eXiliO, aJeNidad, esCRitURa eN LLAMADAS TELEFÓNICAS de

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N° 39: 89-99, 2006
“Estar sin hogar”: exilio, ajenidad
, escritura…
issn 0716-0798
“ESTAR SIN HOGAR”: EXILIO, AJENIDAD,
ESCRITURA EN LLAMADAS TELEFÓNICAS
DE ROBERTO BOLAÑO
Homeless: exile, uprooting, writing in
Llamadas telefónicas of Roberto Bolaño
JULIO FIGUEROA COFRÉ
[email protected]
Universidad Austral de Chile
Comprendiendo el exilio como un concepto cultural y una condición histórica del yo político,
lo instalamos como marco de interpretación del conjunto de cuentos Llamadas telefónicas
de Roberto Bolaño; el resultado aproximado de ese análisis permite asimilar el exilio de
los personajes y narradores de los relatos, como una experiencia postcatastrófica, que los
acerca a la ajenidad y al desarraigo como momentos primordiales de su enunciación en el
lenguaje.
Palabras clave: Roberto Bolaño, exilio, ajenidad, escritura, catástrofe, sujeto
político.
Understanding exile like a cultural concept and an historical condition of the political subject,
we installed it as frame of interpretation of the story set LLamadas telefónicas of Roberto
Bolaño; the approximated result of that analysis allows to assimilate exile of the personages
and narrators of the stories, like a postcatastrophic experience, that approaches them the
uprooting like fundamental moments of its enunciation in the language.
Key words: Roberto Bolaño, exile, uprooting, catastrophe, political subject.
“La ligera paloma, que siente la resistencia del aire
que surca al volar libremente, podría imaginarse que
volaría mucho mejor aún en un espacio vacío”.
I. Kant
Introducción
Este artículo estudia la relación del conjunto de cuentos Llamadas telefónicas
de Roberto Bolaño (1997) y la condición de exilio de la enunciación. Asimismo,
pretende situarse efectivamente en el espacio del lenguaje, es decir, en la enunFecha de recepción: 26 de mayo 2006
Fecha de aceptación: 1 de agosto 2006
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ciación misma, sin guiarse por razonamientos pretextuales. En consecuencia,
verifica esta relación en todos los procesos de la enunciación narrativa, como son
narrador, personajes, espacio y tiempo. Todos los cuentos del libro de Bolaño
tematizan el exilio físico sino de modo indirecto; pero todos, en especial el
primer cuento de la serie, “Sensini”, en el cual nos vamos a centrar al final de
este trabajo, son textos cuya enunciación tiene como base la condición del exilio,
entendida ya como ajenidad, ya como destierro, ya como un “estar afuera”, que
la conciencia narrativa expone en todo momento.
Al decir de no guiarse por razonamientos pretextuales, me refiero precisamente a lo que Lotman llama “premisa natural del acto informacional (que)
consiste en que los conceptos de textos y del que crea ese texto están separados” (213). Es decir, datos como la detención de Bolaño en 1973, su exilio
en México y en España, los avatares de su vida personal y económica, en fin,
antecedentes recuperados de modo algunas veces desagradable luego de su
muerte en 2003, no nos interesarán aquí, sino de manera circunstancial, en la
medida que ellos puedan confrontar o afinar la interpretación. Y no obedezco
tal premisa por un prurito de cientismo textual, sino porque violar esa premisa
informacional –o semiótica, más bien– significa guiar la interpretación del
destinatario y oficializar sus conclusiones antes de que estas sean expuestas.
Lo pretextual organiza la interpretación y le impide ser un proceso realmente
libre: acontecimientos verificables que la aseguran a la vez que la restringen
(Cfr. Eco 1995).
Por exilio en la literatura se ha entendido no solo una circunstancia de producción,
sino una instancia narrativa, una forma de la enunciación. En ese sentido, nos
interesa ver aquí el exilio como forma enunciativa y como parte de la semántica
textual. Es más, en cierto sentido, el exilio y la ajenidad como escritura.
La noción de exilio en literatura
El exilio se entiende generalmente como una expatriación física de un sujeto
por circunstancias generalmente políticas; se habla también de exilio interior,
cuando el sujeto que debió haber sido expatriado permanece en el mismo lugar
para pasar a la absoluta marginalidad política y social, quedando relegado a
nivel espiritual del resto de la ciudadanía, ya sea obligado por las circunstancias
(persecución, pérdida de la identidad, etc.) o de manera voluntaria (trasladarse,
esconderse dentro del mismo territorio). En el caso latinoamericano, el exilio
físico e interior se produjo luego del golpe de 1973 en Chile, ya que el gobierno
de la Unidad Popular había sido refugio de expatriados uruguayos y argentinos
cuando sus respectivos países sufrieron igualmente el golpe dictatorial. Una vez
instaurada allí, la dictadura de Pinochet obligó el éxodo masivo de latinoameri■ 90
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canos a Europa y Estados Unidos (Vásquez 21). El exiliado intelectual o artista,
más que el exiliado común y corriente, una vez en la libertad de la extranjería,
confronta inmediatamente la represión y las circunstancias de poder arbitrario
que lo obligan a no estar en el hogar, y se ilusiona con este concepto, del cual
se siente lejos, para decir, por ejemplo:
Como consecuencia de las medidas tomadas por la
dictadura, se ha producido un vasto éxodo de investigadores y escritores chilenos hacia países que
les ofrecen garantías de libertad y facilidades en su
trabajo (…) Declaramos nuestra firme voluntad de
continuar esta publicación en el exilio hasta que se
restablezcan en nuestra patria las condiciones de
libertad y respeto a los derechos del hombre que han
sido tradicionales del pueblo de Chile. (“Literatura
chilena en el exilio” 2).
Como si el exilio fuera el único impedimento para que el intelectual viva en su
hogar, que es el mundo de la libertad política. Pero esta no es sino la creencia
ingenua y estética del estado político que armoniza individuo y especie a partir
de la belleza, y se fundamenta en el sueño de “La obra de arte más perfecta
que cabe: el establecimiento de una verdadera libertad política” (Schiller 15).
Schiller, justamente, había reflexionado sobre la posibilidad de una armonía
entre el artista y el Estado. La obra de arte debería generar libertad política, y la
libertad política estar en medio de la conciencia estética del individuo, la única
conciencia que se ponía también a nivel de los intereses de la sociedad. Pero la
condición histórica del escritor moderno se fundamenta en la imposibilidad de
asimilar escritura (arte) y hogar: el no estar en el mundo político social ni en el
hogar ni aún en la propia lengua, sustenta el carácter de la literatura moderna. Este
no estar no se produce al ausentarse el artista de un determinado territorio, sino
que está en el nivel de la conciencia espiritual del moderno; el mismo Schiller
había señalado la posición del artista moderno como una posición sentimental,
opuesta a la poética del ingenuo, visible en los antiguos griegos; en este último,
“la naturaleza triunfa sobre el arte” (73) y el poeta está incorporado a ella por
necesidad interna, constituye la moralidad desde la cual escribe: su descripción
de la naturaleza es experiencial, directa. En cambio, en el poeta sentimental,
que se refiere a aquellos que ya no están incorporados en la naturaleza, se miran
estas escenas desde el sentimiento, sentimiento que no debe ser otro que el de
una nostalgia infinita por aquella condición perdida (75). La naturaleza es el
hogar del poeta antiguo, y él se siente incorporado a ella; pero para el moderno
la naturaleza está distante de su ubicación, y esa ubicación es más bien un nolugar. El romanticismo, que toca lateralmente a Schiller, está en el centro de
su Educación estética del hombre, y es el último intento radical de formar una
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poética sentimental que prolongue el hogar en la lengua. Es la misma cuestión
que inspira a Heidegger llamar a la lengua “la morada del ser” (Heidegger 15) y
centrar su último pensamiento en torno a una filosofía del hogar. Es, asimismo,
la poética de Teillier, buscando un “tiempo de arraigo”. Pero la permanencia en
arte y en el pensar se enfrenta de inmediato con el exilio. El estar fuera de todos
lados: del hogar, de la sociedad, de la lengua. Benjamin declaraba justamente
para la narración que: “El lugar de nacimiento de la novela es el individuo en
su soledad, que ya no puede referirse […] a los hechos más importantes que lo
afectan; que carece de orientación y que no puede dar consejo alguno […] la
novela nos hace saber cuál sea la profunda desorientación de los seres humanos”
(Benjamin 193).
Como vemos, el “exilio –el “estar sin hogar”– es un concepto y no simplemente
el resultado de una expatriación física” (Cochran 66); y, por consiguiente, no se
limita a poner la expatriación como obstáculo de una estado político estético.
El estar sin hogar representa la condición de gran parte de la literatura del siglo
XX, que incluye la transitoriedad de la existencia, el viaje, el exilio interior, el
no estar en ningún lado ni aún en la propia lengua. Beckett, Joyce, Kundera,
etc., son ejemplos de esta condición. Theodor Adorno incluso llega a decir
“solamente aquel que no se encuentra verdaderamente como en su propia casa
dentro de una lengua puede usarla como instrumento” (cit. por Steiner 17). Es
esta noción exilio, como ajenidad en el sentir literario, la que queremos como
base de la interpretación sobre los relatos de Bolaño.
Llamadas telefónicas: una literatura del yo (ajeno)
Los relatos que nos presenta Bolaño, como ya dije, tienen como condición el
“exilio”, entendido como la ajenidad de la escritura. Esta condición les da integridad y continuidad dentro del conjunto. Pero más aún, les entrega un criterio
de veracidad que los aleja de la ficción pura, como quisieran literaturas de corte
fantástico u otros subgéneros, ya que más bien estos relatos se dan en el marco
de las literaturas del yo: dominan en ellos los testimonios, las confesiones, la
memoria, la biografía, además de la crónica y el ensayo. En el primer cuento,
“Sensini”, toda la narración está dada por el testimonio de una experiencia
epistolar entre Luis Antonio Sensini, un maduro escritor argentino exiliado en
España, y el narrador, joven escritor también exiliado en España, en Girona. Las
cartas no aparecen en el texto, pero son comentadas largamente por el narrador.
Asimismo, “La nieve” es el relato de un hijo de sindicalista de izquierda exiliado
en Rusia después del golpe militar en Chile de 1973; en el texto, el narrador solo
se limita a presentarlo para que luego el exiliado, Rogelio Estrada, testimonie
sobre su vida en Moscú, su destino como criminal y su huida a Barcelona. Lo
mismo puede decirse del cuento “Williams Burns”, en donde el procedimiento
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es igual: “William Burns, de Ventura, California del Sur, le contó esta historia
a mi amigo Pancho Monge… que a su vez me la refirió a mí… Habla Burns:
[…]” (105). Es decir, el narrador se limita a presentar a un invididuo, cuya
identidad generalmente es difusa, extranjero en la tierra donde vive, para que
este testimonie sobre su vida o una experiencia de ella. O en el caso contrario,
es el mismo narrador quien testimonia sobre sí mismo. Otro procedimiento es
la biografía, claramente expuesto en “Compañeros de Celda”, donde se relata la
vida de Sofía, una estudiante española que deserta de la vida universitaria para
entrar en un mundo de oscuros amantes, o “Vida de Anne Moore”, un relato sobre
la peculiar vida de Anne Moore en Estados Unidos y sus viajes por México y
Europa. El narrador puede coincidir, como dijimos, con el personaje protagónico,
pero siempre detrás aparece una especie de narrador transitorio, que relata desde
la precariedad de sus estadías en diferentes lugares del mundo.
Sin embargo, en el marco de la “literatura del yo” en que se dan estos relatos,
intimistas e incluso mórbidos, hacen de esta escritura una profusión de deseos por
asir la verdad del yo y el nosotros, a partir de la verdad de las experiencias que
constituye la vida personal. Así, toda literatura del yo, “sea en la forma que se
realice, autobiografía sensu strictu, memorias, diarios, cartas, y las modalidades
que de ellos devienen, como testimonio, confesiones, etc., es una aproximación
a la “verdad” y a la construcción de la propia identidad e imagen” (Arrigoni 59).
No obstante, todo intento de construir identidad en los cuentos de Llamadas
telefónicas queda incompleto, y más bien se dirige a representar la ajenidad, la
dispersión, el “no estar en ningún lado” del yo, del sujeto.
El amor es uno de los sentimientos que más presente está en los relatos que nos
convocan. Sin embargo, la concepción que nos entregan de él está atravesada
por la tragedia, que lo pone en contextos de irremediabilidad como la muerte,
la enfermedad, y por la fugacidad. En el cuento que recibe el mismo nombre
del conjunto de relatos, “Llamadas telefónicas”, se nos presenta una relación
entre B y X, una relación de amor breve que años después es reavivada por un
sinfín de llamadas telefónicas, es decir, nutrida por una comunicación indirecta,
cruzada por la ausencia de los hablantes, y que luego de un también breve reencuentro termina trágicamente con la muerte de X. En “Vida de Anne Moore”,
la biografía nos expone un relato crudo de las peripecias afectivas de Anne
Moore, una mujer estadounidense que pasa de amante en amante, así como
de país en país, sin encontrar jamás un asidero, hasta que el narrador le pierde
completamente el rastro. De todo esto deducimos que los sujetos del enunciado
son reflejo del sujeto de la enunciación: viven de modo transitorio en diversos
lugares, de los cuales se apropian efímeramente, para luego abandonarlos y
pasar a otros; por tanto, las narraciones están dadas si no en el exilio, en un
triste cosmopolitismo que exagera el sentido de lo extraño, de lo ajeno, del no
estar, del ser inubicable. Si entendemos esto como una isotopía, es decir, a nivel
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semántico, lo que asegura la homogeneidad del enunciado (Segre 40), podemos
observar la ideología que se desprende de los textos. En general, la condición
del exilio, desenvuelta como ajenidad en la propia casa, o fuera de ella, tiene
que ver muchas veces con la percepción que se tiene del sujeto. Por ejemplo, en
“Henri Simon Leprince”, un relato sobre un escritor de baja categoría, este se
exilia de la propia literatura, es decir, a pesar de escribir medianamente, “a su
parecer está en tierra de nadie, de pronto comprende que su territorio (su patria)
es el de los plumíferos, el de los resentidos, el de los escritores de baja estofa”
(31). Es la condición marginada del escritor no a nivel económico y social,
como generalmente se nos presenta, sino a nivel de la tierra y de la historia: el
escritor, el sujeto en general, ya no radica su vida en la historia, está fuera de
ella. Y esa es la condición más extrema del exilio, en la lengua y en la vida.
En el mismo sentido, “La nieve”, apuntada antes, es también una historia de
amor cuyo fin es honesto, pero trágico; sin embargo, lo que nos preocupa aquí
es la condición psicohistórica de los personajes, por decirlo de alguna manera.
Rogelio Estrada es hijo de un sindicalista de izquierda, que participó en uno de
los proyectos políticos más avezados de la historia chilena, es decir, el gobierno
marxista de Salvador Allende. Exiliado en Moscú, el padre de Rogelio es un
político que, sin importar su adhesión política, vive o vivió en Chile formando
parte de un proyecto enorme, que consistía abiertamente en la transformación
radical de la vida económica y social, a la vez que una profunda reforma en la
línea de la historia. Pero, como también puede verse en el narrador –exiliado y,
por tanto, de izquierda, actor político e histórico– sucede que Rogelio Estrada
cambia todo ello por una vida distinta, cercana al vicio, la apuesta, la mafia
rusa, y luego equivoca esa vida por el amor, lo que exige de él un asesinato
y un re-exilio por Francia, Alemania y España. Así, el padre actor histórico
hereda el exilio al hijo, quien lleva una vida absolutamente marginada de las
operaciones políticas, de la conciencia de la historia y del papel del sujeto en
ella. Olvida, pues, al sujeto trascendental, y se convierte a la transitoriedad, a la
ajenidad en la propia vida. Cuando le relata su historia al narrador de la misma,
que lo presenta previa introducción, al terminar, le dice que allí en Barcelona:
“No me van mal las cosas, me acuesto con putas y soy asiduo a dos bares en
donde tengo mi tertulia… Pero por las noches… extraño Rusia… Aquí no se
está mal, pero no es lo mismo, aunque si me pidieras más precisión no sabría
decirte qué es lo que echo de menos. ¿La alegría de estar vivo? No lo sé. Un
día de estos voy a tomar un avión y volveré a Chile” (100). Ana Vásquez y
Ana Araujo señalan: “El exiliado lleva dentro de sí el éxtasis de la lucha de
ayer, el entorno afectivo de sus compañeros perdidos, el sentimiento de haber
intentado transformar el mundo y de haber vivido como sujeto fundamental
de la historia” (10). No obstante, este éxtasis se transforma en un sentido del
fracaso que, fáctico, irreversible, se nos presenta como un acontecimiento
determinado por la historia y, por tanto, un fracaso del sujeto trascendental
en la historia personal y colectiva. El exiliado que nos presenta Bolaño en sus
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relatos, no solo está en medio de la ajenidad territorial, sino en medio de la
ajenidad histórica, de su pasado y presente.
En “Detectives”, Bolaño nos presenta un relato dialogado –en consecuencia, una
excepción radical de la estructura de los demás cuentos– donde dos detectives
recuerdan el encarcelamiento de Arturo Belano, un ex compañero en el liceo de
Los Ángeles. Lo más importante del relato es el sentimiento de alteridad sobre
sí mismo en que incurre Belano cuando uno de los detectives decide ayudarlo
en el centro de detención. Cuando conversan, Belano le cuenta que se ha visto
al espejo y no se reconoce, que es otra persona la que se refleja. Inquieto por
la confesión de Belano, el detective amigo lo lleva al espejo para comprobar.
Belano se mira y le dice: “Es otro, compadre, no hay remedio” (131). Este pasaje
es tremendamente decidor: un personaje, antes del exilio físico, golpeado por
el fracaso de los proyectos políticos históricos, por el derrumbe del sujeto y la
voluntad trascendental (de la ingenuidad) desconoce su propio rostro y advierte
en sí mismo la alteridad. La alteridad que va adquiriendo concreción en los
demás relatos, cuando ya no sea el propio sujeto el que se desconozca, y pierda
la familiaridad con las cosas, sino que toda su experiencia esté marcada por el
exilio, por el sentirse fuera del hogar.
Exilio y escritura en “Sensini”
Además de las cualidades estructurales, este relato nos presenta un testimonio
sobre la situación del escritor en el exilio, cuyas características son también
extensibles a la visión general que se tiene de la vida y la experiencia personal.
El narrador principia su relato en ese mismo sentido: “Casi no tenía amigos y
lo único que hacía era escribir y dar largos paseos que comenzaban a las siete
de la tarde, tras despertar, momento en el cual mi cuerpo experimentaba algo
semejante al jetlag, una sensación de estar y no estar, de distancia con respecto
a lo que me rodeaba, de indefinida fragilidad” (13). En este estar y no estar se
encuentra el escritor con su propia escritura y la de otros: cuando por falta de
dinero participa en un concurso de relatos y gana un accésit que le entrega diez
mil pesetas y la publicación de su cuento, se topa con otro escritor ganador,
aunque más maduro, latinoamericano y desterrado de su patria por la dictadura
igual que él, al que admira, Luis Antonio Sensini. El narrador se reconoce lector
de su libro Ugarte, así como de sus cuentos escritos bajo el exilio. El testimonio
de lo que será una relación epistolar con Sensini, luego de pedir su dirección,
comienza con una breve reflexión ensayística en torno a la literatura argentina
desde 1940 en adelante y su recepción por parte del narrador, que nos sirve para
conocer a Sensini. En ella desfilan nombres y temas literarios, como Bioy Casares,
Borges, Cortázar y Sábato, y los califica de dudosa generación, en la que busca
y valora la obra de Sensini. En este breve ensayo de recepción literaria personal,
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va poniendo especial énfasis en referirse al destino del escritor Haroldo Conti,
“desaparecido en uno de los campos especiales de la dictadura de Videla y sus
secuaces”, y Rodolfo Walsh, “como Conti, asesinado por la dictadura” (15). La
sombra de las dictaduras, las muertes y desapariciones van surgiendo detrás de los
relatos. Sensini es un escritor de esa generación, absolutamente abandonado por
los lectores argentinos. Le envía una carta a la que Sensini responde y comienza
entonces una extensa relación epistolar que culminará tiempo después con la
muerte del escritor argentino. En la primera carta, el narrador le habla sobre su
libro Ugarte, sus otros cuentos, de cuánto lo admira, de su casa en las afueras
de Girona, “de la situación política chilena y argentina (todavía estaban bien
establecidas ambas dictaduras), de la vida en España y de la vida en general”
(16), con la finalidad no tanto de hablar con Sensini, el escritor, sino de hablar
con un latinoamericano, un exiliado, un desterrado en España, y en ese proceso
reconocerse a sí mismo a partir del otro. Redescubriendo la obra de este autor,
el narrador lee los cuentos de Sensini que encuentra por aquí y por allá, los
cuales tienen como cualidad ser locales, ya que sus historias “generalmente se
desarrollaban en el campo, en la pampa” (argentina) y eran historias de “gente
armada, desafortunada, solitaria o con peculiar sentido de la sociabilidad” y
“paisajes que se alejaban del lector muy lentamente (y que a veces se alejaban
con el lector), personajes valientes y a la deriva”. (17)
En esta nueva relación de amistad el narrador va descubriéndole al lector que
su “estar y no estar” del principio es más problemático de lo que se puede
creer: es un exiliado, escritor, es decir, trabaja con la memoria y, además, vive
en la precaria sociabilidad de un latinoamericano marginado en España. Por
tanto, Sensini significa más que un amigo: es el espejo donde mirarse, para
reconocerse. Las cartas juegan así el rol de ser textos de la intimidad, donde
ambos pueden reflexionar sobre sus propias vidas, las condiciones miserables
del mundo de la literatura, además de estimularse mutuamente en la participación de concursos literarios. Un día, le pide a Sensini que le envíe una foto de
su familia: él envía dos, una de él, su mujer y su hija Miranda, y una fotocopia
de Gregorio, el hijo de su primer matrimonio, periodista que desapareció
en Latinoamérica luego del comienzo de la dictadura en Argentina. Su gran
dolor como padre: saber desaparecido a su hijo, y resistir en la creencia de su
desaparición y no asumir su muerte. La foto y la carta son dos formas de la
comunicación en el afuera, en la ajenidad: ambas son relatos de la veracidad,
datos para la construcción del yo en la ausencia de lo familiar: “Durante mucho
tiempo la foto y la fotocopia estuvieron en mi mesa de trabajo. A veces me
pasaba mucho rato contemplándolas, otras veces me las llevaba al dormitorio
y las miraba hasta caerme dormido” (22). En la contemplación de la foto, el
narrador va enamorándose de Miranda, o enamorándose de la foto, del retrato
de una persona: el amor se vive desde lejos, en la ausencia real de la persona.
Escribe un poema “muy malo”, con muchas voces, donde habla a Miranda
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Sensini, y cuando la encuentra esta huye en busca de los ojos de su hermano
Gregorio, “que brillaban al fondo de un corredor en tinieblas donde se movían
imperceptiblemente los bultos oscuros del terror latinoamericano” (22). En
otras cartas, les ruega lo visiten, que su casa está disponible, pero Sensini está
siempre en apuros económicos. En fin, la cosa se pospone, hasta que Sensini
le escribe diciéndole que vuelve a Argentina, que con la democracia estará
bien, que le desea mucha suerte. En ese momento, la comunicación epistolar
se interrumpe por un buen tiempo, hasta saber de la muerte de Sensini, frente a
la cual señala: “No sé por qué, el que Sensini volviera a Buenos Aires a morir
me pareció lógico” (25). El retorno tiene sentido si se muere en la tierra natal,
como forzando al hogar a reconsiderar a sus desterrados; el retorno parece más
bien un aferrarse a la tierra para morir en lo propio, mientras que la dispersión
de la vida ya es irremediable.
Luego, el narrador vuelve a la soledad sin nostalgia, indiferente, del exiliado
y marginado voluntario. Cuando un día tocan la puerta, él mismo reconoce su
precaria sociabilidad: “Ninguna de las pocas personas que conocía en Girona
hubiera ido a mi casa a no ser que ocurriera algo fuera de lo normal” (26).
Detrás de la puerta, está Miranda Sensini, algo más adulta que en la foto, junto
a un tipo con el que viaja en autostop por Europa. Los recibe amablemente,
y ya de noche, en pleno insomnio, el narrador puede conversar a solas con
Miranda. Esta es sincera y reconoce la forma fragmentada y transitoria de
vivir del exiliado, desde ella misma como heredera de esa condición. Hablan
sobre su padre, lo buen escritor que era: “Le pregunté cómo le había ido
en Argentina. Igual que aquí, dijo Miranda, igual que en Madrid, igual que
en todas partes. Pero en Argentina lo querían, dije yo. Igual que aquí, dijo
Miranda” (27). El “aquí” de Miranda no se diferencia de Argentina, el país
natal, el hogar. Y “aquí” en realidad su vida fue mísera y apretada, viviendo
en Madrid en un cuarto pequeño, escribiendo cuentos para concursos y corrigiendo traducciones para una editorial; sin embargo, nada dice que en la
tierra propia fuera distinto: el Estado político estético no existe ni aquí ni en
ninguna parte. El exiliado puede ser un expatriado físico, expulsado por un
poder arbitrario o no, pero la condición del exilio se vive de modo personal,
casi por voluntad, a través de una obra dispersa y una vida viajante, que se
escapa de la permanencia. Cuando Miranda sale a la azotea, el narrador la
acompaña, y desde allí miran Girona. En la noche tremenda, a la intemperie,
como nos dice Ahumada del escritor José R. Morales, también exiliado: “la
mirada de quien habita el exilio proviene de aquel innegable estar siempre a
la intemperie” (4). Entonces, el narrador se siente acompañado por Miranda,
ella es hija del exilio, de natural transitorio, y estar al lado de ella es estar en
el exilio más pleno, menos ambiguo, menos tímido: “De pronto me di cuenta
de que ya estábamos en paz, que por alguna razón misteriosa habíamos llegado
juntos a estar en paz y que de ahí en adelante las cosas imperceptiblemente
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comenzarían a cambiar” (29). El relato termina con ambos a la intemperie, en
la noche de Girona, en el insomnio de Girona, una ciudad que no es de ellos,
como tampoco nada lo es.
Epílogo
La experiencia del exilio político del primer cuento solo es la primera señal
de una condición existencial que se irá deshilvanando a lo largo de todos los
demás relatos: viajes, amores fugaces, llamadas telefónicas, desapariciones,
apariciones, en fin, el tránsito puro de la vida, en la cual nada permanece, nada
se retiene. Si la dictadura que nos deja entrever el narrador motiva el primer
exilio, “podría decirse que la “experiencia” de la dictadura no corresponde solo
al acontecimiento de una catástrofe en el pasado […] sino que implica también
una catástrofe en la relación misma del presente –nombrado como post– con el
pasado… descorporizado” (Rojas 204), así como también no difumina lo que
sucedió, sino a quién le sucedió: no es el mundo el deviniente, es el sujeto el que
no puede reconocerse a sí mismo, también descorporizado. En ese sentido, la
memoria con la que trabaja el narrador se deshace en este ir y venir. El narrador
de estos cuentos nos refiere la profunda desorientación en la que vive. El exilio
solo es la primera apertura hacia la ajenidad: como si luego el viaje por este no
estar no tuviera retorno.
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