzas s ublevadas, General D. Agus tín Moyano, a quien le va la vida en la dem anda, con el Gobernador, militar de la Independencia, flemático e im perturbable en m edio de los contras tes y des encantos que originan su política de contemporización, y lo que es peor de inacción ante jefes militares tan experimentados y unidos como los tres hermanos Aldao. Todos los días s e renueva el m ism o debate, trayendo Moyano nuevos hechos deplorables en apoyo de su empeño de obrar activam ente, para oír nuevos argumentos del general veterano, acos tumbrado a habérs elas con enemigos m ás fuertes , para es perar el resultado de ciertas combinaciones .... Mo yano murió fus ilado, y Al varado pudo es cribir en Montevideo la “Justificación de la conducta m ilitar del General de la Republica Argentina D. Rudecindo Alvarado en el período de su mando en la Provincia de Mendoz a. 1831. Cuando el autor de la biografía del Fraile Aldao des cribiendo los horrores de que es capó en el Pilar, llamó imbécil la política s eguida, el General reclamó de es ta dura calificación; pero s e le contes tó con D. Felix Frías , que ese s eñor Sarmiento de cuyo juicio apelaba en 1843,era el jovencito edecán que tenía a s u lado en 1829, y por tanto testigo de los s uces os . Hay ya en es tos com ienzos motivos de creer que s i el im berbe oficial s igue la carrera de las armas , lo hará con ventaja en el Es tado Mayor, pos ición en que se requieren muchas de las dotes de que ya da indicios ; y en efecto habrem os de encontrarlo m ientras depende de otros jefes, oficial s uperior de Es tado Mayor en el Ejército Grande, Jefe del Estado Mayor del Ejército de reserva en Buenos Aires , Auditor de Guerra en el Ejército expedicionario con el General Paunero, etc. etc. Llám ase entre nosotros Es tado Mayor a la reunión de jefes y oficiales sin colocación que rodean al General y de ordinario s irven m ás para confundir el 9 servicio que para activarlo. El Es tado Mayor de un ejército es , puede decirse, el alm a de es e ejército o el corazón que renueva la s angre y la distribuye por todo el cuerpo. “El ejército prus iano”, dice el general norteamericano Has en, “tiene otro importantís im o departamento, y es el Es tado Mayor. A s u cabeza es tá el General Moltke, y en torno s uyo s e reúne la inteligencia del ejército, que lo guía y vigila. Los oficiales de Es tado Mayor s on puramente m ilitares . Reúnen datos militares, del interior y del exterior, levantan m apas m ilitares , guardan los archivos , pas an a ser jefes de es tado m ayor de divisiones , cuerpos ” y ejércitos , y es tán 4 generalmente preparados para el mando en jefe.” Nues tros caudillos de jinetes tenían por Es tado Mayor un cuerpo de baquianos que traían es crito en s us recuerdos cada accidente de las Pampas , el vado de los ríos y arroyos , el portezuelo o cuchill a de las m ontañas o los senderos que cruzan los bos ques donde los hay. El Ejército Grande traía adem ás en s u Es tado Mayor un Jefe que abría diariamente el único mapa de la parte del país que atravesaban al rumbo, y corregía no s in provecho a veces el itinerario indicado por el baquiano. Hacíans e es tados , tomábanse dis tancias , y de vez en cuando, de aquella tienda habitada por el único jefe que llevaba uniforme y m ontaba en s illa, s alía a excitar el entusiasm o del ejército en m archa, el boletín de las victorias alcanzadas. El últim o de todos fue el parte de la memorable y gigantes ca batalla de Cas eros, es crito por gala en el es critorio y con la plum a m ism a de Juan Manuel de Ros as . Era el redactor de aquel docum ento histórico, decididam ente un experimentado Jefe de Es tado Mayor, que com o lo observaba de los prus ia nos el General Hazen citado, venía preparado por s us es tudios a pasar desde el Es tado Ma yor al m ando de divisiones o del ejército mism o. Tan poco preparados vienen para estas funciones nues tros jefes y oficiales de aquella repartición, que al autor de los boletines del ejército, acabaron por llam arle el b oletinero, único honor, salario y recompensa que obtuvieron m uy buenos y leales servicios hechos con sus caballos y s us arm as propias , como era de los hidalgos que poblaron y conquistaron la Am érica. Y para probar que tales documentos expres aban ciencia y conciencia del arte de la guerra, introducirem os aquí, el es tudio político y m ilitar que en 1841, había hecho de las grandes batall as de Chacabuco y de Maipú con las que s e pres entó, por todo bagaje, en el escenario de la América del Sur, ignorado de todos y de s í m ism o el día anterior, aplaudido y es timado al día s iguiente, improvis ado literato, hombre de gobierno y leader a poco de la opinión pública, en el país que lo hos pedaba, cons ejero del Gobierno y para los tiranos de su patria como s i fuera el único es collo que no quitarían de s u pas o, por repres entar los grandes principios que no se extirpan, como on ne tue point les idees. Pondremos primero ante el lector el es crito firmado por un Teniente de artillería, en el “Mercurio” de Valparaís o, en Chile, el 10 de Febrero de 1841, para que vea por s u contexto, antiguas y duraderas huellas del Jefe de Es tado Mayor, ya form ado treinta años antes con toda la capacidad de juzgar, que supone la de dirigir, y quedará justificada la alta pos ición que ocupó desde entonces en los 4 T he school and the Army in Germany and France, pág. 181. 10 negocios argentinos , y la influencia que ha podido ejercer has ta los últimos años de su vida, s in interrupción por cuarenta años . 11 BATALLA DE CHACABUCO DESCRIPTA POR UN TENIENTE DE ARTILLERÍA Febrero11 de 1841 “MERCURIO” DE VALPAR AÍSO, NUM. 3,650 " EL 12 DE FEBRERO DE 1817" Un día pasa todos los años , precedido y s eguido de otros días . Si en algo s e dis tingue de los que le anteceden y suceden; s i el habitante de Chile fija en él s us miradas, es s olo por las frías fórmulas con que se representa el regocijo público, como las viejas religiones sus tituyen la pom pa de cerem onias emblemáticas a los grandes recuerdos que no mueven ya el corazón de los creyentes . Algunas s alvas en las fortalezas , algunos pabellones flotando en lo alto de los edificios , he aquí todo lo que recuerda un día que debiera ser tan caro al corazón de todo chileno. La fría fis onomía de los ciudadanos corresponde también a la alegría decretada, como la de la virgen que un s órdido cálculo de familia une al esposo que s u corazón no ha elegido, con los atavíos nupciales sobre el cuerpo y el disgus to reconcentrado en el pecho, coronada de guirnaldas la cabeza, y pintado el pesar en el s emblante. El extranjero que nos obs erva, nos creería más bien los hijos de los españoles vencidos en aquel gran día, fas tidiados de ver repetirs e un recuerdo hum illante y odios o. Veinticuatro años han transcurrido apenas , desde que aquel memorable día alumbró en Chacabuco un com bate de vida o muerte para la Independencia americana, y ya ni s e m ientan los nom bres ilus tres que lo inm ortali zaron. ¡Ah! Los pedrus cos que cubren aquel suelo sagrado, no han cons ervado las manchas de sangre patriota que los s alp icó; y el cóndor de los Andes ha dejado de revolotear en torno de aquel vas to cam po de carnicería en que el am o y el es clavo lucharon con furor . . . . . . I Centenares de patriotas chilenos huyendo de la es clavitud, habíamos en 1814 tras puesto los Andes , y conocido todas las penurias y todos los s insabores que acompañan a una larga em igración. Un ejército al m ando del General San Martín se aprestaba al fin a cruzar los Andes , y traer a nues tra des graciada patria la libertad perdida. Nos otros volamos pres urosos a engros ar las filas del Ejército 12 Libertador. ¡Ah! Entonces la República, la libertad y la patria s e nos presentaban radiantes y puras , com o s on s iempre las concepciones del espíritu, cuando la experiencia no ha venido aún a sus tituirle s us tris tes realidades , como el frío invierno que nos ens eña el monótono y des apacible ramaje del árbol, cuyo lozano verdor nos había antes recreado. Chilenos y argentinos dejamos la ciudad de Mendoza el 17 de Enero de 1817. Teníam os la Cordillera al frente, y detrás es taba Chile, la patria querida, nues tras familias y todas nues tras s im patías . En m edio de nues tro entus iasmo y ardor los es pañoles s e pres entaban confus amente a la imaginación, como los puntos dis tantes de un paisaje que el pintor bos queja. Pero bien pronto principiam os a es calar con trabajos y padecimientos inauditos , la gigantesca, s olitaria e interm inable Cordillera de los Andes . El ham bre, el frío, el viento glacial que nos helaba la res piración, y la puna que agregaba su penos a angus tia a tantos s ufrimientos, formaban la primera página de la terrible campaña que abría el ejército. La victoria de Marengo que s alvó a la Francia, tenía entre sus laureles el pas o del San Bernardo. Mil historiadores han ponderado sus dificultades cas i ins uperables, y el gran Capitán lo ha clas ificado como uno de los prodigios que había obrado el ardor francés . Y bien: el pasaje de la Cordillera por un ejército s in pertrechos , sin tiendas , s in capotes , yace os curo y apenas una plum a le ha tributado s u pas ajero asom bro. ¡El San Bernardo y los Andes ! ¡Un s olo día de trabajos en aquél, y en seguida la ris ueña Italia con s us alegres cam piñas , sus ciudades y s us encantos! Un día de trabajos inauditos en és ta, en medio de sus erizadas crestas , ¿y luego? . . . la Cordillera siempre con s u soledad es pantos a, sus torrentes , sus abism os, sus laderas y s us precipicios ; ¿y diez días después ? ¡. . . la Cordillera siempre con sus nevados picos cerrando el pas o, coronada de nubes blanquecinas, am enazando por m omentos sepultar para s iempre entre s us des nudos e inhospitalarios peñascos a los audaces patriotas que os aban es calarlos ! Nues tro ejército pobremente equipado, cans ado de s ufrimientos y extenuado de fatiga, des cendió por fin en los días 7, 8 y 9 de febrero al hermos o Valle de Aconcagua y los encuentros del Mayor Martínez en la Guardia, y del Teniente Coronel Necochea en las Coim as , nos hicieron augurar un día de glo ria para todo el ejército. El valle entero estaba en nuestro poder el diez, y el once avis tam os a los es pañoles en la cues ta de Chabubuco, cuyas cum bres coronaban grues os des tacamentos de infantería. Fue preciso vivaquear en pres encia de ellos . ¡Noche de alarma y de vigilia la del once! ¡La cues ta de Chacabuco s e interponía, com o una sinies tra mam para que ocultaba a nues tros ojos la fuerza verdadera del enem igo, los des tinos de la América y la s uerte futura de Chil e! Los Jefes argentinos y chilenos bajo un exterior s evero e imponente, ocultaban todo el sobres alto que les inspiraba el desenlace de la batalla del día siguiente. Soldados inexpertos y bisoños iban a medir por la prim era vez s us arm as con aquellos viejos tercios es pañoles , que habían hum illado en Europa las altivas águilas de la Guardia Im perial de Napoleón. Si un des as tre era el tris te res ultado de tantos es fuerzos , los argentinos veían cons olidars e a s u lado la dom inación es pañola y expuestos los flancos de la nueva República, mientras que s us fuerzas contenían apenas los ataques de los realis tas por el Alto Perú. Los chilenos del ejército, si salvaban de la refriega, tendrían que decir adiós para s iempre a la patria que volvían a ver, y a s us sueños de libertad e independencia; y para unos y otros la 13 muerte gloriosa del campo de batalla era preferible a caer prisioneros y s er tratados com o insurgentes. Los gauchos que formaban el valiente Regim iento de Granaderos a Caballo, tendían con des as osiego s us m iradas por es te horizonte estrecho y lim itado de todas partes por cerros , echando de menos aquellas inm ens as llanuras de su tierra, donde el cielo es tá asido a la s uperficie, donde el sol sale y s e pone entre los pas tos y m atorrales, y donde no hay obs táculo ins uperable para el jinete que m onta un buen caballo; pues que ya habían probado el filo de sus s ables en las Coimas . Pero los es pañoles eran maturrangos, y esta última consideración les hacia aguardar con indiferencia el próximo combate. Los negros del Siete y del Ocho volvían con horror s us inquietas m iradas hacia las nevadas cúpulas de la Cordillera que tenían a sus espaldas , donde el frío había martirizado s us cons tituciones africanas , y donde el cabo de guardia había sorprendido al centinela de los puestos avanzados que no res pondía al ¡ale rta! . . . . . . ¡m uerto en s u pues to, parado con el fusil al brazo y endurecido por el hielo que le había penetrado las entrañas y suspendido el m ovimiento de la sangre! Mas sabían, porque as í s e lo habían repetido sus jefes , que todo negro que cayere prisionero en poder de los es pañoles , s ería trans portado a Lim a y vendido para los ingenios de azúcar; y es ta sola idea les volvía s u feroz y brutal coraje. En cuanto a nos otros, oficiales subalternos , nos comunicábam os al oído algunos rumores alarm antes , que circulaban, y nos anim ábam os en voz alta con noticias favorables, deleitándonos con la esperanza de ver pronto a nues tras familias y entrar a es te Santiago que la ausencia y los padecimientos habían hecho tan querido para nos otros. II La noche del once de febrero fue larga, com o s on largas s iem pre las noches que preceden a un día que ha de influir poderosamente en nues tra s uerte futura. 5 Las diucas del campo, aquellas avecillas chilenas, cuyo canto matutino y vivificante no habíamos oído en nues tro largo des tierro, nos anunciaron al fin la proxim idad de la m añana del doce; y entre los preparativos del com bate, vim os asom arse brillante por entre los picos nevados de los Andes, el s ol que iba a s er tes tigo im pasible de nues tra lucha. Los es pañoles que ocupaban la cum bre de la cues ta se replegaron al oír a nues tros tambores tocar la m archa. Trepábamos con entus iasmo, reprim iendo el cansancio que nos ocasionaba el as cens o, y alargando el cuello para ver desde s u cumbre el valle de Chacabuco, la cues ta de Colina, e im aginarnos, ya que no podíamos verlo, aquel Santia go objeto de tantos recuerdos y de tantas es peranzas . 5 Avecillas matinales que anuncian la venida del día antes del crepúsculo. 14 Pero, ¡ay! Dos filas negras de soldados españoles ligadas por un parque de artillería y erizadas de fus iles , en que reverberaban los rayos del s ol, y a s u izquierda una extensa línea de caballería, dejaron bien pronto como enclavadas nues tras miradas en el s itio que ocupaban. Un m omento después el General O'Higgins estaba en pres encia del enem igo: los Granaderos a Caballo, mandados por el valiente Zapiola habían ido a arros trar en vano la metralla del enem igo, no pudiendo s alvar el barranco que hacía inaccesibles sus posiciones . Cramer que había volado con el Ocho a sos tener la caballería, y Conde con el Siete, se hallaron m uy luego comprometidos en la refriega. Un m omento vaciló el Ocho. ¡Las balas enemigas lo diezmaban; y el General Soler y el bravo Las Heras, que debían flanquear las pos iciones enem igas por un circuito ignorado del enem igo, no aparecían aún! ¡Mom ento de angus tia y excitación para los que podíamos observar, en m edio de los estam pidos del cañón, el fuego graneado, las bocanadas de humo que s e elevaban de todas partes ; y los gritos de nues tros Jefes que m andaban las m aniobras , restablecían el orden y nos anim aban al combate! En fin, en medio de tanto es truendo vim os, cargar a los Granaderos a Caballo; nues tros Jefes gritaron: ¡De frente! y m il voces confus as , ¡el General Soler! ¡Se mueven! . . . . ¡ Dis paran! ¡Ah! ¡Qué m om ento! ¡Qué nueva vida! Los Granaderos lo arrollaron todo, y el camino de Santiago s e pres entaba libre, aunque sembrado de moribundos y de cadáveres . La defens a de las casas de Chacabuco, no s irvió sino para hacer más sangrienta una jornada sin eso demas iado gloriosa. ¡Efecti vam ente, ochocientos prisioneros, s etecientos muertos, banderas es pañolas , bagajes , artillería y el Once pisando, en fin, el puente de Santiago en triunfo, cubiertos de s angre, polvo y andrajos ! III ¡Qué nos queda m ientras tanto de tanta gloria! Tendam os la vista sobre es ta época pres ente, aquí y en los otros puntos de Am érica. Es cuchem os los juicios de es ta generación ingrata que nos ha s ucedido y e xtrañado como instrum entos gastados e inútiles . ¡Oídla en s us odios que no contiene ya el tem or de los enem igos que nos otros des truim os para que ella holgas e tranquila! ¡Oídla echarnos en cara nues tros des acie rtos y los crím enes de algunos, como s i hubiéram os debido s er en todo s uperio res a la época en que nos tocó figurar, o como s i el régimen colonial en que fuim os criados , y la ignorancia y abyección de nues tros padres , solo virtudes nos hubiesen legado! ¡Cóm o si hubies e s ido pos ible des arraigar el res peto s ervil a nues tros tiranos s in violencia; como s i las pas iones pudiesen siem pre ser tenid as a raya; y com o s i las grandes revoluciones pudiesen completarse s in sangre, sin violencias, s in extors iones , y aún s in crím enes ! 15 ¡Védla hacers e olvidadiza de nues tras largas fatigas , y de nues tros es fuerzos para hacerla independiente y poderosa! ¡Hombres s in patriotismo y s in indulgencia! Un día la his toria recogerá con avidez los nom bres de todos los que lidiam os juntos en Chacabuco, y en otros lugares tan gloriosos como és te; un día el extranjero, porque vos otros no s ois capaces, vendrá a recoger los inmortales docum entos de nuestras glorios as hazañas , y des echará con desprecio vues tro abultado catálogo de recriminaciones , solo dignas de figurar en la his toria, com o un avis o de que eran homb res los que tales cos as y tan grandes hicieron: un día el viajero que pase la fam os a cues ta, verá as ociados en el m árm ol los nombres de O'Higgins y Prieto, Las Heras y Bulnes , Lavalle y San Martín, Necochea y Soler, y tantos otros patriotas ilus tres , cuyos nombres os han de s obrevivir, m ientras que vos otros pas aréis os curos , sin que nada grande haga olvidar vues tras m iserias de partido, vues tra ingratitud y vues tro egoísm o. Los peruanos recuerdan solo las extors iones del Ejército Libertador, y ni las frías formas de la gratitud oficial afectan por nues tros pasados es fuerzos , mientras que nos otros , com o si una nación generosa fuese res pons able de los extravíos y pas iones de s us Capitanes, es tamos viendo a la desgraciada amiga, la República Argentina, s ucumbir des pedazada por la guerra civil. ¡Lucha horrorosa y eterna! ¿No habrá de llegar un día de confraternidad, de olvido y de rehabilitación para todos ? ¿La tum ba sólo podrá reunimos ? Si hubiéramos de buscar todos nues tros compañeros de armas en aquel glorios o día, si res ucitadas las s impatías que entonces nos unieron, quis iésem os es trecharnos entre nues tros brazos , ¡cuántas desgracias nos contaríamos !, ¡cuántas heridas s angrarían de nuevo, cuántas lágrimas no verteríam os al ver nuestros des tinos tan contrarios, cuán contados los felices , y tantos tan intolerables , tan despiadados ! ¡Deseo inútil, em pero!, ¡ilusión engañosa! Los campeones gloriosos de Chacabuco es tán s embrados por toda Am érica. Unos han s ucumbido en el cadalso; el des tierro o el extrañam iento de la patria han aleja do a los otros ; la miseria degrada y envilece a m uchos ; el crimen ha m anchado las bellas páginas de la biografía de algunos . Cual s ale de su largo repos o y s ucumbe por libertar la patria de un tirano horrible; y cual otro lucha sin fruto contra el colosal poder de un dés pota sus picaz, que ha jurado el exterm inio de los soldados de la Independencia, porque él no oyó nunca silbar las balas españolas ; porque su nom bre os curo, s u nom bre de ayer, no es tá as ociado a los inm ortales nombres que s e ilus traron en Chacabuco, Maipú, Tucum án, Callao, Talcahuano, Junín y Ayacucho. ¡Felices ! ¡En extremo felices algunos , s i gozan de la es timación de s us conciudadanos , des empeñan des tinos honros os o dirigen con acierto el tim ón del Es tado; felices en extrem o los que en el seno de s us fam ilias, llevan una vida oscura pero sin alarm as ; felices , m il veces felices , los que pueden volver sus m iradas s obre lo pas ado, sin des ear ver borrado un día des honros o de la his toria de su vida. Mientras la prensa guarda un crim inal silencio s obre nues tros hechos his tóricos , y mientras se levanta es ta generación que no comprende lo que importan para Chile, esas s alvas y esas banderas que decoran el doce de febrero, (6) nosotros cada vez que pas e por s obre nues tras cabezas el s ol de es te augus to día, lo saludarem os con veneración religios a; y deplorando la suerte que ha cabido a tantos patriotas , cualquiera que sea el país , o el color político a que pertenezcan, 16 elevaremos nues tros votos al cielo porque en los cans ados días de su vejez, hallen un pan que no es té amas ado con lágrimas para s u alim ento, el abrigo del techo de s us padres , y las bendiciones y res peto de s us compatriotas . UN TENIENTE DE ARTILLERÍA, en Chacabuco. (6) Como esto era escrito por extranjero recientemente llegado a Santiago, ignoraba que por un decreto gubernativo ya antiguo, se había transferido al 5 de Abril, día de la batalla de Maipú, la conmemoración del 12 de Febrero, verdaderamente borrado de los fasto s nacionales. Escrito el 7 de Febrero para aparecer el 11 en Valparaíso y llegar el 12 a Santiago, el autor presupone que las calles están embanderadas, y la fortaleza de Santa Lucía ha hecho salvas. Sucedía que el actual Presidente, siendo Teniente, había acompañado por el Sur al General Freire, y no se había hallado en Chacabuco, y que O'Higgins había muerto en la proscripción, y Las Heras estaba dado de baja. 17 CUARENTA AÑOS DESPUÉS Con poquís imas excepciones , la generación actual ve por la prim era vez es te escrito, acas o ignorando que en su tiempo conmovió profundamente los ánim os en Chile, y fue el punto de arranque del nombre li terario de su autor. Pocos son los es critos de circuns tancias que resis tan a la acción del tiem po, o a la tras lación de lu gar o de lengua. Solo la his toria es crita a la punta del buril de Tácito o de Tucídides conserva su fres cura, merced a los lineam entos del arte. Sólo la Ilíada sobrevive a los s iglos y a las civilizaciones. La piedra de toque para aquilatar una obra, es leerla m edio siglo después ; y si res is te a la us ura del tiempo, s i las nuevas brisas literarias no han alcanzado a corroerla o empañarla , podéis es tar s eguros de que expres a la verdad de todos los tiempos . No entrarem os ahora en es e examen, sino que recordaremos las impres iones favorables que produjo a la época de s u aparición. Chacabuco es taba como elim inado de la his toria de Chile, olvidados es tudiosamente San Martín y el Ejército de los Andes, cuando el 11 de Febrero de 1841, s in antecedente que lo provocase, apareció en el Mercurio de Valparaís o, y fue leído con avidez en Santiago, el escrito en cues tión. Hoy parecería extraño a los chilenos mismos el interés que entonces des pertó; pero fue vivo y universal. Para la opinión pública, s u peroración era como un grito de la propia conciencia aletargada por el es píritu de partido, o los celos internacionales , y que pedía reparación de una injus ticia histórica. Para los hom bres de letras , y des collaba entonces D. Andrés Bello, más tarde académico de la lengua cas tellana, era una producción literaria correcta, que no dejaba adivinar su origen argentino, y que entrañaba una revolución en las ideas políticas y literarias dominantes . Para el partido liberal, de que eran expresión D. Félix Vicuña y Las Heras , daba esperanza de hallar abogado digno de s u causa; para el Gobierno revelaba la existencia de un político colo cado más arriba de las pequeñeces de partido, y cu yo pensam iento podía trazar nuevos s enderos a la política del gabinete, cons ervadora pero leal a los grandes prin cipios republicanos. Para el autor, en fin, fue aquella reminiscencia his tórica y las fres cas guirnaldas que decoraban la restauración de la batalla de Chacabuco, el pergamino que le abrió las puertas de la Univers idad de Chile y con trabajos posteriores , del Ins tituto His tórico de Francia y otras corporaciones doctas . Cuando el Congres o entró en s esiones , fue restablecido D. Jos é de San Martín Capitán General en la lis ta militar de Chile. La batalla de Maipú, dada en condiciones más difíciles que la de Chacabuco, pues debía parar los es tragos de la s orpres a de Cancha Rayada, era demas iado fas cinadora para no s om eterla, con la campaña y retirada de los restos del ejército, al es tudio de un m ilitar ans ios o de ins truirse. La posición adquirida ponía a s u alcance m edios de inform ación que no s iempre tienen los his toriadores 18 cuales son el tes timonio de los actores principales en la batalla y el campo de batalla mism o que tanta luz da, s obre los sucesos de que ha sido m udo testigo. El 4 de abril apareció en el Mercurio un es tudio concienzudo sobre aquella célebre y decisiva jornada, y que es un docum ento his tórico que deberán consultar los his toriadores . Teníans e para escribirlo largas y alegres ses iones en cas a del General D. Juan Gregorio de las Heras, Jefe del ala derecha que s e retiró en orden e incólum e de Cancha Rayada, y en las que tom aron parte además el General Deza de Córdoba, que había sido el teniente de infantería de guardia, cuando los españoles , a la s ombra del crepúsculo es pirante asaltaron el campam ento, el Coronel D. Pedro Regalado de la Plaza, Com andante de la artillería que s e llam aba de Buenos Aires , que s alvó retirándose con todas sus piezas , y últim amente el Coronel Barañao, Jefe de los Colorados , al s ervicio del Rey, y terriblemente célebre por el terror que inspiraban a las fam ilias patriotas del Sur. Lo que s e pone, pues , en boca del Coronel Barañao en aquel documento, es lo que dijo y s ostuvo en el Cons ejo de Guerra de grandes Capitanes, que lo dictó, ignorando el público has ta hoy que tan alto y autorizado origen tuvies e el detalle y des cripción de lo ocurrido en aquellos días m emorables . Siempre será dig no de notars e que un joven militar de las guerras civiles , tratas e des de s us primeros pas os de reanudar los vínculos con los ejércitos de la Independencia. El s entimiento público, olvidando lo que es deber de los beneficiarios olvidar, fue formándose y robus teciéndose con aquella res urrección de los gloriosos días de la emancipación, ya que los habitantes que tenían m ás de 20 años , (1841) habían pasado con más o menos intensidad por las em ociones del terror y de la victoria que son las que m ás fuertemente sacuden el corazón hum ano. La gratitud nacional bus có en el arte expresión ostensible, y luego la es tatua ecues tre en bronce del General San Martín, s e alzó en la Cañada de Santiago para dar tes timonio a las futuras generaciones de que la pres ente había honrado la mem oria de s us héroes . En la plaza del Retiro en Buenos Aires , frente al cuartel que fue de Granaderos a Caballo, y señalando por las calles de Chacabuco y Maipú el lejano horizonte, es tá la segunda edición de la estatua de la Cañada, pues el m ovimiento de reparación y de jus ticia que principió en 1841, fue dilatándose por toda Am érica, y el Perú y la República Argentina le devolvieron lo que había conquis tado eternamente. Así puede decirs e que llegó a Buenos Aires , endurecido ya en bronce, el es crito de 1841 que tan benéfica revolución produjo en los ánim os de los contem poráneos . El General Mitre, que ha cons agrado s us vigilias al es tudio de nues tra his toria de la guerra de la Independencia, ha ido, como Mr. Thiers lo hacía en el mism o cas o, a Chile a visitar e inspeccionar los cam pos de batalla de Chacabuco y Maipú. Cuarenta años antes un oficial de Es tado Mayor por vocación, habíalos estudiado por años cons ecutivos , con la ventaja de es tar vivos aún los jefes y s oldados y pueblo contem poráneos . La his toria de los Dieciocho días de la campaña de Cancha Rayada y Maipú, es prueba de ello; y es tando la cues ta de Chacabuco y el campo de batall a en el camino de Santiago, ya en 1827 (diez años después del combate), em pezaba a satis facer s us curiosidades , haciéndose mos trar, con s u padre m ismo y aun con los arrieros aconcagüinos los lugares m ás afam ados , com o el de la separación del General Soler para tom ar de flanco al enem igo, la piedra en que fue s entado el 19 verdugo de Santiago para fus ilarlo, el desplayado donde el Capitán Necochea (des pués General) yacía tendido sobre un cuero y bañado en s angre des pués del combate. El narrador había vivido por años en Los Andes, donde el Cura, el Adm inistrador de Correos , habían s ido actores en la reconquis ta, recogiendo de las convers aciones dia rias los detalles que vuelven a poner de pie una situación y una época. Añádas e a es to que s u padre fue el conductor de los prisioneros españoles a San Juan, y que s u maes tro, el presbítero De Oro, había sido capellán del N° Once, y entonces s e com prenderá que aquella cam paña y s us accidentes y peripecias , han debido encarnars e en el es píritu del narrador y hacerle creer que ha s ido tes tigo presencial. El Secretario de Guerra, Álvarez, entraba a com pletar con sus confidencias lo que no res ultaba de los tes timonios incons cientes . La Mem oria pres entada al Ins tituto His tórico de Francia s obre San Martín y Bolívar, revela las largas conferencias tenidas con el ilus tre General sobre los pas ados acontecim ientos , y es to nos lleva a indicar las fuentes de ins trucción militar, anteriores a la creación de Es cuelas para la preparación de la juventud. En la edad media, la época más guerrera de la Europa, cada noble tiene su cas tillo y su ejército compues to de sus vasallos y allegados . El hijo hereda del padre el mando y nace General, debiendo a la m ayor edad mandar ejércitos y dar batallas. La ciencia de la guerra s e trasmitía de padres a hijos en el hogar domés tico, oyendo a los capitanes referir sus hazañas , y practicando en el campo lo que pres cribía la experiencia. A es te sis tema de educación provee en parte el campamento y la campaña, el vi vac y el libro; pero la palabra de los Jefes s uele ser s iempre el más alto curso de estrategia . Gozó de es ta ventaja en todos los países y ocas iones el oficial cuya vida militar queremos trazar en las s ubsiguientes páginas , según cons ta de s us Viajes, Mem orias , Biografías Militares y Campañas es critas , siendo notables por lo singulares , s us conferencias durante tres días en África con el célebre Maris cal Bougeaud, Duque de Isly y Gobernador de Arjel, quien s e complacía en encontrar al fin, decía, alguno que com prendies e y aprobas e las innovaciones introducidas por él en la manera de combatir a los jinetes árabes , que res ultaban tener la misma movilidad de la m ontonera argentina, habiéndos e com etido en África al principio, el m ism o error que tan fatal fue a uno de nues tros generales , al querer imitar a la m ontonera en s us algaradas . Y como es as observaciones es taban de antem ano es critas en la Vida de Facundo, y las cam biadas con el Maris cal Bougeaud, aunque brevemente, están consignadas en Viajes por Europa, África y Am érica, bas táram os hacer traducir del árabe, la circular que el Gobernador de Arjel pasaba a todos los generales del Ejército y cheik s o jefes de aduares árabes, para que s e vea en cuánto es tim ó general tan notable, la capacidad de s u hués ped, pues no ha de presum irse que lo apellidas e varón ilus tre en documentos oficiales ni aun por la carta de introducción de M. Ferdinand de Lesseps , apenas conocido entonces , aunque hoy llene la his toria con su fama ís tm ica. Gobiernos tan altamente colocados como el de Arjel, General tan célebre como Bougeaud, no prodigan los honores y los epítetos a des conocidos . Esta s erie de hechos termina, por decirlo as í, la ins trucción técnica y superior de un oficial s ubalterno. Desde 1841 aparece en la es cena pública de la guerra de su país com o un jefe y un ‘leader’ de la opinión. Sus num erosos es critos le 20 aseguran aquella posición donde quiera que s e reúnen hombres para trabajar por la organización de la República Argentina. Lées e en los Viajes por Europa, África y Am érica que el ‘Chauss ’, u oficial árabe que lo acom paña, elevó acusación contra un s heik aduar, jefe de aduar árabe, sobre la calidad de la Diffa s um inis trada, sos teniendo que debía ser m ás suntuosa en virtud de ser ilus tre el pers onaje recom endado, y debía guardarse la tradición del Desierto. El Profesor Abu-daram ha tenido la bondad de traducirnos la circular que s e conserva en árabe, y cuyo contenido es el siguiente: ¡L A ALAB ANZA A DIOS SOL AMENTE! (Hay un sello de oficina) A todos los oficiales y generales del Ejército, salud. El objeto de nues tra m isiva es deciros que un pers onaje il ustre nos ha remitido una carta de recom endación de parte del Excmo. señor General Bougeaud, que nos pide le recomendem os y auxiliemos en todo lo que necesitare de nos otros , atendiéndole com o es de práctica entre vos otros cuando s e trata de Personas Ilus tres , que vienen m unidas con una carta de recomendación. Es cuanto querem os com unicarles —s alud. Escrito el 10 de Moharreu (corres pondiente al 29 de Diciembre de 1846.) El Coronel del Ejército Árab e de Oran. Para s atis facer la opinión del vulgo que no reputa militares sino a los que mandan compañías o es cuadrones, haremos notar de pas o que desde 1829 has ta dis persars e todas las fuerzas del interior, ha militado com o: Ayudante Mayor a las órdenes del Comandante D. Javier Manuel Bárcena, (mashorquero) — D. Santiago Alvarado, de Coraceros de la Guardia del Ejército Nacional. Com o Capitán bajo las órdenes del Com andante D. Nicóm edes Cas tro, y por muerte de és te en función de guerra, sucedióle provisoriam ente en el m ando de Dragones has ta s u extinción, habiendo s ido comisionado 2° Jefe de Academ ia de Táctica de Caballería, y Au xiliar del Coronel Chenaut para la creación y dis ciplina del Regim iento de Granaderos que fue derrotado y disuelto por Facundo Quiroga en 1821. De es tos hechos res ultaría que dados los medios de ins trucción de los ejércitos en cam paña contra Rosas , sería este el oficial que mejores oportunidades tuvo de educars e en la profesión de las armas , pues un poco más de ins trucción que la de la generalidad de los oficia les de caball ería de entonces , le daba preferencias para s eguir curs os militares, s ervir de secretario o ins truir, reclutar, redactar notas , etc. 21 EPISODIO DE LA CAMPAÑA DEL GENERAL LAMADRID A CUYO EN I84 I. No entra en es te cuadro sucinto s ino lo que de alguna m anera s e relaciona con el objeto de estos apuntes , de s uerte que, a necesitarlo, s irvan para recons truir s u foja de servicios . El General Lavalle hizo en 1840 un es fuerzo des es perado para restablecer la lucha, yendo de derrota en des as tre, hasta morir des pués de la batalla de Fam alla. Secundaron o s iguieron s u movim iento los Generales Lamadrid y Acha, dirigiéndos e a las Provincias de Cuyo, y des pués de un glorios o combate en Angaco, alcanzados en Mendoza por el General Oribe con su ejército vencedor de Lavalle, los dis persos del Rodeo del Medio tom aron (¡en septiembre!) para s alvar s us vidas, el camino de la Cordillera todavía cerrada, y seguidos de cerca por un enem igo im placable. Ocupaba por entonces D. D. F. Sarm iento la posición m ás envidiable en Chile, gracias a la popularidad de sus es critos, la estim ación del Gobierno y el triunfo obtenido seis días antes en los com icios electorales por el partido cuya caus a había abrazado con calor, y que debía, poniendo el Gobierno en m anos del minis terio triunfante los m edios de llevar adelante (como s e llevó en efecto) el plan acordado, des arrollar eficazmente la ins trucción prim aria. Creyéndose como m ilitar llam ado a tomar s u pues to en la batalla que s e darían los ejércitos contendientes, principió, para ahorrars e dificultades , por decir adiós al Ministro Montt y tom ar el camino de los Ancles has ta as omar su frente sobre la cadena central de los Andes . Tres cam inantes que apercibió a lo lejos que venían del lado opues to en es tación tan no propicia, le hicieron presentir la tris te verdad. ¿Derrotados ? Derrotados , fue la respues ta que repitieron los ecos de las m ontañas ; y luego otros grupos , y en s eguida otros , confirm aron la penos a realidad. No era empero el cas o para deteners e a oír detalles o es perars e al General Lam adrid, conociendo los lugares y los peligros de la estación. Desde el Param illo de las Cuevas regres ó incontinenti a pie como había venido, traslom ando la Cordillera, y pocas horas des pués es table ciendo en los Andes la oficina, taller, y maes tranza más activa para acumular cueros de carnero por centenares para pres ervarse de las quem aduras de la nie ve, charque, cuerdas , galleta y dem ás adm inículos de cordillera que fueron expedidos horas después , con dieciocho peones del correo, dies tros en es tos manejos, y que alcanzaron a pas ar antes que estallase el temporal, que duró tres días . Los chasques a Santiago y Valparaíso, los partes al gobierno y los boletines a la prensa, las circulares al valle de Aconcagua, pusieron de pie y en m ovimiento tres provincias , acumulando en horas s ucesivam ente m edicamentos y víveres llevados por encim a de la cordillera, y en los planes , caballos , ropas , y aun dinero para s ocorrer a los desgraciados. Solo nueve víctim as hizo la nieve, pudiendo haber, s in tan inesperado com o oportuno s ocorro, debido perecer por centenares los soldados cas i desnudos y sin recurs os. 22 Las piezas que s iguen s erán acas o el primer recuerdo de un grande hecho his tórico, que habiendo ocurrido en el perfil de la cres ta de los Andes nevados , no pertenece a Chile, ni lo aceptaba la Confederació n. Sirva s iquiera para recons truir la foja de s ervicios de un s oldado, que no habiendo despanzurrado con sus m anos como Sandes o Gauna a muchos hom bres , puede jactars e de haber s alvado la vida de millares , en cuatro ocasiones en que hizo im pos ible el com bate, ganando la batalla s in sangre, como s e verá en su lugar correspondiente. Son tenidos en mucho los generales que s aben dirigir hábilm ente una retirada y, ¿por qué no s e daría un grado al oficial s ubalterno que salvas e la vida de un ejército? Sr. Dom ingo Faustino Sarm iento. Santiago, Octubre 1° de 1841. Com patriota y am igo: Por toda res pues ta a la muy apreciable carta de Vd., le acompaño esa orden para que con su res ultado atienda Vd. a dar carne y pan a los infelices argentinos ham brientos que vienen. Es preciso que se limite Vd. a carne y pan, porque para es e m ezquino socorro hemos agotado todos los recursos y vencido dificultades de que s olo tendrá idea cuando venga y s e im ponga. Ahora mism o excitamos a los de Valparaís o a ver cóm o nos ayudan a socorrer a nues tros infelices compatriotas. Ha sido s olicitado el gobierno, y nos ha prom etido para es ta noche las órdenes que pudiéramos desear para socorrer la afligida humanidad. El e xpreso ha sido despachado antes de la hora de llegada. Nada diré a Vd. de lo que ha conmovido la relación de los horrores que Vd. no ha hecho más que indicar. Es to dejémos lo para s entido. Abrace Vd. a mi nom bre a los valientes y desgraciados . Som os argentinos y son argentinos . Algún día Dios nos dará patria y habrá gratitud para los beneméritos , o no m erecerá aquel país tener tales hijos . Adiós , amigo. Siempre afectís imo de Vd. J. GREGORIO DE LAS HERAS . El es cribie nte s aluda a Vd. y a todos los valientes des graciados. 23 Sr. D. Dom ingo F. Sarmentó. Santiago, Octubre 1° de 1841. Apreciable s eñor: Es pantado de la catástrofe que Vd. m e anuncia, s alí al momento a cas a de Orjera, donde acabaron de imponerme de las desgracias sucedidas en Mendoza. Extrem adam ente sensibles a tantos males , no hem os hallado otro arbitrio para detener el progres o de los más urgentes, que levantar una suscripción im plorando la generos idad de nues tros compatriotas en favor de las infelices víctim as de la caus a de la civilización. Ya se es tán dando los primeros pas os ; y debe Vd. creer que s i el éxito corres ponde a nues tro em peño e interés, se rem ediarán sin duda las más prem ios as neces idades . Jamás he deseado tanto como ahora en es te ins tante el ser hombre de influjo y fortuna; ¡pero, para qué hem os de poner en cuenta los des eos ! Harem os lo posible; y solo m e atrevo a ofrecer por ahora juntamente con mi amis tad, com o s u m ás apasionado servidor. Q. B. S. M. JOSÉ FRANCISCO GANA , General del Ejército Chileno. Buenos Aires, Octubre 20 de 1883. Sr. D. Dom ingo F. Sarm iento. Mi es tim ado General y amigo: Tuve el gus to de leer su atenta carta de ayer; en la cual s e sirve pedirme le esponja por escrito los recuerdos que aún conserve de la llegada a Chile de los dis persos de la batalla del Rodeo del Medio; cuyas reminiscencias de viva vo z hacia a Vd. en días pas ados , com parando al dis tinguido actor Calvo con el eminente Casacuberta, a quien oí con tanta com placencia en mi niñez, a s u llegada a San Felipe, des pués de la derrota del ejército a que perteneció. Hace Vd. bien, General, en recordarme el caballo mío, que fue en las colectas que se hicieron en Aconcagua, s olicitadas por Vd., para sacar de entre las nieves de los Andes , los res tos de aquel ejército. Sin m i pobre contingente, yo no recordaría tal vez un solo hecho, una s ola palabra de cuanto vi y oí en aquella ocasión. Siem pre he creído, General, que el hom bre recuerda lo que vio en la infancia, más bien por la impres ión que recibiera de los objetos , que por el juicio o criterio que de ellos pudo formars e. Com o Vd. s e sirve decirm e en la que contes to: “que des ea arreglar s us apuntes, a fin de res tablecer lo que por lo lejano de los tiempos se hubiere 24 olvidado y deba recordarse,” no estará demás para la inteligencia de m is recuerdos , que haga en es te lugar una ligera digres ión. A la llegada a Aconcagua del Ejército Argentino a que Vd. s e refiere, vivían en San Felipe los señores D. José y D. Pedro Antonio Ram írez, y por haber militado en los Granaderos a Caballo, muy conocedores de las fam ilias argentinas; y con dificultad pasaría a Chile algún argentino decente, s in alojarse en la hacienda de D. Pedro Antonio. Com o es natural, estos s ujetos tom aban gran interés en las cues tiones políticas de la República Argentina, y es taban al corriente de los hechos de arm as que aquí s e producían. D. Jos é I. Ramírez, desde en vida de m i padre, acos tum braba ir todos los días a nues tra cas a de San Felipe. Mi herm ano mayor lo aguardaba con el deseo con que hoy día s e lee la crónica de los hechos locales. Un día nues tro cronista llevó una carta de s u hermano D. Pedro Antonio, es crita des de su hacienda, en la cual le participaba la derrota del ejército unitario en el Rodeo del Medio, m anifes tándole a la vez el temor de que muchos de los derrotados hubiesen perecido en la Cordillera en el últim o tem poral; agregando, que la noticia la traía D. Dom ingo F. Sarm iento. Nues tro cronis ta contó varias peripecias de la derrota, que no recuerdo y nom bró a varios deudos de familias argentinas res identes en nues tro pueblo, que iban entre los em igrados . Recuerdo perfectam ente, General, es tos incidentes , porque fui yo el portador de un mens aje de condolencia, enviado por mi m adre a varias familias argentinas de s u relación, y todavía me parece ver correr las lágrim as de la señora Paz Piñeiro de Rojo al contes tar la atención de mi madre. Por s i Vd., General, lo hubies e olvidado e interes as e a s us anotaciones, recordaré a Vd. que la s eñora Paz Piñeiro de R. fue esposa del Dr. D. Pos idio Rojo, natural de San Juan; cuyo s eñor fue Juez de Letras de Aconcagua, segunda autoridad de la Provincia; pues en Chile, com o en la época de s u Gobierno en San Juan, no s e exige la nacionalidad para ejercer es te destino. Ni es allí un obs táculo la calidad de extranjero para s er m inistro o s ecretario de Intendencia; com o tam poco lo es aun, para ejercer los puestos m ás elevados del Poder Judicial. Los dis tinguidos argentinos Dr. D. Antonino Aberas tain, Delgado, Dom ingo Ocam po y otros , han ejercido allí aquellos im portantes destinos . Volviendo ahora al as unto que m otiva es ta carta, diré a Vd. General, que la vis ita del Sr. Ram írez de aquel día, tenia un objeto m ás noble que la crónica ordinaria. D. Pedro Antonio le encargaba encarecidamente en la carta de m i referencia, que viera a mi herm ano Juan E. Barriga, a los Sres . Caldera, Echevarría y otros , y les pidiera su concurs o para s alvar y proteger a los emigrados , por quienes Vd., General, s e interes aba tanto. Tan laudable empeño de s u parte, no podía s er es téril. Con la pres teza que requerían las circuns tancias, s e reunieron m ás de dos cientos caballos y m ulas , s e remitieron a la Cordillera con peones ad hoc, enviando el Sr. Ram írez su tropa de mulas cargadas de víveres . Pero lo que no pudo debers e a otro que al valioso empeño de Vd., General, fue el alojam iento de la tropa propiam ente dicha de los res tos de aquel ejército en 25 San Francis co de Curimon, s u racionam iento s uminis trado por la autoridad local, y la visita diaria a s us enfermos , del m édico de ciudad Dr. D. Manuel Antonio Carm ona, la cual vi yo m ismo practicar en una ocas ión. En efecto, la presencia de los Cas tex, del joven Emilio Conesa, General más tarde, la del conocido literato D. Juan M. Gutiérrez, y del Sr. D. Em ilio Cas tro, que aún vive en Buenos Aires , la pres encia, digo, de es tos señores en cas a de mis deudos , y la de tantos otros argentinos distinguidos en lo de Bari, Ram írez, Cardoso, etc., es un hecho natural, que nada revelaría hoy el empeño de Vd., General, por s alvar de las nieves a todo el ejército. Todos es tos señores, m ás o m enos conocidos , llegaban emigrados a nues tras cordilleras , y natural es que fuesen s ocorridos y recibidos con todas las cons ideraciones que merecen la des gracia y la buena educació n del des graciado. Conozco bas tante a mi país, General, y puedo afirmar hoy sin tem or de equivocarm e, que es os s oldados no pudieron estar en un cuartel de nues tra tropa de línea, aunque el cuartel es tuviera desocupado a la s azón, sin una orden del Gobierno de Santiago, y que esa orden no pudo dars e s in m ediar un valios o influjo y poderos a iniciativa. Con las cons ideraciones de m i m ás dis tinguido aprecio, tengo el placer de sus cribirme de Vd., General. Atento amigo y S. S. ANTERO BARRIGA, Cónsul de Chile. 26 EL 20 DE ABRIL 1851 SUBLEVACIÓN DEL “VALDIVIA ” EN C HILE No es tamos es cribiendo un panegírico s ino los ras gos principales de la vida de un militar. El 20 de Abril de 1851 hubo conmoción en Santiago con la sublevación del «Valdivia», y en lugar de estar a las res ultas, el que tan denodadam ente sostenía la política del gobierno am enazado, en lugar de des nudar la tizona que no podía llevar por no tener colocación en el ejército, pres entóse al frente, en línea de combate con su rifle revolver de s eis tiros, que el pueblo tomaba por es copeta. Era el precursor del Remington. Como no es del caso entrar en el fondo de las cues tiones militares que aquel hecho sus citó, pondremos aquí dos tes timonios que, com o el del s alvam ento de la Cordillera, tienen su lugar en una biografía militar. Santiago, diciem bre 5 de 1883. Sr. D. Domingo F. Sarmiento. Buenos Aires . Estim ado señor y am igo: Un antiguo am igo de Vd. y mío, me ha impues to del trabajo histórico que Vd. proyecta y de s u deseo de obtener un tes timonio de un tes tigo de vis ta, de la actitud que Vd. as um ió en la sublevación del “Valdivia” el 20 de Abril de 1851. Recuerdo perfectam ente que fue Vd. uno de los primeros que llegó a la Moneda, y que permaneció al lado del General Bulnes en la Cañada en los momentos m as críticos . El Pres idente con su es tado mayor y s us minis tros , el General Gana a quien proporcionó Vd. caballo, y Vd. ocupaban al frente del Regim iento de Granaderos a Caballo un pues to en la Cañada, dejando detrás la Moneda, donde es taba colocado en las ventanas todo el cuerpo de policía al mando del Coronel Ram írez. El com bate es taba trabado en el Cuartel de Artillería en la mism a Cañada. No s olo yo s ino los pocos que aún viven de los que asis tieron a es a jornada, recordamos haber vis to a Vd. con su rifle-revolver de s eis tiros, dis pues to a combatir, habiendo manifestado Vd. a los am igos que lo rodearon, que no podía llevar espada porque era argentino y no chileno. Recuerdo también, que su encuentro en es ta jornada valió a Vd. algunas cens uras ; pero en cam bio se conquis tó Vd. con s u conducta más respeto y m ás es timación aún en el partido contrario. 27 Hay todavía una circuns tancia m ás que me complazco en recordar a Vd., y es la abnegació n y nobleza con que asiló Vd. a varios pers eguidos en su cas a de Yungay y en la de s us hermanas en Santiago. Es to sirvió después de tema m ás que de conversaciones , de adm iración por la conducta que Vd. había observado con s us am igos vencidos . Me agradaría ins is tir m ás sobre es te recuerdo que en aquel tiem po, como todos , aplaudí y admiré, pero prefiero concluir renovando a Vd. las cons ideraciones con que s oy de Vd. atento s ervidor y am igo. JOSÉ MARÍA NECOCHEA . (Municipal, hijo del General Necochea). *********************************************************************************************” “Supongo que vues tros apuntes militares traerán algún recuerdo del 20 de abril de 1831 en Santiago........El Pres idente Bulnes , com o que era un valiente general, salió de la Moneda a combatir el motín, y vos ibais a su lado, bien montado, y con vues tro rifle enhies to, que el pueblo creía es copeta. Pas ados los tiempos , nos encontramos en la s ociedad, y entonces os felicité por el 20 de abril, diciendo una verdad, cual era que en aquel hecho de arm as habíais ganado la es tim ación de los liberales , que os habían vis to exponer vues tra vida en defensa del partido al cual servíais como es critor, ¿os acordáis ? Os dije tam bién que os saludaba com o bueno, y no m e arrepiento, pues la cons ecuencia en circuns tancias extrem as , no es com ún en los hom bres , m ucho m enos en los de la prensa, ni es cóm oda la lealtad para las alm as de cántaro. Adiós ; mandadme vues tros futuros libros, y ved en qué otra cosa puede ayudaros vuestro amigo — VICTORINO LAST ARRIA, (Miem bro de la Corte Suprema.)” E xcus ado es dar cuenta aquí de lo que pas ó en Chile des de 1841 has ta 1851, en cuanto a la cues tión política argentina. Habiéndos e hecho extranjera la guerra bajo las murallas de Montevideo, toda la Confederación yace pos trada a los pies de s us caudillos . Chile en tanto, s e convierte en una Cátedra de Derecho Cons titucional, de His toria, de Econom ía Política, para ilustrar todas las cues tiones que s us cita la lucha contra un tirano s emibárbaro. Es es te el m ás bello es pectáculo que haya pres entado la América latina. Navegación libre de los ríos , libre cambio, viabilidad, emigración, todo se ventila en la prens a, en folletos y en libros que afectan la form a de la historia; pero que arrastran tras s í las s impatías aun de los opres ores, y s e abren paso has ta Europa m isma, y cam bian la opinión del mundo civilizado. Los tiempos s e acercan al fin, y los termidorianos aparecen formidables, reivindicando su parte de acción perdida, pues han acabado por sentirs e abs orbidos por el poder dictatorial que ell os m ism os han creado. Es tris te el denuncio que el autor hace de los pequeños pero invencibles obs táculos que s e opus ieron a que la poderos a emigración de Chile, con las 28 mejores es padas de los ejércitos de línea, con la inteligencia de s us ‘leaders’, aparecies e en la es cena, cuando de des truir la tiranía de Ros as s e trataba en 1851, ya que el General Urquiza se apres taba a la lucha, en alianza con Montevideo, Corrientes y el Bras il. Diez Provincias , siendo en cuatro de ellas por lo menos m ás fuerte y decidido el partido liberal con Chile al respaldo com o maes tranza y cam pam ento, perm anecen tranquilas , cual si nada les fuese en la parada, has ta que el vencedor de Cas eros tiene que entenders e con los gobernadores de Rosas , reconocidos guardianes de pueblos que en efecto parecieron rebaños . Es ta aparente anom alía es causa de im portantes revelaciones . Los jefes m ilitares que pudieron, dieron la vuelta del Cabo y fueron a ofrecer sus s ervicios al general Urquiza, ya General en Jefe de un poderos o ejército aliado. Tomaron servicio en dicho ejército con el título de Tenientes Coroneles D. Bartolomé Mitre y D. D. F. Sarm iento, el Coronel Aquino y el Coronel Paunero. De un docum ento publicado entonces , s e ve que el General Urquiza, invitaba al Teniente Coronel Sarm iento a incorporars e al Ejército para acompañarlo en la próxim a cam paña, en que sus servicios e intelig encia – decía - serán de m ucha utilidad, sin que por eso deje Vd. de estar en campaña., cuando mucho tiempo 7 hace que lo está combatiendo con sus escritos al tirano de nuestra patria . Este reconocimiento de los pas ados servicios prestados , declarándolos continuos y útiles el general en jefe, no conviene a todos los militares argentinos de entonces , por cuanto no es tuvieron com batiendo con s us es critos al tirano de su patria. Alberdi encabezaba una es cuela que pretendía, que s iendo extranjeras las prens as de que eran redactores los argentinos , no les era lícito abogar por los interes es de su patria de nacim iento. Sarmiento s os tenía, aun ante el gobierno de Chile, que el es píritu humano no se divide en dos s ecciones, y que donde quiera que las ideas liberales lo reclam an, ahí ha de es tar con toda s u inteligencia y voluntad el que hace profes ión de sos tenerlas . Cum pliólo s in tregua en los diarios chilenos que redactaba, pero para responder a toda objeción, es cribió libros com o el Facundo, periódicos como la Crónica y Sudam érica que contienen todo el program a de la revolución y ocultan los enorm es caudales necesarios para imprimirlos y hacerlos circula r en catorce provincias clandes tinamente durante diez años con otros panfletos por toda la Confederación, has ta introducirlos bajo la almohada del tirano, s egún el testim onio de La Fuente, s ecretario del gobierno, del General Mans illa, herm ano político de Ros as , de Roque Pérez, oficinis ta de Pedro de Ángelis , escritor de Rosas , que servían de agentes , más o menos directamente. Yendo cam ino de incorporars e al ejército, los tres oficiales generales que venían de Chile, transbordándose en Montevideo al vapor Don Alfonso que llevaba la insignia del Almirante Greenfel, tuvieron parte en el com bate naval del Pas o de las Piedras , s ufriendo la lluvia de novecientas balas rojas , según confesión del General Mans il la que las arrojó; y nunca es tá demás en la foja de servicios de un 7 Cuartel General de Gualeguay chú, noviembre 18 de 1851, al Teniente Coronel Don D. F. Sarmiento. 29 Jefe de Es tado Mayor de tierra, un com bate naval en que quedando s obre cubierta, tom a la mism a parte que el Alm irante o el último grum ete. 30 PARTE DADO POR EL ALMIRANTE GREENFELL DEL COMBATE DEL PASO DE LAS PIEDRAS Illmo. e Exmo. Sr.—Tenho a honra de participar a V. Exa. para inform ação do governo imperial que, tendo dispos to tudo para o embarque da 1a divisão do exercito imperia l des tinada a Entre-Rios , s ahi da Colonia con os vapores Affonso, Pedro 2o, Recife e Dom Pedro sendo embarcado n'es tes 1,198 prazas da 1 a brigada de infantaria, com o seu commandante o Coronel Francis co Fonseca Peres Pinto, des tinada a reunirse a vanguardia do exercito aliado no Diamante. N'es sa tarde chegam os em fronte da villa de San Pedro, donde achei no melhor es tado de aceio e prom tidão, a divis ão comm andada, pelo capitão de m ar e guerra Guillerme Parker com pos tos das corvetas Dona Francisca,Unido, e brigue Caliope. Dei n'essa noite as dis posições necess arias , e pela madrugada do dia 17 tom ando o Affonso a reboque a Dona Francisca, o Don Pedro 2° a União, o Recife a Caliope, e o Dom Pedro junto a c Affonso s ubim os o rio promptos para com bate. Acham os o Obligado des ocupado, porêm, ao aproxim arnos ao Pass o do Tonelero, onde o General Mans illa, ha m uito tem po es taba ocupado em preparativos para obs tar a nossa pass agem, colocando convenientemente toda sua artilharia, cons truindo fornalhas para ballas ardentes &. &, vim os as barrancas corôadas con doze bocas de fogo em baterías , e trincheiras cheias de infantaria, com a cavallaria em res erva. N'esta occasião ordenei que toda tropa do exercito s e abrigas e nas cobertas dos vapores : o que se cumpriu contra os des ejos d'ess os bravos soldados , ficando encim a s omente o dig no comandante da brigada, seu major, os commandantes dos corpos , alguns officiaes e atiradores , e os dis tintos coronéis e tenente coronel do exercito aliado D. Wenceslau Paunero, D. Dom ingos Sarmiento, e D. Bartholom eu Mitre. Mandei tambem que o Affonso, o que trabalhaba som ente con duas caldeiras do lado oppos to as baterias , cons ervando en defesa as outras duas, dim inuiss e s eu andar o mais possivel, para não s eparars e dos navios da retaguardia. Ao m eio dia, estando a divisão a meio tiro de fuzil das baterías , romperão es tas s obre ella um vi vo fogo de ballas ardentes ,8 metralha e fuzilaria que foi inm ediatam ente respondido com balla, metralha y fuzilaria de toda a li nha: e sus tentado pelos noss os com tanto vigor que as puntarias do enemigo derão logo a conhecer a sua perturbação. N'um a hora es taba effectuada a pass agem, e os navios seguían rio acim a ao som das mús icas que tocarao o himno imperial. A divis ao tuvo dois fuzileiros navaes , e dois marinheiros mortos, e um encarregado e dos marinheiros feridos , s endo a m ajor parte do Recife, Affonso apenas recebeu no cos tado algum as ballas de fuzil, e nos outros navios a 8 Por declaración person al del General Mancilla alcan zaron a novecientos. 31 artilharia causou pequeño dam no; felizmente a forza do exercito im perial nada sufreu: o que claram ente faz s entir a m ao protectora da Divina Providencia. Esperando s er novamente acomm etido no es treito Pass o de Ramallo levei até es te ponto as corvetas ; porêm , não achando ahi enimigo, as fiz fundear, e dei ordem ao commandante Parker para regresar a San Pedro com o prim eiro vento favoravel. No dia 18, ao aproximar-m e da villa do Rosario, vim os de novo as barrancas covertas de infantaria e cavallaria es tendidas em linha de atiradores : tendo de pas ar a m enos dis tancia que no Tolenero, fizerão-se os mesmos preparativos para combate: porêm , sem contar com a nossa artillaria que a altura das barrancas inutilizaba, dominando com pletam ente as toldas dos vapores . Ao chegar ao ponto mais es treito da passagem , vendo que nos não atiravão, dei vivas a Confederação Argentina, a liberdade e a queda do tirano, que forão respondidos pelos noss os , e parecerão bem acolhidos pelos de terra, adiantandose varios d'estos para cum primentar-nos . Sem outra novidade, alem de encalharm os varias vezes , em consecuenza do rio es tar extraordin ariamente baixo dem os fundo em es te porto onde poucas horas antes habia chegado o Sr. gobernador Urquiza. Des em barquei inm ediatamente a tropa, arm amento, munições e dinheiro que truxemos ; e hoje deu-se principio a passagem da vanguardia, do exercito aliado para outro lado do Paraná. 0 com portamento dos s enhores commandantes e officiaes , engenheiros, soldados e m arinheiros da es cuadra no com bate pass ado foi superior a todo o elogio: quando todos comprirão bem com o s eu deber, injusto será fazer dis tincões ; por is to omito enviar a V. Exa. com a copia in clusa da ordem geral n° 14, uma relação dos commandantes e officiaes pres entes n'ess e conflicto. Deus guarde a V, E xa. Abordo da fragata a vapor Affonso no Diamante, 23 de Dezem bro de 1851. Illmo. Sr. Cons eilhero Manuel Vieira Tos ta, minis tro e s ecretario de es tado, dos negocios de marinha — João Pascoe Greenfell. Chefe da es quadra, commandante en chefe das forzas navaes do im perio do Brasil no Rio da Prata. T omado de la Revista Marítima brasileña, Vol. II n° 2. Quinta-feira 15 de Janeiro de 1852 32 BATALLA DE CASEROS La cam paña, ejército y batalla de Caseros, es el más considerable hecho de armas de que pueda honrars e un General, no tanto por la batalla que era una cons ecuencia, como por el plan de campaña que anticipó diez años la revolución que debía experim entar la compos ición de los ejércitos , sufriendo en la batalla general la caballería, im potente contra el Remington y el Krup, y res ervándola para obrar en grandes mas as , s obre el enem igo, ya para embarazar, ya para des concertar sus operaciones . El General Urquiza, antes que pudieran los pasados regimientos de Buenos Aires con la muerte de Aquino entonar el decaído espíritu moral de s us tropas, form ó una vanguardia de ocho mil hombres de caballería, y a m archas forzadas, yendo a s u cabeza, cayó el 31 de enero sobre el General Pacheco, que s e mantenía de vanguardia con toda la caballería de Ros as en los campos de Cabral, y lo aplas tó con el núm ero, y lo es pantó con la rapidez. La batalla cam pal para Ros as era un vano simulacro. Habiendo des cubierto el as tuto General Urquiza el verdadero uso de la caballería en las campañas modernas , repitió la mism a maniobra en Cepeda, donde había triple vanguardia, sobre la cual cayeron siete mil hombres en cuatro divis iones. Es verdad que el General Trochu no había es crito todavía que “la invención de armas cortas había cam biado enteramente la parte que la caballería debía des em peñar en la guerra, y que su verdadera misión le venía de su rapidez, y por consecuencia de su aptitud para caer en medio de un ejército en retirada, rompiendo los trenes , interrum piendo las comunicaciones , cayendo donde menos se le espera. La as ombros a fuerza m oral sobre la eficacia s implem ente material de esta arma, no parece haber s ido comprendida por el ejército francés durante la última guerra, perm itiendo que s u caballería operas e en m as a com pacta con la infantería, etc., etc.” Qué extraño pues , que no fues e comprendida tam poco entre nues tros Generales , aunque aquel genio militar que el General Paz reconocía en Urquiza, le hubies e hecho anticipars e a la Europa en el cam bio de es trategia, avanzando s etenta leguas con toda s u buena caballería para tom ar y aplas tar al enem igo en s u propio campamento. Des graciadam ente el Jefe de Es tado Mayor que en la Cam paña del Ejército Grande aplaudió calurosamente estas audaces operaciones , no tenía los mism os elogios para los actos políticos que s e s ucedían en Buenos Aires des pués del triunfo, tratándos e aún antes del Acuerdo de San Nicolás de revivir y organizar la Confederación de Ros as , razón porque el 10 de Febrero pidió y obtuvo su retiro del s ervicio público; pero al momento de embarcars e para regresar a Chile, renunciando a toda esperanza de ver organizada la República bajo ins tituciones libres , entregó al General Hornos la s iguiente carta, para ponerla en m anos del General Urquiza que tuvo un mal rato al leerla. 33 Buenos Aires , Febrero 23 de1852. Señor General en Jefe del Ejército Aliado: Habiendo obtenido de V. E. el perm iso de regresar a Chile des pués de haber term inado la comis ión que se dignó confiarme en el Ejército Grande, he res uelto aprovechar la próxima partida de un buque para Río de Janeiro. Aceleran es ta resolución el lenguaje y los propós itos de la proclama que ha circulado ayer, siendo mi intención decidida no s uscribir a la insinuación amenazante de llevar un cintillo colorado, por repugnar a mis convicciones y des decir de mis honorables antecedentes . ¡Que Dios ilumine a V. E. en la es cabros a senda en que s e ha lanzado, pues es m i convicción profunda que se extravía en ella, dejando dis ipar en un período mas o menos largo, pero no menos fatal por es o, la gloria que por un momento s e había reunido en torno de su nombre. Aprovecho es ta ocasión de ofrecer a V. E. los res petos y la consideració n con que me s us cribo de V. E. seguro servidor. D. F. SARMIENTO . Es te incidente dio a la prens a y servidores de Rosas ocas ión para una fábula que el Coronel Mitre, D. Bartolo, tuvo el coraje de desm entir con el s ig uiente comunicado al Redactor del “Comercio del Plata”: Sírvas e publicar es tas cortas líneas en contes tación al torpe pas quín, que con el título de Asesinato frustrado y fuga del asesino se ha ins ertado en el Diario de la Tarde de hoy (viernes 26 de Febrero de 1852) con la firma de D. Juan Mur. El s eñor Sarm iento, a quien se ataca en esa ridícula pasquinada, no neces ita de mi defensa, pero s iendo amigo s uyo, y estando incidentalmente m i nombre mezclado en el asunto que ha dado origen a aquella publicación, me cons idero en el deber de no dejar pas ar las injurias que se le dirigen por la es palda. Todos conocen bien el señor Sarmiento. Sus escritos políticos , literarios y adm inistrativos le han granjeado una reputación americana, y s olo al s eñor Mur podía ocurrirle la ridiculez de llam ar as es ino al publicis ta ilus trado, al m ilitar valiente, cuyo nom bre es respetado en toda la República Argentina. En cuanto al dictado de cobarde que le aplica el autor del pasquín, solo una cosa direm os en contes tación. El s eñor Sarmiento s e batía con honor en Monte Cas eros, y cargaba es pada en mano en la División Oriental, que tom ó por asalto las pos iciones enemigas . . . . . El s eñor Redactor del “Diario de la Tarde”, haciéndose el abogado de la caus a de Mur, tam bién le dirige al señor Sarm iento s u tiro por la es palda, y pues to que se ha hecho solidario de tan noble caus a, reciba igualmente para s í todo lo que queda dicho para el autor del pas quín que él ha prohijado. 34 B. Mitre. Diario “Agente Com ercial del Plata” N° 213, año 1. Biblioteca Pública. Treinta años después , es ta carta tiene un gran valor. E xcus ado es confirm ar el hecho de que el Teniente Coronel Sarm iento es túvose es pada en mano en lo más recio del combate de Cas eros , pues que con el s eñor Dillon ocupaba el cos tado de la guerrilla de infantería oriental avanzada sobre la batería de la puerta del Palomar, que arrojaba una lluvia de m etralla. Lo que ahora importa y el Coronel Mitre, que aún no figuraba en la escena política, hace notar entonces , es el caudal de reputación formada, que traía des de Chile, Europa y Es tados Unidos , el s eñor Sarmiento, objeto de aquellas injurias, pues todos sus grandes es critos, como s us viajes, s on anteriores a la batalla de Cas eros. Podemos , pues , retener las palabras del Coronel Mitre, que va a aparecer en la es cena, para ver s i pudo en adelante cons ervar íntegro este buen nom bre, y no lo disminuyeron y degradaron el epíteto de loco, de boletinero, y el trabajo y las intrigas de los partidos repres entados por diarios conocidos que suces ivamente intentaban hacerle des cender en la pública opinión a punto de creers e él mism o hoy que ha neces itado llegar a la edad de s etenta años para recuperar en la es timación pública el pues to honorable que le tenían deparado des de 1845 los hom bres notables del mundo, que trató. Vuelto de s u des tierro voluntario des pués de la revolución del 11 de septiembre, de cuyos s íntomas precurs ores huyó, volvió a tomar s ervicio, y el decreto que s igue, aunque sin aplicación sino durante dos días, pues que el General en Jefe llegó y s e recibió del m ando de la plaza, contuvo las dos últimas comisiones que recibió con m ando de tropas , s iendo de notar que se conserva Teniente Coronel con funciones de General durante diez años, y que, salvo el grado de Coronel dado mientras dirige la campaña contra Peñalosa, s e cons erva treinta años Teniente Coronel; y aún trans curridos aquéllos , es materia de graves dudas y vacilaciones para la Com isión Militar del Senado, cuya mayoría 9 la form aban el herm ano del General Navarro, gobernador caudillo de Catamarca como era General el Chacho, y el hijo del General Echagüe, aquel Res taurador del Sosiego Público de Santa Fe, cuyos títulos de doctor en Teología le sirvieron para que Rosas lo condecoras e con aquel título. Con es to termina la crónica militar de los tiempos heroicos , y el s ervicio de subalterno que lo lleva a la cam paña del Interior des pués de la batalla de Pavón, con el carácter de Auditor de Guerra, acabando por term inarla personalm ente, como se verá enseguida, m ediante lo que él llamó la diplom acia de la guerra. 9 Este señor ha permanecido Diputado o Senador por Catamarca durante treinta años sin interrupción en los Congresos de la Confederación y de la República. No ha usado nunca, o poquísimo, de la palabra, y se cree que la resistencia a despachar el in forme de la Comisión Militar del Senado, durante tres años, es hasta hoy su único acto parlamentario. 35 El decreto que sigue cierra el período de la his toria pre-cons titucional argentina, y de los servicios m ilitares del Teniente Coronel D. Domingo F. Sarmiento a las órdenes de otros Jefes de mayor graduación. Art. 1° Al exterior de la ciudad s e formará una línea de fortificaciones... etc. Nóm brase Com andante General al Coronel D. Wences lao Paunero, y para segundo Jefe al Teniente Coronel D. Domingo F. Sarmiento, antes Jefe del Es tado Ma yor del Ejército de Reserva . . . . . Las tropas que guarnecen la línea de fortificaciones , dependerán del General en Jefe del Ejército de la Capital. - Buenos Aires , Octubre 29 de 1857. - PAST OR OBLIGADO .” 36 SEGUNDA PARTE Con la cam paña al Interior des pués de Cas eros al mando del General Paunero, y de que form a parte el Teniente Coronel Sarmiento como Auditor de Guerra, y un poco como Cons ejero o Secretario oficioso, termina la larga preparación que lo llevó en los trans curridos treinta años desde Alférez de Milicia Urbana de San Juan, s iendo s u Capitán el que murió General en el Paraguay, D. Ces áreo Dom ínguez, has ta la efectividad de Teniente Coronel de Es tado Mayor. Ha s ervido s ucesivam ente bajo las órdenes de Generales s anjuaninos com o Vega; mendocinos com o Moyano; cordobeses como Paz; entrerrianos com o Urquiza; bonaerenses com o Mitre, Paunero y Rivas , s egún que s e desprendían divis iones , hasta terminar en persona y con mando propio la pacificación del Interior en San Juan el 7 de Enero de 1860, en que hizo s u entrada con treinta hom bres des tacados de los Guías de Sandes , y pues tos a s us órdenes por ins trucciones es critas del General Paunero. La nación aparecía unida en un s olo cuerpo, con esta punta, dirigida hábilmente has ta Cuyo (b ongré m algré), poniendo en arcas nacionales ciento veinte mil fuertes de los derechos que cobrarían las Aduanas de San Juan y de Mendoza, que habían quedado en poder del enemigo. Es tas razones las hizo prevalecer el Auditor de Guerra para modificar el plan de campaña originario. El General Rivas y el Coronel Sandes em prendieron, s in s ujeción al Gobernador de San Juan, que lo era el s eñor Auditor de Guerra, pacificar la Rioja, empres a en que em plearon un año, con muchos gastos , y sin resultado alguno, has ta que de guerra la sse, celebraron un tratado (capitulación) con el Chacho, que debía durar lo que tales flaquezas duran. Los actos de vandalism o comenzaron invadiendo a San Javier en Córdoba, y expulsados de allí, amenazaron a San Juan. Fue nombrado entonces el Gobernador de San Juan Encargado de dirigir la guerra contra Peñalos a en la Rioja, Anti vero en San Luis , y Clavero y Puebla en Mendoza, poniendo a sus órdenes el 6 de línea de infantería, el primero de caballería y la Guardia Nacional de tres provincias , habiendo en San Juan un excelente batallón de rifl eros . Estas y más fuerzas eran necesarias para cubrir el campo del levantamiento, pudiendo extrañars e s olo el título dado al Jefe, de Director de la Guerra, que la milicia no reconoce, ni la ordenanza inviste, con el derecho de juzgar e imponer la pena de muerte que tiene el Comandante General de un ejército, cualquiera que sea la graduación del que tiene el comando. Un s olo hecho bas taría para medir el vacío. Caído Clavero en m anos del pretendido Director de la Guerra, hubo de juzgarlo m ilitarm ente con anuencia es crita del Ministro de la Guerra, llamando cons ejo ordinario el que lo juzgas e, no obs tante rezar s u nom bre en el es calafón de la Confederación. ¿Puede condenar a muerte un director de guerra por delitos m ilitares? (La rebelión lo es .) El Tenie nte Coronel dudó de s us facultades , y condenando a Clavero en cons ejo de guerra de oficiales generales , m andó 37 proces os y sentencia por cuerda reservada al Com andante General de Arm as para que aprobas e la sentencia y mandase ejecutarla. Reunió el Pres idente un consejo compues to de los juris consultos Vélez, Pico y Tejedor, quienes hallaron en regla el procedimiento, decidie ndo sin em bargo el Presidente que era juicio civil el del sublevado Clavero, y por tanto irregular el consejo de guerra. El criminalista Tejedor, exigiendo cuando m inis tro que se juzgas e militarmente al comandante Gómez de San Juan, que se había pues to en condiciones iguales a Cla vero, el Pres idente le opuso aquel precedente adm inistrativo que él m ismo había autorizado. Entonces el Dr. Tejedor, protes tando contra la as erción, dijo delante de los demás m inis tros , que al s alir de la conferencia, el Procurador Dr. Pico hizo notar la singularidad de llamar en cons ulta a tres juris cons ultos para hacer lo contrario de lo que ellos habían decidido, ateniéndose al juicio del General Gell y y al del minis tro Elizalde, no obs tante que el m inistro Rawson había adherido a la opinión de los criminalis tas . Sea de ello lo que fuere, la cam paña contra los s ublevados de Mendoza, San Luis y la Rioja presenta caracteres de extrem a regularidad, como convenía a la prim era que s e hacía bajo el im perio de la Cons titución, y era dirigida por uno de los hombres públicos m ás cons picuos a es te res pecto. Su des enlace con la derrota y aniquilamiento del Chacho, presenta los ras gos es enciales de las guerras que más tarde habrá de dirigir ex-oficio el Presidente, y ofrecerán, cuando se hayan revelado s us res ortes , materia de es tudio a los jóvenes generales , y de comento a los antiguos que tomaron parte en ellas , o fueron de s u éxito final tes tigos pres enciales. Entonces s e verá cuán poca parte tuvo la casualidad en la victoria, y cuánto se debió a la observancia de ciertas reglas y principios es tratégicos , buenos en todo tiem po y lugar. San Juan había quedado desguarnecido después de poner sus fuerzas y las nacionales al m ando de los comandantes Arredondo y Sandes , en cam paña, habiendo és te acudido a la batalla de las Playas de Córdoba con s etecientos hom bres de su com ando de fuerzas de San Juan. Por circuns tancias inevitables , el General Peñalos a se había acam pado mas cerca de San Juan, que lo es taba Arredondo detrás de él con las fuerzas de San Juan casi a pie. Es tos hechos no s e dis cuten por su misma brutalidad. Ahí es tán las fuerzas . El Director de la Guerra pedía a Mendoza el 1° de Línea des ocupado, al Comandante Segovia, muerto ya Sandes , al Gobernador, al General Paunero Director de la Guerra situado en Córdoba, y de todas partes recibía la m isma respues ta, “a m í no m e cabe en la cabeza que el Chacho invada, dejando a su espalda a Arredondo”. Fue preciso m andar en persona al Jefe de Policía, Señor Rojo, prim o herm ano del Ministro Raws on a im plorar de nuevo socorros. ¿Qué ins trucciones m e da?, preguntaba el funcionario. Hincars e de rodillas ante el General Paunero, y com o tes tigo pres encial explicarle la verdad de las cosas . ¡No hago Rinconadas!, sin caballería s egura. Al fin llegaron a San Juan dos días antes del Chacho s etenta y cinco soldados del 1° de Línea de caballería, y setenta y cinco de guardia nacional de Mendoza, a m ás de una compañía del 6 de línea al m ando del Capitán Méndez, que s e hizo volver de Jachal. El Chacho fue derrotado s eis horas después de haber invadido 38 por una pequeña pero s ólida fuerza improvisada, llenándose as í, casi sin cálculo, una de las prescripciones de la es trategia, --- ocultar al enemigo la propia fuerza, o hacerle fallar los datos que le s irvieron de bas e para sus cálculos . El Chacho contaba habérs elas con un es cuadrón de m ilicia del Comandante Juan Ejidio Álvarez, y m edio de Guías m andado por el Com andante Quiroga. Encontrós e con el heroico Irrazabal con trescientos hom bres, la mitad como de línea y una buena y sólida bas e de infantería. Jordán cree haber dado un golpe maes tro trasladando el teatro de la guerra a Corrientes , ya que el ejército nacional no podía seguirlo a tanta dis tancia al norte. Ni aguardarlo se propus o el Gobernador Baibiene con su m ilicia, a punto de ins urreccionarse con Reguera, que no obedecía. Muy s orprendido s e quedó Jordán al ver que le caía encim a, com o una teja del cielo, el Coronel Roca con dos batallones de in fantería, lanzado al trote gimnástico s obre s u propio cam pam ento. La noche anterior había entrado en línea de formación el batallón brigada de artillería, llegado de Bahía Blanca en línea recta. ¿Cas ualid ad? No. Es que la dis tancia entre la Esquina y Corrientes , a caballo es m enor que la que recorren los vapores en el Río, y s abido cuando s e pondría en m archa, se le podía aguardar con una corona de bayonetas y de cañones , no previs tos en su pobre plan de operaciones. D. Gonzalo res ulta s er una combinación de. los planes de Caus ete y de Ñaem bé, a s aber, traer al cam po de batalla otra fuerza que la que se conoce y embrollarle al enem igo sus propios datos . Creía habérs elas con el General Vedia, s ituado al oes te, y hubo de medirs e con el Sr. Ministro Gainza que le tocó la es palda por detrás del lado del oeste. Las primeras escaramuzas para la repres ió n del form idable m otín del 1° de línea en Mendoza, se trabaron en el Senado, m ediante las diez y seis interpelaciones que debían confundir al gobierno, y probar s us malos m anejos en aquella Provincia. Cuando a fuerza de articulaciones (abogados disipan la maniobra), logró ganar tiempo para responder a tanta artimaña maliciosa, el Senador Araoz, que no es taba en el secreto, pero que gus taba de todo lo que era insolente, injurios o e irregular, preguntaba a sus colegas , ¡pero por qué el em peño de ventilar lo de Mendoza! (Véanse las sesiones de esta conjuración mandada pub licar con sus Mensajes por el Presidente). Todo el embrollo es taba en lo de Mendoza. Un voto de censura al Pres idente, era la s eñal del motín de Segovia, quien no viendo venir el voto, recibió del Presidente del Club Alsina es ta cons igna: “A Roma por todo,” con cuyo motivo el Capitán O'Conell, que estaba en Mendoza con 79 hombres a las órdenes del Pres idente, las recibió de Segovia (que estaba licenciado por enfermo), para m archar al Sur a in corporars e al 1° de Línea, que s e hallaba en San Rafael. El motín había es talla do. Preguntado el Gobernador de Mendoza, “¿puede V. res is tir ocho días en la plaza?” Sí. Preguntado el Coronel Ivanows ky en Mercedes, “¿podría poners e en marcha en dos horas ?” Sí. He aquí la campaña de Mendoza. Ivanows ky llegó de San Luis con excelentes caballos a Mendoza, un día antes que Segovia de San Rafael, igualm ente bien montado. La cas ualidad hizo, dicen, que un Jefe del 1° de Caballería (s eis cientas plazas ) perdies e el caballo ens illado una noche y s e atrasas e otro tanto la divis ión en su m archa; pero la cas ualidad hizo tam bién que el Gobierno de Mendoza y el Coronel Ivanows ky le propus iesen ofrecer una 39 amnis tía al ejército sublevado, si reconocían y acataban la autoridad nacional, lo que dio ocasión al Presidente consultado, de declarar que no habría jam ás perdón ni am nistía para el Com andante Segovia, O'Conell y dem ás criminales . Al prim er dis paro del cañoncito de Ivanows ky, el General en Jefe ins urrecto con su Es tado Ma yor pus o pies en polvorosa, no de m iedo del im potente cañón, pues sus fuerzas eran superiores , sino de la horca, que le presentaban en perspectiva las reservas del Presidente. Es te acto moral que viene clas ificado bajo el rubro Diplom acia de la Guerra, no s olo decidió de la batalla, s ino que ahorró el derram amiento de sangre, inevitable en un com bate en que forman de am bos lados batallones y es cuadrones de línea. Muy ins tructiva es esta parte segunda de las m em orias de que dam os cuenta. Concluida la guerra de s ecesión en los Estados Unidos , el General Sherm an, el general Sickles y todos los que obtuvieron comandos separados, fueron som etidos a un Consejo de Guerra para dar cuenta de s u encargo. As í s e cons igue dejar cons ignadas en un proceso las razones que tuvo el General para adoptar tal o cual sis tem a de operaciones , responder a los cargos y dejar cons tancia para ins trucción del ejército, de los motivos determinantes. En el s ervicio militar se ve la orden a veces de palabra; pero la intención o aun las razones que la acons ejan, quedan en el s ecreto del General. Más s e ha agravado el inconveniente ahora con el us o del telégrafo, cuyas comunicaciones no quedan s iempre cons ignadas en el libro de órdenes . Un Senador de los que más contrariaban la política del Presidente, que m ás desprecio abrigaba por s us dotes militares, s e as ombraba al leer que el fusilamiento del Colegio con las ametralla doras, fue un acto de guerra m editado, neces ario e indis pens able, preguntando, ¡por qué ha aguardado diez años para explicar cosa que s alta a la vis ta! Renán s e es tuvo diez años s in dar su teoría s imia, de m iedo que le sacas en los ojos los Senadores cris tianos . La razón es un modo del intelecto; y haber intentado explicar entonces el hecho, hubiera s ido s uminis trar nueva arm as al ridículo de los que condenaron com o atentatoria, en la intención, a las libertades argentinas, la publicación en cas tellano de la décim a edición mandada hacer por el Pres idente Lincoln, de las Facultades y Poderes del Presidente de la República en guerra; y no obs tante decir el autor de la m oción para impedirlo, que no había leído el libro, la Cám ara por unanimidad cas i, negó los fondos para la publicación. Debía ser abominable, puesto que le gus taba al Presidente, com o debía s er un santo el Senador cuyo desafuero pedía el Juez federal, pues to que hacía la opos ición y conspiraba des caradamente. Es ta era la de lógica entonces . Y a propós ito de doctrinas y opiniones que tanta influencia tuvieron en las tentativas revolucionarias , por ignorar o no practicar los principios que rigen los actos del gobierno, el autor pretende que costaron quince m illones aquellas deplorables guerras , s implemente por no conocer las leyes de la represalia en la guerra, que no permiten que el enem igo, violando las leyes reconocidas por el derecho de gentes , tenga ventaja sobre su contendor. Bas te saber que m ientras el Gobierno Nacional compraba caballos hasta en el Brasil para proveer a las neces idades de la guerra de Entre Ríos , Jordán contaba con dos cientos mil, que s on los que existen en la Provincia, y cuyo us o nadie pretendía negarle. Los Generales del Ejército, los miem bros del Congres o, los publicis tas y has ta los minis tros, sos tenían la respetabilidad de los caballos y s u no participación en la insurrección 40 contra la verdad y la jus ticia. Una de las más interes antes dis cus iones está consagrada a este as unto en que entran los discurs os del Senado s obre actos irregulares del Pres idente que se apoya, en cuanto a repres alia, en la conducta del General Paz, lo que suscitó una torm enta de protes tas de Generales y contem poráneos negando el hecho, has ta que s e publicó la orden firmada de puño y letra para la ejecución, lo que los dejó como en mis a a todos . Ahora res ulta, sin embargo, que lejos de s er un hecho aislado, el General Paz procedía en virtud de un es tudio legal que le había s ido remitido de Chile, increpándole no emplear la repres alia, para contener por el terror la guerra que Ros as hacía a muerte, con sacrificio de víctim as ilus tres. Tenían, según se ve ahora, conocimiento de ello el Dr. D. Valentín Alsina, que aprobaba grandem ente la idea, y el General Garzón, que as eguró al Mayor Gainza, al servicio de Paz, que és te había pasado nota a Ros as des de Corrientes , denunciando la represalia, si no ces aban los degüellos habituales de pris ioneros de guerra por las fuerzas federales . Todavía el debate es llevado al gabinete de M. Thiers, a que el autor es llam ado en Francia al s aberse la ejecución del Em perador Maxim iliano, cambiando de plan de ataque en el discurs o que tenía preparado para la as amblea contra la política de Luis Napoleón en Méjico, des de que s e pers uadió que en virtud de la ley de la repres alia de guerra, Maximiliano había s ido legal y debidamente condenado a muerte. Cons eguiríase con es tos apuntes militares mos trar como la guerra científica mató la guerra ins tintiva, y com o s e aprovecharon todos los progresos que el país venia haciendo en vapores , ferrocarriles , telégrafos , forrajes cultivados, nacionalidad, etc., etc., para asegurar la tranquilidad pública. Si llegas e a dem os trars e tam bién que murieron las ideas anárquicas que s os tenían grandes oradores, m édicos o abogados , y aun m ilitares , que no tienen form a aceptada en nación alguna del m undo, puede esperarse que la publicación de la obra, íntegra, si llega a realizars e, sea un beneficio para el país . Los últimos actos militares del Gobierno de que fue Jefe el General Sarmiento, fueron la creación de la Es cuela Militar y de la Es cuela Naval, creando de todas piezas y bajo un plan adecuada al país , una m arina, después de haber renovado el armamento de todo el ejército con armas de precis ión, y la artillería de plaza que hizo traer y fue depositada en el arsenal de Zárate. En cuanto a fortificaciones , y no contando en el país con ciencia adecuada a la fuerza de los m isiles o al enorme calibre de la artillería m oderna, el período de su gobierno terminó antes que s e concluyesen las negociaciones principiadas para procurarse ingenieros de tal capacidad, que hubiesen de as umir la responsabilidad de adoptar un plan de defens a de nues tras cos tas , en pres encia de los poderosos cañones de que pudieran venir armadas m arinas hos tiles . Podría decirse de todo es te conjunto de creaciones , que fueron la ins piración de un viejo y experimentado Jefe de Es tado Mayor, que s on la última y m as bella página de s u foja de servicios .