OPINIÓN OPINIÓN El Futuro del Hombre y la Máquina H ay un hecho que para todos los expertos parece indiscutible: se acerca el momento en el que la capacidad de aprendizaje de las máquinas superará a la de los seres humanos. No hay consenso sobre cuándo ocurrirá la explosión de la superinteligencia, hay quien dice que será en la década de los 30 y hay quien dice que más cerca de finales de siglo, pero nadie pone en duda que el momento llegará, y todos coinciden en que, una vez alcanzado, la inteligencia de las máquinas crecerá de forma exponencial, siendo cada vez mayor la diferencia entre ellas y nosotros. Todo esto tiene mucha relación con términos y conceptos muy de moda últimamente, pero sobre los que hay mucha confusión. Todo el mundo habla de Big Data, Inteligencia Artificial, Aprendizaje Automático (conocido también con su nombre en inglés, Machine Learning)… pero la mayoría de la gente no tiene claro qué es todo esto y por qué ahora está tan de moda. Como diría Dan Ariely, “el Big Data es como el sexo adolescente; todo el mundo habla sobre ello. Nadie sabe realmente en qué consiste. Todos piensan que los demás lo han hecho, por lo que todos dicen que también ellos lo han hecho”. En primer lugar, decir que todas estas disciplinas no son nuevas, y que si bien ahora se habla más que nunca y se acuñan nuevos términos que engloban prácticas y disciplinas ya existentes, hay un hecho que es el que lo cambia todo: la capacidad de computación. La Inteligencia Artificial existe desde hace ya tiempo (en los años 50 Arthur Samuel enseñó a una máquina a jugar a las damas), 62 los algoritmos matemáticos tienen algunos incluso siglos, las empresas llevan años recopilando datos… Siempre ha existido la posibilidad teórica de que las máquinas fueran capaces de aplicar ciencia a los datos para extraer conclusiones, analizar comportamientos, predecir resultados… El problema es que no era técnicamente viable hacerlo (o, al menos, no era ni de lejos rentable). Pero ahora sí, el decremento del coste de la tecnología y ciertas innovaciones tecnológicas hacen que sea posible que los ordenadores lean cantidades ingentes de datos en tiempos infinitesimales, y eso permite hacer análisis hasta ahora inviables y, además, en tiempo real. Las aplicaciones prácticas que esto tiene en el mundo de la empresa son innumerables e implantables en todos los procesos de empresas de cualquier sector. Ya hay muchas empresas que están implantando sistemas para predecir comportamientos de clientes, hacer recomendaciones personalizadas, detectar fraudes, prevenir averías en máquinas, estudiar a su personal interno, supervisar la competencia, analizar las redes sociales en tiempo real… Muchos de estos sistemas aprenden y necesitan ser entrenados. Es por esto que las empresas deben empezar cuanto antes a acometer proyectos de este tipo para ir ganando fiabilidad. Si esperamos a que nuestra competencia tenga un sistema prácticamente infalible para implantar el nuestro, nos daremos cuenta entonces de que el sistema de nuestro rival lleva un tiempo aprendiendo, y ese mismo tiempo necesitaremos nosotros para que el nuestro llegue a la pericia del suyo; ya nos hemos quedado atrás. El problema social que se avecina Sin embargo, más allá de las innumerables ventajas para el mundo de la empresa, el panorama tecnológico que se avecina nos va a poner en una situación desconocida hasta la fecha. Hace ya tiempo que las máquinas superan la capacidad de almacenamiento del cerebro humano (estimado en unos mil millones de bits, similar a la capacidad de un smartphone), y desde hace años hay sistemas capaces de razonar (recordemos a Deep Blue ganando a Gary Kasparov al ajedrez, más complejo el caso de Watson venciendo en el concurso americano Jeopardy, donde el sistemas debía interpretar preguntas y razonar respuestas, y más recientemente destaquemos el caso del sistema Claudico, desarrollado en la Carnegie Melon y capaz de competir al máximo nivel al póker, con las complejidades de modulación que tiene un juego donde hay que tener en cuenta que no se conocen todas las variables: la máquina no sabe las cartas que tienen los demás, los rivales pueden mentir…). Sin embargo, estos superordenadores eran extremadamente costosos e inasequibles para la mayoría de los mortales. Ahora muchos de estos sistemas están al alcance de cualquiera, y esto hace que las empresas puedan invertir en el desarrollo de estas aplicaciones Ahora bien, situemos el contexto histórico actual, y comparémoslo con lo ocurrido en el pasado. Hasta la primera revolución industrial (finales del siglo XVIII, primeros del XIX), el PIB mundial se había mantenido estable durante siglos. En palabras del premio Nobel Robert Lucas, “por primera vez en la historia, el nivel de vida de las masas y la gente común experimentó un crecimiento sostenido. No hay nada remotamente parecido a este comportamiento de la economía en ningún momento del pasado”. La máquina de vapor, el transporte náutico y los ferrocarriles, entre otras innovaciones, propiciaron una transformación de la sociedad, y la aparición de ciertos empleos especializados (con la inevitable y lógica desaparición de otros trabajos). En la segunda revolución industrial (desde mediados del siglo XIX hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, en 1914) determinados avances como las nuevas fuentes de energía (electricidad, gas, petróleo…), medios de transporte, sistemas de comunicación… condujeron a importantes cambios en la sociedad que sí tuvieron un claro damnificado: el caballo. Los caballos, y no los humanos, fueron los que perdieron sus trabajos (en 1915 en USA había 26 millones; en 1950, 2 millones). Por seguir situando la situación actual en el entorno histórico del ser humano, llama la atención el dato de que hace 100.000 años, el crecimiento era tan lento que se había necesitado un millón de años para sostener a un millón de personas extra. En el 5.000 a.C., tras la revolución agrícola, la misma cantidad de crecimiento solo requirió 2 siglos. Hoy, tras la revolución industrial, la economía mundial crece de media esa cantidad cada 90 minutos. Se prevé que el mundo será 4,8 veces más rico en 2050, y 34 veces más rico en 2100. El economista Robin Hanson estima que la economía mundial se multiplicaba por 2 cada 224.000 años en el pleistoceno, cada 909 años en la sociedad agrícola, y cada 6,3 años en la sociedad industrial. Si siguiera la evolución, en el futuro duplicaríamos la economía mundial cada 15 días. Pero es que además, en la sociedad de la información, cualquier avance se propaga de forma vírica. Para contrastar esto con lo ocurrido en el pasado, pensemos que China logró mantener en secreto cómo producir seda durante más de 2.000 años. Empezaron a producirla sobre el 3.000 a.C. y ni siquiera los romanos consiguieron averiguar el secreto. En el año 300 una expedición japonesa capturó algunos huevos de gusanos de seda y secuestró a cuatro niñas chinas, a las que obligaron a divulgar el secreto. Y ahora, ¿qué? Parece evidente que dentro de X años (y en el valor de X es en lo que no se ponen de acuerdo los expertos) vamos a ser capaces de vivir en una sociedad en la que la mayor parte de los trabajos sean llevados a cabo por máquinas. Se estima que en una sociedad desarrollada el 80% de los seres humanos trabaja haciendo cosas que ya a día de hoy pueden ser hechas por ordenadores, con la tecnología ya existente. Además, el reconocimiento del lenguaje natural incrementará las posibilidades de automatización de actividades en todos los sectores. Y no sólo hablamos de trabajos “de oficina”, sino también de los trabajos físicos. A día de hoy, el 90% de las actividades en fabricación (soldar, cortar…) pueden ser hechas por máquinas, aunque en este caso los entornos impredecibles son más difíciles de automatizar (por ejemplo, para arreglar la habita- ción de un hotel, cada cliente deja la almohada en un sitio, las sábanas de una forma, cada habitación tiene un formato diferente…). Sin embargo, el porcentaje baja al 30% en el caso de las actividades relacionadas con el servicio al cliente. Al igual que la aparición del despertador hizo desaparecer el empleo de sereno, multitud de puestos de trabajo irán desapareciendo en favor de las máquinas. Mientras llegamos a ese punto donde solo será necesario que un porcentaje pequeño de la población activa trabaje pero seamos capaces de proveer bienes y servicios suficientes para toda la humanidad (idílicamente; en cualquier caso, toda la población de las sociedades tecnológicamente desarrolladas) habrá mucha gente que irá perdiendo sus empleos, y sus tareas serán llevadas a cabo por máquinas a un coste muy inferior y con una efectividad muy superior. Es evidente que esto irá generando desigualdades sociales que irán constantemente in crescendo, y éste es el reto al que se va a enfrentar la sociedad del siglo XXI: cómo ir moldeando las relaciones sociales y laborales para conseguir llegar a la que podríamos llamar, de verdad, la sociedad del bienestar. Ortega y Gasset dijo a principios del siglo XX: "Uno de los temas que en los próximos años se va a debatir con mayor brío es el del sentido, ventajas, daños y límites de la técnica". Nunca sabremos si el gran filósofo podía prever la dimensión del problema, pero desde luego el momento que predecía ha llegado. n José María Azcárate Ayerra Socio de Strategy Big Data 63