EL HOMBRE QUE LLORABA

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ELISEO
EL HOMBRE QUE LLORABA
(2° REYES 8.7—10.36)
DAVID ROPER
Salomón dijo que hay «tiempo de llorar, y
tiempo de reír» (Eclesiastés 3.4a). Por regla general, el Señor desea que los Suyos estén felices
(Salmos 32.11; Filipenses 4.4); pero hay momentos
cuando es apropiado estar tristes (Mateo 5.4;
Romanos 12.15). De hecho, hay momentos cuando
no es apropiado estar felices.
Jeremías lloró por la pecaminosidad del pueblo
de Dios y la subsiguiente destrucción de Jerusalén
(Jeremías 9.1; Lamentaciones). Jesús lloró cuando
murió un amigo (Juan 11.35), cuando contempló el
destino que aguardaba a Jerusalén (Lucas 19.41–
44), y cuando veía delante de sí la cruz (Hebreos
5.7). Pablo escribió a los corintios «con muchas
lágrimas» (2º Corintios 2.4).
En el texto para esta presentación, esto es lo
que leemos: «… luego lloró el varón de Dios»
(2º Reyes 8.11b). En esta lección, veremos el gran
alcance de la influencia de Eliseo: Era un hombre
con poder político, hacedor de reyes en dos
naciones. No obstante, esto no era nada para el
profeta, en comparación con la tragedia que
sobrevendría sobre Israel (vers.o 12). A pesar de
sus esfuerzos, la nación y sus dirigentes persistían
en rebelarse contra Dios, y esto destrozaba su
corazón.
Este estudio se ha tomado de 2º Reyes 8—10,
que son capítulos que abarcan gran parte de la
última parte del ministerio de Eliseo. Se trata de un
período sangriento de la historia de Israel, lleno de
eventos que harían llorar a cualquier persona de
corazón sensible.
DOS ESPADAS DE JUSTICIA (8.7—10.36)
La espada de Hazael
La historia comienza con estas sorprendentes
palabras: «Eliseo se fue luego a Damasco» (8.7a).
Damasco era la capital de Siria, enemigo de
muchos años de Israel. Fue en Damasco que se
fraguaron los planes para prender a Eliseo y tal vez
matarlo (vea 6.8–13). Ahora el profeta marchaba
audazmente hacia esa metrópolis.
¿Por qué estaba allí? Tal vez esperaba conversar
con Naamán para animarlo a permanecer fiel a la
decisión que había tomado (5.15, 17), pero su
propósito primordial era cumplir una comisión
divina dada tiempo atrás. En el monte Horeb, él
Señor había dicho a Elías, el predecesor de Eliseo,
lo siguiente:
Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de
Damasco; y llegarás, y ungirás a Hazael por rey
de Siria. A Jehú hijo de Nimsi ungirás por rey
sobre Israel; y a Eliseo hijo de Safat, de Abelmehola, ungirás para que sea profeta en tu
lugar. Y el que escapare de la espada de Hazael,
Jehú lo matará; y el que escapare de la espada
de Jehú, Eliseo lo matará (1º Reyes 19.15–17).
En la primera parte de esta serie, vimos a Elías
llevar a cabo la tercera parte de esta comisión:
apartar a Eliseo para el servicio sagrado. ¿Por qué
no llevó a cabo Elías la primera y segunda parte de
inmediato? Aparentemente, durante su ministerio,
no era el momento apropiado para ungir a Hazael
o a Jehú. Por lo tanto, las tareas tuvieron que ser
trasladadas a Eliseo. La primera orden había sido:
«Ve […] por el desierto de Damasco […] y ungirás
a Hazael» (1º Reyes 19.15). Había llegado el
momento para que se llevara a cabo esta orden, así
que Eliseo viajó a Damasco.
Aconteció que «Ben-adad rey de Siria estaba
enfermo» (2º Reyes 8.7b). No se nos dice de qué
enfermedad padecía. Cual fuera la enfermedad, lo
cierto es que era grave y ponía en peligro su vida.
Un mensajero informó al rey, diciendo: «El
varón de Dios ha venido aquí» (8.7c). Anterior1
mente, el rey habría dicho: «¡Capturen a Eliseo, y
tráiganme su cabeza!». En esta ocasión, no obstante, ya no era el vigoroso comandante en jefe que
se preocupaba de planes de batalla. Ahora era un
anciano enfermo. La enfermedad puede cambiar el
punto de vista de una persona (vea Salmos 119.71).
Las habilidades milagrosas de Eliseo eran conocidas por este rey; ellas a menudo le habían causado
suficientes frustraciones en el pasado (2º Reyes
6.8–23). También, es probable que Naamán había
relatado la historia de su sanidad muchas veces.
Por lo tanto, el rey llamó a un asistente de confianza
llamado Hazael (precisamente el hombre que Dios
había mencionado a Elías). Le dijo a Hazael: «Toma
en tu mano un presente, y ve a recibir al varón de
Dios» (8.8a).
Anteriormente, el rey había enviado generosos
regalos a ser presentados por Naamán; ahora
enviaba su propio presente. En principio, tales
presentes tenían como fin aplacar a los dioses
paganos; en realidad, eran sobornos para los falsos
sacerdotes y los falsos profetas: Por lo general,
entre más grande era el presente, más favorable
era la «revelación» que el dador recibía. Cuando
leo acerca del presente del rey, me pregunto si
Naamán habría informado al rey acerca de la
petición (la mentira) de Giezi, que indicaba que
Eliseo estaría dispuesto a recibir tales presentes.
El rey dijo a Hazael que consultara por Eliseo a
Jehová, preguntando: «¿Sanaré de esta enfermedad?» (8.8b). Es probable que el soberano ya hubiera
consultado a sus dioses paganos (vea 5.18) pero no
había quedado satisfecho.
Un asombroso presente se reunió: «cuarenta
camellos cargados» de «los bienes de Damasco»
(8.9b). Damasco era el centro del comercio entre
Egipto, Asia Menor y Mesopotamia, de modo que
«los bienes» que había en ella, eran en verdad
«bienes»: metales preciosos, finos vestidos, una
amplia gama de artículos hechos a mano y los más
exóticos alimentos y bebidas. Sería difícil imaginar
un presente más impresionante, pero no hay indicio
de que Eliseo lo aceptara cuando llegó.
Hazael encontró a Eliseo (8.9a). Él «se puso
delante de él, y dijo: Tu hijo Ben-adad rey de Siria me
ha enviado a ti, diciendo: ¿Sanaré de esta enfermedad?» (8.9c). La expresión «tu hijo» era un término
de respeto, pero también implicaba dependencia.
La respuesta de Eliseo desconcierta a los
eruditos: «Ve, dile: Seguramente sanarás.1 Sin em1
En algunos manuscritos antiguos se lee: «Seguramente no sanarás», pero la expresión: «Seguramente
sanarás», «debe preferirse» (J. Robert Vannoy, notas sobre
2
bargo, Jehová me ha mostrado que él morirá
ciertamente» (8.10). ¿Qué quiso dar a entender
Eliseo? Burton Coffman hizo notar que la segunda
parte de la oración se cita como expresión de
«Jehová», pero que la primera no se expresa así.2
Su conclusión (y la conclusión de muchos autores)
es que la primera parte de la oración indica que
Eliseo estaba consciente de que Hazael mentiría al
rey. Si se usa esta interpretación, las palabras de
Eliseo podrían parafrasearse de modo que queden
así: «Anda y dile al rey que él sin duda sanará,
como has planeado decirle, pero el Señor me ha
mostrado que él ciertamente morirá».
Otra posibilidad (que prefieren otros autores,
entre los que me incluyo yo) es que la respuesta de
Eliseo a la pregunta «¿Sanaré…?», es «Sí y no»: «Sí,
sanarás porque tu enfermedad no es mortal. Si esto
fuera todo de lo cual tuvieras que preocuparte,
vivirías. No obstante, la respuesta es no, porque el
Señor me ha mostrado que morirás». «En otras
palabras, la enfermedad no era terminal, pero la
vida del rey estaba a punto de llegar a su fin».3
En el versículo 11 hallamos otro desafío de
interpretación. El texto dice: «Y el varón de Dios le
miró fijamente, y estuvo así hasta hacerlo ruborizarse» (8.11a). No está claro cuál de los dos fue el
que miró fijamente, ni cual de los dos fue el que se
ruborizó. Algunos creen que el que miró fijamente
fue Eliseo y que el que se ruborizó fue Hazael.
Otros están convencidos de lo contrario (vea la
NCV). Algunos incluso hacen que las dos
acciones sean de Eliseo, o que las dos sean de
Hazael. Yo prefiero la primera de las posibilidades
mencionadas. En CJB se lee: «Luego el varón de
Dios [Eliseo] miró fijamente a él [Hazael] por tan
largo tiempo, que Hazael se ruborizó».
He aquí una posible secuencia: Eliseo dijo a
Hazael que el Señor había dicho que Ben-adad
moriría. Luego hizo una pausa y dio a Hazael una
mirada significativa, indicando que él sabía exactamente cómo moriría el rey. Hazael, que ya había
hecho planes para asesinar al rey, se sorprendió
tanto que no pudo mirar al profeta a los ojos.
Debido a que Eliseo reveló que el rey moriría,
algunos autores tratan de hacer a Eliseo (y a Dios)
2 Kings [2º Reyes], The NIV Study Bible [La Biblia de estudio
NIV], ed. Kenneth Barker [Grand Rapids, Mich.: Zondervan
Publishing House, 1985], 537).
2
James Burton Coffman y Thelma B. Coffman, Commentary on Second Kings (Comentario de Segundo de Reyes),
James Burton Coffman Commentaries, The Historical
Books, vol. 6 (Abilene, Tex.: A.C.U. Press, 1992), 100–102.
3
Warren W. Wiersbe, Be Distinct (Sea diferente) (Colorado Springs, Colo.: Victor, 2002), 61.
responsable del acto. Es cierto que Dios sabía que
Ben-adad moriría (8.10). También sabía de las
atrocidades que Hazael cometería (8.12), e hizo
que Eliseo anunciara ambos sucesos de antemano.
No obstante, esto no significa que Dios y Eliseo
fueran responsables de estos malvados actos, ni
que aquellos que los cometieran no eran responsables (vea Amós 1.3–5). En una lección anterior,
expresé que yo puedo conocer lo que alguien hizo
en el pasado, sin que ese conocimiento interfiera
con el libre albedrío de esa persona. Del mismo
modo, un Dios omnisciente, puede conocer de
antemano que una persona hará algo sin que esto
interfiera con el libre albedrío de ella.
Cuando Eliseo y Hazael se miraron el uno al
otro, por la mente del profeta pasó un destello de
lo que Hazael haría a los israelitas. En ese momento,
«lloró el varón de Dios» (8.11b). Hazael preguntó:
«¿Por qué llora mi señor?» (8.12a). Eliseo respondió:
«Porque sé el mal que harás a los hijos de Israel; a
sus fortalezas pegarás fuego, a sus jóvenes matarás
a espada, y estrellarás a sus niños, y abrirás el
vientre a sus mujeres que estén encintas» (vers.o
12b). Tales crueldades eran «normales» en las
guerras antiguas (vea 2º Reyes 15.16; Oseas 13.16).4
De modo que «la espada de Hazael» (1era Reyes
19.17) tomaría espantosa venganza de los que se
apartaran del Señor.
Hazael respondió: «Pues, ¿qué es tu siervo,
este perro, para que haga tan grandes cosas?»
(2º Reyes 8.13). En algunas traducciones se interpreta el texto como si Hazael hubiera dicho:
«¿Soy yo un perro [una persona despreciable] que
haría tales cosas terribles?» (vea la KJV; NCV). No
obstante, Hazael no dijo «cosas terribles», sino
«grandes cosas». Él usó el término «perro», no en
el sentido de ser vil, sino en el sentido de ser
insignificante. En la REB se lee: «Pero yo soy un
perro, un don nadie…». Los anales sirios se refieren
a Hazael como el «el hijo de un don nadie».5
Cuando Eliseo respondió, tal vez movió su
cabeza, diciendo: «Jehová me ha mostrado que tú
serás rey de Siria» (8.13b).6 Es probable que a
4
Coffman añadió que «aun hoy, no hay guerra a la
cual se le pueda llamar guerra “bondadosa”» (Coffman,
103).
5
Donald J. Wiseman, 1 and 2 Kings: An Introduction
and Commentary (1o y 2o Reyes: Introducción y comentario),
Tyndale Old Testament Commentaries (Downers Grove,
Ill.: Inter-Varsity Press, 1993), 214.
6
Hay quienes creen que, en este momento, Eliseo
ungió a Hazael con aceite; pero no hay nada que indique
que tal ceremonia tuviera lugar. Es probable que Hazael
fuera «ungido» del mismo modo que Eliseo, esto es, por
medio de «ser apartado» (por palabra o acción) para
Hazael le encantó ese anuncio.
«Y Hazael se fue, y vino a su señor, el cual le
dijo: ¿Qué te ha dicho Eliseo?» (8.14a). A la pregunta
«¿Sanaré de esta enfermedad?» (8.8), el profeta
había dicho, en efecto, «Sí y no», pero Hazael le dio
al rey solamente la parte afirmativa de la
respuesta, al decirle «sí»: «Me dijo que seguramente
sanarás» (8.14b).
La parte negativa de la respuesta de Eliseo se
cumplió al día siguiente: «El día siguiente, tomó
un paño y lo metió en agua, y lo puso sobre el
rostro de Ben-adad, y murió» (8.15a) de asfixia. La
palabra que se traduce por «paño» se refiere a una
tela de textura áspera. Podría referirse a una sábana
de la cama del rey (NCV) o incluso a una estera
tomada del piso. Tal vez Hazael usó este método
de asesinato para hacer parecer que el rey murió de
muerte natural. No hay duda de que, después de la
muerte de Ben-adad, en Damasco hubo una pelea
por el poder; al final, no obstante, las palabras de
Eliseo se cumplieron: «… y reinó Hazael en su
lugar» (8.15b).
«Hazael […] fue un rey fuerte de Siria (c. 843–
796/7 a. C.)».7 ¿Hizo este las cosas que anunció
Eliseo? Sí las hizo. Más adelante, en el capítulo 8, lo
vemos haciendo la guerra al rey de Israel (8.28; vea
9.14). En 10.32 leemos: «En aquellos días comenzó
Jehová a cercenar el territorio de Israel; y los derrotó
Hazael por todas las fronteras». Por lo menos en
una ocasión, Hazael incluso llevó sus fuerzas al
reino sureño de Judá (12.17–18).
En 2º Reyes 13, encontramos estas aseveraciones
de resumen: «Y se encendió el furor de Jehová
contra Israel, y los entregó en mano de Hazael rey
de Siria […] Hazael […] rey de Siria, afligió a Israel
todo el tiempo de Joacaz» (13.3, 22). El pueblo de
Dios no guardó el pacto con Dios, y las consecuencias fueron terribles.
La espada de Jehú
Dios le había dicho a Eliseo que ungiera a
Hazael, pero también le dijo que ungiera a «Jehú
hijo de Nimsi […] por rey sobre Israel» (1º Reyes
19.16). El Señor había dicho que «el que escapare
de la espada de Hazael, Jehú lo matará» con su
«espada» (1º Reyes 19.17). Hazael castigó a la nación
desde afuera; Jehú castigaría a los pecadores desde
adentro. La responsabilidad de ungir a Jehú había
recaído en Eliseo, y había llegado el momento de
cumplir esa tarea.
El final del capítulo 8 da un breve relato del
cumplir los propósitos del Señor.
7
Wiseman, 214.
3
reinado de Joram en el reino sureño de Judá (8.16–
23). Cuando Joram murió, su hijo Ocozías llegó a
ser rey (8.24–27). Cuando Ocozías se hizo rey de
Judá, él introdujo el culto a Baal en el reino sureño
(vea 8.26–27; 11.18). Algún tiempo después de
esto, él y su tío Joram, rey de Israel, fueron a la
guerra con Hazael en Ramot de Galaad (8.28; vea
9.14b), una fortaleza estratégica israelita que está
al lado oriental del Jordán (vea el mapa en la
página 10). Durante la batalla, Jorám fue herido
(8.28).
Las tropas de Joram se quedaron en Ramot de
Galaad (vea 9.1–4) mientras el rey era llevado a su
palacio de invierno en Jezreel (vea el mapa de la
página 10) para recuperarse (8.29a). (Tal vez fue a
Jezreel porque su madre, Jezabel estaba allí [vea
9.30]; a la mayoría de nosotros nos gusta el
cuidado de una madre cuando estamos enfermos.)
Poco después, Ocozías vino a Jezreel para verificar
cómo le estaba yendo a Joram (8.29b). Estaba así
preparado el escenario para el castigo de Joram y
de Ocozías (vea 2º Crónicas 22.6–7).
El capítulo 9 comienza con la unción de Jehú.
Antes de estudiar ese texto, es necesario conocer
algunos antecedentes. Por medio de 9.25, nos
enteramos de que Jehú estaba presente con Acab
en la viña de Nabot cuando Elías maldijo a Acab y
a su casa. En esa ocasión, esto fue lo que el Señor
dijo a Elías:
Levántate, desciende a encontrarte con Acab
rey de Israel, que está en Samaria; he aquí él
está en la viña de Nabot, a la cual ha descendido
para tomar posesión de ella. Y le hablarás
diciendo: Así ha dicho Jehová: ¿No mataste, y
también has despojado? Y volverás a hablarle,
diciendo: Así ha dicho Jehová: En el mismo
lugar donde lamieron los perros la sangre de
Nabot, los perros lamerán también tu sangre,
tu misma sangre (1º Reyes 21.18–19).
Cuando Elías llegó a la viña, Acab estaba
inspeccionando su nueva adquisición, acompañado de Jehú y otro funcionario (2º Reyes 9.25).
Cuando el rey vio a Elías, él dijo: «¿Me has hallado,
enemigo mío?» (1º Reyes 21.20a). Elías respondió:
Te he encontrado, porque te has vendido a
hacer lo malo delante de Jehová. He aquí yo
traigo mal sobre ti, y barreré tu posteridad y
destruiré hasta el último varón de la casa de
Acab, tanto el siervo como el libre en Israel. Y
pondré tu casa como la casa de Jeroboam hijo
de Nabat [vea 1° Reyes 15.28–30], y como la
casa de Baasa hijo de Ahías [1° Reyes 16.8–12],
por la rebelión con que me provocaste a
ira, y con que has hecho pecar a Israel. De
Jezabel también ha hablado Jehová, diciendo:
Los perros comerán a Jezabel en el muro de
4
Jezreel (1º Reyes 21.20b–23).
La respuesta de Acab a esta terrible profecía,
demoró el cumplimiento de ella (1º Reyes 21.27–
29), pero no la anuló.
Después de la muerte de Acab, Jehú sirvió a
Joram, hijo de Acab, y se elevó a un puesto de
autoridad. Es probable que fuera el comandante de
las fuerzas de Israel (vea 2o Reyes 9.5; NIV). Al
comienzo de 2º Reyes 9, se consigna que él estaba
con su ejército en Ramot de Galaad (9.1–2), peleando
contra Hazael (9.14).
Había llegado el momento de ungir a Jehú,
pero Eliseo no fue en persona a Ramot de Galaad a
hacer la diligencia. Se ha propuesto que estaba
demasiado viejo para viajar; sin embargo, es
probable que anduviera en los cuarenta y tantos
años. Lo más probable es que él sabía que sería
reconocido, y había necesidad de guardar la
confidencialidad. Por lo tanto, el profeta envió «a
uno de los hijos de los profetas» (9.1–3). Tal vez
este fue el siervo que reemplazó a Giezi.8 El joven
encontró a Jehú, lo apartó de los demás dirigentes
militares y derramó aceite sobre su cabeza (9.4–
6a). Esta es la única vez en las Escrituras, en la que
se consigna que un rey de Israel (el reino norteño)
es ungido por un representante del Señor. Luego,
el aprendiz de profeta le dio a Jehú esta espantosa
comisión:
Así dijo Jehová Dios de Israel: Yo te he ungido
por rey sobre Israel, pueblo de Jehová. Herirás
la casa de Acab tu señor, para que yo vengue la
sangre de mis siervos los profetas, y la sangre
de todos los siervos de Jehová, de la mano de
Jezabel. Y perecerá toda la casa de Acab, y
destruiré de Acab todo varón, así al siervo
como al libre en Israel. Y yo pondré la casa de
Acab como la casa de Jeroboam hijo de Nabat,
y como la casa de Baasa hijo de Ahías. Y a
Jezabel la comerán los perros en el campo de
Jezreel, y no habrá quien la sepulte (9.6b–10a).
Cuando Jehú volvió a sus compañeros oficiales,
ellos se preguntaron cuál habría sido la misión del
hombre. Al comienzo, Jehú evadió las preguntas
de ellos, pero al final reconoció, diciendo: «Así y
así me habló, diciendo: Así ha dicho Jehová: Yo te
he ungido por rey sobre Israel» (9.12b). Los demás
dirigentes aceptaron con entusiasmo al comandante
8
«Una fantasía rabínica, que apenas se le puede llamar
creencia tradicional, identifica a [este siervo] como “Jonás
hijo de Amitai”» (G. Rawlinson, “2 Kings” [«2o Reyes»],
The Pulpit Commentary [El comentario del púlpito], vol. 5,
1 & 2 Kings [1o & 2o Reyes], ed. H. D. M. Spence and
Joseph S. Exell [Grand Rapids, Mich.: Wm. B. Eerdmans
Publishing Co., 1950], 188).
como el nuevo soberano de ellos. Se tocó una
corneta y gritaron: «Jehú es rey» (9.13b). Jehú luego
les dijo que ninguno saliera de la ciudad para
advertir a Joram (9.15b). Luego montó su carro y
corrió (vea 9.20b) en dirección oeste, de setenta a
ochenta kilómetros, hacia Jezreel (9.16).
Cuando Jehú y los que le acompañaban se
acercaban a Jezreel, fue enviado de esta un jinete
para encontrarse con ellos (9.17), el cual probablemente fue con el fin de preguntar cómo iba la
batalla. Jehú añadió al mensajero a su compañía y
siguió la marcha (9.18). Un segundo jinete fue
enviado, obteniéndose el mismo resultado (9.19–
20). Al final, el rey Joram y el rey Ocozías salieron
en sus carros a encontrarse con Jehú (9.21a). No
pase por alto la inquietante nota que se da al final
del versículo 21: «y salieron a encontrar a Jehú, al
cual hallaron en la heredad de Nabot de Jezreel» (énfasis
nuestro).
Jehú disparó una flecha a Joram (9.24) y dijo a
Bidcar su funcionario:
Tómalo, y échalo a un extremo de la heredad de
Nabot de Jezreel. Acuérdate que cuando tú y
yo íbamos juntos con la gente de Acab su padre, Jehová pronunció esta sentencia sobre él,
diciendo: Que yo he visto ayer la sangre de
Nabot, y la sangre de sus hijos, dijo Jehová; y te
daré la paga en esta heredad, dijo Jehová.
Tómalo pues, ahora, y échalo en la heredad de
Nabot, conforme a la palabra de Jehová (9.25–26).
El rey Ocozías huyó, pero fue herido y murió poco
después (9.27–28).
Para el tiempo en que Jehú llegó a Jezreel, a
Jezabel llegaron noticias de que el comandante
había matado a su hijo (vea 9.30–31). Ella «se
pintó los ojos con antimonio, y atavió su cabeza»
(9.30b). ¿Esperaba ella seducir a Jehú? Tal vez;
aunque ya no era joven, es probable que todavía
fuera atractiva. Lo más probable es que quería
«morir como una reina». Tal vez imaginó que iba a
estar de cuerpo presente, con dolientes comentando
sobre su belleza.
Cuando Jehú entró por la puerta de la ciudad,
ella se asomó por una ventana del palacio y llamó,
diciendo: «¿Sucedió bien9 a Zimri, que mató a su
señor?» (9.30c–31). Ella llamó «Zimri» a Jehú,
porque estaba procurando el trono por asesinato,
como Zimri había hecho cuarenta años atrás (vea
1º Reyes 16.8–10). Puede ser que también había una
9
Hay quienes consideran que la expresión «¿Sucedió
bien?» (shalom) es un intento de reconciliación, pero las
palabras que siguen, insinúan que la pregunta tenía el
propósito de ser irónica.
implicación siniestra en las palabras de ella, ya que
Zimri solo reinó siete días para después quitarse
su propia vida (9.15).
A estas alturas, ya se habían asomado algunos
rostros por las ventanas del palacio. Jehú gritó:
«¿Quién está conmigo?» (9.32a). Aparentemente,
dos o tres asustados funcionarios asintieron (9.32b).
Jehú les ordenó: «Echadla abajo» (9.33a). Luego
asistimos una espantosa escena que es mejor
presentarla sin comentarios: «Y ellos la echaron; y
parte de su sangre salpicó en la pared, y en los
caballos; y él [Jehú] la atropelló [con su carro y sus
caballos]» (9.33b).
No habiendo quién lo resistiera, Jehú tomó
posesión del palacio y se sentó a comer su primera
comida como rey (9.34a). La comida debió de
haberlo sosegado un poco, porque decidió que, a
pesar de sus diabólicos métodos, Jezabel merecía
que se le diera debida sepultura.10 Dijo a sus
asistentes: «Id ahora a ver a aquella maldita, y
sepultadla, pues es hija de rey» (9.34b). Jezabel era
la hija del rey de los sidonios (1º Reyes 16.31), sin
mencionar que fue la esposa de un rey, y madre y
abuela de reyes.
No obstante, cuando ellos salieron a sepultarla,
«no hallaron de ella más que la calavera, y los pies,
y las palmas de las manos» (2º Reyes 9.35); los
perros se habían comido el resto. Alguien ha dicho
que los salvajes carroñeros de ese día «pronto se
habían comido una reina muerta, como si se
hubieran comido un venado muerto». Cuando los
siervos informaron acerca de lo sucedido, Jehú vio
en la tragedia un cumplimiento de la profecía de
Elías:
… Esta es la palabra de Dios, la cual él habló
por medio de su siervo Elías tisbita, diciendo:
En la heredad de Jezreel comerán los perros las
carnes de Jezabel, y el cuerpo de Jezabel será
como estiércol sobre la faz de la tierra en la
heredad de Jezreel, de manera que nadie pueda
decir: Esta es Jezabel (9.36–37).
Jezabel aprendió de un modo doloroso que «la
hermosura no permanece» (Proverbios 31.30; LB).
No estaría de cuerpo presente, ni habría hermosura
que pudieran admirar los dolientes; es más su
cuerpo no estaría del todo presente.
Así comenzó el reinado de Jehú, un reinado de
veintiocho años (10.36). El capítulo 10 narra cómo
Jehú realizó su misión de matar descendientes de
Acab y erradicar adoradores de Baal. Considérelo
una especie de cirugía radical: eliminar todo
10
¿Se le habría olvidado que el hijo de profeta había
dicho que Jezabel no serías sepultada? (vea 2º Reyes 9.10).
5
vestigio de enfermedad con la esperanza de que el
cuerpo pueda vivir.
CUATRO ASEVERACIONES VERDADERAS
La historia de Hazael y Jehú es una espantosa
narración que destila sangre. ¿Qué lecciones se
pueden sacar de ella? Me permito proponer cuatro
verdades que debemos tomar muy en serio.
1. Dios está al mando.
Si usted y yo hubiéramos vivido en los turbulentos días de Hazael y Jehú, podríamos habernos
preguntado: «¿Por qué Dios permite que suceda
esto?». Segundo de Reyes 8—10 nos hace saber
que, en lugar de perder dominio de la situación,
Dios está completamente al mando. Por más
impíos que Hazael y Jehú fueran, Él los usó como
instrumentos de justicia.
Cuando el caos nos rodea, es difícil ver
razones o propósitos en la confusión. A veces, es
bueno que se nos recuerde esto: «Reinó Dios sobre
las naciones» (Salmos 47.8a; vea 22.28). Él puede
hacer grandes a las naciones y destruirlas (Job
12.23); Él pude anular el consejo de dirigentes
nacionales y frustrar los planes de ellos (Salmos
33.10). Sobre todo, necesitamos aferrarnos a la
promesa de que, por más dura que llegue a ser la
vida, «a los que aman a Dios, todas las cosas les
ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su
propósito son llamados» (Romanos 8.28).
No estoy diciendo que siempre podremos
entender por qué suceden las cosas de la manera
que suceden, sino que ayuda recordar que Dios
puede hacer que del mal vengan bienes. No es
fácil andar por fe en lugar de andar por vista (vea
2ª Corintios 5.7), pero Dios todavía está sobre Su
trono; Él sigue al mando.
2. La Palabra de Dios es infalible.
Una lección que el Espíritu Santo quiso que
todos los lectores aprendieran es que la Palabra de
Dios es infalible. Por todo 2º Reyes 8—10, se hace
notar una y otra vez que la Palabra de Dios se
cumplió. Eliseo el profeta de dios, anunció que
Ben-adad moriría (8.10), y así sucedió (8.15). Eliseo
anunció que Hazael llegaría a ser rey de Siria
(8.13), y así sucedió (8.15). Eliseo habló de la
opresión de Hazael sobre Israel (8.12), y sucedió
exactamente como el profeta anunció (vea 10.32–
33; 13.3, 22). Elías dijo que la sangre de Nabot
sería vengada en la viña que a este le arrebataron
(1º Reyes 21.19), y así fue (2º Reyes 9.21, 25–26).
Elías dijo a Acab que sus descendientes serían
destruidos (1º Reyes 21.21), y esta profecía se llegó
6
a cumplir (2º Reyes 10.17).
Aunque Jehú tuvo otros motivos cuando hizo
la aseveración, todavía es cierto que «de la palabra
que Jehová habló sobre la casa de Acab, nada caerá
en tierra» (2º Reyes 10.10). «Caer en tierra» era
«perecer» o «hacerse nada». En la NIV se lee: «ni
una sola palabra que el Señor ha hablado […] fallará».
Segundo de Reyes 8—10 deja claro que cuando
el Señor dice que algo sucederá, inexorablemente
sucederá. La palabra de Dios es de infalible cumplimiento aunque todos los poderes conspiren por
evitarlo. Los inicuos se lamentarán porque esto es
cierto (vea Mateo 7.13–14; 1era Corintios 6.9–10;
16.22; Gálatas 5.19–21). Los piadosos pueden
regocijarse porque esto es cierto (vea Isaías 1.18;
Juan 14.1–3; 1era Juan 1.7; 3.2).
3. Las consecuencias del pecado son terribles.
Un mensaje que llama la atención, de 2º Reyes
8—10, es que las consecuencias del pecado son
terribles. El diablo hace el camino de la desobediencia parecer atractivo; pero, al final «el
camino de los transgresores es duro» (Proverbios
13.15). «Hay camino que parece derecho al hombre,
pero su fin es camino de muerte» (Proverbios 16.25).
Los que tienen discernimiento, han comprobado
cuán cierto es lo que dice Gálatas 6.7, 8a: «… todo
lo que el hombre sembrare, eso también segará.
Porque el que siembra para su carne, de la carne
segará corrupción».
De vez en cuando, Dios ha dado vívidas
lecciones ejemplarizantes, para imprimir en las
mentes de las personas el hecho de que el pecado
produce terribles consecuencias, no solo para el
pecador, sino también para los demás. Considere
el diluvio que barrió a miles de almas rebeldes y a
sus familias. Considere la destrucción de Sodoma
y Gomorra, una catástrofe tan completa que las
dos ciudades fueron aniquiladas. Tome en
cuenta la muerte de los primogénitos egipcios y la
desaparición bajo el agua de los soldados egipcios
cuando ellos persiguieron al pueblo de Dios hasta
el Mar Rojo. El castigo de Israel infligido por Hazael
y la destrucción de la familia de Acab y de los
adoradores de Baal realizada por Jehú, constituyen
recordatorios adicionales de que el Señor no toma
a la ligera la desobediencia.
Segundo de Reyes 8—10 debe hacernos examinar nuestros corazones y nuestras vidas. ¡Si
hallamos pecado y rebelión allí, necesitamos
arrepentirnos y volver a Dios de inmediato!
4. Nuestros corazones deben conmoverse.
Una cuarta verdad nos lleva de vuelta al tema
de la lección: «El hombre que lloraba». Por años,
Israel se había rebelado contra Dios. Ellos habían
abandonado al Señor y se habían ido en pos de
otros «dioses». No parecía haber límite a la
maldad de ellos. Cuando el Señor envió profetas
para llamarlos a volver, ellos se burlaron de los
mensajeros de Dios y mataron a muchos de estos.
Se habían hecho merecedores del más severo de los
castigos. No obstante, cuando Eliseo se dio cuenta
del destino que les aguardaba (8.12), él no se
regocijó, diciendo: «¡Ya era hora! ¡Van a recibir lo
que se merecen!». En lugar de esto, «lloró el varón
de Dios» (8.11).
Un momento atrás, mencioné las consecuencias
del pecado. Algunas de estas se sufren en este
mundo (vea Romanos 1.27b); la mayoría de ellas se
sufrirán en el mundo venidero (Apocalipsis
20.11–15). Cuando vemos a los inicuos sufriendo al
«segar lo que han sembrado» (vea, Gálatas 6.7–8),
o cuando leemos acerca del castigo eterno de los
desobedientes (Mateo 7.21–23; 8.12; Marcos 9.47–
48; Apocalipsis 21.8), ¿cuál es nuestra respuesta?
¿Nos alegramos o nos entristecemos? Si Eliseo
lloró cuando contempló el castigo temporal que se
infligió a los israelitas, ¡cuánto más deberíamos
sufrir nosotros cuando tomamos en cuenta el
castigo eterno de los que vemos todos los días!
Una iglesia que no tenía predicador, invitó a
varios hombres a venir a predicar un sermón con el
fin de escoger a uno de ellos. Un domingo, vino un
hombre y predicó sobre el infierno. Al domingo
siguiente, otro hombre vino y su sermón también
fue sobre el infierno. Ellos decidieron pedirle al
segundo hombre que trabajara con ellos. Más
adelante, alguien les preguntó por qué habían hecho
tal elección. Ellos dijeron: «El primer predicador
dijo que la gente va para el infierno, y actuó
alegremente. El segundo predicador dijo que la
gente va para el infierno, y estaba triste. Todos
quisimos al segundo orador».
En algún lugar vi el título de una conferencia
que más o menos decía así: «Una iglesia que no
llora en un mundo resuelto a ir al infierno». ¿Será
posible que podamos ver a los que nos rodean
dirigiéndose precipitadamente hacia el infierno y
nosotros seguir impasibles? Cuando Jesús miró a
Jerusalén, la ciudad que lo rechazó, la ciudad que
lo crucificó, pero también la ciudad que sería
destruida, Él lloró (Lucas 19.41–44; vea Mateo
23.37–38). Cuando Pablo escribió a la iglesia que
estaba en Corinto, un iglesia llena de todos los
problemas imaginables, él lloró (2º Corintios 2.4).
Les preguntó: «¿A quién se le hace tropezar, y yo
no me indigno?» (2º Corintios 11.29b).
¿Nos preocupan los que están perdidos? Si
realmente nos preocupan, dejemos de poner excusas
para llevarles el evangelio a los demás. ¡Es la única
esperanza que tienen! (Romanos 1.16).
CONCLUSIÓN
La tragedia más grande de un evento trágico es
cuando no se aprende nada de él, cuando nada
mejora después de él. De las tragedias de 2º Reyes
8—10, hemos sacado cuatro verdades básicas:
1) Dios está al mando: Debemos estar tranquilos.
2) La Palabra de Dios es infalible: Debemos tener
confianza. 3) Las consecuencias del pecado son terribles:
Debemos tener cuidado. 4) Nuestros corazones deben
conmoverse: Es necesario que nos preocupemos.
La pregunta ahora, es esta: ¿Aprenderemos
estas verdades? Más importante que la anterior, es
esta otra pregunta: ¿Mejorarán nuestras vidas como
resultado de haber aprendido?
NOTAS PARA MAESTROS Y
PREDICADORES
Cuando use este sermón, será aconsejable que
anime a sus oyentes a hacerse cristianos, y que
amoneste a los cristianos infieles a restaurarse (vea
Hechos 2.38; 8.22). En relación con los cristianos
infieles, usted podría decir: «Los israelitas fueron
castigados por haber roto el pacto de ellos con
Dios. Cuando ustedes fueron bautizados, ustedes
hicieron un pacto en el sentido de ser fieles al
Señor. ¿Han guardado ustedes ese pacto? Si no lo
han guardado, ¡necesitan volverse a Él hoy!».
NOTA ARQUEOLÓGICA
«En el Obelisco Negro de Salmanaser III se
representa a Jehú postrado delante del rey asirio
(la fecha sería cerca del 840 a. C., al comienzo del
reinado de Jehú), y se le observa ofreciendo
presentes, que posiblemente tengan como propósito comprar apoyo en su lucha contra Hazael
de Damasco. Adad-Nirari III (c. 812–782 a. C.), en
una inscripción descubierta en Nimrud, también
afirmó haber recibido tributo del “territorio de
Omri”… 2º Reyes también describe el pago de
tributos de parte de Israel a Asiria y en los reinados
de Manahem (c. 745–738 a. C.) y de Oseas (c. 732–
724 a. C.); vea 2º Reyes 15.19ss.; 17:3.»1
1
John B. Taylor, Ezekiel: An Introduction and Commentary (Ezequiel: Introducción y Comentario), Tyndale Old Testament Commentaries, ed. D. J. Wiseman (Downers Grove,
Ill.: Inter-Varsity Press, 1969), 172. El obelisco se comenta
en D. Winton Thomas, ed., Documents from Old Testament
Times (Documentos de tiempos antiguotestamentarios) (New
York: Harper & Brothers, 1958), 48–49, lámina 3.
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