La comunicación nómade (Raúl Zibechi)

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La comunicación nómade
Raúl Zibechi
Durante la insurrección boliviana de octubre de 2003, cuyo epicentro estuvo en la
ciudad aymara de El Alto, las radios jugaron un papel decisivo. Los dirigentes sociales
hacían sus convocatorias a la movilización llamando a las radios, que les permitían salir
al aire con sus mensajes no censurados. Los vecinos de las principales ciudades
bolivianas no sólo sintonizaban las cadenas radiales más comprometidas con la lucha
social, sino que también oficiaban como reporteros espontáneos, ayudados de los
teléfonos celulares. Las trasmisiones radiales desde los mismos lugares donde se
producían masacres de las fuerzas armadas y bloqueos de los pobladores, generalizaron
un clima de indignación que finalmente forzó la renuncia del presidente Gonzalo
Sánchez de Lozada.
Incluso la televisión jugó su papel en los sucesos argentinos del 19 y 20 de diciembre de
2001, que se saldaron con la renuncia de Fernando de la Rúa. La transmisión en directo
de la represión, en la mañana del día 20, contra las Madres de Plaza de Mayo en el
centro de la ciudad, disparó la indignación que se trocó en movilización. También en
Ecuador una radio, Radio Luna, jugó un papel destacado en el movimiento que forzó la
renuncia del presidente Lucio Gutiérrez.
En el caso de Bolivia, el papel de los medios fue más allá de la difusión, para
convertirse en verdaderos organizadores de la rebelión. La cadena ERBOL (Educación
Radiofónica de Bolivia), vinculada a la Iglesia Católica, puso sus ondas y hasta sus
instalaciones a disposición de la rebeldía. La huelga de hambre realizada por varios
dirigentes aymaras en la misma radio, entre ellos Felipe Quispe, ejecutivo de la
Confederación Sindical Unica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), jugó
un papel decisivo al convertirse en un espacio de coordinación mucho más ágil y
dinámico que los ampliados que realizan las dirigencias sindicales.
Julio Mamani, director del periódico Prensa Alteña y de la Agencia de Prensa Alteña,
rememora las llamadas a la radio: “Soy el secretario tal de tal comunidad, estamos aquí
en La Paz, y hasta mañana hemos cumplido el tiempo donde nos han asigando el rol,
entonces yo les comunico que preparen el piquete de relevo que nos sustituye y manden
puros jóvenes ya no manden señoras ni viejitos, necesitamos jóvenes…” (1)
En la mejor tradición de las radios mineras, en El Alto y otras ciudades de Bolivia, los
medios de comunicación no sólo jugaron el papel de difusores sino que saltaron la
barrera y fueron organizadores, pasando a formar parte de esa manera del movimiento
social. Esto muestra que no existen límites para los medios, que cualquier dificultad
(técnica, económica, de recursos materiales) puede resolverse siempre que el “factor
humano” estemos dispuestos a ir más allá.
Cuestión de intensidad
El importante papel que juegan los medios en situaciones como las descriptas, no debe
pasar por alto que se trata siempre de momentos excepcionales y fugaces. Por lo mismo,
y aún reconociendo el valor que han jugado en esas coyunturas, la cuestión decisiva está
vinculada con la cotidianeidad, con los largos períodos en los que no suceden hechos
extraordinarios, ni grandes movilizaciones sociales.
En otra ocasión señalé que en la comunicación social no hay “información transmitida”
sino “coordinación conductual en un dominio de acoplamiento estructural” (2).
Ciertamente, en los momentos decisivos de nuestra historia, cuando nuestros pueblos
dicen su palabra con hechos contundentes, la comunicación es la coordinación del
comportamiento, y por lo tanto es algo que sucede en las relaciones humanas, entre una
pluralidad de sujetos; algo completamente diferente de la concepción dominante, en la
que debe existir un emisor (activo) y un receptor (pasivo) (3).
Pero en la vida cotidiana las posibilidades de conseguir que nuestra comunicación se
convierta en “coordinación del comportamiento” de amplios sectores sociales, no parece
tarea fácil. Más aún, es prácticamente imposible conseguirla, y debemos admitir que ese
papel “heroico”, valiente y audaz de la comunicación y los comunicadores populares,
está reservado para coyunturas muy especiales que se registran cada cierto tiempo. Por
lo tanto, debemos formularnos otras preguntas: ¿Cómo hacer para que la inevitable
grisura de la cotidianeidad no termine desgastando los aspectos alternativos de nuestra
comunicación? O, dicho de modo inverso, ¿cómo dar vida a la vida pese a las
desgracias que los sectores populares sufrimos en la vida diaria? Y, quizá el aspecto
decisivo, ¿cómo evitar que la institucionalización ahogue la creatividad y el
compromiso social?
Las instituciones son uno de los instrumentos de codificación (reglamentación y
regulación) de las relaciones humanas, junto a las leyes y los contratos. La vida
cotidiana, fuera de los grandes momentos de creatividad colectiva, transcurre en
instituciones más o menos reguladas donde realizamos la comunicación social, aún la
alternativa (4). De ahí que necesitemos establecer una relación “que ya no sea legal, ni
contractual ni institucional”(5), para poder huir de las dependencias que anulan la
creatividad social. Eso pasa por establecer “una relación inmediata con el afuera”, un
“estar en el mismo barco” que los sujetos sociales con los cuales estamos
comprometidos. Se trata, siguiendo a Deleuze, de ser capaces de encarar una práctica y
un discurso nómades, capaces de desarticular y neutralizar las máquinas burocráticas,
inevitablemente sedentarias, racionales, reguladoras.
¿Una comunicación nómade como forma de comunicación alternativa? Una
comunicación en movimiento, o sea, con los movimientos, para los movimientos y,
sobre todo, de los movimientos. Surge aquí otro problema, si es que no queremos dejar
la cuestión en términos puramente retóricos, discursivos. Los movimientos se mueven
sólo en ciertas ocasiones. Lo habitual es que también los movimientos recaigan en
instituciones codificadas, en burocracias más o menos sedentarias. Así, nuestra
comunicación en períodos “normales” suele ceder la palabra sólo a los dirigentes (en
general varones alfabetizados que enarbolan un discurso racional e ilustrado). En suma,
nuestra comunicación tiende a reproducir los moldes coloniales, aún sin proponérselo,
lo que agrava nuestras deficiencias.
Romper el círculo de hierro no parece tarea sencilla. Un primer paso puede ser trabajar
con otra idea de movimientos sociales. Bien mirados, no son lugares de llegada sino
flujos, movimientos. Porque, ¿qué es un movimiento sino eso, mover-se? “Todo
movimiento social se configura a partir de aquellos que rompen la inercia social y se
mueven, es decir, cambian de lugar, rechazan el lugar al que históricamente estaban
asignados dentro de una determinada organización social, y buscan ampliar los espacios
de expresión” (6)
Inspirados en esa definición, diferente y hasta contraria a las que utilizan los sociólogos
para definir a los movimientos sociales, podemos intuir que la “otra comunicación” no
puede conformarse con formular un discurso alternativo desde los medios heredados,
aún los alternativos y populares.
Un segundo paso sería considerar que “el nómade no es necesariamente alguien que se
mueve: hay viajes inmóviles, viajes en intensidad, y hasta históricamente los nómadas
no se mueven como emigrantes sino que son, al revés, los que no se mueven, los que se
nomadizan para quedarse en el mismo sitio y escapar a los códigos” (7). En este punto,
los aspectos a destacar serían “intensidad” como forma de “escapar a los códigos”.
Porque una de las claves de la regulación burocrática es la pérdida de la vitalidad y la
aparición de una languidez a través de una suerte de entronización de la inercia.
En nuestras sociedades, esas intensidades capaces de empujarnos a romper los códigos,
como bien saben los comunicadores populares, no las encontramos en los despachos
alfombrados ni en las asépticas oficinas de ONGs. Reflexionando sobre las lecciones de
la insurrección de octubre de 2003 en Bolivia, la antropóloga aymara Silvia Rivera
sostiene que entre los sectores populares “la política no se define tanto en las calles
como en el ámbito más íntimo de los mercados y las unidades domésticas, espacios del
protagonismo femenino por excelencia” (8)
Mirar lo invisible, lo subterráneo
En el caso boliviano, que de alguna manera inspira este trabajo, la comunicación
popular y alternativa recorrió un largo y doloroso camino, en el que acompañó las
luchas populares, atravesando dictaduras y democracias, elecciones y masacres, triunfos
y sobre todo derrotas. La red ERBOL, nacida en junio de 1967, recorrió tres etapas: las
escuelas radiofónicas que hacían educación y promoción de adultos utilizando medios
de comunicación social; las experiencias de comunicación popular orientadas al cambio
social; y la comunicación educativa para el desarrollo. (9)
En ese proceso de “democratización de la palabra”, fueron descubriendo que la
comunicación no es más, ni menos, que una relación social, que por lo tanto puede
contribuir a profundizar la dominación y la alienación de los sectores populares, o bien
puede fortalecer su organización y acción emancipatoria. Romper las barreras entre
comunicadores y audiencia, activos y pasivos, y hacerlo en medio de la cotidianeidad
gris de una dictadura, del trabajo fabril o campesino, es un desafío que requiere tiempo,
persistencia y mucho coraje.
Sin embargo, no todo el trabajo de comunicación alternativa ha transcurrido a través de
canales como ERBOL, sino que organizaciones como ésta son apenas emergentes del
amplio movimiento por la democratización de la comunicación que atraviesa todo el
continente. En El Alto, durante las dictaduras de Natusch Busch y García Mesa
(1978-1982), decenas de comunicadores comprometidos que no pudieron seguir
trabajando en medios establecidos, utilizaban sus bocinas para seguir haciendo un
trabajo que era necesariamente clandestino, y no tenía ni los espacios ni la continuidad
con la que solemos trabajar en situaciones más cómodas. Otros, apelaron al teatro de
calle como forma de mantener el contacto con la población, seguir transmitiendo
mensajes críticos y poder recoger opiniones y debates.
Los hechos nos enseñan que la comunicación es mucho más amplia que los medios que
la contienen y, en no pocas ocasiones, constriñen. En todo caso, aún en las más difíciles
circunstancias, los temas centrales no pasan por el tipo de medios ni por las técnicas,
sino por algo mucho más profundo: el compromiso y la intensidad de la comunicación.
Ambas están vinculadas a la sensibilidad de quienes hacemos comunicación, a la
capacidad de captar lo imperceptible, lo inesperado, lo subterráneo. Si la “otra
comunicación” es posible -si podemos mantenerla viva pese a las desfavorables
condiciones que nos impone el modelo neoliberal, y también a pesar de las inercias
propias de la condición humana- debe ser creativa, crearse y re-crearse cotidianamente,
eludiendo la burocratización mediante un nomadismo físico y ético que rehuya los
lugares comunes y escape a cualquier reglamentación impuesta.
Raúl Zibechi es miembro del Consejo de Redacción del semanario Brecha de
Montevideo, docente e investigador sobre movimientos sociales en la Multidiversidad
Franciscana de América Latina, y asesor de varios grupos sociales.
Notas:
(1) Entrevista a Julio Mamani, El Alto, 25 de julio de 2005.
(2) Alberto Maturana y Francisco Varela, El árbol del conocimiento, Madrid, Debate,
1996, p.169 y ss.
(3) Raúl Zibechi, “Medios de comunicación y movimientos sociales”, en
www.alainet.org 16/12/2003.
(4) Quien esto escribe trabaja en un medio de comunicación, el semanario Brecha
(Uruguay), como editor de la sección Internacionales. O sea, en una institución.
(5) Gilles Deleuze, “Pensamiento nómadae”, en La isla desierta y otros textos, PreTextos, Madrid, 2005, pp. 324 y ss.
(6) Walter Carlos Porto Goncalves, Geo-grafías, Siglo XXI, 2001, México, p. 81.
(7) Gilles Deleuze, ob. Cit. P. 30.
(8) Silvia Rivera Cusicanqui, Bircholas, Editorial Mama Huaco, La Paz, s/f, p. 132.
(9) ERBOL, “Estrategia de comunicación educativa para el desarrollo”, La Paz, 1996.
Publicado en ALAI 399-400
http://alainet.org/active/19642&lang=es
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