El analista en formación: ¿construyendo identidad?

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EL ANALISTA EN FORMACIÓN: ¿CONSTRUYENDO IDENTIDAD?
Sra. Amelia Casas Pardo - Sociedad Peruana de Psicoanálisis
Y ahora, dijo Sócrates, ¿estamos de acuerdo
con las siguientes conclusiones?
¿Primero, que el amor siempre es el amor a algo,
Y segundo, que ese algo es lo que le hace falta?
Citado por Cavell, (pág. 317)
Lecturas, discusiones, observaciones, transcripciones, supervisiones, sesiones
y además, nuestra vida personal. Espacios de encuentro y desencuentro. Ser o
no ser. ¿Dejar de ser para llegar a ser?
Los candidatos, personas en proceso de formación y transformación, presente
y futuro de la profesión, jóvenes-viejos, aprendices del oficio para nuestros
maestros, poseedores de la verdad para algunos de nuestros pacientes y para
nosotros, ¿quiénes somos?.
La vivencia de “ser candidato” es el objeto de discusión de este trabajo. Parte
de definir la formación analítica como un proceso intersubjetivo, con todos los
riesgos y temores que ello conlleva, con las ansiedades que despierta y las
posibilidades que genera alrededor de un mismo eje: el encuentro con el otro y
con nosotros mismos.
1. UNA HISTORIA.
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Corría el año 2003 y un gran sueño se cumplía, había sido admitida para
formarme como analista. Muchas vivencias, momentos, aprendizajes, mucha
vida había transcurrido. Jamás imaginé cuánto habría de removerme,
confrontarme, cuestionarme y fortalecerme lo que estaba por venir.
Todo comenzó con mi primer seminario: Observación de Infantes.
El día que conocí a P*** (la madre que me tocó observar), observé que ella
estaba sola dentro de un grupo de parejas que hacían su curso de preparación
para el parto, se veía tranquila pero triste. Después de explicarle al grupo el
propósito de mi visita, ella se acercó y me dijo “si hay algo que yo pueda hacer
para ayudar lo haría con mucho gusto”. P*** se había separado hacía unos
meses. Su esposo, quien había compartido con ella el deseo de tener un hijo,
no pudo soportar la angustia que le produjo el embarazo y se separó de ella.
Al realizar la primera entrevista con P*** ella me preguntó si yo tenía hijos.
Teóricamente sabía que esta pregunta podría surgir, sin embargo, al ser ésta
una temática que ha sido difícil para mí, súbitamente, en mi primera
intervención como analista en formación, me vi confrontada con una de las
vivencias más difíciles y dolorosas de mi vida. Iniciaba mi vida “analítica”
sintiéndome profundamente vulnerable. Más tarde aprendería que este
sentimiento habría de acompañarme muchas más veces.
¿Ayudar o ser ayudada?. ¿Ayudar como una forma de ayudarse?.¿La pregunta
la hago para ella o para mí? y ¿porqué hacerme esta pregunta?. ¿Es que
acaso nuestro trabajo no nos permite ayudar y con ello nos ayudamos a
nosotros a la vez?.
Para algunos esta pregunta podría ser la evidencia de la falta de análisis en un
candidato; para mi, representó, sin embargo, el inicio del proceso de
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integración de todas las instancias que componen la trama de mi formación
como analista y de mi “ser” psicoanalista. Es decir me confrontó con ese
espacio donde se juega el logro de “la confianza básica”.
P*** y yo empezamos nuestro camino llevando cada una, una pena, pero
también una ilusión. Las dos empezábamos una etapa de nuestras vidas con la
cual habíamos soñado mucho y hacia la cual teníamos muchas expectativas.
Ella, tal vez sin saberlo, esperaba que yo le brindara algo que la pudiera ayudar
a enfrentar este nuevo reto y a estar mejor preparada para él. Definitivamente
yo esperaba lo mismo. Creo que las dos estuvimos en lo cierto.
2. ALGUNAS REFLEXIONES.
Quienes optamos por seguir la formación analítica hemos recorrido ya un
camino de vida. De hecho, al revisar los requisitos planteados por la IPA para
ser admitidos en dicha formación, encontramos que los tres modelos aceptados
oficialmente desde marzo del 2007 especifican como primer requisito para
postular, que “el aspirante haya obtenido un grado universitario y cumpla con
los requisitos locales para poder desarrollar trabajo clínico” (IPA, 2007).
En términos de las características personales estos prerrequisitos son menos
específicos, tan solo el modelo Eitingon señala que “el postulante debe
presentar evidencia de ser una persona íntegra, honesta, madura, flexible y con
capacidad de auto observación” (IPA, 2007). Por supuesto, el otro requisito que
es común a los tres modelos es el análisis personal, bien sea porque éste ya
esté en curso al momento de presentar las entrevistas o para ser iniciado antes
de comenzar los seminarios.
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Mirándolo a la luz de los planteamientos de Erikson pienso que podríamos
equiparar estas exigencias, y por que no decirlo expectativas, con el logro
exitoso de por los menos las siete primeras etapas del desarrollo por él
planteadas, en la medida que se espera haber alcanzando los objetivos
propuestos ante cada una de las crisis que ellas representan. Es decir: la
confianza básica, el sentimiento de autocontrol, la capacidad para tener
iniciativa, el sentimiento de competencia, la confianza respecto de la propia
identidad, la capacidad de afiliación y la capacidad de ser productivo. Ahora me
pregunto, ¿es el deseo de lograr el último estadio : Integridad vs.
Desesperación, cuya meta es el logro del sentimiento de orgullo de uno mismo
y de la propia vida, lo que nos mueve en gran medida a optar por el camino del
psicoanálisis?.
Cirio (2007) señala: “embarcarse en un entrenamiento de alto nivel….(como el)
entrenamiento analítico, nos hace vulnerables”. Es decir, gran parte del reto
que este entrenamiento conlleva, consiste en ser capaces de renunciar a
muchas de las seguridades ya ganadas para acceder a esta nueva identidad.
Al respecto, Cirio (2007) señala cómo algunos de los procedimientos utilizados
regularmente en nuestra formación, resultan tener un efecto equivalente al de
las ceremonias de degradación (término acuñado por Garfinkel, 1956), cuyo
objetivo consiste en transformar la identidad de una persona al “reconstituirla”,
utilizando para ello, la degradación frente al grupo con la finalidad de promover
la solidaridad del mismo.
La nueva identidad suele ser una identidad disminuida: ahora somos neófitos y
novatos, por tanto, debemos de cierta manera aceptar una pérdida de status.
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El grado en que esto ocurra tendrá mucho que ver con la actitud que el Instituto
tenga hacia sus candidatos, es decir, con el respeto que los analistas didactas,
supervisores y profesores tengan por sus candidatos.
De lo contrario, el riesgo es que los candidatos pierdan la confianza en ellos
mismos y en sus supervisores, pues tal y como lo señaló Arlow (1972) (citado
por Cirio, 2007)
“la identificación es el mecanismo central en todos los
programas de educación” (pág. 4). Sin embargo, no todos los medios utilizados
para promoverla son los más adecuados, pues en ocasiones, se puede recurrir
tanto a la intimidación como a la idealización para lograrlo.
Los métodos señalados tanto por Garfinkel como por Arlow podrían tender a
generar enormes cantidades de ansiedad en los candidatos, la misma que
puede impulsar una tendencia a identificarse con el agresor.
Al hablar de identificación con el agresor, Ferenczi señaló en 1932, “que los
pacientes tienen una sensibilidad excesivamente refinada para captar los
deseos, tendencias, caprichos, simpatías y antipatías de su analista, incluso si
éste no está consciente de ellas. En vez de contradecir al analista o acusarlo
de errores y ceguera, los pacientes se identifican con él”. Continúa “Ellos ni
siquiera son conscientes de esta crítica a menos que les demos un permiso
especial o incluso animarlos a atreverse. Esto significa que debemos discernir
en sus acciones no sólo los eventos dolorosos de su pasado, sino también –y
mucho más frecuentemente de lo que hasta ahora suponíamos- la crítica
reprimida o suprimida hacia nosotros” (pág. 2).
Me pregunto, ¿no es acaso todo esto aplicable también al modelo de formación
a seguir en los Institutos Analíticos? pero ¿ocurre realmente?.
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Creo que la esencia misma de nuestra formación debe radicar en lo vivencial,
al darnos la oportunidad de sentir, de sentirnos y de sentir a otros. De escuchar
y de acompañar. De esperar, de desear y saber seguir esperando. De estar allí
siempre. De respetar. Nosotros, nuestros maestros y por supuestos nuestros
compañeros candidatos.
Mi planteamiento gira en torno a la idea de que no hay nada de lo que
podamos aprender más que del amor.
Nasio (2007), señala: “el dolor mental no siempre es un aprendiz; va
adquiriendo experiencia y jalona nuestra vida como si maduráramos a golpes
de dolores sucesivos” (pág. 22) y continúa: “todos estos tipos de dolor son, en
distinto grado, la consecuencia de la amputación brutal de un objeto al que
estábamos intensa y perdurablemente apegados hasta el punto de que ese
objeto regía la armonía de nuestra psique. Así, puesto que ese apego se llama
amor, diremos que sólo hay dolor cuando hay un fondo de amor” (pág. 23) y
después de ello, agrego yo, crecimiento.
III. PARA FINALIZAR.
Siento profundamente que quienes somos candidatos, aspirando a ser
analistas y a ejercer como analistas, debemos estar dispuestos a atravesar de
tantas maneras y muchas veces por este proceso. Debemos aprender a estar
ahí, con todo nuestro ser, con todos nuestros sentidos, con todos nuestros
afectos, pero a la vez con la tarea de no hacer nada mientras hacemos lo más
difícil: captar, acompañar y no intervenir, dejar que el otro encuentre su propio
camino, que se encuentre a sí mismo.
Ese es el mismo reto que tenemos nosotros y que tienen nuestros maestros.
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Ser analistas no se trata de dejar de sentir o de sentir distinto, eso sería morir
como individuos, pienso que se trata de aprender a tolerar nuestros
sentimientos y no a negarlos; a poder sintonizar con los de los demás pero no a
actuarlos; a poder recibirlos y tramitarlos; a poder devolverlos y no
quedárnoslos, porque en realidad no nos pertenecen; a poder amar lo
suficiente a nuestro paciente para que nuestra meta sea poderlo dejar ir; a
poder amarnos a nosotros mismos, también lo suficiente, para poder
quedarnos a nuestro lado y no huir con cada uno de nuestros pacientes,
forzándolos a ser un poco como nosotros, porque si no es así, sentimos que no
existimos.
Forjar identidad como analistas, resulta para mí, algo parecido a desarrollar la
“capacidad para estar solo” de la que nos habló Winnicott (1993). Tendremos
que partir del “yo”, para pasar por el “yo soy/yo estoy” y llegar finalmente al “yo
estoy solo”, que equivale a “yo estoy conmigo”. Pero eso solo podemos lograrlo
con la ayuda de otros, por cuanto nuestra fortaleza parte de reconocer nuestra
debilidad y compartirla con un otro.
Bibliografía
Cavell, M., (2000), La Mente Psicoanalítica, Ed. Paidós, México
Cirio, P.,(2007), Transforming Identity: An Experience of Being a Candidate,
The Candidate Journal, en : www.thecandidatejournal.org
Erikson, E., (1985), Infancia y Sociedad, Ed. Hormé, Argentina
Ferenczi, S.,(1932), Confusión de Lenguas entre el Adulto y el Niño,
Internacional Journal of Psicoanálisis, 30:225-230 (1949), traducción de
Dr. Eduardo Gastelumendi
IPA, (2007), Procedural Code /31, Requirements for Qualification and Admision
to Membership, en: www.ipa.org.uk
Nasio, J.D., (2007), El Dolor de Amar, Ed. Gedisa, España
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Winnicott, D., (1993), Los Procesos de Maduración y el Ambiente Facilitador,
Ed. Paidós, Argentina
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