1 JAQUE AL GRAN REY: CIRO EL JOVEN Y LOS TRECE MIL Antes

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JAQUE AL GRAN REY: CIRO EL JOVEN Y LOS TRECE MIL
Antes de que llegara la gran figura de Alejandro Magno, hubo un precursor de otra realeza que reunía unos
caracteres y aptitudes similares e intentó antes conquistar por la fuerza ese vasto imperio persa. La diferencia
estribaba en que su origen era aqueménida y se enfrentaría al rey legítimo, su hermano mayor Artajerjes II, en
compañía de un ejército mercenario griego, el más grande que se había reunido hasta esa fecha para ser
utilizado en la remota Asia. Conducidos por él hasta casi las puertas de la antigua Babilonia, combatirían por
sus vidas en una gran batalla que terminaría en tablas, pero con la muerte violenta de nuestro protagonista,
Ciro el Joven. En los meses siguientes, los miles de griegos supervivientes lucharían por volver a sus casas y
escapar de la amenaza del victorioso Gran Rey.
ORO E INTRIGAS PERSAS
Antes de llegar a esa peliaguda situación tuvieron que darse otros acontecimientos, algunos de ellos, bastante
significativos para ambos. En las últimas fases de la guerra del Peloponeso (431-404 AC), la intervención persa
y su oro se hicieron sentir cada vez más. Para habilitar ese fin, el Gran Rey persa Darío II envió a su joven hijo
Ciro a Asia Menor en el 408/7 AC con la misión de apoyar las aspiraciones espartanas y poner fin a las
hostilidades de décadas en el Egeo. Su propia y ambiciosa madre Parisátide, muy similar a la relación posterior
mantenida entre Olimpia y su hijo predilecto Alejandro, le animó a partir a ese cometido para que ganara una
solida base en esos territorios, dejara atrás su protegida existencia anterior y se reivindicara para disputar, en
el futuro, la sucesión al trono persa. En una proyección menos personal, al imperio aqueménida le interesaba
más la derrota ateniense por sus marcadas aspiraciones imperialistas, frente a la más peloponesia y regional
Esparta que poseía, aparentemente solo, menos lazos con los griegos de Asia Menor y estaría más dispuesta a
traicionar su libertad e intervenir menos, en esas disputadas costas.
Durante esos años Ciro, con unos 16 años de edad, empezó a desarrollar en sus satrapías de Jonia y Lidia
facetas más propias de un rey y eso no debió gustar mucho a su padre que le ordenó regresar a Susa para que
le visitara (otras fuentes coinciden en señalar la mala salud del rey, como principal motivo de esa visita). Allí le
diría que debía ser respetuoso con su hermano y dejarle reinar en paz cuando la ocasión le alcanzara, aunque
hay otras versiones que indican que llegó cuando estaba ya muerto o casi moribundo. Y ese momento se
produjo en el 404 AC cuando Arsaces sucedió a su padre en la púrpura con el nombre de Artajerjes II. Tanto la
madre de los dos, como su favorito Ciro, no cejaron en intentar secretamente recuperar el trono, aunque para
eso debiera volver a su independencia anterior en Asia Menor y alejarse de los círculos contrarios de Susa.
Parisátide, una vez más, intercedió por él y consiguió ese alejamiento premeditado, con la consigna de volver a
tratar con Lisandro y los vencedores espartanos que, desde la batalla naval de Egospotamos del año pasado,
sometían totalmente a la derrotada Atenas.
Claro que Artajerjes no se lo pondría fácil y para controlar sus movimientos e impedirle mayor proyección fijó,
por decreto real, que los tributos que las ciudades griegas debían pagar a los persas pasaran al control de
Tisarfenes, un sátrapa poderoso de aquellas regiones que ya había acusado antes a Ciro de querer matar a su
hermano en su entronización. Con esta medida, Ciro tenía muy complicado mantener su corte en aquellos
parajes o pagar a su mercenaria guardia personal griega. Su ambición y seducción personales, eso sí, seguían
latentes y aprovechó una oportuna rebelión en Egipto en el 405 AC, que desvió la atención de su hermano,
para prepararse para conquistar por la fuerza el trono de los aqueménidas. Este órdago fratricida sería el
primer conflicto serio del largo reinado de Artajerjes (404-359/8 AC) que sufriría otras revueltas posteriores
como la del helenista Evágoras de Chipre, o la de algunos sátrapas casi simultáneamente al final de su reinado,
que serían también eficazmente reprimidas.
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PREPARATIVOS DE GUERRA
Lo primero que hizo Ciro fue intentar socavar la legitimidad de su hermano y obtener seguidores persas para
su causa. Par ello empezó a tacharle de borracho y débil, y a extender el mensaje de que Artajerjes llevaría a la
ruina a los persas y, lo más importante, a las tierras y privilegios de los nobles persas. Esta política difamatoria
debemos verla desde la perspectiva de la necesidad. Ciro precisaba de los máximos apoyos entre los persas,
no solo para debilitar a su cercano rival con esa captación de incondicionales, sino para tener una estabilidad
posterior, en el hipotético caso de que llegara a vencer y asesinar a su hermano. En ese momento, él era más
débil que el primogénito; no solo eso, su padre había aprobado con sus hechos esa sucesión y eso le convertía,
a los ojos de los seguidores de su hermano, en un usurpador. Algunos historiadores actuales también le han
visto igual y han unido ese interés por el trono con su enorme ambición y una codicia patológica. Tampoco
debemos olvidar que al partir la expedición que preparaba, familiares de algunos jefes griegos eran rehenes
suyos o que preparó y distribuyó durante la caminata más comida, entre sus propias tropas personales. Y en el
406 AC, Ciro ejecutó a dos parientes suyos por presentarse ante él y no seguir un protocolo que sólo se hacía
ante la presencia del Gran Rey.
En cambio, como bazas a esgrimir para defender su figura histórica podíamos referir que poseía una gran
destreza con las armas y en la equitación, junto a una justicia y generosidad innatas, que le hacían merecedor
de ser comparado con el gran Ciro, como relatara algo impresionado el propio Jenofonte en su Anábasis o
Plutarco en sus Vidas Paralelas, al referirse a él como brillante, capaz guerrero y amigo de sus amigos. Esas
conocidas descripciones han dejado en la posterioridad una imagen, casi siempre, beneficiosa del impetuoso y
radiante filoheleno Ciro, frente al enemigo y bárbaro Artajerjes, con el cual estaba enemistado desde la
infancia y, además, era descrito como blando e influenciable por mujeres y eunucos. Con esa apoyada y
estudiada imagen construida entre los griegos continuó sus preparativos abriendo taimadas negociaciones con
la potencia actual de Esparta. Él sabía que si quería derrocar a su hermano, solo con sus seguidores nativos,
apenas un 5% o 10% del total persa estimado, no tendría suficiente fuerza para imponerse y requeriría de un
apoyo extra y decisivo. Los espartanos le estaban muy agradecidos por su apoyo anterior, que les ayudó para
ganar la larga guerra frente a Atenas, y veían con muy buenos ojos esa alianza circunstancial con el joven
príncipe, sobre todo, los seguidores de Lisandro y su política de supremacía en el Egeo.
Tampoco descuidó a los dinastas y señores locales del área que intentaba controlar y les prometió ayuda
militar si la ocasión lo requería. Para habilitar esa política con hechos consumados proporcionó, por ejemplo,
bastantes soldados griegos profesionales al gobernador de la Frigia helespóntica, un tal Ariaeus. La razón de
esta estrategia debemos encontrarla en la amenaza que podía suponer para estos reyezuelos, esa gran
aglomeración de hombres que empezaba a reunir Ciro, para su proyectada expedición a las riberas del
Éufrates. Es evidente que a Ciro no le interesaba que a sus espaldas cundiera el pánico o la rebelión y se
esmeró en tranquilizar a todos basando su ejército en mercenarios griegos, que no tendrían ningún motivo
aparente para fijar más tarde su residencia en Asia, una vez consumaran con éxito su expedición. Además, con
ese gesto anterior, quedaba claro no solo su fuerza nominal, sino su control y mando absoluto sobre el mejor
combatiente a pie de esos momentos, el hoplita griego, infantería pesada armada con un escudo de madera
recubierto de bronce (aspis), lanza (dori) y espada corta (xifos), junto a protecciones basadas en casco, grebas
y coraza de bronce o, mucho más usuales en esta época, las más ligeras lynotórax, aunque muchos otros irían
sin casi defensas corporales.
Poco a poco, su ejército fue creciendo y llegó un momento en que todo estaba listo para intentar ese cismático
viaje hacia el corazón de Persia. Tenía 22 años -curiosamente la misma edad que tendría Alejandro cuando
empezara su conquista del imperio persa, 67 años después- y al pasar revista a su heterogéneo ejército
contaba como núcleo principal con 10.600 hoplitas y 2.300 peltastas (infantería ligera), es decir, un cuerpo de
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12.900 fogueados griegos -ver sumario 1-, toda una garantía en combate. A esos contingentes se les unieron
persas afines, auxiliares locales y caballería que, todos juntos, formaban una agrupación suficiente para
intentar ese cambio de reyes por la fuerza. Los mercenarios griegos -muchos de origen arcadio y aqueos- eran
comunes en las satrapías occidentales persas desde unas décadas anteriores a mediados del siglo V AC, pero
nunca antes se habían visto en tales cantidades. Para Ciro no había marcha atrás y su supervivencia política y
vital se empezaba a jugar en esta expedición.
Una empresa en la que sus intenciones no fueron reveladas a todos por igual; a la tropa, por ejemplo, les
comentó que esta expedición era para sofocar una región levantisca cercana al río Éufrates y que estaba al
mando de un enemigo suyo llamado Abrocomas. Otros revelan que también les pudo sugerir que ese ejército
reunido era para escalar su conflicto con Tisarfenes y restituir a los exiliados milesios. En cambio, algunos de
los destacados jefes griegos -como Clearco o Proxenus- sí conocerían sus verdaderas intenciones de
enfrentarse a su hermano desde su partida. Ciro, aparte del necesario dinero que asignaba para todos como
contratante (aunque muchos de estos mercenarios escogidos se podrían costear ellos mismos sus armas), les
prometió además la libertad para los griegos de Asia Menor, si vencía en su ordalía personal. A estos griegos
mercenarios aún tentados por esta proposición, quizás les interesara más el oro del rey o, tal vez, la simple
promesa de luchar en territorio hostil; es trascendental resaltar el concepto de xenía -amistad- en muchos de
ellos. Ciro, en realidad, se basaría en esta escogida clientela política fiel para crear su ejército. En otros
prestigiosos círculos se ha hablado siempre de esa aptitud política en los integrantes de esta paradigmática
expedición, junto a su democrático sentimiento de libertad y decisiones consensuadas. Es muy posible que
esas loables intenciones políticas existieran en esta empresa para el simple mercenario, aunque a ellos les
solía mover más el hambre o la avidez del botín, que la libertad y el beneficio general. Lo que es más discutible
es la defensa de la sintonía generalizada en sus propósitos o en las medidas a tomar. Así, cuando las
dificultades aparecieron tras Cunaxa, el mando lo ostentarían férreamente solo unos cuantos jefes elegidos y
las decisiones a seguir no estarían tan democratizadas y antes, el control de Clearco era con frecuencia
intimidatorio -ver sumario 2-.
CAMINANDO HASTA CUNAXA
El ejército rebelado se puso en marcha desde la ciudad de Sardes, un detalle significativo, ya que el camino
real persa que empezaba en Susa -en la actual Irán- terminaba justo en esa antigua ciudad de la actual Turquía
y era, además, el sitio donde Ciro el Grande había terminado con el imperio Lidio del rey Creso. Para un
personaje como el príncipe Ciro, que intentaba emular la gloria de su antepasado y verse reconocido como su
igual, era una salida ineludible para su proyecto; Alejandro también sería un consumado especialista en la auto
propaganda y gustaba de realizar teatralizaciones que le conectaran con el glorioso pasado o el mundo de los
dioses. Según los últimos estudios parece que partieron hacia finales del invierno del 401 AC (febrero-marzo) y
que llegarían a las riberas del Éufrates en la población de Tápsaco sin demasiados impedimentos y un tiempo
relativamente benigno. Antes tuvieron que atravesar las puertas Cilicias -un desfiladero natural- y cruzar luego
la ciudad de Issos, el mismo lugar donde unos 68 años después el Gran Rey persa Darío III Codomano con
actitud algo temerosa, huiría frente al ímpetu de Alejandro, en su primer enfrentamiento personal.
Salvo algunas pequeñas hostilidades al recorrer Cilicia y la misteriosa desaparición en los montes Taurus de
dos lochos (unidad táctico-militar griega que rondaría los 100 hombres en esta expedición), no habría que
reseñar más contratiempos. Una vez estuvieron descansados en las ricas riberas de la Alta Mesopotamia, Ciro
les habló a todos de su propósito principal: enfrentarse a su hermano y derrocarle por la fuerza. El revuelo
entre la tropa ante esa noticia y las disensiones entre ellos fue considerable, pero al final todos optaron por
continuar, una vez llegados hasta aquí, y reforzados por la palabra dada por Ciro, el cual les dijo que les
aumentaría su paga al finalizar la expedición (500 dracmas hasta Babilonia y el sueldo completo a su vuelta a
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casa). La visión de caballería enemiga persa por los alrededores, les avisaba también que las dificultades irían
en aumento y, desde ese momento, extremaron las precauciones en la marcha y sus acampadas diarias.
Sardes-Issos. Lee ©
A finales de junio cruzaron sus tropas el ancho Éufrates a pie y sin necesidad de utilizar barcas, algo que los
lugareños nunca habían visto y que todos pensaron era una señal divina hacia la buena fortuna de Ciro y su
predestinación para reinar sobre los persas (simbolismos parecidos, como el nudo Gordiano o su visita al
profeta de Amón, siguieron al recorrido de Alejandro). Escogieron en un principio el más obvio camino real
para, rápidamente, girar hacia el Sur por el río Araxes y encaminarse bajando hacia el Éufrates por su ribera
izquierda hacia el histórico Creciente Fértil. Esta ruta era poco transitada, casi desértica y no exenta de riegos,
ya que si eran más tarde obligados a retroceder por aquí, muchos morirían de hambre. Seguramente Ciro
quiso despistar a los espías e informadores de su hermano al tomar esa ruta tan anormal y acercarse lo
máximo a su zona de influencia sin que se percatara de su presencia. Una sorpresa y velocidad buscadas con la
intención de conseguir que no tuvieran el tiempo suficiente para reunir un ejército de garantías frente a ellos
(aunque su hermano conocía por Tisarfenes, y desde casi el principio, su salida de Sardes).
Durante las tres semanas siguientes transitaron por esa región, cazando animales de la zona (avutardas, asnos
salvajes y gacelas) y comprobando como las acémilas morían por la falta de follaje y árboles. Estaban en pleno
mes de julio y el calor en esa zona era excesivo; para mitigarlo, solían marchar en la fresca mañana o
anocheciendo y, al menos, no les faltaba la indispensable agua del río que seguían. Alejandro y sus hombres, al
volver de sus peripecias por la India, sufrieron más que en cualquier otra batalla al marchar por el inhóspito
desierto de Gedrosia y perecer a cientos. Con las dificultades inherentes de esa calculada decisión tomada por
Ciro llegaron finalmente a una gran ciudad llamada Charmande y allí pudieron aprovisionarse con las
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mercaderías y productos de los hospitalarios lugareños. Nadie de la expedición lo sabía aún, pero solo les
quedaba una semana antes de entrar en combate frente a las tropas de Artajerjes.
Tápsaco-Cunaxa-Trebisonda-Mar Negro. Lee©
DESTINOS ENFRENTADOS
En los primeros días de agosto, bajaban los cireos hacia las tierras de Babilonia cuando empezaron a llegarle
noticias por algunos desertores de que su hermano le saldría al encuentro. Los siguientes días fueron de tensa
espera, consejos de guerra (los macedonios tenían también esa costumbre antes de un combate importante) y
preparativos. Tras pasar una fuerte posición junto a la muralla Meda (construida por Nabucodonosor II) y no
divisar fuerzas contrarias se tranquilizaron. Al acercarse más tarde a una población llamada Cunaxa -unos 160
km al Norte de Babilonia- seguían sin divisar al enemigo; era una mañana tranquila y todos se disponían a
descansar en una ancha llanura cuando un mensajero vino corriendo e informó del acercamiento del enorme
ejército bárbaro de los persas. Al comenzar la tarde una polvareda blanquecina se divisaba en el horizonte y
una gran mancha negra fue extendiéndose por la llanura hacia ellos para, poco después, convertirse en un
resplandor de bronce. El Gran rey Artajerjes II presentaba todas sus fuerzas armadas en dirección hacia ellos y
las fuentes clásicas dicen que el ejército de Ciro, tal y como estaba desplegado, sólo llegaba hasta la mitad del
frente total formado por su enemigo. Con cierta sorpresa las fuerzas de Ciro se aprestaron rápidamente con
todos los griegos a la derecha y junto al río, además de 1.000 jinetes paflagonios; en el centro y a la izquierda
estaban los persas y otros aliados, mientras él mismo estaba detrás con una guardia personal de caballería
pesada cifrada en 600 hombres. Su total rondaría los 30.000 hombres disponibles frente a más del doble del
ejército persa del Gran Rey.
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Al estar su ejército en inferioridad numérica y con su flanco izquierdo ya rebasado antes de empezar, Ciro
planeaba atacar frontalmente hacia donde estaba su hermano - en el centro de la formación enemiga- e
intentar matarle. Tras realizar unos sacrificios que le indicaban fortuna para ese día (una costumbre que los
romanos mantendrían) se encaminó hacia la posición de Clearco, para indicarle que se uniera a él con sus
tropas para atacar directamente a Artajerjes, ya que “si venciéramos en este lado —decía— lo tendríamos todo
ganado”. Clearco, viendo el dispositivo persa y receloso de que lo envolviesen con la caballería por los dos
lados al ejecutar ese movimiento hacia el centro enemigo respondió a Ciro que él vería lo que conviniese más
para los suyos. Es decir, con ese seco mensaje en mente, los griegos lucharían con el río a su derecha
salvaguardando ese flanco y atacarían frontalmente a lo que tuvieran delante, sin más. Ante esta reacción,
Ciro quizás debió unirse a los griegos y luchar por ese lado esperando que el empuje de los hoplitas rompiera
el flanco izquierdo enemigo y luego giraran victoriosos para enfrentarse al Gran Rey. En lugar de eso, esperaría
los acontecimientos desde donde estaba, hasta encontrar su esperada oportunidad. Alejandro, en Gaugamela
(331 AC), también se enfrentó en esa batalla con una parecida problemática y lo suplió desplazando todo su
ejército en formación oblicua hacia el flanco izquierdo enemigo para buscar luego el momento oportuno y
lanzarse directamente también contra Darío III y decidir allí la batalla, cosa que, finalmente conseguiría con la
nueva huida precipitada de su rival y la ayuda posterior que le brindó a su propia y sobrecargada izquierda.
Los dos ejércitos avanzaban al unísono hacia su encuentro mortal. Cuando la distancia entre ellos se
aproximaba a unos cuatro estadios -unos 500 a 600 metros-, los mercenarios griegos de Ciro aceleraron su
marcha, a paso ligero, directos hacia el enemigo. La visión de más de 10.000 hombres cargando a la carrera fue
excesiva para los arqueros y auxiliares persas que estaban en ese desdichado lado y huyeron sin combatir. Este
pánico se empezó a contagiar a la infantería y carros falcados que esperaban más atrás y todos juntos se
deshicieron como fuerza de combate. El rápido triunfo griego fue incontestable y parecía que la batalla estaba
ganada casi nada más empezada. Artajerjes, en cambio, no se amilanó y contraatacó por el centro y su flanco
derecho para intentar envolver a las tropas de su hermano por su expuesto flanco izquierdo y luego atacarles
por la espalda. La masa persa se puso en movimiento y empezaba a conseguir el efecto deseado.
Es en ese momento, con los griegos persiguiendo al demolido flanco izquierda persa y alejados de las propias
tropas del joven pretendiente, que estaban siendo rodeadas por la mayor masa y números que manejaba
Artajerjes, cuando la guardia personal del joven príncipe se lanzó a una decisiva carga con él a la cabeza.
Superados por 10 a 1, los jinetes de Ciro se abalanzaron sobre sus enemigos con estrépito y atacaron a todo lo
que se encontraban. Su cohesión, por el irregular empuje y los combates fue perdiendo fuerza y cada vez
había un mayor número de hombres que luchaban en formaciones separadas frente a sus contrarios. En una
de esas refriegas, Ciro distinguió por fin a su hermano y se dirigió contra él. El destino de ambos se jugaba en
esa lucha y Ciro, aunque llegó a alcanzar con su lanza al cuerpo de su hermano, fue derribado y muerto por la
guardia personal del Gran Rey. Así terminaron los deseos de Ciro por hacerse amo y señor del imperio persa.
Con esa gran amenaza resuelta, Artajerjes espoleó a sus fuerzas para derrotar a las tropas rivales que todavía
se encontraban desplegadas en la llanura. Ese movimiento les condujo hasta el campamento de Ciro donde
empezó un sistemático saqueo, salvo en la zona que era defendida por los griegos que custodiaban parte del
bagaje. Con la aparente victoria en sus manos, Artajerjes se encontró allí con la caballería de Tisafernes para
ser informado que los griegos habían destrozado su flanco izquierdo y perseguían incontenibles a todos por
ese lado. El Gran Rey procedió a suspender el saqueo y volver a formar en combate a todas sus tropas para
enfrentarse a los temibles griegos. El tiempo que utilizó en esa reorganización fue aprovechado por Clearco
para girar sus líneas y arremeter contra el victorioso centro persa. De nuevo, los mercenarios griegos cargaron
a la carrera entonando el peán (un cántico guerrero en honor a Apolo) y los persas volvieron a huir sin apenas
combatir en esta confrontación, al igual que Artajerjes, para salvar su vida.
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Esta es la visión clásica de la batalla, pero hay otros autores que indican que al no esperar la aproximación de
su hermano ese día (fallo grave de inteligencia o captación de noticias), el ejército de Ciro estaba caminando
en una larga y desordenada columna cuando súbitamente le llegaron informes de esa desagradable aparición
enemiga. Entonces, a medida que llegaban esas formaciones más retrasadas de su ejército, iban poco a poco
entrando en la batalla, una situación comparable a aquellos combates separados que se describen en
Jenofonte y que pudieron afectar a la eficacia de su fuerza comandada. Si esto es cierto, es evidente que la
falta de información sobre Artajerjes contribuiría a descolocar algo a la fuerza de Ciro y propiciar luego su
ataque personal por el centro, a pesar del éxito inconexo griego, en su flanco derecho. En cualquier caso, su
defunción decide el verdadero vencedor en Cunaxa.
RETIRADA Y CONCLUSIÓN
Al caer la noche, los griegos regresan victoriosos e invictos a su campamento saqueado. Están algo extrañados
por la ausencia del príncipe Ciro, al cual habían seguido hasta Mesopotamia para conquistar su derecho al
trono persa. Cuando a la mañana siguiente reciben el mensaje de su muerte en batalla se encuentran a miles
de kilómetros de su punto de partida y se les plantea la complicada situación de cómo volver a su amada
Hélade, por aquel territorio infestado ahora de enemigos. La alianza entre Ciro y sus mercenarios griegos ha
terminado de la peor manera posible. A mediodía llegaron mensajeros del Gran Rey invitando a los griegos a
rendir sus armas y a postrarse ante él suplicándole el perdón, algo a lo que se negaron por completo. Los
persas, que no deseaban luchar contra esas invictas tropas y querían verlos fuera de su imperio intentaron
convencerlos para conducirles a un lugar seguro. Tisafernes se postuló para esa tarea y sería el encargado de
guiarlos hacia el Norte por el cauce del Tigris, pues la otra ruta no ofrecía garantías de provisiones. En las
inmediaciones del río Gran Zab, a finales de septiembre, Tisafernes planeó una conferencia con los principales
jefes griegos y esperó el momento oportuno para hacer prisioneros a todos ellos; Clearco, Proxenus y otros
líderes fueron luego ejecutados, descabezando a la fuerza mercenaria griega de sus mejores jefes. Los persas
esperaban que los restantes mercenarios, tras esta trampa tendida a sus compatriotas más destacados, fueran
más fáciles de someter. Sin venirse abajo, se reunieron y eligieron nuevos generales, entre los cuales estaría el
ateniense Jenofonte (428-354 AC).
Estos nuevos líderes griegos los conduciría hacia el Norte, en dirección a sus hogares, sin conocer con certeza
donde estaba ese pretendido seguro. Jenofonte y los suyos urdieron un plan simple, en esas circunstancias.
Marcharían utilizando guías locales, cogerían lo que necesitarían para su sustento (importante detalle, antes
de Cunaxa no saqueaban) y lucharían cuando y donde fuera necesario. Para moverse habitualmente por esas
tierras inhospitalarias escogerían una formación en columna de dos a cuatro hombres en fondo con arqueros
cretenses y los formidables honderos rodios en la vanguardia, que impedían a los persas hostigarles desde
lejos; la poca impedimenta que transportaban iría en paralelo a ellos o entremezclada y, en ocasiones,
marchaban en formación defensiva, como un gran cuadrado o rectángulo (plaision). Cuando les tocara
acampar, lo harían en vivacs provisionales, con todos los lochos muy unidos y compactos en forma de círculo y
guardados por piquetes armados en el exterior. Así atravesarían la vigente Irak y Turquía, casi siempre bajo
amenaza de ataque, para alcanzar el ansiado mar y su relativa seguridad.
Con los expedicionarios alcanzando su objetivo es importante considerar el significado político y militar de la
campaña de Cunaxa. El arribista Ciro había muerto y con él sus estrategias de dominación del pueblo persa,
aunque algunos autores sugieren incluso que muy pronto se hubiera vuelto también contra sus “amigos”
griegos, en caso de haber vencido. Su figura ha quedado eclipsada por ese fracaso final y las gestas posteriores
del meteoro Alejandro, aunque al estudiar su figura se encuentran algunos paralelismos entre ambos
personajes, reforzados sobre todo por sus análogas pretensiones geográficas y hasta políticas. Pese al fracaso
general de este jaque al Gran Rey hubo un contingente que salió bastante reforzado de esta empresa: los
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mercenarios. Durante la misma, se habían comportado excepcionalmente al internarse tanto en territorio
enemigo y enfrentarse con éxito a los persas, tanto en batalla campal como en la increíble retirada. Los griegos
observaron la debilidad de la infantería persa frente a sus hoplitas (algo constatado desde las batallas de
Maratón y Platea), pero también comprobaron que sin una potente caballería que les pudieran apoyar, no
estaban en situación de conseguir una derrota decisiva frente al Gran Rey, algo que no descuidaría el propio
Alejandro cuando emprendiera su sueño personal de conquista. Esta expedición narrada fue el punto de
partida original para abrir las mentes griegas hacia una mayor expansión y conocimiento oriental a costa de un
ablandado enemigo persa, la llamada corriente panhelénica que surgió en el siglo IV AC o, al menos, acrecentó
las posibilidades de actuación en su territorio, tal y como demostrarían, poco después, las campañas del rey
espartano Agesilao II en Asia Menor.
SUMARIO 1. Los Diez Mil
Nos hemos habituado a leer o escuchar que Jenofonte y sus camaradas fueron los sacralizados Diez Mil, pero
ese número escogido es relativamente reciente. Sería más apropiado referirse a los Trece Mil, porque en su
partida casi llegaban a esa cifra y Diodoro reflejaba esa cifra. Después de Cunaxa y al llegar los restantes al Mar
negro se contaron 8.600 supervivientes. Isocrates hablaba antiguamente de los Seis Mil, quizá porque cuando
finalizó su periplo en Pérgamo, más de un año y medio después de su partida, eran los que quedaban de
aquella memorable expedición. Jenofonte nunca usó ese término para referirse a esa fuerza, él siempre
hablaba de los griegos; en la Hellenica, por su parte, eran conocidos como cireos, los seguidores de Ciro.
Finalmente, el nombre de Anabasis (“ascensión, expedición al interior”), que es como tituló Jenofonte su
trabajo realizado décadas después de estos sucesos, es solo correcto para designar al trayecto hasta la muerte
de Ciro en Cunaxa. Desde ese punto, hasta su aclamada llegada al Mar Negro en Trebisonda (Trapezus) y más
allá, es más ortodoxo denominarlo Katabasis (“descenso, retirada hacia el mar”).
SUMARIO 2. Clearco, el mercenario
Típico producto del pueblo lacedemonio, era un general que aunaba fortaleza, brutalidad, disciplina y
experiencia militar, muy necesarios en momentos de crisis. Nacido hacia el 450 AC tuvo una vida consagrada a
la guerra, aunque hasta que no aparece como comandante de una flota espartana en el Helesponto (412 AC)
poco se sabe de su carrera anterior. Enviado dos años después a Bizancio como proxenos (importante
representante político), repele en principio el ataque ateniense del 408 AC. Aprovechando una ausencia suya,
la ciudad es entregada a Alcibiades. Después aparece como posible sucesor del comandante naval espartano,
Calicrátidas, muerto en la batalla de las islas Arguinusas (406 AC) y, más seguro, como exitoso defensor de
Bizancio ante los Tracios (403 AC). Por unas desavenencias posteriores con los éforos (magistrados)
espartanos, al no querer ir a luchar al istmo de Corinto (otras fuentes indican que se convirtió en tirano de
Bizancio) opta por el exilio y es ahí donde tomará partido por Ciro, como el principal jefe mercenario de los
cireos en Cunaxa y hasta su traicionera muerte.
ENRIQUE F. SICILIA CARDONA © 2014
BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA:
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Anábasis. Jenofonte.

El gran rey de Persia: formas de representación de la alteridad persa en el imaginario griego. Manel
García Sánchez.

Trabajar para el enemigo. Los diez mil de Jenofonte a la luz de la investigación reciente. Daniel Gómez
Castro.
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
Relaciones internacionales y mercenariado griego: del final de la Guerra del Peloponeso a la Paz del
rey (404-386 A.C). Daniel Gómez Castro.

Soldada, moneda, tropas ciudadanas y mercenarios profesionales en el antiguo mediterráneo: el caso
de Grecia. Fernando Quesada Sanz.

Griegos y persas. El Mundo mediterráneo en la Edad Antigua. Hermann Bengtson.

El ejército persa 560-330 AC. Nick Sekunda.

Los antiguos griegos. Nick Sekunda.

Ancient Warfare. Vol VII, Issue 5.

Xenophon's Retreat: Greece, Persia, and the End of the Golden Age. Robin Waterfield.

A greek army on the march. John W. I. Lee.

The name "ten thousand". Robert J. Bonner.

Intelligence during the Campaign of the Ten Thousand. Jonathan Dowdall.

Illustrated Dictionary to Xenophon's Anabasis. John Williams White.

http://www.satrapa1.com/articulos/antiguedad/10000/cunaxa.htm / http://archive.is/5MIjE
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