Curso Divina Misericordia

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LA
DIVINA
MISERICORDIA
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CICLO BÍBLICO
INDICE DE TEMAS
1. La Misericordia de Dios en la obra de la creación. (Pág.3)
2. El pecado, expresión de la desconfianza de la misericordia de Dios.
(Pág.14)
3. La Misericordia de Dios en el misterio de la Encarnación y Nacimiento del Hijo de Dios. (Pág.26)
4. La Misericordia de Dios en el misterio pascual de Cristo. (Pág.39)
5. La Misericordia de Dios en la presencia de Jesús en la tierra (en la palabra, en los sacramentos). (Pág.50)
6. La Misericordia de Dios en el fin último del hombre. (Pág.61)
7. La Virgen María en el proyecto de la Misericordia de Dios. (Pág.72)
8. El papel de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de
la Misericordia en los proyectos de la misericordia de Dios. (Pág.83)
9. El concepto de la misericordia de Dios en la encíclica “Dives in misericordia”. (Pág.100)
10. La confianza como primera respuesta del hombre al conocer el misterio de la Misericordia de Dios. (Pág.128)
11. La misericordia humana como respuesta y participación en la misericordia divina. (Pág.139)
12. El anuncio del misterio de la Misericordia de Dios por medio de la
palabra, testimonio de la vida y por la suplica de la Misericordia de Dios
para el mundo como la principal tarea de la Iglesia. (Pág.150)
13. La misericordia divina en la enseñanza y obras de Jesús (Pág.166)
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CAPITULO 1
“¡Señor nuestro Dios, que admirable es tu Nombre en toda la tierra! Quiero adorar tu majestad sobre el cielo: con la alabanza de los
niños y de los más pequeños erigiste una fortaleza contra tus adversarios para reprimir al enemigo y al rebelde” (Salmo. 8, 1-3)
Este salmo nos introduce en el tema sobre el cual queremos reflexionar. Nos enclava en el clima de la alabanza a Dios que por medio
de su creación nos maravilla y nos revela no solamente su grandeza
sino sobre todo su amor y misericordia. Creó el mundo tan maravilloso
para asombrarnos. Tenemos que tener presente al contemplar la creación, de no detenernos solamente en la obra que Dios hizo, sino en su
Autor, es decir, en el Creador.
Dios miró todo y vio que era muy bueno
“Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y
la Palabra era Dios” (Juan 1,1). La Palabra del caos, de las tinieblas,
del desorden, llama a la existencia al cosmos. Lo que atrae más en la
obra de la creación es la capacidad de Dios, su creatividad que sobrepasa toda imaginación, como también su generosidad para enriquecer a
su creación. Podemos ver asimismo en la creación la inclinación a la
vida, a la multiplicación, a la alegría por la existencia que surge cada
vez con nuevas formas. La descripción de la creación en el Libro del
Génesis no es una descripción científica de cómo surgió el cosmos y
nuestro planeta, sino que es un himno de alabanza en honor del Dios
Creador.
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Este himno se cantaba en la sinagoga. Manifiesta algunas verdades
fundamentales para nuestra vida. Estas realidades son evidentes aunque muchas veces nos olvidemos de ellas, lo cual provoca muchas
dudas y dificultades espirituales. La Palabra de Dios es muy clara:
Dios es el Creador y el hombre es una criatura. Todo lo que hizo Dios
era bueno. Existe la igualdad entre el hombre y la mujer. El hombre es
el dueño de la creación y debe someter a la tierra. Debe destinar seis
días al trabajo y el séptimo al descanso. Estas verdades son evidentes y
son el fundamento de la armonía que Dios había previsto para toda la
creación. Cuando uno se olvida de estas verdades de la creación o las
niega, entra el caos y el desorden. Cuando el hombre olvida que es
solamente una criatura e intenta hacer de sí mismo un Dios, la armonía prevista por el Creador está dañada. Aun más, se produce una tragedia cuyas consecuencias van a ser muy dolorosas para toda la humanidad. Solamente Dios puede arreglar lo que el hombre ha dañado.
La descripción de la creación contiene verdades tan fundamentales
que determinan el lugar que ocupa el hombre en el universo y para con
Dios, por eso podemos descubrir en ellas la misericordia del Padre,
quien así pensó el mundo y no quiso que el hombre ignorara cual es su
lugar en este mundo. Solamente el amor admite al otro, a sus misterios
y secretos. El Dios que nos ama no nos dejó en la oscuridad.
En su lugar
La verdad sobre el Dios Creador y sobre el hombre como criatura
es un punto de salida para una verdadera antropología, es decir, para la
reflexión sobre el hombre. No se puede entender al hombre sin ubicarlo en esta verdad. La verdad que surge de la revelación, anuncia que
Dios es el Creador. Desde la nada llamó al universo a la existencia,
creó la tierra y la preparó para el hombre. Cuando todo fue preparado,
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llamó al hombre a la existencia como la coronación de la obra de la
creación de todo el universo, pero no como un dios. El hombre tiene
entonces un lugar determinado en la obra de la creación. Es solamente
una criatura, aunque la criatura más perfecta, pero solamente una criatura. Es alguien infinitamente inferior del Dios Creador, pero poco
inferior a los ángeles (Salmo. 8,6).
Esta verdad tiene sus consecuencias. Ser hombre plenamente es
aceptar el lugar determinado por Dios, es aceptar el proyecto eterno
que Dios realiza en su sabiduría llamando al hombre como criatura,
pero al mismo tiempo como alguien que tiene que ser su hijo. La armonía del cosmos consiste en que todo lo creado acepte su lugar, que
no se rebele contra su historia, contra su destino. Sería ridículo si un
animalito reprochara a Dios que no lo creó como una planta o si una
planta se mostrara descontenta de que no es un pájaro. De la misma
manera, el hombre se manifiesta ridículo cuando no acepta su lugar, es
decir, cuando se rebela porque no es un dios. Esta ridiculez se transforma en una tragedia, ya que junto con la no aceptación van los comportamientos que manifiestan que realmente el hombre se cree un dios.
La rebeldía que nace en el hombre tiene su origen en la mentira del
diablo, la tentación del paraíso: “serán como dioses” (Génesis. 3,5).
Por lo tanto tenemos que contemplar aun más la maravillosa armonía
que existía cuando el hombre aceptaba su lugar, cuando estaba contento y feliz de esto y tenía la conciencia del lugar excepcional que ocupaba entre las demás criaturas. Dios le dio la facultad de poner un
nombre a todo lo creado, lo cual lo distingue como el dueño y señor de
toda la creación. Le dio al mismo tiempo la conciencia de que el poder
procede de alguien superior, del mismo Creador.
Estar en su lugar significa adoptar la postura del niño del Salmo 8
de cuya boca sale el canto de alabanza a Dios. Un niño está contento
de su lugar, de su estatus social. Necesita solamente el apoyo de
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alguien más fuerte, necesita de la seguridad que existe en alguien que
lo ama. De una manera semejante, el hombre frente al Dios Creador
puede adoptar una postura de alabanza por todos los dones que ha
recibido. Nace en él la gratitud y admiración de la belleza que contempla y la reconoce como un regalo del Padre. Se comporta como un
niño que se admira de todo, no solo de la obra de la creación, sobre
todo de su propia historia en la cual reconoce el amor del Padre, reconoce su actuación.
En el Salmo 8 existe también otra clase de personas de los cuales se
dice que son “adversarios”, es decir, personas descontentas. Ellos
siempre murmuran, tienen algo contra Dios, y por su rebeldía, critican
a Dios por todo. El rebelde es el mismo demonio que se opone a Dios
y se constituye en su oponente. Al diablo no le gusta la creación, no le
gusta que un día fuera creado como un ángel y malgastó su posibilidad
de ser feliz. Él mismo quiso ser como un dios y por eso no aceptó el
lugar que Dios le había señalado. De ahí su amargura y el deseo de
hacer al hombre partícipe de su rebeldía.
Dios sigue siendo el amor y es para nosotros la única salida segura
y nuestra única postura adecuada es la contemplación de su misericordia que se manifiesta en nuestra historia y en nuestra humanidad. La
misericordia de Dios la vemos en que su Hijo se hizo una criatura, no
aprovechó la oportunidad para ser igual a Dios, se anonadó a si mismo
tomando la condición de servidor (Filipenses 2,6). Jesús se hace hombre como un don para nosotros y para que podamos comprender mejor
que nuestro lugar en la tierra no es una maldición, no nos denigra. Es
un don del Padre Misericordioso.
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A Su imagen
“Dios creó al hombre a su imagen” (Génesis 1,27). Esto es una
distinción especial. Sobre todo porque ninguna otra criatura fue creada
a imagen y semejanza del mismo Dios. Existen fundamentos aun más
profundos de esta distinción. La esencia de Dios – como dice San Juan
– es el amor. “Dios es amor” (1 J 4,8). La semejanza a Dios se caracteriza por lo esencial, es decir, por el amor. La semejanza a Dios no es
un punto de partida pero si de llegada, es nuestro fin. De esto surge
que nuestra vocación es el amor. Dios creó al hombre a su imagen, es
decir, del amor hizo su esencia para que todas sus acciones y obras
estén llenas de esto que caracteriza a Dios.
Esta primera vocación se realizaba en el paraíso donde Adán y Eva
aprendían el amor a Dios, el amor mutuo y el amor a las criaturas.
Existía entonces una maravillosa armonía entre el hombre y Dios, entre el hombre y otras criaturas. El amor fue el único deseo de los hombres. Todo lo que hacían tendía al amor. El hombre tuvo también el
acceso a la fuente del amor, donde aprendía a amar. Esta fuente era la
experiencia del amor del Padre, del amor gratuito, del amor inmerecido. Adán y Eva se sentían amados, seguros, rodeados por la presencia
de Dios. Lo que les convencía más del amor, era la libertad que habían
recibido de Dios, la confianza que tenía para con ellos. Sabían que
Dios confíaba en ellos y que todo lo que les rodeaba era su regalo y
respondían a este amor con su confianza en él, con su obediencia, con
su amor, realizando de esta manera su llamado a la existencia a imagen
de Dios.
El ejemplo más patente de esta misericordia en el paraíso, era la palabra que habían recibido para no comer los frutos del árbol que estaba
en medio de este jardín. Ellos sabían que esta palabra era un regalo del
Padre, que esta prohibición no era ninguna forma de limitar su
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libertad, sino que ayudaba a protegerlos de cualquier peligro. Nuestros
primeros padres vieron en esto la preocupación del Padre, así como
nosotros la vemos cuando los padres, protegiendo al niño del peligro le
dan ciertas indicaciones. Solamente una manera de pensar tortuosa
obliga a ver en esta palabra de Dios una limitación de la libertad. Adán
y Eva no tuvieron dificultades para ver en esta prohibición la misericordia de Dios. Les defendía de algo de lo cual Dios estaba al tanto, la
muerte. No necesitaban experimentarla. Era para ellos suficiente la
confianza en Dios, la fe en que Él no los engaña, que les ama.
Sometan la tierra
Regalando la libertad y la confianza Dios le dio al hombre su palabra: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla”
(Génesis. 1,28). De esta manera trasmitió también a los hombres algo
de su ser, de su esencia: además de la vocación al amor, los llamó
también a la transmisión de la vida. El Dios que es el Señor y Dador de
la vida hace a los hombres capaces de transmitirla. Les hace partícipes
de este don divino que es dar la vida, participar en esta maravillosa
capacidad, la cual posee solo Dios. Este don manifiesta la gran divinidad de los hombres, los hace responsables de la vida que se va a gestar
en ellos, de la vida que el hombre va a trasmitir y formar pero que
también puede destruir.
Dios había previsto que este don iba a implicar un riesgo. También
sabía que el hombre puede hacer mal uso de su libertad y la vida encomendada al hombre puede estar en peligro por su egoísmo. La historia manifiesta constantemente lo grande que fue el riesgo de darle al
hombre tanta libertad, con la posibilidad de participar en el mismo acto
creador de Dios. El hombre es capaz de someter a la tierra pero también de contaminar la naturaleza e incluso destruirla. Puede trasmitir la
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vida pero también puede matar a su hermano. Puede tirar bombas para
destruir y matar. A pesar de esto, Dios no le retiró sus dones, aunque
sabe de las consecuencias que el pecado trae a los hombres. En esto
consiste la misericordia de Dios. Entregar sus dones para enriquecer
al hombre y que este los aproveche y someta la tierra. El amor consiste
en entregarse olvidándose de sí mismo, aunque con esto se relacione el
riesgo de que este don pueda ser malgastado.
De una manera más evidente esto se ve en el don que Dios hizo de
su propio Hijo Jesucristo. Hemos recibido a la vida misma - a Jesús -.
Dios sabía que nosotros con nuestras manos íbamos a destruir esta
vida, que Jesús iba a ser clavado en la Cruz. El hombre sometió a
Dios, hizo con él lo que quiso. No solamente Dios nos dio la tierra
para someterla, sino que también a sí mismo, entregó totalmente en
nuestras manos a Jesucristo. ¿No será que esta imagen del Crucificado
nos grita a nosotros, con una voz potente, de la inimaginable misericordia de Dios? ¿Puede existir un amor más grande?
San Pablo dice que: “sus atributos invisibles – su poder eterno y su
divinidad – se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la
creación del mundo por medio de sus obras. Por lo tanto, aquellos no
tienen ninguna excusa: en efecto, habiendo conocido a Dios no lo
glorificaron ni le dieron gracias como corresponde. Por el contrario,
se extraviaron en vanos razonamientos y su mente insensata quedó en
la oscuridad. Haciendo alarde de sabios se convirtieron en necios”
(Romanos 1,20-22). El más grande don de Dios visible para nosotros
fue constituido en Jesucristo, pero este no fue reconocido. El don más
grande de Dios – Su Hijo – fue rechazado por nosotros. ¿Qué enseñanza surge de esto para nosotros? ¿Será que la contemplación de las
obras de Dios, de la delicadeza de la misericordia va a conmover nuestros corazones para que por lo menos veamos nuestra culpa, nuestra
obstinación? o ¿será que vamos a seguir convencidos de nuestra
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nobleza y de nuestras virtudes? Dios quiere conmover nuestros corazones para que ante su grandeza y su misericordia seamos más humildes.
Oh Señor, nuestro Señor
Si el hombre contempla el gran amor de Dios que se manifiesta en
los hechos concretos, en los dones que ha recibido de Dios, si experimenta su amor gratuito entonces se le hacen muy cercanas las palabras
del Salmo 8: “¡Señor nuestro Dios, que admirable es tu nombre en
toda la tierra! Quiero adorar tu majestad sobre el cielo: con la alabanza de los niños y de los más pequeños” (Salmo 8, 2-3). Este canto
puede surgir solamente del corazón de un niño que se admira por todo
lo que le rodea. Dios hizo todo lo bueno y solamente alguien que tiene
la simpleza de un niño, es capaz de contemplar todo el mundo creado
por Dios. El niño, es capaz de alegrarse por cada cosa y por muy pequeña que esta sea es capaz de manifestar su alegría de todo lo que le
rodea y ser agradecido y feliz. Por eso, si ustedes no cambian o no se
hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos (Mateo 18,3).
Semejantes expresiones como las del Salmo 8, las vamos a encontrar
en muchos otros salmos. Del corazón lleno de agradecimiento surge el
canto de alabanza a Dios por su obra en el cosmos y en la historia del
hombre. Estos salmos son fruto de una profunda experiencia del encuentro con Dios vivo, no con una idea, pero con una Persona a la cual
se puede reconocer por los signos que ha dejado en la naturaleza y aun
más por los signos que dejó en la historia de los hombres. La experiencia más profunda la tiene el pueblo elegido, quien experimentó la esclavitud en Egipto donde fue sistemáticamente exterminado. Allí experimentó la ayuda de Dios – la liberación de la esclavitud-. Esto no fue
posible humanamente para que los israelitas se liberaran de la muerte.
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La acción de Dios hizo que probaran la libertad de la Tierra Prometida
y experimentaran la liberación de la muerte. Por eso, en los labios y en
los corazones de esta gente nace un grito de agradecimiento, nace una
oración de alabanza por los dones que proceden del mismo Dios.
¿Cómo no ver el poderoso y extendido brazo de Javéh? ¿Cómo no ver
su amor cercano que se manifestaba cada día en el camino a través del
desierto a pesar de las rebeldías y murmuraciones? Por eso, la murmuración era el pecado más grande en el desierto, porque era la negación
del agradecimiento y de la alabanza. El que tiene los ojos abiertos,
quien ve las intervenciones de Dios va a cantar junto con el salmista:
“Bendice al Señor, alma mía” (Salmo. 104, 1)
Bésame con tus labios
Con estas palabras la amada habla a su amado en el Libro Cantar de
los Cantares. Con esta imagen la Iglesia siempre refería al amor esponsal de Dios hacia su pueblo. Tengamos presente que el amor esponsal
no es solamente manifestado por medio de las palabras, de la poesía,
pero tiene su justificación en los hechos concretos, en ciertos comportamientos. Si vamos a mirar este amor, sus manifestaciones en la naturaleza, vamos a ver que el macho quiere impresionar a la hembra. Tal
vez esta comparación puede parecernos algo escandalosa, pero no
tengamos miedo de mirar en la creación al cortejo amoroso que tiene
lugar allí, porque el mismo Dios nos lo dio como imagen del amor
que manifiesta especialmente hacia nosotros. Los que saben observar
la naturaleza, descubren que el macho durante el cortejo amoroso va a
hacer una magnífica danza con la cual quiere llamar la atención de la
hembra y lograr que ella se interese por él. Algo parecido surge en el
amor humano. Ella quiere manifestarse no solamente en las palabras,
antes quiere manifestarse en las obras, en la ternura, en la delicadeza,
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en la preocupación por la otra persona, en los extraordinarios regalos
para expresar de esta manera su cercanía y su amabilidad.
Dios no necesita tomar ejemplo de la naturaleza. Ella, es necesaria
para que nosotros al observarla podamos descubrir la verdad que está
inscrita en ella. Dios ama al hombre. Si queremos comprobarlo, hace
falta abrir bien los ojos, para ver la “danza amorosa” que Dios hace
para impresionarnos. ¿De qué otra manera podríamos explicar la extraordinaria belleza del cosmos, su rica belleza – todo esto es un reflejo débil de la belleza del Amante – que es un esfuerzo para impresionarnos e invitarnos al amor? Dios hizo todo el universo pensando en
nosotros. La descripción bíblica de la creación nos dice que Dios preparó todo primero y después creó al hombre. Algo semejante hace una
madre que espera la llegada de su bebe, prepara todo lo necesario para
su niño como el ajuar, la cunita…. De igual manera Dios nos preparó
la tierra, la adornó magníficamente y nos dio todo lo necesario para la
vida.
La verdad revelada en la creación ya por si es un mensaje del amor
de Dios hacia nosotros, de su misericordia. El que ama regala a la persona amada lo mejor, lo más hermoso. El Padre que ama siempre le da
al hombre todo lo bueno y bello respetando su libertad, no lo obliga,
pero desea recibir una respuesta. Podemos no darnos cuenta de esta
belleza ¿pero esa respuesta es adecuada? La respuesta más exacta es la
fe y el amor, porque únicamente de este modo se puede responder al
gran amor de Dios.
Terminando esta reflexión de la misericordia de Dios manifestada
en la obra de la creación, demos gracias a nuestro Padre por este don
por el cual Él quiere llegar a nuestro corazón con gran ternura y delicadeza, no obligándonos a la reciprocidad. Quiere atraernos para que
encantados por Su belleza reflejada en la creación, con plena libertad,
respondamos con nuestro amor. Pidamos el don del Espíritu Santo
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para que en el fondo de nuestro corazón, con mayor claridad nos recuerde a la misericordia del Padre y nos dé también la gracia de una
respuesta adecuada a su gran amor.
ORACIÓN A DIOS
Dios mío, dame el día de hoy fe para seguir adelante. Dame grandeza
de espíritu para perdonar, paciencia para comprender y esperar. Dame
voluntad para no caer, fuerza para levantarme si caído estoy, amor para
dar, dame lo que necesito y no lo que quiero. Dame elocuencia para
decir lo que debo decir. Haz que sea el mejor ejemplo para mis hijos, el
mejor amigo de mis amigos, haz de mí un instrumento de tu voluntad.
Hazme fuerte para recibir los golpes que me da la vida, déjame saber
qué es lo que tú quieres de mí. Déjame tu paz para que la comparta con
quien no la tenga. Por último, anda conmigo y déjame saber que estas a
mi lado ayudándome a ser conforme lo que Tú esperas de mi.
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CAPITULO 2
La verdad sobre el pecado original es una de las verdades fundamentales de nuestra fe. Sin su aceptación y comprensión nos va a resultar muy difícil explicar nuestras dificultades personales con las cuales luchamos. Sabemos que Dios es amor, que es la misma misericordia y que tiene para el hombre un proyecto, el cual fue revelado sobre
todo en la creación. Dios desea que seamos felices para que conozcamos su belleza, amor y respondamos con nuestra fe, confianza y amor.
El paraíso presentado en el Libro del Génesis es solamente una pequeña muestra de esta grandiosa y maravillosa realidad de la creación. No
es verdad que la felicidad del hombre consistía en unas pacificas vacaciones en un hermoso jardín llamado Edén, se trataba de algo totalmente diferente: la felicidad consistía en la maravillosa e íntima relación que unía al hombre con Dios, en esto que el hombre experimentaba a Dios como Padre, como amor, como misericordia. El respeto por
la naturaleza y hacia el otro hombre surgía de este amor al Creador.
Existía, entonces, una maravillosa armonía entre los hombres, entre
ellos y la naturaleza, no se necesitaban ningunas acciones ecológicas
para proteger a la naturaleza porque el hombre no la destruía. Una
adecuada relación con Dios se refleja en la forma de relacionarse con
los demás y con el mundo de las criaturas.
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La primera mentira
La tragedia se inicia en el momento en que en este maravilloso
proyecto de Dios, en esta armonía que Él había destinado para nosotros, entra el enemigo. El Señor Jesús en el Evangelio de San Juan dice
que el diablo es “el homicida… y padre de la mentira” (J 8, 44). Él es
el enemigo de Dios y el enemigo del hombre. El Libro del Génesis lo
presenta como una serpiente que es uno de los más astutos animales y
además muy peligrosa ya que es venenosa. Esta comparación con la
serpiente es muy adecuada para Satanás quien es muy astuto y tiene en
si un veneno muy peligroso: la mentira. El diablo envenenó el corazón
del hombre con la mentira. La experiencia fundamental de Adán y Eva
era el siguiente: Dios me ama. Sobre esta verdad ellos construían su
felicidad. Dios es amor, Dios es misericordia, Dios es nuestro Padre y
desea lo mejor para nosotros. Sus corazones eran rebosantes del amor
y de agradecimiento a Dios. Ahora sucedió algo terrible, se produjo un
misterioso cambio en sus corazones. Fueron envenenados con la ponzoña de la mentira y esto fue para nuestros primeros padres el inicio de
una gran tragedia, pero no solamente para ellos sino también para todo
el género humano.
Hagamos un esfuerzo para analizar las dos mentiras que aparecen
en el Libro del Génesis. Veamos como con astucia e inteligencia son
presentadas y al mismo tiempo cuanta perversidad en ellas. La primera
se contiene en la pregunta que la serpiente dirige a Eva “¿Así que Dios
les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?” (Génesis
3,1). Una pregunta muy astuta. Dios dijo: “Puedes comer de todos los
árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del
conocimiento del bien y del mal” (Génesis 2,16-17), y el diablo como
si hubiera cometido un lapsus, como por casualidad dijo “de ningún
árbol” lo cual es una mentira ya que Dios no lo había ordenado.
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¿Cuál es la intención del diablo? Cuando habla de todos los árboles
inculca al hombre que Dios le quita la libertad. Si Dios le prohíbe una
cosa, si le prohíbe comer de un árbol, entonces le prohíbe comer de
cualquier árbol. Los padres también le dan algunas prohibiciones a sus
hijos (no toques el enchufe, no juegues con el cuchillo…) y ellos pueden ver estas prohibiciones como una limitación de su libertad: si no
puedo hacer ciertas cosas, entonces no puedo hacer nada. Y algo así se
contiene en esta primera insinuación del diablo. Dios te quita la libertad porque te prohíbe comer de cualquier árbol. Entonces si Dios limita tu libertad significa que Él no te ama, ya que el atributo más maravilloso del amor es regalar la libertad. El amor que respeta al hombre
consiste en que le das la libertad y al revés, allí donde no das a los
demás la libertad, donde estas manipulando, cuando chantajeas y obligas a algo – esto manifiesta que no lo amas verdaderamente. Un amor
así no es un amor verdadero. Una imagen así de Dios es la que el diablo presenta a Adán y Eva, una falsa imagen de Dios que no es el
amor, que no ama al hombre.
La segunda mentira es aun más seria ya que el diablo dice directamente que Dios miente. Cuando Eva le habla que solamente de un
árbol Dios les prohibió comer para que no mueran, entonces el diablo
dice: “No, no morirán” (Génesis 3,4). Esta es una mentira terrible.
Está dicho que “el salario del pecado es la muerte” (Romanos 6,23) y
el diablo niega esta verdad y por eso hace a Dios mentiroso. Quiere
convencer a Adán y Eva que Dios es celoso, que no quiere su felicidad, por eso les prohíbe cosas buenas, no quiere que conozcan el bien
y el mal, desea su ignorancia y quiere transformarlos en sus esclavos.
Dios sabe muy bien “que cuando ustedes coman de este árbol, se les
abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal”
(Génesis 3, 5). Él no quiere esto para ustedes y por eso les amenaza
con la muerte, para que asustados con esta prohibición no coman del
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árbol. Tomen su fruto para convencerse que no les va a pasar nada, al
contrario, serán como dioses. Esta segunda mentira completa la primera. En la primera el diablo acusó a Dios de que quita a los hombres la
libertad y en la segunda que nos miente. Entonces, de estas dos mentiras surge claramente que Dios no nos ama, es decir, que el no existe.
“Dios es amor” – dice San Juan (1 J 3,8) pero aquí el diablo dice que
Dios no es amor. En la tentación del paraíso se halla la raíz de la negación de Dios, del ateísmo. Nace como una falsa imagen de Dios, nace
de una terrible mentira que consiste en presentar a Dios como un
monstruo, un enfermo de celos, un oponente del hombre.
La comprensión de esta tentación nos da también una respuesta a
nuestras dificultades personales, ilumina nuestra vida ya que esta historia se repite. Todos nosotros somos Adán y Eva. Aunque podemos
decir que el bautismo nos lavó del pecado original, sin embargo quedan las consecuencias de este pecado y nuestra naturaleza está herida.
El diablo aprovecha esta situación y viene cada día para negar a Dios,
para introducir en nuestro corazón el veneno, su ponzoña de incredulidad para presentar a Dios de una manera distorsionada, para darnos
una falsa imagen de Dios. Muchas de nuestras rebeldías y tragedias
internas, nuestras murmuraciones y todos los pecados nacen de una
falsa imagen de Dios que tenemos en nosotros. Si Dios no me ama
entonces yo mismo tengo que encontrar un punto de apoyo, algo que
me va a dar la vida.
La fe en un Dios bondadoso tambalea en nosotros sobre todo
cuando empezamos a admitir una interpretación perversa de los acontecimientos de nuestra historia, sobre todo de las situaciones difíciles.
Cada acontecimiento en el cual se hace presente el sufrimiento y la
cruz, el diablo la interpreta contra Dios acusándolo ante nosotros de
que no nos ama. Usa nuestra cruz para condenar a Dios y juzgarlo por
los sufrimientos que experimentamos. Con frecuencia preguntamos
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¿por qué pecado Dios me trata de esta manera?, ¿Por qué este sufrimiento cayó sobre mí, si yo soy inocente?, ¿Por qué no tengo una
cantidad suficiente de dinero, de trabajo?, ¿Por qué estoy solo?, ¿Por
qué me ha dejado mi marido, mi mujer?, ¿Por qué tengo que soportar a
este hombre en mi entorno?, ¿Por qué Dios prohíbe cosas buenas?,
¿Por qué el mundo está ordenado de esta manera?. Cuando sufrimos,
cuando algo sucede contra nuestros planes, sobre todo en estos momentos, se acerca el diablo para adularnos o para lamentarse de nosotros susurrando a nuestros corazones que somos muy pobres. “Que no
te mereces esta suerte. ¿Donde está la justicia?, ¿Por qué te toca a ti
vivir esto? Debes cambiar esto, encontrar a otro marido, divorciarte,
engañar, cuando te falta el dinero no pagar los impuestos, esquivar
todas las dificultades y obstáculos en tu vida. Eres en fin un hombre
pobre y maltratado”. La situación existencial que tuvo lugar al inicio
de la historia de la humanidad se repite en nuestra vida. No cambió
nada desde aquellos tiempos. El diablo viene para tener lastima de ti,
para llorar contigo sobre tus desgracias y al mismo tiempo quiere ser
un consejero que te señala quien es el responsable de todo esto -por
supuesto le echa todas las culpas a Dios-.
Las consecuencias del pecado original
Cuando tomo del fruto del árbol prohibido, de alguna forma doy
una respuesta al diablo diciéndole “Así es, tienes razón, voy a tomar
este fruto, aquí está la verdad, aquí está para mí la vida, se me van a
abrir los ojos, seré como Dios y yo voy a decidir mi suerte”. Al tomar
del fruto estoy diciendo “Dios es un mentiroso, Dios no existe, yo soy
un dios y debo preocuparme por mi vida”. Cuando Dios desaparece
del horizonte de mi vida, cuando por el pecado me arranco de este
suelo que es Él mismo, entonces empiezo a secarme como un árbol
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con las raíces cortadas. En uno de los salmos hay una bella comparación que se refiere a la situación del paraíso. Allí se habla de un árbol
plantado cerca de un torrente de agua cuyas hojas no se marchitan.
Siempre es verde y aun en la vejez da frutos. Pero cuando el árbol se
arranca con sus raíces de este lugar empieza a secarse, se produce su
muerte. Pero aun un árbol seco, saca sus brotes buscando humedad,
buscando la vida.
Algo parecido sucede con el hombre cuyo destino es la vida,
cuando por el pecado se separa de la fuente de la vida, de Dios, entonces perdura en él el deseo de esta y la va a buscar pero ya no en el Dios
misericordioso, en el Dios del amor, sino en las apariencias de la existencia, en algo que le parece que va a sustituir a Dios. Existen estas
facetas de la existencia humana donde realmente nos enraizamos y de
allí intentamos sacar la vida. Una de estas facetas, con seguridad, es el
amor de los demás: nos parece que existimos si somos amados. Esta es
la tierra en la cual con mayor frecuencia nos enraizamos. Estamos
convencidos que solamente gracias a que alguien nos ama, nos ve, nos
acepta, nuestra vida es feliz. Pero cuando no hay este amor tan esperado, nos secamos como un árbol arrancado de la tierra.
Con esta búsqueda de afecto se relaciona el dinero ya que creemos que gracias a la fortuna podemos conseguir comprar el amor y el
respeto de los demás. El dinero es el señor de este mundo y por eso
dice Jesús: “No se puede servir a Dios y al Dinero” (Mateo 6,24).
Vemos que el dinero realmente se transforma para nosotros en algo
muy importante, en contrincante de Dios, en el cual buscamos nuestra
realización y seguridad. Dice un viejo dicho “quien tiene dinero tiene
amigos”. Muchos están convencidos que con el dinero se puede comprar todo: amor, sexo, fama, todos los placeres del mundo. Después
del pecado original el dinero se transformó en una tierra fértil en la
cual nos enraizamos engañándonos a nosotros mismos creyendo que
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nos va a dar la verdadera felicidad. El hombre es capaz de matar, combatir, vender armas, drogas, vender su propio cuerpo porque está convencido que el dinero es la fuente de la vida.
El pecado original es una verdadera tragedia, ya que cuando dejamos de creer en el Dios del amor entonces todo se hace posible. Podemos enraizarnos en cualquier lugar y descubrir la posibilidad de la
autorrealización ya por la búsqueda del afecto o por el dinero, por el
éxito, por alcanzar el primer lugar, la fama y lo hacemos de cualquier
manera que consideramos eficaz sin tener en cuenta si esto está de
acuerdo con el proyecto de Dios.
Voy a usar otra comparación más para darnos cuenta mejor de las
consecuencias del pecado original. Antes del pecado original teníamos
una especie de receptor, de un radar en nuestro corazón que captaba
con facilidad las ondas emitidas por Dios. Estas hondas, por supuesto,
es la voz de Dios, Su palabra que constantemente nos decía: “Yo te
amo, no tengas miedo, tu eres la niña de mis ojos”. Esta voz de Dios
la tenemos grabada en el Salmo 23 (22): “El Señor es mi pastor, nada
me puede faltar. El me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el recto
sendero por el amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu
bastón me infunden confianza” (Salmo 23 (22), 1-4). Es la voz de la
misericordia, es la Palabra del Padre que nos acompaña en medio de
diversos acontecimientos que nos toca vivir, también cuando nos toca
cruzar por las oscuras quebradas, por la noche oscura, por el sufrimiento y por la cruz.
“Yo soy tu pastor, no te falta nada – dice Dios – yo soy el amor misericordioso, no tengas miedo de nada, no temas”. El pecado ha provocado que este receptor se estropeara, el diablo le cambio la frecuencia, arruinó este radar en nuestro corazón y ya no somos capaces de
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escuchar la voz del Padre misericordioso, pero escuchamos otras voces: “¿Dónde está tu Dios?, ¿Dios está realmente aquí?”. El pueblo
elegido preguntaba en el desierto: ¿Dios puede estar realmente aquí
con nosotros? ¿Dios puede estar en tal lugar como el desierto, puede
estar presente en mi historia cuando me enfermo, cuando sufro, cuando
muere mi hijo, cuando hay guerras, Auschwitz, SIDA, cuando hay
desastres naturales, inundaciones, etc.?, ¿Dios puede estar en este lugar?. Cualquier cosa que suceda en nuestra vida preguntamos de una
manera parecida. Cuando alguien te ofenda, cuando experimentas una
injusticia, enseguida preguntas: ¿es que Dios es el amor?
El pecado original provocó realmente un desastre en nuestra mentalidad, en nuestro corazón. Antes del pecado original se destruyó en el
hombre la fe que nos dice que Dios es el Padre lleno de amor. Esta fue
la consecuencia del pecado, de tomar el fruto del árbol prohibido.
Cuando el diablo logra en nosotros debilitar, zarandear la fe y la confianza en Dios entonces todo es posible, se busca otras fuentes de la
vida. La Biblia en los primeros 11 capítulos del Libro de Génesis nos
muestra qué sucede cuando el hombre pierde la fe y la confianza en
Dios, cundo huye de Él. Que desastre se produce en la historia de la
humanidad: como un hermano mata al otro hermano, como toda la
sociedad se degenera y Dios envía el diluvio para frenar este mal que
se extiende, como el hombre en su soberbia construye la torre de Babel
para llegar al cielo y hacerse igual a Dios. Todo esto manifiesta las
consecuencias de la perdida de la confianza en Dios, las consecuencias
del pecado, ya que estas dos posturas están unidas inseparablemente.
Tuve miedo porque estaba desnudo, por eso me escondí
Cuando el hombre comete el pecado busca en su alrededor a los
culpables. Cuando le molesta su desnudez, el sufrimiento, cuando no
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puede encontrar el alimento para sí mismo en las criaturas de este
mundo, entonces busca a los culpables. Dios busca a Adán y Eva llamando. “¿Dónde estás?” (Génesis 3,9). Hasta ahora siempre les encontraba y ellos siempre estaban dispuestos a encontrase con el Amor,
pero ahora se esconden. Por primera vez en la Biblia aparece la palabra: miedo. ¿Uno puede tener miedo de Dios, del Padre lleno de amor?
Así es, puede, si se distorsiona en nuestros corazones Su imagen y
cuando lo vemos como un mentiroso, como un oponente, como un
policía, como un guardián de la ley o como un verdugo. Todas estas
falsas imágenes de Dios son un fruto de la mentira del diablo y sembradas en nuestros corazones pueden producir una gran devastación.
Dios le pregunta a Adán: “¿Quién te dijo que estabas desnudo?”
(Génesis 3,11) “¿Quien te mintió tanto, quien de una manera tan perversa te catequizaba”?. Entonces Adán busca a un culpable: “No fui
yo quien tomó el fruto, esta mujer es la culpable, por su culpa cayó
sobre mi esta desgracia, si no fuera por ella no tendría la necesidad de
esconderme de Ti”. Después Dios le pregunta a Eva: “¿Cómo hiciste
semejante cosa?” (Génesis 3,13). Y ella tampoco asume su responsabilidad cuando dice: “La serpiente me sedujo y comí” (Gen 3,13). Y
echa la culpa a la serpiente.
En toda la historia de la cual hablamos, hay dos pecados o diciendo
más concretamente: dos negaciones de la misericordia. A la primera la
encontramos en el hecho de arrancar el fruto y la segunda en el hecho
de esconderse de Dios. Podríamos preguntarnos ¿Qué hubiera sucedido después del pecado, después de tomar el fruto, si Adán y Eva no se
escondiesen de Dios? Cuando escuchamos la parábola del hijo prodigo
de San Lucas, entonces vemos al padre que espera la vuelta de su hijo
y cuando vuelve lo abraza y le perdona. ¿Será que el Dios del Evangelio de San Lucas es un Dios diferente del Libro de Génesis? Es el
mismo Padre misericordioso quien espera a sus hijos, a los hijos
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pródigos, es el mismo Dios de Jesucristo quien en su sangre perdona
nuestros pecados. Si Adán y Eva dijesen después del pecado: “Padre,
hemos pecado contra Ti, hemos creído a la serpiente, perdónanos este
pecado”, ¿qué haría el Padre? Seguramente estrecharía en su corazón a
Adán y Eva y la historia se desarrollaría de otra manera. Sabemos sin
embargo que ellos al esconderse confirman, en esta postura, que hay
que tener temor a Dios, que hay que evitarlo. Si uno hace algo malo
debe esconderlo. Por eso este segundo hecho es aun más nefasto que el
primer pecado, es una negación aun mayor de la Divina Misericordia
ya que es algo premeditado, consciente y reconfirmado por el temor.
Esta postura está presente en nuestra vida. Cuando cometemos un pecado, en lugar de ir en seguida al Padre de la misericordia, confesarnos, rezar y pedir el perdón, no escondemos de Dios o aún peor, lo
consideramos culpable. Guardamos en nosotros mismos un gran pesar,
un enfermizo sentimiento de culpa, de incapacidad de perdonarnos a
nosotros mismos, aunque hemos recibido el perdón en el Sacramento
de la Reconciliación. No creemos en el amor que perdona, en la misericordia que no conoce límites, por eso, en tantas ocasiones volvemos
en la confesión a relatar los pecados que una vez ya hemos confesado
y recibido la absolución. A veces las personas mayores vuelven a confesar los pecados cometidos en la juventud, 40 o 50 años antes. ¿Por
qué? Porque en el fondo del corazón escuchan esta misma voz del
diablo, la cual han escuchado Adán y Eva en el paraíso: “Dios no te
ama, como Él puede perdonarte tus pecados, no le importas, mejor no
tener ninguna relación con Él, escóndete, sé tú mismo, solamente tú,
preocúpate por tu vida”
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Pondré enemistad entre ti y Su linaje
La palabra que meditamos hoy es un maravilloso don de Dios, una
maravillosa medicina que procede del mismo Padre de la misericordia.
Dios se acerca a nosotros en esta palabra y nos recuerda el más importante de sus atributos: “Yo soy rico en misericordia, pero necesito de
los apóstoles de esta misericordia, para que anuncien al mundo esta
Buena Nueva porque el mundo la necesita”. En el día de hoy, cuando
está de moda la venganza y la norma de devolver mal por mal se hace
necesario recordar continuamente el perdón que se encuentra en Dios,
es imperioso recordar la salvación que trajo Jesucristo y que ya fue
anunciada en el paraíso. Uno del linaje de la mujer va a destrozar la
cabeza de la serpiente.
¿De qué manera Jesús lo hizo? En el hermoso prefacio sobre la santa cruz se nos dice que el diablo que en un árbol venció, también en un
árbol fue vencido. En el árbol del paraíso mintió a Adán y Eva y en el
árbol de la cruz esta mentira fue aniquilada. Jesús Crucificado es la
prueba más grande de que Dios nos ama, que Dios es el amor porque
le dio al hombre lo más precioso que tenía, su Hijo Unigénito. Uno de
los salmos dice así de Cristo: “Gusten y vean que bueno es el Señor”
(Salmo 34, 9). Primero el diablo tentó a nuestros padres “Toma y
prueba el fruto de este árbol para que te convenzas que eres dios, que
Dios verdadero no existe”. En la cruz podemos contemplar otro fruto.
No solamente podemos observar sino también podemos tomarlo y
comprobar cómo realmente Dios nos ama. En la Eucaristía comemos
al mismo Jesús, a Este que vemos en la cruz herido, destrozado, coronado y cargado con nuestros pecados. Es el mismo fruto cuya contemplación y gustación nos trae la sanación de las heridas que nos infligió
el diablo. El mensaje de la Divina Misericordia es tan simple y tan
cercano a nuestro corazón que en realizad no deseamos, no extrañamos
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nada tanto como a esta verdad que nos acercó Santa Faustina para que
no creamos al diablo, para que no nos alimentemos con su veneno sino
que nos entreguemos a la Misericordia, confiemos en Jesucristo, confiemos en Dios. La invocación “Jesús en ti confío” puede ser un remedio, un antídoto eficaz contra la mentira del demonio.
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CAPITULO 3
Nuestra reflexión sobre la Divina misericordia en el misterio de la
Encarnación y nacimiento del Hijo de Dios se va a basar sobre el
prólogo del primer capítulo del Evangelio de San Juan. En él, el discípulo amado de Jesús contempla al Verbo que se hizo carne. El mensaje
fundamental que manifiesta este texto del Evangelio es el siguiente:
eterna Palabra de Dios, Hijo de Dios, Él por quien todo fue creado – Él
mismo se hace criatura, asume la naturaleza humana, se hace carne,
para que con esta presentación aceptar sobre sí la muerte y que por la
resurrección nos entregue su Espíritu que tiene la fuerza de hacernos
hijos de Dios. Intentemos poco a poco considerar estas extraordinarias
verdades.
La Misericordia de lo alto
En la meditación sobre la Encarnación, San Ignacio presenta a la
Santísima Trinidad -las tres Divinas Personas- cómo miran sobre la
superficie de la tierra y como ven que todos van al infierno, toman la
resolución en su eternidad de que la segunda Persona se va a hacer
hombre para salvar al género humano. De esta manera, cuando llegó la
plenitud de los tiempos, envían al Ángel Gabriel a nuestra Señora. San
Ignacio con un lenguaje sencillo presenta a Dios mirando a la tierra.
No es una mirada indiferente, como lo sugieren los deístas, sino una
mirada llena de amor y solicitud.
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La solicitud de Dios surge sobre todo de la vedad revelada en la
Sagrada Escritura “Porque Dios no ha hecho la muerte ni se complace
en la perdición de los vivientes. El ha creado todas las cosas para que
subsistan; las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas
ningún veneno mortal…” (Sab. 1, 13-14).
Sin embargo la muerte existe, existe el infierno, existe el peligro de
que todos los hombres perezcan y se condenen. ¿De dónde surgió este
peligro?, ¿De dónde surgió la muerte? Ella vino por la envidia del
demonio, Jesús dice de él que: “desde el comienzo fue homicida y no
tiene nada que ver con la verdad, porque no hay vedad en él. Cuando
miente, habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y padre de la
mentira” (Jn 8,44). La muerte vino también por la desobediencia de
los primeros padres cuando dejaron de creer en el amor de Dios y
arrancaron el fruto del árbol prohibido como un signo de que se puede
tener vida fuera de Dios. Por eso experimentaron la desnudez, es decir
la muerte, en los niveles más profundos donde ya ninguna apariencia
de la vida pueda sustituir este deseo de felicidad que el hombre lleva
en sí. Si Dios mira desde arriba con amor a la tierra es porque ve la
terrible desgracia del hombre al cual llamó a la vida, a la felicidad y no
a la muerte. Por eso dice la Palabra de Dios que conmueves sus entrañas - algo que es más esencial en Dios – al ver la desgracia humana, la
posibilidad de la eterna condenación. El amor se opone a la muerte,
por eso Dios hará todo lo posible para liberar al hombre de esta muerte. De ahí nace en Él el maravilloso plan de la salvación por el cual la
muerte - que es el fruto de la envidia del demonio, también fruto del
pecado del hombre – va a quedar aniquilada.
De qué manera hacer esta salvación si el pecado no solamente golpeó al mismo hombre y además se produjo un abuso para con Dios,
una gran injusticia en relación a Aquel que es amor. La Santísima Trinidad que mira a la tierra con inimaginable ternura, decide que esta
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salvación solamente puede ser realizada por alguien que es igual a
Dios, pero al mismo tiempo alguien que lo va a hacer en nombre de
toda la humanidad. El único que puede hacerlo es la segunda Persona
Divina, el Hijo de Dios. Pero esta Palabra eterna del Padre debe hacerse hombre, por eso Dios elige para su hijo una digna morada, la más
hermosa en la tierra y en el cielo, que se va transformar en el lugar de
la actuación del Espíritu Santo, el lugar de la concepción de Jesús.
Hace muchos siglos Dios prometió a Adán y Eva que iba a introducir
la enemistad entre los descendientes del diablo y los descendientes de
la mujer (Génesis. 3,15). Esta mujer, la Arca de la Alianza y Casa de
oro, es la humilde Virgen de Nazaret María. Justamente a Ella Dios
envía al Arcángel Gabriel con el anuncio que nadie en la tierra oyó, y
el cual decía que la hora de la salvación se acercaba y solamente de
Ella iba a depender si esta salvación se realizaba.
Hágase en mí según tu palabra
La Divina Misericordia se manifiesta no solamente en el plan de la
salvación de los hombres sino sobre todo en la realización que se inicia
con el momento de la Anunciación, cuando a la casa de María viene
Gabriel para anunciarle que va a ser la madre de Emmanuel. La misma
escena de la Anunciación a la cual diversos artistas intentaban imaginarse de múltiples maneras, es un hecho muy simple y el cual hace
falta ver con ojos de fe, mirar de una manera parecida como le miraba
María. ¿Qué trae el Ángel a la casa de Nazaret? Trae una noticia increíble, una noticia que va a ser para muchos, hasta el día de hoy, escandalosa, que Dios eterno se va a hacer uno de nosotros, se va a hacer
hombre. Muchos textos antiguos (Midras 1) relatan que Moisés se es1
Midras (interpretación), término aplicado a los escritos explicativos y exegéticos
judíos de las Escrituras
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candalizó y tuvo dudas sobre si Dios puede rebajarse tanto para responder a las demandas del pueblo en el desierto. Por eso no entró en la
tierra prometida. ¿Dios puede anonadarse aun más no solamente para
cumplir los caprichos de su pueblo, sino hacer algo más: Él mismo
aceptar la naturaleza de sus enemigos, aceptar la naturaleza de Adán y
Eva que mostraron la desobediencia a Dios? Así es justamente la misericordia de Dios. Se anonadó de esta manera haciéndose uno con los
hombres, de una cerviz dura y de un corazón de piedra.
Otra cosa que podría parecer increíble era la manera como el Hijo
de Dios vendría a la tierra. “¿Cómo puede ser esto, si yo no tengo
relaciones con ningún hombre? – Dice María al Ángel – El Espíritu
Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lucas. 1,35). La humilde Virgen recibe estas dos noticias con fe. Dios
ama tanto, es tan misericordioso, tan humilde que puede hacerse hombre y tan poderoso (para Dios no hay nada imposible) que esto puede
realizarse en su cuerpo por la obra del Espíritu Santo. María con fe
acepta este mensaje y cuando dice su “sí” (Fiat): que se haga en mi
según tu Palabra, inmediatamente se engendra en Su seno Jesucristo,
la palabra eterna del Padre, que estaba desde el principio, que era Dios,
ahora se hace carne y habita entre nosotros.
Esto que se realizó en la Virgen María no tiene nada perecido en la
historia de la humanidad. Es un acontecimiento central que asombra a
todo el cielo y a los que creen en este mensaje. Qué alegría indescriptible aparece en el cielo al realizarse la Encarnación, que el Hijo de
Dios vino a la tierra. Es imposible describir y explicar esta verdad, que
el mismo Dios asumió la naturaleza humana para tomar sobre su cuerpo nuestros pecados y llevarlos al árbol de la cruz. De la misma manera es imposible de expresar la misma verdad de la Encarnación. No
solamente el hombre esperaba la redención sino “la creación entera,
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hasta el presente, gime y sufre dolores de parto” (Romanos 8,22) esperando la liberación de los hijos de Dios por Jesucristo. Pero sobre
todo espera esta liberación el hombre. ¿Entonces este no es el punto
culminante en la historia de la humanidad? Cuando la muerte y la desdicha se muestra con furia en la historia del hombre en el momento de
la Anunciación, en la respuesta de María ya se advierte la aurora de la
salvación, ya que la muerte debe temblar viendo como Jesús pone su
tienda entre los hijos de los hombres, que sus días ya son contados.
La luz verdadera
San Juan en el Prólogo de su evangelio nos presenta dos imágenes,
dos conceptos que son como un resumen, una síntesis de toda la historia de la salvación: luz y tinieblas. Estos dos términos presentan muy
bien la situación existencial del hombre. Las tinieblas son una realidad negativa, algo que nos paraliza, no permite desplazarnos a causa
de la incertidumbre que hay más adelante. Las tinieblas nos inquietan,
introducen el temor y sobre todo son un símbolo de la muerte. Tenemos muchas imágenes bíblicas que presentan a las tinieblas, la noche,
como símbolo de la muerte: las tinieblas anteriores a la creación del
mundo, las tinieblas de la incredulidad antes de Abraham, la noche
pascual del éxodo de Egipto, la noche de la traición de Judas. Lo
opuesto a la noche y las tinieblas es la luz que se relaciona con la vida.
Gracias a la luz toda la naturaleza se desarrolla, también cada uno de
nosotros tiene otra perspectiva cuando ve una luz, la luz permite orientarnos mejor en el espacio, alegrarnos con la belleza de la naturaleza.
Sabemos sin embargo que tanto las tinieblas como la luz - no son solamente una realidad que percibimos con los sentidos, sino también
una realidad espiritual que describe mi estado interior. Así, las tinieblas son imagen de mi situación de inseguridad, pecado y muerte
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espiritual. La luz, es la imagen de la felicidad y vida. Las tinieblas
simbolizan las fuerzas del mal, el poder de Satanás, la luz manifiesta a
Dios que es la fuente de la vida. La historia de la salvación fue presentada por San Juan como un continuo enfrentamiento entre la luz y las
tinieblas. Desde el principio se ve como algo evidente – y esto se refiere también al origen físico – allí donde aparece la luz desaparecen las
tinieblas ya que “La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la
percibieron” (Juan. 1,5). Allí donde aparece Dios no pueden existir las
tinieblas. Por eso “era la luz verdadera que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre” (Juan. 1, 9). Jesucristo llega a nuestras tinieblas, en nuestra muerte para resplandecer con su luz que vence y disipa
las tinieblas del mal y en esto consiste el juicio que realiza el Hijo de
Dios. “En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres
prefirieron las tinieblas a la luz porque sus obras eran malas” (Juan.
3,19). El juicio consiste primero en mostrar qué es en la realidad el
pecado, cual es su dimensión y poner en evidencia la verdad sobre él.
Por eso este es el juicio de misericordia ya que si la Luz ilumina mis
pecados, si los pone en evidencia entonces está cerca mi salvación.
La Divina Misericordia se revela en la Palabra Encarnada. ¿En qué
consiste concretamente? La aparición de la verdadera luz en el mundo
– Jesucristo – significa que Sus posturas, Sus enseñanzas, Sus obras y
sobre todo su cruz ayudan al hombre a ubicarse en la verdadera realidad del pecado y de la muerte. En confrontación con las posturas de
Jesús tenemos que admitir que Él es la verdad, que sus posturas son
verdaderas y que nosotros nos hemos equivocado que “todos andábamos errantes como ovejas” (Isaías. 53,6). La misericordia consiste en
que tenemos la oportunidad de dejarnos atravesar por la luz que surge
de Jesús, es decir, permitir que nuestras malas obras puedan hacerse
visible primero para nosotros mismos para que podamos admitir que
las hemos hecho. No se trata aquí solamente de que veamos ciertos
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pecados que son un quebrantamiento de la ley de Dios, pero si toda
nuestra mentalidad, nuestra naturaleza de hombre viejo, de una vieja
criatura, del hombre carnal. San Pablo dice que: “los deseos de la carne se oponen a Dios, ya que no se someten a su Ley, ni pueden hacerlo” (Romanos. 8,7). La Divina Misericordia no consiste solo en esto
que Jesús – la Palabra Encarnada – ilumina nuestra realidad sino también en esto que por todo el misterio de su pasión, muerte y resurrección nos envía a su Espíritu para que podamos ser una nueva criatura,
un nuevo Adán, un hombre espiritual.
Vino a los suyos y los suyos no la recibieron
Podemos hacernos una nueva criatura solamente cuando permitamos a la Palabra actuar en nosotros y aceptarla en nuestra vida. Por
eso, el momento más triste en la historia de la salvación es que Jesús
“vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron” (Jn. 1,11). Vale la
pena detenernos un poco sobre esta verdad aunque parece muy dolorosa pero igualmente contiene en sí el misterio de la Divina Misericordia
que consiste en el regalo de la libertad para el hombre. No hay amor
cuando nos sentimos obligados o esclavizados para recibir el amor.
Con frecuencia en nuestra vida sucede que aparecen estas posturas
cuando exigimos una respuesta a nuestro amor, cuando chantajeamos a
los demás para que nos acepten, para que nos vean, para que respondan con su obediencia a nuestro amor pero en este caso les quitamos la
libertad, también la libertad de rechazarnos.
Con Dios todo es diferente. El misterio de Su misericordia consiste
sobre todo en el respeto de nuestra voluntad, de nuestras elecciones.
Recordamos la postura del padre que respeta la libertad del hijo prodigo: cuando el hijo pidió al padre la parte de la herencia que le correspondía, el padre se la dio. El padre no manipula a su hijo, no lo chantaParroquia de San José – Almería
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jea sino respeta su libertad y le permite alejarse. Esta imagen del amor
paterno va a quedar en el hijo y se lo agradecerá al padre. Cuando tenga un momento de gran dolor, justamente este recuerdo de ese amor le
va a permitir volver al padre.
La Divina Misericordia conoce lo que es la paciencia ya que “el
amor es paciente” como dice San Pablo (1 Corintios. 13,4), y por eso
solamente Dios sabe esperar. Es verdad que los suyos no lo recibieron
¿pero puede Dios obligar a alguien para que reciba su don? Podríamos
decir que existe solamente una manera por la cual Dios nos “obliga” y
es para abrirnos a Él. Esto es el amor. Si alguien no lo ve, no lo percibirá y por tanto no responderá a él. Por eso en toda la historia de la
salvación Dios se manifiesta como un Padre bondadoso que dice de sí
mismo: “Aunque todos se olviden yo no te olvidaré” (Isaías. 49, 15).
De ahí viene la gran importancia de hablar de Dios de una manera
adecuada. Ya en la niñez se forma en nosotros Su imagen. Cuando el
niño es amenazado con Dios cuando es desobediente o se porta mal,
recibe un mensaje distorsionado sobre Dios. Igualmente la misma postura de los padres cuando son educadores a los cuales les falta la misericordia, influye sobre la imagen de Dios en el niño y puede cristalizar
esta imagen para toda la vida. Se puede hablar de Dios de distintas
maneras pero solamente la manifestación de Su verdadera imagen
como Padre misericordioso trae efectos benditos, ya que hace surgir el
amor y la confianza en Él.
El verbo se hizo carne
La Palabra Eterna del padre se hizo carne en la Virgen María a
través de su consentimiento y por su fe. Jesús fue engendrado en María
por la obra del Espíritu Santo y nació en un establo de Belén. Sería
conveniente detenernos sobre este acontecimiento del nacimiento de
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Jesús, ya que el pesebre de Belén contiene un gran mensaje de la Misericordia Divina. ¿Qué sucede en Belén que descienden los coros de los
Ángeles para llamar la atención de los pastores sobre este acontecimiento? Es que en el pesebre nace un niño que aparentemente no se
diferencia en nada de otros niños pero – los ángeles lo saben – es el
Hijo del Altísimo, es el mismo Dios, es el Creador del cielo y la tierra,
de todo el universo a quien obedecen todas las estrellas y galaxias.
Este niño pequeño es el Señor, Kyrios, a quien obedecen los coros de
los ángeles, que es uno con el Padre y que es el mismo Amor.
El mensaje de la misericordia consiste aquí sobre todo en la postración y humillación a la cual se somete Jesús. San Pablo dice que Jesús:
“El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios
como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a
sí mismo, tomando la condición del servidor y haciéndose semejante a
los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta
aceptar por obediencia la muerte y la muerte de cruz” (Filipenses. 2,
6-8). El verdadero problema de cada uno de nosotros es que deseamos
ser el primero, ser un dios de nuestra propia vida. Esto es al mismo
tiempo la esencia del pecado original, ser como dios y esta tentación
sigue estando presente en nuestra vida. Nosotros que somos criaturas
queremos ser un dios de nuestra vida y Él que es Dios, que es el Primero se hizo hombre, se hizo servidor, se hizo el último. Verdaderamente es insondable la Divina Misericordia que adopta esta y no otra
pedagogía en relación al hombre: no moraliza, no grita, no quiebra la
caña doblada y no apaga la mecha humeante (Mateo. 12,20). Pero en
el silencio de la gruta de Belén Dios mismo se hace hombre, sin pretensiones, Él que podría nacer en un palacio como correspondería al
rey. Esta clase de humildad es al mismo tiempo una clase de misericordia ya que Jesús no usa ningunos argumentos de fuerza. Aquí, en
presencia de la debilidad de Dios el hombre se hace realmente libre, no
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obligado a nada y solamente en estas condiciones puede dar su respuesta a Dios. La Divina Misericordia consiste en esto mismo, que Él
que es todopoderoso, se hace débil para que podamos hacer el acto de
fe en total libertad. El camino de Jesús es el camino de descender de lo
alto del cielo a la tierra y aun más hasta el abismo de los infiernos para
buscar al hombre extraviado. Jesús desciende al abismo de nuestra
existencia, a nuestros infiernos, donde reina el vacío y la muerte, para
allí encontrarnos y manifestarnos su amor. Existen algunas partes de
nuestro yo, de nuestra vida, donde nos escondemos hasta de nosotros
mismos porque tenemos miedo del juicio de los demás, tenemos miedo
de perder el amor de los demás; allí ni siquiera nosotros mismos nos
amamos ni aceptamos. Solamente Jesús tiene la valentía de entrar allí
si nosotros no nos oponemos a ello, ya que solamente Él perfectamente
nos entiende, no nos juzga ni condena ya que “vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lucas. 19, 10).
A todos los que la recibieron les dio el poder de llegar a ser
hijos de Dios
Este es el magnífico regalo que trae el Verbo Encarnado para el
hombre. Un admirable cambio. Nosotros le damos a Jesús la naturaleza de la vieja criatura y Él nos da la naturaleza de los hijos de Dios. No
se realiza esto de una manera mágica. Recordamos lo que hemos dicho
de nuestra libertad a la cual Dios respeta y no quiere hacer nada sin
nuestro consentimiento. San Agustín dijo que “Dios que nos creo sin
nosotros no quiere salvarnos con nosotros.” Existen muchos términos
inadecuados en cuanto a nuestra filiación, es decir, sobre nuestra salvación. Muchos piensan que Jesús por su venida a la tierra y su muerte
en la cruz nos abrió el cielo y pertenece a nosotros procurar alcanzarlo
para merecerlo, para entrar allí gracias a nuestro trabajo sobre nosotros
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mismos y por nuestro propio esfuerzo. Es verdad que Jesús nos abrió
el cielo pero nuestra filiación, nuestro cambio, nuestra justificación, o
si queremos nuestra santificación no se realiza por medio de voluntarismo ni trabajo, sino por la fe. Justamente la fe abre las puertas al
Verbo Encarnado que tiene poder de hacernos hijos de Dios. San Juan
en el considerado prólogo dice claramente: “Pero a todos los que la
recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a
ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la
carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por
Dios” (Juan. 1, 12-13).
La verdad fundamental del desarrollo espiritual es que el hombre
nuevo que nace en nosotros no es un fruto del esfuerzo propio, es un
don del Espíritu Santo como el Hijo nacido de María no es fruto ni de
la carne, ni de la sangre sino es el fruto del Espíritu Santo y el fruto de
la fe de María. Este es también otro don de la Divina Misericordia que
nos da su gracia gratuitamente, además, sin merito de nuestra parte.
La hemos recibido – como dice San Pablo – “cuando fuimos pecadores” (Romanos 5,8), es decir, cuando fuimos enemigos de Dios y le
mostramos la espalda. Él en su infinita misericordia se inclinó sobre
nosotros. Sería conveniente meditar este aspecto ya que aquí se encuentra el misterio de la Misericordia Divina que es muy difícil percibir para los que se fijan en su trabajo, sus virtudes y su perfección.
Justamente por esto que fuimos sin fuerzas, bajo el dominio del pecado, incapaces de cumplir la ley de Dios tuvo que aparecer Jesús para
aniquilar el pecado y nos dio su gracia, “donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia” (Romanos 5, 20).
Muchas veces en el Antiguo Testamento Dios le recordaba a su
pueblo que la elección que recayó sobre él no fue realizado por sus
méritos sino solamente para que por la acción de Dios se manifieste
en este pueblo la santidad de Javéh. “No lo obro por consideración a
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ustedes” (Ezequiel. 36, 32). De una manera parecida habla S. Pablo:
“Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto
no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe. Nosotros somos creación
suya; fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos” (Efesios. 2, 8-10). Dios en su infinita misericordia nos preparó
las obras de la vida eterna pero ellas son el fruto de la fe, el fruto de la
justificación gratuita. Quien se hace realmente Hijo de Dios hace estas
obras. Este hombre no va a hacer daño al prójimo, no va a ser soberbio
en relación con Dios; el niño tiene la naturaleza de Jesucristo, es
humilde y confiado. Justamente en Él, de su interior surge por el Espíritu Santo el grito: ¡Abba – Padre! Y esto es la obra de la Divina Misericordia que realiza en nosotros “la Palabra que se hizo carne” (Juan.
1,14) y se realiza de una manera semejante como en María: por medio
de la fe y por el Espíritu Santo. Procuremos al final de esta meditación
junto con San Juan, contemplar a la Palabra Encarnada que nos manifiesta la misericordia del Padre. Pidamos a Jesús por el don del Espíritu Santo y la gracia de la fe para que podamos hacer un camino parecido al de María que buscando atentamente la voluntad de Dios le dio la
más maravillosa respuesta de fe.
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El Ángel del Señor anunció a María.
Y concibió por obra del Espíritu Santo.
Dios te salve, María... Santa María...
He aquí la esclava del Señor.
Hágase en mí según tu palabra.
Dios te salve, María... Santa María...
Y el Verbo se hizo carne.
Y habitó entre nosotros.
Dios te salve, María... Santa María...
Ruega por nosotros, santa Madre de Dios.
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.
Oremos:
Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del Ángel,
hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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CAPITULO 4
El misterio pascual, es decir el misterio de la muerte, resurrección y
ascensión de Jesús al cielo y de la venida del Espíritu Santo, es el
máximo cumplimiento del proyecto de la Divina Misericordia para con
el hombre. Este, se cumple en la persona del Hijo de Dios Jesucristo
que para esto se hizo hombre y asumió nuestra naturaleza para poder
llevar a cabo en su cuerpo el proyecto de Dios en el misterio pascual.
Por lo tanto, este misterio es algo extraordinario en la historia de la
salvación, es su vértice, el punto central de toda la historia de la humanidad. En este misterio la Divina Misericordia llega a tener su plenitud.
El anuncio de la Pasión
El Libro de Eclesiastés dice que todo tiene su tiempo (Ecl. 3, 1).
Esto también se refiere a los proyectos de Dios relacionados con el
misterio de la pasión y resurrección de Jesús. También Él debía esperar su hora, aunque en su amor deseaba mucho que este momento llegase lo antes posible. Sin embargo, Jesús era paciente y antes de que
este llegara, preparó a sus discípulos para que comprendieran la necesidad de esta hora, ya que si no volvía a la casa del Padre no podría
enviar la Paráclito que les enseñará todo, que les recordara todo (Juan.
14,25). Hacía esto de una manera muy delicada para no perjudicar la fe
frágil de sus Apóstoles. La preparación a su Pascua se realizaba sobre
todo por medio de los anuncios de la pasión en los momentos predeterminados. Primero en el monte Tabor en la presencia de Moisés y
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Elías, Jesús manifiesta a Pedro, Juan y Santiago su gloria. Después les
habla de la pasión y de la cruz, de su rechazo por parte de los ancianos
y doctores de la ley. Con seguridad, para los Apóstoles esto fue algo
muy difícil de entender ya que no lograban comprender porque Él
debe sufrir. Este anuncio de la pasión ya fue preparado por el acontecimiento de la Transfiguración. Fue algo parecido en el caso de la
profesión de fe de Pedro cerca de Cesárea de Filipo cuando Jesús le
dice: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder
de la Muerte no prevalecerá contra ella” (Mateo. 16,18). Justo después
de estas palabras, Jesús empieza a hablar de su muerte y resurrección
en Jerusalén. Aquí tampoco los discípulos entienden porque esto debe
suceder con su Maestro e incluso Pedro le reprocha que esto jamás
pueda suceder. ¿Por qué a pesar de estas reacciones de los Apóstoles
Jesús les sigue hablando de su pasión y muerte? Hace esto teniéndonos
en cuenta a nosotros. Los Apóstoles, después de la resurrección recordaron lo que les decía de esto el Salvador, pero para la Iglesia, para
nosotros, el tiempo de prueba está por llegar y este recuerdo que después de la cruz viene la resurrección puede ser para nosotros un fortalecimiento.
Vayan a preparar mi Pascua
El misterio de la pasión de Cristo se inicia el Domingo de Ramos.
Jesús, de una manera solemne entra a la ciudad de Jerusalén aclamado
por la muchedumbre que canta: “¡Hosanna al Hijo de David!, ¡Bendito
el que viene en el nombre del Señor!” (Mateo. 21, 9). Solamente Jesús
sabe que algunos días después se van a transformar en insultos que la
misma muchedumbre va a vociferar en el patio de Pilatos. Para el Salvador se inicia la amargura de la pasión que nadie es capaz de compartir con Él. Además de su Madre que lo va a acompañar en su vía crucis
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va a quedar solo. Pero antes de que entre de lleno en la pasión desea
trasmitir a los Apóstoles su testamento y quiere hacerlo en un contexto
determinado que sea para ellos más comprensible. El contexto, el marco de esta despedida de sus discípulos es la Pascua judía, celebrada en
Israel cada año. Es para ellos la fiesta más importante, la liturgia más
grande. La Pascua no solamente tiene que recordar el éxodo de Egipto
y toda la historia de salvación de este pueblo, sino que también tiene
que hacer presente la intervención de Dios durante este banquete. En
ella Jesús quiere participar ordenando a los discípulos que la preparen
según las prescripciones que conocen, ya que como verdaderos israelitas, desde su niñez participaban en esta fiesta. Ellos saben muy bien en
qué consiste este banquete y como es exactamente su rito, que alimentos deben encontrase en la mesa, que cantos y salmos deben ser cantados y sobre todo que esta noche es la más santa del año, ya que en ella
se actualiza el amor del Señor que nunca abandonó a su pueblo.
Llegó el Jueves Santo y Jesús reunió a los Apóstoles en el Cenáculo. Como hoy dicen muchos biblistas, esta cena fue celebrada un día
antes, así que cuando los judíos al otro día van a celebrar la Pascua
según sus costumbres, Jesús la va a realizar realmente muriendo en la
cruz. Aunque durante la cena pascual se consumen muchos platos
como: yerbas amargas, huevo, agua con vinagre, el cordero pascual, el
pan y el vino y cada uno de estos platos tienen su significado, nosotros
nos vamos a concentrar solamente en los dos últimos elementos: el pan
y el vino para ver qué mensaje nos trasmiten. El pan que se comía
durante la Pascua judía significaba el pan de aflicción que comían los
padres en Egipto, este fue el pan de lágrimas y de sufrimiento de la
esclavitud. Era al mismo tiempo sin levadura lo cual significaba que
Dios intervenía tan rápido que la masa no lograba fermentar. El vino
significaba la libertad ya que recordaba el tiempo de la conquista de la
Tierra Prometida. Jesús durante la Ultima Cena, conservando todo el
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ritual de la pascua, le da una nueva dimensión a este banquete y a todos estos alimentos que se encuentran en la mesa. Cuando toma el pan
en sus manos ya no señala la esclavitud en Egipto sino su propio cuerpo que va a ser colgado en la cruz. Mirando sin embargo el significado
anterior, podemos sacar la conclusión de que Jesús deseaba que su
cuerpo señalara una esclavitud aun más terrible que la de Egipto. En su
cuerpo suspendido en la cruz se hace visible cada esclavitud humana.
Así dice la Carta a los Hebreos: “Y ya que los hijos tienen una misma
sangre y una misma carne, él también debía participar de esa condición, para reducir la impotencia, mediante su muerte, a aquel que tenía
el dominio de la muerte, es decir, del demonio y liberar de este modo a
todos los que vivían completamente esclavizados por el temor de la
muerte” (Hebreos.2, 14-15). El cuerpo crucificado de Jesús lleva sobre
si los pecados de todos los hombres. El Pan Eucarístico va a señalar la
dimensión de nuestro pecado, la libertad hacia la cual nos lleva Jesús.
La Pascua judía nos ayuda a entender la Eucaristía y al mismo
tiempo a ver mejor la misericordia de Dios que fue constantemente
presente en toda la historia del pueblo de Israel y quien lleva a esta
historia a la plenitud en su Hijo. “No hay amor más grande que dar la
vida por los amigos” (Juan. 15, 13) – dice Jesús, pero él entregó su
vida por los enemigos, por los adversarios, por los pecadores. Esta
verdad se realiza durante la Ultima Cena y se va a realizar en cada
Eucaristía haciéndose de esta manera un sacramento de la Divina Misericordia.
Pedro y Judas
Meditando la pasión de Jesús y sobre todo la misericordia de Dios
revelada en este misterio, parece imprescindible mirar de cerca a los
dos Apóstoles, quienes tenían una participación especial en esta
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pasión. Ellos son los dos discípulos que el Salvador eligió del grupo de
los Doce para que pudieran ser introducidos en los asuntos del reino de
Dios, en la Buena Noticia y después hacerse testigos del Señor resucitado y anunciadores del Evangelio. Asombra el hecho de que Jesús
que conocía muy bien el pasado y sabía lo que se escondía en el corazón de Judas, lo llama también para que fuera su discípulo. Sorprende este hecho ya que revela una imagen de Dios que no entra en nuestros esquemas y en nuestra imaginación de Él. Nos resulta fácil imaginarnos a Dios semejante a nosotros, es decir, a alguien que tiene nuestro sentido de justicia y que no se deja aprovechar, que previendo el
futuro es capaz de defenderse de la traición, del fracaso. Un dios así
recortado a la medida de nuestra razón, por suerte, no existe.
Existe un solo Dios de Jesucristo que ante todo ama y amando no
conoce nada de política, no conoce manipulación, es capaz de fracasar,
llevar sobre sí los pecados de los demás e incluso permitirá que lo
traicionen y maten. Es así ya que la misericordia no consiste en política ni en convenios y acuerdos, sino en la aceptación de la muerte. Judas siempre tenía abiertas las puertas de la misericordia. Jesús no enseñaba otra cosa que precisamente esto: “Este es mi mandamiento:
Ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (Juan. 15, 12). La
Misión de Jesús es la misión de la salvación del hombre. “Yo quiero
misericordia y no sacrificios” (Mateo. 9, 13).
En cambio Judas – como dicen algunos biblistas – pertenecía al
partido de los zelotas cuya idea principal consistía en la liberación de
la ocupación romana. Tal vez por eso se desilusionó de Cristo y lo
vendió porque no hacía nada en esta dirección para liberar a sus compatriotas del dominio de los romanos. Les prohibió que lo llamaran el
Mesías para no suscitar las connotaciones políticas. Se enfrentan dos
opciones: la justicia humana y la misericordia. Judas no entendía este
modo de pensar que Jesús constantemente manifestaba a sus
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discípulos, no lo entendió ni siquiera cuando esta misericordia podría
salvarlo ya que “Dios no ha hecho la muerte ni se complace en la perdición de los vivientes” (Sab. 1, 13). Cuanto depende de la fe en el
amor de Dios. Jesucristo no vino a este mundo para hacer un escrutinio
de nuestros pecados para condenarnos. Este escrutinio se realizó de
otra manera por aceptar los pecados sobre su cuerpo en la crucifixión.
Judas no creía en esto pues él tenía el sentido de la justicia humana y
cuando se dio cuenta de su error tampoco creyó que Dios es misericordioso y puede perdonar esta equivocación.
Fue algo diferente con Pedro. El también cometió un pecado, tal
vez aun mayor que el pecado de Judas, ya que constantemente declaraba su amor al Maestro, siempre era el primero frente a Jesús. Sin
embargo, para Pedro la enseñanza de Jesús sobre la misericordia,
quedó escondida en el fondo del corazón y cuando cometió la traición,
las palabras del Salvador sobre el perdón no solamente siete veces y
otras enseñanzas sobre el amor y también las obras de Jesús, como el
lavado de los pies durante la Ultima Cena fueron unos puntos de referencia y un verdadero amparo. Pedro lloró de pena al negar a Jesús,
pero seguramente en el fondo de su corazón permanecía débilmente la
alegría ya que encontró el tesoro más importante de su vida, el amor
que perdona, el amor gratuito que no se fija en la indigencia humana.
Tal vez recordó la escena del lago durante la pesca milagrosa cuando
quiso que Jesús lo dejara, ya que frente a su santidad se reconoció
como pecador: tal vez en ese momento entendió finalmente la verdad
de las palabras de Jesús, esa verdad que salvó su vida, la verdad que
anunció, esta verdad por la cual va a entregar su vida.
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La cruz de Jesús, el juicio de la misericordia
El momento culminante de la pasión del Salvador, es su muerte en
la cruz. En nuestra reflexión debemos preguntarnos: ¿qué nos revela a
todo el mundo está cruz?, ¿qué verdades surgen de la cruz? Estas son
preguntas elementales ya que las respuesta a ellas, la comprensión de
estas verdades, y aun más su aceptación puede ser para nosotros una
gran luz y la fuente de una gran alegría. Una pregunta parecida hace
San Ignacio al final de la primera semana de los Ejercicios espirituales
y ordena pararse frente a la cruz de Jesús y preguntar: ¿qué hice para
Cristo, que estoy haciendo para Él y que voy a hacer?
Así planteadas las preguntas nos obligan a responder que no pueden
permanecer en la teoría, pero deben surgir de los acontecimientos de
nuestra vida. Estos acontecimientos nos ayudan a descubrir la Sagrada
Escritura, sobre todo el kerigma (anuncio) de Pedro en el día de la
venida del Espíritu Santo. Hablando a la muchedumbre reunida cerca
del Cenáculo, Pedro dice: “Escuchen Israelitas: A Jesús de Nazaret, el
hombre que Dios acreditó ante ustedes para realizar por su intercesión
los milagros, prodigios y signos que todos conocen... ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles” (Hechos de
los apóstoles. 2, 22-23). Estas palabras se dirigen también a nosotros
ya que también tenemos participación en la muerte por nuestros pecados, por nuestro modo de pensar, de actuar, por nuestras elecciones.
“Todo el mundo sea reconocido culpable ante Dios” (Romanos. 3,19).
“Todos están extraviados, igualmente corrompidos. Nadie practica el
bien, ni siquiera uno solo” (Salmo. 14, 3). “Si decimos que no hemos
pecado lo hacemos pasar por mentiroso” (1 Juan. 1, 10). Esta mirada
de la Sagrada Escritura manifiesta la verdad más profunda de nosotros.
Por lo tanto, las palabras de San Pedro deben tocar nuestro corazón
para que podamos acercarnos a la cruz y decir así, “Señor yo también
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te he matado, he contribuido con mis pecados a tu pasión en la cruz.
En tu cuerpo están grabados mis pecados y no tengo nada para justificarme, solamente puedo contar con tu misericordia.”
Realmente la cruz primero se presenta como una señal que juzga.
Este es un juicio terrible ya que “el salario de la muerte es el pecado”
(Romanos. 6, 23). El problema consiste en que esta muerte tocó a
Jesús y no a nosotros. Él se ofreció al Padre para salvarnos de la muerte. Él dijo al Padre: “yo voy a tomar sobre mi esta muerte que les correspondía a ellos porque no quiero que ellos sufran ni que se condenen, porque les amo sin medida; por eso, permita, oh Padre mío, para
que yo pueda aceptar por ellos la deshonra y la muerte”. Así es el juicio de la condenación, pero para el Hijo de Dios en lugar de nosotros,
para nosotros la cruz va a permanecer como el juicio de la misericordia
ya que gracias a él somos salvados de la muerte eterna. La cruz revela
de un lado mi participación en la pasión del Hijo de Dios, revela que
es verdaderamente el pecado que fue capaz de arruinar una rama verde
y de otro lado revela la grandeza de la misericordia, el juicio de la
misericordia gracias al cual somos salvados de la mayor tragedia posible que es la eterna separación de Dios.
¿Qué debemos hacer entonces? San Pedro dice a los reunidos cerca
del Cenáculo: “Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo”. (Hechos de los apóstoles. 2, 38). Convertirse – significa primero reconocer la verdad sobre su propio pecado y seguidamente creer en
este amor gratuito que irradia con maravilloso resplandor desde la
cruz de Cristo. Jesús crucificado me dice a mí: “No tengas miedo, yo
te amo, sé que eres débil, que pecaste ilusionándote que ibas a conseguir la felicidad, que fuiste engañado por el diablo, que estuviste en las
tinieblas, que realmente no sabías lo que hacías pero yo te perdono, yo
no guardo rencor en mi corazón porque yo realmente te amo” . A Dios
le agrada este amor de su Hijo y por lo tanto Jesús no puede permaneParroquia de San José – Almería
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cer en el sepulcro ya que este amor es la vida, es la resurrección. Esta
es la única luz, única señal, que Dios hizo en Jesucristo para todos los
hombres para que no se extravíen, para que no se pierdan. La conversión consiste en la fe en este amor, su aceptación, la apertura a ella es
un cambio total de la orientación de nuestra vida. Quien la acepta es
realmente salvado de la maldición del pecado y puede saborear, gozar
la bendición y la vida.
Resucitó y va antes de ustedes a Galilea
La resurrección no es solamente un premio por el sufrimiento, por
la cruz de Jesús, es sobre todo un don para nosotros, como dice San
Pablo: “(Cristo) fue entregado por nuestros pecados y resucitado para
nuestra justificación” (Romanos. 4,25). Dios misericordioso piensa
constantemente en el hombre. No solamente la pasión de Jesús es un
don para nosotros lo es también la resurrección. Es una condición para
que Jesús nos pueda dar su Espíritu, para justificarnos, es decir, para
hacernos una nueva criatura, un nuevo Adán. Esto es un revestimiento
de una nueva naturaleza. Jesús Resucitado fue constituido el Señor,
Kyrios que tiene el poder sobre el corazón del hombre, quien tiene las
llaves de nuestro ser, de nuestros problemas más profundos, acceso a
nuestra muerte de la cual saca la vida. No hay mejor noticia para el
hombre que esta que existe para nosotros la vida eterna, que Jesús
venció la muerte para nosotros, que nosotros no vamos a morir.
El Misterio Pascual de Jesús no es solamente su muerte en la cruz
y la resurrección, sino también la venida del Espíritu Santo. Aun en el
Cenáculo, el Salvador explicaba a los discípulos que su paso de la
muerte a la vida, de este mundo al Padre, tiene una sola finalidad: la
venida del Espíritu Santo. El, les va a recordar todo, les va a enseñar
todo y sobre todo va a grabar en sus corazones el hecho de la nueva
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vida. Va a escribir una nueva ley, ya no en las tablas de piedra sino en
sus corazones. Lo va a escribir para que puedan amar de una manera
nueva, como Jesús nos amó, para que no se esfuercen en defender su
vida, para que puedan entregarla (ver Mateo. 10, 39), quien no muera
como el grano de trigo, quedará solo (ver Juan. 12, 24), va a seguir
encerrado en el circulo de la esclavitud de diablo.
Sin embargo, quien tenga en su interior al Espíritu al igual que
Jesús, va a ser semejante a Él y va a amar como Él. Podemos darnos
cuenta de lo verdaderas que son estas palabras de Jesús y lo imprescindible que fue la venida del Espíritu Santo, ya que la resurrección
aun no produjo un cambio en los discípulos, puesto que estos seguían
encerrados en el Cenáculo con temor por su propia vida y no tenían
valentía para anunciar a todos la resurrección de Cristo. En el día de
Pentecostés salen abiertamente del Cenáculo y sin tener en cuenta el
peligro de las persecuciones para anunciar a todos que Jesús es el Señor, que es Dios que venció la muerte. La venció en los corazones por
el Espíritu Santo prometido, derribó las barreras que separan a los
hombres entre sí, venció todo el poder del demonio. Ahora pueden
anunciar a los demás, pueden perder su vida, ser encarcelados, pueden
ser matados y llevados como ovejas al matadero (ver Romanos. 8, 36)
ya que tienen en si la experiencia de la vida eterna.
El Misterio Pascual, es decir, el misterio de la Pascua de Resurrección
ya fue revelado, manifestado. Jesucristo ya no tiene para nosotros secretos al igual que los amigos no tienen entre sí secretos. San Pablo
dice que este misterio: “no fue manifestado a las generaciones pasadas,
pero que ahora ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos
apóstoles y profetas” (Ef. 3,15). Dios nos reveló en Jesucristo su rostro ya que “quien me ve a mi ve al Padre” (Juan. 14, 9). Quien ve la
misericordia revelada en el Señor crucificado y resucitado, ve la misericordia del Padre. Este viene a nosotros por el Espíritu Santo.
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El Espíritu Santo en la profundidad de nuestro ser da testimonio del
Padre, clama en nosotros: Abba. Por medio de este clamor que es un
susurro amoroso del niño, de la mejor manera expresamos nuestra
confianza en Dios. El autor de esta confianza es siempre el Espíritu
Santo.
Invocación al Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y todo será creado.
Y repuebla la faz de la tierra.
Oremos
Oh Dios, que has iluminado
los corazones de tus hijos
con la luz del Espíritu Santo;
haznos dóciles a sus inspiraciones,
para gustar siempre el bien
y gozar de su consuelo.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
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CAPITULO 5
Aunque Jesucristo regresó al Padre no nos dejó solos. Aseguró a
sus discípulos que va a estar con nosotros hasta el fin del mundo. Esta
presencia de Él se realiza sobre todo por el Espíritu Santo que fue enviado sobre los discípulos reunidos junto con la Virgen María en el
Cenáculo y quien es continuamente enviado sobre su Iglesia. Existe
también otra manera de su presencia que también se relaciona con la
acción del Espíritu Santo: Jesús está presente en medio de nosotros por
su palabra y los sacramentos.
La Palabra que da el amor y la vida
Primero reflexionemos qué era la palabra para los pueblos de
Oriente entre los cuales nació la Sagrada Escritura, ya que esto nos
ayudará a comprender mejor la importancia de la Palabra de Dios en
nuestra vida espiritual. Para la cultura greco romana la palabra era
relacionada con un acto de la razón, con idea, concepto mental, sin
embargo para los pueblos semitas la palabra correspondía a un acontecimiento, hecho realizado, a la historia. Ya el mismo inicio de la Sagrada Escritura dice: “Entonces Dios dijo: “Que exista la luz”. Y la luz
existió” (Génesis. 1, 3). Dios dijo la palabra y el universo existió. A
través de la palabra de Dios tiene su origen la vida. El inicio de la
creación está relacionado con la palabra de Dios pero no solamente.
Desde aquel momento podemos reconocer a Dios por la palabra que
es un acontecimiento como lo vamos a ver, en su plenitud, en
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Jesucristo, la Palabra que se hizo carne. Toda la historia de la salvación se relaciona con la acción de Dios, con Su palabra. Se puede
igualar la acción de Dios con su palabra.
El pueblo elegido reconoció esta palabra y le respondió a través de
su historia, a pesar de muchas infidelidades ya que fue consciente de
las intervenciones salvíficas de Dios y las festejaba en muchas celebraciones. Gracias a la palabra de Dios el pueblo de Israel podría volver a la vida constantemente. La madre le habla a un bebe aunque él
aun no entiende nada pero las palabras dan la vida al niño le ayudan a
crecer. El niño inconscientemente siente que es importante, querido y
gracias a esto puede madurar. El silencio del ambiente podría ser mortal para el niño ya que manifestaría la falta del amor. Sin amor no se
puede vivir. De ahí sacamos la conclusión de que la palabra trae el
amor y la vida. No es muy diferente con la palabra de Dios y se puede
decir que aun en un grado mayor que en caso de la palabra humana
maduramos por la palabra de Dios, somos creados por ella, educados y
alimentados. “No solo de pan vive el hombre” (Lucas. 4, 4). Lo que
verdaderamente nos alimenta es la palabra que sale de la boca de Dios.
La Sagrada Escritura es solamente una pequeña, pero muy importante parte de esta palabra que Dios pronunció en la historia. Algo
semejante sucede con las obras de Jesús. San Juan dice que todo el
mundo no podría contener los libros en los cuales se debería describir
lo que Él hizo (Juan. 21, 25). Sin embargo lo que fue escrito es un
maravilloso regalo de la Divina Misericordia , es un manual excelente
del cual podemos aprender como reconocer la acción de Dios en nuestra vida, podemos aprender de qué manera Dios nos habla hoy. Para mí
es muy importante que la palabra de Dios sea por mi reconocida y
aceptada en mi vida. Cuando un cristiano escucha la palabra de Dios
entonces reconoce en ella la voz de Dios misericordioso, la voz del
Amado – Jesucristo.
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Sin embargo, la capacidad de reconocer a Dios en la Sagrada Escritura va unida al reconocimiento de Dios en la historia de mi vida. Se
revela en los acontecimientos y la Escritura confirma esta revelación y
manifiesta que es así realmente como Dios actuaba de una manera
parecida en la historia de su pueblo en incontables acontecimientos
relatados en este Libro. De una manera similar actuaba Jesús con sus
discípulos en los tiempos apostólicos cuando nacía la Iglesia y de una
manera parecida actúa en nuestra vida. Sin conocer este libro no se
puede estar al tanto de como Dios actúa en mi vida. Hay que aclarar
que no se trata aquí de un conocimiento teórico, pero si de una experiencia de fe, es decir, es necesaria la actuación del Espíritu Santo gracias a quien este Libro no queda como una letra muerta sino como
verdadera palabra que da la vida.
Otro elemento de fundamental importancia es que la presencia del
Espíritu Santo se relaciona sobre todo con la Iglesia, con la comunidad
del Pueblo de Dios. La Iglesia confirma la veracidad de la experiencia
de su pueblo y por lo tanto mi encuentro más pleno con Jesús a través
de la palabra se realiza en la comunidad de la Iglesia. Podemos experimentar esta verdad elemental pues así como Jesús estaba presente
entre sus discípulos, lo está también en su Iglesia y aún de manera más
privilegiada ya que “felices los que creen sin haber visto” (Jn. 20, 28).
La Palabra como espada de doble filo
La presencia de Jesús en su palabra trae a los fieles extraordinarios
dones. Primero el que nos manifiesta la verdad de nosotros mismos.
Sin la palabra de Dios no podríamos conocer quiénes somos realmente. No se trata solamente del conocimiento de dónde venimos y hacia
dónde vamos sino cuál es nuestra situación existencial, es decir, cual
es la esencia del hombre viejo que vive en nosotros. La Palabra de
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Dios –como dice San Pablo– tiene la función parecida a una espada de
doble filo que penetra en las profundidades del alma y del espíritu del
hombre y puede llegar a las regiones más profundas de nuestro yo,
donde está escondida la verdad, donde está escondido nuestro pecado.
Esta es la gran misericordia de Dios que nos revela algo del misterio de la maldad escondida en nosotros. Este proceso es muy doloroso
ya que nuestro deseo más profundo es manifestar la mejor parte de
nosotros mismos, colocarnos máscaras, no permitir que nos quiten las
vestimentas del hombre viejo. Cada uno de nosotros intenta defender
su imagen de hombre bueno, buen católico, no maté a nadie, no incendié, vivo honestamente y los domingos voy a la iglesia. Si la palabra
revela mi interior entonces no lo hace para destruirme sino para salvarme. La salvación no es otra cosa sino la intervención de Dios a
favor del pecador. Quien no se siente un pecador, quien se considera
justo, no necesita del Salvador. “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos… Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mateo. 9, 12-13).
En este reconocimiento de sí mismo como un pecador que necesita
de la salvación nos ayuda la Palabra de Dios que primero manifiesta
el pecado del pueblo elegido, sus infidelidades, traiciones, la rotura de
la alianza, el egoísmo y gran soberbia. De la historia de este pueblo y
por supuesto de algunos personajes, nos puede servir como un espejo
en el cual podemos mirarnos a nosotros mismos, nuestras traiciones,
infidelidades, idolatría, soberbia para con Dios y falta de amor para
con los demás. La misericordia de Dios no consiste en una falsa compasión que cierra los ojos al mal y no se anima a llamarlo por su nombre. Jesús aborrece la falsedad de los fariseos y les reprocha los pecados de hipocresía y los llamaba sepulcros blanqueados que por fuera
se presentan bien arreglados pero por dentro están llenos de podredumbre (ver. Mateo. 23, 27). De una manera semejante hace con nosoParroquia de San José – Almería
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tros cuando ve la falsedad y la hipocresía. Por su palabra realiza un
juicio sobre nuestro pecado y este es el juicio de la condenación del
hombre viejo que habita en nosotros y al mismo tiempo el juicio de la
misericordia a través del cual nace una nueva realidad, una nueva vida.
El ejemplo más conmovedor de este juicio es la palabra del Sermón de
la Montaña en el cual Jesús presenta las actitudes de una nueva criatura. El juicio consiste en confrontar nuestras actitudes con las actitudes
del mismo Cristo ya que Él es esta nueva criatura. Si en la sinceridad
de nuestro corazón miramos Su vida – la vida de un hombre nuevo – y
nuestra propia vida debemos reconocer el pecado, nuestras equivocaciones y acercarnos a Él en la humildad, pidiendo el perdón, la misericordia, el don de un nuevo nacimiento.
La insensatez de la predicación
Existe también otro aspecto de la Divina Misericordia contenido en
la palabra de Dios que por medio de Él llega a nosotros la más importante noticia que esperan todos los hombres. Esta noticia es la palabra
de la Buena Nueva que anuncia que Dios es el amor y Él desea mi
salvación, que Jesús vino no para condenarme sino para regalarme la
vida. Esta verdad es el fundamento de nuestra fe y sin ella no es posible el desarrollo espiritual del hombre, no es posible la vida cristiana.
San Pablo dice: “La fe, por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en la virtud de la Palabra de Cristo” (Romanos. 10,
17). Vemos como es necesaria la predicación de la palabra, como es
necesario el anuncio de la Buena Nueva, como necesitamos de la predicación de la palabra sin la cual no podemos dar una respuesta a Dios.
Al llamar San Pablo a la predicación del Evangelio insensatez, locura,
es muy adecuado ya que la palabra anunciada aunque tiene el poder de
suscitar la fe, sin embargo deja al hombre con su libertad y no lo
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manipula, no lo obliga a nada, es totalmente indefensa, es una locura
para los sabios de este mundo. Dios, seguramente, podría obligarnos
con su poder a aceptar su palabra pero en este caso no sería un Dios
del amor. Él siempre viene indefenso, pobre e incluso si alguien rechaza su palabra entonces Él se manifiesta paciente y espera procurando
llegar a este corazón de otra manera. Si alguien no es fiel, Él sigue
siendo fiel (ver 2 Tim. 2, 13). Su única arma es la misericordia.
Al margen, hay que decir que existen muchos pecados contra la palabra de Dios: cuando se la transforma en una norma, en la ley, cuando
se la hace menos exigente, cuando se moraliza a los hombres o cuando
se condena al hombre. Por supuesto, en este caso, esta ya no es la palabra de Dios. Muchas personas que por su vocación tienen que anunciarla y no lo hacen, cometen el pecado de omisión o de la falsificación de la palabra que nos fue dada para la salvación y no para la manipulación o para el beneficio propio.
Siete signos de la presencia de Jesús
Estos siete maravillosos signos de la presencia de Jesús entre nosotros son los sacramentos de la Iglesia. El sacramento es el signo sensible detrás del cual se esconde la gracia invisible. Es un don que el
hombre, de ninguna manera merece, pero puede abrirse a él, creer en
este don y aceptarlo. Con cada sacramento está relacionada una gracia
particular, un don peculiar. Así lo pensó Dios para que estas gracias
sirvan para nosotros como ayuda en la realización de nuestra vocación
en la tierra y al mismo tiempo nos ayuden en nuestro camino hacia el
cielo. El primer y más importante sacramento es el bautismo. El signo
visible de la triple inmersión en el agua o triple derramamiento del
agua que significa la gran gracia de participar en la muerte y resurrección de Jesús. De una manera semejante a como Jesús fue matado y
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colocado en el sepulcro, el bautizado recibe la invisible gracia de la
muerte del hombre viejo al sumergirse en las aguas bautismales y surgir a la vida como un hombre nuevo a imagen del Señor resucitado. Se
realiza aquí un verdadero cambio, el más grande que puede realizarse
en el hombre. Lo podemos comparar solamente con el cambio que
sucede en la Eucaristía cuando el pan y el vino se transforman en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo. Este es un gran misterio y solamente lo
podemos aceptar por la fe. Existe solamente un problema serio con el
cual cada uno de nosotros se encuentra; en la vida adulta advertimos
una separación entre la realidad surgida en el bautismo y la práctica de
la vida. Encontraremos la respuesta a este problema si analizamos
nuestra educación en la fe, ya que lo que se hizo en el bautismo podemos compararlo a una semilla en la cual se contiene la vida nueva, que
necesita de solicitud y cuidado, las condiciones adecuadas de agua,
minerales, sol para que pueda madurar adecuadamente y dar fruto. Si
en nuestra infancia y en otras etapas del desarrollo de nuestra humanidad no había al mismo tiempo un cuidado por la profundización de la
fe, no solamente por la palabra, sino también por el testimonio de vida
de los padres y de los seres más cercanos, esta semilla de nuestro bautismo podía no desarrollarse o quedar únicamente como una planta
diminuta, enana. Entonces, no podemos extrañarnos de que en la vida
adulta no se vea en nosotros una vida nueva. La semilla espera las
condiciones adecuadas y la Iglesia cuenta con estas ayudas para que
pueda madurar. Estos elementos son: la palabra de Dios, liturgia y la
comunidad de la Iglesia. Seguramente nos hemos aprovechado de estos dones pero podemos plantearnos una pregunta ¿de qué manera?
Jesús no desea otra cosa que la gracia del bautismo pueda dar el fruto
más maravilloso que consiste en un amor parecido a su amor. La confirmación cuyo signo sensible es la unción con el crisma por el obispo,
trae consigo una gracia especial del Espíritu Santo que hace de nosotros cristianos adultos capaces de dar testimonio de Jesús en la vida
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cotidiana, para anunciar el Evangelio hasta el testimonio del martirio.
La Confirmación es como una ratificación en la vida adulta de los que
hemos recibido el bautismo siendo niños. La recepción consciente de
este don y el deseo que el Espíritu Santo lleve a cabo la obra de la
santificación iniciada en nosotros en el bautismo.
La Eucaristía es un particular sacramento del amor de Dios hacia
nosotros. El signo sensible del pan y del vino nos manifiesta la extraordinaria gracia de la misericordia de Jesús hacia nosotros ya que es el
signo de su muerte y resurrección. El pan y el vino, durante la Santa
Misa, se transforman en su Cuerpo y Sangre. De esta manera se hacen
el alimento que da la vida y la fuerza para cumplir la voluntad de Dios.
El sacramento del orden sagrado y del matrimonio son signos visibles
de cierta gracia que es necesaria para la realización de la vocación,
muy importante en nuestra vida. Esta, es una vocación para formar una
familia y madure en ella la vida, para que se transmita la fe y los valores verdaderamente cristianos formen al hombre nuevo. En esto también tiene que ayudar el orden sagrado. Por eso es necesaria la gracia
relacionada con este sacramento para que los elegidos por Cristo ayuden al pueblo de Dios, alimentándolo con los sacramentos y anunciándole la palabra.
El Sacramento de la Unción de enfermos trae la gracia para que todos los sufrientes no duden en el amor de Dios en las dificultades,
para que no se quiebren en su fe, sino al contrario, que sepan unir sus
sufrimientos con Jesús y si Dios los llama a la eternidad para que sean
fortalecidos en este paso a la casa del Padre.
El signo de la Reconciliación es un signo particular de la misericordia
de Jesús. Podemos llamarlo el sacramento de la misericordia ya que la
misericordia se realiza eficazmente en él por medio del perdón de los
pecados. No hace falta recordar que nuestro mayor problema y al
mismo tiempo el mayor sufrimiento que experimentamos es el pecado
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y sus consecuencias. Justamente él provoca la separación de Dios que
es la fuente de la vida y por esta causa nos encontramos en la situación
de los esclavos, de los hombres, que viven en las tinieblas, en un sinsentido, que terriblemente sufren. Sucede con mucha frecuencia que
viviendo alejados de Dios no entendemos nuestro sufrimiento y por lo
tanto intentamos encontrar a los culpables de este estado. Debe llegar a
nosotros la gracia de reconocernos como pecadores para que pueda
envolvernos la Divina Misericordia. Por eso lo más importante en el
Sacramento de la Reconciliación es la conversión que se inicia con
presentarnos ante Dios en la verdad. Solamente frente a Él podemos
presentarnos sin temor, porque solo Él es el amor, que no condena sino
que salva. Por eso el segundo paso de la conversión es la fe en el amor
gratuito. En la aceptación de esta verdad siempre nos acompaña la
contemplación de la cruz de Jesús ya que en él estas verdades resplandecen de una manera más plena. La cruz de Jesús de un lado es un
juicio, como lo hemos señalado anteriormente, y de otro la revelación
del amor más grande que perdona a los enemigos. Acercándose al
Sacramento de la Reconciliación como pecador que desea convertirse
ya que escuchó la palabra que lo invita a esta actitud, puedo sentirme
seguro que no voy a ser rechazado ni condenado y si a ser recibido
magníficamente como representa la postura del padre de la parábola
del hijo prodigo. Dios constantemente espera nuestro regreso con
ansías y amor, espera cada gesto de arrepentimiento, reconocimiento
de nuestros errores y abre sus brazos para recibirnos, para olvidarse
totalmente del pasado. Dios al perdonar olvida, no reprocha lo pasado,
se alegra con todo el cielo de nuestro regreso. La reconciliación con
Dios es posible gracias a Jesús, gracias a su muerte y resurrección
porque justamente allí se encuentra la fuente no solamente del Sacramento de la Reconciliación sino al mismo tiempo la fuente de todos
los sacramentos y las gracias relacionadas con ellos. La presencia de
Jesús en este signo de la reconciliación manifiesta la misericordia de
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Dios que permitió que Su Hijo “aquel que no conoció el pecado, Dios
lo identificó con el pecado a favor nuestro, a fin de que nosotros
seamos justificados por él” (2 Corintios. 5, 21).
Admirable sacramento de la Iglesia
Además de los siete signos enumerados, existe todavía uno que tiene una misión especial para revelar al mundo en el día de hoy, la Divina Misericordia. La misión que contiene este signo es la de poder
experimentar el amor absolutamente gratuito y la misericordia de
Jesús. Este signo es la misma Iglesia y lo es porque Jesús se identifica
con la Iglesia hasta tal punto que los dos son un solo cuerpo. Por esto
el Sacramento del Matrimonio debe ser la revelación del amor del
Esposo Jesús a su Esposa Iglesia a la cual Cristo desposó en el árbol
de la cruz. Jesús se identifica tanto con la Iglesia que quien persigue a
la Iglesia persigue al mismo Jesús. “Saulo, Saulo ¿por qué me persigues? Él preguntó ¿Quién eres tú, Señor?, Yo soy Jesús a quien tu
persigues…” (Hechos de los apóstoles. 9, 4).
¿Cuál es, entonces, la misión de la Iglesia? Dice de esto Jesús: “Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo… así debe
brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de
que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el
cielo” (Mateo. 5, 13-16). La Iglesia tiene la misión de ser la luz para
revelar a los hombres extraviados la verdadera luz que está en el rostro
de Cristo. Esta es la única luz que Dios encendió para la humanidad en
su Hijo. Su rostro resplandece de amor, Su rostro marcado, escupido,
demacrado resplandece con la belleza ya que él aceptó todos estos
agravios por amor a toda la humanidad. Esta misma luz debe
resplandecer en la Iglesia. La Iglesia es entonces la más grande revelación del amor de Dios al hombre, la Iglesia es un signo, un sacramenParroquia de San José – Almería
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to, como lo recordó el Concilio Vaticano II en la Constitución
Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium: la luz para las naciones
que resplandece en el rostro de Cristo.
Podemos precisar que son estas buenas obras de las cuales Jesús
habla. Estas buenas obras, esta luz es el AMOR y la UNIDAD. “Les
doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo
los he amado… En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos en el amor que se tengan los unos a los otros” (Juan. 13, 34-35)
y “Que todos sean uno: como tú, Padre, que estás en mí y yo en ti…
para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan. 17, 21). A través
del amor semejante al amor de Jesús y por medio de la unidad que
debe manifestarse en la comunidad de la Iglesia, el mundo verá la misericordia de Dios y creerá en él. La Iglesia va a cumplir su misión de
revelar a los demás la Divina Misericordia, se va a acercar a Él y en Él
va a buscar la salvación. Esta misión es tan seria que sin la iglesia, sin
este signo que existe entre las naciones no es posible que el mundo
crea en el amor de Dios, que justamente Él intervino realmente en la
historia de los hombres por su Hijo Jesús. Este mismo Jesús, ayer, hoy
y para siempre sigue revelando por su Esposa – la Iglesia – la infinita
misericordia del Padre.
En nuestra oración, después de esta reflexión, pidamos la gracia de
comprender que gran don es el mismo Jesús que sigue actuando hoy
por su palabra, por los sacramentos, por la Iglesia. Oremos, pidamos el
don del Espíritu Santo para que seamos poco a poco semejantes a
Jesús en nuestras elecciones y actitudes, que seamos también un signo,
un sacramento de Su misericordia.
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CAPITULO 6
El primer proyecto de Dios fue la felicidad eterna del hombre en el
paraíso, la cual tendría que alcanzar después de su vida terrena. Tal
vez nos puede resultar extraña la afirmación de que el paraíso era aun
el cielo, no fue el lugar de la visión beatifica de Dios. El paraíso, es
decir, el jardín del Edén, era un cierto lugar de la tierra donde Adán,
Eva y sus descendientes estaban dominando la misma y experimentando una gran intimidad con Dios, el cual era para ellos una verdadera
garantía de la felicidad y la fuente de la vida verdadera. Ellos sabían
que después de esta peregrinación iban a pasar a la casa del Padre y
esto no era para ellos un motivo de tristeza sino de expectativa llena de
esperanza. El Edén no era aun el cielo y ellos esperaban con ansías el
cielo. Aunque fuesen sometidos al sufrimiento, todo esto se realizaría
en otro contexto, muy diferente de lo que vivimos nosotros. El dolor,
el sufrimiento, estaría vivido en la presencia de Dios. El pecado original provocó que el dolor se hiciera cruel, que el sufrimiento se concibiera como símbolo de la muerte eterna y por eso huimos tanto de él.
Intentemos, sin embargo, meditar estas verdades poco a poco y descubrir como en nuestra vocación, Dios siempre está cerca y siempre nos
muestra su misericordia, como la misma predestinación a la vida es un
maravilloso don de Su amor.
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María figura de la vida eterna
Vamos a iniciar esta reflexión desde el final mirando primero a
María, la Madre de Jesús, que es la Virgen Inmaculada, preservada por
Dios del pecado original y de cualquier pecado. María a pesar de estos
grandes dones es la Madre Dolorosa que sufrió más que todos los
hombres de la tierra. Ella que no conocía pecado llevaba en sí un gran
dolor y Su corazón fue traspasado por la espada del dolor. Podemos
preguntarnos ¿Cómo es posible esto?. Sucedió que María fue elegida
para manifestar nuestra vocación a la vida eterna. Ella es la imagen de
la verdad sobre la predestinación del hombre a la vida eterna, al cielo.
Mirando la Virgen María podemos mirar la historia de los primeros
hombres. Ella, sin embargo, realizó en su vida lo que contenía el paraíso. Se realizó esto a pesar del sufrimiento. Significa esto que Su dolor
que fue vivido en la unión con Dios no fue un obstáculo para una felicidad muy profunda, ya que su felicidad fue el mismo Dios, su paraíso
fue Su Hijo, Jesucristo. María no murió, Ella se durmió y fue llevada
al cielo, paso por un umbral a la eternidad, Ella no tenía temor frente a
la muerte ya que en Ella nació la Vida, Ella está llena de vida y desde
el principio es bienaventurada, es decir feliz.
En María – como en el primer ser humano – fue realizada la llamada y la predestinación de toda la humanidad a la vida eterna y de esta
manera nos resulta comprensible el inicio de nuestra historia. A lo que
somos predestinados ya existía en el paraíso y en María se hizo visible.
Ella es la imagen más bella de esta vocación. Aunque el pecado original destruyó totalmente la posibilidad de pasar al cielo, de alcanzar la
felicidad eterna, ya desde el principio fue anunciada la Mujer cuyo
descendiente aplastaría la cabeza de la serpiente e iba a reparar lo que
la desobediencia de Adán arruinó.
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El reino de Dios está en nosotros
El descubrimiento de esta verdad se hace posible en Jesucristo,
quien viene a la tierra para instaurar el reino de Dios. Pero no se trata
de un reino de este mundo, sino de algo muy diferente, y consiste en
experimentar la salvación en su corazón, en su historia. ¿Cómo se realiza esto?. Sobre todo por medio del Misterio Pascual de Jesús “el cual
fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación” (Romanos. 4, 25). La justificación, es decir, la renovación de
nuestra naturaleza destruida por el pecado original, se realiza primero
en la cruz de Cristo que toma estos pecados en su cuerpo para aniquilarlos en su muerte y después para revestirnos con las vestimentas de
la resurrección, para darnos un nuevo corazón por el Espíritu Santo,
una nueva naturaleza. El hombre se hace semejante al mismo Jesús, es
aceptado como hijo por Dios. Lleva en sí la vida eterna. Para San Juan,
el concepto de la vida eterna no se refiere solamente a una citación
posterior a la muerte temporal, cuando cruzamos el umbral de la eternidad. Esta vida eterna es la participación en la naturaleza divina y la
posee aquel que tiene al espíritu de Cristo. Esta es la inauguración del
reino de Dios en el hombre y por eso Jesús dice: “El Reino de Dios
está entre ustedes” (Lucas. 17, 21). Allí donde está Dios, está la vida
eterna, allí donde se realiza este maravilloso cambio, donde actúa el
Espíritu Santo tomando mi corazón de piedra y dándome un corazón
de carne, allí donde se escribe la ley, ya no en las tablas de piedra sino
en mi corazón, allí está la vida eterna. La creencia religiosa referente a
la vida después de la muerte y acerca del final del hombre y del universo se empieza ahora, hoy. Seguramente este es el inicio, la semilla,
que al pasar al cielo se va a desarrollar plenamente. Tenemos sin embargo la promesa de Jesús: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi
Padre lo amará: iremos a él y habitaremos en él” (Juan. 14, 23) que se
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refiere a la vida de la Santísima Trinidad en el hombre. Tener a Dios
en nuestro interior significa tenerlo todo, experimentar en la tierra las
primicias de la vida eterna y entonces podremos entregar nuestra propia vida, prescindir de nuestro yo, morir cada día para los demás, negarse a sí mismo, perder la vida para constantemente ganarla en una
dimensión más profunda.
Voy a prepararles el lugar
La obra de la salvación fue realizada por el descendiente de la
Mujer, por Jesucristo. Tuvo lugar por medio del Misterio Pascual, es
decir, por la muerte en la cruz, por la resurrección y la venida del Espíritu Santo. Antes de su pasión Jesús transmitió a sus discípulos el secreto de todo lo que iba a suceder con Él, con lo que puede escandalizarlos, teniendo un sentido, una finalidad. Todo esto es un proyecto
misericordioso de Dios por el bien de toda la humanidad envuelta en el
pecado y en la muerte. Jesús es ese guerrero que va a emprender una
lucha victoriosa con el enemigo más grande, el cual es el diablo y la
muerte. Él se va a someter a ella para aniquilarla, Él surgirá victorioso
de esta lucha como el Señor resucitado para compartir esta vida con
los demás y para llevar a la otra orilla a los que creen en Su nombre.
Jesús quiere llevar al Padre a toda la humanidad extraviada que permitió engañarse por las mentiras del diablo y por eso experimentó la
muerte. Sin embargo ahora la muerte va a ser vencida y Jesús asciende
al padre como el primero de muchos hermanos para guiaros hacia allí,
donde Él ya reina y está sentado a la derecha del Padre. En la casa del
Padre hay muchas habitaciones, no hace falta preocuparse porque falten, pues esto no se dará. Todo el cielo está abierto para nosotros y el
Salvador desea guiar a él a todos los hombres.
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Hace falta que tengamos presente que este paso no se realiza por
los esfuerzos del hombre, de esta manera Cristo no sería necesario, y la
obra de la salvación se limitaría únicamente a abrir las puertas del
cielo, pero no es así. Jesús no nos dejó solos, sin Él no podemos hacer
nada. De ahí vemos que grande es su misericordia en guiarnos al Padre
por la justificación que realiza en nosotros el Paráclito, el Espíritu
Santo prometido, enviado a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo
junto con la Virgen María. Es el mismo Espíritu que Dios constantemente envía a la Iglesia. Es el Espíritu Santo quien completa la obra
de la salvación iniciada en Jesucristo, Él es el Espíritu de la misericordia cuya actuación y ayuda experimentamos, especialmente en nuestra
debilidad, en nuestra indigencia, en nuestra incapacidad para llegar a la
salvación con nuestras propias fuerzas.
El lugar preparado en el cielo, por Jesús, para toda la humanidad
no es una promesa sin fundamento, no es una publicidad barata destinada a ilusionarnos y después quedar frustrados cuando nos demos
cuenta que no podemos lograr este fin. Fuimos creados para Dios, para
el cielo, y Él no desea otra cosa que nos encontremos con Él. El único
obstáculo puede ser que nosotros no queramos encontrarnos con el
Amor, ya que Dios no puede hacer nada contra nuestra libertad. Vemos como la predestinación a la vida eterna va, todo el tiempo, junto
con la misericordia en este insondable deseo que todos los hombres
alcancen la salvación por Dios y a cualquier precio. El precio más
grande por nuestra salvación es la sangre de Jesús, Hijo de Dios, derramada en la cruz y este es el pasaje más maravilloso al cielo.
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Sistemas que cierran el cielo
Por supuesto que hay grandes obstáculos para llegar al cielo. El
primer obstáculo es el odio y la envidia del diablo ya que éste lugar
también fue destinado para él y ahora le es vedado a causa de su rebeldía, de la desobediencia manifestada para con Dios. Todo el drama
de la historia de la salvación consiste en la lucha que emprendió el
diablo contra el hombre queriendo perderlo y llevarlo a este lugar
terrible que es el infierno, el cual existe realmente. Si no fuera así
Jesús no pagaría con su vida.
La lucha del diablo se realiza en diversos niveles empezando por la
mentira en el cual quiere involucrar a cada hombre y terminando en la
mentira que forma la base de todos sistemas totalitarios, de toda la
maquina del mal que tiene sus estructuras organizadas. La historia de
la humanidad manifiesta de que manera el diablo actúa, por supuesto
por la intercesión del hombre, para organizar estas estructuras. Empieza con la primera tentación: serán como dioses para mostrar después la perspectiva de una “verdadera” felicidad que se puede lograr
sin Dios. La descripción bíblica de la construcción de la torre de Babel
contiene la verdad de qué manera se puede engañar a toda una nación.
Este engaño consiste en una simple tentación, para ser autónomo, para
dar la espalda a Oriente, que es símbolo de Dios e ir al Oeste que es el
símbolo del poder del mal que para los hombres se manifiesta como un
lugar de libertad. Ser autónomo significa ser el dios de su propio destino, así lo vemos en este relato, significa intentar llegar al cielo sin
mirar la ley de Dios, el cual nos la da no para limitar al hombre, sino
para ayudarle a que no se extravíe. La confusión de las lenguas va a
ser una manifestación de la divina Misericordia ya que de esta manera
Dios protege a la humanidad de una mayor desgracia. El diablo, engañando a la gente con la promesa de la felicidad sin Dios lleva a
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construir estos sistemas políticos, sociales, económicos donde no hay
lugar para el Creador, donde no se señala al cielo, al contrario se lo
cierra inculcando a los hombres la mentira de que el cielo es solamente
una línea por medio de la cual Dios quiere hacer al pueblo aun más
sometido, más esclavizado. Les obliga a espera a otra vida y no ésta
que es real, palpable y aquí. De esta manera el diablo crea un nuevo
paraíso en la tierra aunque con el tiempo se puede ver que todos los
reinos sin Dios se manifiestan contrarios al hombre. Al diablo no le
importa el bien de los hombres, solamente quiere destruirlos y llevarlos a ese estado en el cual se encontró el mismo. Por suerte Jesucristo
nos abrió el cielo y no solamente Él mismo fue allí, sino que lleva
detrás de sí a toda la humanidad como Nuevo Adán, Nuevo Moisés,
Nuevo Josué, hacia la Tierra Prometida.
Miguel y sus ángeles tenían que luchar con el Dragón
La visión apocalíptica de la lucha de Miguel y sus ejércitos con el
diablo y sus tropas, aunque esta presentada como al final de los tiempos, se realiza desde los inicios de la historia del hombre. Toda la historia es un territorio de la lucha entre el Bien y el Mal, entre Dios y sus
Ángeles y el diablo y sus súbditos. Es una lucha cruel, entre la vida y
la muerte, y su trofeo es la verdadera felicidad del hombre, por eso no
puede haber compasión para los ejércitos enemigos. Esa es la táctica
de lo que manifiesta San Ignacio en la contemplación sobre dos estandartes. Llama a sus discípulos para que tiren a los hombres las redes y
los aten, sobre todo por la avidez desmedida de riquezas, por el deseo
de divinidades para llevarlos de esta manera a una gran soberbia que
no es otra cosa que colocarse a sí mismo en el lugar de Dios.
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Jesús también envía a sus discípulos, pero sin alforja, sin dinero, sin
dos túnicas para que anuncien la cercanía del reino que son bienaventurados los pobres de espíritu, los pacíficos, los de corazón limpio, los
que buscan la paz, los misericordiosos, los que desean la justicia. La
propuesta entregada en las manos de los discípulos de Jesús es totalmente contraria de lo que propone el diablo. Jesús como verdadera
sabiduría conoce muy bien las emboscadas del diablo y sabe con qué
medios puede uno protegerse del fracaso. Después de 40 días de ayuno
en el desierto, cuando tentado por el diablo, vence con un arma simple,
que es la palabra de Dios, la cruz y la pobreza. El diablo usa con frecuencia muchos medios parecidos a los que usaba armado hasta los
dientes Goliat, cuando insultaba al pueblo de Dios y estaba convencido
de su victoria. David con una honda, con cinco piedras, no tiene nada
con que impresionar a Goliat. Pero esta arma insignificante es una
imagen de las cinco heridas de Cristo, ellas tienen un extraordinario
poder para vencer al enemigo. Para nosotros el arma es la cruz de Cristo y todos estos medios que son insignificantes y surgen del amor crucificado. De una manera parecida habla San Ignacio: “Jesús envía a
sus discípulos para que conquisten el mundo para Él. Les recomienda
invitar a la gente a la pobreza, a la aceptación de los insultos y desprecio así como también a una gran humildad. Aunque estas armas pueden parecer poco eficaces, débiles, sin embargo el mismo Salvador
venció al diablo y así admiró a las multitudes de sus discípulos que
por todas las generaciones van a seguirlo, luchando con estos medios,
que él mismo eligió.
Los que lavaron sus vestiduras en la sangre del Cordero
San Juan en Apocalipsis presenta todavía otra imagen de aquellos
que siguieron a Cristo y con su propia vida y muerte dieron testimonio
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de la veracidad de la enseñanza de su Maestro. Esta muchedumbre de
santos imposible de contar, los que no adoraron a la Bestia, que no
mancharon sus vestiduras con la idolatría sino al contrario, las han
lavado en la sangre del Cordero, lo que significa que han elegido el
mismo camino que Jesús, quien tomó sobre sí sus pecados a Quien
Dios “lo identificó con el pecado a favor nuestro, a fin de que nosotros
seamos justificados por él” (2 Corintios. 5, 21).
En esta lucha por el cielo es muy importante el testimonio de la
sangre, por eso desde el mismo inicio la Iglesia tenía a sus mártires,
los cuales se hicieron el signo especial de la elección de Dios. Entregar su vida por la fe significaba tener en su interior al Espíritu del
mismo Jesús, como San Esteban que lleno del Espíritu Santo pedía por
los que lo apedreaban. Este testimonio significa que el amor es más
fuerte que la muerte, que este amor es la misma vida. El testimonio de
los mártires es la prueba más grande de que la muerte fue vencida por
Jesús. Es al mismo tiempo una expresión de la gran misericordia de
Dios, cuando se cree que la muerte ya no existe, que existe la vida
eterna, que existe el cielo que está preparado para mí. Este experimentar el amor en la dimensión de la cruz señala a que importante misión
Dios llamó a los que entregan su vida por Jesús, para el Evangelio. En
esto se manifiesta la misericordia de Dios que da a sus testigos un
gran don de la fe, que por su sangre confirman la veracidad de la promesa de Jesús que asciende al Padre para prepararnos el lugar. No se
entrega la vida por cualquier motivo.
La Jerusalén Celestial
Es la ciudad santa, la patria celestial a la cual todos caminamos en
la peregrinación de la fe. La Jerusalén Celestial que manifiesta el Apocalipsis, es el lugar del cumplimiento definitivo de nuestra vocación a
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la vida eterna. Ahí se realiza el encuentro que es la finalidad de nuestro
camino, que cada hombre anhela aunque tal vez no tiene plena consciencia de esto. La muy conocida frase de San Agustín: “Me creaste
para ti, oh Dios, y mi corazón está inquieto hasta que no descanse en
ti” presenta de una manera más adecuada y profunda este anhelo, que
se va a cumplir cuando veremos a Dios cara a cara.
La descripción de la Jerusalén celestial quiere acercarnos la imagen
del cielo que va a ser el lugar de este encuentro. De una manera parecida a como los judíos suspiraban por su ciudad santa cuando estaban
exiliados o cuando estaban alejados de ella, el cristiano desea no tanto
el Jerusalén celestial pero si al Cordero que habita en ella pues es el
mismo amor y misericordia. Lo que hemos experimentado en la tierra
durante nuestro caminar fue solamente un débil reflejo de lo que vamos a experimentar en el cielo. San Juan dice: “desde ahora somos
hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos
que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos
tal cual es” (1 Juan. 3, 2). Así que no se trata solamente de un regalo,
de un maravilloso encuentro sino de algo más: ser parecidos al mismo
Dios, esto significa, que en aquel entonces podremos amarlo totalmente y entregarnos a Él sin reservas. Este regalo procede del Amante, ya
que como dice San Ignacio: “El que Ama da y trasmite al amado lo
que él mismo posee”. Dios comparte lo que posee y lo que es para
siempre, para toda la eternidad. El cielo es el cumplimiento de esta
entrega Divina, es la inmersión del hombre en la misericordia de Dios
sin fin, para siempre.
Durante la siguiente oración, intentemos sin decir muchas palabras
presentarnos ante Dios en la adoración de su amor infinito. Contemplemos a Dios que nos llama a tan gran felicidad, para verlo cara a
cara para siempre. Démosle gracias por esta predestinación que por
Jesús tenemos acceso al Padre. Jesús no solamente nos gano el cielo
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sino que también nos lleva a él, nos entrega a su Espíritu para que teniendo una nueva naturaleza podamos vivir en la eternidad sumergidos
en la Divina Misericordia.
Entonces se entabló una batalla en el cielo:
Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón.
También el Dragón y sus Ángeles combatieron, pero no
prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos.
Apocalipsis 12, 7-8
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CAPITULO 7
No podemos hablar de la Divina Misericordia sin mencionar a
María a la cual llamamos, justamente, la Madre de la Misericordia.
Ella es la Madre de Jesús, de la Palabra Encarnada que se hizo carne
en su seno, Ella dio a luz a Jesús en Belén y estaba siempre muy cerca
de Aquel que es la imagen del Padre, la Misericordia Encarnada.
Nuestra reflexión, por lo tanto, va a ser dedicada a María que en los
planes de Dios ocupa el lugar particular en toda la historia de la salvación sobre todo por su confianza en Dios.
Primera Eva madre de todos los hombres
En los albores de la historia de la humanidad aparece una mujer que
fue creada de la costilla de Adán a la cual llamamos la madre de todos
los vivientes. En los planes de Dios Eva fue llamada para dar el inicio
al género humano. Esta es una vocación hermosa, la de ser madre,
progenitora. Sin embargo Dios deseaba que Eva no fuera solamente la
madre que transmite la vida biológica, sino también una persona que
lleva a sus hijos a la vida verdadera que ella misma experimentaba
junto a Adán estando en el jardín del Edén. Eva tendría que ser la
guardiana de la vida llevando sus hijos a la fuente de la verdad, a Dios.
Sabemos que no sucedió así. La tragedia de toda la humanidad se inicia de esta tragedia personal que consistía en el pecado original, es
decir, en la desobediencia a Dios, en coger y tomar del fruto prohibido.
Tengamos presente que el pecado no surgió espontáneamente sino que
fue precedido por un cierto proceso. Se inicia del dialogo con el
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diablo. Eva no se da cuenta del peligro de este diálogo, no conoce la
inteligencia de la serpiente y piensa que esta es una simple conversación que no puede hacer ningún daño. Cuando iniciamos el diálogo
con el diablo ya estamos expuestos al fracaso. Jesús durante su tentación en el desierto, de entrada dice: “Retírate Satanás” (Mateo. 4, 10).
Jesús no entra en un diálogo, de inmediato corta la conversación ya
que solamente él sabe que el diablo es un “homicida… y padre de la
mentira”(Juan. 8, 44). ¿Qué otra cosa puede desear para el hombre si
no es su perdición? Eva escucha con atención las palabras de Satanás y
lo hace con visible curiosidad, pero esta palabra contiene en sí un veneno que la va a matar, le va a quitar otra palabra que hasta ahora fue
su alimento y su refugio. Se está realizando un gran misterio, se cumple uno de los grandes secretos de nuestra existencia cuando Eva
arranca el fruto y lo da para probar a su marido. Este es el secreto de
abandonar la vida de la cual tenía que ser la guardiana, el misterio de
abandonar a Dios el dador de la vida y de la felicidad.
Bendita la estéril que da a luz a siete hijos
La tragedia del pecado original va a tocar a todos los hombres ya que
Eva va a transmitir a su descendencia, como herencia también este
pecado, dejándolo como un legado para siempre. Sería realmente una
tragedia si no se encontrara una muralla para este pecado, si no existiera la misericordia de Dios. Justamente la infinita misericordia Divina
puso un dique para el mal que es finito. En el paraíso Dios nos promete que llegará el tiempo en que el descendiente de la mujer destrozará
la cabeza de la serpiente. Se cumple la promesa que lleva a cabo la
nueva Eva (María), la cual repara el daño que hizo la primera. Su descendiente va a vencer al diablo. Esta segunda Eva es María, la Madre
de Jesús. Ella está relacionada muy estrechamente y distante en el
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tiempo con el acontecimiento del pecado original, ya que van a pasar
muchos siglos de la historia hasta que Ella aparece en la tierra y manifiesta a todo el mundo el fruto de su vientre, Jesús. Con su consentimiento y posterior nacimiento de Jesús, cambiara la historia y destino
del mundo. María es anunciada en el principio de la tragedia humana
pero va a estar presente durante el desarrollo de esta historia por medio
de los anuncios de la salvación, de diversas figuras e imágenes y a
través de varias personas.
Uno de los signos más llamativos en el Antiguo Testamento va a
ser la indicación de las mujeres estériles, las cuales no son capaces de
transmitir la vida. Esta esterilidad fue para los pueblos de Oriente una
verdadera maldición ya que los niños eran signo del favor de Dios y la
fuente de la prosperidad para los padres. Si alguien era estéril se lo
consideraba maldito. Así fue con muchas mujeres que vemos en la
Sagrada Escritura. La esterilidad tenía también una dimensión más
profunda ya que manifestaba la incapacidad del hombre, su debilidad
frente a Dios. Pero hay en la historia de la salvación muchas mujeres
que fueron estériles pero finalmente fueron madres. Así fue en el caso
de Sara – la madre de Isaac, Ana – la madre de Samuel, de la madre
de Sansón o de Isabel – la madre de Juan el Bautista.
En este signo de la vida que nacía de una mujer estéril Dios manifestaba que es más poderoso que la maldición, que la muerte. Que Él y
solo Él puede aniquilar la fuente de la muerte eterna que fue el pecado
original. Por eso el signo más grande de su misericordia es María concebida sin este pecado. Ella es esta maravillosa obra que provoca la
admiración de todo el cielo, todos los arcángeles y ángeles, todos los
coros celestiales, ya que como única entre todos los hombres fue preservada de la maldición relacionada con el pecado. María fue elegida
por Dios para ser también un signo de la victoria sobre la muerte, de
una manera semejante como las mujeres mencionadas anteriormente,
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ya que Ella es también estéril al no tener relaciones con su marido. Se
realiza el misterio de la concepción de la vida en su “esterilidad”, va a
aparecer en Ella Jesús que va a ser el fruto del Espíritu Santo y de Su
fe. María se hace la segunda Eva que da inicio a la nueva humanidad.
De Ella va a nacer un hombre nuevo – Jesucristo – que es el primogénito entre muchos hermanos, detrás del cual van a ir muchedumbres
de los que tienen la naturaleza parecida a la suya. María está en el inicio de la nueva creación que ya no se caracteriza por el ocaso y las
tinieblas, sino que es una maravillosa creación, redimida por la sangre
de Jesús y marcada por el sello del Espíritu Santo. “La mujer estéril da
a luz siete veces, y la madre de muchos hijos se marchita”(1 Sam. 2,
5), así dice la palabra de Dios y esta es una gran paradoja en la historia de la salvación, ya que los caminos de Dios no son como los caminos del hombre. En María se realiza esta promesa de la fecundidad,
Ella se hace la Madre de la muchedumbre de fieles que siguen a Jesús,
Ella se hizo la Madre de la Iglesia, la Madre más fecunda en hijos a los
cuales va a guiar hacia el cielo. La Madre de la Misericordia realiza de
manera perfecta el proyecto de Dios por su obediencia, por la confianza en Dios, por su “si” (Fiat) pronunciado en el momento de la Anunciación.
Bendita Ella que creyó
Cuando María visita a su prima Isabel escucha las palabras que resumen todo Su misterio. Son las palabras proféticas ya que revelan la
esencia de la entrega a Dios. Creer, significa no tanto adherirse con la
razón a ciertas verdades sino sobre todo apoyarse totalmente sobre
Aquel que da las promesas, fiarse de Él, confiar, es decir, entregarse
plenamente a Dios aun cuando esto sobrepasa nuestra capacidad de
comprender. La fe no se opone a la razón pero existen ciertas situacioParroquia de San José – Almería
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nes en que la razón ya no es competente al sobrepasar sus posibilidades. ¿Cómo puede reaccionar nuestra razón, cuando recibimos la promesa de que en nosotros se va a engendrar la vida sin la participación
de varón? La razón debe callarse y entonces solamente por la fe podemos admitir la verdad de esta promesa. ¿Cómo podría entender Abraham la orden de Dios para que le ofreciera en sacrificio a su hijo en la
montaña de Moriah, cuando de él debía nacer toda la descendencia de
Abraham? La razón debe humillarse frente a Dios ya que esto parece
un absurdo imposible de admitir. Algo parecido sucede cuando cae
sobre nosotros la cruz, un acontecimiento imprevisto al cual no entendemos y estamos escandalizados a causa de él. ¿Cómo es posible?
preguntamos. Solamente apoyándonos en Dios podemos aceptar estos
hechos como evidentes y posibles, ya que para Dios no hay nada imposible. Esta postura exige primero una experiencia y convicción de
que Dios existe, que es el amor y seguidamente la confianza.
La maldición vino al mundo a causa de la falta de confianza en
Dios, por la falta de fe, sin embargo la bendición viene por la fe. Así
como en Abraham tendrían que ser bendecidas naciones enteras por
su fe, de una manera semejante, todos los que confían en Dios como
María participan en Su bendición. Lo confirma Jesús: “Felices los que
escuchan la palabra de Dios y la practican” (Lucas. 11, 28) ya que la
aceptación de la palabra implica la respuesta de la fe. La fe hace nacer
los frutos de la vida eterna, la fe hace nacer la bendición. Con esta fe y
confianza nos enseña María. Ella también intercede por nosotros, pide
por nosotros para que crezca nuestra fe y su Hijo no le niega nada a la
Madre. Así, podemos ver que en los proyectos de la misericordia de
Dios María juega un papel irremplazable, como Aquella que es la Madre de la Misericordia, la Madre de Jesús que enseña la fe y suplica
por ella.
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La mujer vestida de sol
María por su confianza en Dios se presenta en una total oposición
al diablo que manifestó a Dios su desobediencia. Por su actitud destroza el odioso plan del príncipe de las tinieblas quien por este motivo
odia a María y al mismo tiempo tiene miedo de ella, ya que solamente
Ella no se dejo embaucar por su mentira. Por eso el diablo va a atacar
a María y a Sus hijos con gran odio intentando destruir su obra. Ya en
el principio después del pecado original, fue anunciado que un descendiente de la Mujer iba a destrozar la cabeza de la serpiente, pero esta le
va a lacerar el talón, lo cual se refiere a un constante ataque del diablo
al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia: “El Dragón enfurecido contra la
Mujer, se fue a luchar contra el resto de su descendencia, contra los
que obedecen los mandamientos de Dios y poseen el testimonio de
Jesús” (Apocalipsis. 12, 17).
Esta visión apocalíptica de la lucha no es solamente una metáfora
sino una imagen de un enfrentamiento real que se realiza en la historia
desde el principio. Con una saña particular se dirige contra María ya
que gracias a Ella vino a la tierra el Vencedor de la muerte. Esta lucha
se acrecienta ya que el diablo sabe que “le queda poco tiempo” (Apoc.
12, 12) ¿Podemos preguntar de que manera lucha hoy contra la Mujer
y sus descendientes, como se realiza esto en nuestros tiempos? El ataque del diablo se dirige a la mujer y contra estos valores que María
llevó a cabo en su vida. Podemos advertir, con facilidad, que el diablo
usa grandes medios como medios de comunicación masiva, burlándose
de estos valores que son la virginidad y maternidad y a la misma institución del matrimonio. María es la Virgen, la Madre, la Esposa de San
José. Vivía en la familia en la cual Jesús podía crecer con seguridad y
madurar para realizar su misión. De ahí que la familia, la virginidad y
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maternidad sea tan amenazada, ya que gracias a estos valores el hombre realiza el plan de Dios y actualiza su llamado a la vida eterna. No
se pude conciliar estos valores con el perverso proyecto del diablo,
quien ataca todo lo relacionado con la vida, con el bien, la fe, ya que es
el señor de la muerte y le gusta la muerte del hombre. Su ataque se
dirige sobre todo contra la vida. Resulta muy fácil reconocer esta ideología que se dirige contra la vida y además en nombre de la libertad de
la mujer, es decir, que tiene derecho de determinar su propia vida o sea
el derecho a matar. La sociedad de hoy con facilidad acepta estos argumentos estableciendo el derecho para matar a los no nacidos, a los
ancianos y enfermos, para propagar la anticoncepción, prostitución,
pornografía. Todo esto tiene la relación con la mujer, con la vida y por
supuesto vemos aquí un ataque dirigido contra María.
Satanás no puede tocar personalmente a la Madre de Jesús por lo
tanto dirige todo su odio a Sus descendientes y sobre todo contra las
mujeres, ya que Dios eligió a las mujeres para que sean madres y
guardianas de la vida. Por eso refugiarse en María tiene gran sentido e
importancia ya que Ella conoce mejor los peligros y amenazas del
mundo de hoy y al mismo tiempo es poderosa en su intercesión y
quien se ampara en Ella, pide su ayuda y mediación nunca va a ser
defraudado. San Bernardo lo sabía muy bien rezando con esta bella
oración: “Acuérdate o mejor de las Madres que nunca se oyó que cualquiera que en Ti se ampara nunca fue abandonado por Ti”. La Madre
de la Misericordia conoce perfectamente el precio que pagó su Hijo,
Jesucristo, para que no nos quiera ayudar. Sin embargo Ella, como
Jesús, no puede hacer nada sin nuestra petición, sin nuestra oración, ya
que el verdadero amor no hace nada bajo coacción, no destruye la libertad y de ahí solamente nuestra fe que es el acto humano más libre y
la oración que surge de esta fe puede hacer verdaderos milagros. Dios
quiso que María fuera la medianera de todas las gracias, para que inParroquia de San José – Almería
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terceda por nosotros y Ella espera nuestros ruegos, nuestra oración que
surge de la fe, ya que de esta manera nos asemejamos a Ella y también
nos hacemos bienaventurados.
La Madre de la Iglesia
El papel de María en el proyecto de la misericordia no se termina
con su asunción al cielo. Ahora, cuando reina junto con su Hijo, sigue
siendo la Madre de toda la Iglesia. En la cruz Jesús nos entregó a
María como Madre y a nosotros a Ella como sus hijos. Justamente ella
en el Cenáculo junto con los discípulos de Jesús estará en vigilia y
rezando, esperando el cumplimiento de la promesa que los Apóstoles
han recibido aun antes de la pasión, durante la Ultima Cena. Jesús les
prometió al Espíritu Santo que les va a recordar todo. María sabe mejor quien es este Paráclito ya que Ella desde el momento de la concepción fue llena del Espíritu Santo. Ella ya lo tiene y si está en vigilia
con los discípulos es porque sabe que gran don es para el hombre el
Espíritu del Señor resucitado. Podemos imaginarnos el clima de Cenáculo, de espera, oración, seguramente de las conversaciones que allí
los discípulos mantenían con María. Cuantas luces tendría que dar a
los discípulos en cuyos corazones había todavía muchas dudas, interrogantes, aunque ya vieron a Jesús resucitado. Ellos sentían que
todavía faltaba algo, que debía suceder un acontecimiento que les convenciera totalmente, que haría que esta verdad de la victoria sobre la
muerte les tocara interiormente, ellos sentían que esperaban la revelación más importante, la que sobrepasara todo. Con seguridad María
debería explicarles – como lo hizo Jesús a los discípulos que iban a
Emaus – que fue necesario el sufrimiento de Su Hijo, que ya fue anunciado hace muchos siglos, para que pueda entrar en la gloria, que así es
también el camino de sus discípulos pero primero deben recibir el sello
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de lo alto para que sean capaces de dar testimonio hasta el martirio. Si
Ella fue capaz de sufrir junto con Jesús fue porque estaba llena del
Espíritu Santo que siempre confiaba en Dios. Junto con su Hijo puede
repetir que Dios no va a permitir que ella quede en el Abismo (ver
Hechos de los apóstoles. 2, 27) ya que esta fe y el amor son eternos.
María fue entonces una verdadera Maestra para los Apóstoles y fue
su verdadera Madre. Tal vez allí empezaran a entender el papel importante que ella iba a tener en la Iglesia naciente. Aquella que conocía
todos los secretos de su Hijo, los misterios del reino de Dios, los misterios de la fe. Los Apóstoles no dudaban de que les fuera a ayudar
mejor en la obra de la evangelización, no solamente con su consejo
sino sobre todo por su intercesión con Jesús. La Iglesia que se formaba
bajo el impulso de la venida del Espíritu Santo, desde el inicio tuvo en
María su ayuda y así sigue siendo hasta el día de hoy. No se puede
imaginar la historia de la Iglesia sin María. Así fue el proyecto de
Dios para que Aquella que dio a luz al Hijo de Dios se esfuerce en el
nacimiento de la Iglesia – el Cuerpo Místico de Cristo – para que siga
siendo la Madre y maestra de las generaciones enteras de fieles.
¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Después de la Anunciación, María fue a ver a su prima Isabel. Es
el misterio de la Visitación. Vino a ella para ayudarle en este tiempo
cuando iba a nacer Juan el Bautista. También hoy viene a muchos lugares para ayudar a los hombres, para recordar las verdades más importantes de las cuales la humanidad se olvida, aunque estas verdades
son evidentes. Viene y se manifiesta a los hombres simples en La Salette, en Fátima, en Lourdes y en muchos otros lugares para recordar,
sobre todo, este mensaje que Jesucristo trajo a la tierra. Es un recuerdo
de la verdad de Dios de amor, Dios de misericordia, de que Él
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realmente existe y guía los destinos del mundo, que ama al hombre.
María recuerda también la existencia de Satanás, que este no quiere el
bien del hombre y por eso nos señala el arma que podemos emplear en
la lucha contra los poderes del mal. Esta arma es la conversión a Dios,
es decir, creer en su amor, esta arma es también la oración y las obras
de misericordia. La presencia de María en estos lugares significa que
Dios emplea muchos medios para guiarnos hacia sí. Estos no son los
únicos lugares de la actuación de la gracia ya que gracias a Sus intervenciones Dios elige todavía otros, que conocemos como santuarios,
donde se venera sus imágenes, estatuas o cuadros que la representan,
donde Ella está presente de una manera especial. Esta es una especia
de geografía sagrada que ayuda al hombre a encontrar al Padre amoroso por la intercesión de María.
No podemos olvidar que aunque Dios se manifiesta sobre todo en
la historia personal de cada hombre, aunque actúa fuera de los lugares
de culto por motivo de nuestra debilidad o falta de una fe madura, se
nos deja encontrar en una determinada geografía marcada por la gracia. Somos niños en Cristo, dice San Pablo (ver 1 Corintios. 3,1) y
necesitamos de un alimento espiritual, de la leche. Por eso la Madre
que muy bien comprende nuestra situación y los peligros a los cuales
estamos expuestos, conociendo nuestra niñez en la fe tanto más va a
ayudar a toda la humanidad justamente de esta manera: revelando a los
pequeños, eligiendo los lugares de su culto para llevar allí al encuentro
más profundo con su Hijo. La ayuda más importante, más profunda
que brinda a la Iglesia consiste en la gracia que nos implora para que
nuestro camino sea parecido al suyo. Toda la vida cristiana se fundamenta en general en esto, para que en nosotros se revele un misterio
semejante, el nacimiento de Jesús en nuestras actitudes. Esta ayuda
toca lo más fundamental en el hombre, un cambio profundo que pueda
realizarse en nuestra naturaleza.
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Terminando nuestra reflexión sobre el papel de María en los proyectos
de la Divina Misericordia, primero intentemos agradecer a nuestro
Padre por este maravilloso don de la Madre a la cual eligió desde el
inicio previendo la caída del hombre. Este es un don magnifico, ya que
Dios conoce muy bien nuestros corazones y sabe que desde la niñez
estamos unidos a la madre y por medio de ella nos llega la primera
experiencia del amor humano. Por medio de María nos llega la experiencia del amor de Dios. De Ella aprendemos que somos amados por
Dios, Ella nos ayuda a creer que Dios es el padre de la misericordia.
ORACION
Oh María, delante de toda la Iglesia te reconozco como mi Madre y
Soberana. Te ofrezco y consagro mi persona, mi vida y el valor de mis
buenas obras, pasadas presentes y futuras. Dispón de mí y de cuanto me
pertenece para mayor gloria de Dios en el tiempo y en la eternidad. Amén.
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CAPITULO 8
Para darse cuenta de cual es el lugar y papel de la Congregación de
las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia en los designios
de la Divina Misericordia y para ver el proyecto de Dios para con esta
congregación, hay que responder a las preguntas: ¿Cuál es el designio
de Dios? y ¿Cuál es el carisma de la Congregación de las Hermanas de
la Madre de Dios de la Misericordia?, ya que el carisma decide el
lugar y papel de una determinada congregación en los designios de la
Misericordia de Dios. Entendemos aquí como carisma la gracia sobrenatural (don de Dios, otorgado gratis) concedida a una persona o comunidad (aquí a las Madres Fundadoras y por medio de ellas a toda la
Congregación) no solamente para su propio provecho y salvación, sino
para el bien de otras personas al realizar un determinado servicio
(diaconía) en la Iglesia. Se trata de la gracia y don del Espíritu Santo
que contiene en sí y determina no solamente la forma del servicio a
prestar, sino también el fin y el aliento de una determinada congregación. Para entender adecuadamente el carisma hay que tener en cuenta
estos tres elementos por medio de los cuales se manifiesta y lo forman.
Por eso al hablar del carisma de la Congregación de las Hermanas de
la Madre de Dios de la Misericordia, lo haremos de su misión apostólica (servicio), espiritualidad y el fin para el cual la congregación
surgió.
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El proyecto de la Divina Misericordia
El proyecto de la Divina Misericordia es el de la salvación de la
humanidad, el proyecto salvífico, el proyecto del amor misericordioso
de Dios escondido en su corazón desde el inicio de los tiempos (ver.
Ef. 1, 9-10), el cual fue trazado en el Antiguo Testamento y revelado
en su plenitud en su Hijo Unigénito Jesucristo. La historia del hombre
y de la humanidad es la realización de este proyecto. No son el
producto del azar ni de una ciega casualidad. Son el fruto de la voluntad de Dios y tienden a su fin. Este fin desde el inicio de los tiempos
está presente en el pensamiento de Dios y contiene dos aspectos fundamentales:
1.
La salvación en Cristo
2.
La salvación de todos los hombres
Se trata aquí de la “convocación” de todos los hombres en Cristo, en
Su Cuerpo Místico, es decir en la Iglesia. La palabra “Iglesia” (ekklesia, en griego, ek-kalein “llamar a un lugar”) significa “convocar”. “La
reunión del pueblo de Dios comienza en el instante en que el pecado
destruye la comunión de los hombres con Dios y la de los hombres
entre sí. La reunión de la iglesia es por así decirlo la reacción de Dios
al caos provocado por el pecado” (CIC 761).
Dios es fiel en su amor hacia el hombre, aunque cuando el hombre
le falla, se rebela contra Él, la misericordia de Dios no solamente no se
debilita sino que se manifiesta con mayor fuerza. Dios quiere salvar al
hombre de la desgracia más grande que es el pecado y sus consecuencias, es decir, de la muerte y de la separación eterna de Él. En la eterna
misericordia de la Santísima Trinidad nació el proyecto de la salvación
del hombre: de su liberación del pecado y de su elevación para participar en la vida de Dios, que tiene como finalidad la plena comunión
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con Dios en la felicidad eterna. Este es el misterio de la voluntad de
Dios según el designio que estableció antes de los siglos. Este misterioso proyecto de la salvación de unir a todos los hombres en Cristo,
en la Iglesia, para salvarlos, se realiza en etapas.
El Antiguo Testamento es la preparación para la venida de Cristo
en quien Dios determinó convocar a todos los fieles, a reunirlos en la
Iglesia. Junto con la venida de Cristo llegó el límite al cual tendían los
tiempos de preparación. Junto con Jesús llegó “la plenitud de los tiempos” (Gal. 4,4; Ef. 1,10). Hacer presente en la “plenitud de los tiempos” del proyecto de salvación del Padre pertenece al Hijo, es su misión. Por su vida y actividad Cristo prepara la organización de la Iglesia, es decir, la congregación, la reunión de su pueblo. La Iglesia nació
en la cruz del costado abierto de Cristo: “Del mismo modo que Eva fue
formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nacerá del
corazón traspasado de Cristo muerto en la Cruz” (CIC 766). “Consumada la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra, fue enviado el
Espíritu Santo… para que santificara a la Iglesia, y de esta forma los
que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu” (LG 4). Entonces la Iglesia se manifestó públicamente frente a las
muchedumbres y se inicio la propagación de la Buena Noticia, del
mensaje de amor misericordioso del Padre, quien nos dice: “… me
compadecí de ti con amor eterno” (Isaías. 54, 8) y “con gran ternura
te uniré conmigo” (Isaías. 54, 7) dándonos en rescate a su Hijo
Unigénito para salvarnos, convocándonos en un solo Pueblo, en la
Iglesia.
La finalidad del designio de Dios, del proyecto de la Divina Misericordia es: “reunir todas las cosas en Cristo” (Ef. 1,10). Justamente en
la Iglesia – el Cuerpo Místico de Cristo – Dios convoca a su pueblo
desde los confines de la tierra. Entre la “plenitud de los tiempos” y fin
del mundo (ver. Mateo. 28, 20), el designio de Dios, el proyecto de la
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Misericordia de Dios realizada por la Iglesia que prolonga en el tiempo
la misión de Cristo. De esta manera la historia de la Iglesia no sale
nunca fuera del designio salvífico de Dios (el proyecto de la Divina
Misericordia). El tiempo de la Iglesia es la última etapa del proyecto
de Dios que tiene que preparar los tiempos finales.
Los carismas en la Iglesia
En esta etapa de la realización del proyecto de la Misericordia de
Dios que es el tiempo de la Iglesia, todos nosotros tenemos una participación. Cada uno de nosotros y las comunidades de personas tienen
su particular, única e irrepetible parte que cumplir en este gran llamamiento de Dios a todos los hombres en Cristo para su eterna salvación.
Cada uno tiene su vocación, un papel que cumplir, el cual no puede ser
realizado por nadie. De ahí surge una gran responsabilidad para que a
la luz del Espíritu Santo descubrir adecuadamente su vocación en el
Cuerpo Místico de Cristo, en la Iglesia. ¿Cómo descubrir esta vocación?. La viva presencia del Espíritu Santo se hace visible en toda
clase de dones entregados gratis (1 Corintios. 12, 1-14), es decir, en los
carismas. Justamente por medio de estos carismas el Espíritu de Dios
ejerce su poder sobre el pueblo nuevo y realiza dentro de él la gran
obra de la salvación. Este Espíritu – presente siempre en la Iglesia – a
unos da la posibilidad y la gracia de cumplir su función, a otros la gracia y ayuda para que puedan responder a su propia vocación y servir
con eficacia a toda la sociedad construyendo el Cuerpo de Cristo (Ef.
4, 12), participando con fe viva en la vida de Cristo y Su misión de la
salvación del mundo. Los dones del Espíritu Santo son distintos así
como son distintas las funciones de las personas en el Místico Cuerpo
de Cristo. Todos fueron entregados – sean las personas particulares o
las comunidades – para la realización de las obras que sirven para el
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bien y provecho de toda la Iglesia y por lo tanto para la realización de
los proyectos de la Divina Misericordia. Repartir los dones es la tarea
del Espíritu Santo (1 Corintios. 12, 11), y al mismo tiempo de Cristo
que otorga las gracias de Dios y por medio de ellas invita a participar
en la misión salvífica, y esta misión es propia de Cristo.
En la Iglesia existe una gran diversidad de carismas y también una
gran variedad de familias religiosas (institutos de vida consagrada).
Cada uno de los carismas fue entregado a los respectivos fundadores
como una respuesta concreta a las necesidades urgentes de la Iglesia.
“El rasgo particular de los fundadores de las familias religiosas fue la
sensibilidad a las necesidades del prójimo y de la sociedad. Ella los
impulsaba a socorrerlos en cada necesidad. (Se mostraban sensibles a
las inspiraciones del Espíritu Santo y abiertos a su acción) ellos eran
como centinelas en los muros de la Ciudad de Dios, mirando, si no
aparece incendio en algún lado” (P. S. Miecznikowski SJ). Unos descubrían estas urgencias en las misiones en los países paganos, otros en
la educación de los niños y jóvenes o en ayudar a los enfermos y otros
veían una gran necesidad y se sentían urgidos por el Espíritu Santo
para brindar contención y ayuda a los niños, familias, enfermos mentales, discapacitados, no videntes, personas sin casa o dedicarse a la
salvación de los pecadores. Se sentían llamados y urgidos a esto por el
Espíritu Santo, responsables ante Dios por estas personas a los cuales
Dios en su designio de salvación los enviaba. Les encendía el deseo de
ayudar – de acuerdo al carisma que habían recibido del Espíritu Santo
– a los enfermos o personas sin casa, o como fue en caso de nuestras
Madres Fundadoras – el deseo de salvar a las almas de la eterna perdición. Este deseo que surgía del carisma se trasmitió a las generaciones
de las hermanas que las sucedieron en la Congregación. En las Constituciones aprobadas por la Iglesia se contiene el espíritu del fundador.
A través de la aprobación de las Constituciones la Iglesia encomienda
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a la congregación unas tareas concretas para realizar. Cumpliendo
estas tareas las congregaciones religiosas respectivas, participan en la
obra de salvación del mismo Cristo, en la misión que le fue encomendada por su Padre. Estas determinadas tareas y servicios realizados en
una profunda unión con Cristo, son parte de Su misión por la cual una
determinada comunidad religiosa es responsable. Sobre cada congregación y cada religioso, dependiendo del carisma recibido, pesa una
particular responsabilidad por la auténtica presencia de Cristo en el
mundo de hoy, sea bendiciendo a los niños, anunciando el Reino de
Dios o, como en nuestra congregación a Cristo que incansablemente
“busca al que estaba perdido”, invitando a los pecadores a la conversión.
El carisma de la Congregación de las Hermanas de la Madre de
Dios de la Misericordia, el don de colaboración con
la Misericordia de Dios
Las fundadoras de nuestra congregación fueron “invitadas” a insertarse, a participar en la vida de Cristo, en su misión de la salvación de
la humanidad por medio de una gracia particular del Espíritu Santo,
por el carisma, que las capacitaba a aceptar lo designado por Dios, en
su proyecto eterno, el servicio en la Iglesia. Este carisma, este don
particular otorgado por el Espíritu Santo a nuestra congregación es el
don de colaborar con la Misericordia salvífica en la obra de salvación
de las almas extraviadas. La fuente del llamado de cada hermana de
nuestra congregación es la verdad de la infinita misericordia de Dios,
del amor inconcebible de Dios hacia los hombres, “amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único” (Juan. 3, 16) y surge de este amor la
voluntad universal de salvación, la voluntad de salvar a todos los hombres, especialmente a los pecadores los cuales están en mayor peligro
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de perder su salvación. En ella las Fundadoras percibían, a la luz del
Espíritu Santo, la fervorosa invitación a colaborar con la Misericordia
salvífica trasmitida como un carisma.
El fin y la misión apostólica
El fin para el cual surgió nuestra Congregación es la salvación de
los pecadores, de las almas extraviadas. Dios nos envía a los hombres
cuya salvación está en peligro, a los pecadores a los cuales con nuestra
ayuda, con nuestra colaboración con Su misericordia salvífica quiere
salvar. Nuestro fin – según las Constituciones – no es prevenir la desmoralización o cuidado de los enfermos corporales, sino salvar a las
personas extraviadas espiritualmente, ya desmoralizados, cuya salvación está en peligro. La Maestra de las novicias decía: “Nuestra obra
es la obra del mismo Salvador”, es decir, nuestra obra es la misma que
la de Cristo que se inclina sobre los pecadores invitándolos a la conversión, a volver a la virtud.
Hay variedad de obras de misericordia en la Iglesia como gran cantidad de labores de beneficencia inspirados por el Espíritu Santo, las
cuales ayudan a los hombres en diversas necesidades: a los enfermos,
ancianos, a los discapacitados y minusválidos. Todas ellas son obras
de misericordia, pero nuestros esfuerzos tienen un fin determinado por
el carisma: tienen que tender a que todas las almas de los pecadores
confiadas a nosotros por la Providencia de Dios se salven de la pérdida
eterna.
Las maestras en el noviciado procuran esclarecer estas dudas a las
novicias y les enseñan que no solamente están las congregaciones para
aliviar el sufrimiento, sino que también hay muchos laicos que dedican
su vida a este alivio a los demás. Cada corazón noble, al ver el sufrimiento del prójimo desea aliviarlo. Decían: “Pero qué es el sufrimienParroquia de San José – Almería
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to del cuerpo en comparación con los dolores que esperan al alma
condenada y que es un alivio pasajero en un sufrimiento temporal, en
comparación con la ayuda que brindamos al alma del prójimo cuando
ayudamos en su salvación con nuestro trabajo, oración y sacrificio”.
“…lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios
preparó para los que lo aman” (1 Cor. 2, 9). Lo mismo se puede decir, en sentido contrario, del significado de las penas del infierno ya
que ni ojo, ni oído parecido ni vio ni oyó. Como entonces, calcular la
ayuda que brindamos a las almas expuestas a semejante peligro”.
Las Constituciones subrayan que “esta es la tarea más perfecta, ya
que une más estrechamente con el Señor Jesús, con su Madre Santísima, con los Apóstoles y con tantos grandes santos cuya vida, trabajos,
sufrimientos y muerte tendían a librar a las almas de los hombres de
la muerte eterna y darles la vida de gloria y gracia… Esta es la obra
que contiene en sí, en grado superior, a todas otras buenas obras a las
cuales uno se puede dedicar”. Vemos aquí lo específico de nuestro
carisma, de nuestro papel en los designios de la Misericordia de Dios.
La Congregación fue llamada para participar directamente en la misión
de Cristo, quien vino para salvar lo que estaba perdido y es responsable por Su viva presencia en medio del mundo. Nadie puede suplir en
el proyecto de la Misericordia de Dios esta tarea, ésta fue entregada a
la Congregación junto con su carisma. El fin de salvar a las almas extraviadas fue realizado desde el principio al regentar las llamadas Casas de Caridad, en las cuales encontraban refugio las chicas y mujeres
que necesitaban de una profunda renovación moral. Junto con la misión de la Hermana Faustina llegan nuevas formas de realizar el carisma por el anuncio de la Divina Misericordia, su imploración en el
mundo envuelto en pecado. Gracias a estas formas se extiende el ámbito de la influencia del carisma a las almas de los pecadores que viven
fuera de las Casas de Caridad, en el mundo.
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La espiritualidad
Las tareas realizadas por el apostolado, ejercen una gran influencia
en la formación del espíritu de la congregación. ¿En qué consiste el
espíritu de nuestra congregación?. Leemos en las Constituciones: “El
espíritu de nuestra Congregación consiste, sobre todo, en ardiente
fervor”. ¿Qué es este “ardiente fervor”?. El fervor ardiente es el
amor ardiente que incansablemente procura la gloria de Dios y la salvación de las almas, es el amor a Dios y al prójimo que llega – a imagen de Cristo – hasta el heroísmo, martirio, sacrificio de sí mismo. Es
el amor que lleva a aceptar todas las dificultades y sufrimientos para la
gloria de Dios y salvación de las almas. Se trata del ardor del amor,
pero del “amor espiritual en la voluntad”. “Se trata aquí del ardor
espiritual constante, no sólo exaltación, un entusiasmo sentimental, de
la acción neutral que se completa para manifestarse y de la búsqueda
de sí mismo”. Una característica particular de este ardiente amor es la
obediencia a la voluntad de Dios, confianza en la voluntad de Dios que
es la mayor expresión del amor. Se puede expresar esto con las palabras “Jesús en Ti confío”. Otro signo de este amor ardiente es el deseo
fervoroso de la salvación de las almas que se manifiesta en la misericordia para con los pecadores.
Este amor ardiente que se manifiesta en la confianza a Dios y en la
misericordia con las almas de los pecadores, tiene su origen en la pasión del Salvador, quien consumido por este amor ardiente entregó su
vida por nosotros obedeciendo la voluntad del Padre y constituyendo
el elemento fundamental del espíritu de nuestra congregación. Este
“amor ardiente” empieza en uno mismo, con el trabajo, con la ayuda
de la gracia de Dios, sobre la propia perfección, santificación, tanto
por eliminar las facetas negativas como en el ejercicio de las virtudes.
Del grado de la unión con Cristo dependen los frutos de la colaboraParroquia de San José – Almería
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ción con la Misericordia de Dios en la obra de la salvación de las almas extraviadas. En los materiales formativos de la congregación leemos: “Me santifico para mis chicas ya que si yo no me santifico ellas
tampoco lo harán… En primer lugar hay que buscar a Cristo dentro
de sí mismo, unirse a Él, enardecerse con su fuego hasta que nos
hagamos la luz, como Él, una llama ardiente como Él. Cuando… una
está unida realmente con Cristo, se entrega a las almas al mismo Cristo”.
Cada congregación no solo tiene su parte de servicio sino también
su propia forma de apostolado. Estas distintas facetas del apostolado
de cada familia religiosa surgen del fin y de la propia espiritualidad y
de la viva tradición de la congregación formada por el carisma del
fundador o fundadora. ¿Cuáles son estas formas particulares del apostolado de la congregación?. Las obras de misericordia, anuncio de la
misericordia y súplica de la misericordia a través de la oración y sacrificio. El fin propio de nuestra congregación que es salvar a las almas
de los pecadores de la pérdida eterna exige estas formas de apostolado.
Leemos en los materiales de formación de la congregación: “Las
almas se convierten no por nuestro trabajo sino por la gracia de Dios,
pero se puede atraer la gracia por la oración y el sacrificio”. La oración y el sacrificio atraen la gracia de Dios y fecundan el trabajo
apostólico. La salvación de las almas de los pecadores cuesta, se necesita no solo la oración, sino también el sacrificio, el sufrimiento expiatorio que de alguna manera prolonga en el Cuerpo Místico de Cristo,
los sufrimientos de Jesús durante su pasión y en la cruz para el renacimiento de las almas. “Cuando en el Cuerpo Místico del Salvador un
miembro sufre voluntariamente del amor, otro miembro enfermo recobra la salud, de una manera parecida que en nuestro cuerpo humano
los cortes que provocan el dolor traen alivio a los órganos enfermos
que poco a poco vuelven a sus funciones. Cuando alguien, por amor,
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ofrece su cuerpo y su corazón, Dios protege el cuerpo de alguien abatido, con fuerzas agotadas o cura un corazón enfermo que no tuvo la
valentía de liberarse de sus cadenas. Cuando en el Cuerpo Místico un
alma noble sacrifica su voluntad, el Señor, en otro lugar hace surgir
una voluntad muerta, otorgándole un grandioso don de la gracia de la
conversión” (R. Garrigou – Lagrange).
Para arrebatar las almas al mal, se necesita sacrificio. Las Maestras
enseñan a las novicias: “No pensamos y no decimos nunca que las
penitentes que han caído tan bajo tendrían que soportar todo sin decir
nada. ¡No! Así no nos enseña el Divino Salvador con su ejemplo en el
trato con los pecadores. Para nosotras, como para sus madres, es
propio sufrir y hacer penitencia por ellas – esto surge de nuestra vocación”. En otro lugar leemos la forma de sacrificio de que se trata,
seguramente no de los sacrificios de grandes mártires, conocidos por
todos, pero silenciosos, cotidianos sacrificios interiores. “No hay tal
lugar, tales obligaciones, tan pocas capacidades, para no poder hacer
a Dios un sacrifico interior y éstas tienen tan gran valor para Dios
que puede una sola victoria sobre nosotros mismos, una victoria sobre
el amor propio, una mortificación implorar la salvación de una u otra
alma. Aceptar con paciencia las molestias de la enfermedad, de las
humillaciones, es accesible para cada una, ¡por esto podemos ser
apóstoles! Avancemos por este camino… de silencio, cotidiano, de
interior sacrificio… Hagamos un propósito para que cada día con
alguna victoria sobre nosotros mismos implorar y lograr de Dios mayores gracias y salvación eterna para los pecadores”. “Estemos convencidas que tenemos más mérito trabajando por la salvación de las
almas que si buscamos el martirio ya que nuestra vida es un constante
holocausto, una ofrenda de nosotras mismas, tanto más difícil cuánto
dura más”.
Este es el espíritu de nuestras Madres Fundadoras, espíritu que
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constituye el “amor ardiente” que se manifiesta en un fervoroso deseo
de la gloria de Dios y de la salvación de las almas hasta el sacrificio de
sí misma. Este es el espíritu del mismo Cristo. Con este fervoroso deseo de la salvación de las almas vino a la tierra. Leemos en los materiales de formación: “La gloria de Dios por medio de la salvación de
las almas es la única y principal tarea y fin de Cristo el Señor en la
tierra, a esto dedicó sus trabajos, enseñanzas, sufrimientos, pasión, a
éste fin dedicó toda su vida”, “Como esta misión de la salvación de
las almas es altísima, como es el objeto de la solicitud de Dios, de esto
dio ÉL testimonio no solamente al crear el mundo, sino que reparó lo
que fue deteriorado en su creación, enviando a su único Hijo a la tierra, entregándolo a la pasión”. Este deseo ardiente de la salvación de
las almas, el Señor Jesús lo sintió a lo largo de su vida, todo el tiempo
llevaba esta cruz del deseo y procuraba realizar su misión salvífica –
que le fue encomendada por el Padre – por su obediencia a Su voluntad hasta la pasión, cruz y muerte. Jesús realizó su misión por medio
del perfecto sacrificio de sí mismo, por un total don de sí mismo. El
sufrimiento que acompañaba a este deseo ardiente ceso en el momento
de la muerte en la cruz, sin embargo este deseo de salvar al hombre,
especialmente sumergido en los pecados, perdura para siempre. Este
hambre y sed de salvación de los pecadores perdura para siempre en el
alma de Cristo, que por medio de su Espíritu anima a algunos miembros del Cuerpo Místico, de una manera particular, a compartir Su
espíritu, espíritu de misericordia para con los pecadores. Con este espíritu estaban animadas nuestras Madres Fundadoras, con el espíritu del
fervoroso amor a las almas, el espíritu de la misericordia para con los
pecadores.
La obra de salvar a las almas exigía de una gran confianza en Dios,
siempre y en todo, de una heroica confianza en la Misericordia de Dios
ya que sin una ayuda especial de Dios aquí no se podría hacer nada.
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Ser una herramienta dócil en las manos de la misericordia de Dios para
trabajar en esta obra tan difícil constantemente, sin desanimarse, para
esto es imprescindible ejercitarse en la confianza.
La actitud de confianza posibilita la colaboración con la misericordia de Dios en esta obra de la salvación de las almas. Se da una
proporción: cuanto mayor la confianza es tanto mayor la acción de
Dios. Se les enseñaba a las hermanas a esta verdad que el autor de la
conversión es el mismo Dios y las hermanas que son simplemente
instrumentos en las manos de la misericordia de Dios por su trabajo,
sacrificio y oración deben colaborar con la misericordia de Dios para
implorar por la conversión de las almas extraviadas, ayudarles a abrirse a la acción salvífica del Dios misericordioso. Para poder sostener y
ejercer este papel se necesita la confianza del niño. Es imprescindible
para el esfuerzo, heroico tantas veces, en el trabajo para lograr la conversión y corrección de las almas pecadoras. La actitud de la confianza
en Dios y la práctica de la misericordia para con el prójimo que llega
hasta el heroísmo, son los dos rasgos fundamentales de la espiritualidad inspirada por nuestras Madres Fundadoras.
¿De dónde sacaban este espíritu las Madres Fundadoras, espíritu
del amor ardiente que se expresaba en un deseo invencible de la salvación de las almas de los pecadores?. ¿De dónde esta valentía en las
Fundadoras para asumir este fin tan “imposible” humanamente de
alcanzar?, ¿de dónde este espíritu del amor “enloquecido” hasta la
ofrenda de sí misma para la salvación de las almas?. Encontramos en
las Constituciones esta breve inscripción: “Las Hermanas de la Madre
de Dios de la Misericordia van a sacar a este espíritu (del amor ferviente a Dios y a las almas) en grandes misterios de la fe, sobre todo
en la frecuente meditación de todo lo que Dios hizo para las lamas al
crear el mundo, lo que hizo y sufrió en la redención y lo que les prepara en la gloria eterna. Van a encontrar a éste espíritu también en la
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cordial meditación de las virtudes y sentimientos de su Madre y Protectora, de la Madre de la Misericordia cuya paciencia, dulzura y más
que materna compasión por los pecadores van a intentar imitar”. La
Madre de la Misericordia de una manera más plena participaba y colaboraba con la misericordia de Dios en la obra de la salvación. Junto
con la vocación a su congregación las hermanas tienen la viva participación en el carisma que le caracterizaba a Ella en la colaboración con
la misericordia de Dios en la obra de la salvación de las almas extraviadas.
Estas meditaciones, para adentrase con la gracia del Espíritu Santo
en la profundidad de la misericordia de Dios revelada en Cristo, sobre
todo en Su pasión y muerte, hace nacer un ardiente amor a Dios y a las
almas, una gran confianza en la misericordia de Dios, conocimiento
del valor del alma humana, redimida con la sangre de Cristo y en fervoroso deseo de colaborar con la misericordia salvífica en la obra de
salvar a las almas. Si se puede decir así de la colaboración en primera
línea – en la lucha por la salvación de las almas ya extraviadas, humana y totalmente perdidas cuya salvación eterna está seriamente amenazada. Leemos en los materiales de formación: “Quien penetra con su
corazón en los sentimientos del Corazón del Salvador (lleno de misericordia para las almas) ¿puede mirar indiferente a las almas que se
pierden y no intenta salvarlas según sus posibilidades? Debemos trabajar para que los sufrimientos de Cristo no sean en vano, debemos
colaborar con Cristo, colaborar con el sufrimiento. Somos colaboradoras de Cristo, quien por el sufrimiento redimió al mundo”.
En el mundo de hoy nuestra congregación – según su carisma – está
llamada a continuar la misión de Cristo que salva a las almas de los
pecadores de la pérdida, de la condenación eterna.
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La misión de la Hermana Faustina y carisma de la Congregación
de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia.
Un papel particular desempeña en esta tarea el mensaje de la Hermana Faustina. Aquí hay que preguntarse: ¿La misión de la Hermana
Faustina aporta algo nuevo a la espiritualidad y la misión apostólica de
la congregación? La Hermana Faustina vivía con este mismo carisma
al igual que todas las hermanas. Si se trata de la espiritualidad con
Santa Faustina, no aparecen en general nuevos elementos pero si todos
son llevados a la perfección. Su fervor por la gloria de Dios que se
manifestaba en la obediencia a la voluntad de Dios y expresaba la confianza en Dios, sin límites, llega a su plenitud en las difíciles noches
del espíritu, en su vía crucis, en su Gólgota. Su fervor apostólico por la
salvación de las almas, su misericordia para con los pecadores encuentra su perfecta manifestación en el sufrimiento y en el sacrificio de su
vida entregada por ellos a imagen de Jesús. La Hermana Faustina vive
entonces la misma espiritualidad que todas las hermanas de la Congregación, pero la vive de una manera radical y a través del don de la vida
mística que enriquece su espiritualidad.
Sin embargo, cuando se trata de la misión apostólica de la Congregación la Hermana Faustina introduce en ella nuevos elementos,
nuevas tareas. No cambia el carisma pero aparecen con ella nuevas
formas de realización. Estas, se manifiestan a través del anuncio de la
misericordia de Dios, su súplica para el mundo, para los pecadores que
viven fuera de las “Casas de Misericordia”. La anterior actividad
según el carisma de la congregación, fue concentrada sobre todo en las
obras de la misericordia para las chicas y mujeres que necesitan de una
profunda renovación moral y residían en las “Casas de Misericordia”.
La misión de la Hermana Faustina provoca que el ámbito de la influencia del carisma se extienda. Desde ahora la misión carismática
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que tiene como finalidad la salvación de las lamas extraviadas va a ser
realizada también para con las personas que viven en el mundo. Para
con estas personas la congregación realiza su carisma no por medio de
las obras sino por el anuncio del misterio de la misericordia de Dios,
su imploración para todo el mundo, particularmente para los pecadores
cuya salvación está en peligro.
Esta extensión de la influencia del carisma se refiere no solamente
a las personas abarcadas con el apostolado sino también para aquellas
que se involucran en este tipo de apostolado, es decir, las que quieren
participar en la espiritualidad y misión apostólica de la congregación,
sea por el anuncio del mensaje de la misericordia, oración y sacrificio,
también por las obras – quieren entrar como colaboradores con la misericordia de Dios en la obra de la salvación de las almas extraviadas.
De esta manera por medio de la Hermana Faustina, están invitadas y
participan las personas que no pertenecen a la Congregación. De una
manera más plena en la espiritualidad y misión apostólica de la congregación participan los voluntarios y miembros de la Asociación de
los Apóstoles de la Divina Misericordia “Faustinum”.
La misión de la Hermana Faustina no cambia el carisma, no es un
carisma personal de ella, sino que trae nuevas formas de realización
del carisma a nuestra congregación, la cual procura extender el ámbito
de su influencia a los pecadores que viven fuera de nuestras comunidades e insertar en la espiritualidad y la misión apostólica de la congregación también a las personas que no pertenecen a ella: a los sacerdotes y laicos. La misión de la Hermana Faustina trae también nuevos
medios por los cuales se puede colaborar con la misericordia de Dios
en la obra de la salvación de los hombres, éstos son las nuevas formas
de culto a la Divina Misericordia con las cuales el Señor Jesús relacionó grandes promesas. Por supuesto, el fundamento de estas prácticas es la actitud de la confianza en Dios y la misericordia para con el
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prójimo, es decir, es esfuerzo para buscar la propia santificación.
Hemos dicho que el lugar y papel de una congregación en los designios de la misericordia de Dios se determina por Él mismo al otorgar
el carisma a la congregación. El lugar y papel de la Congregación de
las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia en los designios
de la misericordia de Dios se puede determinar brevemente con una
frase hablando de la colaboración con la misericordia de Dios en la
obra de la salvación de los hombres. Este carisma en el cual por medio
de la Hermana Faustina se unen las personas que no pertenecen a la
congregación, tienen que cumplir un papel singular en la salvación de
este mundo envuelto en el pecado, en su preparación para la segunda
venida de Jesús a la tierra cuando se va a cumplir, en plenitud, esta
gran convocación del Pueblo de Dios en Cristo, al cual tienden los
designios de Dios.
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CAPITULO 9
Dentro de los documentos de la Iglesia que tratan el tema de la Divina Misericordia, la encíclica del Papa Juan Pablo II ocupa un lugar
particular. Las intervenciones anteriores del Papa o de los concilios
fueron en cierta manera fragmentarias, se referían a algún aspecto de
esta verdad. La Encíclica Dives in misericordia presentando la insondable profundidad de la Divina Misericordia trata diversos aspectos de
esta verdad conservando al mismo tiempo un armonioso conjunto
temático. El profesor M. Gogacz descubriendo en “esta exposición de
la verdad la diversidad de los contenidos” enumera los temas tratados
por el Papa: fundamentos de la verdad sobre la misericordia, la misma
estructura de la misericordia, sus manifestaciones y consecuencias, es
decir consecuencias de nuestra relación con Cristo, por El y con El,
con Dios Padre y con los hombres. El Papa presenta este misterio no
sólo teóricamente sino que trata la Divina Misericordia en relación con
la divinidad y la existencia del hombre. La clave para entender este
misterio de la Divina Misericordia es Jesucristo, Salvador del hombre
quien revelándonos el amor del Padre celestial, él mismo en su encarnación y su personalización. Se puede decir con toda certeza, que
entre los documentos de la Iglesia dedicados a este tema, la Encíclica
es una Carta Magna que el Papa acerca al mundo contemporáneo, manifestando esta verdad de la fe con todo su esplendor. Una manifestación del interés que suscitó este documento son los numerosos comentarios, interpretaciones y análisis de la enseñanza del papa que presentaron los teólogos de diversos centros de estudios en numerosas publicaciones. Una lectura atenta de este documento y el conocimiento de
su contenido permiten entender no solo las principales líneas del
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pensamiento y diversos aspectos de esta verdad, sino también tener
presente como es de actual y perfecta esta verdad en la vida de los
hombres de hoy.
Ya en las primeras páginas de esta encíclica el papa dice que en los
tiempos cruciales de hoy hay que meditar en profundidad esta verdad y
presentarla a los hombres contemporáneos para que, en Cristo Salvador y por medio de Él dirigir y acercar nuevamente a los hombres al
Padre celestial. La divinidad del hombre y su vocación se hacen plenamente comprensibles sólo a través de su relación existencial con
Dios, la cual, es posible gracias a Cristo, quien en si mismo nos reveló
el misterio del Padre y su amor. La misión de la Iglesia, que continúa
la solicitud por el bien espiritual del hombre, es antropocéntrica pero
llevando a los hombres hacia Dios es al mismo tiempo teocéntrica, es
decir, en Cristo y por El se dirige al Padre celestial. La Iglesia procura
unir lo antropocéntrico con lo teocéntrico y no separar como lo hacían
en el pasado y siguen haciendo en la actualidad algunas de las corrientes contemporáneas del pensamiento humano (DM 1).
Comentando este pensamiento del Papa, los teólogos llaman la
atención que tanto la primera encíclica Redemptor hominis como
Dives in misericordia se centran en el hombre, en su dignidad, sin
embargo, en su profunda relación con Dios y con Cristo Redentor.
Según el Papa sólo en el misterio y persona de Jesucristo podemos
entender quien es el hombre y conocer mejor a Dios a quien Él reveló
al mundo. Esta manifestación de la grandeza y de la dignidad del
hombre y el esclarecimiento del sentido de la existencia humana en el
misterio de Cristo, es una nueva corriente dentro de la teología
cristiana. Este antropocentrismo no se opone al teocentrismo ya que a
estas dos corrientes les une de una manera admirable el cristocentrismo. Y esto intenta hacer la Iglesia. Así como la encíclica Redemptor
Hominis unía el antropocentrismo con el cristocentrismo, la encíclica
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Dives in misericordia va un paso más adelante y une al hombre por
Cristo y en Cristo con el Dios Padre. Este método es la negación de la
dialéctica del ateísmo y existencialismo que rechaza a Dios. Este
cristocentrismo manifiesta la fuerte unión del hombre con Dios al defender su divinidad de la degradación.
Continuando el Papa su enseñanza señala que existe una gran necesidad de hablar y recordar al mundo esta verdad. En nuestro tiempo se
sucede el gran progreso en muchos campos, sobre todo en la ciencia,
técnica, industria y por lo tanto aumenta el bienestar material de la
gente. El hombre teniendo en cuenta el mayor poder y dominio sobre
el mundo, organiza sin embargo su vida sin Dios. Se opone y rechaza
la misericordia de Dios marginando en su vida la idea de la misericordia. El Papa recuerda la advertencia del Concilio Vaticano II señalando que esta situación del hombre manifiesta al mismo tiempo su poder
y su debilidad, la capacidad para las obras magnificas como también
para lo peor, su plena libertad y su vulnerabilidad frente a diversas
esclavitudes. Junto con el progreso y el bienestar sigue existiendo el
atraso, la pobreza. El sentimiento de la fraternidad universal se enfrenta con el odio. El hombre tendría que gobernar y dirigir con sabiduría
las fuerzas que él mismo ha desencadenado y que pueden salvarle o
aplastarlo (Gaudium et Spes 9). El Papa recuerda, siguiendo la enseñanza del Concilio, que estos logros positivos de la humanidad suscitan la esperanza para un futuro mejor pero al mismo tiempo crean, en
el mundo de hoy, muchas y muy variadas amenazas a las cuales hay
que ver a la luz de la verdad de Dios y evitarlas. Frente a estas amenazas, entre las cuales a modo de ejemplo se puede señalar: los sufrimientos existenciales, las amenazas a la divinidad humana, la gente
espontáneamente se refugia en la misericordia de Dios. El Papa percibe esto como una necesidad y un desafío para la Iglesia que desea responder a estas necesidades y preocupaciones de la gente de hoy y
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procurar una solución a estos desafíos partiendo de la revelación de
Dios. El Papa está convencido que el mundo de hoy necesita de la
misericordia de Dios, aunque no tiene plena conciencia de esto, por
eso intenta acercar esta verdad al hombre contemporáneo (DM 2).
Este convencimiento del papa es compartido también por los
teólogos que analizan y estudian su enseñanza. Los hombres de hoy
no entienden la idea de la misericordia que les parece estorbar en el
desarrollo de la civilización y del bienestar material. De otro lado tienen presente diversas amenazas con las cuales se relaciona el progreso
y espontáneamente se refugian en la misericordia de Dios guiándose
por el sentido de la fe. La comprensión de la idea y del concepto de la
misericordia de Dios, señalan los teólogos, según el pensamiento del
Papa, es posible en el contexto de la experiencia de la existencia
humana. La situación del mundo de hoy es objeto de la solicitud y el
desafío para la Iglesia, a este desafío el Papa quiere responder expresando con autoridad, su enseñanza sobre este tema y acercando esta
verdad a los hombres de hoy.
Frente a estos dolores, angustias y problemas que acompañan a los
hombres de todos los tiempos, tanto antiguos como actuales, en primer
lugar está sensibilizado y conmovido el mismo Dios. Ya que, “cuando
se cumplió el tiempo establecido, Dios envío a su Hijo al mundo”
(Gálatas 4,4) para que por Él y en Él revelar a la humanidad sufriente
el misterio de su amor misericordioso. Jesucristo es la encarnación y
personificación del amor de Dios, de su misericordia. En su misión
mesiánica, encomendada por el Padre, Jesús inicia a través del anuncio
del mensaje de la Buena Noticia el amor de Dios hacia los hombres.
Los destinatarios de este mensaje son sobre todo los pobres, enfermos,
esclavos, maltratados y pecadores. Uno de los temas principales de
este mensaje es recordar a los hombres que Dios es el Padre que ama
al hombre, que lo tiene presente, lo ama y quiere socorrerlo en su
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desgracia. En su enseñanza Jesús emplea las parábolas para que sus
oyentes puedan entender más fácilmente lo esencial de su mensaje.
Particularmente expresivas e impactantes que inquietan a la conciencia
son las de: la parábola del hijo prodigo (Lucas. 15, 11-32); el Buen
Samaritano (Lucas. 10, 30-37); el siervo inmisericordioso (Mateo 18,
23-35); el Buen Pastor (Mt 18, 12-14); (Lucas 15, 3-7) y muchas otras.
Con su enseñanza y las obras, Jesús procura solucionar las situaciones
difíciles de la vida humana, curando a los enfermos, resucitando a los
muertos, perdonando los pecados, liberando a los poseídos de las ataduras del demonio. Este amor que Cristo anuncia y realiza por medio
de las obras, se hace visible y palpable abarcando toda la existencia del
hombre tanto en la esfera espiritual como temporal. Cristo consciente
de su misión mesiánica hace presente de esta manera entre los hombres y les revela que “Dios es amor” (1 Juan 4, 16) y “rico en misericordia” (Éfeso 2,4).
Recordando a sus oyentes el amor de Dios y su Misericordia para
con ellos, Cristo al mismo tiempo exige que en su vida se guíen por el
amor y la misericordia. Una expresión de esto es el mandamiento de
amor al cual denomina “el más grande” (Mateo 22, 38) como también
el sermón de la Montaña “bienaventurados los misericordiosos porque
obtendrán la misericordia” (Mateo 5, 7). Señalando a Cristo en quien
el amor de Dios Padre y su Misericordia se hizo presente entre los
hombres en la tierra, el Papa quiere llamar la atención que de esta manera Dios se adelanta a los problemas de la humanidad, desea ayudarla
en su desgracia, y también hace capaces y anima a los hombres que
por su cuenta intenten resolver estos problemas, en el espíritu del amor
de Dios y del prójimo a través de las obras de la misericordia (DM 3).
En el análisis y los comentarios de los teólogos y biblistas, estos
sostienen que el Salvador al revelar a los hombres el amor del Padre,
no se limitó solamente a la palabra, sino que la confirmaba con las
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obras. De diversas maneras dio pruebas de esta bondad y amor hacia
los pobres, maltratados, y sobre todo a los pecadores. Este amor real,
gratuito y efectivo abarcaba a todo hombre y todas sus necesidades. En
el contacto con el mal físico o moral se manifestó como la encarnación
de la misericordia de Dios. Realizando esta misericordia a los hombres, Cristo al mismo tiempo les enseñaba y animaba para que ellos
también se guíen en su vida por la misericordia. Esta, en fin, es la condición de recibir la misericordia de parte de Dios. Este amor misericordioso revelado por Cristo es para nosotros un ejemplo, una exigencia y condición de recibir la Misericordia Divina. Debe transformar
interiormente al hombre y formar un nuevo estilo de vida y las actividades de los hombres.
Analizando el término “misericordia” y diferenciándolo del
término “amor”, el Papa señala que una adecuada comprensión del
contenido de estos dos conceptos se transforma en una clave para entender la misma realidad de la Misericordia. Los hombres que han
experimentado la misericordia de Cristo, quien empleaba éste término,
entendía muy bien su contenido, señala el papa, ya que en su historia
el Pueblo de Dios constantemente experimentaba esta Misericordia
tanto en la vida social como personal. Este Pueblo de Dios que quebrantando la alianza establecida con Él, cuando se daba cuenta de su
infidelidad, a lo cual aportaban mucho los profetas, se refugiaba y
clamaban por la misericordia de Dios. Lo confirman los libros del
Antiguo Testamento en muchos lugares. Los profetas señalando esta
misericordia de Dios la comparan con un amor del amante, así Dios
ama a su pueblo (Os 2, 21-25; Is 54, 6-8). El amor de Dios es tan
grande a su pueblo – la amante infiel – que es capaz de perdonar esta
culpa y la infidelidad si el pueblo va a manifestar su arrepentimiento y
contrición. El amor de Dios sobrepasa totalmente el pecado y la infidelidad del pueblo.
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También algunas personas experimentan esta misericordia de Dios
sea como pecadores o como abrumados por el sufrimiento físico o
alguna desgracia. Un ejemplo muy particular es el rey David arrepentido de su pecado (2 Sam 11; 12; 24,10) como también abrumado por
el dolor el justo y paciente Job (el libro de Job). El Antiguo Testamento presenta muchos ejemplos que se refieren a este tema. Esta
convicción del Pueblo de Dios sobre la misericordia de Dios para con
él se arraiga muy profundamente en la historia del pueblo. Una de
estas experiencias fue la dolorosa prueba de la esclavitud de Egipto y
la milagrosa liberación por la poderosa intervención del mismo Dios
(Ex 3, 7). De parte de Dios esta fue una gran manifestación del amor a
su pueblo por eso este acontecimiento se transformó en el fundamento
de la confianza en la Divina Misericordia. Esta convicción también
tuvo su base en el sentimiento de culpa y del pecado. Particularmente
una huella muy profunda en la consciencia del pueblo fue el hecho de
adorar al becerro de oro cerca del monte Sinaí. Pero cuando Dios manifestó su paciencia, compasión y misericordia (Ex 34, 6) esto consolidó la conciencia del pueblo y de los integrantes del mismo de que
hay que recurrir a Dios y pedirle su perdón, ya que Dios perdona con
benevolencia y generosidad.
En esta misericordia de Dios se manifiestan todos los rasgos del
amor, señala el Papa, Dios es Padre (Isaías 63, 16) e Israel es su hijo
(Ex 4, 22), es también el amante del “pueblo amado” a quien manifiesta su misericordia (Os 2,3) e incluso en su enojo vence su amor benevolente (Os 11, 7-9; Jeremías 31,20; Isaías 54, 7). Esta convicción
sobre la misericordia de Dios se inscribió tan profundamente en la
conciencia del pueblo que se transformó casi en lo esencial de su vida,
tanto de la sociedad como de los sujetos individuales. Por eso encontró
tan ricas expresiones en las páginas del Antiguo Testamento, lo cual se
manifiesta, también, en la variedad de la terminología empleada
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(hesed, rahamim, hanah y otros). Con ciertos matices estas palabras
anuncian la misericordia de Dios a los pecadores, a los hombres aquejados por diversas contrariedades; suscitando la confianza en Dios y en
su ayuda, despertando la esperanza en los momentos de incertidumbre
y en las caídas. También alaba a esta misericordia de Dios y le da
gracias cuando ésta se realizó y se manifestó en la vida de algunos
sujetos o de toda la sociedad.
Así presentada y entendida la misericordia de Dios en el Antiguo
Testamento se opone al concepto de la justicia, superándola, ya que es
mucho más grande y profunda. Ya el Antiguo Testamento anuncia,
dice el Papa, que el amor sobrepasa a la justicia ya que es el primero y
fundamental. El amor es la condición de la justicia y la justicia sirve al
amor. La misericordia es la manifestación de esta primacía del amor en
referencia a la justicia. Aunque se diferencia de la justicia no se opone
a ella. El amor por su naturaleza es benevolente, paciente y capaz de
perdonar. Le está ajeno el odio para con los que una vez han sido elegidos y colmados de gracias. Por lo tanto la suerte del Pueblo elegido
desde Abraham se tejía según la economía de la misericordia. Y este
misterio de la elección divina y de la misericordia abarcan también la
historia de la vida de cada hombre, la historia de toda la familia humana, dice el Papa (DM 4).
La comprensión del misterio de la misericordia revelada por Cristo
facilita para el Papa la referencia al concepto de la misericordia de
Dios en el Antiguo Testamento. Este concepto se elaboraba en la conciencia del pueblo a causa de la experiencia histórica de su vida. De
ahí el concepto de la misericordia, en el pensamiento del Papa, no se
refiere solamente a Dios sino que se transforma en la esencia de la
vida de todo el pueblo de Israel. Al Papa no le interesa tanto el concepto teórico de la misericordia, lo cual expresa la misma palabra, sino la
relación de la misericordia de Dios con el pueblo y los sujetos indiviParroquia de San José – Almería
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duales en su existencia humana. El contenido rico y profundo de la
misericordia de Dios, nos presenta seguidamente el papa partiendo de
un análisis muy interesante de la parábola de Cristo del hijo prodigo
(Lucas 15, 11-32). En esta parábola, señala el papa, Cristo no usa una
sola vez la palabra misericordia ni justicia. Sin embargo el contenido
esencial del concepto de la misericordia está bien claro y visible.
El hijo menor, malgastador de la herencia del padre, dice el papa,
representa a los hombres de todos los tiempos quienes malgastan la
herencia de la gracia del Padre celestial. Esta parábola sigue siendo
actual ya que se refiere a cada infidelidad y al pecado. El hijo pródigo
al malgastar sus bienes sufre el hambre, no tiene medios para vivir.
Midiéndose con la medida de los bienes temporales se da cuenta de
su situación difícil, mientras tanto los sirvientes de la casa de su padre
tienen el pan en abundancia. Esta experiencia y sus propias palabras le
permiten, según el papa, darse cuenta de su profundo drama interior,
de la dignidad perdida y de la filiación traicionada. En la conciencia de
la dignidad perdida quiere humillarse y recibir por lo menos, el lugar
del siervo. El siguiente contenido de la parábola presenta la relación
mutua entra la justicia y la misericordia, aunque el texto no emplea
estas palabras. El amor del padre se manifiesta como misericordia ya
que ampliamente sobrepasa la medida de la justicia. Ya que según las
normas de la justicia el hijo menor ahora tendría que trabajar como un
siervo para ganarse los medios necesarios para su vida. Además, con
su comportamiento ofendió al padre, quien seguramente se sintió muy
dolido por la acción de su hijo. El hijo pródigo teniendo conciencia de
esta acción y aún más de sus consecuencias, se da cuenta de la dignidad perdida y del lugar que deberá ocupar en la casa del padre al regresar. La postura del padre manifiesta, en cambio, toda la profundidad de la misericordia. El padre fiel a su paternidad y amor, recibe a
su hijo con alegría y por este motivo prepara una fiesta, un banquete,
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lo cual provoca la oposición y el rechazo del hijo mayor. Esta fidelidad
a si mismo se manifiesta con una dimensión sentimental ya que el
padre conmovido interiormente lo abraza y lo besa. Pero este sentimiento tiene unas razones mucho más profundas. El padre es consciente de que su hijo había recuperado la humanidad y dignidad con su
fidelidad al regresar a él.
Esta postura y comportamiento del padre, subraya el Papa, nos hace
presente, por analogía, el misterio de la gratuidad de la misericordia de
Dios. Dios como Padre en su amor se inclina también sobre cada indigencia humana, sobre toda la moral. Según el Papa, a esta profundidad
de la Divina Misericordia no se puede valorar en plenitud sólo desde
“afuera”. Teniendo frente a nuestros ojos este acontecimiento de la
parábola, con facilidad advertimos en la misericordia una relación de
desigualdad entre el donante y el que recibe el don. Así puede parecer
cuando miramos desde fuera. Sin embargo la realidad es diferente, las
dos partes experimentan la alegría al darse cuenta del bien realizado y
recibido, la conciencia de la dignidad recobrada por el hijo y confirmada por el padre. El hijo gracias a la humildad ahora ve y valora, en
plenitud, a sí mismo y su modo de obrar, y el padre se alegra por el
bien que se realizó por la emanación de la verdad y del amor, al mismo
tiempo olvida el mal cometido por el hijo. En su expresión esta parábola manifiesta el valor y la necesidad de la conversión. Este proceso
de la conversión se hace posible gracias a la postura del padre que
manifiesta al hijo el amor y la misericordia. La misericordia se reveló
aquí como revalorizada, como elevación, como surgimiento del bien
de la opresión del mal que existe en el mundo y afecta el corazón del
hombre. Esto constituye la esencia de la economía de la Divina Misericordia frente al hombre. Así manifestada la misericordia de Dios, en
base de este ejemplo de la parábola, constituye la esencia del mensaje
mesiánico de Cristo y de la fuerza constitutiva de su misión. De esta
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manera entendían y realizaban esta misericordia los discípulos de Cristo y sus seguidores, los cuales no se dejaron vencer por el mal sino
vencieron el mal por la fuerza del bien (Romanos 12, 21). La manifestación a los hombres, de este rostro genuino de la misericordia, subraya con fuerza el Papa, es una exigencia muy actual de nuestros
tiempos (DM 5, 6).
Compartiendo sus reflexiones y pensamientos sobre el contenido de
las palabras del papa, los biblistas y teólogos, llaman la atención sobre
que esta encíclica es, sin duda, un documento bíblico. Aunque el Papa
no es biblista, la Biblia no se cae de sus manos y aprovecha también
con amplitud, los estudios bíblicos. Esto se pude advertir con facilidad
cuando el Papa, frecuentemente, cita diversos textos inspirados. Todos
los textos de la Biblia como también ésta parábola, sirven al Papa para
presentar a los hombres la imagen de de Dios Padre como Padre misericordioso, frente al hombre pecador como hijo pródigo. El amor del
padre manifestado en ésta parábola, como su tema principal, es también una referencia fundamental de la Biblia. La imagen de este Dios
frente a los pecadores extraviados y perdidos en el mal camino tiene
una dimensión universal. Buscar y salvar a los extraviados, es decir, la
salvación de los pecadores, es la tarea fundamental del Padre celestial,
quien no espera pasivamente a su hijo sino que sale a su encuentro. El
encontrar al pecador por el Dios lleno de misericordia, el perdonar sus
faltas, el devolverle la dignidad al hijo perdido e invitarle a la alegría
común, este motivo son los pensamientos y rasgos fundamentales de
esta parábola. Por lo tanto, según los teólogos, esta parábola constituye
el centro de toda la encíclica, su corazón.
Aunque las palabras de la enseñanza de Cristo fueron perfectas y
sus obras admirables, nada mas producirse el misterio de la muerte y
resurrección del Salvador, la Misericordia Divina se reveló en su plenitud. El Papa repite brevemente los pensamientos sobre el misterio
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pascual de Cristo expresado en su encíclica anterior Redemptor Hominis. En la luz del misterio pascual se confirma una vez más la gran
dignidad del hombre y la profundidad del amor del Padre Celestial que
entrega a su propio Hijo como expiación por los pecados. El misterio
de su pasión y muerte, manifiesta una admirable paradoja. El que
anunciaba con la palabra y realizó las obras de misericordia, ahora
merece la misericordia al ser flagelado, crucificado y sobre todo muriendo en la cruz en medio del dolor y sufrimiento. Pero no lo recibe,
incluso sus más cercanos no pueden hacer nada, no lo pueden socorrer.
Aún más el Padre celestial a quien invoca en el Huerto de los olivos y
en la Gólgota no lo defiende de este sufrimiento, ya que como lo expresa San Pablo: “A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó
con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él” (2 Corintios 5, 21). En este misterio del sufrimiento y de la
muerte de Cristo se manifestó la absoluta justicia. El Salvador ofreciendo a su Padre la ofrenda de la expiación paga la deuda por los
pecados del mundo. Sin embargo esta justicia no está privada del
amor. Gracias al divino amor del Padre y del Hijo esta obra de la redención suscita, en efecto, las consecuencias salvíficas por las cuales
el hombre logra acceder a la plenitud de la vida en Dios. El Salvador
sufriente por su sacrificio del amor habla no solo a los hombres creyentes, sino a todos, solidarizándose por el sufrimiento con la suerte de
cada hombre.
Así manifestada la misericordia para la humanidad pecadora es otra
forma del amor, como si fuera su segundo nombre, y también un antídoto contra el mal que intenta dominar el corazón del hombre e intenta
llevar a la ruina total su vida espiritual (DM 7). Este amor de Dios se
manifestó, sin embargo, más fuerte que el pecado y la muerte cuya
fuerza y el poder se expresó en la gloriosa resurrección de Cristo. En la
obediencia de Cristo hasta la muerte de cruz (Filipenses 2, 8), fue
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administrada la justicia en relación al pecado por el cual Él ofrece su
vida. La justicia fue administrada también en cuanto a la muerte que se
alió con el pecado. Por la gloriosa resurrección Cristo inflige un golpe
letal a la muerte experimentando su definitiva y total victoria sobre
ella (1 Corintios 15, 54). Por eso, el Papa ve en la cruz la manifestación suprema del amor de Dios, es decir, del amor que se enfrenta con
la raíz del mal, con el pecado y la muerte.
Cumpliendo hasta el fin su misión mesiánica en la Ofrenda de la
Cruz, Cristo revela su amor misericordioso a todos los sufrientes, pobres, oprimidos y pecadores, solidarizándose de esta manera con la
suerte de los hombres. La cruz de Cristo es también un signo escatológico que anuncia la renovación del mundo y la regeneración de la
humanidad para la gloriosa e inmortal vida, gracias a este amor que
vence las fuerzas del mal. La resurrección es por lo tanto el final y la
coronación de toda la revelación del amor misericordioso al mundo.
Es, también, anuncio de “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap
21,1) cuando ya “todo lo de antes pasó” (Ap 21, 4). La gloriosa resurrección de Cristo es también la manifestación de la Divina Misericordia ya que Jesús de una manera radical experimentó la misericordia del
Padre celestial quien lo resucitó de entre los muertos. Esta fue la manifestación del amor del Padre para con el Hijo que fue más fuerte que
la muerte. Y este Cristo Resucitado es quien vive actualmente en la
Iglesia y sigue siendo la fuente de la Misericordia de Dios que es más
fuerte que el pecado. Por eso, la liturgia del tiempo de la Pascua alaba
a Dios con las palabras del Salmo 89, 2: “Cantaré eternamente el
amor del Señor, proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones”.
Este programa del amor misericordioso del Salvador se hace también la finalidad del nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia. La cruz tiene
aquí siempre un lugar preponderante ya que en él el amor misericordioso llega a su plenitud. En la etapa de la vida terrena, la cruz
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constituye también una invitación para practicar el amor al prójimo.
Cristo sigue golpeando a las puertas de los corazones de los hombres,
deseando enardecerlos y liberar en ellos el amor mutuo y la misericordia. Esto recuerda la gran dignidad del hombre, quien experimentando
la misericordia debería practicar esta en su relación con el prójimo
según las palabras de Cristo: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mat
25, 40). De ahí las palabras de Cristo en el Sermón de la Montaña:
“Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia” (Mt 5,
7) que son como un resumen de todo el Evangelio. Manifiestan el misterio del mismo Dios en quien el amor conteniendo la justicia abre el
camino a la misericordia y esta revela la perfección de la justicia (DM
8).
Según los pensamientos del Papa, los teólogos concuerdan en afirmar que el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de
Cristo fue la manifestación culminante del amor misericordioso de
Dios, quien no escatimó en entregarnos a su Hijo, “cancelando la deuda por los pecados del mundo”. De parte del Hijo de Dios este sacrificio de amor fue la respuesta a la justicia de Dios. Desde este momento
el pecado perdió su fuerza dominado por el poder del amor. La redención de la humanidad es, entonces, la manifestación del amor misericordioso del Padre y del Hijo. Este sacrificio salvífico de Cristo dio
origen a la Nueva Alianza. En este sacrificio de Cristo en la cruz la
Misericordia venció a la justicia y desde allí ya no tiene fin. Del Corazón traspasado de Jesús que se transformó en la fuente de la misericordia nació la Iglesia en la cual, por medio de los sacramentos distribuye los frutos salvíficos de su sacrificio y de la misericordia en todo
el mundo. Por eso este programa mesiánico del Salvador Misericordioso es al mismo tiempo el programa de su Iglesia que lo sigue continuando. En esta corriente del pensamiento se ubican las palabras del
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Papa: “Creer en ese amor significa creer en la misericordia… Creer
en el Hijo crucificado significa « ver al Padre », significa creer que el
amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que
toda clase de mal…”
La resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo como parte
integral del misterio pascual constituyen la culminación, el cumplimiento y la coronación de la obra salvadora de la misericordia. Desde
este momento la Buena Noticia del amor misericordioso de Dios al
hombre se va a extender por los confines de la tierra hasta el fin del
mundo. La resurrección y la ascensión al cielo de Cristo constituyen
como un nuevo capítulo en la realización de la misericordia de Dios en
la historia de la salvación. La experimentan cada vez nuevas generaciones de los hombres que pasan a lo largo de los siglos experimentando el misterio de la cruz de Cristo y la esperanza de la gloriosa resurrección. Las palabras de María del himno de alabanza “Magnificat”
“Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen” (Lucas 1, 50) constituyen un anuncio profético de
esta magnífica realidad y al mismo tiempo su confirmación. María
también experimentó la misericordia de Dios de manera muy especial
y excepcional. Como Madre del Salvador del mundo participó de una
manera particular en su sacrificio de salvación. Manifestando hasta el
fin su “Sí”, “que se haga en mí según tu palabra”, Ella también por su
sufrimiento espiritual unido al de Cristo ofrecía el sacrificio espiritual
de su corazón. Participando de una manera especial en el misterio de la
redención, María conoce muy bien el misterio de la Divina Misericordia ya que la adquirió por el gran precio de su sufrimiento, por lo tanto
sabe que es hermético. Por eso la Iglesia venera a María como la Madre de la Misericordia, Madre de Dios de la Misericordia o Madre de
la Divina Misericordia y cada uno de estos títulos tiene, según el Papa,
un profundo sentido teológico. Nos hablan sobre todo de Ella como la
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Madre del Salvador crucificado y resucitado, quien experimentó de
una manera particular la misericordia de Dios y al mismo tiempo lo
merece en su vida terrena, especialmente a los pies de la cruz. Hablan
también de su particular participación en la misión mesiánica de Cristo
ya que fue llamada para acercar al mundo este amor misericordioso
revelado por su Hijo. Este amor misericordioso en contacto con el mal
físico y moral se hizo una participación particular de su corazón de
Madre del Salvador crucificado y resucitado. Y sigue revelándose por
su intermedio en la historia de la Iglesia y de la humanidad. Y sus manifestaciones son muy fructuosas ya que tienen su origen en la sensibilidad de su corazón maternal que es capaz de llegar a todos, los cuales a su vez, reciben este amor misericordioso con mayor facilidad y
con mayor aceptación cuando viene de parte de su Madre.
La maternidad espiritual de María, como enseña el Concilio Vaticano II, permanece constantemente desde el momento de la Anunciación, a través del Gólgota, hasta el cumplimiento final de la salvación
de todos los elegidos, ya que como Ascendida al cielo sigue continuando esta tarea por su intercesión, implorando para nosotros los
dones de la salvación eterna. Expresando este amor maternal, cuida de
los hermanos de su Hijo que aun peregrinan y están expuestos a los
peligros hasta llegar finalmente a la patria celestial (LG 62, DM 9).
De esta manera las palabras proféticas del Magnificat de la Virgen
María se refieren no sólo a las generaciones de Israel, sino también
abarcan las generaciones del Nuevo Pueblo de Dios, de la Iglesia y de
toda la humanidad que frente a los cambios que se realizan y las dificultades de nuestros tiempos necesita mucho de la misericordia de
Dios. En el mundo de hoy se realizaron y se siguen realizando muchos
cambios en varias áreas de la vida. Ante el hombre de hoy se abrió un
gran campo con posibilidades inimaginables hasta ahora. Gracias a la
ciencia, técnica y el arte, se amplió mucho nuestro conocimiento del
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mundo como también de las leyes que lo gobiernan y a las sociedades
humanas. Los pueblos y las naciones se acercaron más entre sí gracias
al acortamiento de las distancias por los medios de comunicación. La
humanidad se dio cuenta aun más que forma una sola familia. Los
jóvenes de hoy saben muy bien, que gracias al progreso de la ciencia y
técnica, y sobre todo de la informática, pueden alcanzar nuevos bienes
materiales y ampliar sus horizontes del pensamiento y su conocimiento
del mundo y de la vida. Cada vez los medios de comunicación facilitan más rápido el intercambio de los pensamientos y permiten participar en los acontecimientos mundiales. De los frutos de este desarrollo
y progreso no solo se aprovechan las naciones ricas y prosperas sino
también los países menos favorecidos y en vías del desarrollo. Al
mismo tiempo, a pesar de este desarrollo, siguen existiendo en el
mundo muchas dificultades. Al mundo de hoy aún le falta la verdadera
armonía y equilibrio. Estas desigualdades extienden sus raíces hasta
las profundidades del corazón humano en el cual conviven las fuerzas
que mutuamente se combaten. El hombre de hoy dándose cuenta de
sus limitaciones, se siente al mismo tiempo ilimitado en sus deseos y
llamado a una vida mejor. Tiene constantemente que elegir entre el
bien aparente y el bien real, entre varias tentaciones. Como débil y
pecador con frecuencia hace lo que no quiere. Se da cuenta de su desgarramiento interior del cual surgen muchas divisiones en la sociedad
(GS 10). No nos extraña entonces que existiendo tal mundo, el hombre
de hoy se interrogue y reflexione profundamente sobre el sentido de la
vida, del sufrimiento y de la muerte ya que a pesar del gran progreso
no puede eliminar esto de su vida. Estas tensiones, inquietudes y amenazas que ya el Concilio ha señalado, no solo no han disminuido sino,
al contrario, se fortalecieron y no permiten alimentar las ilusiones sobre un paraíso terrenal (DM 10).Todo esto provoca el aumento del
sentimiento de temor frente a un posible conflicto mundial que puede
terminar en, por lo menos la parcial auto aniquilación de una porción
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de la humanidad. Esta amenaza más allá de una guerra mundial se
refiere también a la dominación de unas naciones sobre otras y sobre
los individuos, lo cual ya encontró su confirmación a lo largo de este
siglo. Las amenazas siguen siendo actuales a pesar de las declaraciones positivas de palabra sobre los derechos humanos, sobre la dignidad
de la existencia de los hombres. El hombre puede ser dominado con
los medios técnicos no solo militarmente sino también en los tiempos
de paz. Sometido a las torturas que se aplica impunemente o a otras
formas de la opresión política, el hombre se transforma en una víctima,
privado de la libertad interior en el área de expresar sus convicciones,
fe y conciencia, según los cuales desearía vivir.
Junto con esta amenaza biológica se presentan en la conciencia del
hombre todavía otras amenazas dentro de la sociedad en la cual vive.
Una de estas calamidades infame que tendría que cuestionar a las naciones ricas y prosperas, es el problema del hambre de la gente más
pobre. Aun en el día de hoy hay muchas personas, adultos y niños, que
mueren de hambre y esta situación parece estar lejos de una solución.
Añadiendo a esta situación otras formas de la indigencia y varias limitaciones, advertimos que la desigualdad entre los hombres se ahonda
aún más. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más
pobres. Por eso el Papa dice que en la economía y civilización material, en algún lugar subyace algún error, funciona un mecanismo deficiente que no permite, de una manera humana, resolver estos problemas. Frente a estas tensiones, amenazas y diversas formas del mal
físico y moral viven tanto los pobres y hambrientos como también los
satisfechos, ricos y gobernantes. Estas inquietudes se relacionan profundamente con la existencia humana y los interrogantes sobre el futuro de toda la humanidad, que exige, según el Papa, soluciones y resoluciones positivas y adecuadas (DM 11). Estas reflexiones que presentan la imagen del mundo contemporáneo son tan evidentes, claras y
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contundentes que no precisan mayores comentarios. Los teólogos
sostienen y confirman los pensamientos del Papa. Frente a tan compleja y complicada situación de la vida humana señala que en el día de
hoy ya no es suficiente solo la justicia para solucionar los apremiantes
problemas humanos.
En el mundo de hoy, en la conciencia de los hombres se ha despertado el sentimiento de justicia. La Iglesia comparte con los hombres
este deseo de la vida según la justicia. Junto con la enseñanza de la
Doctrina Social la Iglesia forma las conciencias humanas en el espíritu
de justicia y apoya diversas iniciativas, especialmente en cuanto a
apostolado de los laicos. Sin embargo, con frecuencia, los programas
que tienen como fin la realización de la justicia se desvirtúan y por eso
dominan sobre la justicia las fuerzas negativas como el odio, envidia,
obstinación, crueldad. Se intenta eliminar al adversario limitando su
libertad y creando dependencia, lo cual se opone al concepto de la
justicia que busca la igualdad y adecuada distribución de los bienes.
Estos abusos señalan que el hombre en sus acciones está aún lejos de
la justicia. Cristo, el Señor, reprochaba a su conciudadanos esta postura inhumana de “ojo por ojo” (Mateo 5, 38). Aun en el día de hoy
muchos se rigen por esta norma en nombre de la “justicia histórica”,
destruyen a los demás, limitan su libertad y los privan de los derechos
correspondientes. El Papa por eso dice que en base de las experiencias
del pasado y las de hoy, no es suficiente guiarse solo con la justicia
sino que hay que fundamentar y cultivar la vida sobre el fundamento
del amor. Las experiencias históricas prueban que hasta la ley más
perfecta puede ser una gran injusticia (summum ius – summa iniuria).
Frente a esta situación reinante en el mundo la Iglesia comparte la
inquietud de los hombres de hoy. Por eso la Iglesia se preocupa por el
debilitamiento de muchos valores como por ejemplo: falta de protección de la vida humana desde el momento de la concepción, la crisis
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del matrimonio y de la familia, falta de la verdad en las relaciones
humanas, el trato utilitarista del hombre, desaparición del bien común,
la común desacralización, todo esto en fin lleva a la deshumanización.
El hombre y la sociedad para la cual lo sagrado deja de ser como tal
cae en un deterioro moral.
En la realidad de este mundo se vislumbra una gran necesidad de la
Divina Misericordia como un remedio para estos males y las desviaciones de la vida humana. Por eso la Iglesia en su misión salvífica se
da cuenta de la necesidad del anuncio y de las obras de esta misericordia de Dios como una verdad de salvación que es capaz de vencer
estas distintas crisis y preocupaciones de los corazones humanos.
Según el Papa la Iglesia tiene también el derecho y el deber de recurrir
a la misericordia de Dios, implorándola frente a todos los fenómenos
del mal físico y moral, ante todas las amenazas que pesan sobre el
horizonte de la vida de la humanidad contemporánea (DM 12).
La imagen del mundo y de la vida humana, lleno de tensiones y
amenazas, presentada de una manera tan real y acertada por el Papa
según los teólogos, exige verdaderamente una profunda reconstrucción
y cambio. Con razón dice éste que sólo la justicia ya no es suficiente
para formar las relaciones entre los hombres. La historia mostró, que la
ley más perfecta puede transformarse en una gran injusticia y los programas y proyectos actuales aún más brillantes se desdibujan y sufren
desviaciones. Hace falta entonces cultivar la vida y las relaciones entre
los hombres sobre el fundamento del amor, ya que sólo el amor constituye la razón más profunda de la justicia y es una fuerza constructiva
y creadora. Aporta mucho al desarrollo de la personalidad del hombre
y sobre todo, respeta su dignidad. Señalando en esta relación entre
amor y justicia el amor misericordioso como la norma fundamental y
constructiva de la formación de la vida humana, el documento del
Papa, en este sentido es un adelanto, ya que manifiesta la visión de una
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humanidad plena, el valor de la civilización del amor capaz de vencer
las crisis contemporáneas, tensiones, amenazas y múltiples dificultades.
La Iglesia continuando la misión salvadora que le fue encomendada
por Cristo, anuncia y confiesa esta misericordia de Dios en toda verdad, así como dice de ella la revelación de Dios. Lo hace a través de la
enseñanza de esta verdad contenida en la Sagrada Escritura. Centra su
atención en la persona de Jesucristo, su vida, su evangelio, su cruz y
resurrección, es decir en todo su misterio, lo cual nos permite apreciar
mejor la profundidad y la riqueza de la misericordia del Padre celestial. Una forma particular de confesar la misericordia de Dios, por la
Iglesia, es el culto al Sagrado Corazón de Jesús en el cual de manera
más convincente, visible y concreta se revela el amor misericordioso
del Padre. Este amor constituye el núcleo de la misión mesiánica de
Cristo. En esta confesión y anuncio de la Misericordia Divina la Iglesia da mucha importancia a la consciente y madura participación en el
Santo Sacrificio de la Eucaristía y del Sacramento de la Reconciliación
y relacionada con ellos, integramente, la Palabra de Dios. Participando
en la Eucaristía vivimos y anunciamos la muerte del Salvador (1 Cor
11, 26), nos unimos a él y de esta manera permitimos que nos abrace
este amor que es más fuerte que la muerte. Este encuentro con el
Salvador nos facilita también, el Sacramento de la reconciliación en el
cual el hombre de una manera particular, experimenta la misericordia
de Dios, es decir, el amor que es más fuerte que el pecado. Porque en
el mundo sigue existiendo el pecado y por eso Dios se nos revela como
el Padre de la misericordia. Y esta misericordia es infinita, ya que es
inagotable y perpetúa la disponibilidad del Padre celestial para perdonar las culpas de los hijos pródigos. Este poder de perdonar tiene su
fuente en el Sacrificio del Hijo. Sin embargo esta misericordia de Dios
se puede tornar ineficaz e infructuosa solamente frente a la falta de la
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buena voluntad del hombre, de la falta de la disponibilidad para la
conversión y penitencia, es decir, en el caso de permanecer en obstinación, en la oposición a la gracia de Dios y a la verdad, especialmente
en el caso del menosprecio y rechazo de los frutos de la pasión salvadora de Cristo y de su resurrección. Por eso la Iglesia anuncia y exhorta a la conversión que es la apertura al amor de Dios, es decir al paciente y benévolo amor del Salvador (1 Corintios 13,4). Esta conversión no es otra cosa sino el resultado y fruto de encontrar al Padre rico
en misericordia. Pero esta conversión no es un acto de una sola vez
sino una disposición constante, un estado del alma y una fuente inagotable de ésta conversión es éste conocimiento y descubrimiento que
Dios es misericordioso y está lleno de bondad. Los que así lo conocen
viven en un estado de continua conversión ya que son conscientes que
en la vida terrena somos peregrinos pecadores en el camino a la casa
del Padre.
Además de esta enseñanza de palabra la Iglesia confiesa a esta misericordia de Dios, también por medio de la vida de todo el Pueblo de
Dios. Por este testimonio de vida la Iglesia cumple y continúa la misión mesiánica del mismo Cristo. La Iglesia tiene conciencia que solamente apoyándose sobre la misericordia de Dios puede realizar las
obligaciones que surgen de la enseñanza del Concilio Vaticano II en
cuanto al ecumenismo, deseando sinceramente la unión de todos los
que creen en Cristo. La Iglesia confiesa con humildad, que lograr la
deseada unión con Cristo solamente es posible gracias a este amor que
es más grade que la debilidad de las divisiones humanas. Y también
por todo esto la Iglesia implora incesantemente. (DM 13).
Continuando este pensamiento del Papa, los teólogos, unánimemente dicen que frente a tan urgentes problemas, tensiones, amenazas
que exigen de unos remedios eficaces es de gran importancia, es un
desafío, el actuar de la Iglesia. La iglesia en medio de la misión salvíParroquia de San José – Almería
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fica que le fue encomendada viene en ayuda de la humanidad sufriente anunciando esta verdad de la misericordia de Dios, de acuerdo con
la revelación de Dios, y también manifiesta esta misericordia en la
vida y en las obras a ejemplo de Jesucristo su fundador. La misericordia de Dios revelada en Cristo se prolonga ahora en la Iglesia y dura de
generación en generación, como lo cantó la Virgen María en su cántico
de alabanza. Sin embargo, el Papa tiene aquí presente no tanto el conocimiento teórico de esta verdad o la admiración por la perfección de
Dios sino, más bien, la vida y las acciones de los creyentes en Cristo
concordantes con el amor misericordioso. La tarea de la Iglesia se
reduce a ahondar esta conciencia para que en su misión de testimonio
activo de este amor de Dios siendo fiel a toda la tradición del Antiguo
y Nuevo Testamento, imitando los ejemplos luminosos especialmente
de Cristo y de los Apóstoles y educar a los fieles en este espíritu.
Según los teólogos esta tarea y obligación es de tal importancia que
una negligencia en su cumplimento puede desembocar en la perdida de
la veracidad de parte de la Iglesia. En el mundo sigue existiendo el
pecado, por eso Dios no puede manifestarse de otra forma sino por
medio del amor misericordioso, es decir por la Misericordia. Y a esta
misión y obligación la Iglesia debe mantenerse fiel.
La Iglesia procura también, escribe el papa en la parte final de la
encíclica, practicar la misericordia al prójimo. Animada por la enseñanza y el ejemplo de Cristo tiene bien presente que el hombre no
sólo experimenta la misericordia de Dios sino que también es llamado
para manifestarla a los demás. La bienaventuranza de Cristo a los misericordiosos es una exhortación a practicar la misericordia. Practicar
la misericordia al prójimo se transforma, en una cuasi condición, para
obtener la Misericordia de Dios. Se trata aquí no sólo de los actos
singulares, esta actitud debe ser una manifestación de la vocación cristiana, una postura, un estilo de vida. En la mutuas relaciones entre los
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hombres estas manifestaciones del amor misericordioso no son una
acción unidireccional sino que se refieren a las dos partes, ya que las
dos partes se enriquecen mutuamente, se donan y experimentan la
misericordia. El Señor Jesús enseña claramente que la misericordia
manifestada al prójimo se refiere al mismo Dios. Por eso, según el
Papa, hace falta ahondar la conciencia, purificar las intenciones y procurar entender en su amplitud la misericordia manifestada a los demás. Practicando la misericordia al prójimo también nosotros la recibimos de nuestros destinatarios. Este convencimiento y conciencia son
una expresión de nuestra conversión plena, la cual Dios espera de
nosotros. De ahí el programa trazado por Cristo en su Sermón de la
Montaña en el que nos muestra una visión de la misericordia de Dios
mucho más rica y profunda que nuestras convicciones comunes sobre
este tema. El entender la misericordia sólo en el aspecto de una relación unidireccional provoca que surja una distancia entre el donante y
aquel que recibe el don. Y esto, seguidamente, lleva a formar las relaciones entre los hombres sólo sobre la justicia sin tener en cuenta la
misericordia. Sin embargo la autentica misericordia es la fuente más
profunda de la justicia. La autentica misericordia es un medio más
perfecto para igualar a los hombres, es decir, es una encarnación más
perfecta de la justicia. La igualdad por medio de la justicia, tiene lugar
en el ámbito de los bienes materiales, gracias al amor y misericordia
los hombres se encuentran en el mismo bien que es el mismo hombre
con su dignidad. Sin embargo el amor no borra las diferencias entre las
partes, las dos partes conservan el sentimiento de su dignidad y distinción, pero el amor las une. La misericordia se manifiesta aquí como un
medio que configura las relaciones entre los hombres en el espíritu de
la fraternidad. Esta verdadera unión entre los hombres no es posible
lograrla sólo con la medida de la justicia. Esta, debe ser constantemente acompañada y enriquecida con el amor misericordioso propio del
cristianismo, cuya manifestación son las numerosas parábolas de
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Cristo: sobre el hijo pródigo, la moneda, la oveja perdida etc. Precisamente por esto el amor misericordioso es tan imprescindible en las
relaciones entre los cercanos, en el matrimonio, familia, entre los hermanos, amigos, en la educación, en el trabajo pastoral. La civilización
del amor de la cual hablaba el papa Pablo VI tendría que ser el fin al
cual tienden todas las acciones en el área social, cultural, económica,
política ya que conseguir este fin no va ser posible aplicando sólo la
justicia según la norma “ojo por ojo” (Mt 5, 38). Aquí hace falta otro
espíritu, del cual habla el Concilio Vaticano II señalado la necesidad
de un mundo más humano (GS 40).
El mundo puede ser más humano cuando las relaciones interpersonales se guíen también por el mensaje del evangelio en el amor misericordioso. Se va a hacer más humano gracias al perdón que va a confirmar que el amor es más fuerte que el pecado, ya que este perdón es
una condición de la reconciliación con Dios y con los hombres. La
Iglesia acepta como su obligación el anuncio y la realización del misterio de la Misericordia revelada en Cristo. Este Cristo Misericordioso
es para todos una fuente de vida mejor, es decir, diferente de esta, sometida a la triple concupiscencia (1 Juan 2, 16). Precisamente Cristo
en la Oración del Señor nos enseña a perdonar ya que somos “deudores” para con Dios y con los demás, tenemos que, entonces, sentirnos
obligados a la solidaridad fraterna. A la pregunta de Pedro - ¿Cuántas
veces debe perdonar al prójimo? – Cristo responde: setenta veces siete
(Mateo 18, 22). Este perdón no elimina las exigencias de justicia.
Según el espíritu del Evangelio ni perdón, ni misericordia implican ser
indulgente con el mal, daño o escándalo. La reparación del mal y del
daño, es decir, la satisfacción, es una condición para recibir el perdón.
La Iglesia, por lo tanto, considera su deber guardar la veracidad del
perdón en la vida, en el modo de actuar, en la educación y en la pastoral. Ejerce este deber cuidando la misma fuente del perdón que es la
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misericordia de Dios revelada en Cristo (DM, 14).
Junto con el anuncio de la verdad de la misericordia de Dios y su
práctica en los hombres la Iglesia no olvida la oración. Es un derecho
y un deber de la Iglesia implorar en las oraciones la Misericordia de
Dios frente a distintos males que amenazan a la humanidad y la alejan
de Él y del misterio de la Misericordia. La humanidad percibe intuitivamente estas amenazas que se manifiestan en crecientes tensiones.
Aunque la gente pierde el sentido de la palabra misericordia y deja de
practicarla, la Iglesia tiene que anunciarla aún más fuerte en su nombre
propio y el de todos los hombres implorando a Dios con fuerza, que
muestre su Misericordia. La Iglesia como una madre acompaña a sus
hijos que se extravían como ovejas, aunque el mal triunfe sobre el
bien, aunque la humanidad mereciera un nuevo “diluvio”. La Iglesia se
refugia en este amor paterno que Cristo nos manifestó en su misión y
en su misterio pascual. Aquí nos vuelven a resonar las palabras de
María en el Magnificat, ya que su misericordia es eterna de generación
en generación. La Iglesia a imagen de la Virgen María, como madre,
reza con gran solicitud y confianza. Esta oración de la Iglesia se fundamente en la fe, esperanza y caridad que Cristo injertó en los corazones de sus fieles. Apoyándose en este amor a Dios nos corresponde
clamar junto con Cristo: “Padre, perdónalos” (Lucas 23, 34). Con
este amor hay que abrazar a todos los hombres sin distinciones ni divisiones ya que la Iglesia desea apaciguar el mal para todos y a todos
implorar el bien de la Divina Misericordia.
A los que no entienden este amor y esperanza, en nombre de los
cuales el papa clama en el día de hoy, implorando la misericordia de
Dios, apela que procuren entender, por lo menos, el motivo de esta
solicitud que surge del amor a los hombres y a todos los valores
humanos que están hoy tan amenazados. Terminando su encíclica, el
Papa clama e implora en nombre de Jesucristo crucificado y resucitado
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para que una vez más, en esta etapa de la historia, se manifieste el
amor del Padre celestial, y por medio del Hijo y del Espíritu Santo se
haga presente en el mundo de hoy y se revele como más fuerte que el
mal, el pecado y la muerte. Esta suplica, el papa la dirige al trono de
Dios por la intercesión de la Virgen María, que un día anuncio la verdad llena de esperanza de que la Misericordia de Dios permanece de
generación en generación (DM, 15).
Refiriéndose a estas expresiones del papa los teólogos admiten que
la Misericordia de Dios tendría que reflejarse en la vida y en las acciones del hombre. Quienes desean experimentar la Misericordia Divina
tendrían que manifestarla al prójimo. Este es el camino más adecuado
y más directo a Dios. Sin embargo esta postura exige de un cambio
interior y de la conversión. Esta postura del amor misericordioso
tendría que tener su reflejo tanto en las relaciones humanas, a nivel
global, como entre los cercanos, en la familia, en el matrimonio, entre
los amigos. Es muy necesaria ya que como la fuerza mayor que el mal
y el pecado es capaz de vencer diversas formas del mal. Su fuerza y
poder reside en el perdón, que hace, que la justicia de lugar a la misericordia. Este primado del amor frente a la justicia se hace visible en la
misericordia. No todos en el día hoy, pueden comprender esta relación
particular ente misericordia y justicia.
Tal vez para muchos de los hombres de hoy esta postura del papa
puede ser un “duro lenguaje”, dicen los teólogos, ya que muchos no
comprenden esta relación ni la esencia del amor misericordioso. Es
que el concepto de la misericordia ha perdido su significado en el día
de hoy. Advirtiendo, con mayor frecuencia, en la misericordia una
relación de desigualdad, la gente está convencida que esto atenta contra la dignidad humana. Sin embargo la misericordia no puede ser entendida como un gesto de los ricos hacia los pobres. La gente consciente de su divinidad espera los bienes que le corresponden por
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legítimas razones, y no por una gracia. Según la revelación de Dios, la
misericordia es la encarnación de una más profunda y perfecta igualdad entre los hombres, es decir, es la encarnación más perfecta de justicia. No se puede entender la misericordia unilateralmente ya que allí
se manifiesta una distancia entre las personas. La misericordia es una
relación mutua donde las dos partes se enriquecen recíprocamente. La
justicia tiene lugar con la acción de dar algo material por las razones
de equidad, en cambio en la misericordia se trata de una relación interpersonal donde las dos partes donan recíprocamente el bien. Aquí,
el amor devuelve el hombre al hombre. Por eso la misericordia no
rebaja al hombre ni atenta contra su dignidad. Al contrario, es una
fuerza creadora que en las relaciones interpersonales eleva al hombre y
subraya su dignidad. Gracias a este amor el mundo va a ser cada vez
más humano. En las conclusiones los comentaristas señalan que el
Papa publicó esta encíclica en respuesta a las expectativas de la humanidad ya que en el misterio de Cristo que reveló al mundo el amor
misericordioso del Padre, advirtió la adecuada y plena dimensión de la
misericordia como un elemento y el valor que eleva al hombre y puede sacar el bien de la aparente dominación del mal en el mundo y en el
hombre. El anuncio de esta verdad al mundo es el anuncio de la fe en
Dios y en el hombre que percibe su dignidad. De esta manera el Papa
cumple la misión encomendada por Cristo de confirmar a sus hermanos en la fe. Este llamado del Papa por la misericordia en el mundo es
al mismo tiempo exhortación del mismo Cristo que no tendría que
quedar sin eco. Encíclica es, de alguna forma, paráfrasis del Mensaje
para el Año Nuevo 1972 en el cual el Papa Pablo VI escribía: “deseas
la paz, busca la justicia”. Juan Pablo II en su encíclica desea decirnos:
“deseas la justicia, busca la misericordia”. Esta encíclica es, entonces, una carta magna que manifiesta en el mundo de hoy como realizar
la justicia y la misericordia.
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CAPITULO 10
LA CONFIANZA COMO PRIMERA RESPUESTA
DEL HOMBRE AL CONOCER EL MISTERIO
DE LA MISERICORDIA DE DIOS
El hombre fue creado por Dios a Su imagen y semejanza. Lo que lo
distingue de otras criaturas no es solamente la razón y la voluntad sino
también el libre albedrío por el cual puede realizar sus elecciones. Es
verdad que nuestra voluntad a causa del pecado original fue muy debilitada y estamos condicionados por varias cosas pero con toda seguridad, Dios nos capacitó, a pesar de estos condicionamientos, para dar
una respuesta a Su llamado, a Su voluntad. Se trata de la capacidad de
darle a Dios, a su actuación, una respuesta de fe, pero hace falta aclarar que esta capacidad es también una gracia de Dios, su don. Uno de
los sínodos más importantes que se realizó en la iglesia fue el de
Orange del año 529 que determinó que todo es gracia, cualquier cosa
que poseemos, cada acto de fe y oración es una gracia de Dios. Lo que
pertenece al hombre es el pecado que heredamos de Adán y Eva y
todos los pecados personales que son una consecuencia de la naturaleza humana corrompida. Sin embargo todo lo que poseemos – tanto en
la esfera material como espiritual – es un don de la gracia y de la infinita misericordia de Dios.
Veamos de que manera el hombre puede responder a Dios por sus
dones y sobre todo por su amor aunque estamos tan limitados. Dios no
nos dejó solos pues viene en nuestra ayuda para que libremente pero
con Su ayuda podamos confiarle y entregarnos a Él. Hay muchos personajes de la Sagrada Escritura que confiaron en Dios que han permitido que los seduzca (ver Jeremías. 20, 7) y por eso manifiestan que se
puede dar a Dios una respuesta llena de confianza y amor.
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Abraham, el padre de la fé
La primera persona en la historia de la salvación que respondió al
llamado de Dios de una manera más admirable fue Abraham, del cual
San Pablo dice que es el padre de la fé. Antes que lo veamos en las
cartas de la Sagrada Escritura, la historia del mundo ya fue avanzada.
En esta historia los hombres experimentaron, sobre todo, la maldición
que se relaciona con el pecado. El hombre fue sumergido en un terrible
sufrimiento y en las tinieblas, a pesar del anuncio de la salvación no
hubo esperanza para cambiar esta situación. La verdadera luz y la esperanza vienen junto con Abraham. No se distinguía de otras personas
de su tiempo. Fue politeísta, pastor que tenía sus deseos siendo el más
grande era tener tierra y un hijo que su mujer no le podía dar ya que
era estéril. Era entonces un hombre infeliz y la vida le parecía sin sentido. En esta citación del sufrimiento, sin embargo, entra Dios con su
promesa de la tierra y descendencia. Dios invita a Abraham a la fé de
que esto es posible, que Él puede cumplirlas en su vida, bajo una condición, que va a creer en su palabra y la consecuencia de su fé va a ser
el hecho de abandonar su clan y la obediencia a Dios. Abraham tiene
esperanza, ya que, humanamente el cumplimiento de esta promesa no
era posible.
Desde este momento en el cual confió en Dios, su vida se hizo una
escuela de fé en la cual cada día debía aprender la confianza en Dios.
Había en su vida temporadas en que vivía según sus pensamientos,
pero se dio cuenta que cuando dejaba de apoyarse en Dios, entonces,
aparecían las dificultades y mayor sufrimiento; sin embargo, cuando
entrega su vida a Dios ésta se hace más simple. Abraham aprende a
confiar en Dios cada día y gracia a esta fe va a llegar a ver el cumplimiento de la promesa de Dios, recibirá la tierra y sobre todo a su hijo
Isaac que va a ser para él una comprobación visible de la obra de Dios
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en su historia. Su fe va a ser tan firme que no va a dudar en ofrecer a
su hijo como una ofrenda cuando Dios se lo exige para manifestar
hasta que punto confía en Él. En el monte Moriah se va a manifestar la
plenitud de la fe de Abraham que para cada uno de nosotros puede ser
un ejemplo de cómo se puede apoyar la propia vida en Dios, como se
puede confiar en Él totalmente convencido de su veracidad y poder,
pues siempre cumple lo que promete.
Por eso Abraham se hizo el padre de la fe, ya que en el mundo donde reinaba la maldición del pecado y de la incredulidad brilló la luz de
la bendición que es el fruto de la total confianza en Dios. Gracias a
esta postura de Abraham las naciones enteras van a desear la bendición
con su ejemplo, y no solamente todos van a participar en su bendición
sino que van a confiar en el Padre de la misericordia.
Por Javéh y por Gedeón
Otro ejemplo muy bello de la confianza en Dios es la historia de
uno de los jueces, de Gedeón, a quien Dios eligió para que sea liberador de su pueblo del poder de los madianitas. Gedeón se prepara para
la lucha con sus enemigos convocando al ejército, veintidós mil soldados, gracias a los cuales tiene la esperanza de vencer al enemigo. Sin
embargo Dios le ordena reducir el ejército hasta un número muy pequeño, diciendo: “La gente que te acompaña es demasiado numerosa
para que ponga a Madián en sus manos. No quiero que Israel se gloríe
a expensas mías diciendo: Es mi mano la que me salvó”(Jc. 7, 2). Gedeón reduce el ejército primero a diez mil y finalmente a 300 soldados
con los cuales vence al enemigo. Dios por medio de este acontecimiento os transmite la verdad fundamental que el hombre no vence por la
fuerza sino sobre todo por la confianza en Él. Israel muchas veces
tuvo la tentación de desconfiar en los pactos con los países vecinos por
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medio de los cuales se alejaba de la alianza establecida con Dios, ya
que estos pactos traían consigo el culto a los ídolos y la aceptación de
las creencias de otros pueblos. Dios fue muy celoso con la fidelidad
del pueblo elegido y constantemente lo instruía de que solamente la fe
y la confianza en Él puede salvarlo. Por medio del profeta Isaías llamaba: “En la conversión y en la calma está la salvación de ustedes”
(Isaias. 30,15), no en la fuerza del caballo y el número elevado del
ejército, no en dudosos pactos con los pueblos ajenos. La confianza en
Dios tenía que formar la base para la libertad política y del bienestar
pero cuando este pueblo confiaba más en su sabiduría que en la palabra de Dios, que en las promesas de Dios, sobre los hombres caían
desgracias hasta el exilio de toda la nación primero hasta Asiria y después a Babilonia. Los judíos aprendieron muy lentamente esta enseñanza sobre la confianza en Dios, con frecuencia ya era demasiado
tarde para cambiar el curso de los acontecimientos. Con el tiempo
reflexionaban sobre su historia, viendo su endurecimiento y al mismo
tiempo la misericordia de Dios. La historia de la salvación descrita en
la Sagrada Escritura no es trasmitida para un conocimiento histórico,
esta es la palabra de Dios para nosotros, para que podamos reconocer
en la palabra nuestra propia historia y logremos descubrir la semejanza
fundamental entre nosotros y el pueblo elegido. Fijémonos que cada
vez que hemos fundamentado nuestra vida en la sabiduría que viene
del mundo, sobre nuestras razones prescindiendo de la voluntad de
Dios y sus proyectos, tantas veces hemos experimentado numerosos,
inútiles pesares, nos hemos complicado la vida. La historia de la salvación nos enseña la confianza en Dios, fiarse en Él, ya que Él es fiel, es
poderoso y siempre espera nuestra fe que mueve las montañas y espera
nuestra confianza gracias a la cual puede actuar. Así como en el caso
de Gedeón, a Dios no le hace falta la fuerza de un ejército para vencer
a nuestro enemigo el diablo. Él solo va a vencer cuando le permitimos
que nos guíe, cuando confiamos en Su misericordia.
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En su misericordia, ten piedad de mí
Otro personaje que debemos recordar en nuestra reflexión es el rey
David, elegido de Dios que realiza la unificación de las doce tribus de
Israel, gran guerrero del cual se dijo que fue según el corazón del
mismo Dios. Realmente las obras de David podrían testimoniar que
fue enriquecido con los dones especiales de Dios en la lucha contra los
enemigos del Pueblo de Dios y en la lucha por la unidad dentro de la
nación. Aunque tuvo muchos enemigos fue amado por su pueblo por
su diligencia y simplicidad. Sin embargo este gran rey fue infiel a
Dios cometiendo un pecado que fue abominable a Sus ojos.
La situación de David es peligrosa porque no ve su mal actuar, no
se da cuenta y en este caso no es posible la conversión. Por eso Dios le
envía al profeta Natán que le va a traer la luz que le va a permitir
humillarse ante Él y confesar su pecado. El rey va a confesar a Dios:
“He pecado contra el Señor” (2 Sam. 12, 13), va a reconocer el adulterio cometido y el crimen que realizó sobre el inocente Urías y este
reconocimiento va a ser para él la fuente de un gran cambio interior
cuyo fruto va a ser la humildad y el amor al prójimo. Cuando va a ser
destronado por su hijo Absalón y va a huir de Jerusalén sufrirá una
gran humillación pero él ya no se va a rebelar contra Dios y no va a
exigir un castigo para su perseguidor, pero lo va a reconocer como un
don de Dios para su conversión. En este hecho de la humillación va a
ver la misericordia de Dios y va a responderle con su confianza y amor
a Él. Vemos, entonces, que Dios tiene la misericordia tan grande, que
se revela en el perdón de cada pecado – aunque sea el más grande –
puede convertirse en una oportunidad para volver al Padre. Dios da
una oportunidad a cada uno y para Él no son un obstáculo – si así podemos decir – nuestros pecados, pero sí nuestra incredulidad en Su
amor y falta de confianza en Él. Dios nos ama tanto que hasta del peParroquia de San José – Almería
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cado más grande, del más grande fracaso puede sacar un bien, como
fue con el pecado original del cual cantamos: “Oh feliz culpa”. Para
Dios no hay ningún obstáculo para sacar un bien de todas nuestras
equivocaciones y pecados. El obstáculo más grande es la falta de confianza y carencia de fe en Su amor. La figura de David es para nosotros una palabra maravillosa que nos manifiesta que Dios puede sacar
un gran bien cuando admitimos nuestras culpas, cuando las vemos y
las reconocemos.
Siervos del Señor bendigan al Señor
Toda la Sagrada Escritura en muchos lugares muestra a las personas que confiaron en Dios que no adoraron a los ídolos aunque estaban
en peligro de perder la vida, a pesar de todo se mantuvieron firmes en
la fe. Así fue en el caso de los siete hermanos durante el levantamiento
de los Macabeos cuando se obligaba a los judíos comer la carne
prohibida por la ley, así fue durante la esclavitud de Babilonia cuando
el rey Nabucodonosor mandó a todos los súbditos rendir el homenaje
a su imagen hecha de oro. En la corte real había tres jóvenes educados
en la fe de Israel y para ellos el amor a Dios era lo más importante en
la vida. Cuando escucharon el mandato del rey, no se arrodillaron frente al ídolo, por eso merecieron el enojo del tirano y fueron arrojados en
un horno ardiente. La confianza en Dios hizo que les mandara un ángel
que no permitió que el fuego les hiciera algún daño, al contrario, allí
dentro del horno ardiente cantaban un himno de alabanza a Dios por
todos los dones y gracias que habían recibido, que recibió todo el
mundo. El canto de alabanza lo ensalzaba por la obra de la creación y
por la obra de la liberación de las llamas. Ellos experimentaron que
Dios es el Señor de todos los poderes, tanto los que existen en la naturaleza como también del poder aun más peligroso que es la muerte.
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Dios es el Señor incluso de la muerte y la actitud de confiar en Él hizo
que fueran liberados de ella.
Los tres jóvenes del Libro de Daniel son una figura cierta y anuncio
de la actitud cristiana de la confianza en Dios hasta el fin, hasta en las
condiciones más difíciles. La vida cristiana también tiene sus llamas y
es fácil olvidarse de Dios, es fácil quejarse de todo el mundo y acusar
a Dios por los sufrimientos que caen sobre nosotros; de ahí en estas
llamas necesitamos al mismo Jesucristo que las va a neutralizar. Esto
sucede realmente por la resurrección de Jesús quién le quito a la muerte su espada. Quien cree y confía en Dios no le perjudican estas llamas. En toda la historia de la salvación hay muchos testigos quienes en
medio de más grandes sufrimientos no sucumbieron en la fe sino que
mirando el rostro de Dios misericordioso, en Él buscaban la salvación
y nunca fueron defraudados.
Señor, tú lo sabes todo
Podemos sentirnos muy conmovidos por muchos testimonios de las
personas totalmente confiadas en Dios tanto en el Antiguo como en el
Nuevo Testamento. Veamos entonces por lo menos a un personaje del
Evangelio que nos resulta muy cercano no solamente porque es un
discípulo de Jesús sino más bien por sus actitudes. Esta figura es Pedro
Apóstol llamado por Jesús para ser el pescador de los hombres aunque
él se defendía mucho de esto, teniendo presente su condición de pecador. Pero nos resulta muy cercano por su espontaneidad y facilidad con
la cual declara su adhesión y su amor al Maestro. Somos muy parecidos a él en esto ya que tantas veces tenemos en los labios muchas
hermosas declaraciones que confiesan nuestra fe y al mismo tiempo en
la práctica de la vida cedemos frente al temor por nosotros mismos, no
perdemos nuestra vida, no morimos cada día como el grano de trigo
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para recibir una nueva vida. Este miedo es provocado justamente por
la falta de una fe y confianza madura. Jesús reprochaba a Pedro su
falta de fe y hacía falta un camino muy largo para que ésta fuera fortalecida. El mismo Salvador va a pedir para que no decaiga su fe y que
él a su vez pueda fortalecer en la fe a sus hermanos. Antes de llegar a
esto, Pedro va a necesitar ciertas experiencias que primero le van a
manifestar la verdad de él y después va a buscar la ayuda en su Maestro.
Hay muchos acontecimientos que ponen en evidencia la falta de
confianza de Pedro en Jesús: cuando empezó a hundirse, cuando
quería apartar del Salvador su pasión y cruz y cuando finalmente lo
negó frente a una sirvienta. Estas actitudes que manifestaba su falta de
comprensión de la misión de Jesús, su falta de confianza, eran muy
necesarias para Pedro ya que le ayudaron a ver que era un pecador. No
teóricamente como hizo a orillas del lago, sino prácticamente tocando
esta verdad en profundidad y experimentándola hasta las lágrimas. La
verdad sobre su propio pecado es dolorosa y llega a llorar, pero con
seguridad estas son las lágrimas de purificación que lleva a una gran
humildad, son las lágrimas de la salvación. Estas ablandan al hombre,
a su corazón duro que se resiste a reconocer la culpa frente a Dios. La
soberbia siempre está en las raíces de nuestra dureza de corazón, ya
que ella no reconoce la debilidad. Un soberbio ni siquiera admite, no le
entra en su cabeza que podría caer, pecar, traicionar, manifestarse imperfecto. Judas no se pudo perdonar que vendiera a su Maestro y por
eso no se supo abrir al perdón de Dios. No podía entender la Divina
Misericordia, al no ser capaz de confiarse a ella. Con Pedro sucedió
diferente. El permitió que la mirada de Jesús llegara a su corazón y
quemara la soberbia, permitió a Jesús tocar las partes más débiles de
su yo y destruirlas con el fuego de la misericordia. No nos resulta difícil imaginarnos qué gran alivio sintió cuando experimentó el perdón
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que le ofreció Jesús, cuando sintió a través de las lágrimas la alegría y
una verdadera libertad. Ya no necesita defender nada, comprobar ni
declarar nada. Ahora puede repetir sin fin y susurrar: “Señor tú lo sabes todo, sabes que te quiero” (Juan. 21, 17). “Señor, tú me sondeas y
me conoces, tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes lo
que pienso, te das cuenta si camino o si descanso, y todos mis pasos te
son familiares” (Salmo. 139, 1-3). “Tú sabes Señor que te negué, que
soy débil, pero Tú también sabes que mirando tu rostro puedo amarte,
puedo entregarme a Ti, en Ti puedo todo. Tú sabes que te amo”.
Jesús en Ti confío
Esta oración breve, este grito levantado al Salvador con seguridad,
surge de una profunda vivencia de la indignidad personal de Santa
Faustina. Con frecuencia en su Diario manifestaba esta verdad y no
podríamos comprender esta actitud de confianza si ella no experimentara en profundidad, que ante Dios es una partícula de polvo en el
cosmos. La confianza en Dios nace de la experiencia de la propia insuficiencia y al mismo tiempo de la contemplación del amor revelado de
diversas maneras, pero sobre todo en la persona de Jesucristo que es la
imagen del Dios invisible. Esta imagen fue presentada en los Evangelios, pero no solamente, ya que existe también una experiencia de la fe.
San Pablo no conoció a Jesús en carne y esto no tenía para él ninguna
importancia. El conoció a Jesús por el testimonio del Espíritu Santo en
la profundidad de su ser, en el fondo de su existencia y esta experiencia es más importante que el encuentro en el cuerpo. “Felices los que
creen sin haber visto” (Juan. 20, 29), dijo Jesús a Tomas. Por eso
podemos alegrarnos que una experiencia semejante del amor de Jesús,
de su misericordia también pueda suceder en nuestra vida. El problema
consiste en hasta donde nos vamos a hacer de pequeños, hasta donde
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vamos a reconocer nuestra propia insuficiencia y debilidad para permitir a Dios actuar en las profundidades de nuestro corazón. Esta es la
condición indispensable para que podamos participar de la salvación
que trajo Jesucristo, es decir, el don del Espíritu Santo. Dios le da su
gracia a los humildes y se opone a los soberbios.
La Santa Hermana Faustina por eso es un signo tan grandioso en el
mundo de hoy, ya que vive en el siglo de los totalismos más grandes,
de los grandes poderes que se confabularon contra Dios y el hombre y
en este infierno podía decirle a Dios su – sí – podía creer que Él existe,
que Él es el amor, que es la misericordia. Dios llama a los pequeños
para que sean testigos de su amor, para que manifiesten al mundo que
el amor es más fuerte que la muerte, que la confianza en Dios es la
obra más grande del hombre. Uno se puede asustar del poderío de los
sistemas dirigidos contra el bien de la humanidad que emplean grandes
medios con el fin de esclavizar las conciencias humanas, de construir
los campos de concentración y cárceles donde no hay lugar para la
misericordia. Un signo aun más grande para el mundo contemporáneo
es una humilde hermana cuya ocupación principal va a ser confiar sin
límites en la Misericordia. Así como la vocación de Santa Teresita fue:
ser amor en el corazón de la Iglesia, así la vocación de la Hermana
Faustina consiste en mostrar al mundo que “Dios es más grande que
nuestro corazón” (1 Juan. 3, 20), que Dios es el amor misericordioso y
quien confía en Él nunca va a ser defraudado.
No es posible analizar todas las actitudes que manifiestan la respuesta de la confianza que muchas personas en la historia de la salvación y en la historia de la Iglesia han dado a Dios. Tampoco este es el
objetivo de esta reflexión. Es importante darnos cuenta que esta
postura es posible, que existe y lo que es más importante que esta actitud es la respuesta más bella que el hombre puede dar a su Señor
Misericordioso. Pidamos en la oración este don que fue la participaParroquia de San José – Almería
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ción de una muchedumbre de los pequeños servidores de Dios Todopoderoso; ellos – como hemos visto – fueron débiles y pecadores por
lo tanto necesitaban un apoyo en alguien más fuerte y han descubierto
en su vida que existe solamente una piedra, solamente una roca, un
castillo bien custodiado, sobre el cual se puede construir su propia
suerte. Ellos son un vivo testimonio de esta actitud para nosotros.
Pidamos este don de la confianza en Dios.
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CAPITULO 11
Hemos reflexionado sobre la confianza del hombre, que es la respuesta más bella que podemos darle a Dios en nuestra vida. Esta actitud nace de la experiencia de la debilidad humana y de la condición
pecadora que sentimos, por lo tanto pidiendo la ayuda de Dios nos
hacemos testigos de Su intervención salvadora. Adoramos este amor y
deseamos que lo conozca todo el mundo así como fue el caso de Santa
Faustina. Experimentando el perdón de nuestros pecados y contemplando las obras de Dios realizadas en nuestra historia, no podemos
limitarnos únicamente a las palabras ya que no son los que dicen Señor, los que entrarán al reino de los cielos sino los que cumplen la
voluntad del Padre (ver Mateo. 7, 21). De esta manera existe también
otra respuesta que se relaciona con el prójimo. Quien experimentó la
Divina Misericordia en su vida no puede ser indiferente para con los
demás. Dios desea que su misericordia llegue a ellos a través de mi,
para que yo mismo sea el instrumento de misericordia para con los
demás y así obre de una manera parecida a Dios misericordioso. Sean
misericordiosos como su Padre es misericordioso.
El Sermón de la Montaña, según San Lucas, transmite las palabras
de Jesús que son el resumen de todo el Evangelio: “Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes” (Lucas. 6, 31).
“Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso”
(Lucas. 6, 36). Estas palabras son una invitación a cierta actitud que
surge de la experiencia del amor de Dios en la propia vida. Nuestra
respuesta al amor de Dios es una sola: “Amarás al Señor, tu Dios, con
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todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deut. 6, 5),
y “a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos. 12, 31). El amor a Dios va
siempre por el otro hombre ya que ¿cómo se puede amar a Dios a
quien no se ve, si no se ama al hombre a quien vemos? (ver 1 Juan. 4,
20). El deseo más profundo de cada uno de nosotros es el amor, la
necesidad de ser amado, es la aspiración a que los demás nos acepten
así como somos. No todos se dan cuenta que solamente Dios puede
saciar los deseos de nuestro corazón. Lo experimentamos de una manera más clara, por medio del perdón de los pecados, cuando nos
hemos alejado de Dios, Él no respondió a nuestra maldad con enojo,
castigo, sino con la misericordia. Dios es misericordioso para nosotros,
si “… la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros
cuando todavía éramos pecadores” (Romanos. 5,8), es una consecuencia natural que esta vivencia del perdón nos lleve a la misericordia
para con el prójimo. Por lo tanto sé misericordioso ya que Dios te manifestó su misericordia.
Hay todavía otro aspecto de esta cuestión. Deseamos también de un
buen trato por parte de los demás, queremos que los demás nos amen,
que nos respeten, que no nos juzguen, pero que nos acepten con todos
nuestros defectos. Jesús nos sugiere: “Hagan por los demás lo que
quieren que los hombres hagan por ustedes” (Lucas. 6, 31). Sin embargo, existe cierta dificultad en la aceptación de esta palabra, se hace
imposible cumplirla si no tenemos una auténtica experiencia del
perdón de nuestros pecados por parte de Dios. Para que esta experiencia pueda ser también la nuestra, debemos primero presentarnos ante
Dios con toda la verdad, como sus deudores. Si no lo hacemos vamos
a ser parecidos al siervo sin compasión quien recibió el perdón de sus
deudas, pero no fue capaz de perdonar las deudas a uno de sus compañeros.
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El Señor tuvo compasión de su siervo
Jesús presenta una bella parábola sobre un deudor que debía a su
señor diez mil talentos, lo cual era una suma enorme. Como no lo
podía devolver, su señor decidió encarcelarlo hasta que saldara toda la
deuda, pero respondiendo a su imploración tuvo compasión de él y le
perdonó la misma. Este siervo tenía también a un deudor que le debía
cien denarios. Le reclamaba su deuda y cuando este no tuvo como
pagarla lo hizo encarcelar. Este breve relato manifiesta al mismo Dios
que perdona a su deudor – el hombre –una gran deuda contraída por el
pecado. “El salario del pecado es la muerte” (Romanos. 6, 23) dice
San Pablo. Esta deuda que pesaba sobre el hombre fue saldada gracias
a la muerte de Jesús en la cruz y su resurrección. Justamente el Hijo de
Dios pagó por nosotros con su sangre y “pagó por nosotros al eterno
Padre la antigua deuda” (Anuncio Pascual). Una consecuencia lógica
del perdón de los pecados es la actitud de perdón para con los que han
pecado contra nosotros. Con toda seguridad estas deudas son mucho
menores que las nuestras para con Dios. Una simple justicia, un simple
sentimiento de gratitud hace que nazca la actitud del perdón. Otros
servidores que han visto las actitudes del hombre cruel y vengativo en
seguida se dieron cuenta que se trataba de una enorme ingratitud. Algo
parecido sucede con nosotros cuando no perdonamos a los que nos
ofenden. Este problema es tan grande que Jesús nos dice que si no
perdonamos a nuestros deudores, el tampoco nos va a perdonar: “Lo
mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de
corazón a sus hermanos” (Mateo. 18, 35).
Es muy importante descubrir la relación cierta que existe entre el
perdón y la misericordia que tenemos para con los demás, y darnos
cuenta de la propia condición de pecador. Esta relación se hace muy
visible en la actitud del fariseo que da gracias a Dios porque no es
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como ese publicano. Rezando de esta manera señala a Dios que le
corresponde Su protección, Sus dones y que sus oraciones sean escuchadas. Significa que está totalmente convencido de su inocencia, que
ni siquiera le pasa por la cabeza si realmente es un hombre honesto y
esto también es un don de Dios. “Esto no proviene de ustedes, sino es
un don de Dios; y no es resultado de las obras, para que nadie se
gloríe. Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús,
a fin de realizar aquellas buenas obras que Dios preparó de antemano
para que las practicáramos” (Ef. 2, 9-10).
La actitud del fariseo es aún más peligrosa, ya que cada bien que
procede de Dios se atribuye a sí mismo para su propia edificación y
para usarlo contra los demás. Jesús les va a decir a los fariseos que son
ciegos, ya que tienen miedo que la luz descubra sus cosas malas (ver
Juan. 3, 20). Quien permanece en la luz no tiene miedo de nada, la
Luz es el mismo Dios, es la cruz de Jesucristo en la cual se realizó el
juicio sobre nuestros pecados. Quien se sumerge en esta luz, no debe
tener miedo de la condenación, ya que esta luz le revela el amor de
Dios: Su perdón. Si Dios me ama, así como soy, entonces no tengo que
exhibir un certificado de buena educación, no tengo que aparentar algo
diferente de lo que soy en la realidad, no tengo que defenderme y sobre todo no tengo que compararme con los demás para salir mejor
posicionado. Dios me ama, me justifica y esto es la fuente de la verdadera felicidad y principio del perdón que me lleva a poder compartir
con los demás. Esta es la única condición, la más importante, para
entender a los otros, para no condenar sino mostrar la misericordia.
¿Cuántas veces debo perdonar a mi hermano?
La pregunta que hizo Pedro a Jesús tiene una dimensión práctica y
siempre es actual ya que vivimos en una sociedad y – a causa de la
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humana debilidad – todo el tiempo estamos expuestos a que los demás
nos hieran. Nosotros mismos también herimos a los demás con nuestras actitudes o palabras. Con seguridad, Pedro está asombrado por la
respuesta de su Maestro, ya que cree que el número siete, que presentó, es lo máximo de las posibilidades humanas. Jesús dice: “No te
digo hasta sietes veces, sino hasta setenta veces siete” (Mateo. 18, 22),
es decir, siempre. Este perdón no es posible realizarlo contando solamente con las propias fuerzas. Jesús sabe que va a venir el Espíritu
Santo y va a grabar en los corazones de los discípulos la nueva ley.
Esto va a ser para ellos algo interior; no solamente un mandamiento
externo, sino la esencia de sus elecciones y sus actitudes. Por la naturaleza, herida por el pecado original, no es posible amar al otro así como
es, tampoco es posible el perdón. Es necesaria una nueva naturaleza,
una nueva criatura, cuya esencia es el amor y por eso la obligación
externa es un moralismo, es un peso imposible de llevar.
Con frecuencia estamos escandalizados por la falta de amor incluso
entre los creyentes. Cuando miramos a Jesús vemos que solamente Él
no se escandaliza, no condena a nadie, también entre sus discípulos
con los cuales está constantemente. La mirada de Jesús, justamente,
llega hasta el fondo del alma humana, solamente Él conoce los secretos del corazón humano y sabe que sin Él no podemos hacer nada. Él
es paciente para con el hombre y sabe que necesitamos tiempo, que
hace falta un proceso para que aprendamos a amar y a perdonar. Este
proceso es el camino hacia la madurez de la fe. No se trata de un momento efímero en nuestra vida cuando todo se hace claro y somos capaces de perdonar. Aprendemos esto también por medio de nuestros
fracasos y contrariedades, cuando descubrimos nuestra propia incapacidad para amar a los demás con nuestras propias fuerzas. Hace falta
muchas experiencias, muchas pruebas, hasta que logremos entender
que somos estériles en el amor, así como lo descubrió San Ignacio
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cuando firmaba sus cartas: Pobre en el amor Iñigo. Para los santos es
evidente que el dador de este amor, de esta postura es el Espíritu Santo. También a nosotros una mirada humilde sobre la vida puede llevarnos a descubrir que setenta veces siete sobrepasa las posibilidades
humanas, pero también puede llevarnos a la confianza en Dios, a una
oración confiada, ya que Él no desea otra cosa que nazcamos de lo
alto. El mismo Jesucristo nos enseña cómo tendríamos que orar y pedir
a nuestro Padre celestial. Una de estas peticiones es el clamor para que
Dios perdone nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que
nos ofenden. Si cada día elevamos esta oración a Dios y somos conscientes de lo que pedimos, si estamos rezando con fe, podemos estar
seguros que el Padre escuchará nuestros ruegos y nos otorgará este don
tan maravilloso que es el perdón y la misericordia.
¿Quién es mi prójimo?
Un doctor de la Ley para poner a prueba a Jesús le pregunta: ¿Cuál
de los mandamientos es el más importante?. Cuando escucha la respuesta de que lo más importante es amar a Dios con todo tú corazón,
con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu y al
prójimo como a ti mismo (ver Lucas 10, 27), hace una nueva pregunta:
¿Y quién es mi prójimo? (Lucas 10, 29). Entonces Jesús relata la parábola del buen samaritano. Esta parábola tiene dos niveles. Primero
habla de que el único hombre que ayudó al asaltado por los malhechores no fue ni un sacerdote, ni un levita sino un samaritano considerado
por los judíos como un hereje, un traidor. El Señor quiere manifestar
con esto que ni siquiera la religiosidad llena de ritos, pero sin misericordia, ni la ley sin corazón que es la misericordia, no dan una verdadera respuesta al llamado de Dios al amor. Solo un samaritano despreciado por los judíos piadosos es capaz de brindar una ayuda.
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Encontramos aquí la verdad sobre la cual va a hablar después San Pablo. Que los hijos de Abraham no son los que han nacido según la
carne como sus hijos, sino los que tienen la fe de Abraham, ya que la
fe hace nacer las obras de la vida eterna; el fruto de la fe es la misericordia para con los demás.
Pero existe otro nivel de esta parábola, mucho más profundo, que
presenta nuestra situación de los hombres asaltados por los malhechores. Estos hombres somos todos nosotros ya que fuimos malheridos
por Satanás, por el pecado original y por los pecados personales. Lo
que realmente nos salva no es ni la ley, ni la religión vista como el
cumplimiento de ciertos ritos. Dios, por medio del profeta Isaías, va a
decir que le asquea caminar por los atrios del templo y ver la presentación de las ofrendas. Lo que Él espera es el corazón contrito, la misericordia que el hombre debe manifestar a los demás. Él que se inclina
sobre el hombre es Jesucristo considerado hereje por los doctores de la
Ley y los fariseos, despreciado por la elite social de Israel y finalmente
rechazado y crucificado. Justamente Él es el único Salvador que se
preocupa por el enfermo, Él pagó el precio mucho mayor que un denario, pagó por nuestra salvación con el precio de su sangre y nos lleva al
albergue que es la Iglesia para que seamos allí completamente sanados
de nuestras heridas, para que maduremos en ella a la santidad. Esta
lectura de la parábola nos permite ver que somos nosotros los que necesitamos la curación y el único médico es Jesucristo. Cuando no fundamentamos nuestra vida en la ley ni en la falsa religiosidad somos
capaces del verdadero amor y de la misericordia para con el prójimo.
La misericordia humana es el fruto de una fe madura y de la experiencia en la propia vida de la misericordia de Dios. Sin una fe profunda nuestras buenas obras van a ser solo una falsa pantalla que va a
esconder la verdadera imagen de nuestra alma, van a ser un intento de
autoconstrucción y embellecimiento pero poco presentable de la
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verdad interior. Los fariseos que hacían muchas buenas obras escucharon duras palabras de Jesús cuando les dijo que eran como los sepulcros blanqueados que por afuera se ven lindos pero por dentro están
llenos de podredumbre (Mt 23, 27-28). Inclinarse, con amor, sobre el
necesitado, amar al prójimo es, con seguridad, una muestra de una
verdadera madurez cristiana. Esta postura pueden sólo apreciarla los
demás; es mejor abstenerse de enumerar las buenas obras que hemos
realizado ya que con facilidad podemos equivocarnos y podemos sacar
la gloria de Dios y atribuirla a nosotros mismos.
Tuve hambre y me diste de comer
San Mateo trasmite en su evangelio una imagen conmovedora del
juicio final cuando al final de los tiempos nos vamos a presentar ante
Dios y se va a realizar el juicio sobre nuestras actitudes, obras, sobre
toda nuestra vida. Vamos a ser juzgados sobre todo del amor. Jesús
está presente en otro hombre ya que en cada uno se refleja la imagen
del mismo Dios. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios y de
allí Jesús reconoce en nosotros la semejanza con el Padre. Quien no
tiene en cuenta al otro, quien lo desprecia, humilla, esquiva, no ayuda,
perjudica, es indiferente con el prójimo – al mismo tiempo es indiferente con el mismo Jesucristo. Por eso durante el juicio final lo que va
a contar es la medida en la cual el mismo Jesucristo no fue para nosotros indiferente, en la medida en que nos hemos mirado a nosotros
mismos, a nuestras propias preocupaciones y no fuimos capaces de
reconocerlo a Él sobre todo cuando necesitaba de nuestra ayuda. De
una manera semejante sucede cuando advertimos la presencia del
prójimo y lo ayudamos. Entonces ayudamos al mismo Jesús. La Iglesia
desde el inicio tenía presente que un regalo para ella son los pobres,
sufrientes, enfermos, ya que gracias a ellos podemos abrir nuestro
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corazón. “A los pobres los tienen siempre con ustedes…” (Juan 12, 8)
dijo el Salvador a sus discípulos. Ellos son entregados para nosotros
para que no nos encerremos en nuestro egoísmo sino para que seamos
capaces de advertir en ellos la presencia de Cristo. Por eso los apóstoles han elegido a siete diáconos para que se dediquen al servicio de los
pobres, huérfanos, viudas y que de esta manera se ejerza la caridad en
la Iglesia. Cuando alguna comunidad sufría la pobreza, el hambre,
entonces San Pablo organizaba una colecta para beneficio de una comunidad concreta y siempre era su preocupación no descuidar esta
dimensión del amor al prójimo.
Por supuesto que la primera misión de la Iglesia fue la evangelización, el anuncio de la Buena Nueva del triunfo de Jesucristo sobre la
muerte, el anuncio de la llegada del Reino de Dios. La Iglesia siempre
tenía bien presente que la mayor tragedia de la humanidad no es la
pobreza, la enfermedad ni cualquier carencia material o las incomodidades de la vida, sino el pecado y las consecuencias que trae al hombre. Con el pensamiento puesto en esta tragedia, en la cual el mundo
estaba envuelto, la primera tarea de la Iglesia fue anunciar a todas las
naciones esta verdad que la muerte fue vencida y por ello tenemos
acceso a la vida eterna ya que en esta palabra se revela primordialmente la misericordia de Dios para con toda la humanidad. La ventaja de la
evangelización, no dispensaba a los cristianos de la dimensión practica
del amor que toca sobre todo a los enfermos, hambrientos, sedientos,
encarcelados, los viajantes, desnudos, en los cuales descubriendo la
presencia de Cristo les brindaba la ayuda necesaria. Así fue a lo largo
de la historia de la Iglesia. Junto con grandes esfuerzos por anunciar la
Buena Noticia, siempre en la Iglesia surgían carismas de caridad, de
solidaridad e incluso se formaban instituciones eclesiales (por ejemplo
las órdenes, congregaciones e institutos seculares) dedicadas a esta
dimensión del apostolado. Y sucede así también en el día de hoy.
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Pero esto no debe ser una oportunidad para dispensarse de la responsabilidad personal y de las acciones concretas a favor de los pobres. Hay muchas oportunidades en la vida de cada día para ejercitar la
misericordia con los demás. Sin embargo hay que tener presente que la
presencia de Jesús se manifiesta primero en los más pequeños, que son
los cristianos, ya que ellos son los hermanos de Jesús. Cuando Saulo
perseguía a los cristianos, Jesús le reveló que a él mismo perseguía. Él
se identifica con la Iglesia y con todos aquellos que forman su Cuerpo
Místico. Entonces quien actúa contra los cristianos, actúa contra el
mismo Cristo, quien no los ayuda no ayuda a Él pero aquel que hace
cualquier bien a sus hermanos lo hace a Él mismo. “Les aseguro que
cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo
hicieron conmigo” (Mt 25, 40).
Vale la pena reflexionar también sobre otra dimensión de esta misericordia manifestada a Jesús presente en otro hombre. En el Sermón de
la Montaña Jesús ha dicho: “Bienaventurados los misericordiosos porque obtendrán misericordia” (Mt 5, 7). La vida de cada día confirma
la veracidad de estas palabras ya que muchas veces nos hemos alejado
de Dios y si deseamos que Él compadeciéndose de nosotros no se
acuerde de nuestros pecados, nosotros mismos debemos tener misericordia para con los demás. San Pedro dice: “…el amor cubre todos los
pecados” (1 Pedro. 4,8). Podemos experimentar nosotros mismos esta
verdad practicando las obras de misericordia. Una de ellas es la
limosna ya que de una manera evidente damos a Dios – por medio de
esta práctica – una señal, como diciendo: “Así como yo abro mi corazón para el prójimo, así Tú ten piedad de mí. Así como yo entrego
mis dones, así Tú enriquéceme con tu Espíritu Santo”. Entonces tocamos el gran misterio de la misericordia en la cual no sólo la recibimos sino que nosotros mismos nos hacemos misericordia, un ícono del
Hijo de Dios, un signo para los demás de que Dios es amor.
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Terminando nuestra reflexión sobre la Misericordia de Dios debemos darnos cuenta de una verdad fundamental para nuestra vida: no
nos hacemos cristianos por la ciencia, por el conocimiento de la teología o por la comprensión de los mandamientos. Nos hacemos discípulos del Maestro de Nazaret por medio del encuentro con Él, con el
Señor resucitado, nos hacemos discípulos por el don del espíritu de
Jesús ya que si no tenemos este espíritu no pertenecemos a Jesús (ver
Romanos. 8, 9). El conocimiento de las verdades de la fe, de las cuestiones de la moral, el conocimiento hasta de los más grandes misterios
de la historia de la salvación aún no nos hace una nueva criatura. San
Pablo va a decir aun más fuerte que ni siquiera la fe que mueve las
montañas ni el don de lenguas, ni entregar todos los bienes a los pobres nos hacen discípulos de Jesús. Lo que nos hace semejantes a Él
es el amor y la misericordia. En esto se contiene toda la Ley y los profetas. Dios no quiere de nosotros ofrendas ni holocaustos sino un
corazón contrito, lleno de misericordia para los demás. Pidamos, finalmente, a Dios por medio de la Santa Hermana Faustina a la cual Él
reveló la esencia de la misericordia, que nos siga entregando al Espíritu Santo, ese mismo Espíritu que tenía Jesucristo y en el cual nos reveló la misericordia del Padre.
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CAPITULO 12
El concepto de la misericordia
Lecturas: Isaías 49, 1-6; Hechos. 13, 22-26; Lucas. 1, 57-66.80
En la liturgia de hoy la Iglesia celebra la solemnidad del nacimiento
de San Juan Bautista. Él fue la voz que preparó la venida del Salvador.
Juan es un personaje extraordinario ya que en él se manifiesta la más
bella postura de humildad. Él señala a Jesús, le prepara el camino y no
se pone en su lugar, no lo tapa. Tiene bien presente que su misión es la
de disminuir para que Él pueda crecer. No hay entre los nacidos de una
mujer nadie que sea más grande que Juan, pero el más pequeño en el
reino de los cielos es más grande que él. Este es un gran misterio que
nos revela Jesús. Dios quiere otorgarnos tal naturaleza, la cual será
transparente para que los demás puedan reconocer en nosotros a Él
mismo. No vamos a vivir para nosotros mismos sino para Él como dijo
San Pablo: “…ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí…” (Galatas. 2,
20). El egoísmo es la muerte, el amor a Jesús es la vida, olvidarse de sí
mismo es recuperar la vida. San Juan nace para ser amigo y para no
ponerse en el lugar del verdadero Salvador, así realiza esta misión
hasta el fin. Fue decapitado en la cárcel, muere para que pueda florecer
la vida. Esta es una buena oportunidad para reflexionar sobre la
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esencia de la divina misericordia ya que en la vida de San Juan se ha
manifestado, en plenitud, la misericordia de Dios que consiste en que
nazca en nosotros una nueva vida. Ahora procuremos reflexionar sobre esto.
Aunque nos parece algo tan evidente lo que es la misericordia, nos
resulta difícil definirla y señalar su esencia. Realmente nos resulta
mucho más fácil experimentar la misericordia o manifestarla que describirla o definir su concepto. Esta dificultad se hace presente y por
eso nuestro lenguaje es limitado, nuestro cuerpo es frágil, como también nuestra razón tiene sus límites. Cuando la Santa Hermana Faustina habla de la misericordia de Dios, siempre tiene una cierta dificultad
para describir sus experiencias. Algo parecido sucede con todos los
místicos, los cuales tuvieron experiencias muy profundas de Dios y de
sus misterios y no sabían, de una manera adecuada, trasmitir estas
experiencias. Se podría decir que uno tendría que encontrarse en el
centro de tal experiencia para poder entenderla. Algo parecido sucede
cuando queremos contar a alguien que hemos preparado un plato muy
sabroso para el almuerzo o que hemos visto una película magnífica o
una aventura en la cual hemos participado. Es mucho mejor probar el
plato, ver la película, participar en un acontecimiento y sólo entonces
vamos a percibirlo en su plenitud. Así sucede con la experiencia de la
divina misericordia. A pesar de esto intentemos, aunque de una manera
imperfecta, mirar lo que esconde la palabra misericordia, ¿Cuál es su
concepto?.
La palabra misericordia, tanto en polaco como en español, procede
de la palabra latina misericordia, es decir, el corazón sensible, el corazón que se conmueve. La traducción a nuestro idioma es casi literal.
Pero recordemos que esta palabra no nació en nuestra cultura ni tampoco en la cultura latina sino que surge del Oriente, de un pueblo que
tenía su cultura, diferente de la nuestra y tenía una experiencia de Dios
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muy profunda. El pueblo elegido tuvo una larga historia en la cual
Dios se fue revelando sobre todo por sus acciones a favor de Israel.
Los israelitas experimentaban a Yavéh, es decir, Él que es, Él que
actúa en su vida, Él que los crea, regenera y salva. No es ahora el
tiempo para describir detalladamente estas magníficas obras de salvación, es suficiente decir que cuando el pueblo habla de la misericordia
piensa en la vida, en el nacimiento. Alguien que fue condenado a
muerte (como ellos en Egipto) y después liberado está convencido de
la salvación de su propia vida. El pueblo de Israel lo entendía perfectamente. Por eso, para hablar de la misericordia de Dios usaba la palabra rahaim. Esta palabra tiene la misma raíz que la palabra vientre
(útero) el lugar donde se engendra y desarrolla la vida humana, el
vientre materno, donde se forma un nuevo ser humano. Esta mirada
nos permite comprender mejor la esencia de la misericordia ya que la
palabra latina se relaciona más con el sentimiento, la emoción y esto
siempre puede ser algo pasajero, efímero. El sentimiento, la conmoción, el estremecimiento del corazón puede ser algo muy noble pero
no se puede fundamentar sobre él nada. Sin embargo la aparición de
una vida nueva en el seno materno es algo serio. Ya no se trata del
sentimiento sino del acontecimiento. No es un pensamiento pasajero
sino un hecho. Por supuesto que se puede aniquilar la vida pero este
comportamiento es propio del hombre y no de Dios que ama y es dador de vida. Mirando al padre de la parábola del hijo pródigo encontramos la confirmación de nuestras suposiciones. La misericordia
acompañada de la conmoción del corazón (se conmovió profundamente) es de hecho dar una nueva vida, es salvar al joven de la muerte. El
hijo, perfectamente, recordaba la bondad del padre, sabía que su padre
no le limitó su libertad, le permitió alejarse y esto significaba que no lo
manipulaba, no lo conservaba para algunos fines egoístas sino que
respetaba sus elecciones, incluso malas, pero estas eran sus decisiones.
El recuerdo de tal amor, que no limita al hombre, le permitió regresar,
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encontrar de nuevo la vida que el padre le ofreció. El hijo pródigo
experimentó la muerte. Se perdió, murió, así el padre lo explica al hijo
mayor. Ahora fue encontrado, vive. ¿Quién le devolvió la vida? ¿El
hijo pudo darse a sí mismo la vida en estas condiciones que se encontraba donde nadie lo quiso mirar, alimentar y vestir? Él comprendió
muy bien que había un solo lugar donde no iba a ser rechazado, sino
que iba a ser aceptado, donde iba a experimentar el amor. Regresó
solamente por eso, porque creía en la bondad paterna. Seguramente
comprendemos muy bien esta parábola relatada por Jesús.
Este padre es el Dios misericordioso que nos enriquece con la libertad que nos da la herencia aunque sabe bien que la vamos a malgastar.
Esta herencia que Dios pone en nuestras manos es muy grande y nosotros la vendemos por un plato de lentejas; el don del Espíritu Santo que
hemos recibido en el bautismo. Muchas veces lo hemos entristecido y
con frecuencia lo hemos cambiado por los bienes pasajeros. Nuestro
padre se arriesgó pero no actuaba con nerviosismo como nosotros
hacemos en relación a nuestro prójimo. Nos permitió alejarnos, caer
en el pecado. Nosotros, en realidad, no conocemos a Dios, tenemos
una imagen distorsionada de Él, creemos que Él está acechando para
sorprendernos en nuestras equivocaciones, en nuestros pecados para
castigarnos, para golpearnos. No conocemos a Dios y tampoco sabemos lo que es el pecado. En esto nos engañamos ya que nos parece que
el pecado es algo bueno pero desgraciadamente prohibido. Sólo Dios
sabe que el pecado provoca la muerte y por eso nos da los mandamientos, por eso prohíbe pecar pero al mismo tiempo no coacciona. Si alguien quiere pecar Dios no ata a nadie, salvo que el mismo hombre le
pida para que lo proteja, lo salvaguarde. Entonces, con seguridad, Dios
va a proteger al hombre de todas las desgracias.
Al mismo tiempo advertimos aquí otra verdad: en Jesucristo la
muerte fue vencida y siempre existe la posibilidad de regresar,
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de recibir el perdón. Esto precisamente significa revivir. Incluso si nos
hemos encontrado en situación de muerte, también si hemos pecado,
la fuente especial de la regeneración es la misericordia de Dios. Ahí
somos creados de nuevo, ahí regresamos a la vida. Existe un midras
(un cuento) judío que cuenta que Dios al crear el mudo advirtió una
falta en su creación. Vio que en el universo no había perdón y entonces
lo creó. Por eso, ahora, la creación es perfecta. La verdad expresada en
este cuento es muy cercana al mundo de hoy. Cuando miramos las
relaciones sociales, relaciones interpersonales en seguida advertimos
cuáles son las normas que rigen el mundo de hoy. Lo que nos revela la
misericordia de Dios es el don maravilloso para todos. Si faltara el
perdón que el Padre nos ofrece el mundo no sería perfecto, aún más, el
mundo dejaría de existir.
La misericordia de Dios es su invento más grande, es la coronación
de toda la creación y sin ella seguramente hubiéramos perecido. La
misericordia consiste en el perdón, en el olvido, en el abrazo de parte
de Dios. Esta es su gran alegría ya que esta es su esencia, este es su
ser. Dios es amor. Dios es misericordia, la plenitud de la vida y en esta
plenitud hay lugar para nosotros, hay una oportunidad para nuestra
regeneración. En la Eucaristía damos gracias por este don. La
Eucaristía es la proclamación de las grandes obras de Dios y es un
lugar adecuado para bendecir y alabarlo porque muchas veces nos
encuentra y nos salva de la muerte. Que San Juan Bautista interceda
por nosotros para que obtengamos esta gracia.
El conocimiento del misterio de la misericordia de Dios
Lecturas: Génesis 17, 1. 9-10. 15-22; Mateo 8, 1-4
Estas lecturas nos van a ayudar en el desarrollo del tema sobre el
conocimiento del misterio de la Divina Misericordia. El conocimiento
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de cualquier misterio se relaciona con la gradualidad y con las dos
partes que quieren trasmitir algo. San Pablo nos dice que el misterio
escondido de hace siglos nos fue trasmitido, revelado (Ef 3,3). La
misma palabra misterio significa algo velado, escondido, inaccesible.
Así fue realmente en la historia de la salvación, nadie conocía al Dios
verdadero, nadie sabía de dónde surgió el hombre, hacia donde va,
porque sufre, qué tragedia sucedió en los inicios de la humanidad.
Hacía falta que alguien que conociera estas verdades las revele, hable
de esto, las trasmita para el conocimiento de todos. De ahí surge la
revelación, es decir, la manifestación de estos misterios y su transmisión a los hombres. Para esto, sin embargo, se precisa de alguien que
las acepte, las crea y las testimonie.
Este hombre que creyó en la revelación de Dios fue Abraham del
cual San Pablo dice que es el padre de la fe. Dios se le reveló, le trasmitió un misterio, lo desveló para él. ¿Cuál es este misterio? Primero
que Dios existe y es bueno para con el hombre, es Todopoderoso y
sobre todo es el Señor de la vida y de la muerte, es capaz de sacar del
vientre envejecido de Sara una nueva vida, lo cual va a ser un anuncio
del acontecimiento más grande en la historia de la humanidad, la resurrección de Jesucristo. Ya para Abraham es desvelado el mayor misterio del amor de Dios: en Jesucristo la muerte va a ser vencida. En el
signo del nacimiento de un niño de una mujer estéril se revela el misterio de la vida cuyo dador es el mismo Dios. Abraham vio en este signo
el día de Jesús y se alegró, como quien se alegra cuando conoce un
misterio. Así el estudioso que descubre las nuevas leyes de la naturaleza como Arquímedes, grita: eureka, así Abraham se alegra del conocimiento de Dios. Pero tengamos presente que no se trata de un conocimiento teórico. El estudioso debe contar con las comprobaciones de
su descubrimiento para que pueda alegrarse y anunciarlo al mundo ya
que no son suficientes las probabilidades ni solo intuiciones, en caso
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contrario nadie le creería y se expondría a burlas. De una manera parecida Abraham no se fija, ni tiene intuición ni sentimientos. El creyó a
Dios ya que a él le interesaba mucho la promesa que se refería a la
vida. El sabía que Dios, quien le prometió la descendencia, es digno de
fe y ahora además tiene un argumento. Este argumento es un niño pequeño, Isaac, el cual va a ser mostrado al mundo como signo de extraordinaria misericordia de Dios. El se inclinó sobre su desgracia y lo
sacó de ella.
El conocimiento del misterio de la misericordia se realiza paulatinamente en la historia de la salvación. Se inicia con Abraham pero
continuamente Dios trasmite algunas promesas, informaciones de sí
mismo no de manera teórica sino siempre por medio de sus obras, por
los hechos y por los acontecimientos salvíficos. Es suficiente mirar la
historia del pueblo elegido para comprender un cierto lenguaje que
usa Dios para revelarse, para descubrir sus misterios. Se trata del lenguaje de los hechos al cual, con frecuencia, no comprendemos, y por
eso nuestro corazón está cerrado al conocimiento de la presencia de
Dios en la vida. Hace falta aprender este lenguaje para comprender la
misericordia de Dios.
¿Quién puede aprender este lenguaje? Sobre todo un hombre simple, humilde. Los misterios de Dios están ocultos a los soberbios y a
los sabios de este mundo, los cuales se atribuyen a sí mismos la pretensión de conocer la verdad. Dios se opone a tales hombres y por eso
San Pablo dice con tanta fuerza: “En efecto, ya que el mundo, con su
sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación. Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de
sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado,
escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y
sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como
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griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de
los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de
los hombres” (1 Corintios, 21-25).
El conocimiento del misterio de Dios no se puede realizar por la
postura que se opone a la sabiduría de la cruz. La sabiduría de este
mundo rechaza la cruz como locura, por eso las personas que se escandalizan de la cruz la consideran como una necedad, la manifestación más grande del fracaso y debilidad. Nunca podrán comprender la
verdadera sabiduría que se contiene en ella. El conocimiento del misterio de la cruz es un conocimiento superior. Aquí no se trata de las cosas secundarias sino de la esencia de la vida cristiana. La cruz contiene
en sí misma la más alta revelación del poder de Dios y de Su misericordia, por eso sólo el hombre simple y humilde puede aceptar esta
revelación y creer en ella. Dios poco a poco prepara al pueblo elegido
a la revelación de sí mismo en Jesucristo pero a pesar de esta preparación los judíos no fueron capaces de reconocer a Jesús como Mesías.
Pero no sólo ellos. Nosotros también con frecuencia rechazamos esta
revelación y esto sucede cuando nos escandalizamos de la cruz que
aparece en nuestra vida, cuando la queremos eliminar de nuestra historia. Cuando nos manifestamos escandalizados por la enseñanza de
Jesús, cuando escuchamos que tenemos que amar a nuestros enemigos
y a no oponernos al mal (Mateo 5, 39).
Entonces podemos ver cómo el descubrimiento de los misterios de
Dios está condicionado por muchas cosas. Dios desea que conozcamos
su amor pero si nosotros empezamos a medirlo con nuestras medidas y
en lugar de la fe empleamos nuestra lógica humana este misterio de la
Divina Misericordia queda velado para nosotros. Un ejemplo de esta
postura es Pedro que quiere apartar a Jesús de los planes de Dios relacionados con su pasión. El apóstol no piensa según Dios, sino humanamente, por eso Jesús reprende su modo de pensar (Mateo 16,23). En
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este momento no puede conocer el misterio del sufrimiento y de la
cruz de Jesús, después lo va a entender. De una manera parecida actúa
Simón, el fariseo, quien invitó a Jesús a una comida y lo juzga por la
misericordia que manifiesta a la mujer pecadora. El fariseo piensa
humanamente, su sabiduría que no va a la par con la sabiduría de Dios
y por lo tanto no podrá conocer el misterio de la Misericordia de Dios.
Por el contrario, el misterio será conocido por la mujer pecadora que
con sus lágrimas lavó los pies de Jesús y las secó con sus cabellos.
Para ella está abierto el conocimiento de Dios, ya que experimentó el
perdón de los pecados.
Llegamos aquí a otro aspecto muy importante en el conocimiento
de la misericordia. Jesús dice que quedan perdonados numerosos pecados de esta mujer porque amo mucho. “… Pero aquel a quien se le
perdona poco, demuestra poco amor” (Lucas 7, 47). Quien realmente
experimenta el perdón de los pecados va a conocer más la Misericordia de Dios. Suena como una paradoja pero se puede decir que los
santos son los pecadores más grandes y por lo tanto tienen mayor experiencia de Dios. Se puede afirmar en este sentido que ven mejor sus
pecados que los demás y por eso tienen mayor conocimiento de Dios
y de su amor. Al final, miremos el evangelio de hoy que relata la curación de un leproso. Tenemos expresada aquí, esta misma verdad del
conocimiento de Dios. Jesús no vino a llamar a los justos sino a los
pecadores ya que los sanos no necesitan médico. El leproso conoce el
precio de la salud y de allí surge su enorme agradecimiento a Jesús. El
conoció quién es Jesús y qué grande es su misericordia que le había
manifestado al curarlo. Si fuera sano nunca hubiera encontrado a
Jesús. Por eso los leprosos (de otro fragmento del evangelio) que no
vinieron a dar gracias a Jesús, no aprovecharon el don de su enfermedad para encontrarse con el Salvador. Esta es una gran enseñanza para
nosotros, para que sobre todo el sufrimiento y la cruz sean una oportuParroquia de San José – Almería
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nidad para encontrarnos con la misericordia de Dios y descubrir su
amor. Pidamos a Jesús que nos dé el conocimiento de nosotros mismos, no en nuestros planes, ideas, fantasías, sino en la vida concreta.
La súplica de la misericordia de Dios para el mundo
Lecturas: Génesis 18, 1-15; Mateo 8, 5-17
Estas dos lecturas tratan de la oración. Primero vemos a Abraham
el cual al término de su camino establece un campamento debajo de
los encinares de Mamre. Pasan por allí tres hombres en los cuales él
reconoce al mismo Dios, se trata de
aquellos que después los padres de la
iglesia van a decir que es la primera
revelación de la Santísima Trinidad.
Podemos contemplar esta escena en el
famoso ícono de Rublev quien a los tres
ángeles en el encuentro con Abraham
representa como Santísima Trinidad.
Abraham viendo a los huéspedes dirige
a ellos un pedido: “Señor mío, si quieres hacerme un favor, te ruego que no pases de largo delante de tu
servidor. Yo haré que les traigan un poco de agua. Lávense los pies y
descansen a la sombra del árbol. Mientras tanto, iré a buscar un trozo
de pan, para que ustedes reparen sus fuerzas antes de seguir adelante”. Este pedido expresado por Abraham es una invocación dirigida al
mismo Dios para que no deje de lado a su servidor. Esta es una oración
cuyo contenido manifiesta el deseo de que Dios no siga su camino sino
que se detenga, ya que su hospedaje es el don más maravilloso que
pude hacer al hombre. Es un grito por la piedad, por la misericordia
primero para él mismo y después para su familia. Conocemos de otro
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relato que Abraham sabe clamar, sabe “regatear” con Dios, ya que
muchas veces ha experimentado que sin Él no se puede vivir con sentido. Lo advirtió ya en su historia que cuando no recurre a Dios sino
que intenta solucionar solo sus problemas, surgen las dificultades. Así
fue con la esclava Agar, así fue en Egipto cuando mintió al faraón.
Ahora sabe que sin Dios la vida carece de sentido, ya que justamente
Él dio una dirección a su vida, de total bancarrota lo sacó al camino
que llevaba al cumplimiento de la promesa y ahora ya saborea los frutos de la fidelidad a Dios. Cuando aún estaba en Sodoma, pidió a Dios,
que salvara a esta ciudad de la aniquilación ya que Dios le reveló el
futuro que a los habitantes les esperaba. Intercedía por los habitantes
de Sodoma y Gomorra, regateaba con Dios para poder salvar a estas
ciudades. En esta postura nos conmueve el deseo de Abraham para
suplicar la misericordia para los demás. Dios escucha la oración de su
amigo, como lo denomina la Sagrada Escritura, aunque no se hayan
encontrado a los diez justos. ¿De qué manera Dios escuchó a Abraham
si la ciudad fue destruida? Se encontró un Justo gracias al cual el mundo fue salvado de la total aniquilación. Jesucristo es el único justo
gracias a quien fue vencida la muerte y gracias a quien todos nosotros
podemos experimentar el perdón de los pecados, la misericordia y la
justificación. Abraham
llegó a ver el cumplimiento de todas las promesas que Dios le hizo y
estas promesas no son
sólo para él sino también
para su descendencia a la
cual pertenecemos también nosotros si las aceptamos con fe. Esta promesa más bella es el cordero inmaculado ofrecido por nosotros como el sacrificio de una manera parecida a lo que fue
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preanunciado en la ofrenda de Isaac. Así como Dios previó a un
cordero en lugar de Isaac de la misma manera previó que Su Hijo sea
una ofrenda de expiación por nuestros pecados. Nuevamente Abraham
vio el día de Cristo Jesús, de nuevo pudo ver la misericordia de Dios
quien interviene a favor de los hombres. Vemos como la fe de Abraham lleva a que Dios dé una respuesta y así se apresura para salvar,
justificar y enriquecer con sus dones. Algo parecido sucede con nosotros cuando rezamos con fe. Muchas veces Jesús habló de esta postura,
señalando diversos ejemplos para mostrarnos lo que es la oración.
Decía que la fe puede mover montañas: “… Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña:
“Trasládate de aquí a allá” y la montaña se trasladaría; y nada sería
imposible para ustedes” (Mateo 17,20). Orar con fe significa tener la
seguridad que Dios es el Padre, que quiere dar a sus hijos cosas buenas, más allá de que nosotros que somos malos demos a nuestros hijos
lo que nos piden. El don del Padre celestial para sus hijos es el mismo
Espíritu Santo, que es enviado a quienes piden este don (Lucas 11,
13). Jesús con frecuencia va a recordar a sus discípulos la necesidad de
la fe para orar, ya que solo una cantidad de palabras no es suficiente,
así oran los paganos. Sus discípulos deben proceder de una manera
diferente: “Cuando oren no hablen mucho, como lo hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan
como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo
que les hace falta, antes de que se lo pidan” (Mateo 6, 7-8).
“…Cuando pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán”.
Y aun nos dice una condición más para la oración: “Y cuando ustedes se pongan de pie para orar, si tienen algo en contra de alguien,
perdónenlo, y el Padre que está en el cielo les perdonará también sus
faltas” (Marcos 11, 25). Sin la disponibilidad para el perdón es impoParroquia de San José – Almería
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sible que Dios escuche nuestra oración y nos perdone. Cuando, entonces, queremos suplicar la misericordia de Dios para nosotros mismos o
para otras personas debemos tener presente que tal oración debe surgir
de la fe, del corazón, en el cual reina la disponibilidad para perdonar a
los enemigos.
El evangelio de hoy nos habla también de pedir con fe. El centurión, el soldado romano viene a Jesús para pedirle que cure a su servidor quien estaba muy enfermo. Pero no quiere molestar a Jesús ya
que se siente indigno de que él venga a su casa. El centurión cree que
una sola palabra de Jesús es suficiente para que su servidor se sane. Y
realmente así sucede. Su servidor recobra la salud. Jesús alabó al centurión por su fe: “Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel
que tenga tanta fe” (Mateo 8, 10).
Cabe también mencionar que la oración que elevamos a Dios debe
ser perseverante. Sucede así para que no atribuyamos a nosotros mismos los frutos de la oración. Primero debemos experimentar nuestra
propia impotencia, nuestra pobreza interior para clamar a Dios con
perseverancia. La pobre viuda de la parábola del juez injusto no tiene a
nadie que la defienda, se siente sola y desamparada, es maltratada y
aunque el juez es injusto, recurre a él ya que para ella ésta es la única
salvación. Jesús dice: “Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que
claman a él día y noche, aunque los haga esperar? (Lucas 18, 7). Algo
parecido sucede con el amigo inoportuno quien de noche va a su amigo y le pide con tanta insistencia que le preste los panes (Lucas 11, 513). Tal oración manifestada durante mucho tiempo y con perseverancia hace que sepamos muy bien a quien le debemos la ayuda que
hemos recibido. Implorar la misericordia de Dios no es una oración
circunstancial, un cumplimiento de formalidad, sino un grito pidiendo
ayuda desde el fondo de nuestra impotencia, es un clamor perseverante
y con fe ya que muchas veces hemos experimentado que la ayuda
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viene del Señor ya que: “el pobre clamó y el Señor lo escuchó (Salmo
37,4). Sólo en Dios se encuentra mi ayuda y por eso clamo a Ti, Señor, imploro a mi Dios misericordia” (Salmo 30, 9).
Oremos con perseverancia y fe primero por nosotros mismos, por la
misericordia de Dios para nosotros y también por todos aquellos, que
sabemos, necesitan mucho de nuestra oración.
El anuncio del misterio de la misericordia divina con el testimonio
de la vida y de la palabra
Lecturas: 2 Rey 4, 5-11.14-16a; Rom 6, 3-4. 8-11; Mt 10, 37-42
Las lecturas que corresponden al decimotercero domingo el año,
nos traen la Buena Noticia de Dios, quien manifiesta su misericordia a
los que confían en él y permite dar testimonio de este misterio a los
demás. La primera lectura del Libro de los Reyes muestra a dos mujeres, una es una pobre viuda cuyos hijos están a punto de convertirse en
esclavos de un usurero a causa de las deudas de su familia, otra es una
mujer pudiente pero estéril. Las dos se encuentran en una situación
desesperante, no pueden solucionar los problemas concretos que tienen. Sin embargo Dios encuentra una respuesta a sus necesidades. Le
envía al profeta Eliseo quien tanto a la una como a la otra, las salva de
la desgracia. Este relato bíblico tiene también un sentido más profundo. De hecho presenta a dos mujeres que necesitan de una ayuda y
Dios les envía esta ayuda, pero al mismo tiempo son una figura de otra
realidad más profunda, en la cual se encuentra el hombre, en la cual
estamos sumergidos todos. La Palabra de Dios quiere señalarnos hoy
nuestro interior para que miremos con atención nuestras posturas y
descubramos nuestra verdadera pobreza y esterilidad. Por supuesto que
se trata de una imagen. No es sin importancia lo que señala la lectura
que estos dos personajes difieren de sí en lo económico: una es pobre,
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otra pudiente, pero las dos no son felices. Aquí vemos claramente que
nuestro verdadero problema no es una dificultad económica sino es de
naturaleza espiritual. Nuestra verdadera pobreza no consiste en que no
tenemos dinero aunque con frecuencia pensamos así. Nuestra verdadera pobreza, nuestra esterilidad es la falta de amor, la falta de la vida
eterna en nuestro corazón, la falta de fe.
El profeta Eliseo trae a estas dos mujeres una ayuda y Dios a nosotros nos envía a otro profeta, la verdadera Palabra que se hace carne
para que experimentemos la salvación, para que en nosotros pueda
engendrarse una nueva vida, una nueva naturaleza. Esta es la promesa
de Dios. Así fue siempre en la historia de la salvación. Primero Dios
promete y después cumple las promesas de la salvación en aquellos
que creen, lo desean y aceptan. El mensaje fundamental de esta lectura es la fe en la intervención de Dios, en favor nuestro, la fe en la misericordia de Dios.
¿Cuál es el fruto de esta fe? Este fruto es la vida nueva, pues Jesús
murió y resucitó para que nosotros tuviéramos una nueva vida. De esto
dice San Pablo en la segunda lectura: “…fuimos sepultados con él en
la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre,
también nosotros llevemos una vida nueva” (Romanos 6,4). La obra
de Jesús consiste en que Él venció la muerte. Murió y resucitó. Esta es
la victoria que se realizó pensando en nosotros. ¿Pero cómo esta victoria se traduce en el lenguaje cotidiano, en la práctica de la vida? San
Pablo dice: “… si hemos muerto con Cristo, creemos que también
viviremos con él” (Romanos 6, 8), es decir, si en nuestra vida de cada
día morimos para nosotros mismos, si Jesús venció en nosotros el miedo frente a la muerte, si entregamos nuestra vida, no nos defendemos
frente a las humillaciones, frente a los errores del otro, frente a las
incomodidades de la vida, frente a los comentarios de los demás, frente al mal que otros nos hacen. Si tomamos sobre nosotros los pecados
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de los demás, esto significa que entramos en la muerte con Cristo, que
con él estamos muriendo, que permitimos que nos lleven como las
ovejas al matadero y entonces recobramos la vida. En esto conocemos
que la muerte fue vencida en nosotros cuando nos insultan y nosotros
bendecimos, cuando nos persiguen y nosotros aguantamos, cuando nos
abofetean y nosotros no nos rebelamos (ver 1 Corintios 4, 12).
De esto también nos dice el evangelio de hoy: “El que encuentra
su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”
(Mateo 10, 39). Perder la vida a causa de Jesús significa experimentar
la fuerza de su victoria sobre el propio yo. Significa tener en su interior
la vida eterna ya que quién tiene en sí mismo la vida de Jesús, el don
del Espíritu Santo, no tiene miedo de morir a sus propios proyectos, a
sus visiones, razones. Puede donar su vida a los demás y no necesita
defenderla. Este no es un deseo piadoso porque Cristo, realmente, tiene el poder para crear en nosotros un hombre nuevo. Jesús fue constituido el Señor de toda potestad, el Señor de nuestro corazón atemorizado y tiene las llaves de nuestro interior para crear allí una nueva
realidad, para enviar allí al Espíritu Santo. En esto consiste la obra de
la salvación realizada en Jesucristo y preanunciada por las dos mujeres
de la primera lectura. Quien lo experimentó en su vida puede de verdad anunciar grandes obras de Dios, puede proclamar al mundo la gran
misericordia de Dios. Quien no lo experimentó no lo va hacer con
convicción y no va ser testigo de la misericordia. El tema está la
homilía es el anuncio por medio de la vida y de la palabra de la misericordia de Dios. Si alguien tiene en su interior la experiencia de la victoria sobre la muerte, entonces, su vida va a ser un continuo testimonio
pues Jesús realizó en él esta obra maravillosa. Quien no lo experimentó no va a saber perdonar, aceptar las humillaciones, no va a aceptar sobre si mismo los pecados de los demás, siempre va a defender su
opinión, sus razones, su dinero, su tiempo, su yo.
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El evangelio nos muestra la dimensión particular de este testimonio. Se refiere, sobre todo, a las relaciones entre los hombres, especialmente en referencia a los cuales tenemos una relación afectiva.
Quien ama a su madre, a su padre, más que a Jesús no es digno de él.
En otro evangelio Jesús va a decir: “Cualquiera que venga a mí y no
me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a
sus hermanos y hermanas, hasta su propia vida, no puede ser mi
discípulo” (Lucas 14, 26). Esta expresión nos parece exagerada y pensamos que este texto se debe interpretar de una manera diferente. De
nuestras experiencias sabemos muy bien que las relaciones humanas se
basan en el egoísmo al cual llamamos amor, sentimiento, pero con
frecuencia se trata simplemente de manipular a los demás. Jesús desea
que se lo ubique en el primer lugar restando la importancia a todas las
otras relaciones que son una forma de subordinar a los demás. Uno no
puede ser el discípulo de Jesús y al mismo tiempo guiarse por el
egoísmo, creando relaciones de dependencia con el prójimo y formarse
con este amor. Para el discípulo de Jesús esto va a ser una experiencia
constante, de que al colocarlo a él en el primer lugar se gana la vida
verdadera. “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la
Vida, porque amamos a nuestros hermanos”. (1 Juan 3, 14). Cuando
experimentamos la libertad en estas relaciones y la victoria de Jesús
sobre nuestro egoísmo entonces vamos a poder anunciar la misericordia de Dios. Así siempre sucede en los Evangelios: cuando los enfermos recobran la salud van a anunciar a todo el mundo. Nadie que ha
experimentado en su vida la misericordia puede guardársela para sí
mismo. Hablando de las relaciones humanas tenemos que advertir que
éstas se ven condicionadas por nuestra relación con Dios. Cuando estamos llenos del Espíritu Santo, cuando habita en nosotros el Espíritu
de Jesús, es imposible que llevemos en nosotros el sentimiento de odio
o enemistad hacia los hombres. Cuando vive en nosotros Jesús, entonces, él ama en nosotros incluso a nuestros enemigos. Puedo amar al
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otro en la libertad únicamente por medio de Jesucristo. El anuncio de
la misericordia al mundo significa, sobre todo, el anuncio del amor en
la medida que Jesús nos amó, es decir en la dimensión del perdón, de
tomar sobre si los pecados de los demás. El cristiano, quien todo el
tiempo juzga es pretencioso, se escandaliza de los pecados de los demás, no es capaz de dar testimonio del amor de Dios hacia el hombre,
es una negación de la postura de Cristo. El mundo necesita de este tipo
de testimonio, especialmente en el día de hoy, cuando todas las dificultades se resuelven empleando la violencia. Sólo el perdón y no oponerse al mal puede transformarse en un argumento para las personas que
buscan a Dios, que sólo él es el amor. Lo pueden encontrar en tales
testigos que incluso a precio de perder su propia vida la encuentran
para sí mismos y para los demás, quienes perdiendo su vida ofrecen a
los demás el don inestimable de la misericordia de Dios.
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CAPITULO 13
Jesucristo es la imagen del Padre invisible ya que "nadie ha visto
jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único que es Dios y está
en el seno del Padre" (Juan. 1, 18). Jesús expresó una verdad semejante en la conversación con Felipe: "El que me ha visto, ha visto al Padre" (.In. 14, (J). De esta manera, intentando mostrar la misericordia
del Padre podemos de nuevo mirar al Hijo ya que en Él Dios reveló la
verdad de sí mismo, expresó de forma más plena su esencia. En esta
esencia, la naturaleza de Dios es el amor; Dios es amor y ella tiene su
rostro, su nombre concreto. La Misericordia tiene su nombre, este
nombre es el mismo Jesucristo. Intentemos reflexionar juntos de que
manera Jesús revelaba la misericordia del Padre en su vida terrena, de
qué manera esta misericordia del Padre se revela especialmente por
medio de la enseñanza y de la obras de Jesús.
Misericordia en la vida oculta
Jesús como cada niño crece en una familia, pero ésta es una familia
particular. María y José saben que Este a quien Ella dio a luz en Belén
es el Hijo del Altísimo. Pero Jesús no tendrá ningunos privilegios en
su vida terrena y se va a someter a la ley del crecimiento, como cualquier niño. María medita en su corazón este misterio, y, con toda seguridad ve con los ojos de la fe a Dios que es tan humilde que se permite
encerrarse dentro de una familia humilde. La familia de Jesús - como
cada familia - tiene sus problemas, sus sufrimientos, su historia. Jesús
se somete a la historia, al tiempo del crecimiento sin impaciencia,
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como sucede tan frecuentemente con nosotros, ya que queremos
hacernos enseguida adultos, efectivos en el obrar, tener enseguida resultados y ocupar en la sociedad un lugar importante.
Jesús comprende muy bien cuál es el lugar en el mundo más importante. Este lugar particular es en el cual puede descansar totalmente a
voluntad del Padre. Ya lo comprobó siendo niño cuando salió con sus
padres en una peregrinación a Jerusalén para la pascua judía. Ahí se
queda sin que lo adviertan, para conversar de las cosas de Dios con los
doctores de la Ley. Cuando María y José lo encuentran, les contesta:
"¿Por qué me buscaban?, ¿No sabían que yo debo ocuparme de los
asuntos de mi Padre" (Le. 2, 49).
Estas cosas son para Jesús muy importantes. Pero no se trata solamente de quedar en Jerusalén sino sobre todo la entrega a este ritmo de
Nazaret que no tuvo precisamente buena fama en los ojos de los
contemporáneos. Estar en los asuntos de Dios significa estar obediente
todo el tiempo, también obediente a María y José en los quehaceres de
la casa, escondido para el mundo, en una perfecta humillación y en
ocupar el último lugar en la jerarquía social. La Divina Misericordia
consiste aquí en esto que Jesús nos muestra que la historia de nuestra
vida - incluso de la más simple, sin gritos y ruido, cuando no nos tienen en cuenta y nos pasan de largo - es un lugar perfecto de encuentro
con Dios, donde El actúa. San Pablo dice: "Den gracias a Dios en toda
ocasión" (1 Tesalonicenses. 5,18).
La paloma se posó sobre la cabeza del Señor
Jesús inicia su actividad pública con el bautismo en el río Jordán.
Entra en el agua y le pide a Juan el bautismo. Está en medio de los
pecadores para revelar de esta manera lo que sobrepasa el pensamiento
humano, la maravillosa verdad, que Dios no tiene desapego del
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hombre. Jesús está en el Jordán para expresar su voluntad de entregar
la vida por cada uno de los hombres; en este humilde gesto tenemos ya
el anuncio de una verdad aun mayor que va a suceder, de la cual habla
también San Juan: "Este es el Cordero de Dios" (Juan. 1, 29). Jesús es
el Cordero que toma sobre sí el pecado del mundo. Muchos siglos
antes Isaías anunciaba a un humilde Siervo del Señor, el cual iba a
tomar sobre sí nuestros sufrimientos, nuestros dolores. Quien iba a ser
aniquilado por nuestros pecados. En el Poema sobre el Servidor del
Señor (Isaías. 52,11 51,12) se describen con exactitud los sufrimientos
de Jesús y ahora esos se realizan. Vino a la tierra Aquel quien trae a las
naciones la Ley y esta ley será la de la misericordia.
Aquí en el Jordán se va a hacer evidente que Jesús no vino para
condenar sino para dar la vida. La gente que estaba en el agua no se
dio cuenta del gran acontecimiento que tuvo lugar en medio de ellos,
que allí se reveló el Salvador. Para muchos va a quedar aun como un
misterio, pero es importante que este misterio sea iluminado con la voz
del Padre. Esta voz es para que podemos descubrir porque el Padre
tiene predilección por su Hijo. La respuesta puede ser solamente una: a
Dios le gusta este amor que toma sobre sí los pecados de los demás,
así es justamente el amor del Padre que él reconoce en su Hijo. El Hijo
manifiesta al Padre misericordioso. Esta es la revelación que espera el
mundo.
El llamado de los discípulos
Para realizar el proyecto de la salvación de Dios Jesús necesita de
los colaboradores. Por supuesto que podría realizarlo solo pero en esto
consiste el amor que quiere en esta obra, que se refiere a nosotros
mismos, involucrar a los interesados. Jesús quiere que los discípulos a
los cuales va a elegir primero experimenten quien es Él y teniendo esta
experiencia personal puedan testimoniarlo a los demás, anunciar a los
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demás este reino que ellos mismos han experimentado. Jesucristo no
elige como sus discípulos a algunas personas excepcionales, con extraordinarias capacidades o cualidades. Se puede decir que Él elige a
los más débiles, hombres simples ya que por medio de ellos quiere
revelar su poder sobre el corazón del hombre. San Pablo incluso va a
decir: "Dios eligió a lo que el mundo tiene por necio, para confundir a
los sabios; " lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los
fuertes" (l Corintios 1,27).
Jesús elige a Pedro que lo va a negar, a Santiago y Juan -hijos del
trueno-, a Mateo publicano, a Judas que lo va a vender por 30 monedas
de plata, a Tomas que va a dudar y a otros quienes en el momento de
la prueba de la cruz lo van a dejar y van a huir. Es extraña esta pedagogía de Dios pero podemos sacar de aquí una conclusión y al mismo
tiempo alegramos ya que El eligió lo que es débil y nosotros no debemos ser nadie extraordinario para que el nos ame. La Divina Misericordia se revela justamente en esto que" él prefiere lo que es débil para
que tengan acceso a Él todos y de una manera especial los más pequeños. Hay muchos relatos de la vocación de los discípulos, pero particularmente uno manifiesta este rasgo característico de la misericordia de
Jesús a quien no molestan los pecados del hombre ni su debilidad para
llamarlo a su seguimiento. Después de la pesca milagrosa, Pedro queda
admirado por el poder de Jesús y se siente muy pequeño frente a su
grandeza y santidad, por eso le pide que lo deje ya que se siente indigno para seguirlo. Jesús lo tranquiliza y le dice: "No tengas miedo Pedro, de aquí en adelante vas a ser pescador de los hombres". Esta
generosidad solamente se encuentra en Dios, sólo Él es capaz de
entender totalmente el misterio de nuestra pequeñez e indignidad y a
pesar de esto mirando el corazón del hombre y sabiendo que - transformado por la gracia - es apto para entregarse a Él y cumplir su
voluntad.
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“El sermón de Montaña”, el corazón de todo el Evangelio
Lo que dijo Jesús en el Monte de las Bienaventuranzas son las palabras más lindas que fueron pronunciadas en esta tierra. Este discurso
resume toda la enseñanza de Jesús y al mismo tiempo revela quien es
Él. Se podría decir que en este Sermón nuestro Señor nos revela el
misterio de su corazón, el misterio de su misericordia. Pero hace falta
mirar este sermón desde una perspectiva adecuada ya que existe el
peligro de que vamos a leerlo como un texto moralizador en el cual
Jesús nos invita a actuar de una manera parecida, en base de nuestras
fuerzas. Existe además otro peligro que este sermón - ya que es muy
elevado - lo vamos a minimizar y lo vamos a transformar en algo
recortado a nuestra manera, adecuado a nuestras posibilidades tan limitadas.
¿Cómo entonces, tenemos que mirar esta enseñanza para que sea
para nosotros una verdadera revelación de la misericordia de Dios y
que Él quiere realizar gratuitamente en nuestra vida? Sobre todo
debemos acercarnos a esta enseñanza con la humildad y fe que nos
revela Jesús. Es la máxima expresión de la sabiduría que sobrepasa
todo lo que el hombre hasta este momento ha inventado. ¿En qué consiste la belleza de este sermón? En el amor, en la misericordia. Primero
en la misericordia de Dios hacia el hombre ya que el Padre celestial
alimenta a los pájaros del cielo y viste a los lirios del campo (Mateo.
6, 30) Y si de esta manera se preocupa por ellos ¿no se va a preocupar
aun más por el hombre? La solicitud de Dios por nosotros no consiste
solamente en alimentamos y vestirnos como los lirios del campo. Dios
quiere hacer en nosotros algo aun más grandioso, desea que seamos a
imagen de Su Hijo. ¿Cuál es esta imagen? Es la imagen de un hombre
nuevo, quien: tiene alma de pobre, es paciente, tiene hambre y sed de
justicia, es misericordioso, tiene el corazón puro, trabaja por la paz, es
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perseguido por practicar la justicia. Este nuevo hombre es el mismo
Jesucristo. Su imagen surge de este Sermón y nos manifiesta la belleza
del Hijo de Dios y al mismo tiempo el anuncio de que Él quiere hacernos a su imagen y semejanza, que el mayor deseo de su corazón es que
seamos semejantes a Él y que permitamos que el Espíritu Santo por su
acción nos forme.
Podemos seguir contemplando la imagen del Hijo de Dios y sobre
todo el rasgo más maravilloso de Jesús que no se resistía al mal y
permitió que los pecados de los hombres lo claven a la cruz. Pienso
que esto es la cumbre de la revelación de la Misericordia Divina. En
toda la historia de la salvación esta postura de Jesús es la revelación
más grande del amor de Dios que no ponía frente al mal, que amaba a
los enemigos. Esta postura, por supuesto provoca en nosotros cierto
escándalo, ya que nosotros tenemos bien arraigada una intuición
humana de justicia que nos insinúa que al mal debemos reaccionar con
la justicia, es decir con el castigo. Sin embargó en Dios existe otra
percepción que nos escandaliza ya que Dios no responde con mal al
mal sino responde con el perdón, con la misericordia. Jesucristo
mostró en su cuerpo esta enseñanza, la cual significa no resistirse al
mal. Cuando cayó sobre Él toda la injusticia, cuando le quitaron sus
vestiduras, su fama y finalmente su vida. Jesús no pedía que el Padre
lo vengara, que castigara a los que lo crucificaron, al contrario pedía
perdón y misericordia para sus homicidas en beneficio nuestro.
Sumergirse en la misericordia de Dios, significa primero aceptar
como máxima manifestación de la sabiduría esta postura de Jesús, es
decir, maravillarse por este gesto, por esta actitud que el mundo no
conoce. El mundo no conoce la misericordia. Primero aceptarlo como
sabiduría y después pedirle a Jesús para que esta postura pueda arraigarse en nuestra vida para que seamos a imagen del Hijo de Dios. Este
es el sentido del Sermón de la Montaña. Jesús quiere damos gratuitaParroquia de San José – Almería
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mente esta postura, quien la encarnó en su vida para nosotros. Nosotros podemos creer en esto y aceptar este don de Él.
Parábolas
En el sermón de la Montaña hemos visto al mismo Jesús que nos
mostró la plenitud de la Divina Misericordia. Esta verdad del Padre
lleno de misericordia nos mostró también en las parábolas. ¿Por qué
Jesús habla por medio de las parábolas? Para que se manifieste con
qué intención lo escucha la gente. La manera como recibimos las palabras de Jesús manifiesta nuestro corazón. Hay que examinar con qué
intención lo escuchamos. Los fariseos lo escuchaban con un corazón
malicioso intentando sorprenderlo en alguna afirmación para poder
acusarlo, lo querían destruir. Sin embargo para los que lo escuchaban
con un corazón sencillo, bien dispuesto, las parábolas son una revelación de la verdadera sabiduría del mismo Dios.
En los Evangelios hay muchas parábolas. Hablan de grandes misterios, aunque con mayor frecuencia se trata de las parábolas del Reino
de Dios que se hace presente con la venida de Cristo. Hay también
parábolas de la Divina Misericordia que nos presenta especialmente
San Lucas. Se trata sobre todo de las tres parábolas de su Evangelio
que de una manera admirable revelan la verdadera dimensión de la
riqueza de la Divina misericordia. Jesucristo relata estas parábolas en
un contexto concreto cuando los fariseos se ríen de Él, al mismo tiempo se escandalizan ya que trataba con los publícanos y pecadores. Estas parábolas que presenta San Lucas (que era griego), revelan también
otra dimensión: hablan de la universalidad de la salvación, es decir, de
que la misericordia de Dios primero fue revelada a Israel y no la recibió, pasa a los paganos que a los ojos de los judíos son publícanos y
pecadores. La postura de superioridad, de desprecio a los demás es
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totalmente ajena a Jesús por eso va a revelar con tanta fuerza la misericordia del Padre, quien ama a todo lo que es pequeño y débil.
Primero Jesús habla de la oveja perdida. El Buen Pastor deja el rebaño para buscar una oveja que se perdió y cuando la encuentra la
carga sobre sus hombros y regresa a la casa, invita a los amigos y
vecinos para que se alegren juntos de la oveja perdida. "Habrá más
alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por
noventa y nueve justos que no necesitan convertirse" (Le. 15, 1-7). Se
trata aquí del pecador en la búsqueda del cual Jesús vino a la tierra
para tomarlo en sus hombros y llevarlo a la casa del Padre. El hombre
que fue herido por el pecado no puede con sus propias fuerzas regresar
a la justicia primitiva que perdió en el paraíso. Por eso, la obra de la
salvación que realiza Jesucristo consiste en la renovación del hombre,
en el cambio de su corazón, en la conversión. Los fariseos que se consideraban justos no podían entender la necesidad de la salvación. Para
ellos, siempre va a ser escandalosa la misericordia que revela el Salvador. Ellos se ubican fuera de la salvación ya que consideran que les
salva esta ley que cumplen. Sin embargo para los más pequeños y
débiles es diferente. La Buena Noticia es esta maravillosa revelación
de la misericordia de Dios manifestada por Jesucristo en estas parábolas.
La parábola siguiente es de la moneda perdida que tiene semejante
significado que la primera. Hay gran alegría de la moneda encontrada.
Esta alegría abarca todo el ciclo cuando el Salvador encuentra a un
solo pecador. La parábola más bella de la misericordia del Padre es la
parábola del hijo prodigo. Vale la pena conocerla mejor. Fijémonos
primero en la actitud del padre. Lo más característico en ella es entregar y respetar la libertad. No hay amor si quitamos al otro la libertad,
si lo manipulo, chantajeo o si de alguna manera lo limito. El padre le
entrega al hijo la parte de la herencia que le correspondía. De alguna
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manera este es también un deber de justicia para con el hijo. La salida
de la casa paterna, es decir, separación de las raíces, de la fuente, de la
cual el hijo podría obtener la felicidad provoca que el padre se sumerja
en un gran dolor. Se puede conjeturar que el padre preveía esta sucesión de los hechos, es decir, el sufrimiento de su hijo pero permitió que
pase por esta experiencia porque solamente de esta manera podía comprobar por sí mismo que significa vivir lejos de Dios. En la postura del
padre de esta parábola encontramos al Padre celestial que de una manera parecida actúa con nosotros. Nos da la herencia que Jesús nos
ganó en la cruz. Dios nos dio en el sacramento del bautismo al Espíritu
Santo sabiendo que esta herencia la íbamos a derrochar, que
cambiaríamos esta riqueza por un plato de lentejas. A pesar de todo
esto Dios se arriesgó creyendo que lo que sucedió con el hijo prodigo
se va a repetir con nosotros, que experimentando este amor vamos a
estar dispuestos para volver a Dios.
Miremos todavía la más bella escena del regreso del hijo prodigo,
ya que manifiesta de la manera más perfecta posible al mismo Dios,
quien espera, sale de la casa, sale al camino, mira por la ventana. Significa esto que no se resigna a perder a su hijo, que solamente Él cree
profundamente en el hombre, en su destino final. Él nos creo para sí
mismo y sería una catástrofe mayor si no pudiéramos encontrarnos con
Él. La escena del regreso del hijo prodigo es muy dinámica. Cuando el
padre vio a si hijo de lejos salió corriendo a su encuentro, lo abrazó, lo
besó. El hijo pretende recitar el discurso preparado de antemano pero
el padre no le permite terminar como si quisiera decirle que todo esto
no tiene importancia que ahora hay que festejar y alegrarse ya que el
hijo de nuevo se encontró cerca de la fuente de la vida.
Vale la pena mirar al hermano mayor que representa al pueblo
judío y a todos los que se consideran justos. Aparentemente este
hermano mayor es un buen hijo pero mirándolo de cerca vemos que su
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amor al padre era fingido. El juzga a su padre: cuando volvió su
hermano reprocha al padre su excesiva bondad, se escandaliza de la
misericordia del padre. Esta postura sin duda no está ajena también a
nosotros cuando nos escandalizamos de la manera de actuar de los
demás y cuando vemos que los alejados regresan a Dios. Le reprochamos que tendría que tratarnos mejor, es decir, entregarnos algo más
que un denario ya que hemos trabajado desde la madrugada. Pero los
caminos de Dios son diferentes de nuestros caminos y lo vamos a entender cuando podamos saborear en algo lo que es la misericordia.
Justamente esta escena del regreso del hijo prodigo nos presenta la
esencia de la Divina Misericordia. El padre se conmovió profundamente pero esta no es una conmoción sentimental, es una conmoción
de sus entrañas como dice la Sagrada Escritura. Esta conmoción no se
relaciona con los sentimientos, con el corazón - como señala la palabra
latina - misericordia. La palabra hebrea rahamim - misericordia
procede de la misma palabra que el vocablo vientre y esto significa
que la misericordia se relaciona más con el nacimiento. Dios nace de
nuevo en nosotros. Su misericordia provoca que nos hagamos hombres
nuevos, una nueva criatura y este es el don más maravilloso para los
pecadores.
Los publícanos y pecadores
La verdad sobre la Divina Misericordia que se manifiesta en las
obras y en la enseñanza de Jesús no sería completa sin recordar en este
lugar las escenas del Evangelio en las cuales ésta misericordia se hace
más visible. Particularmente se hace visible la relación de Jesús para
con los pecadores y publícanos. Sería conveniente reflexionar juntos
sobre quiénes eran los publícanos. Eran el grupo social más odiado por
los judíos ya que colaboraban con los ocupantes romanos, además eran
ladrones y estafadores que hicieron sus riquezas con el daño a los
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demás. Cómo no sentir entonces rechazo hacia ellos, no separarse de
ellos para manifestar de esta manera el desacuerdo con su modo deshonesto de actuar. Jesús no entra en esta corriente del pensamiento, no
piensa según las categorías de nuestra justicia. Para nosotros el publicano es un hombre que se aprovecha de los demás y tendría que pagar
por eso. Si alguien peca de esta manera, entonces tendría que recibir el
castigo merecido. Jesús mira al pecado de una manera diferente, Él
sabe bien que con el pecado no se relaciona ningún bien, ninguna ventaja para el hombre. Con el pecado siempre está relacionado el sufrimiento y la muerte. Por eso, el pecador es un hombre infeliz y por lo
tanto digno de compasión y de misericordia. Jesús por esto se hace
presente entre los pecadores y publícanos, porque solamente Él sabe
en qué situación desgraciada se encuentran y Dios: no desea la muerte
del pecador sino que se convierta y viva (Ezequiel. 18, 23). Dios no
puede mirar impasible como sus hijos mueren a causa del pecado y por
eso Jesús va a estar siempre entre ellos para que puedan reconocer su
amor y convertirse. ¿Puede atraer a alguien el desprecio y el trato
desconsiderado?
El problema principal consiste en esto, si me reconozco a mi mismo
como un pecador porque en este caso con toda seguridad voy a esperar
el perdón, voy a desear que Dios no se acuerde de mis pecados. Tal
vez entonces vaya a descubrir en otros pecadores a los hombres dignos
de compasión y no de condenación. Al contrario, si me voy a considerar justo como lo hacían los fariseos, me va a resultar muy difícil tener
la misericordia para los demás. Al fariseo le corresponde un trato
especial de parte de Dios ya que lo merece por sus obras. El no necesita la misericordia. El hace un favor a Dios. Solamente un hombre pobre, pecador, pequeño en su incapacidad y en su sufrimiento puede
abrirse a la gracia ya que se ubica ante Dios en un lugar adecuado, en
tal lugar desde donde uno puede clamar por la misericordia.
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No es posible en una reflexión tan corta mirar todas las obras y
enseñanzas de Jesús. San Juan dijo: "no bastaría todo el mundo para
contener los libros que se escribirán” (Juan 21, 25). Sin embargo,
incluso estos acontecimientos de los cuales hemos hablado, nos van a
inducir a entender con mayor profundidad y a mostrarnos agradecidos
por el don de la Divina Misericordia revelada por Jesucristo. Pidamos
la gracia de entender la esencia de este amor.
PADRE, ME PONGO EN TUS MANOS
Carlos de Foucauld
Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que
fuere, por ello te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo.
Lo acepto todo, con tal de que se cumpla tu voluntad en mí y en todas
tus criaturas. No deseo nada más, Padre.
Te encomiendo mi alma, te la entrego con todo el amor de que soy
capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin
medida, con infinita confianza, porque tú eres mi Padre.
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Por hacer un resumen breve, hablaré de las comunicaciones privadas
que tuvo la monja polaca -Sor Faustina Kowalska- con Jesucristo. En
dichas comunicaciones, Jesús dijo a Sor Faustina que comenzara el
culto a la Divina Misericordia. Dicho culto se explica más abajo, pero
básicamente sirve como último asidero de pecadores reincidentes y
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con pecados graves, o sea todos nosotros, lo digo por si alguien ya se
había autoexcluido. Sor Faustina tuvo muchas conversaciones con
Jesús y muchísimas revelaciones, las cuales plasma en un en libro
bastante extenso que voy a tratar de resumir en sus aspectos más importantes. En esas revelaciones se tratan todos los temas importantes
que afectan a los hombres y su relación con Dios. La muerte, el infierno, el purgatorio, la salvación, el pecado, la gloria de Dios, la personalidad y la doctrina cristiana habladas de primera mano por Jesucristo.
Todo católico debe conocer este culto y practicarlo. Sus beneficios son
inmensos en esta vida y en la otra. A continuación, empezaremos por
un primer grupo de visiones y finalizaremos con un resumen del culto
a la Divina Misericordia. El texto en negrita corresponde a palabras de
Jesucristo y el texto en letra negra normal, a lo que relata sor Faustina.
Imagen de Sor Faustina
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Habiendo ya ingresado definitivamente en el convento, Sor Faustina tuvo una primera visión sobrenatural del Purgatorio, que resume en
su diario así: Vi al Ángel de la Guarda que me dijo que le siguiera. En
un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había
allí una multitud de almas sufrientes. Estas almas estaban orando con
gran fervor pero sin eficacia para ellas mismas, solo nosotros podemos
ayudarlas. Las llamas que las quemaban, a mi no me tocaban. Mi
Ángel de la Guarda no me abandonó ni un solo momento. Pregunté a
estas almas que ¿Cuál era su mayor tormento?, a lo que me contestaron unánimemente que su mayor tormento era la añoranza de Dios. Vi
a la Madre de Dios que visitaba a las almas en el Purgatorio, Las almas
llaman a María “La Estrella del Mar”. Ella les trae alivio en su estancia
en él, a la espera de poder lograr su salvación.
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En cierta ocasión, Sor Faustina intentó penetrar en el conocimiento
de la Santísima Trinidad, es decir, intentar responder a la pregunta:
¿Quién es Dios?. Tuvo una visión y al final de ella apareció el Salvador diciendo: “Quién es Dios en su esencia, nadie lo sabrá, ni una
mente angélica ni humana. Trata de conocer a Dios a través de meditar
sus atributos.”
Prestar atención a esto. Sor Faustina tiene la visión de cómo será su
Juicio Particular si en ese momento hubiese muerto. No perder detalle
de que Sor Faustina es una religiosa que comulga todos los días y
apenas conoce el pecado. Y sin embargo tiene un día de purgatorio.
Tenéis que saber que ½ hora de purgatorio equivalen a 40 años en la
Tierra. A partir de aquí que cada cual extrapole lo que tiene pendiente.
“Vi claramente todo lo que no agrada a Dios. No sabía que hay que
rendir cuentas ante el Señor, incluso de las faltas más pequeñas.”Jesús
me preguntó: ¿Quién eres?. Contesté: Soy Tu sierva, Señor. Tienes la
deuda de un día de fuego en el Purgatorio. Quise arrojarme inmediatamente a las llamas del fuego del Purgatorio, pero Jesús me detuvo y
dijo: ¿Qué prefieres, sufrir ahora durante un día o durante un
breve tiempo en la tierra?.
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En esta ocasión Sor Faustina detiene un castigo divino contra una
ciudad de Polonia, por medio de la oración repetida intensamente y el
ofrecimiento al Padre de los sufrimientos del hijo. Es muy importante
la oración de intercesión y para aplacar la Justa Ira Divina. Un día
Jesús me dijo que iba a castigar una ciudad, que es la más bonita de
nuestra patria. El castigo iba a ser igual a aquel con el cual Dios castigó a Sodoma y Gomorra. Niña Mía, durante el sacrificio, únete
estrechamente Conmigo y ofrece al Padre Celestial Mi Sangre y
Mis Llagas como propiciación de los pecados de esta ciudad. Repítelo ininterrumpidamente durante toda la Santa Misa. Hazlo
durante siete días. De repente Jesús dijo: Por ti bendigo al país entero. Y con la mano hizo una gran señal de la cruz encima de nuestra
patria. Al ver la bondad de Dios, una gran alegría llenó mi alma.
Para hacerla desaparecer completamente de Sor Faustina, Jesucristo
recurre a un acto simbólico: Jesús dijo a Sor Faustina: Te concedo el
amor eterno para que tu pureza sea intacta y para confirmar que
nunca experimentaras tentaciones impuras. Jesús se quitó el cinturón de oro y ciñó con él mis caderas. Desde entonces y gracias a esto
no experimento ningunas turbaciones contrarias a la virtud, ni en el
corazón ni en la mente.
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Jesús me dijo: Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, en Ti confío. Quiero que esta imagen (…) sea bendecida
con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia.
Los elementos más característicos de esta imagen de Cristo son los
rayos. El Señor Jesús, preguntado por lo que significaban, explicó: “El
rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo
rojo simboliza la sangre que es la vida de las almas
(….).Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos.
En la parte de abajo – según la voluntad de Cristo – figura la firma:
“Jesús, en Ti confío”. Esta imagen ha de recordar las exigencias de Mi
misericordia, porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil.
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El Señor Jesús dijo: que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio
y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la
última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de Mi Misericordia. Si no
adoran Mi misericordia morirán para siempre. “Quien se acerque ese
día a la Fuente de Vida – dijo Cristo – recibirá el perdón total de las
culpas y de las penas”. “Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre aquellas almas que se
acercan al manantial de Mi misericordia
Para poder recibir estos grandes dones hay que cumplir las condiciones
de la devoción a la Divina Misericordia que son:
1) Confiar en la bondad de Dios.
2) Amar activamente al prójimo.
3) Estar en el estado de gracia santificante (después de confesarse).
4) Recibir dignamente la Santa Comunión.
“No encontrará alma ninguna la justificación – explicó Jesús –
hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia”
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“Cuando la coronilla es rezada junto al agonizante – dijo el Señor
Jesús – se aplaca la ira divina y la insondable misericordia envuelve al
alma”. La promesa general es la siguiente: “Quienes recen esta
coronilla, me complazco en darles todo lo que me pidan si lo que me
pidan está conforme con Mi voluntad.
“Cuantas veces oigas el reloj dando las tres, sumérgete en Mi misericordia, adorándola y glorificándola; suplica su omnipotencia para el
mundo entero y, especialmente, para los pobres pecadores, ya que en
ese momento, se abre de par en par para cada alma”
El Padre Rózycki habla de tres condiciones para que sean escuchadas
las oraciones de esa hora:
1. La oración ha de ser dirigida a Jesús.
2. Ha de ser rezada a las tres de la tarde.
3. Ha de apelar a los valores y méritos de la Pasión del Señor.
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«Hija Mía, anima a las almas a rezar la Coronilla que te he dado. A
quienes recen esta Coronilla, me complazco en darles lo que me pidan.
Cuando la recen los pecadores empedernidos, colmaré sus almas de
paz y la hora de su muerte será feliz. Escríbelo para las almas afligidas: Cuando un alma vea y conozca la gravedad de sus pecados, cuando a los ojos de su alma se descubra todo el abismo de la miseria en la
que ha caído, no se desespere, sino que se arroje con confianza en
brazos de Mi Misericordia, como un niño en brazos de su madre
amadísima. Estas almas tienen prioridad en Mi Corazón compasivo,
ellas tienen preferencia en Mi Misericordia. Proclama que ningún alma
que ha invocado Mi Misericordia ha quedado decepcionada ni ha
sentido confusión. Me complazco particularmente en el alma que
confía en Mi Bondad. Escribe: cuando recen esta Coronilla junto a los
moribundos, Me pondré entre el Padre y el alma agonizante no como
el Juez justo sino como el Salvador Misericordioso.»
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Jesús En Ti confío
NOTA DE DERECHOS DE AUTOR
Los textos de este libro han sido extraídos en su mayoría del libro “Milosierdzie Boze na nowo
okrywane”, cuya traducción sería “La Divina Misericordia redescubierta” cuyo autor es Ks. H.
Dziadosz SJ, Krakow del año 2001, así como de diversa información recopilada de la Biblia. Los
derechos de las imágenes pertenecen a sus respectivos autores. Este libro ha sido editado para su
uso en las clases que cursan en la Parroquia de San José de Almería, los miembros que aspiran a
extender el conocimiento del mensaje de Jesucristo como Apóstoles de la Divina Misericordia.
Año de nuestro Señor 2010
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