Una Política Equivocada: La "guerra" de los Estados Unidos contra la producción de Narcóticos en los Andes* Apartes de UPDADH. publicación del Washington Office on Latín América. Nov. - Dic, 1988, Vol. 13, No. 6. La "guerra contra las drogas" de los Estados Unidos en los Andes ha comenzado a tener las dimensiones de una guerra verdadera. Durante la década de 1980. Estados Unidos ha utilizado una serie de instrumentos de política en la lucha contra la producción de narcóticos en la región andina. De un lado, se han llevado a cabo esfuerzos de erradicación, interdicción y de sustitución de cultivos y, de otra parte, se ha amenazado con recortar la asistencia por parte de Estados Unidos con base en el proceso de certificación —aunque de manera fragmentada- y los resultados han sido poco exitosos. Sin embargo, la respuesta de Estados Unidos es la de continuar y persistir en mayor grado en soluciones militares a problemas complejos de índole socioeconómica. El Congreso, no sólo ha estimulado dicha tendencia, sino que ha fracasado en el ejercicio de supervisar adecuadamente la asistencia anti-droga en el extranjero; mucha de la cual puede tener consecuencias negativas e imprevisibles para los países productores. En la última década, no ha disminuido la oferta disponible de drogas en Estados Unidos, y la producción de narcóticos en los Andes ha aumentado dramáticamente —como en otras partes del mundo, Entre 1982 y 1988. la producción de coca en Sur-américa, de donde se deriva la cocaína, se ha más que duplicado. Estados Unidos ha respondido a este incremento de la oferta con un aumento de los fondos dedicados a los programas anti-narcóticos. El presupuesto del Buró encargado de cuestiones internacionales de Narcóticos (I.N.M. - Agencia del Departamento de Estado con la responsabilidad primaria de la planeación y coordinación de los programas antinarcóticos en el extranjero), se ha triplicado aproximadamente de 35 millones de dólares en 1978, a 101 millones presupuestados para 1989. En los últimos cinco años solamente, la DEA ha duplicado su presupuesto a más de la mitad de un billón de dólares, y el estimativo de gastos del Departamento de Defensa para labores de interdicción ha aumentado de un millón de dólares en 1981, a 196 millones en 1986. En abril de 1986. según versiones de prensa, el Presidente Reagan firmó una Directiva de Seguridad Nacional que, declarando que los narcóticos constituían una amenaza a la seguridad nacional de los Estados Unidos, proporcionaba un marco político para que este país realizara operaciones militares directas en el extranjero. Bajo dicha rúbrica, la administración Reagan desplegó tropas estadounidenses en Bolivia en 1986 y ha utilizado la "guerra contra las drogas" para reclamar más asistencia militar para otros países involucrados en la lucha contra la producción de narcóticos. De acuerdo con una fuente del Congreso, la D.E.A. está "creando un ejército" para hacerle frente a los productores de droga en sus países de origen. La legislación actual, también, permite a militares estadounidenses entrenar fuerzas policivas de países latinoamericanos en actividades relacionadas con la lucha anti-narcóticos, tal como ocurre actualmente en Bolivia. programas de control en la frontera de Estados Unidos, sobre los cuales hay estudios que demuestran que son altamente costosos y que es una estrategia poco rentable. El origen del problema de producción en América Latina es esencialmente económico: Por ejemplo, en el valle del Alto Huallaga en Perú, los campesinos pueden ganar cultivando coca, un promedio de 12 veces más mensuales de lo que ganarían si se dedicaran a cultivar el segundo producto de exportación más lucrativo después de la coca. Pero solo 3.6°/o del presupuesto del I.N.M. se gasta en sustitución de cultivos y en asistencia para el desarrollo. Mientras no se desarrollen alternativas viables a la producción de coca, la oferta continuará proviniendo de las empobrecidas naciones latinoamericanas. Más aún, en una época de austeridad fiscal, la cantidad de ayuda extranjera necesaria para desarrollar tales alternativas es probablemente mayor que lo que el gobierno de Estados Unidos estaría deseoso de proveer. El proceso de "certificación", además, subraya la mala lectura que el Congreso ha dado al problema de narcóticos en los Andes. De acuerdo a este proceso, el Presidente debe certificar para marzo primero de este año a los países elegibles para la ayuda estadounidense. El Congreso después tendrá 45 días para expedir resoluciones de desaprobación. El Congreso ha empujado a la administración Reagan a un camino hacia la militarización mayor en los esfuerzos anti-drogas en el extranjero. La ley de autorización de defensa actual amplía el rol de los militares estadounidenses, en especial reuniendo inteligencia sobre operaciones de droga, mientras la Ley Anti-Narcóticos de 1988 que fue sancionada en septiembre pasado, también hace un llamado a una asistencia militar mayor en aquellos países involucrados en los programas anti-estupefacientes de Estados Unidos. Irónicamente, si el proceso funcionara tal como se desea, a los países productores latinoamericanos que no logren cooperar con los Estados Unidos en cuestiones de control internacional de narcóticos, les sería negada asistencia económica adicional, y por ende disminuiría el crecimiento económico requerido para compensar las ganancias perdidas de la producción de narcóticos. En la práctica, los países que han sido descertificados es muy poco probable que se vean afectados por las sanciones. El año pasado, el Presidente decertificó a Afganistán, a Irán, a Panamá y a Siria, ninguno de los cuales estaba recibiendo asistencia extranjera de Estados Unidos. Durante el debate congresional de la Ley, se ignoró el tema de un involucramiento militar creciente, en favor de un énfasis en torno a cuestiones domésticas. Sin embargo, el debate en torno al tema de la demanda en Estados Unidos no tuvo su paralelo en el enfoque sobre prioridades generales de gastos: 75°/o de los fondos continúan gastándose en la interdicción y la erradicación de la oferta, y solo 25°/o ha sido asignado para la reducción de la demanda. Por ejemplo, el I.N.M. gasta aproximadamente 100 millones de dólares anualmente, de los cuales aproximadamente un 45°/o se utilizan en la erradicación de cultivos y un 35°>o en la interdicción. Aún más, la categoría más grande de gastos en el presupuesto total anti-narcóticos (interdicción de oferta) incluye Mientras que el Congreso de los Estados Unidos ha vigilado estrictamente el proceso de certificación en lo que se refiere a los países de América Latina, éste ha ejercido una supervisión mucho menor en relación con la asistencia estadounidense antinarcóticos en el extranjero. Un informe de noviembre de 1988 hecho por la Oficina General de Contabilidad —el brazo investigativo del Congreso— señala el fracaso del I.N.M. de dar cuentas de los dineros gastados en Bolivia y en Colombia. Las fuerzas de seguridad latinoamericanas, han utilizado en algunas ocasiones equipos suministrados a través de los programas anti-narcóticos estadounidenses para otros propósitos militares como las operaciones de contra-insurgencia. Esto es sumamente preocupante, en especial en Perú y en Colombia, donde los militares están luchando contra grupos insurgentes y se les conoce como violadores de los derechos humanos de los civiles no combatientes. ¿A qué se debe el fracaso de los programa de erradicación e interdicción hasta e! momento ¿corre los Estados Unidos el riesgo de ser empujado en una guerra civil sucia, dado el aumento de la ayuda militar estadounidense? Mientras las circunstancias varían en cada país andino, el Valle del Huallaga en el Perú es ilustrativo de los peligros potenciales de los programas antinarcóticos. Allí, la DEA está entrenando y equipando a la policía para luchar contra el tráfico de drogas en un área en la que la presencia de los 2 grupos guerrilleros del Perú (Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru) es significativa. En noviembre de 1987, se declaró en estado de emergencia a toda la región, y en consecuencia está bajo control militar. A pesar de que los militares técnicamente son responsables de las actividades de contra-insurgencia, y la policía responde por los programas de erradicación e interdicción, "en la práctica" de acuerdo con un oficial del gobierno norteamericano, "no hay mucha distinción entre una y otra". El General Juan Zarate, encargado de los esfuerzos peruanos anti-narcóticos en el Valle del Huallaga. admite que la policía entrenada por la DEA también recibe entrenamiento intensivo de contra-insurgencia debido a la zona donde operan. Por otra parte, de acuerdo con declaraciones de Zarate, combatir la insurgencia guerrillera y no los narcóticos es la prioridad principal del gobierno peruano en el área. En términos más generales, una pregunta adicional surge en relación con los programas anti-narcóticos de Estados Unidos: ¿Está Estados Unidos fortaleciendo la mano de los militares a costa de gobiernos civiles débiles, y en consecuencia socavando otros objetivos políticos estadounidenses? En Perú. Bolivia y Ecuador, los gobiernos civiles apenas han regresado al poder después de años de dictaduras militares y las relaciones civiles-militares son tenues, cuando más. En Colombia, más de 40 años de un régimen de estado de sitio ha llevado a un control creciente de los militares sobre aspectos de la vida civil. En este caso, los programas apoyados por Estados Unidos, además de ser infructuosos, han cosec ido consecuencias negativas imprevisibles. De acuerdo a los estimativos de la Guarda Civil peruana, la producción de coca en el Valle del Alto Huallaga se ha cuadriplicado en los últimos 10 años ( d e 65.000 hectáreas en 1975 a 280.000 en 1988). Al mismo tiempo, la influencia de la organización guerrillera Sendero Luminoso ha aumentado en forma ininterrumpida. El número de noviembre del Perú Report - un respetado informe mensual con sede en Perú, afirma que Sendero Luminoso controla casi el 90% del campo en el Valle de Huallaga. Sendero Luminoso también ha explotado la presencia del personal antinarcóticos de los Estados Unidos en la región con el fin de obtener el apoyo de pequeños campesinos que cultivan hoja de coca, que se han volcado hacia la guerrilla como intermediarios, en presencia de agentes estadounidenses, de los barones de la droga colombiana y de las fuerzas de seguridad peruanas. Quedan preguntas sin respuestas: ¿Dado el hecho de que la estrategia peruana contra-insurgente ha resultado en una de las peores situaciones de derechos humanos en el hemisferio, están las fuerzas de policía entrenados por los Estados Unidos, vigiladas por los abusos que cometen? La asistencia anti-narcóticos que suministra los EE.UU. a las fuerzas militares y de la policía en América Latina son objetos de menor escrutinio que otros programas de ayuda militar. De esta forma hay preguntas serias que quedan en el aire en relación con las posibles consecuencias negativas que genera el involucramiento militar estadounidense en el extranjero, así como los peligros de fortalecer el poder militar a costa de instituciones civiles recién constituidas en América Latina. A pesar de que el debate en torno a la problemática de los narcóticos continuará intensificándose, no hay todavía señales d¿ una ruptura en el consenso entre los formuladores de política de Estados Unidos en relación con los programas anti-narcóticos actuales en los Andes. La renuencia de los militares estadounidenses de involucrarse en actividades de interdicción a lo largo de la frontera de Estados Unidos, no obstante la utilidad de la asistencia militar para programas antinarcóticos en el extranjero o el involucramiento militar en actividades de entrenamiento y maniobras, son aplaudidas de un lado al otro del espectro político. Sin una reevaluación franca y sensible sobre los presupuestos que existen detrás de la política actual, la tendencia hacia una militarización de los esfuerzos estadounidenses antinarcóticos en el extranjero, no se reducirá en el futuro cercano.