OFF-ON Al as seis de la mañana escucho el sssssss… del periódico deslizándose por la ranura de la puerta. A esa hora, si no me enrrumbé la víspera, estoy calentando la leche para el café de Tomás. Apúrale que vas a llegar tarde. Generalmente coincide con el minuto de silencio que le doy a mi radio de pilas mientras difunde el himno nacional. Sirve también para conmemorar la dosis de muertos que acaban de enumerar los señores de la radio. Seguramente ya le he mentado la madre más de tres veces a Juan Gossain, a Darío Arizmendi y a Julio Sánchez Cristo. Melodramáticos, mentirosos, zalameros. Pantalleros, publicistas del reino. Qué terrible condena, soy un adicto a las noticias. Me encantaría mandarlos para la mierda, pero no logro contener el gesto del dedo indice derecho que lleva el botón del OFF al ON. Desde hace veínte días cuando volvió a ser un diario me agacho inevitablemente a las seis de la mañana a recojer El Espectador. Ojeo los titulares. Asocio con lo escuchado. Está servido, mijo. Ya voy, papi. Y regreso a la cama para esconderme del frío, embalsamarme entre cobijas y devorar los millones de letras matinales. Mi adicción a las noticias ha empeorado. Leo y escucho noticias al mismo tiempo. A veces cierro los ojos y de inmediato sueño. Los paisajes de mis vivencias y mis personajes cercanos coprotagonizan nuevas versiones de los hechos diarios y llamo desesperadamente a un jefe de noticias para que las difunda. Repentinamente despierto acongojado. Me consuelo buscando las notas editoriales. Estas por lo menos piensan, denuncian…pienso yo. Denuncian tanto que ya nadie les para bolas. Yo. Nosotros. Ellos. Tema para conversar con los amigos durante el día. Para insultar. Para desahogarse de esa sinsalida en la que vivimos. ¿Viste la de ese hijueputa senador paraco? ¡Ese malparido del Uribe qué se está creyendo! Sí , lo sabemos, se cree hijo de Dios. El Elegido por todo el partido conservador, por todos los grupos paramilitares que veneran su imagen y política, por todos los políticos liberales que tienen buenas fincas y todas las señoras decentes de la patria. El Designado por mi mamá, por la de Arizmendi, por el papá de Sánchez Cristo y por la bondad intrínsica de Gossaín. El bueno. Tan bueno como Bush. Tan guerrero como los asesores del otro, como los mejores espadachines de las cruzadas. Y este trío de locutores trina sus himnos al emperadorcito bravucón. Lamenta los muertos dependiendo del bando del que provienen. Las madres de los muertos son las que lloran, no importa el bando. Por fortuna existe El espectador. Denuncian todo. Le dicen todo a todos. Pero en este país no pasa nada. ¿Nada? ¿Qué pasaría si no pasara nada? ¿Si no se mataran, masacraran, robaran, estafaran, violaran, engañaran, destrozaran, excomulgaran, pisotearan, asediaran, exterminaran, fumigaran, desventraran, apuñalearan, embaucaran? ¿Qué sería de este país sin la necesidad de una noticia? ¿ Si los programas matinales fueran transmisiones de silbidos de transeúntes tranquilos caminando hacia la piscina? ¿Ecos de pasos o ronquidos de señores sin afanes con sus manitas serenas sobre el coche en sus mecedoras? ¿Ruiditos de firmas recibiendo su honrada mesada? ¿Puertas de carros cerrándose para partir de vacaciones? Qué sería de mi vida sin azarosos acontecimientos, inundaciones, terremotos, diluvios, incendios, despeñadas de buses, magnicidios, intoxicaciones, redadas y emboscadas, atracos a mano limpia, enguantada, mutilada, impactos de esquirlas, brazos, piernas , cabezas desintegradas por minas quiebrapatas, quiebra casas, quiebra todo. ¿Qué sería sin ese album de políticos, políticas, barrigones, tetonas, hampones, culonas, bravucones, retrecheras, sínicos, soplonas, manipuladores, ramplonas, cohecheros, prevaricadoras, falsificadores, azuzadoras, que veo de perfil, de frente, de mediolado, caminando, trotando a la salida de la fiscalía, del restaurante, del senado, del club, de la sala de belleza, de la misa? Qué sería, qué sería... Todavía no sé si me gustaba más cuando salía sólo los domingos. Los periodistas tenían tiempo para investigar.Y era tan gordo que a veces me duraba hasta el jueves. Ahora se deslizan los antídotos contra el terror. Sale la nieta de Botero con su pintica de gomelita a régimen que nunca olvidará las visitas de todos los veranos a la finca de su papito el pintagorditas en Italia. Que no se les ocurra darle espacio a Montoya. No desprestigien los montallantas. Qué ídolo tan maluco. ¿Tienes plata, papi? Le doy cinco mil pesos al hijo. Que te vaya bien. Me quedo resbalando entre las voces multicoloras de mi radio. Ese seséo del paisa sentido, ese ahorro de eses del turco anecdótico, ese masticar de palabras gomelas del chico bien de todos los nortes bogotanos. Tras el golpe del portón habla inevitablemente un ministro. Habla en nombre de Dios y de la democracia y de todo el bien que para todos los colombianos está realizando con su santo patrón. No se incluye a los narcotraficantes ni terroristas, por supuesto, ni a los estudiantes, ni a los sindicalistas, ni a los que no respondan a su letanía “métalos a la cárcel, mi general”. Amén. Viene a la memoria que ese mismo ministro tiene pendiente una denuncia, o dos, o tres, que sus socios politicos están siendo investigados por nexos con los paramilitares que son narcotraficantes y terroristas, por malversación de fondos, por irregularidades en las votaciones que le dieron su curul. Nadie votó por él. Es inocente. Somos todos inocentes. El culpable es el mundo. Antes echaba lava, ahora lanza bocanadas incontrolables de noticias. Y a algunos les caen envueltas en oro. A Gossaín, a Sánchez Cristo, a Arizmendi. A mí me llegan impresas en papel para envolver el día. Antes utilizaban ese papel para envolver las papas o la carne. Traigan el periódico que se quebró un vaso, decía mi madre. Corría a humedecerlo, se volvía una bola, la rodaba sobre la viruta de vidrio esparcida en las baldosas. Pásela por el rincón mijo, allá hay un cristalito, no camines a pie limpio, te puedes cortar. Las noticias me rayan los ojos y el alma. Quiero apagar el radio. Hace frío. No son suficientes las cobijas. Me provoca envolverme en el periódico. Como aquella vez a las cuatro de la mañana, orinando en el alto de Letras. Qué frío. Y las noticias enfrían el alma. Vuelvo a apagar los ojos sin tener que pasar por el gesto del dedo. Los párpados son como el inalámbrico del ON- Off.