cuento: la pesadilla de trevor

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LA PESADILLA DE TREVOR
Corría la mañana del 7 de diciembre de 1941. Cientos de aeronaves japonesas
sobrevolaban Pearl Harbor esperando el momento preciso para realizar el ataque.
Después, solamente quedaban cuerpos inertes y desolación.
Trevor Smith era un hombre de mediana altura, muy musculado y adicto a la
heroína que llevaba sirviendo a las fuerzas armadas americanas desde hacía unos años.
Era uno de los pocos supervivientes de la brutal batalla que había ocurrido no hacía
mucho en Hawái contra el ejército nipón. Ese mismo día, él, su mujer Jennifer y sus
hijos John y Mary fueron trasladados hasta Minnesota, al norte del continente
americano.
Desde Pearl Harbor, Estados Unidos había estado pensando la mejor manera de
vengarse de los japoneses y por fin, tras varios años de espera, dieron con ella. Robarían
las bombas nucleares que el ejército nazi había construido y las lanzarían sobre
Hiroshima y Nagasaki; pero primero tendrían que conseguirlas.
Un jueves por la tarde, el coronel Franklin se presentó en la puerta de la casa de
Trevor. Tras varios minutos de súplicas y tristeza, el soldado Smith tuvo que contar a su
familia una terrible noticia. Tendría que viajar a Alemania la próxima semana para
dirigir una de las escuadrillas involucrada en la misión de robar los artefactos. Su mujer
y sus hijos lloraban desconsoladamente pero Trevor no podía decirle que no al coronel.
Siete días más tarde, los helicópteros estaban preparados para salir pero el
soldado Smith, encargado de dirigir la escuadrilla 4, no estaba muy seguro de lo que
hacía. Por su cabeza rondaban montones de pensamientos, casi todos negativos… que
pasaría si muriera en Alemania, nunca más volvería a ver a su familia, ni siquiera podría
despedirse de ellos. Trevor trataba de centrarse en su cometido pero cuánto más pensaba
en luchar y en la guerra, más miedo tenía de perderlo todo. De repente unos gritos le
sobresaltaron:
- ¡Smith, que narices está haciendo. El ejército alemán nos rodea, cómo no
espabile le volaran la cabeza de un tiro!- gritó el coronel.
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Trevor se incorporó lentamente dispuesto a luchar pero su cabeza seguía en otro
sitio. Avanzaron poco a poco hasta colocarse delante de una gran torre en cuya cima
estaban las bombas, pero no todo iba a ser tan fácil como hasta ahora… en su puerta
había unos diez hombres y otros tantos vigilando todos y cada uno de los pisos.
El soldado Smith sugirió realizar un ataque por la espalda: la mitad se acercarían
por la derecha y acuchillarían a los de ese lado y los de la izquierda, exactamente lo
mismo. Una vez que estuvo todo planeado, rodearon la torre y todo salió como estaba
previsto.
Después todo el escuadrón se
reunió en la puerta de aquella estructura y
decidieron que las escuadrillas uno y dos se quedarían vigilando en la puerta, la cuatro
entraría primero y la tres le cubriría las espaldas. Comenzaron a avanzar sigilosamente,
arrastrándose por las paredes y atentos al mínimo ruido. El primer piso fue fácil de
atravesar, no costó mucho cargarse a los cinco nazis que vigilaban las escaleras, pero el
resto sería muy distinto…
Nada más subir el último peldaño, varias decenas de nazis se les echaron
encima. Esto pilló por sorpresa a todo el mundo y cuando quisieron hacerles frente, ya
habían muerto varios soldados. Tuvieron que intervenir los integrantes de la escuadrilla
tres, de no ser por ellos aquello hubiera significado el fin de la misión.
Finalmente solo quedaron Trevor y Michael de la 4 y John y Henry de la cinco;
a pesar de todo había algo positivo, si superaban aquel último piso, se harían con los
explosivos. Subieron poco a poco intentando que un ataque como el anterior no les
sorprendiera. En principio no hubo ningún movimiento, aquel silencio y soledad eran
algo bastante extraño. Llegaron a una puerta y Mr. Smith, tras echar un vistazo por el
ojo de la cerradura, empezó a llorar. Ahí dentro estaba uno de los coroneles del ejército
alemán con su mujer y su hijo.
Esa imagen perturbaba su cabeza, le había hecho recordar a su familia, que
estaba sola e indefensa en Minnesota. Sintió que nada de aquello tenía sentido y tomó
una terrible decisión, volviendo a caer en el cruel mundo de la droga. Se inyectó una
cantidad mortal de heroína.
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Su vista comenzaba a nublarse y por un momento pudo ver a su mujer Jennifer,
a su hijo John y a su hija Mary. Después, todo se volvió negro pero poco a poco podía
distinguir algún destello de luz. Una voz conocida le despertó:
-Smith, ¿está usted bien? Ha tomado una dosis muy alta de heroína, acaba de
sufrir un paro cardíaco- dijo el coronel con una voz suave que Trevor no acostumbraba
a oír.
En ese momento, sintió que si había sobrevivido a aquello, era una señal que le
decía que debía continuar luchando y después podría volver a ver a los suyos. Con toda
la furia que llevaba dentro, irrumpió en la habitación, cogió al coronel nazi por el cuello
y le encañonó:
-¡¿Dónde están las bombas?! Dígamelo ya o le volaré los sesos- vociferó el
soldado Smith.
-¡Eh!…¡eh!…están a…allí, detrás del armario, en una caja fuerte. La
combinación es 9753- tartamudeó el alemán aterrorizado.
-Perfecto. Cojámoslas y vayámonos.
Le disparó y se fueron. La misión había acabado.
Trevor estaba con su familia celebrando que había vuelto vivo. Desde aquella
misión en Alemania, dejó las drogas y era un hombre mucho más estable.
Unos cuantos años más tarde, en 1945, cientos de miles de personas murieron en
Japón tras el lanzamiento de las dos bombas nucleares que robaron tiempo atrás los
americanos.
Desde entonces, los nazis habían estado investigando para intentar descubrir
quién había sido el responsable. A partir de unas huellas dactilares que tenía el cuello
del difunto coronel, pudieron saber que el soldado Smith le había obligado a decir el
lugar dónde estaban las bombas.
Un escuadrón de alemanes encabezado por el Sargento Strauss fue a Minnesota,
a casa del soldado. El repentino ataque en su mismo hogar sorprendió a Trevor que no
pudo hacer nada y los nazis se llevaron secuestrados a él y a toda su familia. Mr. Smith
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iba a pagar el haber robado el arma nuclear más poderosa que existía; y por su culpa, su
familia también lo iba a hacer.
Cuándo se despertó, estaba atado a una silla con su familia amordazada delante
de él. Entonces entró Strauss y le preguntó con sosiego:
-¿Has robado las bombas?
-No
Disparó a su hija
-Contéstame o seguiré, ¿las has robado?
-¡NO!
El sargento disparó a su hijo
-Por última vez, ¡¿HA ROBADO LAS BOMBAS?!
-Le juro que no pero no siga por favor- sollozó Trevor.
Y mató a su mujer.
Strauss continuó:
- Con que no ha robado nada eh… ¡A la cámara de gas! Una vez que estuvo
dentro y el corrosivo aire comenzaba a entrarle por la tráquea se dio cuenta de que por
su culpa, por su egoísmo, habían muerto todas las personas por la que tanto había
sufrido durante la guerra. Entonces dijo:
-¿Podéis tirarme una pistola? Ya sé que los cristales están blindados, aunque
quiera no puedo escapar.
Contestaron:
-No, morirá lentamente y agonizando, así podrá darse cuenta que de no haber
sido por su egoísmo, su familia no habría muerto.
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Pasó los últimos momentos de su vida pensando en las personas que habían
fallecido por su culpa y en
qué hubiera ocurrido
si hubiese dicho la verdad.
Posiblemente los suyos vivirían.
DAVID GARCÍA 2º ESO
ILUSTRADO POR: LIDIA DE LA BANDA 3º ESO
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