de Luis Miguel Gómez Marín

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El 12 en la sombra
¿Quién soy yo? Ésa no es la pregunta….la pregunta es quién no soy yo.
No soy la estrella del equipo, el máximo goleador, que se lleva las portadas y aparece en
los vídeos de la LNFS.
No soy el cierre duro, rocoso, templado en mil batallas, capaz de luchar de igual a igual
con el pívot rival y salir victorioso.
No soy el ala o ala pívot rápido, con desborde y desequilibrante, capaz de hacer
diagonales y hacer aclarados para mis compañeros.
No soy el pívot, que juega de espaldas, apoya a sus compañeros y usa los brazos tan
bien como el mejor cierre.
No soy el portero titular, la referencia, la prolongación del entrenador en la pista, quien
ordena y manda a sus compañeros, quien se lleva todos los elogios del comentarista en
los partidos televisados.
No soy parte del cuerpo técnico, ni llevo el micrófono durante los tiempos muertos, ni
organizo las estrategias en los saques de banda o preparo los saques de esquina
ordenando las jugadas.
No soy el cerebro, el organizador, el alma del equipo, el veterano que sabe cuándo
contemporizar y cuándo apretar, que sabe cuándo pedir el cambio y cuando exigir más a
los compañeros.
Entonces, si no soy todas estas piezas…¿quién soy?
Soy la persona que está en un segundo plano, quien apoya a sus compañeros desde el
banquillo, quien trabaja durante los entrenamientos y anima durante los partidos, quien
está calentando todo el partido por si tuviera que salir a participar.
Soy quien da ánimos tras los errores y aplaude las grandes actuaciones, quien celebra
los goles y escucha atentamente al entrenador. Soy quien se muere de ganas por jugar
pero espero mi oportunidad en el banquillo, sin provocar situaciones tensas o incómodas
para el entrenador o para mi compañero titular.
Soy quien lleva en esto mucho tiempo y me ha tocado aportar la experiencia a los
jóvenes valores que vienen apretando fuerte desde abajo y se han ganado el puesto…o
soy el recién llegado y estoy aprendiendo del veterano consolidado.
Tiempo al tiempo…fui o seré…pero no soy el portero titular…, ahora no lo soy…ahora
soy el 12 en la sombra.
Quiero jugar, necesito jugar, me siento capacitado para jugar…pero no depende de mí.
Sólo puedo esperar mi oportunidad, y no quiero que sea por una lesión ni por un error
del compañero, quiero ser titular por méritos propios, quiero ganarme el
puesto…merecerme el puesto.
Llega el partido y durante el calentamiento ayudo en la preparación de mi compañero,
durante los ejercicios le animo, comentamos situaciones y estudiamos el calentamiento
de los rivales.
¿Os habéis fijado que todos los porteros estudiamos durante los calentamientos a los
porteros rivales, y luego les comentamos por dónde pueden tirar a puerta nuestros
compañeros, cuáles son sus puntos débiles? Es curioso, todos los hacemos,
independientemente de nuestra edad, la categoría en la que juguemos o los años que
llevemos jugando…incluso en las pachangas con los amigos.
Volviendo al vestuario, seguimos nuestro propio ritual, sin prisa, sin saltarnos ni un
paso. Durante la última charla del míster, atento como el primero; al salir a la pista,
motivando a los compañeros, saludando uno por uno….y llega lo peor.
Tu compañero se quita la sudadera y ocupa la portería, mientras tú lo miras desde la
banda con una extraña mezcla de envidia y deseo de que todo le vaya bien; quieres ser
tú, pero mientras no lo seas, lo importante es el equipo.
Equipo, qué gran palabra. Sólo los que hemos jugado mucho al fútbol sala desde niños
sabemos que un equipo es más que la suma de jugadores, más que los talentos y la
estrategia que todos podemos aportar al grupo.
Somos una familia, un grupo de amigos con nuestros días buenos y nuestros días
malos…pero en el que uno falla y los demás lo animan, en el que uno marca y el resto
nos tiramos encima para celebrar el gol.
No es porque tengamos que hacerlo, es porque queremos hacerlo, es porque somos un
equipo, porque nos defendemos entre nosotros, porque para cada uno del vestuario, sus
compañeros son siempre los mejores, y cuando vengan otros, también serán los mejores.
Pero yo quiero jugar, quiero salir a la pista, quiero hacer mi ritual besando los postes y
tocando el larguero por encima…quiero subirme las rodilleras, ajustarme los vendajes
de la muñeca, apretarme el esparadrapo de los dedos, agacharme, mirar al árbitro y
decirle que estoy listo, que podemos empezar el partido.
Necesito colocar a mis compañeros, enfadarme y gritarles cuando no me hacen caso,
animarles cuando se anticipan al rival y cortan un balón peligroso. Necesito saltar con
éllos cuando marcan un gol, y decirles que no pasa nada cuando fallan.
Necesito hacer la cruz, cortar un uno contra uno imposible, sacar con la mano mirando
hacia el lado contrario, hacerme el duro y decir que no me duele el pelotazo en el
estómago que me está matando…
Necesito protestar al árbitro por una decisión errónea, dar una idea al entrenador para
evitar las paralelas del rival, pedirles más intensidad a los compañeros y gritar por la
frustración de haber errado una ocasión de gol clarísima.
Necesito cortar una ocasión con portero jugador, esquivar al pívot rival y tirar yo mismo
a portería. Tengo muy ensayado el movimiento: con el empeine, ligeramente de
exterior, cogiendo la altura exacta para evitar a los rivales….y con la fuerza precisa para
marcar el gol, tomar ventaja en el marcador y asegurar la victoria para mi equipo.
Pero no es el momento, me pongo el peto y busco sitio en el banquillo. ¡Vamos equipo,
a por todas, juntos podemos ganar!
Un momento, el entrenador me dice que me apure, que nos han pitado penalty y voy a
salir yo, que tengo más experiencia y se me dan mejor.
Peto fuera, coderas y rodilleras arriba, unos estiramientos rápidos, saludo al compañero,
voy a la portería, me coloco en mi sitio, miro al rival, le digo algo y….
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