Tipo de documento: Capítulo de libro Autor: Roberto Regalado Título del libro: América Latina entre siglos: dominación, crisis, lucha social y alternativas políticas de la izquierda (edición actualizada) Editorial: Ocean Sur Lugar de publicación: México D.F. Año de publicación: 2006 Páginas: 145-150 Temas: Política exterior, Debate político e ideológico, Fuerzas políticas, Movimiento social popular, Historia, Sistema de dominación, Sociedad e ideología Revolución y contrarrevolución en los años sesenta El triunfo de la Revolución Cubana el 1ro. de enero de 1959 marca el inicio de uno de los período más recientes de la historia de América Latina. A partir de ese acontecimiento, la década de 1960 se caracteriza por la ofensiva del imperialismo norteamericano destinada a destruir al primer Estado socialista del continente, y por el empleo de las dictaduras militares de «seguridad nacional» con el fin de contener la lucha popular en el resto de la región e imponer un nuevo sistema de dominación continental. La agresividad imperialista se multiplica porque, al calor de la victoria de Cuba, poco después aparecen movimientos guerrilleros en Perú, Nicaragua, República Dominicana, Venezuela, Guatemala y Argentina, ninguno de los cuales, sin embargo, logra sobrevivir. Durante sus primeros años, la política anticubana del gobierno de los Estados Unidos incluye la invasión de Playa Girón (1961),[1] las sanciones decretadas por la OEA en la reunión de Punta del Este (1962), la colocación del mundo al borde de la guerra nuclear durante la Crisis de Octubre (1962), los ataques terroristas lanzados por mar y aire desde el territorio estadounidense y de terceros países, unido a la organización, el financiamiento y la dirección de movimientos contrarrevolucionarios urbanos y rurales, cuyo fracaso conduce desde finales de los años sesenta, al mantenimiento a largo plazo de sus componentes de bloqueo económico, aislamiento internacional y amenaza de agresión militar, periódicamente actualizados e incrementados. En medio del auge de las luchas populares latinoamericanas inspiradas en la victoria de Cuba, el imperialismo norteamericano decide deshacerse de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana, cuyo anacrónico régimen no resulta compatible con el rostro «amable» del que se pretende dotar a la contrainsurgencia durante la presidencia de John F. Kennedy, ni tampoco con el esquema de dictadura militar de nuevo tipo que de manera desembozada se comienza a aplicar a partir del asesinato de Kennedy y el inicio del mandato de Lyndon B. Johnson. La hostilidad contra Cuba y la necesidad de deshacerse del tirano Trujillo son utilizados por el imperialismo norteamericano para afianzar el papel del Sistema Interamericano como mecanismo de injerencia e intervención, mediante la afirmación del apoyo colectivo a la democracia representativa, la creación de un Comité Consultivo de Seguridad y la fachada facilitada por la OEA para transformar la invasión unilateral de los Estados Unidos a República Dominicana (1965) en una ocupación militar y una negociación de carácter «panamericano». La ruptura de Cuba con el sistema de dominación continental, que en abril de 1961 demuestra ser una ruptura con el sistema capitalista, compulsa al gobierno estadounidense a promover la reafirmación del apoyo «colectivo» a la democracia representativa en las Reuniones de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA celebradas en Santiago de Chile (1959) y San José (1960). La nueva definición entra aún más en contradicción con el principio de no intervención que las formulaciones empleadas en 1954 contra el gobierno de Arbenz. Para ello se apoya de manera oportunista en el desprestigio de la dictadura de Trujillo. Sin embargo, ni siquiera el gobierno de Kennedy, se apega a la política por él mismo proclamada de romper las relaciones diplomáticas y suspender la ayuda económica y militar a los gobiernos establecidos por medios «no democráticos». En su defecto, opta por realizar un análisis casuístico de los golpes de Estado ocurridos después del triunfo de la Revolución Cubana, política diferenciada que conduce a la aplicación de sanciones contra Perú (1962), Guatemala (1963), República Dominicana (1963) y Honduras (1963), pero no contra Argentina (1962) ni Ecuador (1963), en estos últimos dos casos por tratarse de golpes de Estado que derrocan a gobiernos civiles que se habían abstenido en la votación de las medidas contra Cuba aprobadas por la OEA en Punta del Este. A pesar de los avances reales –pero todavía incipientes y limitados– en la utilización de la OEA como mecanismo de dominación, el llamado Sistema Interamericano no desempeña el papel principal en la «pacificación» de América Latina. Aunque se efectuaron varias propuestas para que fuese el promotor de un desarrollo latinoamericano ajustado a las pautas generales establecidas por la CEPAL, cuando el presidente Kennedy las asume con fines contrainsurgentes en la Alianza para el Progreso, lo hace de manera sesgada. Si bien ese programa duplica el crédito público de los Estados Unidos a la región, no logra convertirse en estímulo para los flujos de inversiones externas, ni tampoco para el ahorro interno. La estrategia contrainsurgente recae en las dictaduras militares, apoyadas mediante el entrenamiento, el asesoramiento y el equipamiento otorgado por las fuerzas armadas de los Estados Unidos, ejecutado por medio del Programa de Asistencia Militar (PAM). Ese programa incluye la donación de material militar, la venta de armamentos a bajo costo, el entrenamiento de oficiales y la dirección encubierta de las operaciones contrainsurgentes desarrolladas por las misiones militares estadounidenses, a las que se suman los cursos impartidos en la Academia Internacional de Policía, el control de los órganos locales de seguridad por parte de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Buró Federal de Investigaciones (FBI), todo ello unido al uso de grupos paramilitares. El presidente Johnson (1963■1969) proclama el derecho del gobierno estadounidense a intervenir en los asuntos internos de cualquier país latinoamericano cuando considere amenazado su «interés nacional». En su aplicación resalta la violencia militar empleada, en enero de 1964, para reprimir en Panamá una manifestación que reclama el establecimiento de la soberanía nacional en la Zona del Canal, la intromisión en las elecciones chilenas de 1964 para promover el triunfo del demócrata cristiano Eduardo Frei Montalva frente al socialista Salvador Allende, la intervención militar de abril de 1965 en República Dominicana, y el apoyo a los golpes de Estado ocurridos en Brasil contra el presidente João Goulart (1964), en Bolivia contra el presidente Víctor Paz Estensoro (1964) y en Argentina contra el presidente Arturo Ilía (1966). Durante ese período funcionan los gobiernos contrainsurgentes de Raúl Leoni en Venezuela (1963■1967), Fernando Belaunde en Perú (1963■1968); León Valencia (1962■1966) y Carlos Lleras Restrepo (1966■1970) en Colombia; Julio Rivera (1962■1967) y Fidel Sánchez Fernández (1967■1972) en El Salvador, y Oscar Egido (1966■1967) y Jorge Pacheco Areco (1968■1971) en Uruguay. Especial importancia tiene la dictadura militar brasileña implantada en 1964 a raíz del golpe de Estado contra el presidente João Goulart porque se convierte en el prototipo de las dictaduras de «tercera generación», que proliferan en América Latina durante los años sesenta, setenta y ochenta. Se trata de un esquema diferente a las dictaduras caudillistas que brotaron de la debilidad de las entonces recién surgidas repúblicas latinoamericanas tras la independencia de España y Portugal, y también a las dictaduras impuestas por el imperialismo norteamericano en la Cuenca del Caribe en las primeras décadas del siglo XX. La dictadura militar de nuevo tipo que impera en la región entre las décadas de 1960 y 1980, tiene un carácter institucional y está concebida para ejercer el poder de las armas como el único capaz de imponer la reestructuración política, económica y social que el imperialismo norteamericano necesita para afianzar su sistema de dominación continental. La represión desatada por las dictaduras militares de «seguridad nacional» no se limita a aniquilar a las organizaciones revolucionarias que practicaban la lucha armada, sino que se extiende a la destrucción de los partidos políticos y organizaciones populares de izquierda y, en muchos casos, también de centro y de derecha. Eso es comprensible porque no solo se trata de conjurar la «amenaza del comunismo», sino también de servirse de ella para arrasar los remanentes del desarrollismo y de su expresión política, el populismo. Es conocido que no todos los países de América Latina fueron gobernados por dictaduras militares en ese período, pero resulta innecesario fundamentar que ellas sentaron las pautas de la reestructuración neoliberal aplicada a partir de finales de la década de los setenta en toda la región. Como reacción contra las dictaduras militares y los gobiernos civiles autoritarios, en la segunda mitad de los años sesenta se produce un repunte de la lucha armada revolucionaria. Este es el momento en que opera en Bolivia, entre abril y octubre de 1967, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), encabezado por el comandante Ernesto Che Guevara, algunos de cuyos sobrevivientes intentan reeditar su experiencia entre 1968 y 1970. Esa es también la etapa de nacimiento, resurgimiento o auge de los siguientes movimientos revolucionarios: en Nicaragua, el Frente Sandinista de Liberación Nacional; en Argentina, los Montoneros, las Fuerzas Armadas Peronistas, Fuerzas Armadas Revolucionarias, el Partido Revolucionario del Trabajo y el Ejército Revolucionario del Pueblo; en Uruguay, el Movimiento Nacional de Liberación Tupamaros; en Brasil, el Movimiento Revolucionario 8 de Octubre, Vanguardia Popular Revolucionaria y Acción Liberadora Nacional, esta última encabezada por Carlos Mariguela; en Colombia, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, el Ejército de Liberación Nacional y el Ejército Popular de Liberación (EPL); en México, el Movimiento de Acción Revolucionaria y el Frente Urbano Zapatista y, en Puerto Rico, los Comandos Armados de Liberación y el Movimiento Independentista Revolucionario. En estos años se también producen los golpes de Estado nacionalistas y progresistas de Juan Velasco Alvarado en Perú (3 de octubre de 1968) y Omar Torrijos Herrera en Panamá (11 de octubre de 1968). En medio de este auge generalizado de las luchas populares, se celebran en Cuba la Conferencia Tricontinental (1966) y la primera Conferencia de Solidaridad con los Pueblos de América Latina (1967).[2] Cuando el 20 de enero de 1969 toma posesión de la presidencia de los Estados Unidos, Richard M. Nixon está convencido de la necesidad de emprender una reevaluación de los medios y métodos de la dominación imperialista sobre América Latina. Con tal propósito encarga al gobernador del estado de Nueva York, Nelson A. Rockefeller, que encabece la gira de una comisión mandatada para recopilar información y elaborar propuestas. El 30 de agosto de 1969 esa comisión emite el informe titulado La calidad de la vida en las Américas o Informe Rockefeller.[3] La Comisión Rockefeller llama a establecer una «relación de auténtica asociación», en la cual «Estados Unidos debe determinar su actitud hacia acontecimientos políticos internos de manera más pragmática», «trasladar una creciente responsabilidad por el proceso de desarrollo a las otras naciones americanas [por vías multilaterales]» y «decidir en qué forma sus intereses son afectados por la insurgencia y subversión de otras partes del hemisferio y la medida en que sus programas pueden y deben ayudar a satisfacer los requisitos de la seguridad de sus vecinos».[4] Con relación a la OEA, el Informe Rockefeller no denota que existiese entonces una intención de reestructurar y refuncionalizar a esa organización. Notas [1] En abril de 1961 el presidente John F. Kennedy autorizó la invasión a Cuba por parte de una fuerza militar contrarrevolucionaria organizada por su predecesor, Dwight Eisenhower, con un esquema similar al utilizado en 1954 contra la Guatemala de Jacobo Arbenz, concebido para enmascarar la agresión estadounidense tras la fachada de una supuesta acción protagonizada por fuerzas de la propia nación agredida. [2]Véase Luis Suárez Salazar: ob. cit., p. 293. [3] Nelson A. Rockefeller: «La calidad de la vida en las Américas», Documentos No. 1, Centro de Estudios sobre América, La Habana, 1980. [4] Ibídem: p. 23.