¿sócrates escritor?

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¿SÓCRATES ESCRITOR?
JAVIER CAMPOS DAROCA
Universidad de Almería*
I
Pocos testimonios hay de la historia del platonismo antiguo más sorprendentes que
el que se lee al final de la Carta II del corpus de epístolas atribuido a Platón. Al final de
la misma, el “Platón” remitente justifica la existencia de escritos a su nombre, pese a la
descalificación terminante que acaba de hacer de la escritura como medio para la transmisión de doctrinas filosóficas1. Esta recusación de los escritos se hace en los siguientes
términos; ou) ga\r eÃstin ta\ grafe/nta mh\ ou)k e)kpeseiÍn. dia\ tau=ta ou)de\n pw¯pot
e)gwÜ periì tou/twn ge/grafa, ou)d eÃstin su/ggramma Pla/twnoj ou)de\n ou)d eÃstai,
ta\ de\ nu=n lego/mena Swkra/touj e)stiìn kalou= kaiì ne/ou gegono/toj (314c1-4)2. En
demostración de su coherencia con lo dicho, el autor de la carta pide al destinatario
que la queme tras la lectura repetida. La afirmación de que los que pasan por escritos
platónicos son, en realidad, de Sócrates “joven y bello”, resume en pocas palabras
dos provocaciones notables: la de rechazar la autoría vigente de las obras platónicas
conocidas y la de atribuirlas a la persona que representa para antiguos y modernos la
*
Este trabajo es resultado de la investigación desarrollada en el proyecto “Argumenta Dramatica”, financiado por la DGICYT (proyecto BFF2002-00084). La mayoría de los temas que se tratan
en este trabajo han surgido en el curso de una fecunda colaboración con el prof. Juan Luis López
Cruces, de la U. de Almería, y quiero dejar constancia de esta inmensa deuda, a la que he de añadir la
de las correcciones a la última versión. También debo correcciones y sugerencias a la prof. L. Romero
Mariscal de la U. de Almería, a quien agradezco su sabia generosidad.
1
Sobre esta carta, cf. la reciente revisión y la bibliografía actualizada de L. Brisson, Platon. Lettres, París, 2004, pp. 81-84, donde se enumeran en detalle los argumentos que inclinan a considerarla
inauténtica. En p. 70 Brisson incluye una relación sinóptica de las posiciones a favor y en contra de su
autenticidad desde Ficino, por la cual constatamos que hasta once estudiosos, incluyendo a Ficino, la
consideraron auténtica. El interés fundamental de la carta es el que suscita la cuestión “divina” sobre
la que Dionisio II pregunta a Platón: “la naturaleza del primero” (312c). La importancia de la doctrina
de los tres principios expuesta en la carta por medio de “enigmas” (en previsión de que un accidente
propague las doctrinas entre quienes no las entienden) ha sido muy considerable en el platonismo
medio y hay acuerdo en vincularla con el renacimiento del pitagorismo en el siglo I a.C. con la figura
de Eudoro de Alejandría.
2
La expresión es eco evidente de la famosa y disputada declaración de la Carta VII, 341c.
KOINÒS LÓGOS. Homenaje al profesor José García López
E. Calderón, A. Morales, M. Valverde (eds.), Murcia, 2006, pp. 131-141
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enseñanza oral de la filosofía. ¿Hay que entender que la fama del maestro ágrafo, que
correspondería en justicia a Platón, es un mito del propio Sócrates, quien se habría
servido para ello de la pseudoepigrafía y de su propio discípulo como “mouthpiece”?
No es extraño que entre las iniciativas que ha suscitado este misterioso pasaje se hayan
contado tanto la corrección del nombre de Sócrates como la identificación del Sócrates
nombrado con personas diferentes del maestro de Platón3.
Si aceptamos el nombre y la referencia habitual de Sócrates, el texto nos reta a una
interpretación, pero conviene, al aceptarla, no tratar de diluir las provocaciones que nos
lanza. Tal ocurre en traducciones como la reciente y, por lo demás excelente, de Ciani,
quien vierte la última frase como: “Quello che oggi si atribuisce a Platone è in realtà
l’insegnamento impartito da Socrate quando era giovane e bello”4. Hemos de entender
que las enseñanzas que se atribuyen a Platón en virtud de determinados escritos son,
en realidad, de Sócrates. Pero lo desconcertante sigue siendo que Platón se desentiende
de manera tajante de lo que la gente llama escritos suyos y que el argumento definitivo de este hecho está en la relación especial que hay entre tales escritos y su maestro
Sócrates. Tanto si aceptamos esta elaborada lectura como si nos atenemos a la más
más plausible y aceptada de entender que son los escritos mismos lo que se atribuye a
Sócrates5, la cuestión sigue abierta. ¿Qué relación existe entre Sócrates y los escritos
recién nombrados? En cualquiera de las interpretaciones nos enfrentamos a la curiosa
figura de “Sócrates autor”, si no escritor6.
3
Howald, en su edición de las cartas (Zúrich, 1923, p. 188), corregía en “Isócrates”, por referencia al conocido pasaje del final de Fedro 277e. Otros autores, como Raeder (cuya posición resume
M. Isnardi-Parente en el comentario citado en nota siguiente), han preferido referir el nombre al
personaje que aparece en Teeteto (147d) y Sofista (218b) precisamente como “Joven Sócrates”, quien
hace en Político el papel de interlocutor principal. Ninguna de las propuestas que rebajan el enigma
del texto ha logrado éxito en los estudios platónicos.
4
Platone, Lettere, edición de M. Isnardi Parenti y traducción de M.G. Ciani, Florencia, 2002, p.
25, comentario de Isnardi-Parente, en pp. 198-199). La traducción implica que el participio legómena
no se lee referido ad sensum a sýngramma.
5
Cf. las traducciones de L. Brisson, op. cit., p. 92: “Voila pourquoi je n’ai jamais rien écrit, moi,
sur ces questions; de Platon il n’y a aucun traité et il n’y en aura pas non plus; ceux qu’on lui attribue
maintenant sont de Socrate, lorsque il etait jeune et beau”; R. G. Bury, Cambridge (Mass.), 1966: “For
this reason I myself have never yet written anything on these subjects, and no treatise by Plato exists
or will exist, but those which now bear his name belong to a Socrates become fair and young”; en
español, hemos consultado las de J. Zaragoza, Madrid, 1992 (p. 464: “Las que ahora se dice que son
suyas son de Sócrates en la época de su bella juventud”) y de M. Toranzo, Madrid, 1954 (p. 42-43:
“Las que ahora se dice que son suyas pertenecen realmente a Sócrates, restituído al esplendor de su
juventud”).
6
Es interesante la interpretación de J. Glucker, Antiochos and the Late Academy, Gotinga,
1978, pp. 41-44, quien considera que este pasaje cobra sentido por referencia a la interpretación
académica del Parménides. Efectivamente, en el Parménides 127c, Antifonte habla de un Sócrates
“extremadamente joven” (sphódra néon, juventud evocada en Teeteto 183e y Sofista 217c), pero no
habla de su belleza; el autor de la carta podía tener en cuenta la belleza que se atribuye indirectamente
Sócrates en el Teeteto por el intermedio del joven matemático que da nombre al diálogo, a quien se
parece de una manera extraordinaria. En el curso del diálogo Sócrates acaba destacando la belleza
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La interpretación que proponemos intenta poner de relieve la consistencia literaria
de este “Sócrates autor” que nos sale al paso por sorpresa en la epístola pseudoplatónica. Veremos, en primer lugar, que la enseñanza de Sócrates integra también una
“lección de escritura”, que es consistente con las reservas del maestro respecto de este
controvertido medio. En segundo lugar, mostraremos que literariamente el enigma puede aclararse si se encuadra en el enigma mayor que sigue siendo para nosotros el de
la autoría antigua, tan atrayente hoy en tiempos de muerte del autor. ¿Qué quiere decir
escribir para los griegos? ¿Cuándo esta actividad implica un vínculo de propiedad definitivo entre una persona y un texto? ¿Hasta qué punto esa persona alcanza la autonomía
que hoy otorgamos al autor como figura creada en la propia composición a la cual, en
cierta manera, pertenece? En suma, ¿qué quiere decir esa propiedad de la palabra que
funda uno de los problemas más permanentes de la filología y qué valor tuvo en las
cuestiones filosóficas?
II
Respecto de lo que hemos llamado la “lección de escritura” socrática, podemos
remitirnos a las aclaraciones de Narcy al respecto7. La lección del maestro sobre el
controvertido invento de las letras, que tan malparadas salen de la inspección de Tamus
en el final del Fedro, no se dirige tanto a un rechazo de la escritura en beneficio de un
medio más adecuado de trasmisión de las doctrinas, como a promover su uso adecuado
filosóficamente hablando. De hecho, sorprende constatar que la palabra de Sócrates
goza de virtudes que resultan ser, precisamente, vicios incurables de lo escrito: siempre
dice lo mismo y sin hacer distinción entre aquellos a quienes se dirige8. En realidad,
sólo Sócrates puede dar voz a una crítica coherente del uso de las letras, por ser él
mismo ágrafo impenitente y por saber mostrar, siendo fiel a esa misma vocación oral,
la limitación de la escritura, cuyo uso se difunde entre los nuevos profesionales de la
palabra, incapaces, a riesgo de contradicción, de hacerse abiertamente con el medio. En
realidad, la fijación e inmovilidad que lastra las letras es una limitación insalvable para
la oratoria cuando el criterio de su uso es la ocasión (kairós) de la palabra, pero se ve
con otra luz desde la firmeza y constancia de la palabra socrática que apunta al saber
de lo permanente, así como desde la universalidad que disfruta al no atender al cambio
constante que impone un público tiránico.
del joven conforme queda patente en el aprendizaje la nobleza de su alma, cf. Teeteto 165e. Cuestión
controvertida es la traducción del participio de perfecto gegonótos, que suele trasladarse como indicación de la edad del pretendido Sócrates escritor; sobre el sentido de la frase, cf. la detallada revisión
de Glucker, ibid., pp. 44-55 y notas.
7
M. Narcy, “La leçon d’écriture de Socrate dans le Phèdre de Platon”, en M.-O. Goulet-Cazé,
G. Madec y D, O’Brien (eds.), Soϕi¯hj Maih¯torej. «Chercheurs de sagesse». Hommage à Jean Pépin,
París, 1992, pp. 77-92.
8
Cf. los conocidos textos de Platón, Apología 29d, 30a y 33a; Gorgias 490e y Jenofonte, Memorables IV 4, 6.
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El reproche de Sócrates es, en suma, que la escritura sigue pretendiendo parecerse a
la palabra hablada y disimularse a sí misma. La lección práctica de escritura es, según
Narcy, “poner, en el discurso escrito, al enunciador a distancia del autor”, algo que nos
aproxima al misterio de la opción literaria de Platón9. Siempre en el Fedro, constatamos
que la palinodia de Sócrates contesta formalmente al discurso de Lisias que entusiasma
a Fedro en que éste imita el discurso de un enamorado, mientras que el de Sócrates
cuenta lo que tal hombre diría en tal caso. Narcy ve en esta enseñanza una manera de
proponer una escritura que no se disimula ni oculta, como el discurso de Lisias bajo el
manto de Fedro. Cuestión más ardua es descubrir si esta escritura sincera se salva de la
condena terminante de Sócrates, si la traslación de modo altera su estatuto. Como todo
lo humano, la dignidad que alcanza es sólo la del buen juego, el juego serio. Teniendo
en cuenta esto, hay una escritura fiel a su “necesidad”, que se acerca a la agricultura espiritual y puede secundar la labor del filósofo de arraigar productivamente los discursos
en el alma del que escucha. Ciertamente, no alcanzará las dignidades de la dialéctica,
pero tendrá la virtud de la sinceridad, de declarar que es todo lo que se alcanza humanamente por ese medio a comunicar de verdadero. Esta escritura, que toma el modelo
que Sócrates enfrenta al de Lisias, es “mitologizante”, es decir, remite al ditirambo de
República en el que Sócrates encarnaba la diēgēsis pura. Un “Sócrates escritor” o, tal
vez mejor, “maestro de escritura”, tiene, pues, un ambicioso sentido filosófico y literario
que no nos parece ajeno al que sugiere la pseudoplatónica Carta II.
III
Con vistas a aclarar precisamente esa curiosa declaración “platónica”, seguiremos
explorando la coherencia literaria de la “escritura” socrática, tanto en sus aspectos teóricos, como aportando pasajes y autores que saquen el pasaje de la epístola pseudoplatónica de su aislamiento. En primer lugar, el texto es un testimonio especialmente interesante de la dificultad que los antiguos tuvieron para idear la “persona literaria” como
instancia enunciativa específica construida en el texto mismo10. Al hacer de Sócrates el
autor verdadero de los diálogos que circulan como “platónicos”, el Platón de la carta se
atiene, en realidad, al mismo principio que lleva a identificar al autor con lo que dicen
sus textos. Ciertamente, en este caso se ha procedido en un sentido diverso del habitual
(cuando conocemos el autor), pues en lugar de la conocida construcción biográfica que
parte de las obras para concluir sobre la “vida” del poeta, el Platón de nuestra epístola
ha hecho del personaje fundamental de los diálogos el autor de los mismos.
9
Narcy, art. cit., pp. 85-86, nota 22, señala que, cuando Sócrates alude a aquellos de quienes
ha aprendido este arte de hablar (entre los que incluye a Safo y Anacreonte), hay que contar Platón
mismo tras la referencia a los syngrapheîs. De este modo Narcy entiende que se contesta la objeción
al hecho de que, al fin y al cabo, Platón, oculto detrás de Sócrates, está cercano a la práctica de los
logógrafos.
10
Seguimos las sugerentes exploraciones sobre el tema de D. Clay, “The Theory of the Literary
Persona in Antiquity”, MD 40 (1998), pp. 9-40, quien se propone fundamentalmente determinar las
razones culturales de esa diferencia de la crítica antigua.
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Pero merece la pena abundar sobre esta posibilidad de la imaginación histórico-literaria de los antiguos. Para empezar, conviene señalar que, al proceder a la creación de
un inusitado Sócrates escritor, el falsario de la epístola parece haber conseguido que el
corpus de escritos platónicos se ajuste mejor a la tipología textual que instituye la controvertida sección del libro III de República, donde la censura literaria procede según
la distinción de estilo, decisiva para la poética antigua y moderna, entre los estilos diegético simple, mimético y su mezcla o comunión11. En lo sucesivo, el modo mimético
caracterizará aquellos textos en los que se representan personajes (prósōpa) distintos
del autor que hablan en propia persona (apò prosōpou) con un carácter determinado
(ēthopoiía), y es designado también con frecuencia como “dramático”. Sabemos que
esta cualidad fue pronto reconocida como la peculiar, si no original, aportación de los
escritos platónicos al incierto género del diálogo socrático12.
Más interesante, sin embargo, es constatar que la distinción entre estilos se aplicó
al corpus platónico, pese a ser, en rigor, inadecuada, pues, como es frecuente señalar
hoy, éstos son en su totalidad miméticos sensu stricto13. Es, en realidad, el propio Platón quien abre la posibilidad de esta clasificación, en principio abusiva, de sus propios
escritos. En efecto, en el centro de la producción platónica se distingue la serie de
diálogos narrados en boca de Sócrates, quien ante un público indefinido hace detallada
11
República, III 392d-394d. En lo que sigue aprovechamos el documentado trabajo de M. W.
Haslam, “Plato, Sophron and the Dramatic Dialogue”, BICS 19 (1972), pp. 17-38, quien en p. 20s.
hace un amplio elenco de textos críticos que recogen esta distinción.
12
El POxy 3219, publicado y comentado por Haslam en el artículo citado en nota anterior
(editado por él mismo en The Oxyrhynchus Papyri, vol. XLI), presenta en el fr. 1 esta cuestión en términos de “historia literaria”. El autor del papiro defiende la originalidad de Platón en la invención del
“diálogo dramático”, cuyo estímulo había encontrado en los mimos de Sofrón, contra la aseveración
de Aristóteles en el libro I de Sobre la poética, donde mencionaba a un tal Alexino de Tenos como
introductor de esta forma literaria. La información del papiro tiene paralelos cercanos en textos bien
conocidos de Ateneo, XI 505c, y Diógenes Laercio, III 48 (fr. 72 Rose). Ambos presentan variantes
en el patronímico de Alexino y citan la obra como Sobre los poetas (Diógenes con la precisión del
libro primero). Sólo Ateneo (en un pasaje muy maltratado textualmente) hace mención, citando a
Aristóteles, de la condición mimética de los diálogos socráticos y los mimos de Sofrón (en términos
cercanos a los que leemos en Poética 1, 1447b sobre la “anonimia” de ese género de imitación). Las
noticias sobre la inspiración de Platón en Sofrón son numerosas, pero, como señala Haslam (quien
las cita ibid), sólo el autor del papiro se expresa en el sentido de que la deuda concierne a la forma
dramática, implicando con ello la existencia de diálogos que no lo eran. La polémica con Aristóteles
sería propiamente acerca de si el tal Alexino, del que nada se sabe fuera de estas noticias, habría escrito
ya o no diálogos miméticos antes que Platón.
13
Haslam, art. cit., p. 21 aporta al propósito los testimonios de Plutarco, Cuestiones Convivales
VII 8, 1 711b (“dramáticos” y “diegemáticos”) y Diógenes Laercio, III 50 (“dramáticos”, “diegemáticos” y “mixtos”), quien afirma que esta clasificación es más propia de la tragedia que de la filosofía.
Haslam, art. cit., p. 36 nota 15, asigna la división de los diálogos en trilogías o tetralogías que Diógenes aplica equivocadamente a la distinción platónica.
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relación de sus encuentros y conversaciones14. En estos diálogos la construcción poética fundamental es la de una fictio auctoris especialmente poderosa, pues es al propio
maestro a quien se representa hablando, a veces, como en República, con una dimensión
auténticamente rapsódica15. Aunque, ciertamente, la tendencia es a considerar que la
opción platónica de hacer hablar a Sócrates es dramática, en continuidad con el resto
de los diálogos, conviene señalar que esta situación enunciativa está en República, por
así decirlo, todavía indeterminada en cuanto a su naturaleza modal. Sin lugar es afín a
los casos que podríamos llamar excepcionales. En efecto, si atendemos a la situación
del “hombre de bien”, se observa que a éste le toca en la ciudad que está siendo diseñada en palabras una entrega imitativa a lo que Sócrates designa “la imitación pura de
lo bueno” (397d); si tenemos en cuenta que en estos difíciles pasajes la idea implicada
en la imitación es la conocida en inglés como impersonation, el correlato poético de
esa recepción virtuosa del futuro hombre bueno, que tendrá como resultado educativo
el dotarlo de modo de hablar apropiado a su excelencia, no puede ser sino el discurso
de un hombre bueno que invita sin reserva a la imitación. Y dado que este hombre no
podrá cambiar de voz sin restar pureza a su bondad, este discurso es en puridad diegético simple: nunca se esconde. La clave de la diégesis simple es, pues, que, en boca
de la persona adecuada que cuenta inevitablemente los mitos adecuados, nos lleva a
la concordancia y, musicalmente, al unísono de los hombres buenos. Desde el punto
de vista de la virtud, mímesis y diégesis se neutralizan en un hablar que se multiplica
imitativamente sin alteración. Y, como se sabe, el término neutro de las operaciones
14
Los diálogos son Lisis, Cármides y República; tras un pequeño marco dramático, Protágoras, Eutidemo (que incluye un pequeño interludio mimético en 290e-293a) y, con una complicación
enunciativa excepcional, Simposio (174a, hōs ekeînos diēgeîto kaì egō peirásomai diēgēsasthai). Entre
los de autoría cuestionada llama la atención Rivales. En Fedón es el personaje que da título al diálogo quien asume “socráticamente” la narración (59c diēgēsasthai) y en Parménides un personaje de
República, Céfalo, emprende una narración de modo semejante al maestro en aquel diálogo. En esta
serie habría que contar, naturalmente, Apología, a la que correspondería como a pocas obras platónicas la caracterización discursiva que defendemos a continuación. Según H. Thesleff, Studies in the
styles of Plato, Helsinki, 1967, el sentido de esta fórmula es el de crear un “Sócrates glorificado” que
sirviera a propósitos protrépticos de manera más adecuada; para ello Platón habría reescrito textos que
originalmente tenían la forma mimética más estricta. Thesleff, ibid., pp. 45-6, detecta en la literatura
de memorias biográficas (Ion de Quíos, Critias, Estesímbroto) el origen de esta fórmula literaria que
cuenta entre los ancestros de la novela, aunque los candidatos más próximos para inspirar a Platón son
sus propios condiscípulos, Arístipo y Esquines, cuya producción dialógica incluía probablemente ya
esta fórmula en su Alcibíades (fr. 2 Dittmar = SSR VI A 43), cf. D. Clay, “The Origins of the Socratic
Dialogue”, en P.A. Vander Wardt (ed.), The Socratic Movement, Ithaca-Londres, 1994, pp. 42-43,
quien señala que la polémica sobre la introducción del elemento dramático perdería sentido si no
hubiera predominado en la Antigüedad la idea de que el diálogo narrativo era anterior al mimético.
15
Sobre la relación de rivalidad entre el diálogo platónico y la recitación de Homero, cf. G.
Nagy, Plato’s Rhapsody and Homer’s Music: the poetics of the Panathenaic Festival in classical
Athens, Cambridge, 2002, p. 9-35, esp. p. 33: “The Socratic dialegesthai of Plato brings back to life
the words of Socrates each time they are read, but does not bring back Socrates himself (…) Rhapsodic dialegesthai. by contrast brings back to life not only the words of Homer. It brings back Homer
himself.”
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poéticas del estilo es, para Platón precisamente el de diēgēsis, cuando el que habla, vale
decir, el autor en el caso de la poesía, es siempre él mismo.
El Sócrates de los “reported dialogues” es, desde estas consideraciones, un autor
propiamente dicho y uno, por cierto, especialmente cercano a los mejores poetas, según
los cánones de la República, por su habilidad narrativa16. Un pasaje del Teeteto resume
admirablemente estas consideraciones y abunda en esta promoción de Sócrates al canon
de los autores17. En el diálogo marco, Euclides expone que el escrito que se disponen
a (hacerse) leer deriva de la información de un Sócrates “narrador” (diēgoúmenon hōs
diēgeîto); éste, ya en el medio de la escritura de su discípulo, se convierte en el “personaje” Sócrates. El discurso socrático originario era, pues, narrativo, y es a sus discípulos
a quien toca la tarea ponerlo en drama, lo que, pese a su apariencia de proximidad, es
en realidad síntoma de una mayor lejanía enunciativa, cuando no de una degradación
literaria. Así pues, si la lección de escritura socrática nos llevaba al mito, esta lección
poética nos lleva a sus fundamentos estilísticos, de la mano, una vez más, de un Sócrates al que podemos considerar, en el sentido más exigente, autor, alguien a quien
pertenecen sus palabras.
Lo que distingue al pretendido Platón de la carta es el haber sacado consecuencias
filosóficas nuevas de una ambigüedad propia de la construcción literaria de los diálogos que, en el ámbito más estricto de la filología, había quedado en clasificaciones
y, en todo caso, disputas sobre inventores, autenticidades y plagios. En esta carta,
la consideración autorial de Sócrates, posible como hemos visto en el imaginario
literario de la antigüedad, es aprovechada para una operación doctrinal de envergadura, como es la de distinguir toto coelo lo que se lee en los diálogos y la enseñanza
auténtica de Platón. En rigor, la tajante formulación de la carta se adecua mejor a las
pretensiones de algunos defensores de las doctrinas no escritas que la más ambigua
de la Carta VII que le sirve de modelo, pues su rechazo de todo lo que circula con el
nombre de Platón es más extremo, entre otras cosas por estar asignado expresamente
a otro autor18. Tiene, además, el interés de que, si se acepta la lectura que hemos
avanzado, se trata de uno de los primeros documentos de la interpretación filosófica
de las categorías literarias que pronto se irá abriendo paso en el platonismo medio, al
mismo paso, precisamente, que la revalorización de Homero insinuada por el propio
Platón, a su pesar19.
16
Proclo en su introducción a los Comentarios a la República (I, p. 14 Kroll), clasifica la República precisamente en el género mixto, tomando como paralelo estricto de Platón a Homero.
17
Teeteto 143c. Cicerón, Lelio 1, 4-5, asume en propia persona esta misma traslación modal.
18
Cf. Glucker, op.cit., p. 43. nota 110, contra los intentos de leer en la Carta II las reservas de
la expresión paralela en la Carta VII.
19
Sobre el tema, hemos recopilado la información fundamental y hecho algunas propuestas
nuevas en J.L. López Cruces – J. Campos Daroca, Máximo de Tiro. Disertaciones filosóficas, Madrid
(Gredos), 2005, vol. I, pp. 31-40.
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IV
Aportaremos finalmente y de manera sumaria, a modo de esas pruebas que Aristóteles llamaría “ejemplos”, el paralelo de dos autores que ilustran esta promoción de la
figura de Sócrates a la condición de autor de sus propios diálogos, dando al calificativo
“socráticos” el sentido autorial inusitado, aunque perfectamente posible, que andamos
persiguiendo20. Ambos textos nos llevan, como la carta pseudoplatónica, a los primeros
siglos de nuestra era, una época en la que el interés por la literatura socrática de autores
como Antístenes, Esquines o Fedón21, coincide con el imponerse de una sistematización
del estudio de los diálogos platónicos que incorpora de manera definitiva los elementos
literarios, sobre todo dramáticos, en su exégesis22.
El primero lo aporta el discurso de Dión de Prusa titulado, precisamente, Sobre
Homero y Sócrates. En él las figuras señeras de la poesía y la filosofía son equiparadas
por desempeñar una misma actividad pedagógica que es inseparable de un modo de
presentación de los personajes23:
“No en vano hacía hablar (ou) ma/thn e)poi¿ei le/gontaj) a Gorgias, Polo,
Trasímaco, Pródico, Menón, Eutifrón, Ánito, Alcibíades o Laques, cuando le
era posible eliminar los nombres. Pues sabía que de aquel modo sería más útil
a su público, si es que lo entendían. Pues comprender a las personas a partir
20
No es del todo pertinente para nuestra discusión el tan comentado pasaje de Epicteto, Disertaciones II 1, 32-33: “¿Qué, entonces? ¿No escribió Sócrates? –¿Y quién tanto como él? –¿Y cómo?
–Como no podía tener siempre a quien refutara sus opiniones o a quien pudiera él refutar su vez, se
refutaba él a sí mismo y se examinaba, y siempre se ejercitaba en el uso de algún preconcepto particular: así es como un filósofo escribe. Dejo a otros las frasecillas «dijo él» y «dije yo»”. Siguiendo
una de las posibles lecciones de la escritura socrática del Fedro, Epicteto entiende el escribir como
una metáfora de la auténtica conversación filosófica, a costa, precisamente, de la dimensión literaria
que aquí nos ocupa, cf. A.A. Long,. Epictetus. A Socratic and Stoic Guide to Life, Oxford, 2002, p.
73 y nota 3.
21
Sobre el interés renovado por los autores socráticos menores, cf. A. Brancacci, “Dio, Socrates
and Cynicism”, en S. Swain (ed.), Dio Chrysostomus, Politics, Letters and Philosophy, Oxford, 2000,
pp. 240-260, esp. para Antístenes, al que toca un lugar de honor en esta recuperación por su vinculación con el cinismo, cf. pp. 247-250.
22
Uno de los cuales es el de distinguir entre los personajes de los diálogos aquellos que esconden a Platón mismo, cf. Diógenes Laercio, III 52 y el POxy 3219 fr. 2 col. 1 (ya comentado en
nota 12), que presenta una exposición semejante a la de Diógenes, con la diferencia de que acepta la
identificación del Extranjero ateniense y el de Elea con Platón y Parménides, respectivamente. Sobre
los esquemas introductivos a la filosofía platónica y la recepción de las categorías literarias, cf. los dos
primeros capítulos de J. Mansfeld, Prolegomena. Questions to be settled before reading an Author or
a Text¸ Leiden, 1994, pp. 12-13 (nota 7) y 80-82.
23
Dión de Prusa, LV 9 (= SSR I C 444): “De las mismas cosas se preocupaban ambos (sc. Homero y Sócrates) y hablaban, uno en su poesía, otro en discurso seguido, de la virtud de los hombres
y del vicio, de los yerros y las acciones rectas, sobre la verdad y el engaño, y cómo la multitud tiene
opinión, mientras que los sabios, conocimiento.” Sobre este texto nos hemos extendido en “Homero
y la tragedia, entre Antístenes de Atenas y Zenón de Citio”, Ítaca 19 (2003), pp. 76-77.
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de las palabras y las palabras a partir de las personas no es fácil para nadie,
excepto para los filósofos y los que han recibido educación. (13) Sócrates
pensaba que, cada vez que introducía a un fanfarrón, estaba hablando sobre
la fanfarronería… y lo mismo en los demás casos, mostraba las afecciones y
enfermedades a propósito de las personas mismas poseídas por las afecciones y enfermedades con más claridad que si las dijera sin más (tou\j lo/gouj
yilou¯j)”24.
A Sócrates se atribuye la actividad característicamente poética de hacer hablar
(e)poi¿ei le/gontaj) a personajes en los que no podemos dejar de reconocer a los de
famosos diálogos platónicos. La clave de esa presentación literaria descrita en términos
dramatúrgicos está en que, según Dión, con el mismo gesto que hace hablar a determinados personajes, Sócrates comenta éticamente su talante: representar es ya enseñar.
Sócrates no lo habría podido hacer en un medio literario más sencillo, con lo que se
subraya la relación estrecha entre forma literaria y actividad educativa en la persona de
Sócrates haciendo abstracción del que para nosotros es hoy el autor.
De mayor interés, es el segundo texto que aducimos, que debemos a Máximo de
Tiro25. En la conferencia que abre la serie dedicada al arte erótica de Sócrates (XVIII),
Máximo distingue al maestro por una enseñanza que es inseparable de un medio literario:
“Dado que de este mismo modo hay que poner a prueba y examinar
minuciosamente el discurso amoroso, habremos de atrevernos también con
Sócrates, sobre qué fueron aquellas palabras tan conocidas de sus discursos,
como aquello que dice sobre sí mismo de que es «servidor del amor», «un
cordel blanco con los bellos mozos» y «experto en este arte». Pero también ha
dejado registrados (e)pige/graptai) a los maestros del arte, Aspasia de Mileto
y Diotima de Mantinea, y consigue como discípulos del arte al orgullosísimo
Alcibíades, al hermosísimo Critobulo, al exquisito Agatón, a la «inspirada
testa» de Fedro, al mancebo Lisis y al hermoso Cármides”26.
Máximo, como Dión en el texto más arriba citado, neutraliza las instancias autoriales para restituir la palabra a Sócrates, a quien, al mismo tiempo, libera de su condición
24
Dión de Prusa, LV 12-13 (= SSR I C 444). Sobre la prosa llana en el sentido de exenta de
elementos dramáticos, cf. Anónimo, Prolegómenos a la filosofía de Platón 15, p. 209, 30-31 Hermann
(= p. 23 Westerink).
25
Sobre el cual puede verse una revisión en López Cruces y Campos Daroca, Máximo, cit. vol.
I, pp. 1-49, e id. s. v. «Maxime de Tyr», en R. Goulet (ed.), Dictionnaire des philosophes antiques,
vol. IV, París (en prensa). Más detalles sobre la interpretación de este pasaje en el conjunto de las
conferencias de este orador pueden leerse en J.L. Lopez Cruces – J. Campos Daroca, “Maxime de Tyr
et la voix du philosophe”, en prensa.
26
Máximo de Tiro, XVIII 5. Las traducciones de los textos de Máximo de Tiro están tomadas de
las realizadas por J.L. López Cruces – J. Campos Daroca, en el volumen citado en la nota anterior.
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JAVIER CAMPOS DAROCA
de personaje. A Sócrates le atribuye las operaciones poéticas de forjar fábulas (XVIII
4, anaplátton mŷthon), de insinuar sentidos (XVIII 5 ainíttesthai) y la virtud literaria de
una vigorosa ficción (XVIII 5, dynatòn en têi mimēsei), lo cual lleva a nuestro a orador
a concluir que sus ficciones son más peligrosas que las del propio Homero a quien, con
toda injusticia, excluía Sócrates de su ciudad.
Pero no es sólo la voz platónica la que, como en el de Prusa, queda anulada, sino
la del conjunto de la literatura que hizo de Sócrates su personaje fundamental y que
tomó por ello el calificativo de “socrática”. Todos ellos quedan relegados a la condición de simples abogados de Sócrates en la medida en que su voz concuerda con la del
maestro:
“¿Qué quieren decir esas ingeniosidades de Sócrates, sean enigmas o ironías? Que nos responda en favor de Sócrates Platón o Jenofonte o Esquines o
cualquier otro de los que tienen su misma voz (o(mofw¯nwn au)t%½).”27
En el unísono de las voces la auténtica autoría de las palabras corresponde al que
les da unidad en la medida que propiamente le pertenecen. El modo en que Máximo
conjuga sin dificultad los enclaves enunciativos de los discípulos y del maestro para dar
a éste el protagonismo poético es revelador de una indeterminación autorial heredera de
la más antigua literatura, en la que el autor no es tanto el que escribe, sino el que “hace
decir” a otros lo mismo que él dijo, el que obliga a buscar en la voz y la figura ausente
la invariante del decir presente. Desde este punto de vista, escribir se dice propiamente
del que ostenta esa fuerza, independientemente del que efectivamente trace sobre el
papel los signos de la escritura. Esta concepción ve en la escritura el medio no tanto
de fijar como de consolidar un poder de someter a alguien a la palabra de otro, con
una eficacia diferente a la del encantamiento poético. No se revela en las pasiones que
suscita, sino que va más allá, hasta hacer decir lo mismo, sirviéndose para durar de la
voz ajena como de la propia.
Máximo aporta en lo que sigue intuiciones especialmente interesantes que, con todo,
no ha llevado hasta el final. Cuando apunta que en las incriminaciones de los acusadores
de Sócrates no se hacía mención de su vida amorosa, algo que Máximo interpreta en el
sentido de que el asunto “no era reprensible” (XVIII 6), deja la puerta abierta a entender
que toda la variada peripecia erótica de Sócrates no es, en sus aspectos provocadores
que la hacen interesante, sino ficción de un poeta con propósito educativo. No en vano,
Máximo hace remontar los auténticos modelos de este Sócrates poeta de sí mismo a
Safo y Anacreonte, poetas precisamente cuya vida fue y es construida de manera fiel
a lo que declaraba su poesía (XVIII 7)28. Máximo roza aquí la invención de la persona
literaria. Ciertamente, como suma de esta ascendencia, Máximo se inclina por revisar
27
Máximo de Tiro, ibid.
Safo y Anacreonte, dos autores por los que Máximo siente especial predilección. Máximo
también menciona, aunque para rechazarlo, el ejemplo de Arquíloco (XVIII 9).
28
¿SÓCRATES
ESCRITOR?
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el arte homérico de enseñar con ficciones que declaran en sí mismas su ejemplaridad
positiva o negativa, en lo que se muestra efectivamente como hábil artista (XVIII 8).
Pero tras Homero, Máximo vuelve sobre el modelo sáfico para equiparar los personajes
de los diálogos con los de la poesía de la lesbia, a la que añade el arte de Anacreonte, amante y panegirista de “todos los mozos hermosos” (XVIII 9). Juventud, pues, y
hermosura, como aquellas que adornaban al Sócrates “joven y bello”, al que un Platón
especialmente desconfiado de los signos de la escritura atribuía lo que circulaba bajo
su nombre29.
29
Entendemos, por consiguiente, que la precisión participial que cierra el pasaje que comentamos y que suele traducirse como determinación temporal de la escritura de los diálogos (“cuando era
joven y bello”), se ha de interpretar como una caracterización del Sócrates autor (“que fue joven y
bello”), como rasgos que precisamente lo habilitan para escribir. En este sentido nos parece sugerente
la traducción de M. Toranzo, citada en nota 5.
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