JT ulio Figueroa ofré aller de LCetras N° 39: 89-99, 2006 “Estar sin hogar”: exilio, ajenidad , escritura… issn 0716-0798 “ESTAR SIN HOGAR”: EXILIO, AJENIDAD, ESCRITURA EN LLAMADAS TELEFÓNICAS DE ROBERTO BOLAÑO Homeless: exile, uprooting, writing in Llamadas telefónicas of Roberto Bolaño JULIO FIGUEROA COFRÉ [email protected] Universidad Austral de Chile Comprendiendo el exilio como un concepto cultural y una condición histórica del yo político, lo instalamos como marco de interpretación del conjunto de cuentos Llamadas telefónicas de Roberto Bolaño; el resultado aproximado de ese análisis permite asimilar el exilio de los personajes y narradores de los relatos, como una experiencia postcatastrófica, que los acerca a la ajenidad y al desarraigo como momentos primordiales de su enunciación en el lenguaje. Palabras clave: Roberto Bolaño, exilio, ajenidad, escritura, catástrofe, sujeto político. Understanding exile like a cultural concept and an historical condition of the political subject, we installed it as frame of interpretation of the story set LLamadas telefónicas of Roberto Bolaño; the approximated result of that analysis allows to assimilate exile of the personages and narrators of the stories, like a postcatastrophic experience, that approaches them the uprooting like fundamental moments of its enunciation in the language. Key words: Roberto Bolaño, exile, uprooting, catastrophe, political subject. “La ligera paloma, que siente la resistencia del aire que surca al volar libremente, podría imaginarse que volaría mucho mejor aún en un espacio vacío”. I. Kant Introducción Este artículo estudia la relación del conjunto de cuentos Llamadas telefónicas de Roberto Bolaño (1997) y la condición de exilio de la enunciación. Asimismo, pretende situarse efectivamente en el espacio del lenguaje, es decir, en la enunFecha de recepción: 26 de mayo 2006 Fecha de aceptación: 1 de agosto 2006 89 ■ Taller de Letras N° 39: 89-99, 2006 ciación misma, sin guiarse por razonamientos pretextuales. En consecuencia, verifica esta relación en todos los procesos de la enunciación narrativa, como son narrador, personajes, espacio y tiempo. Todos los cuentos del libro de Bolaño tematizan el exilio físico sino de modo indirecto; pero todos, en especial el primer cuento de la serie, “Sensini”, en el cual nos vamos a centrar al final de este trabajo, son textos cuya enunciación tiene como base la condición del exilio, entendida ya como ajenidad, ya como destierro, ya como un “estar afuera”, que la conciencia narrativa expone en todo momento. Al decir de no guiarse por razonamientos pretextuales, me refiero precisamente a lo que Lotman llama “premisa natural del acto informacional (que) consiste en que los conceptos de textos y del que crea ese texto están separados” (213). Es decir, datos como la detención de Bolaño en 1973, su exilio en México y en España, los avatares de su vida personal y económica, en fin, antecedentes recuperados de modo algunas veces desagradable luego de su muerte en 2003, no nos interesarán aquí, sino de manera circunstancial, en la medida que ellos puedan confrontar o afinar la interpretación. Y no obedezco tal premisa por un prurito de cientismo textual, sino porque violar esa premisa informacional –o semiótica, más bien– significa guiar la interpretación del destinatario y oficializar sus conclusiones antes de que estas sean expuestas. Lo pretextual organiza la interpretación y le impide ser un proceso realmente libre: acontecimientos verificables que la aseguran a la vez que la restringen (Cfr. Eco 1995). Por exilio en la literatura se ha entendido no solo una circunstancia de producción, sino una instancia narrativa, una forma de la enunciación. En ese sentido, nos interesa ver aquí el exilio como forma enunciativa y como parte de la semántica textual. Es más, en cierto sentido, el exilio y la ajenidad como escritura. La noción de exilio en literatura El exilio se entiende generalmente como una expatriación física de un sujeto por circunstancias generalmente políticas; se habla también de exilio interior, cuando el sujeto que debió haber sido expatriado permanece en el mismo lugar para pasar a la absoluta marginalidad política y social, quedando relegado a nivel espiritual del resto de la ciudadanía, ya sea obligado por las circunstancias (persecución, pérdida de la identidad, etc.) o de manera voluntaria (trasladarse, esconderse dentro del mismo territorio). En el caso latinoamericano, el exilio físico e interior se produjo luego del golpe de 1973 en Chile, ya que el gobierno de la Unidad Popular había sido refugio de expatriados uruguayos y argentinos cuando sus respectivos países sufrieron igualmente el golpe dictatorial. Una vez instaurada allí, la dictadura de Pinochet obligó el éxodo masivo de latinoameri■ 90 Julio Figueroa Cofré “Estar sin hogar”: exilio, ajenidad, escritura… canos a Europa y Estados Unidos (Vásquez 21). El exiliado intelectual o artista, más que el exiliado común y corriente, una vez en la libertad de la extranjería, confronta inmediatamente la represión y las circunstancias de poder arbitrario que lo obligan a no estar en el hogar, y se ilusiona con este concepto, del cual se siente lejos, para decir, por ejemplo: Como consecuencia de las medidas tomadas por la dictadura, se ha producido un vasto éxodo de investigadores y escritores chilenos hacia países que les ofrecen garantías de libertad y facilidades en su trabajo (…) Declaramos nuestra firme voluntad de continuar esta publicación en el exilio hasta que se restablezcan en nuestra patria las condiciones de libertad y respeto a los derechos del hombre que han sido tradicionales del pueblo de Chile. (“Literatura chilena en el exilio” 2). Como si el exilio fuera el único impedimento para que el intelectual viva en su hogar, que es el mundo de la libertad política. Pero esta no es sino la creencia ingenua y estética del estado político que armoniza individuo y especie a partir de la belleza, y se fundamenta en el sueño de “La obra de arte más perfecta que cabe: el establecimiento de una verdadera libertad política” (Schiller 15). Schiller, justamente, había reflexionado sobre la posibilidad de una armonía entre el artista y el Estado. La obra de arte debería generar libertad política, y la libertad política estar en medio de la conciencia estética del individuo, la única conciencia que se ponía también a nivel de los intereses de la sociedad. Pero la condición histórica del escritor moderno se fundamenta en la imposibilidad de asimilar escritura (arte) y hogar: el no estar en el mundo político social ni en el hogar ni aún en la propia lengua, sustenta el carácter de la literatura moderna. Este no estar no se produce al ausentarse el artista de un determinado territorio, sino que está en el nivel de la conciencia espiritual del moderno; el mismo Schiller había señalado la posición del artista moderno como una posición sentimental, opuesta a la poética del ingenuo, visible en los antiguos griegos; en este último, “la naturaleza triunfa sobre el arte” (73) y el poeta está incorporado a ella por necesidad interna, constituye la moralidad desde la cual escribe: su descripción de la naturaleza es experiencial, directa. En cambio, en el poeta sentimental, que se refiere a aquellos que ya no están incorporados en la naturaleza, se miran estas escenas desde el sentimiento, sentimiento que no debe ser otro que el de una nostalgia infinita por aquella condición perdida (75). La naturaleza es el hogar del poeta antiguo, y él se siente incorporado a ella; pero para el moderno la naturaleza está distante de su ubicación, y esa ubicación es más bien un nolugar. El romanticismo, que toca lateralmente a Schiller, está en el centro de su Educación estética del hombre, y es el último intento radical de formar una 91 ■ Taller de Letras N° 39: 89-99, 2006 poética sentimental que prolongue el hogar en la lengua. Es la misma cuestión que inspira a Heidegger llamar a la lengua “la morada del ser” (Heidegger 15) y centrar su último pensamiento en torno a una filosofía del hogar. Es, asimismo, la poética de Teillier, buscando un “tiempo de arraigo”. Pero la permanencia en arte y en el pensar se enfrenta de inmediato con el exilio. El estar fuera de todos lados: del hogar, de la sociedad, de la lengua. Benjamin declaraba justamente para la narración que: “El lugar de nacimiento de la novela es el individuo en su soledad, que ya no puede referirse […] a los hechos más importantes que lo afectan; que carece de orientación y que no puede dar consejo alguno […] la novela nos hace saber cuál sea la profunda desorientación de los seres humanos” (Benjamin 193). Como vemos, el “exilio –el “estar sin hogar”– es un concepto y no simplemente el resultado de una expatriación física” (Cochran 66); y, por consiguiente, no se limita a poner la expatriación como obstáculo de una estado político estético. El estar sin hogar representa la condición de gran parte de la literatura del siglo XX, que incluye la transitoriedad de la existencia, el viaje, el exilio interior, el no estar en ningún lado ni aún en la propia lengua. Beckett, Joyce, Kundera, etc., son ejemplos de esta condición. Theodor Adorno incluso llega a decir “solamente aquel que no se encuentra verdaderamente como en su propia casa dentro de una lengua puede usarla como instrumento” (cit. por Steiner 17). Es esta noción exilio, como ajenidad en el sentir literario, la que queremos como base de la interpretación sobre los relatos de Bolaño. Llamadas telefónicas: una literatura del yo (ajeno) Los relatos que nos presenta Bolaño, como ya dije, tienen como condición el “exilio”, entendido como la ajenidad de la escritura. Esta condición les da integridad y continuidad dentro del conjunto. Pero más aún, les entrega un criterio de veracidad que los aleja de la ficción pura, como quisieran literaturas de corte fantástico u otros subgéneros, ya que más bien estos relatos se dan en el marco de las literaturas del yo: dominan en ellos los testimonios, las confesiones, la memoria, la biografía, además de la crónica y el ensayo. En el primer cuento, “Sensini”, toda la narración está dada por el testimonio de una experiencia epistolar entre Luis Antonio Sensini, un maduro escritor argentino exiliado en España, y el narrador, joven escritor también exiliado en España, en Girona. Las cartas no aparecen en el texto, pero son comentadas largamente por el narrador. Asimismo, “La nieve” es el relato de un hijo de sindicalista de izquierda exiliado en Rusia después del golpe militar en Chile de 1973; en el texto, el narrador solo se limita a presentarlo para que luego el exiliado, Rogelio Estrada, testimonie sobre su vida en Moscú, su destino como criminal y su huida a Barcelona. Lo mismo puede decirse del cuento “Williams Burns”, en donde el procedimiento ■ 92 Julio Figueroa Cofré “Estar sin hogar”: exilio, ajenidad, escritura… es igual: “William Burns, de Ventura, California del Sur, le contó esta historia a mi amigo Pancho Monge… que a su vez me la refirió a mí… Habla Burns: […]” (105). Es decir, el narrador se limita a presentar a un invididuo, cuya identidad generalmente es difusa, extranjero en la tierra donde vive, para que este testimonie sobre su vida o una experiencia de ella. O en el caso contrario, es el mismo narrador quien testimonia sobre sí mismo. Otro procedimiento es la biografía, claramente expuesto en “Compañeros de Celda”, donde se relata la vida de Sofía, una estudiante española que deserta de la vida universitaria para entrar en un mundo de oscuros amantes, o “Vida de Anne Moore”, un relato sobre la peculiar vida de Anne Moore en Estados Unidos y sus viajes por México y Europa. El narrador puede coincidir, como dijimos, con el personaje protagónico, pero siempre detrás aparece una especie de narrador transitorio, que relata desde la precariedad de sus estadías en diferentes lugares del mundo. Sin embargo, en el marco de la “literatura del yo” en que se dan estos relatos, intimistas e incluso mórbidos, hacen de esta escritura una profusión de deseos por asir la verdad del yo y el nosotros, a partir de la verdad de las experiencias que constituye la vida personal. Así, toda literatura del yo, “sea en la forma que se realice, autobiografía sensu strictu, memorias, diarios, cartas, y las modalidades que de ellos devienen, como testimonio, confesiones, etc., es una aproximación a la “verdad” y a la construcción de la propia identidad e imagen” (Arrigoni 59). No obstante, todo intento de construir identidad en los cuentos de Llamadas telefónicas queda incompleto, y más bien se dirige a representar la ajenidad, la dispersión, el “no estar en ningún lado” del yo, del sujeto. El amor es uno de los sentimientos que más presente está en los relatos que nos convocan. Sin embargo, la concepción que nos entregan de él está atravesada por la tragedia, que lo pone en contextos de irremediabilidad como la muerte, la enfermedad, y por la fugacidad. En el cuento que recibe el mismo nombre del conjunto de relatos, “Llamadas telefónicas”, se nos presenta una relación entre B y X, una relación de amor breve que años después es reavivada por un sinfín de llamadas telefónicas, es decir, nutrida por una comunicación indirecta, cruzada por la ausencia de los hablantes, y que luego de un también breve reencuentro termina trágicamente con la muerte de X. En “Vida de Anne Moore”, la biografía nos expone un relato crudo de las peripecias afectivas de Anne Moore, una mujer estadounidense que pasa de amante en amante, así como de país en país, sin encontrar jamás un asidero, hasta que el narrador le pierde completamente el rastro. De todo esto deducimos que los sujetos del enunciado son reflejo del sujeto de la enunciación: viven de modo transitorio en diversos lugares, de los cuales se apropian efímeramente, para luego abandonarlos y pasar a otros; por tanto, las narraciones están dadas si no en el exilio, en un triste cosmopolitismo que exagera el sentido de lo extraño, de lo ajeno, del no estar, del ser inubicable. Si entendemos esto como una isotopía, es decir, a nivel 93 ■ Taller de Letras N° 39: 89-99, 2006 semántico, lo que asegura la homogeneidad del enunciado (Segre 40), podemos observar la ideología que se desprende de los textos. En general, la condición del exilio, desenvuelta como ajenidad en la propia casa, o fuera de ella, tiene que ver muchas veces con la percepción que se tiene del sujeto. Por ejemplo, en “Henri Simon Leprince”, un relato sobre un escritor de baja categoría, este se exilia de la propia literatura, es decir, a pesar de escribir medianamente, “a su parecer está en tierra de nadie, de pronto comprende que su territorio (su patria) es el de los plumíferos, el de los resentidos, el de los escritores de baja estofa” (31). Es la condición marginada del escritor no a nivel económico y social, como generalmente se nos presenta, sino a nivel de la tierra y de la historia: el escritor, el sujeto en general, ya no radica su vida en la historia, está fuera de ella. Y esa es la condición más extrema del exilio, en la lengua y en la vida. En el mismo sentido, “La nieve”, apuntada antes, es también una historia de amor cuyo fin es honesto, pero trágico; sin embargo, lo que nos preocupa aquí es la condición psicohistórica de los personajes, por decirlo de alguna manera. Rogelio Estrada es hijo de un sindicalista de izquierda, que participó en uno de los proyectos políticos más avezados de la historia chilena, es decir, el gobierno marxista de Salvador Allende. Exiliado en Moscú, el padre de Rogelio es un político que, sin importar su adhesión política, vive o vivió en Chile formando parte de un proyecto enorme, que consistía abiertamente en la transformación radical de la vida económica y social, a la vez que una profunda reforma en la línea de la historia. Pero, como también puede verse en el narrador –exiliado y, por tanto, de izquierda, actor político e histórico– sucede que Rogelio Estrada cambia todo ello por una vida distinta, cercana al vicio, la apuesta, la mafia rusa, y luego equivoca esa vida por el amor, lo que exige de él un asesinato y un re-exilio por Francia, Alemania y España. Así, el padre actor histórico hereda el exilio al hijo, quien lleva una vida absolutamente marginada de las operaciones políticas, de la conciencia de la historia y del papel del sujeto en ella. Olvida, pues, al sujeto trascendental, y se convierte a la transitoriedad, a la ajenidad en la propia vida. Cuando le relata su historia al narrador de la misma, que lo presenta previa introducción, al terminar, le dice que allí en Barcelona: “No me van mal las cosas, me acuesto con putas y soy asiduo a dos bares en donde tengo mi tertulia… Pero por las noches… extraño Rusia… Aquí no se está mal, pero no es lo mismo, aunque si me pidieras más precisión no sabría decirte qué es lo que echo de menos. ¿La alegría de estar vivo? No lo sé. Un día de estos voy a tomar un avión y volveré a Chile” (100). Ana Vásquez y Ana Araujo señalan: “El exiliado lleva dentro de sí el éxtasis de la lucha de ayer, el entorno afectivo de sus compañeros perdidos, el sentimiento de haber intentado transformar el mundo y de haber vivido como sujeto fundamental de la historia” (10). No obstante, este éxtasis se transforma en un sentido del fracaso que, fáctico, irreversible, se nos presenta como un acontecimiento determinado por la historia y, por tanto, un fracaso del sujeto trascendental en la historia personal y colectiva. El exiliado que nos presenta Bolaño en sus ■ 94 Julio Figueroa Cofré “Estar sin hogar”: exilio, ajenidad, escritura… relatos, no solo está en medio de la ajenidad territorial, sino en medio de la ajenidad histórica, de su pasado y presente. En “Detectives”, Bolaño nos presenta un relato dialogado –en consecuencia, una excepción radical de la estructura de los demás cuentos– donde dos detectives recuerdan el encarcelamiento de Arturo Belano, un ex compañero en el liceo de Los Ángeles. Lo más importante del relato es el sentimiento de alteridad sobre sí mismo en que incurre Belano cuando uno de los detectives decide ayudarlo en el centro de detención. Cuando conversan, Belano le cuenta que se ha visto al espejo y no se reconoce, que es otra persona la que se refleja. Inquieto por la confesión de Belano, el detective amigo lo lleva al espejo para comprobar. Belano se mira y le dice: “Es otro, compadre, no hay remedio” (131). Este pasaje es tremendamente decidor: un personaje, antes del exilio físico, golpeado por el fracaso de los proyectos políticos históricos, por el derrumbe del sujeto y la voluntad trascendental (de la ingenuidad) desconoce su propio rostro y advierte en sí mismo la alteridad. La alteridad que va adquiriendo concreción en los demás relatos, cuando ya no sea el propio sujeto el que se desconozca, y pierda la familiaridad con las cosas, sino que toda su experiencia esté marcada por el exilio, por el sentirse fuera del hogar. Exilio y escritura en “Sensini” Además de las cualidades estructurales, este relato nos presenta un testimonio sobre la situación del escritor en el exilio, cuyas características son también extensibles a la visión general que se tiene de la vida y la experiencia personal. El narrador principia su relato en ese mismo sentido: “Casi no tenía amigos y lo único que hacía era escribir y dar largos paseos que comenzaban a las siete de la tarde, tras despertar, momento en el cual mi cuerpo experimentaba algo semejante al jetlag, una sensación de estar y no estar, de distancia con respecto a lo que me rodeaba, de indefinida fragilidad” (13). En este estar y no estar se encuentra el escritor con su propia escritura y la de otros: cuando por falta de dinero participa en un concurso de relatos y gana un accésit que le entrega diez mil pesetas y la publicación de su cuento, se topa con otro escritor ganador, aunque más maduro, latinoamericano y desterrado de su patria por la dictadura igual que él, al que admira, Luis Antonio Sensini. El narrador se reconoce lector de su libro Ugarte, así como de sus cuentos escritos bajo el exilio. El testimonio de lo que será una relación epistolar con Sensini, luego de pedir su dirección, comienza con una breve reflexión ensayística en torno a la literatura argentina desde 1940 en adelante y su recepción por parte del narrador, que nos sirve para conocer a Sensini. En ella desfilan nombres y temas literarios, como Bioy Casares, Borges, Cortázar y Sábato, y los califica de dudosa generación, en la que busca y valora la obra de Sensini. En este breve ensayo de recepción literaria personal, 95 ■ Taller de Letras N° 39: 89-99, 2006 va poniendo especial énfasis en referirse al destino del escritor Haroldo Conti, “desaparecido en uno de los campos especiales de la dictadura de Videla y sus secuaces”, y Rodolfo Walsh, “como Conti, asesinado por la dictadura” (15). La sombra de las dictaduras, las muertes y desapariciones van surgiendo detrás de los relatos. Sensini es un escritor de esa generación, absolutamente abandonado por los lectores argentinos. Le envía una carta a la que Sensini responde y comienza entonces una extensa relación epistolar que culminará tiempo después con la muerte del escritor argentino. En la primera carta, el narrador le habla sobre su libro Ugarte, sus otros cuentos, de cuánto lo admira, de su casa en las afueras de Girona, “de la situación política chilena y argentina (todavía estaban bien establecidas ambas dictaduras), de la vida en España y de la vida en general” (16), con la finalidad no tanto de hablar con Sensini, el escritor, sino de hablar con un latinoamericano, un exiliado, un desterrado en España, y en ese proceso reconocerse a sí mismo a partir del otro. Redescubriendo la obra de este autor, el narrador lee los cuentos de Sensini que encuentra por aquí y por allá, los cuales tienen como cualidad ser locales, ya que sus historias “generalmente se desarrollaban en el campo, en la pampa” (argentina) y eran historias de “gente armada, desafortunada, solitaria o con peculiar sentido de la sociabilidad” y “paisajes que se alejaban del lector muy lentamente (y que a veces se alejaban con el lector), personajes valientes y a la deriva”. (17) En esta nueva relación de amistad el narrador va descubriéndole al lector que su “estar y no estar” del principio es más problemático de lo que se puede creer: es un exiliado, escritor, es decir, trabaja con la memoria y, además, vive en la precaria sociabilidad de un latinoamericano marginado en España. Por tanto, Sensini significa más que un amigo: es el espejo donde mirarse, para reconocerse. Las cartas juegan así el rol de ser textos de la intimidad, donde ambos pueden reflexionar sobre sus propias vidas, las condiciones miserables del mundo de la literatura, además de estimularse mutuamente en la participación de concursos literarios. Un día, le pide a Sensini que le envíe una foto de su familia: él envía dos, una de él, su mujer y su hija Miranda, y una fotocopia de Gregorio, el hijo de su primer matrimonio, periodista que desapareció en Latinoamérica luego del comienzo de la dictadura en Argentina. Su gran dolor como padre: saber desaparecido a su hijo, y resistir en la creencia de su desaparición y no asumir su muerte. La foto y la carta son dos formas de la comunicación en el afuera, en la ajenidad: ambas son relatos de la veracidad, datos para la construcción del yo en la ausencia de lo familiar: “Durante mucho tiempo la foto y la fotocopia estuvieron en mi mesa de trabajo. A veces me pasaba mucho rato contemplándolas, otras veces me las llevaba al dormitorio y las miraba hasta caerme dormido” (22). En la contemplación de la foto, el narrador va enamorándose de Miranda, o enamorándose de la foto, del retrato de una persona: el amor se vive desde lejos, en la ausencia real de la persona. Escribe un poema “muy malo”, con muchas voces, donde habla a Miranda ■ 96 Julio Figueroa Cofré “Estar sin hogar”: exilio, ajenidad, escritura… Sensini, y cuando la encuentra esta huye en busca de los ojos de su hermano Gregorio, “que brillaban al fondo de un corredor en tinieblas donde se movían imperceptiblemente los bultos oscuros del terror latinoamericano” (22). En otras cartas, les ruega lo visiten, que su casa está disponible, pero Sensini está siempre en apuros económicos. En fin, la cosa se pospone, hasta que Sensini le escribe diciéndole que vuelve a Argentina, que con la democracia estará bien, que le desea mucha suerte. En ese momento, la comunicación epistolar se interrumpe por un buen tiempo, hasta saber de la muerte de Sensini, frente a la cual señala: “No sé por qué, el que Sensini volviera a Buenos Aires a morir me pareció lógico” (25). El retorno tiene sentido si se muere en la tierra natal, como forzando al hogar a reconsiderar a sus desterrados; el retorno parece más bien un aferrarse a la tierra para morir en lo propio, mientras que la dispersión de la vida ya es irremediable. Luego, el narrador vuelve a la soledad sin nostalgia, indiferente, del exiliado y marginado voluntario. Cuando un día tocan la puerta, él mismo reconoce su precaria sociabilidad: “Ninguna de las pocas personas que conocía en Girona hubiera ido a mi casa a no ser que ocurriera algo fuera de lo normal” (26). Detrás de la puerta, está Miranda Sensini, algo más adulta que en la foto, junto a un tipo con el que viaja en autostop por Europa. Los recibe amablemente, y ya de noche, en pleno insomnio, el narrador puede conversar a solas con Miranda. Esta es sincera y reconoce la forma fragmentada y transitoria de vivir del exiliado, desde ella misma como heredera de esa condición. Hablan sobre su padre, lo buen escritor que era: “Le pregunté cómo le había ido en Argentina. Igual que aquí, dijo Miranda, igual que en Madrid, igual que en todas partes. Pero en Argentina lo querían, dije yo. Igual que aquí, dijo Miranda” (27). El “aquí” de Miranda no se diferencia de Argentina, el país natal, el hogar. Y “aquí” en realidad su vida fue mísera y apretada, viviendo en Madrid en un cuarto pequeño, escribiendo cuentos para concursos y corrigiendo traducciones para una editorial; sin embargo, nada dice que en la tierra propia fuera distinto: el Estado político estético no existe ni aquí ni en ninguna parte. El exiliado puede ser un expatriado físico, expulsado por un poder arbitrario o no, pero la condición del exilio se vive de modo personal, casi por voluntad, a través de una obra dispersa y una vida viajante, que se escapa de la permanencia. Cuando Miranda sale a la azotea, el narrador la acompaña, y desde allí miran Girona. En la noche tremenda, a la intemperie, como nos dice Ahumada del escritor José R. Morales, también exiliado: “la mirada de quien habita el exilio proviene de aquel innegable estar siempre a la intemperie” (4). Entonces, el narrador se siente acompañado por Miranda, ella es hija del exilio, de natural transitorio, y estar al lado de ella es estar en el exilio más pleno, menos ambiguo, menos tímido: “De pronto me di cuenta de que ya estábamos en paz, que por alguna razón misteriosa habíamos llegado juntos a estar en paz y que de ahí en adelante las cosas imperceptiblemente 97 ■ Taller de Letras N° 39: 89-99, 2006 comenzarían a cambiar” (29). El relato termina con ambos a la intemperie, en la noche de Girona, en el insomnio de Girona, una ciudad que no es de ellos, como tampoco nada lo es. Epílogo La experiencia del exilio político del primer cuento solo es la primera señal de una condición existencial que se irá deshilvanando a lo largo de todos los demás relatos: viajes, amores fugaces, llamadas telefónicas, desapariciones, apariciones, en fin, el tránsito puro de la vida, en la cual nada permanece, nada se retiene. Si la dictadura que nos deja entrever el narrador motiva el primer exilio, “podría decirse que la “experiencia” de la dictadura no corresponde solo al acontecimiento de una catástrofe en el pasado […] sino que implica también una catástrofe en la relación misma del presente –nombrado como post– con el pasado… descorporizado” (Rojas 204), así como también no difumina lo que sucedió, sino a quién le sucedió: no es el mundo el deviniente, es el sujeto el que no puede reconocerse a sí mismo, también descorporizado. En ese sentido, la memoria con la que trabaja el narrador se deshace en este ir y venir. El narrador de estos cuentos nos refiere la profunda desorientación en la que vive. El exilio solo es la primera apertura hacia la ajenidad: como si luego el viaje por este no estar no tuviera retorno. Bibliografía Ahumada, H. “José Ricardo Morales, un escritor a la intemperie”. Revista Signos, Valparaíso, 33: 48 (2004): 3-12. Arrigoni, Luz. “Autobiografía y construcción de la imagen en el epistolario de exilio de Ramón Pérez de Ayala”. Hora actual de la novela hispánica. Ed. Eduardo Godoy. Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1994. 55-62. Benjamin, W. “El narrador”. Sobre el programa de la filosofía futura y otros ensayos. Caracas: Monte Ávila, 1961. Bolaño, Roberto. Llamadas telefónicas. Barcelona: Anagrama. Cochrane, Terry. La cultura contra el Estado. Madrid: Cátedra, 1996. Eco, U. Interpretación y sobreinterpretación. Colaboraciones de Richard Rorty, Jonathan Culler, Christine Brooke-Rose. Comp.de Stefan Collini. Trad. Juan G. López. 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