24 | ADN CULTURA | Viernes 5 de octubre de 2012 opinión La muerte en el arte Julio Sánchez Para La nacion L Migrantes, instalación que se exhibirá en el Museo Hotel de Inmigrantes 6 de septiembre, videoinstalación, en el Muntref Viene de la pág. 22 anónimo: un artesano sin nombre que, perdido en algún recoveco de la historia, puso todo de sí para hacer esa pieza, y hacerla bien. Para Diana Wechsler, la importancia de traer una obra de este tipo a la Argentina excede el obvio interés por un artista capaz de desarrollar pregnantes “mapas de memoria” a través de los más diversos dispositivos visuales, sonoros y teatrales. Las particularidades del proyecto marcan una diferencia: “No se trata de tomar una muestra pensada para itinerar, que es una de las alternativas para tener este tipo de artistas aquí, sino que tomamos la iniciativa, desde el vamos, de imaginar una exposición y un proyecto para nosotros y pensado con nosotros”, explica la curadora. Y puntualiza los rasgos expresivos que hacen de Boltanski una figura clave en la escena del arte contemporáneo: “En su modo de construir archivos a partir de fragmentos, en esa estética austera, en los climas entre sorpresivos y angus- tiantes que genera al ocupar los espacios, es donde revela una manera de señalar su lugar en el mundo. Su trabajo ordena fragmentos, recoge piezas aisladas para construir con ellas series de objetos que en su conjunto resultan poderosos disparadores de memoria, capaces de actualizar pasados, activar sentidos diversos”. Un creador, además, que prefiere eludir el ámbito sacralizado del museo para dejarse atravesar por la demoledora fragilidad de lo humano. Si en Personas cada prenda desplazada en el Grand Palais evocaba a un sujeto ausente, probablemente en Migrantes los 200 susurros que inundarán la tercera planta del Hotel de Inmigrantes nos interpelen con aquello que fueron nuestros antepasados y que hoy somos nosotros: seres únicos, irrepetibles y efímeros, un prodigio en la vasta marea del tiempo. C El abrigo, en el Hotel de Inmigrantes Para agendar ß Los trabajos de Boltanski en Buenos Aires se exhibirán desde el 12 de octubre hasta el 15 de diciembre. ß Migrantes estará en el Museo Hotel de Inmigrantes (Av. Antártida Argentina 1355). Obras, en el Muntref (Valentín Gómez 4838, Caseros). Flying Books, en el Centro Nacional de la Música (ex Biblioteca Nacional, México 564). ß Desde julio de este año, un estudio de grabación emplazado en Tecnópolis registra las pulsaciones del corazón de los visitantes. Las grabaciones se destinarán a los Archives du Coeur, el archivo de latidos del corazón que el artista montó en Japón. ß Jean-Hubert Martin, curador de Boltanski en la Bienal de Venecia 2011, ha sido invitado como observador de toda la experiencia, que culminará en un libro con imágenes, textos y estudios teórico-críticos. a muerte no nos concierne, pues mientras existimos, la muerte no está presente; y cuando llega la muerte, nosotros ya no existimos.” La frase del filósofo griego Epicuro de Samos forma parte de una infinita constelación de reflexiones de la filosofía, y sobre todo de la condición humana. En el siglo XX, especialmente luego de la bomba de Hiroshima, el tema fue ganando terreno desde diversos ángulos. Nadie como Christian Boltanski trabajó con tanta intensidad esta obsesión. Andy Warhol, tan festivo, hizo varias serigrafías con accidentes y revueltas sociales donde sobrevolaba la tragedia. El sida de los años ochenta reavivó el tema: Félix González-Torres, Keith Haring y Robert Mapplethorpe padecieron el mal y lo conjuraron con sus obras: el cubano trabajó con montones de caramelos que debían ser consumidos y restablecidos; el grafitero pregonaba el uso del preservativo y el fotógrafo gozaba el erotismo antes de su partida. El argentino Roberto Jacoby se paseaba desafiante por la Bienal de San Pablo de 1994 con una remera multicolor que afirmaba “Yo tengo sida”. La violencia social inspiró al colombiano Germán Martínez Cañás, que expuso pósteres del cowboy de Marlboro, del basquetbolista de Nike y del payaso de McDonald’s todos acribillados por la guerrilla, mientras que la brasileña Rosana Palazyan colgó cientos de hostias con retratos impresos de muertos por balas perdidas. El deceso de los padres es resistido, quizá porque se sabe que el eslabón siguiente son los hijos; el estadounidense Bill Viola filmó la agonía de su madre, lo mismo que la francesa Sophie Calle, y entre nosotros Martín Weber lo hizo con su padre. Hablar de la muerte de los otros parece más fácil que hablar de la propia. En la Argentina, Alfredo Portillos presentó una videoinstalación donde se lo veía en una silla de ruedas empujada por la parca, mientras que en otra parte él era quien empujaba a ella (Paseando entre la vida y la muerte, 1992); Oscar Bony se ocupó de lleno baleando sus propios retratos una y otra vez. Por último, sería absurdo no incluir en esta lista al tiburón sumergido en formol de Damien Hirst, cuyo nombre La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo no hace más que evocar la vieja filosofía de Epicuro. C