LOS BARUYA DE NUEVA GUINEA: UN EJEMPLO RECIENTE DE

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MAURICE GODELIER: ‘Los Baruya de Nueva Guinea: Un ejemplo reciente de
subordinación económica, política y cultural de una sociedad ‘primitiva’ a Occidente’,
en: Transitions et Subordination au Capitalisme. Sous la direction de M. Godelier.
Editions de la Maison de Sciences de l’Homme, Paris, 1991.
Intentaré, en este texto, describir los diferentes aspectos y las principales etapas de un proceso
de “occidentalización” de una sociedad “primitiva” de Nueva Guinea, descubierta por los blancos en
1951 y sometida al orden colonial australiano en 1960. Quince años después, en 1975, cuando los
australianos otorgaron la independencia a Papua-Nueva Guinea, los miembros de esta pequeña
sociedad, los Baruya, se transformaron en ciudadanos de un nuevo Estado-miembro de la ONU,
bajo un régimen político calcado de las democracias parlamentarias occidentales aunque con
algunos acomodamientos, a fin de tener en cuenta la diversidad tribal y regional de esta isla, la
más grande del mundo. Tuve la suerte de poder observar, a partir de 1967 y hasta 1988, las
transformaciones acaecidas en los modos de vida y de pensamiento de los miembros de esta
sociedad por su integración forzada a un mundo nuevo, modelado por un orden colonial primero,
post-colonial después, pero siempre a instigación de Occidente y con Occidente propuesto como
modelo. La occidentalización del mundo es un proceso comenzado hace siglos, particularmente
desde el siglo XVI, pero que no está cerca de concluir y toma ante nuestros ojos, nuevas e
inesperadas formas.
Pues, desde el 9 de noviembre de 1989 con la caída del Muro de Berlín, no es en la misma
Europa donde se ha retomado el proceso de occidentalización? Occidente, dividido desde hace
algunas décadas entre dos Europas enemigas se reunifica y, mañana, pesará más fuertemente
todavía sobre el destino del mundo, modelándolo a su imagen y según su interés. No olvidemos sin
embargo, que la occidentalización no es un hecho solamente de los pueblos de Occidente. En la
actualidad se ha convertido en un producto del Oriente, del Japón y de los cuatro o cinco
“pequeños dragones”. Pero allí la occidentalización ya no es la simple expansión de Occidente
porque se trata del fenómeno de sociedades que han mantenido su soberanía política y conservado
su identidad cultural de la cual el budismo es, ciertamente, un elemento importante.
La occidentalización se expande pero sin que todos los componentes de Occidente puedan
propagarse en la actualidad o, por lo menos no con los mismos éxitos que ayer.
Qué es hoy, entonces, Occidente? Cuáles son sus componentes fundamentales?, componentes
que asociados en Occidente pueden presentarse disociados y recombinados con otras realidades
sociales y culturales en otras partes del mundo. Desde mi punto de vista, Occidente es una mezcla
de real e imaginario, de hechos y de normas, de modos de acción y de modos de pensar que
componen hoy una suerte de bola de energía que atrae y/o repele y gira en torno de tres ejes, de
tres bloques de instituciones que tienen su lógica, sus representaciones, sus propios valores: el
capitalismo, la democracia parlamentaria y el cristianismo. El capitalismo es la forma de economía
mercantil más desarrollada que haya existido en la historia; la democracia parlamentaria es un
sistema de gobierno que, cualquiera sea su forma, república o monarquía constitucional, confía el
poder a representantes elegidos por sufragio universal y reconoce que todos los ciudadanos son en
principio iguales en derechos y deberes ante la ley; finalmente el cristianismo, es decir una religión
que pone el acento en el pecado y en la salud del individuo y que predica al mismo tiempo amar al
prójimo como a uno mismo y dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
Hoy, el poderío de Occidente toma sus fuerzas de la combinación de tres realidades que han
aparecido en momentos distintos de su historia y que sólo se han reencontrado y combinado
tardíamente.
El cristianismo ejerce su influencia desde hace 2000 años y precedió en unos cuantos siglos al
capitalismo. Este, desde antes del s. XVI conoce sus primeros desarrollos en el seno de sociedades
señoriales y monárquicas. En sus orígenes, no tuvo nada que ver con la democracia y Max Weber
en 1906, dudaba todavía que hubiera un lazo necesario entre capitalismo y democracia. El ejemplo
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de Taiwan y de Africa del Sur lo testimonian hoy. Pero, por otra parte, Africa del Sur es cristiana y
Taiwan no lo es.
Estos ejemplos negativos nos recuerdan que existe una cara oscura de Occidente. El Occidente
conquistador, colonial, despótico, que obtiene sus riquezas de las fuentes del resto del mundo,
cerrando los ojos cuando le conviene respecto a la falta de libertad y de derechos que reinan en
regímenes que le sirven o con los cuales está asociado, estimulando no solamente el individualismo
sino también el egoísmo. Estas acusaciones no proceden solamente del Tercer Mundo, en
Occidente la igualdad de derechos coexiste más o menos bien con la desigualdad a veces
prodigiosa, de las condiciones de existencia. Y algunos continúan pensando que la acumulación del
capitalismo descansa en parte en la explotación legal del trabajo.
En síntesis, Occidente no es un modelo sin fallas, sin tareas pendientes, pero hoy, atrae más de
lo que repele. Sin embargo, como toda realidad histórica, corre el riesgo por sus contradicciones y
ambigüedades, de ser desmantelado un día por la historia. Pero ese día, a partir de los
acontecimientos de Berlín y Bucarest, parece alejarse algunas décadas, en verdad algunos siglos.
Una vez definido Occidente, trataré la occidentalización de sociedades preindustriales pero
limitándome entre ellas, al caso de sociedades tribales. Estas últimas constituyen todavía una parte
importante de numerosas naciones de Africa, de Asia, de América y de Oceanía.
Pero, primeramente, qué es una tribu? Es una sociedad local compuesta de un conjunto de
grupos de parentesco, unidos por los mismos principios de organización de la sociedad y los
mismos modos de pensar, vinculados entre sí a través de matrimonios repetidos, y asociados en la
defensa y la explotación de recursos dentro de un territorio común. Muchas tribus pueden
compartir la misma lengua y los mismos principios de organización de la sociedad. Lo que las
diferencia entonces, y las opone, es el control de una porción de la naturaleza, de un territorio.
Así, la identidad tribal es una realidad mixta compuesta de una armadura cultural y social y de la
identificación de un territorio conquistado o heredado de los ancestros que es necesario transmitir a
los descendientes. Las sociedades tribales fueron y siguen siendo muy diversas. Pero a grosso
modo puede clasificárselas según dos criterios; por un lado, según sean soberanas sobre su
territorio o estén integradas a un Estado pre-colonial cuyo gobierno sea en general ejercido por
miembros de una tribu dominante y, por otro, según el poder al interior de ellas esté compartido
más o menos igualitariamente entre los grupos o se encuentre concentrado en manos de algunos,
en la cima de una jerarquía más o menos hereditaria.
Los Baruya de Nueva Guinea representaban en 1951 un caso de sociedad tribal soberana sobre
su territorio en la cual los poderes rituales y políticos se encontraban principalmente en manos de
un cierto numero de linajes descendientes de los grupos conquistadores.
Voy a analizar las formas que han revestido y las etapas que han atravesado los procesos de
occidentalización en esta sociedad tribal. Mi método no será comparar sino generalizar a partir de la
puesta en evidencia de procesos que han operado en este caso y de los cuales podrá verse que se
han producido y reproducido en otras partes del mundo.
Quiénes son los Baruya? Una sociedad que vive en dos altos valles (2000 m) de una cadena
montañosa al interior de Nueva Guinea. Los Baruya fueron descubiertos en 1951 por un oficial
australiano que, habiendo escuchado hablar de los Batiya -famosos fabricantes de sal-, montó una
expedición militar para encontrarlos. En 1951, Nueva Guinea estaba dividida en tres regiones
coloniales: Irian-Jaya controlada por Holanda; Nueva Guinea ex – colonia alemana, conferida
después de la 2da. Guerra Mundial en tutela a Australia, por la Sociedad de las Naciones.
Finalmente, Papuasia, ex – colonia británica “dada” por Gran Bretaña a Australia en 1901.
En 1951, la población Baruya contaba con alrededor de 1800 personas que habitaban una
decena de pequeñas aldeas. La sociedad estaba compuesta por quince clanes de los cuales ocho
provenían de invasores que habían sometido a grupos locales.
La economía descansaba primordialmente, sobre una forma de agricultura extensiva basada en
el sistema de roza y quema (Brandwirtschaft), pero los Baruya también practicaban técnicas más
intensivas de cultivos irrigados sobre terrazas. La cría de cerdos descansaba fundamentalmente
sobre el trabajo de las mujeres; y la caza, practicada exclusivamente por los hombres, tenía una
importancia sobre todo ritual que servía para afirmar la superioridad masculina.
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Los instrumentos eran todavía, a comienzos del siglo XX, hechos de piedra, de hueso o de
madera, pero los Baruya no tenían en su territorio buenas piedras para fabricarlos. Las obtenían
por medio del comercio de la sal, sal que producían con cenizas de una planta.
La organización de la sociedad descansaba sobre la dinámica de los lazos de parentesco y sobre
la subordinación general de un sexo a otro, de las mujeres a los hombres. La descendencia es
patrilineal y las mujeres están excluidas de la propiedad de la tierra, del uso de las armas y de la
posesión de objetos mágicos y rituales que, según los Baruya, aseguraban el crecimiento de los
niños. El matrimonio consistía en el intercambio directo de mujeres ente los hombres. Cada tres
años tenían lugar grandes ceremonias de iniciación masculina y, en esa ocasión, la tribu entera,
aldeas y linajes confundidos, construían una gran casa ceremonial, la Tsimia, a la cual los Baruya
designaban como un gigantesco “cuerpo” del cual cada poste es el sustituto de un joven de la tribu
que va a iniciarse.
En resumen, tenemos aquí el ejemplo de una pequeña sociedad local, soberana políticamente,
viviendo de una economía en parte autárquica, ya que la misma sociedad asegura su propia
subsistencia, pero dependiente del comercio de la sal para procurarse de útiles, armas, objetos
rituales, etc., en síntesis, de los medios de producción, de destrucción u otros objetos
indispensables para su reproducción. Era una sociedad sin clases pero no igualitaria. Las
desigualdades eran de distinto tipo; una general entre hombres y mujeres y la otra distinguiendo
entre los Grandes Hombres y los otros. Estos Grandes Hombres eran grandes ya sea por su
función, ya sea por su mérito; son los jefes de los rituales que han heredado, de sus ancestros, los
objetos sagrados necesarios para el crecimiento de los niños o para la lucha contra los malos
espíritus, o bien estos hombres son grandes guerreros que han matado muchos enemigos, o son
cazadores de casuarios. Pues el casuario no es solamente una presa, es una mujer salvaje que
vaga por las selvas de Nueva Guinea.
A propósito del universo, los Baruya no tenían noción de creación del mundo. Creían que luego
de una época en la que el cielo y la tierra estaban confundidos y en la que los animales y los
hombres vivían juntos y hablaban el mismo lenguaje, el orden actual del mundo nació cuando el sol
y la luna se separaron de la tierra y se elevaron por encima de ella, empujando al cielo delante de
ellos. Para los Baruya, el sol y la luna son potencias, divinidades lejanas cuya acción es positiva. El
sol por ejemplo, interviene dentro del vientre de las mujeres para producir, conjuntamente con el
esperma del hombre, a los niños. De quienes se preocupan los Baruya y a quienes temen son los
malos espíritus de la selva y de las cavernas y, sobre todo, los espíritus de los muertos.
Destaquemos que entre los Baruya no existe una ligazón directa ente economía y parentesco,
entre producción de riquezas y reproducción de la vida: una mujer sólo puede intercambiarse por
otra mujer. En muchas otras sociedades de Nueva Guinea o de Africa, al contrario, la mujer se
intercambia por riquezas: el precio de la novia, y el contacto con Occidente tuvo allí rápidamente
como efecto, una inflación gigantesca de las dotes. Esto nos recuerda que ha habido múltiples
situaciones iniciales sobre las cuales Occidente ha actuado.
La occidentalizacion de los Baruya se hizo en cuatro etapas y bajo la influencia de distintas
fuerzas que han actuado, ya sea igualitaria y sucesivamente o conjuntamente.
El encuentro de los dos mundos tuvo lugar en 1951, pero previamente Occidente había
transformado la vida de los Baruya sin que ningún europeo se hubiera presentado en la región. En
efecto, durante los últimos veinte años que precedieron al contacto, los Baruya a través de su
comercio de sal, se procuraban hachas y machetes de acero producidos en Sheffield o en Solingen,
en una Europa industrial cuya existencia los Baruya ignoraban. Frente a la eficacia de los nuevos
útiles, los Baruya ganaron tiempo, tiempo que emplearon en hacer más la guerra o en no hacer
nada. Pero tuvieron que producir más sal para procurárselos. Las mujeres, excluidas
tradicionalmente de la tarea de abatir árboles, continuaron empleando sus útiles de madera y, a
medida que los Baruya iban convirtiendo los jardines más grandes en terrenos cultivables y criando
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más cerdos, la llegada de los instrumentos de los Blancos, se tradujo para ellas en un aumento de
trabajo.
Así, sin saberlo, abandonando sus antiguos útiles de piedra, los Baruya se ubicaron bajo la
dependencia material y económica de Occidente. Pero otros hechos sorprendentes tuvieron lugar
hacia el final de aquella época. Un día, los Baruya, aterrorizados, vieron en el cielo dos grandes
pájaros que se perseguían tirándose fuego. Fue un episodio de la 2da. Guerra Mundial, un combate
aéreo entre japoneses y australianos que probablemente tuvo lugar en 1943. Más tarde, Dawatnié,
un hombre que venía de comerciar sal con los Watchakes, una tribu que vivía lejos, al norte de los
Baruya, fue conducido por sus anfitriones a la cima de una montaña y desde allí le mostraron, en el
valle, algunos de esos grandes pájaros en cuyo vientre penetraban seres de forma humana.
Cuando el hombre regresó, contó lo que había visto y así, incluso antes de ver a los Europeos, los
Baruya supieron que existían seres sobrenaturales de forma humana y de color claro que habitaban
en los grandes pájaros de fuego.
En 1951, se produjo la llegada del primer blanco, Jim Sinclair, a la cabeza de una columna de
soldados y de changadores. Los Baruya se encontraban en aquel momento en guerra con sus
vecinos cuyas aldeas se hallaban, fortificadas en la cima de las montañas, al otro lado del mismo
valle. El Blanco organizó un campamento en medio del cual clavó un poste en el que izó la bandera
australiana. Alineó la tropa y presentó las armas a la bandera. Los Baruya fueron deslumbrados por
el estallido de las bayonetas y, a la mañana siguiente, cuando se izó la bandera, Bwarimac, un
guerrero, cayó en trance. Creyó estar poseído por el poder del Blanco que se evidenció en el
estruendo de las bayonetas. En ese momento, los Baruya pensaron en matar al Blanco y masacrar
a la tropa. Pero Jim Sinclair, ignorando sus intenciones, pidió traer una decena de gruesos escudos
e invitó a los robustos guerreros a tomarlos como blancos de sus flechas; luego alineó un pelotón
de soldados y les ordenó hacer fuego: los escudos volaron en pedazos. Esta demostración de
fuerza impresionó a los Baruya que abandonaron el proyecto de la masacre. Así, en 1951, otra
dimensión se adjuntó a la subordinación material de los Baruya a los útiles producidos por
Occidente: su subordinación militar.
Treinta años más tarde, después de la independencia, no sucederá lo mismo cuando los Baruya
y otras tribus vecinas recomiencen a hacerse la guerra. El gobierno envió un oficial con algunas
tropas para detener a los “cabecillas” y el oficial simuló disparar sobre la multitud. Los Baruya le
explicaron que no tenían miedo porque ellos eran demasiado numerosos para que los mataran a
todos y que, de todas maneras, él mismo y sus soldados sucumbirían rápidamente ante su número.
Pero volvamos a 1951. Un gran cambio se operó entre los Baruya cuando vieron por primera
vez, en carne y hueso, su primer Blanco. Descubrieron rápidamente que se trataba de un hombre
como ellos y no de un ser sobrenatural, un hombre que era superior a ellos pero no era un espíritu
ni un dios.
Pasaron algunos años sin la visita de los Blancos y, de repente, en 1960, una columna
imponente de soldados y changadores dirigidos por un oficial arribó al valle de Wonenara, en la
frontera de los Baruya y de sus enemigos. El lugar era llano, era allí donde las tribus libraban
habitualmente sus batallas. Precisamente porque era llano, el lugar fue elegido por los Blancos para
instalar una pista de aterrizaje para aviones. Un puesto de patrulla se construyó en el extremo de la
pista y una parte de la tropa se dirigió a las tribus para identificarlas e informarles que, a partir de
ese momento, no tenían más derecho a combatir entre ellas. El oficial responsable de la
implantación de la administración hizo venir entonces, a los representantes de las diversas tribus, a
fin de explicarles el nuevo orden de cosas. Luego los enviaron a sus hogares después de haberlos
nombrado “jefes” de su aldea en el nombre de Su Majestad la Reina de Inglaterra.
Desgraciadamente, uno de estos hombres, en el camino de regreso fue atrapado por guerreros
Youndouyé, una tribu con la cual la suya estaba en guerra cuando llegaron los blancos. Fue
asesinado y dieron su cuerpo a los perros para que lo devoraran.
A causa de esta noticia, el oficial organizó una expedición punitiva; tres personas, entre ellas una
mujer, fueron asesinadas y una columna de prisioneros fue conducida hasta el puesto. Uno de los
prisioneros, un gran chamán, persuadido de que podía escapar de los Blancos volando, dado que el
espíritu de los chamanes es un pájaro, se lanzó desde lo alto de un acantilado con las manos
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esposadas. Se estrelló contra el piso y no murió, pero hasta hoy permanece horriblemente
mutilado. Se produjo otro accidente, esta vez entre los Baruya, que permitió nuevamente a las
tribus locales medir la fuerza y la determinación de los Blancos. Luego del suicidio de una mujer,
estalló una batalla entre los habitantes de su aldea y los de la aldea de su marido. El oficial,
prevenido, incendió la aldea de aquellos que creía que habían originado la batalla, a saber, la aldea
de la muerta. Desgraciadamente para los Baruya, en este incendio desaparecieron dos cosas
sagradas; por una parte, los dedos disecados de un gran guerrero que había conducido a sus
ancestros a la conquista de ese territorio. Por otra parte, más grave aún, las piedras de sílex que
servían para alimentar el fuego sagrado en ocasión de las iniciaciones. Las piedras estallaron en las
llamas. El oficial no lo supo jamás.
Así, rápidamente, durante los primeros meses de su colonización, las tribus locales perdieron un
atributo mayor de su existencia: el derecho de disponer de su propia existencia, el derecho de
aplicar sus leyes en su propio territorio, en resumen, perdieron a la vez lo que llamaríamos la
soberanía política y la autonomía cultural.
Comenzó entonces el censo sistemático de las poblaciones, puesto que un Estado no puede
ejercer su poder si no es sobre individuos censados. Imponiendo la paz, se obligó a las aldeas a
descender hacia el fondo de los valles para facilitar su censo y su control. Obligación de ser
censados y de someterse a la ley, prohibición de hacer justicia por sí mismos. Los Baruya acababan
de entrar en contacto con una institución que ha jugado un gran rol en la evolución de la
humanidad y que es una marca de la civilización, el Estado. Por supuesto, el Estado que los había
descubierto era colonial y autoritario pero era visto por los Europeos como una etapa necesaria
hacia un Estado democrático y parlamentario que debía reemplazar a aquel luego de la
independencia.
En 1966, otro componente de Occidente penetró en forma masiva, el cristianismo. Misioneros
luteranos vinieron a instalarse cerca del puesto de patrulla y construyeron a la vez una misión y
una escuela. Trajeron consigo a evangelistas provenientes de las tribus de la costa cristianizados
desde largo tiempo atrás, y los instalaron en cada aldea para predicar la palabra del Señor. La
prédica se hizo en pidgin, lengua que se enseñaba en la escuela con los primeros rudimentos del
cálculo y la escritura. Los Baruya y las tribus vecinas vieron con placer esta iniciativa y rápidamente
más de un centenar de niños frecuentaron la escuela. Al cabo de dos años, los mejores alumnos
fueron enviados a una escuela secundaria de la misión, en una ciudad del interior. Algunos niños de
esa primera promoción se convirtieron, uno en ingeniero forestal, otro en profesor de matemáticas,
otro en policía e incluso uno de ellos se convirtió en pastor.
Los misioneros les prohibían regresar a sus tribus para participar de las iniciaciones, durante el
tiempo de su estadía en el colegio. Se les explicaba que sus ancestros adoraban falsos dioses y
que, sin saberlo, sus parientes y ellos habían vivido hasta el momento en el pecado. Se produjo,
entonces, una separación en los jóvenes entre aquellos que permanecerían bush-kanaka como sus
parientes y la minoría de school-boys que habían comenzado a “evolucionar”. Algunos de estos
proclamaron entonces, que era necesario abandonar las costumbres de los ancestros y que
desdeñaban a sus padres. Pero, quince años más tarde, casi todos regresaron por su cuenta para
participar de las grandes iniciaciones.
Veremos por qué. “Kanaka” viene de “canaque”, una palabra con la cual los Franceses
designaban a las tribus de Nueva Caledonia. Este término fue retomado por la administración
australiana para designar a las tribus de la floresta, apenas pacificadas. Los Baruya se convirtieron
entonces en bush-kanaka, primitivos que vivían en los bosques. En aquel momento, los mismos
bush-kanaka decidieron rápidamente escolarizar a una parte de sus niños. Esto testimonia la
voluntad de insertarse en un mundo nuevo que les era impuesto o propuesto y del cual
comprendieron enseguida que no podrían escapar a partir de entonces. Los soldados, los
evangelistas, los changadores negros como ellos, eran la prueba. Los Baruya enviaron entonces a
sus hijos a la escuela sin iniciarlos o reduciendo su iniciación a sólo algunas horas y algunos ritos,
mientras que la tradición indicaba que un niño fuera separado de su madre y del mundo de las
mujeres cuando tenía nueve años, y viviera en la casa de los hombres hasta alrededor de los
veinte, edad en la que se casaba. Esto no impidió al más grande de los chamanes de los Baruya
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enviar a su hijo a la escuela. Veinte años más tarde éste regresó a su tribu, convertido en pastor y
se convirtió en el adjunto del misionero alemán que dirigía entonces la misión luterana. En esa
época, dos clanes Baruya alentados por el gobierno decidieron crear una suerte de cooperativa de
compra y venta cuya gestión confiaron a aquel pastor (el hijo del chamán). Pero el pastor fue
expulsado de la misión por haber embarazado a la madre de su mujer y, más tarde, sospechado de
dilapidar la caja del negocio, fue cesado en esta otra función. Actualmente vive en su aldea, ha
tomado una segunda esposa y goza de una cierta autoridad.
En 1965, la administración comenzó a reclutar hasta el 30% de los hombres en ciertas aldeas, a
fin de enviarlos a trabajar en las plantaciones de la costa. Muchos Baruya fueron voluntariamente.
Querían “ver” su país. Partieron por dos años. En esa época, la administración no permitía a los
indígenas renovar su contrato, puesto que temía que al permanecer demasiado tiempo en una
plantación comenzaran a organizarse. Los hombres eran alimentados, hospedados en barracas y
cobraban algunos dólares por semana. Cuando terminaban su contrato, se les daba una suma de
alrededor de 200 dólares australianos que podían gastar como quisieran. La mayoría gastaba una
parte de esta suma comprando utensilios, mantas, paraguas, que redistribuían a su regreso. Los
Baruya se habían convertido entonces, en trabajadores asalariados que vendían libremente su
fuerza de trabajo.
Ciertamente, el dinero que cobraban o las raciones alimentarias que se les distribuía no eran
equivalentes a un verdadero salario. Los Baruya conocieron la disciplina de un trabajo por piezas,
continuo y regido por capataces, cosa totalmente extraña a sus formas tradicionales de trabajo.
Descubrieron el mar, del cual ignoraban su existencia, los barcos, el avión. Pero muchos de ellos
a su regreso, en 1967, declararon que no volverían a partir, incluso si se les propusiera.
En 1967, luego de los militares, de los misioneros, de los funcionarios, llegó un universitario. Un
antropólogo. Era yo. Con mi llegada, Occidente estuvo completo. Después de las formas de poder,
arribaba ahora una forma occidental de saber. Al cabo de algunos meses, el oficial del puesto me
solicitó que le indicara quiénes eran los verdaderos líderes guerreros, ya que era manifiesto que los
Baruya habían propuesto como jefes de la aldea a hombres sin importancia. Por su parte, los
misioneros hubieran querido saber lo que sucedía durante las ceremonias de chamanismo y
quiénes eran los “brujos”. Entonces invoqué, al igual que los médicos, el secreto profesional para
justificar mi silencio.
En 1968, preocupada por el desarrollo, la administración organizó vastas campañas a fin de
incitar a las tribus a plantar café y distribuyó gratuitamente miles de plantas de cafeto. Llegaron
ingenieros agrónomos para explicar qué suelos y qué exposición convenían a este cultivo. El café
en esa época se pagaba bien por que el Brasil vivía una grave crisis de producción de la cual, los
Baruya no tenían la menor idea. Los Baruya, productores de sal, sabían lo que era producir para
intercambiar, para vender. Pero su sal era a la vez, mercancía y moneda. Con el café, a partir de
entonces, produjeron una mercancía que no consumían y que les procuraba una moneda producida
y controlada por otros.
Los Baruya se pusieron a plantar café con la idea de que iban a poder hacer dinero sin dejar sus
aldeas y sin seguir la disciplina del trabajo en las plantaciones. Pero, rápidamente se presentó un
problema: ciertos linajes tenían buenas tierras para el cafeto y otros no. Al principio, la antigua
regla de reciprocidad prevaleció entre los linajes aliados por matrimonio y los linajes ricos ofrecían a
sus cuñados, plantar cafetos en sus tierras. Pero un cafeto vive una veintena de años. Autorizar a
alguien a utilizar su tierra para plantar café, no tenía nada que ver con autorizarlo a plantar patatas
o legumbres que son cosechadas al cabo de una estación. Entre los linajes y entre los individuos se
instaló una diferenciación económica que no existía en el marco de la agricultura de subsistencia
pero que ya existía respecto de la tierra para la sal; en síntesis, los Baruya se pusieron a makim
bisnis, a “hacer negocios”, según una fórmula utilizada por la administración y expandida desde
tiempo atrás en las regiones colonizadas. Pero makim bisnis era, entonces, vender a los Blancos, no
era todavía vender a un hermano, a un miembro de la tribu, a un Baruya.
Este paso se franqueó el día que los Baruya decidieron ponerse a vender carne de un cerdo que
habían matado. Hasta ese momento, el cerdo, entre los Baruya, era desde siempre un objeto de
dones y contradones entre parientes, entre aliados, entre iniciados, etc. Vender la carne de un
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cerdo era transformar un objeto de don en mercancía y era aceptar la idea de que todo individuo
que tiene dinero, aún sin ningún vínculo personal con el propietario del cerdo, puede presentarse
para comprarlo. La mercancía impersonal y el homo economicus abstracto emergían así en una
sociedad cuyo funcionamiento descansaba tradicionalmente sobre relaciones personales.
A fines de 1968, Australia decidió organizar elecciones en todo el país para instalar una
asamblea de representantes de las diversas regiones, primer paso para el aprendizaje de una
democracia parlamentaria que debía reemplazar, después de la independencia, al régimen de la
administración colonial. En el país ya existían partidos, entre ellos el Partido PANGU que reclamaba
la independencia y cuyo secretario, Michael Somaré, un hombre del Sepik iba a convertirse en
Primer Ministro del primer gobierno de la Papua-Nueva Guinea independiente. Pero en 1968, los
Baruya ignoraban todo de la existencia de estos partidos y de la significación de las elecciones.
Afortunadamente yo estaba presente cuando estas tuvieron lugar.
Las diversas tribus de la región fueron reunidas en un sitio de fácil acceso en las montañas. Un
oficial europeo llegó con sus intérpretes e instaló un local de votación bajo una carpa. Explicó que
todos los adultos censados debían votar y que a través del voto enviarían a la capital, gente que
defendería sus intereses en el gobierno. Luego, como nadie o casi nadie sabía leer y por lo tanto no
podía elegir entre las boletas, mostraron a la multitud, afiches en los que se veían nueve retratos
de candidatos blancos y negros, desconocidos para esas tribus. El oficial dio alguna información
sobre los candidatos y sus programas. Luego se llamó a cada hombre y a cada mujer y se les pidió
que señalaran una de las fotos con el dedo. Los hombres estaban intimidados, las mujeres,
espantadas. Una de ellas, por ejemplo, puso su dedo entre dos fotos. Le gritaron y entonces lo
puso al azar sobre una foto. Había “votado”. Tales fueron los primeros pasos en el aprendizaje del
parlamentarismo. A partir de entonces, los Baruya han comprendido muy bien el interés de tener
su propio representante en la asamblea nacional. Aunque se tropiezan con dos problemas que aún
no han resuelto. Sería necesario que sus linajes se entendieran entre ellos para presentar un solo
candidato y también que las voces de otras tribus se unieran a la suya para que resultara electo.
Pues cada tribu quiere tener a uno de los suyos como diputado y cada linaje querría que fuera
elegido en su seno.
En 1975, sin haberlo pedido ni deseado, los Baruya se encontraron siendo ciudadanos de una
nación independiente que inmediatamente se hizo miembro de la ONU. Era la época de las
descolonizaciones y la independencia les había sido otorgada por Australia, entonces gobernada por
el Partido Laborista. Para los Baruya, los tiempos del colonialismo habían sido muy cortos: quince
años. Hoy en día otros quince años han pasado desde la independencia. Dónde están ellos?
Algunos meses antes de la proclamación de la independencia, Dick Lloyd, un misionero del
Summer Institute of Linguistics, que a fines de 1951 había sido el primer europeo que vivió en
permanencia entre los Baruya y aprendió su lengua, volvió con el primer libro impreso en lengua
baruya, la traducción del Génesis de la Biblia, una traducción notable. En aquella época, entre los
pocos Baruya que sabían leer y escribir, sólo dos se habían hecho cristianos. En efecto, para ser
bautizado era necesario repudiar a todas las esposas excepto a una, si se era polígamo. Ahora bien,
repudiar a una mujer es romper la alianza con aquellos a los cuales se les ha dado la propia
hermana; es también modificar el status de los niños nacidos de esa mujer. Los Baruya hallaban
esto muy complicado. Y tampoco comprendían muy bien la guerra que las diferentes sectas
protestantes, Adventistas del 7mo.Dia, Luteranos, New Tribes Missions, se hacían entre ellos, para
tenerlos entre sus fieles.
En esta época, la misión luterana dirigida por un alemán que había huido de la RDA abrió una
tienda comercial al lado de la misión. Se invirtieron 200 dólares para comprar las mercaderías
habituales: cuchillos, arroz, paraguas, etc. Una vez que el primer lote fue vendido, el dinero fue
reinvertido para comprar un segundo... A fin de año, le misionero disponía, entre efectivo y stock,
del equivalente a 14000 dólares. Negocio floreciente que le fue reprochado por el misionero
americano de la New Tribes Missions que proclamaba vivir en la pobreza. Tasa de ganancia
considerable que, sin embargo, no era gran cosa al lado de la de las grandes compañías
comerciales australianas Burns Philips y Steamships, instaladas en las ciudades.
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Hubo nuevas elecciones para elegir la primera asamblea de la Nueva Guinea independiente. Los
Baruya votaron por un hombre joven, brillante, Peter, un medico asistente, miembro de una tribu
tradicionalmente enemiga, los Andjé, que fue electo diputado. Asimismo le donaron una mujer.
Desgraciadamente Peter se mató tres años después en un accidente de avión y su sucesor
pertenecía a una tribu con la cual los Baruya tenían pocos vínculos.
Después de la independencia, cada vez más niños fueron enviados a la escuela, e incluso niñas
que por primera vez en la historia de los Baruya se midieron directamente con los varones en el
aprendizaje de la lectura, la escritura, el cálculo y aún en la carrera. Muchos varones jóvenes
partieron a trabajar en las plantaciones o a buscar empleo en las ciudades. Los hombres de más
edad permanecieron en la aldea y continuaron plantando café. Pero muchas cosas estaban
cambiando en el país. Una gran parte de las plantaciones de la costa había sido vendida por los
Europeos, quienes, inquietos por la independencia, abandonaron en masa el país, y fue comprada
por los Big Men de las tribus locales. La presencia directa de los Europeos se desvaneció. En las
ciudades, la inseguridad y la delincuencia se agravaron. El alcohol, antes reservado solamente al
consumo de los Blancos o de algunos indígenas admitidos en sus bares, fue declarado de venta
libre.
Las iniciaciones, que jamás habían cesado entre los Baruya durante el período colonial, aunque
las ceremonias se desarrollaban lejos de la vista de los misioneros y los militares, se retomaron
con mayor amplitud aunque siempre desprovistas de los rituales asociados a la guerra, de ahora en
más prohibida y de la homosexualidad entre los iniciados, cada vez menos practicada. Ahora bien,
es en este momento que, los Baruya que habían hecho estudios y se habían convertido en policía,
enfermero, maestro, volvieron para participar de las iniciaciones. Eran los mismos que veinte años
antes escupían su desprecio por las costumbres ancestrales. Y fue uno de ellos el que, en 1979,
explicó delante de todos los hombres de la tribu y los jóvenes iniciados, que era necesario
continuar con las iniciaciones porque hacía falta una fuerza con la cual resistir a la vida de las
ciudades, a la ausencia de trabajo o de dinero, que era necesario apoyarse mutuamente y, delante
de mí, gritó: “Tenemos que sacar nuestras fuerzas de nuestras costumbres, apoyarnos sobre lo que
los Blancos llaman culture” (en inglés).
Las
cosas continuarían evolucionando de esta manera contradictoria, con los Baruya
apoyándose sobre ciertos aspectos de su cultura y abandonando otros. Y lo que conservaban
comenzaron a combinarlo con ideas, con prácticas venidas de Occidente. Así, en 1980 los Baruya
decidieron iniciar a nuevos chamanes y organizaron grandes ceremonias que habitualmente se
realizaban cada dieciocho años. Hubo pocos voluntarios ya que, entre los Baruya, cuando alguien
se convierte en chamán, debe permanecer en la tribu para protegerla contra los ataques de los
malos espíritus, y para dirigir cada noche el combate contra los brujos de las tribus vecinas que
buscan extraviar el espíritu de los Baruya o devorarles el hígado. Los jóvenes preferían viajar y
tenían menos confianza que sus mayores en los poderes de los chamanes. Estos, por otra parte,
confesaban que sus poderes no eran los mismos desde la llegada de los Blancos. No obstante, se
estableció un compromiso con la medicina de los Europeos. Frecuentaban el pequeño puesto
sanitario para hacerse curar fracturas, heridas e infecciones. Consultaban al chamán para los
dolores internos que eran signos de envenenamiento por brujería.
Así estaban las cosas cuando, en 1986, resurgió brutalmente un problema no resuelto durante el
período colonial, un problema de tierras situadas a orillas de un río, buenas para el café. Los
Yuwarrounatché, vecinos y enemigos de los Baruya que al momento de la llegada de Jim Sinclair
acababan de perder la guerra y esas tierras, decidieron recuperarlas por las armas una vez que
constataron que el nuevo Estado no tenía la fuerza del Estado colonial. Nuevamente hubo guerra.
Los enemigos incendiaron la aldea Baruya más cercana a su frontera y atravesaron a flechazos a
un guerrero Baruya gritándole que fuera a reunirse con sus ancestros que antaño les habían
tomado las tierras. Cerraron todas las escuelas; las aldeas volvieron a lo alto de las montañas y se
rodearon de empalizadas con estacas infranqueables. El hospital y la pista de aviación se hicieron
inaccesibles para los Baruya por su proximidad con los enemigos que ocupaban esos espacios
permanentemente. Ningún avión aceptó posarse para trasladar el café de los Baruya. La ruta que la
administración colonial había hecho construir por los Baruya y sus vecinos fue cortada por éstos,
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los puentes fueron destruidos, lo que la volvió inutilizable después de la primera estación lluviosa.
Se estableció una suerte de situación de involución que se prolongó hasta 1988.
Los Baruya tuvieron seis o siete muertos en diversas batallas y los enemigos cuatro, entre ellos
su gran fight-leader. Pero ya no era la misma guerra de antaño. Ya no se mataba a las mujeres ni
a los niños porque esto implicaba, habitualmente, la intervención de la policía. De hecho, esta llegó
dos veces en helicóptero para arrestar a los cabecillas pero, cada vez, encontraron las aldeas vacías
y se contentaron con incendiar algunas casas.
Finalmente, en 1988, sin que hubiera una verdadera paz, se instaló una larga tregua. La pista de
aterrizaje volvió a ser accesible pero los Baruya habían aprendido la lección de esta guerra y, desde
1987 se habían puesto a construir su propia pista de aterrizaje cerca de la aldea más alejada de sus
enemigos, situada en una alta terraza de la montaña. En 1990, esta pista aún funciona. En síntesis,
la vida ha recomenzado y las transformaciones que se vieron contenidas por la guerra se han
reanudado con una nueva intensidad. Mencionaré algunas.
Los Baruya plantan cada vez más cafetos, que es un trabajo de hombres. Pero luego, lo más
duro del trabajo, cosechar, secar, pelar las semillas de café, es hecho por las mujeres y las niñas.
No obstante, participan aquellos hombres para los cuales producir café y hacer dinero se ha
convertido en una especie de pasión. Varios ya han ahorrado el equivalente de 500 a 1000 dólares.
Han aprendido a vender el café en el momento apropiado y escuchan en una radio a transistor, su
cotización en Goroka, una ciudad a media hora de avión. Hasta ahora con su dinero no han hecho
casi nada. Para evitar que les sea robado, la administración ha aconsejado que lo guarden en
libretas de caja de ahorros que ella misma distribuye. El dinero es transportado enseguida a la
ciudad. Los Baruya, asociándose entre varios, han continuado abriendo pequeños almacenes donde
revenden muy caros los productos habituales, arroz, jabón, kerosene, fósforos, que hacen llegar en
avión desde la misión. Pero, a menudo, estos comercios quiebran porque quienes están al frente
del negocio, usan los productos o los regalan, sin pagarlos. También matan cada vez cerdos para
vender la carne. Los precios de los cortes son muy elevados. La regla es hacer el mayor dinero
posible, makim bisnis. Del mismo modo, las mujeres han entrado en la economía mercantil. Casi
todos los días unas cien van a sentarse cerca del centro médico colocando delante de ellas algunos
kilos de batatas y de bananas. Esperan al cliente mientras se cuentan las últimas historias. Hacia el
mediodía, se vuelven a sus aldeas respectivas, la mayoría sin haber vendido nada. Consumirán lo
que fueron a vender y que, por otra parte, no había sido producido para ser vendido. Desde el
plano económico, estos intercambios mercantiles son marginales pero, desde el plano social y
psicológico manifiestan una voluntad de imitar al mundo occidental, y hasta de integrarse a él de
una manera más simbólica que real.
Precisamente es esta voluntad de integración la que me parece explicar un fenómeno nuevo de
gran importancia. Se recuerda que en 1975 no había más de dos Baruya bautizados. Ahora bien,
desde 1988, mientras que no hay más misioneros europeos en la región, en casi todas las aldeas se
han construido Haus Lotu, iglesias de madera y de paja. Muchos jóvenes y un cierto número de
mujeres mayores se reúnen allí los domingos. Alguien que sabe leer pidgin recita la Biblia y se
canta en pidgin o en Baruya para dar gracias a Dios por haber aportado “la vida y la luz” y para
pedirle que “perdone los pecados de sus criaturas”. Y, en 1988, me han mostrado largas listas de
nombres de Baruya candidatos al bautismo. La mayoría quiere entrar en la Iglesia luterana pero
algunos quieren pertenecer a una secta americana recientemente aparecida en el país: The Church
of Christ. Entre los candidatos, había muchos nombres de hombres casados y polígamos. Me
sorprendí cuando me respondieron que a partir de ahora se podía ser polígamo y estar bautizado.
No creo que esto sea cierto pero los Baruya lo creen y eso parece facilitar su conversión al
cristianismo. Pero por qué ese deseo creciente de ser bautizados? No lo sé muy bien, los Baruya no
parecen comprender la noción de pecado y sus nuevos sentimientos cristianos no les impiden
aplaudir cuando se mata al enemigo, se incendia su aldea o se roba sus cerdos. Veo allí otro
aspecto de su deseo de integrarse al mundo occidental, al mundo de su tiempo. Tal vez sea
significativo que para ir a rezar, los Baruya se vistan a la europea, y las mujeres oculten sus senos
bajo un corpiño. Los futuros bautizados piensan en recibir nombres cristianos: John, Samuel, Mary.
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Lo que ciertamente más ha cambiado entre los Baruya son las relaciones ente hombres y
mujeres y entre generaciones. Aunque los muchachos que permanecen en la aldea sean iniciados y
vivan en la casa de los hombres que sólo deberían dejar para ir al bosque, evitando todo contacto
con las muchachas, hoy se los ve atravesar las aldeas y discutir con ellas. Y aún más, las
muchachas de una aldea han creado un equipo de basket-ball como los muchachos y se entrenan
en el mismo terreno situado al borde de la aldea. Bromas y miradas se intercambian libremente, lo
cual hubiera sido imposible cinco años antes.
He aquí dónde se encuentran los Baruya cuarenta años después de que haya aparecido un
Blanco a la cabeza de una columna de soldados y changadores en lo alto de una de sus montañas y
haya plantado su bandera en el medio del valle. Su sociedad no se derrumbó. Está siempre allí y
los Baruya son todavía más numerosos que antes. Pero su modo de vida y sus maneras de pensar
han sido transformados, trastornados, eso es irreversible. Los Baruya no han sufrido estas
transformaciones de modo pasivo. Las han “actuado” y son en parte sus autores; ya sea el gran
chaman que enviaba a su hijo a la escuela o el huérfano que se convirtió en profesor de
matemáticas de la universidad de Port Moresby después de haber sido enviado por los Australianos
a estudiar a Sydney, Melbourne y Auckland. Pero si bien saben adaptarse y, por lo tanto, producir
“la” sociedad, los Baruya ya no dominan la evolución de su propia sociedad. Esta, en adelante
estará sometida a las enormes fuerzas externas que han penetrado en ella y que la dirigen, a
fuerzas salidas de Occidente que han integrado a esta pequeña sociedad en la lógica de su
desarrollo expandido sin cesar. Occidente que en el Pacífico, ya no se confunde completamente con
Europa porque la mitad de las mercaderías vendidas en Nueva Guinea proviene de Japón.
Recapitulemos brevemente los aspectos de estos procesos de sumisión y de integración a
Occidente que ya son irreversibles. Los Baruya ya no producen sus propias herramientas y serían
incapaces de fabricar sus antiguos instrumentos de piedra o de utilizarlos. Se sirven de una moneda
que no es la suya y, para ganarla deben transformarse en trabajadores asalariados no calificados y
mal pagos o en pequeños productores de un café que no consumen y que otros exportan al
mercado mundial.
Los Baruya se han convertido en ciudadanos de un Estado cuyos principios y modelos vienen de
Occidente quien, por otra parte, los ha implantado antes de otorgar la independencia a esta nación
artificialmente formada. Y desde la independencia Australia continua alimentando un tercio del
presupuesto del nuevo Estado, lo que no significa que este simplemente esté a las órdenes de su
antiguo amo colonial. Pero esto excede en mucho a los Baruya. Señalemos al pasar que,
probablemente la existencia de más de 750 tribus de dimensiones y lenguas diferentes – en un país
de montañas y selvas donde siempre es muy difícil circular -, ninguna de las cuales pudo establecer
jamás su hegemonía sobre algunas de las otras, sea lo que hizo posible la implantación y el
mantenimiento de una democracia parlamentaria. En otras partes, en Africa o en Asia, allí donde
una etnía dispuso, antes o después de la colonización europea, de un poder sobre otras, hemos
visto, después de la independencia, ubicarse en el poder a muchos regímenes de partido único y
parlamentos títeres.
Pero en Nueva Guinea, los mismos factores que favorecieron la implantación de una democracia
parlamentaria limitaron su eficacia. El Estado post-colonial no tiene los medios materiales y
humanos para estar presente en todas partes y hacer aplicar sus leyes. Las tribus comprendieron
esto rápidamente y han recomenzado a arreglar los problemas con sus vecinos recurriendo a la
violencia, como en los viejos tiempos. La guerra entre los Baruya y los Yuwarrounatché es un
ejemplo de este movimiento general. El Estado es percibido a la vez como una potencia abstracta,
lejana, que es mejor evitar y como una fuente misteriosa, casi inagotable de dinero y de ayuda
diversa que se debe explotar lo más posible. Cada tribu invoca su derecho de obtener tanto como
las otras y cada una busca obtener más que las otras. También los Baruya aprendieron las reglas
de este juego.
Los Baruya subordinados económica y políticamente a Occidente, también lo están
culturalmente. Aprenden a leer y a escribir en pidgin, una lengua colonial hecha de broken english,
de malayo, como el créole francés o inglés que hablan hoy en día los Negros de las Antillas. Y si
prosiguen los estudios secundarios y superiores deben aprender inglés, la única lengua que, como
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a nosotros, les permite comunicarse con el resto del mundo. Pero lo más importante no es esto.
Sino la erosión general y el desmantelamiento de la cultura más íntima de los Baruya y la
destrucción, en adelante irremediable, de algunos de sus elementos. Y esto sucede a pesar de que
los Baruya están orgullosos de sus costumbres y no permanecen pasivos o indiferentes ante su
desaparición. Entre todas las fuerzas que actúan sobre su sociedad, dos afectan directamente su
cultura: el Estado que prohibe la guerra y se arroga el derecho de hacer justicia; el cristianismo que
afirma que el sol y la luna son falsos dioses, que la verdadera religión es la de Cristo, que los
hombres viven en el pecado, aún más si ignoran que Cristo murió en la cruz para redimir los
pecados de los hombres de todas las razas y de todos los colores. El cristianismo, como el islam o
el budismo, es una religión que quiere convertir a los Baruya; en algunas generaciones serán,
probablemente, todos cristianos, de un cristianismo del tercer mundo que podrá diferenciarse
fuertemente del cristianismo europeo pero que se inspirará siempre en sus grandes visiones y en
sus símbolos.
Entre todas estas transformaciones, algunas revisten un valor positivo a los ojos de los mismos
Baruya. Ya no quieren que recomience el estado de guerra permanente con sus vecinos. Ahora
bien, si la guerra ya no es considerada como una actividad normal de los hombres para la cual es
necesario prepararse desde muy joven y que otorga la esperanza de convertirse en un Gran
Hombre, entonces una parte de los valores y de la jerarquía social tradicionales se hunde.
Por otra parte, los Baruya no desean quedar confinados toda su vida en los dos valles donde
vivían sus ancestros y en los otros cuatro o cinco que visitaban poniendo en peligro sus vidas. Les
gusta tomar aviones, permanecer varios años afuera, jugar a las cartas, conducir un camión. Hasta
uno de ellos se embarcó en un barco-factoría de pesca japonés. Dos o tres han desposado mujeres
de la costa y han hecho saber que no volverán más a la aldea y que las mujeres que les estaban
prometidas podían casarse con otros.
Pero, sobre todo, la estructura más profunda de la sociedad Baruya, las relaciones entre
hombres y mujeres, ha cambiado mucho y esto en un sentido que choca con las prácticas
tradicionales de negación de las mujeres y de afirmación de la dominación masculina. Esto no
significa que todos los cambios hayan sido aceptados sin violencia. Siete u ocho mujeres han sido
golpeadas hasta morir o ejecutadas por maridos que no soportaban que se les faltara el respeto y
la sumisión a los que la tradición les daba derecho. Pero los hombres de hoy en día tienen menos
miedo a la polución femenina y las mujeres a los símbolos de superioridad masculina. Se comienza
a ver a padres jóvenes que juegan con sus bebés aunque se trate de una niña. Antes, la sola idea
de hacerlo los hubiera hecho escupir en la tierra de disgusto y de vergüenza. Sin embargo, hay
algo que no ha cambiado en absoluto: el matrimonio que se basa siempre en el intercambio directo
de dos hermanas entre dos hombres y entre dos linajes. Pero las muchachas tienen cada vez más,
algo para decir y se evita forzarlas.
De esta manera he comprendido las formas y los mecanismos del proceso de occidentalización
de una sociedad tribal. Para los Baruya, el Blanco ya no es un ser sobrenatural pero sigue siendo
un ser superior. Pero es un superior del cual, después de la descolonización, no aceptan recibir ni
órdenes ni latigazos. Ahora bien, en un sentido, no son los mismos Blancos quienes,
concediéndoles la independencia, se impidieron a sí mismos de dárselos? Y en un nivel más
abstracto, no es la religión de los Blancos la que afirma que todos los seres humanos son iguales
ante Dios?
¿Van a continuar estos procesos? Si. ¿Son irreversibles? Si. ¿Se extenderán por todo el mundo?
Es probable; pero aquí es necesario volver sobre la idea de que la occidentalización va a extenderse
sin que los tres elementos que la componen actualmente se extiendan con el mismo éxito. Hoy en
día, Japón es el país capitalista más dinámico, pero lo es sin haber perdido su soberanía política ni
los fundamentos de su identidad cultural. En efecto, Japón jamás fue una colonia y durante mucho
tiempo el cristianismo no fue autorizado allí a combatir al budismo. Pero la minúscula sociedad de
los Baruya no es nada al lado del Japón y hay cientos de sociedades como la de los Baruya.
Occidente va a triunfar primeramente en Europa donde va a conquistar Europa del Este, tarea
comenzada en el siglo XVI, mucho antes que los regímenes comunistas. Y va a extenderse por
Oriente, aunque allí Occidente ya no se confunde con Europa. ¿Estamos condenados a unirnos a los
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aplausos o a abandonar la escena, mudos y en puntas de pies? Ahora bien, sin hablar de la gente
del tercer mundo, por qué en Occidente, de ahora en adelante, tendrían que callarse quienes
continúan pensando que el cristianismo no es la única verdadera religión y que no existe una
“verdadera” religión; quienes constatan que la democracia política existe y se alegran de ello, pero
saben que hay mucho por hacer para ampliar la democracia social y casi todo por hacer para que la
economía y las riquezas que el capitalismo produce o se apropia, sean más democráticamente, más
equitativamente repartidas, tanto en Occidente como en otros lugares? ¿Por qué rehusarse a ver lo
negativo? Existe y actúa sobre nuestras vidas. ¿Por qué resignarse? ¿Será porque ha llegado el fin
de la historia y vivimos en el mejor de los mundos posibles?
Berlín, 5 de mayo de 1990.
BIBLIOGRAFIA
GODELIER, M. 1982. La production des Grands Hommes. Paris, Fayard.
----------------- 1987. “Tribu, ethnie, nation chez les Baruya de Nouvelle-Guinée”, Journal de la
Société des Océanistes, 61 (81): 159-168.
Traducción: Victoria Arribas y Carlos Kuz.
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