1 La Ley de Reforma Política a través del Diario CÓRDOBA Ana

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La Ley de Reforma Política a través del Diario CÓRDOBA
Ana Cristina Cuadro García
1. Introducción
En este artículo científico realizamos un análisis de conjunto sobre la Ley de Reforma
Política y, sobre todo, las alusiones que a ella se hacían en la prensa cordobesa, utilizando como
fuente el Diario CÓRDOBA. Esto es, atendemos a cómo se acoge esta importantísima ley en la
sociedad de la ciudad a través de su, entonces, diario más significativo, cómo estos periodistas
informan sobre el proceso y también exponen sus puntos de vista personales en los editoriales.
La importancia de la Ley de Reforma Política se centra, básicamente, en que ofreció a
un país que había padecido durante cuarenta años una larguísima dictadura, la posibilidad real
de ser conducido a una transición hacia la democracia. Con prudencia y habilidad Adolfo
Suárez presentó su propuesta previamente el 8 de septiembre a los jefes militares y dos días
después anunció ante la opinión pública la apertura de un gran debate nacional destinado a
acomodar las leyes a la realidad del país. El propósito era dar la palabra al pueblo español para
resolver el problema político que planteó la muerte de Franco, que era el fundamental, puesto
que ni siquiera los problemas económicos del país podrían tener solución sin la previa seguridad
de que hubiera unas instituciones firmemente establecidas. La coyuntura era bien delicada.
La importancia de la figura de Suárez es de sobra conocida por todos los especialistas
en la materia. Por eso hemos pensado que no estaba de más apuntar algo sobre ella en nuestro
artículo, de forma somera, por supuesto, y siempre en relación con su papel en relación a la Ley
de Reforma Política. El especialísimo momento del referéndum nacional también ha sido
recogido. Sin más, comenzamos.
2. Primeros pasos de la Ley de Reforma Política a través del Diario CÓRDOBA
En el mes de septiembre de 1976, Adolfo Suárez presentó la Ley de Reforma Política,
en cuya elaboración jugaron un papel decisivo Fernández Miranda y Lavilla. La idea esencial
de la disposición era llevar a cabo la transición “de la ley a la ley”, tal como decía el primero de
los políticos citados, es decir, sin quiebra del orden constitucional precedente y por los
procedimientos previstos en él. Los periodistas encargados de comunicar esto a los cordobeses
a través del Diario CÓRDOBA exponen lo siguiente en un editorial titulado “Proyectos
inmediatos” (el subrayado es nuestro) (Diario CÓRDOBA, 10 de septiembre de 1976, pág.
2):
“Le espera con gran interés los acuerdos que el Consejo de Ministros pueda adoptar
en su próxima reunión, pues se entiende que en ella habrán de puntualizarse algunos
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importantes extremos relacionados con la anunciada declaración que el presidente Suárez se
propone hacer a través de Televisión Española.
Es normal suponer que lo acordado a tal respecto no trascienda hasta que no sea
hecho público por el propio presidente; pero sí se sabe ya que el tema a considerar habrá de
conducir a una acción inmediata y concreta del propio Gobierno en cuanto se refiere a la
continuidad de las medidas transformadoras que está decidido a llevar a cabo. Y cabe
imaginar también que tales medidas habrán de ajustarse a la línea de legalidad en la que el
Gobierno debe y puede moverse tratando de agotar hasta el último extremo la utilización de
los recursos ordinarios y no los excepcionales. Es de presumir, por tanto, que las Cortes, y en
su caso el Consejo Nacional, habrán de considerar y votar la plasmación legal de algunas de
las propuestas del Gobierno. Sin pensar en ninguna fórmula de reserva táctica, resulta hoy
alejado de toda aventura afirmar que el Gobierno va a obtener la suficiente aceptación para
que, por encima de los mínimos legalmente exigidos, las reformas propuestas puedan entrar en
vías de realización, posiblemente previa la celebración de un referéndum, al que- tampoco
resulta aventurado anticiparlo- el pueblo va a responder, de acuerdo con los deseos del
Gobierno. Y ello no porque el Gobierno, en uno o en otro caso, vaya a utilizar procedimientos
que pudieran entenderse como poco abiertos o lícitos; ni porque los procuradores se sientan
inclinados, como malévolamente se ha señalado por alguien, a obedecer la que entienden
mejor manera de continuar sus personales trayectorias (acusación tan injusta como gratuita);
ni porque vayan a ser silenciadas o marginadas las voces contrarias al propósito o el
contenido de la reforma, sino por el hecho evidente de que el pueblo español quiere, de verdad,
la transformación de la política hasta ahora vigente; y porque lo quiere dentro de un orden
legal, que permite modificar una Constitución abierta, sin necesidad de que sea dinamitado el
edificio del Estado.
El Gobierno, esperamos, habrá de exponer al pueblo español sus propósitos
inmediatos y sus medios de actuación. Esto es: un programa y el plan para llevarlo a cabo.
Frente a esto, acaso también fuera oportuno que la oposición –en su amplio espectroexpusiera concreta y lealmente los suyos. Acaso no sea fácil. La oposición, resulta lo más
previsible, se limitará a forzar la máxima abstención en la anunciada consulta, pero sin haber
señalado antes cada uno de los sectores que la integran cuáles serían sus demandas
alternativas. Y ello es así, entre otras cosas, porque un amplio grupo de la oposición sabe que
en ese terreno tiene pocas posibilidades de éxito, y su táctica habrá de seguir siendo la
obstrucionista, aún cuando en declaraciones personales se diga otra cosa, mediante la
expresión de principios maximilistas sin concreción ninguna, y que no tienen por qué
condicionar el paso de la reforma. Hoy, mucho más que en el llamado “bunker”, la
obstrucción al proceso de transformación está en ciertos sectores de la oposición autollamada
democrática, que intenta forzar una situación extrema de la que sólo podría salirse mediante la
instancia a la fórmula dictatorial.
La prolongación de las situaciones de transición es siempre peligrosa. Si la
precipitación es mala, la demora lo puede ser –de hecho lo es- aún más. Puede y debe el
Gobierno dialogar con los grupos de oposición para auscultar aquello en lo que los dirigentes
de tales grupos fundamentan sus posiciones políticas y sus aspiraciones; pero si algo de esto
pudiera ser –como de hecho habría de serlo- incorporado a las postulaciones de un próximo
futuro, sólo puede hacerse viable a través de la consulta popular, sin que nada detenga ya la
urgencia de ésta. Consulta que parece innecesario señalarlo, debe formularse con preguntas
que abran el camino para una acción legislativa de reforma todo lo amplia que sea necesario;
y con unas Cortes representativas asentadas tanto sobre la realidad de la España de hoy como
sobre la garantía de una indiscutible España para el mañana.”
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Se hila muy fino y se acierta en gran parte de lo expuesto en este editorial, en una fecha
tan temprana para la recién nacida Ley de Reforma Política como el 10 de septiembre de 1976.
Ese día era el que tenía lugar la entrevista de los presidentes de las Cortes y del Gobierno para
tratar de los planes de Reforma Política que un día más tarde iba a ser sometida al Consejo de
Ministros. En este sentido, la noticia era la siguiente (Diario CÓRDOBA, 10 de septiembre
de 1976, pág. 1):
“El presidente de las Cortes y el presidente del Gobierno mantuvieron esta tarde una
reunión de tres cuartos de hora de duración. La entrevista se celebró en el despacho del
presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, a las ocho menos cuarto de la tarde.
En medios parlamentarios se piensa que la conversación giró en torno al tema de la
reforma constitucional, que mañana será estudiada por el Consejo de Ministros y en torno a la
cual es posible que el Gobierno decida someterla a informe del Consejo Nacional y aprobación
de las Cortes, previamente a la celebración del referéndum.
Según los mismos medios, el presidente Suárez habrá expuesto al presidente
Fernández-Miranda el contenido del proyecto que mañana será considerado por el Gobierno,
cuyos miembros tienen ya en sus despachos ministeriales, y bajo llave, el texto de dicho
proyecto.”
De esta forma concisa y correcta, propia del lenguaje periodístico, se expresa el Diario
CÓRDOBA al respecto de esta noticia. Mucho más jugoso es el editorial que antes adjuntamos,
evidentemente, por razones obvias. Acierta en muchos aspectos con lo que se llevaría a cabo en
el futuro inmediato con esta Reforma Política, y eso es lo interesante del editorial. Cómo a
pesar de estar viviendo los acontecimientos en ese momento, sin perspectiva temporal, por
tanto, tuvieron agudeza a la hora de juzgar los hechos que estaban acaeciendo a su alrededor.
Concretemos algo más. Veamos con cierta profundidad qué suponía la Ley de Reforma
Política.
3. Contenido de la Ley de Reforma Política
La ley de Reforma Política pudo ser definida por Pablo Lucas Verdú como “la octava
ley fundamental del régimen” (AAVV. (1998), pág. 2843), que tenía como consecuencia
peregrina la autodestrucción (o la “autorruptura”) del régimen mismo. Desde un punto de vista
político, también se dijo que era “una ley de transacción para la transición”(CARROGGIO
(1980), pág. 322). En todo caso, desde el punto de vista jurídico sería posible encontrarle
numerosos defectos. No se hacía en ella alusión alguna a la monarquía ni a las relaciones entre
gobierno y parlamento; muchas cuestiones quedaban reenviadas a las nuevas Cortes que serían
como consecuencia de inmediatas elecciones. Sin embargo, esta misma decisión era prudente,
pues cualquier opción en ese momento estaría sometida a inevitables críticas.
Por otro lado, quedaba salvado lo fundamental del proceso hacia la democracia al
afirmarse en el preámbulo que la soberanía residía en el pueblo y en uno de sus primeros
artículos recalcarse la importancia de los derechos humanos. Se recalcaba, además, su
inviolabilidad y la obligación de que todos los órganos del Estado los respetaran.
Particularmente interesante es que además se añadía que las fuerzas políticas debían aceptar que
su auténtico peso no era otro que el derivado “del número de ciudadanos que las apoyan a través
de los votos”(AAVV. (1998), pág. 2843). La ley de Reforma Política preveía la existencia de
un presidente de las Cortes y la elección de dos cámaras: un Senado, y un Congreso de los
Diputados, que tendrían respectivamente 204 y 350 miembros. El rey tenía derecho de nombrar
una pequeña parte ―un quinto― de los miembros del Senado.
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Pero, lo más destacado de todo, lo fundamental, la Ley exponía la necesidad de
convocar elecciones por sufragio universal destinadas a la redacción de una nueva Constitución
que sería compuesta por estas dos cámaras. En el caso de que existiesen discrepancias se
dirimirían a través de una comisión mixta o la votación conjunta. Las discrepancias en ese
momento existentes entre las diferentes fuerzas políticas respecto del sistema electoral a
emplear se solucionaron por el procedimiento de que el Senado fue elegido por representación
mayoritaria, mientras que para el Congreso de los Diputados se siguió el sistema de
representación proporcional. El rey tenía derecho a convocar un referéndum en el caso en que
lo considerara pertinente. Esta medida le permitiría una apelación al pueblo en el caso de que la
clase política del pasado ofreciera resistencia a la transformación (TUSELL (1998), pág. 779).
Se puede resumir diciendo que esta medida estaba obviamente incluida para presionar las
posibles resistencias de la clase política al proceso reformador. Finalmente desaparecía del
proyecto cualquier mención a la representación orgánica o a los consejeros nacionales de por
vida. Como es lógico, no se citaron ya los organismos de la época anterior.
4. La figura de Adolfo Suárez
El papel jugado por Adolfo Suárez ha sido especialmente destacado por todos aquellos
que se han acercado al tema que estamos tratando. En efecto, Adolfo Suárez tenía cualidades
objetivas que se descubrieron como excelentes para cumplir la tarea encomendada (TUSELL
(1998), pág. 777). Procedente del mundo católico, había realizado la totalidad de su carrera
política en el antiguo partido único y en él se había convertido en una personalidad aceptada por
todos, quizá en parte por su aparente insignificancia pero también por un carácter propicio a
llevarse bien con personas muy distintas y por su capacidad de liderazgo entre los de su
generación. Vencedor del marqués de Villaverde, casado con la hija de Franco, en unas
elecciones para cubrir un puesto del Consejo Nacional, había obtenido también recientes éxitos
en las Cortes. A todo esto hay que añadir también que Suárez, con su aspecto de joven galán,
demostraría que podía utilizar a fondo los recursos de la pequeña pantalla y que nunca había
sido ministro de Franco, lo que era otra baza a su favor (BENNASSAR (1989), pág. 530).
Todos estos factores, incluida la amistad con Fernández Miranda, explican su elección,
pero el factor decisivo fue, no obstante, la preferencia del Rey. Éste se vio sin duda influido por
la evolución de las circunstancias, pero en él jugó un papel determinante su amistad temprana y
estrecha con el elegido que, además, como director general de Televisión, le había prestado
servicios importantes en un momento en que todavía no era por completo claro que fuera a
resultar el sucesor de Franco y en que necesitaba darse a conocer. La identidad generacional
pudo jugar, además, un papel muy importante en su decisión.
En efecto, fue Suárez, quien con el apoyo del rey y gracias a la política inteligente de
los socialistas y los comunistas, consiguió una “salida suave” de la era franquista. Sin
enfrentamientos, sin conmociones sangrientas, a pesar de la crisis económica que padecía el
país, siempre que se considere el problema del País Vasco como un problema particular.
5. La oposición a la Ley de Reforma Política
Las reacciones con respecto a este proyecto de ley fueron relativamente positivas;
mientras que el partido comunista manifestaba su oposición porque eludía la convocatoria de un
proceso constituyente, otros grupos, incluso socialistas, demostraban una mayor receptividad
ante los intentos reformistas. Sin embargo, y como cabía esperar, la actitud de la clase política
del régimen fue francamente fría. En octubre el Consejo nacional, que debía emitir un
preceptivo informe, dedicó una sesión al proyecto de reforma del gobierno Suárez, que fue
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presentado por éste como testimonio de una voluntad de “profundos cambios” pero “desde la
legitimidad del Estado”. De esta manera se esgrimía, un tanto ambiguamente, la valía de las
propias instituciones del franquismo para conseguir la aprobación de una Ley como ésta que
alteraba esencialmente su fundamento (AAVV (1998), pág. 2845). A pesar de esta referencia al
pasado el Consejo Nacional recomendó que las dos cámaras tuvieran carácter colegislador y que
el Consejo del Reino informara acerca de la posibilidad de un referéndum. El gobierno, que
permaneció ausente ante el debate del Consejo Nacional, no asumió las enmiendas y declaró,
con la colaboración de Fernández Miranda, de urgente tramitación el proceso legislativo relativo
a la reforma.
La opinión del Consejo Nacional era preceptiva pero no vinculante. En cambio, sí que
era preceptiva la opinión de las Cortes, y el resultado no era seguro. En ella los reformistas
utilizaron a los sectores generacional o ideológicamente más vinculados a su propia posición,
aunque algunos de ellos acabaran por quedar descolgados de toda la operación reformista. La
actitud del gobierno ante las Cortes fue, al mismo tiempo, de firmeza y capacidad de
negociación. De esa manera la ley de Reforma Política, que podía haber despertado una enorme
polémica, quedó reducida en su debate a un discurso sobre el sistema electoral y acabó siendo
aprobada por 435 votos a favor, 59 en contra y 13 abstenciones. Parece obvio que la mayoría de
los procuradores estaban dispuestos a aceptar alguna forma de democracia, pero el resultado
hubiera sido muy negativo de haberse planteado la inmediata legalización del PCE (TUSELL
(1998), pág. 779). Pero esto no se llevó a cabo en este momento, con lo que tras la votación se
producía lo que se puede calificar como el suicidio del régimen (CARROGGIO (1980), pág.
322). Algo tan impensable y sorprendente, hacía unos meses, como revestido ahora de cierta
grandeza, que subrayaron los mutuos aplausos que el gobierno y los todavía entonces
procuradores se tributaron.
Así recoge el Diario CÓRDOBA un momento tan simbólico y destacado como éste bajo
el titular de “Ganó la Reforma” (Diario CÓRDOBA, 20 de noviembre de 1976, pág. 2):
“Este es justamente el instante, 21,28 horas del 18 de noviembre del año de gracia de
1976, en que una vieja y sabia nación a la que llamamos España se entrega a sí misma el don
de la democracia. No fue la noche de los cuchillos largos, sino la noche aleccionadora de la
gran convivencia. Fue, también, la noche de las “eses”: la de la serenidad, señorío y
sabiduría en una clase política que se sabía contemplada por el pueblo y por la Historia, y la
noche Suárez, la gran noche de un político honesto, decidido e inteligente. Es, en este gesto
espontáneo e histórico, el presidente del Gobierno el que aplaude a los representantes del
pueblo español, como al final de un gol rematado conjuntamente. Va por ustedes, va por el
pueblo. No hubo, pues, vencidos ni otro vencedor que el pueblo español hoy, 19 de noviembre
de 1976, en alborada. Buenos días, Democracia.”
Se es plenamente consciente en ese momento de la coyuntura histórica que se está
viviendo y de la importancia de algo fundamental: la no existencia de vencedores ni vencidos.
Algo que había sido uno de los rasgos más característicos del régimen franquista, sobre todo al
comienzo de su andadura, pero rasgo en fin del que no se despegaría hasta la muerte del
caudillo, en definitiva. Es el pueblo ahora el que triunfa y el que levanta poderosamente el
estandarte de la libertad y de la democracia. Y el diario cordobés muestra abiertamente la
trascendencia de los hechos que están sucediendo simultáneamente.
6. El referéndum
Para que se abriera de manera definitiva este camino quedaba por cubrir una última
etapa, la celebración del referéndum previsto en la propia Ley de Reforma Política. La mayor
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parte de los partidos de oposición se opusieron a la celebración del referéndum, pero con la
confianza de que en éste se obtendría una abrumadora mayoría de síes. A ella pudo colaborar,
desde luego, una propaganda televisiva que seguía todavía los procedimientos del régimen
anterior.
La celebración del referéndum exigía la regulación de su procedimiento. Y para ello se
llevó a cabo una reunión extraordinaria del Consejo de Ministros. Los términos de esta reunión
son también recogidos por el Diario CÓRDOBA (Diario CÓRDOBA, 20 de noviembre de
1976, pág. 2):
“En la mañana de hoy se ha reunido en la sede de la Presidencia del Gobierno y bajo
la presidencia de don Adolfo Suárez González el Consejo de Ministros con carácter
extraordinario.
Aprobado en el día de ayer por el Pleno de las Cortes Españolas el proyecto de Ley
para la Reforma Política que, por modificar algunas de las Leyes Fundamentales del Reino,
debe se sometido a referéndum, el ministro de la Gobernación informó al consejo sobre la
preparación de las normas para la realización de la consulta nacional, así como de los
trabajos efectuados pro la comisión interministerial designada al efecto.
De conformidad con las propuestas formuladas por la citada comisión, el Consejo
aprobó en Real decreto de la Presidencia del Gobierno por el que se regula el procedimiento
para la aplicación del referéndum. Por este real decreto, se actualizan las normas que regían
actualmente el procedimiento para el referéndum y cuya modificación viene aconsejada por el
tiempo transcurrido y la necesidad de acomodar el contenido de las mismas a las
circunstancias del momento político.
Entre otras mejoras introducidas en el texto, pueden señalarse como más importantes,
las relativas al voto por correspondencia que podrán ejercitar los transeúntes, los militares
que se encuentren prestando servicio fuera del municipio de su sección, los emigrantes y
viajeros españoles por el extranjero, los recluidos en establecimientos penitenciarios y los
enfermos o acogidos en instituciones hospitalarias. El reconocimiento del voto a los
emigrantes españoles en el extranjero permitirá a éstos participar por primera vez en un
referéndum ejercitando tan importante derecho público.
También se establecen en las nuevas normas los recursos y reclamaciones que pueden
interponerse contra los resultados electorales y se preveen las sanciones en vía gubernativa o
judicial en que puedan incurrir quienes perturben el desarrollo del referéndum.
Igualmente el Consejo fue informado por el ministro de la Gobernación del proyecto
de disposición por el que se aprueban los modelos de impresos que, con carácter oficial,
habrán de utilizarse en el próximo referéndum. A fin de garantizar la mayor objetividad y
pureza del procedimiento a seguir para la celebración y desarrollo del referéndum, figuran
entre los impresos oficiales a utilizar los siguientes: la documentación para la votación con
sus correspondientes papeletas y certificado de haberla realizado; toda la documentación
referente a la emisión del voto por correo, tanto para los del interior, como para los que se
hallen fuera del territorio nacional; los impresos relativos a la designación de los
componentes de las mesas electorales, es decir, presidentes, adjuntos e interventores que
podrán nombrar las Asociaciones políticas legalmente constituidas y los participantes, actas de
la sesión de la votación y del escrutinio y, por último, la documentación referente a la
actuación de las Juntas del Censo.
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Estas normas, junto con la convocatoria que, de conformidad con el apartado C) del
artículo 7º de la Ley Orgánica del Estado, debe ser objeto de un Real Decreto de la Jefatura
del Estado, constituyen la normativa por la que habrá de regirse el próximo referéndum
nacional.”
El referéndum se llevó a cabo el 15 de diciembre, aunque al principio la fecha exacta no
se tenía demasiado clara. Así lo comprobamos en el Diario CÓRDOBA (Diario CÓRDOBA,
20 de noviembre de 1976, pág. 2):
“Un día comprendido entre los 15, 16 y 17 del próximo mes de diciembre tendrá lugar
el referéndum sobre el proyecto de Reforma política aprobado ayer en las Cortes, según ha
podido saber Pyresa en medios políticos dignos de crédito. Las mismas fuentes descartaron
tajantemente que el referéndum pueda celebrarse en un día festivo, por lo que, durante el día
del referéndum se concederá a todos los trabajadores media jornada de asueto laboral para
que puedan ejercer su derecho a votar.
El hecho de que no se haya hecho pública la fecha de la consulta en la referencia
oficial del Consejo de Ministros celebrado hoy, podría indicar según estos medios, que sea el
presidente Suárez quien lo anuncie a la nación en una televisión radiotelevisada.
Prácticamente hasta el último día del pleno de las Cortes no se supo que iba a ser el ministro
Lavilla y no el presidente Suárez el que defendiese el proyecto ante la Cámara. Dos días antes,
un vespertino madrileño anunciaba la posibilidad de una próxima aparición del primer
ministro por televisión. Los círculos mencionados han dado como muy lógica la posibilidad de
que sea el presidente Suárez quien anuncie la fecha, influyendo así en la campaña publicitaria
dado que el presidente del Gobierno es considerado hoy como uno de los hombres más
populares del país.”
Antes de que el referéndum se llevara a cabo, finalmente la fecha escogida sería el 15 de
diciembre de ese año 1976, el presidente Suárez fue quien apareció en televisión para dar un
discurso motivador del voto. Efectivamente, como se anticipaba en el Diario CÓRDOBA, la
figura del presidente era mucho más popular que la de otros implicados en la elaboración de esta
Reforma Política. De ahí que él fuera la persona adecuada para dirigirse al pueblo. El discurso
del presidente padeció ciertos problemas técnicos y su retransmisión se cortó para diecinueve
provincias españolas. De ahí que de nuevo se repitiera cuando estos problemas técnicos se
solucionaron, para que todos los españoles pudieran escucharlo completo. Este discurso es
recogido por el Diario CÓRDOBA. Por razones obvias, no vamos a extractarlo completo, pero
sí que entresacaremos las partes más representativas (el subrayado es nuestro) (Diario
CÓRDOBA, 15 de diciembre de 1976, pág. 3):
“A los dos días de jurar mi cargo de presidente del Gobierno ante Su Majestad el Rey,
prometí dedicar mi esfuerzo a un objetivo, que es el objetivo de la Monarquía a la que
servimos: darle al pueblo español el protagonismo que le corresponde. Han pasado cinco
meses –diría que cinco importantes meses-, y ha llegado la hora: mañana son convocados a
las urnas más de veintidós millones de españoles para decidir su futuro político.
En la víspera de este acontecimiento, comparezco una vez más ante ustedes para
explicar los criterios del Gobierno sobre temas que a todos nos interesan; dar cuenta de cada
uno de nuestros pasos, acudir a la opinión pública y a la consulta, porque el Gobierno de Su
Majestad el Rey, que me honro en presidir quiere gobernar asistido por la sociedad.
Por ello deseo hacer constar los principios que inspiran la Reforma Política que
mañana se somete a sanción popular. Se trata, en primer término, de modificar nuestras
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estructuras políticas con el único fin de acomodarlas a la realidad de España y al pluralismo
existente (...) ningún afán de gobernar con espectacularidad, ni ningún deseo de protagonismo.
No servimos tampoco intereses de partido, por muy respetables que éstos sean para nosotros.
Cuando el Gobierno se calificó a sí mismo como gestor de la transición política, estaba
indicando un estímulo, un procedimiento, pero también un servicio: el servicio que se deriva
de trabajar en equipo a favor de nuestro pueblo y de nuestro Rey.
Es evidente que todo ha cambiado en esta nación. Desapareció la excepcional figura
de Franco. Surgió en la piel de España en toda su riqueza, un pluralismo que tiene que ser
aprovechado y canalizado para ser útil a la comunidad. Se están estructurando nuevas fuerzas
sociales que deben tener oportunidad de someterse al contraste del voto popular para que
puedan aportar su iniciativa al quehacer nacional. ¿Hemos de asistir impasibles a esta
profunda mutación de nuestras relaciones? ¿Es lícito que adoptemos la cómoda postura de
contemplar el cambio sin proporcionarle los instrumentos jurídicos y políticos para que sea
positivo y creador?”
La importancia, el destacadísimo papel que se otorga al pueblo en estas primeras
palabras del presidente del Gobierno, cuando se dirigía a la nación española en su discurso
televisado, quedaba remarcado claramente a lo largo del discurso. Porque no se escondía el
objetivo último de la Reforma Política y de la ley que se iba a votar en referéndum, y se exponía
diáfanamente ―aunque con cautela en estos primeros momentos de la transición― el deseo
democratizador de la monarquía. Lo comprobamos:
“Si ustedes me pidieran un nuevo resumen de sus objetivos, los condensaría en una
sola frase: queremos que el pueblo español controle y dirija a través de sus representantes
libre y democráticamente elegidos los destinos de nuestra patria. Las próximas elecciones –si
ustedes aprueban la Ley- dirán quienes son los depositarios de la confianza popular. Pero
ahora mismo ni el Gobierno, ni las fuerzas políticas, ni ninguno de nosotros individualmente
podemos desprendernos de la obligación de hacer posible todo eso. (...) creemos que nadie,
salvo el pueblo en su conjunto, como dueño de sus destinos, tiene autoridad para dirigir el
cambio.”
A pesar de que el pueblo mostraría su apoyo a la ley con un elevado tanto por ciento de
participación –como luego veremos- el presidente del Gobierno incide bastante en la
significación y la importancia de que el pueblo se posicione y acuda a las urnas:
“Si pedimos la presencia de todos en los colegios electorales, es por la convicción
profunda de que el nuevo marco político que buscamos solo será respetado si se basa en el
consentimiento general de la nación, o dicho de otra forma: solo disfrutaremos de seguridad,
de estabilidad política y de horizontes claros si la reforma se asienta en la voluntad general.
Porque creemos que es así, hemos dado este paso. Y porque creemos que estamos
abriendo el futuro de España a una sociedad plenamente democrática sin riesgos y sin
temores, defendemos hasta el último momento esta Ley, que marca un camino de nuevas
oportunidades a la libertad y a la convivencia.”
Especialmente significativas nos parecen las palabras de Adolfo Suárez en relación a la
situación única que estaba viviendo el país. Este posicionamiento ya vimos que era similar al
que se expuso desde el Diario Córdoba unos meses antes, en el que se desprendía lo histórico
del momento, lo delicadas que eran las etapas de transición. Escuchemos al presidente del
Gobierno:
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“El proceso político que está viviendo España es quizás único en la historia, pues
difícilmente se encuentran precedentes conocidos. Si todo cambio político implica dificultades,
lo que es excepcional implica dificultades excepcionales.
El Gobierno es plenamente consciente de las graves dificultades que comportan
conducir la transición política, pues en etapas como ésta se generan, lógicamente, recelos e
incomprensiones en los diferentes sectores de la sociedad, sean de centro, de derecha o
izquierda.
Es muy estrecho el camino por el que tiene que transcurrir la acción del Gobierno
en estas circunstancias y, por otra parte, está siempre erizado de dificultades ya sean
económicas, políticas o sociales.
Realizar un cambio que es verdadero, y hacerlo pacíficamente sin revoluciones y
sin traumas, es una empresa merecedora de despertar las mayores ilusiones.
En consecuencia quiero asegurarles que el Gobierno está firmemente decidido a
continuar su andadura porque espera encontrar el apoyo de la mayor parte del pueblo para
conseguir que todos los españoles puedan seguir caminando hacia el futuro, no solo sin
sentirse heridos, sino con la frente alta y la conciencia limpia.
Conocemos nuestros objetivos. Somos conscientes de nuestro compromiso.
Sabemos de la dificultad de gobernar una situación de cambio, cando la legislación está
anclada en el puerto de salida y tenemos que llegar al puerto de destino de una democracia
plena. Por todo ello, tenemos que conseguir un difícil equilibrio: el difícil equilibrio de
conjugar la legítima autoridad del Estado y el prestigio de sus normas con los cambios
sociales ya producidos y que son irreversibles.
Yo estoy convencido de que, en estas circunstancias, el pueblo español reforzará
su serena y digna decisión de votar por una España en paz y concordia basada en la soberanía
popular, porque sólo así podrán clarificar las situaciones de confusión.
Una vez conocido lo que la Ley de Reforma Política pretende, conviene saber que
el único riesgo insalvable para el país es volverse de espaldas al curso de la historia. Todo
cambio político implica dificultades y tensiones; pero el Gobierno es absolutamente consciente
de que preguntarle al pueblo español cómo quiere su porvenir, es el único medio de construir
un futuro sin riesgos.”
En definitiva, por si a alguien le quedaba aún alguna duda sobre si votar o no. Y,
mucho más concretamente, sobre el voto a emitir, sí o no, el presidente solicita el apoyo a la
Reforma Política. Aunque ya se había argumentado suficientemente la necesidad de ésta por
sus palabras anteriores, por la larga parte de discurso que ya había expuesto, no puede por
menos que solicitar el voto afirmativo en estos términos históricos:
“(...) Pedimos el “sí”, porque aspiramos a que cada español se sienta gestor en
los compromisos y en las obligaciones, pero también en los beneficios de la tarea común.
Pedimos el “sí” porque es necesario abrir las puertas a nuevos representantes
legítimos que encaren, con la autoridad emanada de las urnas, las reformas precisas.
Pedimos el “sí” porque este país, tiene derecho a instituciones emanadas de los
deseos populares.
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Pedimos el “sí” porque queremos que haya elecciones; y queremos elecciones
porque creemos que de ellas pueden derivarse soluciones de representatividad para los
problemas económicos y sociales y porque sólo a partir de ellas y de su sinceridad son posibles
los grandes acuerdos nacionales que España necesita.
Tenemos derecho moral y legal a pedir el “sí”, porque el cambio se efectúa desde
la legalidad, por los procedimientos previstos en la Constitución; pero con la suficiente
perspectiva como para que nadie se considere marginado de las grandes opciones nacionales.
Sólo me resta decir que cuando como presidente del Gobierno de Su Majestad les
invito a acudir a las urnas y solicito un voto afirmativo, no estoy pidiendo nada para mí. Sólo
pido que, entre todos, hagamos posible que a este pueblo se le devuelva la confianza de
sentirse capaz de gobernarse a sí mismo. Sólo pido que abramos una puerta a la posibilidad
de que nuestra vida pública no dependa de quienes más se hacen oír, sino de quienes mejores
soluciones aportan.
Mañana gobiernan veintidós millones de españoles. Mañana comienza, si su voto
es afirmativo, una nueva etapa histórica basada en la soberanía popular. (...)”
El importantísimo referéndum de la Ley de Reforma Política tuvo como resultado la
participación del 77% del censo y la aprobación por una abrumadora mayoría. Nada menos que
el 94,5%. Los votos negativos quedaron reducidos al 2,5% y los nulos al 3%. En este caso,
como a comienzos de año, había quedado demostrado que la oposición ―que había aconsejado
en su mayor parte la abstención- carecía de apoyo suficiente entre los ciudadanos como para
derribar al régimen. Los sectores que permanecían anclados en una postura de resistencia al
cambio, además, se vio que constituían una proporción mínima de la población. Con la
aprobación de esta ley se había iniciado ya de forma irreversible el proceso de transición a la
democracia. Un camino que se iniciaba, dicho sea de paso, con un apoyo social consistente
(AAVV (1998), pág. 2847). Con el paso del tiempo, además, se demostraría que una porción
considerable de quienes habían votado afirmativamente lo iban a hacer también a favor del
Partido Socialista.
El referéndum para la aprobación de la Ley de Reforma Política resultó además de una
primera aproximación entre electorado y fuerzas políticas, aunque de una forma muy peculiar,
la consulta más libre que había tenido España en los cuarenta últimos años. Para España en
general, el Diario CÓRDOBA recoge los datos siguientes el día anterior a la votación (Diario
CÓRDOBA, 14 de diciembre de 1976, pág. 1):
“Casi veintitrés millones de españoles están llamados a expresar su voz mediante
el voto aprobando o rechazando una Ley que abre las puertas a la Democracia. Son 30.215
secciones electorales con 41.699 mesas las instaladas en los 8.155 municipios de España.”
Para el caso cordobés en particular también se muestra la significación cuantitativa del
referéndum bajo el título de “234 mesas electorales en nuestra capital” (Diario CÓRDOBA,
15 de diciembre de 1976, pág. 2):
“Hoy, a las nueve de la mañana, abrirán sus puertas los colegios electorales
correspondientes a las 575 secciones en que se encuentran divididos los 194 distritos de la
capital y provincia. Córdoba capital cuenta con diez distritos, compuestos por 170 secciones
que totalizan 234 mesas electorales.
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439.399 son los cordobeses mayores de 21 años y, por tanto, con derecho a voto,
lo que supone un 61,22 por ciento sobre la población total. De ellos, 151.784 corresponden a
la capital y el resto a los setenta y cuatro municipios de la provincia.
Cada elector habrá de depositar su voto en la sección y distrito en que figure
inscrito en las listas confeccionadas por la Junta Municipal del Censo. Para efectuar la
votación habrá de ir provisto del Documento Nacional de Identidad, cuyos datos serán
confrontados con los que figuran en las listas del censo.
Todas las mesas electorales estarán abiertas desde las nueve de la mañana hasta
las ocho de la noche, sin ninguna interrupción, por lo que las votaciones podrán efectuarse en
cualquier momento dentro de estos límites establecidos.”
A pesar de que en el momento actual puede parecernos ciertamente irrisorio que se
recuerde llevar algo tan clave como el documento nacional de identidad, no está de más recordar
lo que expusimos hace unas líneas: es la consulta más libre que había tenido España en sus
últimos cuarenta años. Y, de hecho, en el país no se votaba desde el referéndum que Franco
propuso al pueblo cuando tuvo lugar la ley de sucesión del Reino, en el año 1969.
Una parte significativa de aquellos que aprobaron la Ley de Reforma Política eran
jóvenes, porque podían votar en el referéndum los mayores de veintiún años. Esto quizás fue un
aliento nuevo, impulsor, que habría que tener también en cuenta. Tal y como se expresa
Gonzalo Robles Orozco (ROBLES OROZCO (1986), págs. 163-173): “A diferencia de la
juventud actual, que ve obstaculizado su proceso de integración social por factores externos y
objetivos (desempleo, educación...), la juventud de 1975 detiene su incorporación social
voluntariamente por razones subjetivas: no se integra en el sistema porque el sistema no le
gusta. Prefiere cambiarlo.” De hecho, este mismo autor expone que si analizan las fases por las
que pasó la juventud española en la década de 1975-1985, los años que van de 1975 hasta 1977
son una coyuntura bien definida. En este período se produce una evidente movilización política
de la juventud y una paralela radicalización, según Robles Orozco (ROBLES OROZCO (1986),
págs. 163-173).
7. Conclusiones
En el preciso momento de la muerte de Franco un 72 por 100 de los españoles quería la
libertad de expresión y el 70 por 100 deseaban un sufragio universal libre y secreto. La libertad
religiosa y sindical estaban ampliamente apoyadas por la sociedad española desde hacía tiempo.
En cuanto a la libre creación de partidos había experimentado un cambio muy importante en un
plazo muy corto de tiempo. En 1971 sólo el 12 por 100 de los españoles creía que la existencia
de partidos políticos resultaría beneficiosa, pero en 1973 era ya el 37 por 100 y en la primavera
de 1975 se llegó al 56 por 100 (TUSELL (1996), pág. 187). A la muerte de Franco, España
quería, sin duda, la democracia, pero eso no quería decir que fuera sencillo conseguirla, porque
la llegada a ella implicaba la actuación de unos protagonistas políticos que podían errar o
adoptar posturas netamente contrarias a esos propósitos.
Frente a los anteriores intentos de describir e institucionalizar en el propio texto de la
Ley el sistema legal y constitucional que habría de regir en el futuro a España, la Ley de
Reforma Política de Adolfo Suárez partía de una situación transicional. La propia mayoría
popular pedía constituirse en instancia decisoria de la misma reforma, porque sólo de esta
manera, “cuando el pueblo haya otorgado libremente su mandato a sus representantes, podrá
acometerse democráticamente y con posibilidades de estabilidad y futuro la solución de los más
importantes temas nacionales, como son la institucionalización de las peculiaridades regionales
como expresión de la diversidad de pueblos que constituyen la unidad del Reino y del Estado;
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el sistema de relaciones entre el Gobierno y las Cámaras legislativas; la más profunda y
definitiva reforma sindical o la creación y funcionamiento de un órgano jurisdiccional sobre
temas constituyentes o electorales” (AAVV (1998), pág. 2844).
En menos de un año, se afianza la victoria de la democracia. El 26 de junio de 1977, la
revista Cambio 16 escribía atónita (BENNASSAR (1989), pág. 530): “Un año y medio después
de la muerte de Franco, aquello que con él parecía imposible se ha hecho realidad. Nosotros,
los españoles iremos a votar. España, ahora, ya no es diferente”. Una exclamación en forma de
confesión. Se había superado una inmensa frustración.
De hecho, Adolfo Suárez llevó a cabo la reforma política a un ritmo muy acelerado:
tras entrevistarse con diversos dirigentes, logró imponer la Ley de Asociaciones Políticas que
legalizaba los partidos la de Asociaciones Sindicales que garantizaba la libertad sindical. O
sea, que fue un ex falangista quien destruyó el monopolio político del franquismo, y su
monopolio sindical que, bien es cierto, había caído ya en desuso. Se fueron sucediendo las
medidas prácticas: legalización del PSOE en diciembre de 1976, del PCE en abril de 1977. Los
viejos militantes de la revolución regresan al país: los comunistas Santiago Carrillo y la
Pasionaria; los anarquistas Diego Abad de Santillán, José Peirats, García Oliver, Federica
Montseny... El PSOE y el PCE anuncian que no cuestionan la forma jurídica del régimen, que
aceptan la monarquía y la bandera. Las elecciones a las Cortes constituyentes del 15 de junio de
1977, por sufragio universal, masculino y femenino, reúnen 18.400.000 votantes sobre
23.000.000 de inscritos, esto es un 80 por 100, lo que muestra, sin duda, el éxito de la Ley de
Reforma Política. Un éxito sin precedentes.
8. Fuentes
DIARIO CÓRDOBA (remitimos al aparato crítico del trabajo)
9. Bibliografía
AAVV. (1998). Historia de España. Tomo 15. La monarquía democrática y la España de hoy.
Barcelona: Salvat.
BENNASSAR, B. (1989). Historia de los españoles 2. Siglos XVIII-XX. Barcelona: Crítica.
CARROGGIO, F. (dir.) (1980). Historia de España. Vol. 6: El siglo XX. Barcelona: Carroggio
Ediciones.
DÍAZ-PLAJA, F. (1972). La España política del siglo XX en fotografías y documentos. Tomo
IV: Del final de la guerra civil al Príncipe Juan Carlos (1939-1969). Barcelona: Plaza & Janes.
FUSI, J. P., PALAFOX, J. (1997). España: 1808-1996. El desafío de la modernidad. Madrid:
Espasa-Calpe.
ROBLES OROZCO, G. (1986). La juventud española. En AAVV, España diez años después de
Franco (1975-1985) (pp. 163-173). Barcelona: Planeta.
TÉMINE, É., BRODER, A., CHASTAGNARET, G. (1982). Historia de España
contemporánea. Desde 1808 hasta nuestros días. Barcelona: Ariel.
12
TUSELL, J. (1996). Gobierno y oposición (1969-1975). El tardofranquismo. En José María
Zamora (dir.), Historia de España Menéndez Pidal. Vol. XLI. La época de Franco (1939-1975).
Política. Ejército. Iglesia. Economía y administración (pp. 143-192). Madrid: Espasa-Calpe.
TUSELL, J. (1998). Historia de España. Madrid: Taurus.
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