El silencio representado: La omisión de la familia Coleman de

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El silencio representado: La omisión de la familia Coleman de Claudio
Tolcachir.
Marcela Jelen
(Universidad de Buenos Aires)
Bernard Dort1 plantea que el espacio no ha permanecido como un dato
invariable en la historia del teatro, sino, todo lo contrario, llegó a ser un ámbito
polivalente, transformable a voluntad y bajo los ojos del espectador. En este
sentido, el espacio ya no sería un marco o continente, sino, que actúa en el
espectáculo junto con el resto de los elementos escénicos.
En el largo pasillo de Boedo 640, además de plantas, casas y vecinos, hay
carteles que nos indican, a nosotros, el público que va a presenciar La omisión de la
familia Coleman de Claudio Tolcachir, que debemos permanecer sin gritar, por lo
menos hasta llegar al timbre 4. Adentro, una vez comenzada la obra, será
imposible mantenerse inmutable.
En La omisión..., el universo de los vínculos filiales constitutivamente
transgredidos se conforma no a partir del enunciado verbal, sino, del uso muy
particular de los diversos sistemas significantes, donde el trabajo con los diferentes
espacios –el real, el sugerido y aquel conformado en la escena a partir de la
manipulación de los objeto- es fundamental y se jerarquiza por sobre los demás
elementos de la escena.
En el interior de la sala, el público se acomoda en las butacas que se
encuentran elevadas en gradas y, cuando se excede la capacidad, en las sillas
ubicadas en el espacio de los actores. Al achicarse Las distancias entre ambos
espacios, se pone en juego la relación entre representación y público. Una leve
trasgresión de alguna de las partes podría modificar este vínculo fundamental.
El espectáculo involucra así la totalidad del espacio, el que está ante nuestra
vista y el no mostrado. Los pasillos, la puerta del baño que se deja entrever, las
paredes que imposibilitan la visualización de la acción cuando los hermanos
discuten
detrás
de
ellas,
como
así
también
las
escaleras,
son
utilizados
estratégicamente para estructurar la narración. Gritos, golpes y escenas de
intimidad compartida que implican no sólo los vínculos que sugieren el incesto como
la transgresión fundamental, sino también abuso y maltrato, transcurren en ese
1
Bernard Dort, La repréntation emancipée, Arles, Actes Sud, 1988.
afuera, en lo exterior, y
ponen así
en evidencia lo que, a travé del silencio, se
elige omitir en el interior de la escena.
En relación con el proceso de creación, en tanto construcción, Óscar Cornago
señala que:
como rasgo característico de las teatralidades más
específicas de la escena del siglo XX, se destacan aquellos
casos en los que el campo de lo que se oculta, es decir,
aquello que se adivina, pero no se llega a ver, se convierte
en un interrogante que cuestiona el campo de lo visible, de la
superficie de la representación, que es lo que ve el
espectador y en donde encuentra proyectada su propia
realidad, que queda así también cuestionada desde el campo
de la representación. Esto requiere complejos procedimientos
escénicos, elaborados en el nivel de la materialidad de los
lenguajes, es decir, de los movimientos acciones,
gestualidad, plástica, sonoridad, etcétera, teniendo siempre
en cuenta que el efecto de verosimilitud ya no radica en el
realismo de sus resultados, sino en la realidad de sus
mecanismo2
El fragmento abre más interrogantes: en la escena se manifiesta una
relación dialéctica entre lo dicho y aquello silenciado y, entre ambos, se instala la
materialidad misma del teatro. Es esta especificidad teatral la que hace viable que
el silencio, la omisión, cobre espesor significante en tanto principio estructurante
del espectáculo de Tolcachir.
Los procedimientos teatrales sirven, por un lado, para conformar un
universo
ocluido
y
asfixiante
y,
por
otro,
para
poner
en
evidencia
los
procedimientos de construcción del artificio. Los objetos no sólo dan información
sobre el contexto, sino, que cumplen el rol de soporte de la acción3. Su
manipulación sirve de base para encauzar el deseo de los personajes. Los objetos
del comedor familiar sintetizan el conflicto: los sillones rotos y desgastados, una
máquina de coser que sirve para reparar ropa en desuso y vieja, junto con un
empapelado roído por el tiempo, se disponen de manera tal que se homologan al
deterioro
2
de
los
lazos
filiales.
Deterioro
constitutivo
que
se
resignifica
Óscar Cornago, ”¿Qué es la teatralidad? Paradigmas estéticos de la Modernidad”. telondefondo, Revista
de Teoría y Crítica Teatral , Nº 1- julio 2005, p. 12, www.telondefondo.org.
3
“Los objetos no cumplen un papel pasivo en la obra teatral; entre ellos y los personajes son diversas
las dialécticas que pueden generar acontecimientos, pero en todos los casos, el mensaje objetual es el
vehículo que nos remite a la esencia misma del conflicto. Estos objetos están ubicados en una
determinada escenoarquitectura ( o dispositivo escénico) que le permite reconocer al lector-espectador
en forma inmediata la localización espacial, un registro social, un código de costumbres determinado por
la realidad socioeconómica y el nivel de clase, al tiempo que responde funcionalmente a los vaivenes de
la fábula dramática.” Beatriz Trastoy y Perla Zayas de Lima, “Objetos en escena”. telondefondo, Revista
de Teoría y Crítica Teatral , Nº 1, julio 2005, p. 5, www.telondefondo.org.
constantemente y se agudiza por repetición. Los diálogos que establecen cada uno
de los integrantes se encuentran distorsionados: la abuela trata a su hija Meme,
mujer adulta, como una niña; ella responde desde ese rol infantil. Meme, madre de
Marito, Verónica, Damián y Gabi, busca fósforos perdidos hasta en los genitales de
uno de sus hijos, también mayor. Entre todos ellos reinan los golpes, gritos y
corridas. Los personajes no hablan de su pasado, lo niegan, pero la escena dice
mucho por ellos: ropas envejecidas y rotas, arrojadas descuidadamente sobre la
cama de Gabi, la hermana menor. Marito con sus pantalones a medio vestir, habla
sobre la muerte de manera monotemática y obsesiva; Meme con su vestido
sugerente no cumple su rol de madre, ni tampoco es nombrada como tal, aunque
sin embargo, lo sostiene desde su silencio. Gabi tiene ropa que simplemente tapa
todo rasgo de femeneidad. Inversamente, Verónica, la hija mayor, que oscila en el
otro extremo, es la única que entra y sale de este universo de opresión. Leonarda
Coleman, la abuela, con un camisón blanco se acomoda en la cama del hospital y la
trasgresión continua en otro ámbito, en el público.
El espacio se resignifica. El living que fue soporte en la primera parte de la
obra deja lugar, por medio de la movilidad de una cama a la vista de público, a una
habitación de hospital. La cama del hospital condensa una escena de intimidad
entre madre e hijo, que el resto de los personajes parecen ignorar, omitir.
El incesto, tema tabú por excelencia, es sugerido en todas sus facetas.
Madre e hijo, hermanos, sobrinos y tío, la abuela con el nieto. La trasgresión se
expande y se naturaliza paulatinamente. Así, como plantea Cornago, desde el
campo de lo visible se cuestiona finalmente la realidad del espectador. Entre lo no
dicho y la acción mostrada, se hace ostensible el corrimiento de los límites cuya
aceptación acrítica habla de nosotros en el complejo entramado social actual,
atravesado por similares corrimientos y transgresiones.
Sin fisuras, el ritmo de la acción trabajan sólidamente “lo otro”, lo no dicho,
por medio de la conjunción del material escénico. La escenificación del silencio, por
medio de la combinación de todos los sistemas significantes, es el principio
constructivo de la puesta de Tolcachir que, al hacer explotar desde adentro la
institución familiar, parece poner en juego algunos de los interrogantes que plantea
Grotowski4 acerca de por qué nos conmueve el arte, inclusive si aquello que
representa nos resultaría intolerable en la vida real.
4
“¿Por qué nos interesa el arte?. Para cruzar nuestras fronteras, sobrepasar nuestras limitaciones
colmar nuestro vacío, colmarnos a nosotros mismos. No es una condición, es un proceso en el que lo
oscuro dentro de nosotros se vuelve de pronto transparente. En esta lucha con la verdad intima de cada
uno, en este esfuerzo por desenmascarar el disfraz vital, el teatro con su perceptividad carnal, siempre
La
violación
constante
de
la
norma,
de
aquellos
comportamientos
esperables pero que son sistemáticamente quebrados logra que la risa y la angustia
coexistan en un frágil equilibrio entre lo gracioso y lo trágico. El silencio de la
familia Coleman bordea la locura pero logra hacernos reír. Risa y espanto coexisten
en el espectador. ¿Silencio y culpa también? ¿Qué nos causa gracia en medio de
semejante desquicio familiar? ¿Cuánto necesitamos necesariamente silenciar como
sociedad? ¿Que estará diciendo este silencio de nosotros?. La cita de Marguerite
Yourcenar (“es terrible que el silencio pueda ser culpable”), incluida en el programa
de mano, parece remitir a esa complicidad. Pero, ¿de qué somos exactamente
culpables
Fotografías del espectáculo
Ficha técnica
Autor: Claudio Tolcachir
Elenco: Jorge Castaño, Diego Faturos, Tamara Kiper, Inda Lavalle, Miriam Odorico,
Lautaro Perotti, Gonzalo Ruiz, Ellen Wolf
Asistencia de dirección: Gonzalo Ruiz, Maxime Seugé, Macarena Trigo
Prensa: Walter Duche, Alejandro Zárate
Dirección: Claudio Tolcachir
me ha parecido un lugar de provocación. Es capaz de desafiarse a si mismo y a su público, violando
estereotipos de visión, juicio y sentimiento.” Jerzy Grotowski, Hacia un teatro pobre, México, Siglo XXI,
2000; p.16.
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