tres puntos en don quijote de la mancha

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TRES PUNTOS EN DON QUIJOTE DE LA MANCHA.
(Ensayo acerca de palabras oídas, leídas y después contadas).
Por José Guillermo Ánjel R. ∗
RESUMEN
Apropósito de una conferencia del escritor colombiano Fernando Vallejo sobre
Don Quijote, de algunos otros autores leídos como Borges, Kundera, Humberto
Eco, etc. se pretende anudar una serie de reflexiones sobre la pasión por escribir,
sobre los libros leídos y las diferentes formas de la biblioteca.
ABSTRACT
Taking the conference of the Colombian author Fernando Vallejo on Don Quixote
and some other writers as Borges, Kundera, Eco, etc, as a start point, the present
article tries to put together a series of reflections on the passion of writing, on the
read books and the different shapes of the library.
PALABRAS CLAVE
Cervantes, biblioteca de Babel, escribir, Borges, Don Quijote.
∗
Comunicador Social de la Universidad Pontificia Bolivariana. Magíster en Economía por
la Universidad Hebrea de Jerusalén. Docente de la Facultad de Comunicación Social de
la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Columnista del periódico El Colombiano
de Medellín. Escritor con textos traducidos al alemán.
Dirección del autor: [email protected]
Artículo recibido el día 24 de enero de 2006 y aprobado por el Comité Editorial el día 24
de mayo de 2006.
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KEYWORDS
Cervantes, Babel’s library, writing, Borges, Don Quixote.
En el séfer Yetzirá (el libro de la Creación) se habla de cómo las palabras crean el
mundo. Pero no uno sino muchos mundos, según sean la palabras oídas y leídas.
Entonces hay un problema y es determinar cuál es el mundo real que nos compete
a todos, ese que estaría conformado por las mismas palabras y significados. Este
problema, para fortuna nuestra y terror de los que nos quieren confinar en una
base de datos, sigue sin resolver y quizás nunca se resuelva. Supongo que en
esto radica la libertad, en tener un mundo propio.
Epígrafe del autor de este artículo.
Primer punto: A principios de julio de 2005, escuché, en el Instituto Cervantes de
Berlín, una conferencia que dictó Fernando Vallejo sobre Don Quijote. De esa
charla, además de los vituperios contra Einstein y Darwin (que fueron
considerados un par de ladrones por nuestro escritor, aunque nada tenían que ver
con don Quijote), recuerdo algo que dijo sobre Cervantes: era un mal escritor,
alguien que no revisaba los textos que escribía y muy despreocupado por el estilo.
Pero tenía algo grandioso y era su pasión por escribir.
Segundo punto: Hace cosa de un año, leyendo unas conferencias de Umberto
Eco, encontré una que dictó cuando le otorgaron el doctorado Honoris Causa en
La Universidad de Castilla la Mancha, el 1997. El escritor italiano hablaba en su
texto de agradecimiento de La mancha y Babel, enfrentando la biblioteca de de
Don Quijote con la que Borges proponía. La primera, decía Eco, era una biblioteca
finita (de pocos libros) que, una vez leída, le sirvió a Alonso Quijana (sin entrar a
discutir los otros posibles apellidos) para salir al mundo y amoldarlo de acuerdo
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con lo leído. La segunda, la borgiana, era una biblioteca infinita imposible de ser
leída y, por lo tanto, muy difícil de ser aprehendida para entender bien lo que nos
rodea. Así, Don Quijote puede salir al mundo (se aprendió los libros y salió a
comprobarlos) en tanto que Borges se queda encerrado en su biblioteca
intentando calcular el posible número de palabras y significados que contendrían
los libros sin medida de su Babel.
Tercer punto: El Quijote es uno de esos libros que todos conocen pero que muy
pocos leen. Es un libro al que se venera como padre de la lengua castellana, pero
pocos explican bien en qué radica esa paternidad. Y se tiene como modelo de la
novela moderna (como bien lo defendió Kundera) a pesar de que Navokov la
desacredita convirtiéndola en una seguidilla de noveletas italianas de mala
calidad. De cierta manera, El Quijote es parte de nuestras contradicciones.
Con base en los puntos anteriores, escribo este artículo.
Con relación al primer punto:
Es claro que en Don Quijote hay muchos errores de composición e incluso de
ligereza en los cálculos matemáticos (Capítulo IV Él dijo que nueve meses, a siete
reales cada mes. Hizo la cuenta don Quijote y halló que montaban setenta y tres
reales) y de ubicación geográfica (es imposible seguir un camino coherente en
espacio y tiempo de los lugares por donde anduvo el caballero), cosa
imperdonable hoy en día. Todo parece indicar que Cervantes no estaba para
investigaciones ni ejercicio de rigor alguno, actitud que nos dice que por esos días
las academias gramaticales y del lenguaje, así como las científicas, no existían o,
si las había, cumplían con un papel muy exiguo y hasta peligroso porque muchos
sabios y lectores estaban sumariados por la inquisición. En el principio era el caos,
como se lee en Bereschit (Génesis).
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Pero si hay en Cervantes algo que lo determina como un gran escritor y es su
pasión por narrar lo que sucede a su alrededor. En El Quijote, que es una especie
de Opera Magna donde se reúnen varias historias y maneras de pensar, la novela
no es el mero relato de un loco y un campesino gordo que caminan por España
buscando aventuras. Va más allá: son muchas historias las que se tejen a medida
que don Alonso y Sancho avanzan. Cada capítulo es un cuento completo (esto es
lo que le molesta a Vladimir Nabokov) que se define a sí mismo y contiene parte
de la historia general que se cuenta, pero no como un hilo necesario sino como un
algo independiente (la historia bien se podría obviar sin que le suceda nada a la
obra), que si bien no decora a Don Quijote, si hace parte del teatro de la vida. Y
esto es lo importante: en la pasión de escribir es la vida lo que cuenta. Y todos
esos puntos dispersos que aparecen (la novela de Marcela, la historia de Sancho
gobernador, por ejemplo), al final, por ley de caos, conforman una estructura que
es la real novela, es decir, la noticia que se da de estar y sentirse vivo. Y en el
caso de Cervantes, vivo en una España desesperada y sin clase media,
gobernada por enfermos y atenta a milagros que nunca llegaron. Es que D-s no le
ayuda al que no trabaja, eso se sabe.
La enseñanza de Cervantes, entonces, es que para escribir se necesita tener
antes una historia que contar, no una anécdota (en la que el escritor quedaría
preso). Y que esa historia, como una cometa bajo vientos contrarios, se dispersa
por sitios y personajes diferentes cuando la pasión de escribir invade al escritor.
Así, una novela no se planea sino que simplemente arranca y se va sin una
dirección fija. Ese comienzo pertenece al escritor (por esto García Márquez le da
tanta importancia al arranque), pero luego, en el avance, el escritor pertenece a la
novela y ahí comienzan las apariciones, los asombros, el inventario de toda clase
de elementos, buenos y malos, contradictorios a veces, que no se pueden
controlar porque están vivos y persisten en seguir estándolo. Y el escritor como un
notario, simplemente anota lo que ve y hacen libremente sus personajes. Claro
que si no hay pasión, esto no pasa. Ya se sabe que la pasión es un desborde (una
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explosión) en el que los sentidos se inflaman y se pierde la noción de la realidad
para ingresar en la fantasía. Sin embargo si la pasión es corta, como el vuelo de
las gallinas, sólo produce cansancio. Pero si es larga y continuada, como las de
los sibaritas avezados, termina generando un gran placer. Cervantes debía saber
esto, al fin y al cabo estuvo preso en Argel y allí, dicen, lo cuidaron bastante. Por
eso nunca se quejó de haber estado entre los moros.
La pasión de la escritura, el Cervantes apasionado por escribir (como le oí calificar
a Fernando Vallejo) es como la persistencia de los animales unicelulares que
resisten tormentas, mareas altas y bajas, siempre pegados a la misma piedra. Y
ahí en esa persistencia, evolucionan y terminan siendo el pasado de alguno que
baila el tango olvidándose de que se está muriendo.
Con relación al segundo punto:
Una biblioteca no está constituida por tomos debidamente clasificados (siguiendo
el modelo de Aristóteles), sino por libros leídos. Conozco bibliotecas donde
abundan los libros sin abrir, así que no son bibliotecas sino librerías. O lo que es
peor, muebles rellenos de papel. Pro esto no viene al caso con Don Quijote (y por
extensión Cervantes), que se leyó la biblioteca que tenía, llegando al punto de casi
aprendérsela de memoria. Y a, con base en lo leído, salió a ver el mundo y a
confrontarlo (ajustarlo, mejor) con lo que decían las lecturas. Porque este es el
oficio de los libros: dar los elementos necesarios para que el mundo se parezca a
lo que dicen. En este punto, Borges decía que los libros contienen, en primera
instancia, una memoria y, a partir de ahí, una imaginación. Sólo que esta
imaginación va timoneada por la memoria.
La biblioteca de Don Alonso Quijana estaba conformada por libros de aventuras
en los que conceptos como honor, damas, aventura y gloria eran palabras
constantes. Y bueno, aprendidas y racionalizadas, esas palabras son las que sale
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a buscar el Ingenioso Hidalgo. Por esta razón su mundo, a pesar de esa
conciencia crítica que sería Sancho, es un compuesto de concepciones ideales
donde palabras como dolor, crimen, fealdad y desgobierno deben desaparecer. O
sea que todos los criterios de Don Quijote son nobles, así como han sido nobles
los conceptos de la filosofía y la moral. O sea que la tarea del hombre de la
mancha no es otra que acomodar el mundo de acuerdo con las prédicas cocidas
desde Confucio y los profetas, de entenderlo así y de dar parte de su salud y de
sus cueros para que la intención no sea en vano. Esta metáfora que es constante
en la novela, certifica la intención de las enseñanzas que recibimos que si las
aplicáramos cambiarían el mundo.
La biblioteca que plantea Borges, imbuido por el espíritu geométrico de Spinoza
(en el que una idea adecuada produce necesariamente otra porque asistimos a un
proceso de crecimiento infinito) y el mundo de millones de objetos que plantea
Jonathan Swift para dejar de hablar y sólo señalar, es una biblioteca por leer y,
esto es terrible, careciendo de tiempo para ello. A los ojos de Cervantes, sería la
biblioteca de un cobarde, de alguien que quiere aprender lo que es el mundo
teórico sin salir a comprobarlo. Es una biblioteca que no mueve a la acción sino a
una reflexión desde sí mismo, es decir desde el deseo y el error, porque lo que
pensamos sin comprobar no es más que narcisismo. Ya lo decía Abuchafar
Abentofail, el autor de El filósofo autodidacta: “¿Cómo saber qué es dulce si no lo
has probado?”.
La biblioteca de Borges, compuesta por todas las palabras, aun por las que
nombran lo inefable, encerraría la totalidad de lo que creemos que es el mundo.
Pero tiene un problema: un mundo completo no le serviría a nadie porque habría
ahí muchas cosas innecesarias para la vida de un hombre determinado. Ortega y
Gasset lo ha explicado bien: somos nosotros y nuestras propias circunstancias. O
sea que no hay dos hombres iguales porque todo depende de nuestra educación
sentimental y del lugar donde estamos. Así la biblioteca de Babel, nos sacaría de
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lo que somos y nos crearía una enorme confusión acerca del sitio que ocupamos.
La de Cervantes, en cambio, es más lógica: se compone de libros que definen un
estado humano determinado (el del caballero) y apuntan a una sola cosa, la
nobleza. Y si bien es una biblioteca que se opone a los tiempos que vive
Cervantes (que son vulgares y decadentes), es una propuesta limitada es decir,
fácil de comprobar y de vivir.
Borges propone una biblioteca para un hombre sin ubicación clara, siempre en
estado confuso y ciego porque tanto conocimiento sólo llevaría a no saber
finalmente si se sabe o no alguna cosa. Y si lo que se piensa está siendo
imaginado o ya está dicho. Es una biblioteca para desesperados que no sabrían si
están vivos o muertos. Y en la que no se sabría qué libro tomar debido a la
inmensidad de las propuestas. La de Don quijote, en cambio, no sólo se puede
leer sino releer. Y en la medida en que se avanza sobre lo mismo, necesariamente
el mundo se termina amoldando a las palabras leídas. Por lo tanto ya el mundo es
controlable, qué importa que sea distinto a como se ve. Esto sucede con la ciencia
de cada siglo, que ve el mundo de una manera que después se sabe que no fue
correcta. Sin embargo, no pasa nada. Quizás esta sea la gran enseñanza de El
Quijote: si nunca acertamos en el mundo real, entonces inventemos uno. Y
vivamos en él de la mejor manera posible: con honor, damas, aventura y gloria.
Con base en la biblioteca de Borges esto no sería posible. Es que ni siquiera las
palabras honor, damas, aventura y gloria existirían porque detrás de esas palabras
habría otras y luego más, lo que confundiría a definición primaria y nos llevaría a
otra contraria o tan grande e innecesaria que no podríamos abarcarla. Basta
pensar en un infierno para que éste exista, dijo John Stwart Mill.
Con relación al tercer punto:
Esto de que unos hayan leído El Quijote y otros no, es cosa que pasa a segundo
plano. Se puede vivir muy bien y dignamente sin haberlo leído (como pasa con los
chinos los indios, los iraníes, millones de alemanes etc. que ni siquiera saben que
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existe). Sin embargo, creo yo, hay que ser curioso porque de la curiosidad nace el
conocimiento (a veces imagino que por eso los ratones y los gatos saben más
cosas que nosotros). Aprendiendo cosas nuevas se enriquece más la vida y los
tiempos son más llevaderos porque así al menos les tenemos una explicación
buena o tonta, pero al menos algo. Además, con un conocimiento de más, se
evitan las ideas fijas propias, que son tan peligrosas y dañan a tanta gente. Para
comprobarlo, basta con leer los periódicos o ver la televisión; allí aparecen los
nuevos bestiarios.
Bueno, leído o no, Cervantes es el padre final del castellano (que antes fue lengua
de judíos sefarditas y de militares) y no porque haya utilizado la lengua popular
para escribir (ya antes se había hecho: Fernando de Rojas en La Celestina o el
rabino de Carrión con sus Glosas de sabiduría, por ejemplo y sin ir más lejos
porque aparecerían Yehuda Halevi y otros). El trabajo de Cervantes (Don Miguel,
para más respeto), fue el de componer una novela grande utilizando para ello el
mayor número posible de palabras que le permitieran construir un pensamiento
complejo, un tono en la escritura, contar variadas historias y hacer un gran
inventario de refranes. O sea que en El Quijote (realmente en El ingenioso hidalgo
Don Quijote de la Mancha), Cervantes hizo un gran inventario cultural, que antes
que conservarse en monumentos y libros de monasterio, se conserva en la lengua
diaria y en lo que Carlos Gustavo Jung denominó inconsciente colectivo.
La lengua es una maquinaria que procesa permanentemente hechos grupales e
individuales a través de palabras y nombres, frases y conceptos, dichos y versos,
canciones y trabalenguas, etc. A través del lenguaje se crean las memorias y los
olvidos, se transforma la historia y se valoran las cosas se crea una educación
sentimental y se elaboran las negaciones. Por esto no se puede dejar libre la
lengua (funcionando de manera oral) sino que hay que atraparla cada tanto con
palabras escritas que permitan hacer una suma de lo que se sabe y las
incertidumbres que todavía se dan en ese momento. Este es un trabajo inmenso
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que está por encima de los diccionarios y la gramática y al que sólo acceden
grandes escritores que en sus obras (como dice Rorty) incluyen filosofía,
psicología, conocimiento en formación, formas simbólicas, propuestas políticas,
imaginería popular y pensamiento laberíntico. En un buen libro, está incluido todo
lo que se sabe y percibe de un mundo. Por esto hombres como Shakespeare,
Dante, Rabelais, Paracelso, los Hermanos Grimm y otros son tan importantes para
sus respectivos idiomas. Ellos contaron, con palabras escritas, lo que significaba
estar vivo en sus lugares de origen.
El trabajo de Cervantes, entonces, fue atrapar el sentir de la España castellana en
un momento en que la lengua comenzaba a extenderse por el oriente y el
occidente como un idioma imperial. Y si bien las lenguas las extienden los
ejércitos, son los libros los que certifican la importancia o no de esa lengua. Claro
que con anterioridad los cronistas habían cumplido con la tarea de hacer un gran
inventario de los descubrimientos, pero en eso que escribieron sólo había
asombros y no reflexiones elaboradas desde la razón y la sinrazón, que es la real
condición humana. Todos somos dados a la confusión y esto es lo que nos salva y
nos da la oportunidad de la esperanza.
Milan Kundera clasificó a El Quijote como la base de la novela moderna (de la
modernidad) porque allí están descritos los grandes y pequeños sueños, las
aventuras con o sin sentido, el sentir simple y el complejo, la necesidad de no
dejarse morir y la importancia de la conversación. Esta última palabra,
conversación, es clave, porque ella es la que hace posible la lengua y el concepto
de realidad (se necesitan mínimo dos para construirla). Si no hay otro con el que
conversar, la lengua desaparece (quizás por esto los monólogos son tan
extenuantes). Y El Quijote no es otra cosa que una gran conversación entre don
Alonso y Sancho, lo que hubiera querido hacer Adán para que el mundo le fuera
más grande y menos asustador.
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Don Miguel de Cervantes se ha ganado su lugar en el mundo, a pesar de los
denuestos de Nabokov y las pocas palabras de Borges con relación a El Quijote.
Sigmund Freud, que aprendió castellano leyendo las aventuras de don Alonso
Quijano (o Quezada o Quejana), analizaría muy bien este par de casos.
Dos notas finales, que serían un cuarto asunto:
Nota 1: se llama Quijote a la pieza de armadura que sirve para cubrir el muslo. En
la mitología griega (cuando se habla de Cronos) los hijos nacen por el muslo. Lo
que Cervantes quiso decir con este nombre, no lo sabemos. Se deja entonces
para la especulación.
Nota 2: El en prólogo de la primera parte de El Quijote, Cervantes (o quien lo haya
escrito), invita al lector a seguir la historia. Avellaneda le hace caso y escribe una
segunda parte. Esto lo escribo para que no se hable mal de Avellaneda ni de
Pierre Menard que, según Borges, escribió un Quijote igual, cosa que es posible si
se dieran las mismas condiciones y sentires que rodearon a Cervantes.
Escrito en Berlín. Julio de 2005.
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