Cuestiones y horizontes del pensamiento de Aníbal Quijano*

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LIBROS
ANA NIRIA ALBO
Revista Casa de las Américas No. 280 julio-septiembre/2015 pp. 148-151
Cuestiones
y horizontes
del pensamiento
de Aníbal Quijano*
148
U
na vez más se acerca Aníbal Quijano. El
público que lo ha leído y sobreleído, que ha
escudriñado todos los rincones de su propuesta
epistémica de una nueva mirada, de una mirada
descolonizadora, toma en sus manos un buen
cúmulo de sus trabajos.
El Consejo Latinoamericano de Ciencias
Sociales (Clacso) ha tenido a bien reunir en un
volumen de la colección Antologías, textos dispersos. Y precisamente ante una sala colmada de
cientistas sociales, y amantes de la indagación
en lo social, político e histórico de nuestra Abya
* Aníbal Quijano: Cuestiones y horizontes: de la dependencia histórico estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder, Danilo Assis Clímaco (sel. y pról.),
Buenos Aires, CLACSO, 2014.
Yala, Pablo Gentilli,
Secretario General
de Clacso, invitaba
al intelectual peruano-boricua, como él
mismo se califica, a
hablar de descolonización desde Puerto
Rico. Una paradoja
que indicaba hacia dónde iría el camino.
Los aplausos empezaron y supimos que sería
una tremenda tarde-noche. Desde ese mismo
grito liberador, Oscar López estuvo en la sala
y los cuarenta y tres de Ayotzinapa también. Y
entonces dialogó el maestro. Una propuesta de
subversión epistémica se nos acercaba en avalancha. Aunque lo habíamos leído, no es lo mismo cuando se escucha a viva voz. «Vivir adentro
y en contra, en una continua confrontación en
relación con la explotación y las relaciones de
poder» –dijo Quijano, y muchos nos preguntamos: pero, ¿cuál es la línea que nos lleva, cuál
puede ser nuestra esperanza? Y la respuesta lo
subvirtió todo. Debemos ser parte de esa construcción de un nuevo horizonte. Participar podría
ser la clave.
El propio autor antologado tendría la palabra.
El marco de exposición fueron conceptos nece-
sarios en el mundo de Quijano: heterogeneidad
histórico-estructural, colonialidad y descolonialidad del poder, fauna dominante, modernidad;
pero, además, como buen profesor, supo inspirar. Por eso no es un secreto que al tener en la
mano el volumen nos encontremos con textos
tan tempranos en sus ya más de cincuenta años
con el oficio del escriba, como «Dependencia,
cambio social y urbanización en Latinoamérica»
(1968), hasta los más recientes, «¿Bien vivir?:
entre el desarrollo y la Des/Colonialidad del
poder» (2010).
Danilo Assis Clímaco ha decidido con esta
entrega, partiendo del «carácter inquisitivo»
que la precede, agrupar los textos en cuestión
en tres grandes ejes: «Totalidad, heterogeneidad
histórico-estructural del poder y las tendencias
de la crisis raigal de la colonialidad global del
poder», «De la cultura política cotidiana a la socialización y descolonización del poder en todos
los ámbitos de la existencia social» e «Identidad
latinoamericana y eurocentrismo; el nuevo horizonte de sentido histórico y la descolonialidad
del poder».
De los textos se obtienen varias perspectivas
de análisis. Quizá la que resalte es la constante
atención que le presta como analista social a la
mirada holística e histórica de lo que se busca,
porque como expresa en varias ocasiones: «[...] el
conjunto no puede ser entendido fuera del marco
histórico que condiciona la situación global», o
como se cuestiona en el primer artículo acerca
del desarrollo urbanístico en la América Latina:
De un lado, aunque se reconoce el carácter
multidimensional del proceso, no es claro
cómo se articulan las varias dimensiones
posibles entre sí y con la sociedad global,
y el escollo suele conducir a privilegiar la
dimensión ecológico-demográfica, sin duda
porque esta es la de más impositiva presencia. De otro lado se investiga el fenómeno
como si ocurriera en sociedades aisladas o
autónomas, a pesar de que las sociedades
nacionales latinoamericanas son constitutivamente dependientes y, en consecuencia,
su legalidad histórica es dependiente [76].
Otro elemento a tener en cuenta y que destaca
el sociólogo desde ese primer texto de 1968 es
que la dependencia de los países latinoamericanos no es solo de carácter económico, sino que
además están sujetos a relaciones impuestas por
la estructura social y procesos de dominación
que exceden lo económico. En este sentido es que
se ha dicho en innumerables ocasiones que la
presencia de Quijano dentro de la Comisión Económica para la América Latina (Cepal) aportó
nuevas dimensiones y caminos a recorrer en el
análisis de la teoría de la dependencia, así como
decisivas polémicas que sobresalen en estos
textos entre el marxismo tradicional o clásico y
los nuevos marxistas latinoamericanos.
De ahí que polémicas en torno al ejército de
empleados, la plusvalía y el antagonismo tecnología vs. mano de obra obrera sean puestos
sobre el tapete desde aproximaciones en las que
la distribución del poder lo vertebra todo, como
se puede leer a continuación:
[...] no es la clase de recursos productivos,
la tecnología que se emplea, sino la clase
de intereses en cuyo beneficio se usan esos
recursos lo que está en la base del «problema del empleo», que ahora se agrava para
la masa mayor de la población de nuestras
149
sociedades. Esto no constituye problema
técnico para el régimen actual de producción,
esto es, para sus grupos dominantes [168].
Pero Quijano no se queda en los planteamientos
en relación con el desarrollo y sus procesos. Va
más allá e inicia el texto «Sobre la naturaleza
actual de la crisis del capitalismo (Primera conferencia)» publicado originalmente en el libro
editado por él mismo Crisis imperialista y clase
obrera en América Latina, de 1974, reflexionando
sobre los procesos de crisis del socialismo de los
países de Europa del Este y la necesidad apuntada
desde Lenin de generar una teoría revolucionaria
para la acción revolucionaria. También convoca a
lecturas y acciones contemporáneas de los procesos sociopolíticos de la región, idea que me parece
cada vez más certera, que pareciera haber calado
de forma honda en las gestas de un socialismo del
siglo xxi y que adquiere matices diferenciadores
desde las revoluciones bolivarianas, ciudadanas,
plurinacionales y del vivir bien de países antes
sometidos como Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Y como si pensara en esa esperanza despertada
varios años después expresa:
El socialismo, sin embargo, no es ya solo
una posibilidad teórica. Ha iniciado ya su
historia real en áreas decisivas del mundo, y a
pesar de sus dificultades, de su estancamiento y de su formación en unos lugares, o de la
incertidumbre de su desarrollo en otros, es su
presencia efectiva lo que, también, contará
decisivamente en el destino final de la crisis
del capitalismo [197].
Ya para la página 285 aparece lo que se ha constituido en el elemento central del pensamiento de
150
este cientista social: la colonialidad del poder.
El texto bajo el título «Colonialidad del poder y
clasificación social», que fuera parte de los ensayos recogidos en el volumen El giro decolonial:
reflexiones para una diversidad epistémica más
allá del capitalismo global por los compiladores
Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel,
refiere en primera instancia las diferencias entre
el concepto de colonialidad y el de colonialismo. El autor de los textos junto a Immanuel
Wallerstein de Americanity as a Concept or the
Americas in the Modern World System (1992),
precisa que la colonialidad, a diferencia del colonialismo, no se limita al ejercicio del poder de
un territorio sobre el otro, sino que se expresa
sobre todo en los terrenos de «la subjetividad
y sus productos materiales e intersubjetivos,
incluido el conocimiento», así como en «la
autoridad y sus instrumentos, de coerción en
particular, para asegurar la reproducción de ese
patrón de relaciones sociales» (289).
Por otra parte, en este mismo trabajo aparece
un análisis crítico de la evolución de las teorías
sobre las clases sociales en la cual la sistematización toma partido y en otras ocasiones rechaza
desde las grandes obras de Marx al respecto, 18
Brumario de Luis Bonaparte y El capital, hasta
textos de Saint-Simon, Weber, Carlos Linneo,
James L. Larson, Kautsky, Lenin y Lukács.
Su aproximación a las clases sociales parte de
subvertir el concepto y dirigirse a:
[...] la clasificación social se refiere a los
lugares y a los roles de las gentes en el
control del trabajo, sus recursos (incluidos
los de la naturaleza) y sus productos; del
sexo y sus productos; de la subjetividad y
sus productos (ante el imaginario y el co-
nocimiento); y de la autoridad, sus recursos
y sus productos [312].
En el eje tres identificado por el compilador
aparece reflejada la preocupación específica de
este pensador en torno a la colonialidad que es
aquella que relaciona dominación y cultura,
como el texto homónimo que se ubica en este
libro entre las páginas 667 y 690. Comprometida
propuesta la de Quijano en ese sentido: la búsqueda de una más amplia participación social,
«ni tan siquiera solo para juzgar, usar o rechazar
deliberadamente» sino para aquello que permita
sacar a la luz lo condenado por lo dominante.
En esa misma línea de pensamiento es que
sorprende a un lector acostumbrado a sus indagaciones sociológicas, leer «Arguedas: La
sonora banda de la sociedad», sobre la reflexión
realizada por Alberto Escobar acerca del tránsito
lingüístico en la obra del notable escritor peruano en la medida que fue cambiando la sociedad.
Acercarnos a otra visión de la obra arguediana,
hacia «una utopía de la lengua» (692), lleva a
Quijano a corresponderla con una «utopía de
la cultura y de la sociedad» que estaba también
en las letras del autor de Los ríos profundos y
que comporta «la intervención triunfante de lo
indio»1 en el proyecto de integración cultural.
Y en consecuencia, el último de los textos
aparecidos en este volumen de 859 páginas
está dirigido a argumentar por qué el Bien Vivir, Buen Vivir o Vivir bien, según el territorio
desde el que se hable, es la configuración de la
alternativa social a la colonialidad del poder.
1 José María Arguedas: «Razón de ser del Investigador»
en Alberto Escobar: Arguedas o la utopía de la lengua,
Lima, IEP, 1984, pp. 58-64.
Quijano parece haber escuchado al canciller
boliviano David Choquehuanca cuando desde
la Casa nos decía: «Queremos ser personas del
Buen Vivir, pero no nos interesa ser ricos. En
nuestro idioma no existe la palabra raza y tampoco la palabra pobre. Somos hermanos porque
nos alimentamos de la leche de la madre tierra,
que es el agua de la Pachamama».
Entonces en el libro se advierte toda una vida
en torno a la crítica social que alerta sobre cómo
la noción de raza ha naturalizado y legitimado las
relaciones de dominación que se iniciaron con
la conquista de esta, nuestra Abya Yala.
De esa cuasi necesidad vital de criticar, alertar
o abrir los ojos a la humanidad, es que nace la
categoría que acuñara en la década del ochenta
y que es, por un lado, caballo de batalla de teóricos poscoloniales, descoloniales; y por el otro,
tan desconocida en muchas áreas de desarrollo
del pensamiento social de la América Latina.
Lleva ya más de cincuenta años produciendo
un pensamiento crítico que choca perennemente
con sus propios límites. No los esquiva, sino
que los cuestiona. Su metodología es el análisis
histórico y se ha constituido en su arma principal
a la hora de convencer. Sin embargo, no abandona el carácter holístico de su ciencia madre.
Problematiza e interpela desde la interacción de
diferentes ciencias: la sociología, la historia, la
politología y la antropología social.
Y precisamente, Quijano se mueve por esas
líneas convenciendo acerca de que la revolución
social en la América, esa de la que hablara tanto
nuestro Che, solo tendrá cumplimiento de sus
objetivos totales una vez que sea «lavada de la
subjetividad de la especie la idea de raza». He ahí
el camino para que no se repitan ni Charleston,
ni Ferguson, ni Baltimore. c
151
LORENA SÁNCHEZ
Narrativa made
in Chile: Jeftanovic
y su laboratorio
de la siquis humana*
Revista Casa de las Américas No. 280 julio-septiembre/2015 pp. 152-154
L
152
o advierto: No aceptes caramelos de extraños
(Casa de las Américas, 2014) no es un libro
para escrupulosos. No es ni siquiera un volumen para quienes prefieren ladear el rostro ante
la muerte, ante el miedo, o los que critican acérrimamente los archiconocidos tabúes sociales.
Porque quien se acerque a la narrativa de Andrea Jeftanovic –una chilena judía que en algún
momento de su vida decidió estudiar sociología
y mucho tiempo después se lanzó a escribir
su primera novela Escenario de guerra (Alfaguara, 2000), comenzando así su andar por las
letras– debe despojarse con anterioridad de todo
pensamiento decimonónico o atenerse luego a
las consecuencias.
Para adentrarse en el mundo jeftanoviano es
necesario leer primero el relato que da inicio
al volumen. Si «Árbol genealógico» no genera
escozor, si la historia incestuosa funciona como
un cubo de agua fría en la mañana, entonces
podremos continuar. Aun cuando un cuento
censurado en Alemania y los Estados Unidos
por considerarse una «apología de la pedofilia»
resulte difícil de digerir, Jeftanovic, en el me* Andrea Jeftanovic: No aceptes caramelos de extraños,
La Habana, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2014.
jor estilo de la literatura
contemporánea, seduce
al lector de tal manera
que en algún momento
de la narración logra que
este se encariñe con los
personajes, con su devenir y, sobre todo, con su
padecer.
Ciertamente en esta
oportunidad la autora
chilena se adentra en una historia quizá universal, edípica y tan antigua como la tragedia griega
misma, pero no por ello menos atractiva. Acude,
además, a un narrador en primera persona para
develarle –sicoanálisis mediante– las maneras
que encuentran un padre y su hija para repoblar
una sociedad que, amén de cualquier reproche,
se le antoja moralista o demasiado hipócrita. Así,
la preocupación por concebir un nuevo linaje, un
nuevo mundo, se vuelve recurrente en el relato,
y nociones como la endogamia, el amor filial y
en última instancia el amor de pareja se reiteran
como hilo conductor.
Hay en «Árbol genealógico», además, un
símbolo que el lector bien entrenado sabrá
distinguir en algunos de los textos restantes: la
ciudad como epicentro de la civilización. Este
elemento se torna escenario fundamental en los
discursos de algunos personajes; tal vez por esa
obsesión de la escritora hacia la precariedad de
la sociedad que se refleja con mayor énfasis en la
vida citadina y desarrollada.
Pero si «Árbol genealógico» funciona como
la génesis de la experimentación narrativa de
Jeftanovic, es en «Marejadas» –segundo cuento– donde la autora entra en un estadío superior
de su poética. A partir de un lenguaje intimista,
que caracteriza a los once relatos congregados en
esta obra, muestra una relación sui generis entre
la vida y la muerte al complejizar la estructura
narrativa para dar paso al plano de las imágenes,
a la introspección del narrador-personaje, a ese
ir y venir entre los pensamientos y lo concreto, complicándole al lector la secuencia de la
historia. Y es que la autora, recursos literarios
mediante, yuxtapone realidades y escenas: a la
fantasía de ambos padres por procrear al hijo
en estado vegetativo se le asocia también su
infancia, los síntomas del cuadro clínico, el instante en que les comunican que el muchacho ha
muerto. Todo ello en un rejuego constante con
el mar, el oleaje, el naufragio, para llegar a ser
finalmente una historia demoledora.
Llegado a este punto, el lector de No aceptes
caramelos de extraños bien podría detener la
lectura. Pero no lo recomiendo. Los relatos
iniciales son una carta de presentación de su
autora, a quien le interesa retratar o ficcionalizar
la complejidad de las relaciones humanas, de
los vínculos entre padres e hijos y poner a sus
personajes a dialogar con situaciones extremas
para desconstruir el tejido social. E insisto en el
verbo ficcionalizar porque ciertamente Andrea
Jeftanovic ha declarado en disímiles ocasiones
que muchos de sus cuentos son producto de la
realidad, pues fueron escritos a partir de entrevistas o noticias esparcidas por la prensa.
No obstante, en «Primogénito» asoma un nuevo personaje central. Si bien hasta el momento
las historias habían sido tejidas a través del punto
de vista de los padres, en esta oportunidad, al
igual que en «La necesidad de ser hijo» y «Tribunal de familia», son sus descendientes los
protagonistas. Los celos perversos de un niño de
siete años hacia su hermanita recién nacida; la
vida cíclica de un hijo que termina pareciéndose
a la de sus progenitores; y la historia de una niña
abusada, son el leitmotiv fundamental de estos
tres relatos que nos develan nuevamente no solo
acontecimientos reales, sino además emociones
y sentimientos que persisten en la siquis humana
desde que somos pequeños. De esa manera Jeftanovic penetra en los secretos mejor guardados
de sus personajes.
Es en «Medio cuerpo afuera navegando por
las ventanas», «Mañana saldremos en los titulares» y «La desazón de ser anónimos» donde
el hiperrealismo de los relatos y las temáticas
que hasta ese momento habían caracterizado al
volumen se tornan diferentes. Estos tres cuentos
dejan a un lado la relación padre e hijos para
adentrarse en las –hasta cierto punto– controvertidas relaciones de pareja, donde el sexo
entre dos desconocidos, la desesperación ante
el próximo encuentro, la infidelidad, un matrimonio corrompido por la rutina, la tecnología
como tabla de salvación, el morbo, el deseo, el
vínculo inesperado entre la amante y la esposa
de un hombre casado, son solo esquirlas de una
narración desgarradora que nos hace sentir el
mundo interior de sus protagonistas.
Literatura made in Chile, No aceptes caramelos de extraños tiene también su dosis de
escepticismo, de abandono, ciertos residuos de
soledad y zozobra. «En la playa, los niños...»,
única historia narrada en tercera persona, y el
relato homónimo del volumen arrastran en sí un
sentimiento de pérdida que, aun cuando impregne al resto de los textos, se hace más agobiante
aquí. La pérdida como azar de la vida, o más
bien como alternativa a la vida. Una pérdida
que se nos hace más soportable en «Hasta que
se apaguen las estrellas», el cual funciona no
153
Revista Casa de las Américas No. 280 julio-septiembre/2015 pp. 154-157
solo como cierre sino como catalizador a tanta
angustia, porque incluso cuando el escenario
propicio para la narración sea un hospital, aunque el padre moribundo nos deje sin aliento, el
final del cuento resulta esperanzador.
Y es que de alguna manera Andrea Jeftanovic,
quien con este libro obtuviera el Premio del
Círculo de Críticos de Arte de Chile en 2011 a
la mejor obra literaria, nos trae personajes que
no nos son ajenos, historias cercanas, dolorosas,
mediante una prosa y estética literaria excepcionales, que la convierten en una de las autoras más
importantes dentro de la escena literaria chilena
y, por qué no, de Latinoamérica. c
154
SUSEL GUTIÉRREZ TORRES
La utopía inconclusa;
el sueño eterno*
E
n 1992, el narrador y periodista argentino
Andrés Rivera se alzaba con el Premio Nacional de Literatura en su país por La revolución es
un sueño eterno, novela evocadora y simbólica
que bajo la forma de un diario íntimo recupera
el pasado histórico a través de los recuerdos de
Juan José Castelli, personaje protagónico con
base en un referente del siglo xix en el Río de
la Plata.
Aun después de veinte años, gana el elogio de
la crítica y los lectores por conseguir el indeleble
retrato de un hombre que, desde una lúgubre
pieza sin ventanas, repasa su vida mientras
un cáncer lacera su lengua. Perdida el habla,
amenazado por el fracaso del proyecto de patria
que defendió y asediado por falsas acusaciones,
sobre un pupitre de escolar escribe sus memorias
en dos cuadernos de tapas rojas donde se funden
presente y pasado, ilusión y realidad.
Reacio a clasificaciones y taxonomías, en este
texto confluyen rasgos de la novela histórica,
la nueva novela histórica y la autobiografía,
privilegiando la subjetividad y una visión más
humanizada de los personajes históricos, que se
mezclan con creaciones ficcionales y adquieren
jerarquías distintas. Y es que Rivera no narra
la Historia, sino las historias individuales que
* Andrés Rivera: La revolución es un sueño eterno, La
Habana, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2014.
necesariamente integran esa otra
con mayúscula. De ahí que sea
precisamente Castelli el centro de
gravitación de la obra, y no Manuel
Belgrano o Mariano Moreno, figuras
más reconocidas de la Revolución
de 1810.
La selección del diario íntimo
como estructura base del relato favorece la reflexión, privilegia un lugar
para los pensamientos del que escribe y le permite incluso en ocasiones cuestionarse
la veracidad de lo escrito, en tanto proviene de
esa mirada particular con que la memoria media
entre el presente y los recuerdos.
Dispuesta en dos Cuadernos, divididos a su
vez en pasajes numerados pero carentes de orden
cronológico, y un Apéndice, La revolución…
emplea de forma marcadamente visible la fragmentación como recurso, acentuando la coexistencia de diferentes puntos de vista e imágenes
en la conformación de todo relato, sea histórico
o ficcional. Incluso la voz narrativa se escinde: al
Castelli que desde la primera persona reflexiona
o escribe compulsivamente en cuadernos y hojas
dispersas, se suman una voz en tercera persona
y algunos comentarios de amigos y personajes
femeninos. Completa el cuadro una instancia
externa al tiempo de la novela, que emerge en
las biografías contenidas en el Apéndice, síntesis
de la vida de los contemporáneos del distinguido
tribuno de Mayo.
Si el desorden cronológico se advierte en la
distribución misma de los pasajes, es en la superposición de tiempos en una misma oración
donde alcanza su máxima expresión, como
puede verse, de tantos, en estos dos ejemplos
que combinan pasado-presente-futuro en unas
pocas líneas: «Castelli, que no tiene
apuro, escribirá, esa noche, que vio
a sus jueces orar al Eterno Padre...»
(64). «(Hable, Castelli, por nosotros,
le dijeron; en esa noche de mayo, sus
camaradas, y otros, ahora lo sabe,
que iban a morir, y que él, Castelli,
nunca conocería.)» (24).
Mención aparte merecen los cuatro
personajes femeninos que intervienen en la obra: históricos los dos
primeros, la esposa María Rosa Lynch, y la hija
mayor Ángela Castelli; además de sus amantes,
Irene Orellano Stark, y Belén, la mulata esclava,
quien será la encargada de conservar y editar los
cuadernos de tapas rojas. Es quizá en su interacción con estas mujeres donde mejor se aprecian
las dudas y contradicciones de un Castelli que
no halla la forma de conciliar al político con el
hombre, o al padre con el revolucionario. De ahí
que la oposición al matrimonio de su hija con un
miembro del partido contrario cree una distancia
insalvable entre ambos que lo lleve a rogar por su
presencia al final de sus días: «Ángela. Ángela.
Por favor, Ángela» (141).
Paralelamente a estos núcleos narrativos y al
concierto de voces que los articulan, se intercalan con naturalidad fragmentos de cartas, títulos
de libros, actas del juicio celebrado contra quien
fuera el representante de la Primera Junta en el
Ejército del Alto Perú, un inventario/testamento,
discursos y citas, lo que enfatiza el carácter polifónico de un conjunto que desde sus primeras
páginas exhibe otro recurso que lo atraviesa en
su totalidad: la reiteración.
Sin entorpecer el ritmo de lectura, se repiten
fórmulas, ideas, oraciones, sentencias, en un
intento por trasladar al manuscrito las caracte155
rísticas propias de la oralidad, muy a tono con
un personaje que fue llamado en una época el
Orador de la Revolución. Este detalle es clave
para entender la sicología de Castelli, quien
se mueve entre fases antagónicas de su vida:
llena de seguridad y optimismo una, cuando
convertido en vocero de un proyecto y una generación, su palabra le otorgó el poder; plagada
de incertidumbre y pesimismo la otra, cuando
irónicamente despojado de su voz, se resigna al
desencanto:
Escribo: un tumor me pudre la lengua. Y el
tumor que la pudre me asesina con la perversa lentitud de un verdugo de pesadilla
[...]. // Y ahora escribo: me llamaron –¿importa cuándo?– el orador de la Revolución.
Escribo: una risa larga y trastornada se enrosca en el vientre de quien fue llamado el
orador de la Revolución. Escribo: mi boca
no ríe. La podredumbre prohíbe, a mi boca,
la risa. // Yo, Juan José Castelli, que escribí
que un tumor me pudre la lengua, ¿sé, todavía, que una risa larga y trastornada cruje en
mi vientre, que hoy es la noche de un día de
junio, y que llueve, y que el invierno llega
a las puertas de una ciudad que exterminó
la utopía pero no su memoria? [11].
Castelli sabe que las revoluciones se hacen palabras, y que las palabras pueden ser empleadas
como armas. Tienen la fuerza para determinar
el curso de la historia antes que esta suceda,
o de cambiar su memoria una vez que ya ha
transcurrido. La enfermedad ha hecho su parte,
el juicio otro tanto. Incapaz de hablar, con un
muñón purulento por lengua, el antaño orador
encuentra en la escritura un vestigio de la auto156
ridad perdida. Transcribe las conversaciones que
sostiene, o acaso las que imagina, en un esfuerzo
por documentar sus recuerdos. Y a medida que
se van llenando las páginas en blanco de los
cuadernos de tapas rojas, asistimos al deterioro
progresivo de la salud de Castelli, cuya letra
inicial, «apretada y aún firme» (19), da paso a
una caligrafía «angulosa, frágil, de viejo» (124),
que traza una retrospectiva de su vida:
Voy a morir. Y no quiero. NO QUIERO
MORIR, escribe Castelli con letras mayúsculas. No quiero, escribe Castelli, en una pieza
sin ventanas, su cuerpo que dispara palabras
contra la soledad que se termina [...]. // No
planté un árbol, no escribí un libro, escribe
Castelli. Solo hablé. ¿Dónde están mis palabras? No escribí un libro, no planté un árbol:
solo hablé. Y maté. // Castelli se pregunta
dónde están sus palabras, qué quedó de ellas.
La revolución –escribe Castelli, ahora, ahora
que le falta tiempo para poner en orden sus
papeles y responderse– se hace con palabras.
Con muerte. Y se pierde con ellas [36-37].
Pero la novela en sí misma constituye una
retrospectiva en la que se cruzan desordenadamente episodios públicos y privados de la
vida de Castelli. Anécdotas sobre la lealtad de
los amigos, la deslealtad de los traidores, sus
relaciones familiares y su trato con las mujeres
se combinan con el lastre de la enfermedad,
dudas existenciales, hazañas revolucionarias y
preguntas sin respuesta.
Estas últimas tienen un peso notable ya que
sustentan la construcción de varios pasajes, y
si bien algunas adoptan un tono francamente
retórico, otras parecen buscar una respuesta que
trascienda sus páginas, como la del enigmático
apartado que cierra el segundo cuaderno: «Entre
tantas preguntas sin responder, una será respondida: ¿qué revolución compensará las penas de
los hombres?» (142).
Una interrogante cierra la novela. Cual círculo
perfecto, esta complementa líneas de pensamiento anteriormente esbozadas:
[...] me acojo al sueño eterno de la revolución... Te escribo, el sueño eterno de la revolución sostiene mi pluma, pero no le permito
que se deslice al papel y sea, en el papel,
una invectiva pomposa, una interpelación
pedante o, para complacer a los flojos, un
estertor nostálgico. Te escribo para que no
confundas lo real con la verdad [105].
Castelli le escribe a un amigo. Y lo hace sin
confundir lo real con la verdad. Aun ante la
cercanía de la muerte, no sorprende que esa
Revolución que asoma desde el título mismo,
se eleve a la altura de símbolo y se convierta
en la fuerza impulsora que anima su pluma, en
busca de una forma última de prolongar la utopía
inconclusa, el sueño eterno. c
Pedro Alcántara (Colombia): Aquí llueve sangre, 1965. Tinta/ papel, 25 x 32,5 cm
157
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