¿es preciso creer en el pecado original?

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PIERRE GRELOT
¿ES PRECISO CREER EN EL PECADO
ORIGINAL?
Faut-il croire au péché originel?, Études, 327 (1967) 231-251 1
¿Es preciso creer en el pecado original? Esta pregunta suscitará en los lectores lo que se
llama "diversas reacciones". Por un lado estarán los que quieren atenerse estrictamente a
las definiciones del Concilio de Trento. Por otro, los que desean conciliar el dogma con
las nuevas interpretaciones sobre el origen del hombre. Nosotros no nos separaremos de
las definiciones claras y formales del Concilio de Trento, pero tendremos en cuenta que
dicho Concilio se ocupa del pecado de Adán bajo la perspectiva de la Redención y del
bautismo. Pues el objeto de nuestra fe es el hecho del perdón de los pecados ligado a
nuestra regeneración espiritual en Cristo. Por otra parte, sentimos que es necesario
adaptar el dogma a los conocimientos modernos sobre los orígenes del hombre. La
ciencia nos lleva tanto a desmitologizar el Génesis como a aceptar una concepción
evolutiva del mundo de los vivientes. Ello es causa de una gran dificultad y por eso los
teólogos no ven suficientemente clara la solución al problema. Nosotros trataremos el
tema con prudencia presentando su estado actual y subrayando los aspectos sobre los
que conviene proseguir trabajando.
Sentido y trascendencia de un dogma
Clarifiquemos en primer lugar el lenguaje que vamos a emplear. La expresión "pecado
original" designa, de hecho, dos cosas diferentes aunque estrechamente ligadas entre sí.
En una perspectiva de historia de la salvación, es la irrupción del pecado en el seno de la
humanidad en su misma raíz de origen. En la perspectiva de mi vida concreta es el
estado en que yo he nacido en el seno de una humanidad ya pecadora; desde aquel
momento, anteriormente a toda posibilidad de compromiso libre, yo estaba ya ligado al
misterio del mal. En la primera perspectiva (pecado originante) se puede hablar de
culpabilidad (de cualquier forma que se pueda entender). No así en la segunda (pecado
originado). Si se habla de pecado para designar ésta, es porque se trata de caracterizar
una cierta situación del hombre con relación a Dios. La "justicia" y la "santidad" no las
tenemos por nuestro nacimiento, sino que las recibimos en nuestro bautismo,
únicamente por la gracia de Cristo, nuestro Redentor.
Hay que considerar otro aspecto. Nosotros tenemos constantemente experiencias del
mal: del sufrimiento, de la limitación para realizar el bien, de una secreta complicidad
con el mal ("concupiscencia"). Son indicios que nos incitan a buscar el secreto del
enigma humano. Experimentamos el proceso natural que nos conduce a la muerte en
gran contradicción con nuestro apetito natural de vivir. Y la misión de construir
psíquica y espiritualmente nuestro ser se hace también en unas condiciones en las que el
dolor sobrepasa los limites de nuestra radical finitud, como si nuestro ser estuviera
afectado por un mal anterior e incomprensible.
La teología se pregunta: ¿cómo es compatible el pecado original con la certeza de la
bondad de Dios? El pecado entró en el mundo por una falta positiva del hombre (sea
cual sea la forma como la podamos concebir), y por el pecado vino la muerte (Rom 5,
12). Del pecado original considerado en nosotros (originado) y de la consecuencia
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subsiguiente, nos remontamos al pecado original considerado en Adán (originante). Con
todo, el misterio que envuelve esta realidad no se disipa. Pero, ¿cómo presentarlo a los
hombres de nuestros días?, ¿cómo explicar en un último análisis la solidaridad
"vertical" que nos hace herederos del mal? Dado que en la mente de muchos cristianos
existen imágenes un tanto infantiles, es necesario darles algo que les sirva como un hilo
conductor para que no se pierdan en la incertidumbre que les produce la mezcla de las
nuevas ideas con las antiguas.
Lo que aporta la exégesis bíblica
En la época medieval, a falta de información científica sobre los orígenes del mundo y
del hombre, se recurría a una lectura historicista del Génesis y ello bastaba. Ciertas
concepciones del mundo grecolatino, como las que surgieron desde Hesíodo a Lucrecio,
o los mitos platónicos, eran rechazadas por estar insertas en una visión pagana de la
existencia. Por otra parte, faltaba una atención positiva a la dimensión histórica del
hombre para inclinarse hacia una concepción evolucionista. Ahora bien, la atención
prestada por el Génesis a las dimensiones espiritual e histórica del hombre no era
dudosa. Se dejaba de lado la mitología y se consideraba la historia de una humanidad
real en tanto que historia de una relación vivida con Dios. Sin embargo, lo que no era
discernible entonces era que la evocación de los orígenes humanos recurría
necesariamente a procedimientos literarios muy diferentes de una auténtica narración
histórica. Un análisis de las convenciones literarias de la narración bíblica, nos muestra
que nos hallamos frente a una literatura sabia, muy bien construida, que aborda temas en
forma de relato referentes a problemas fundamentales: situación del hombre ante Dios,
sentido de la Ley divina y del pecado, premio de la conducta humana, misterio de la
muerte. Teniendo esto en cuenta podemos afirmar que el drama de Adán es el drama de
la humanidad en general. Y ello sirve de comienzo a algo que es realmente histórico: la
historia de salvación que se nos narra a través de la Biblia. Bajo ese ángulo, la historia
de Adán quiere evocar, siguiendo convenciones que deberán ser precisadas, el punto de
partida de la historia real tal como nosotros mismos la vivimos. Para satisfacer estos dos
puntos de vista, el autor ha utilizado el procedimiento de los epónimos, es decir, ha
representado el origen del género humano en un personaje que lleva su nombre: en
hebreo "Adán" significa hombre. Los rasgos de la humanidad son proyectados de
alguna forma sobre el personaje del cual ella se juzga que desciende. Lo fundamental
que quiere decir la Biblia- aun sin utilizar ninguna explicación científica -es la unidad
del género humano. Sobre esa idea básica se construye una secuencia de escenas
dramáticas que todo el mundo conoce de memoria.
Lo que aporta el relato del Génesis
En la narración existe un lenguaje mítico, pero ello no quiere decir que sea mítica la
totalidad del texto, pudiendo hablarse indistintamente de "mito adámico". Hay una serie
de elementos que no se refieren a los símbolos míticos, sino a la experiencia existencial
del hombre. A saber: el despertar de la conciencia, la entrada del pecado en el mundo, el
punto de partida de la condición humana. El nombre del árbol: "Árbol de la ciencia del
Bien y del Mal", ni se encuentra en los manuales de botánica ni en los repertorios de los
símbolos mitológicos. Forma parte de un vocabulario sapiencial que nos proporciona la
clave para la interpretación del texto. El hombre trata de buscarse por sus propios
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medios una falsa sabiduría que pretende saber lo que es para él bien y mal, sin
referencia a la palabra del Creador.
Con esto se ve qué género de verdad oculta esta representación convencional de los
orígenes: no es la verdad de una historia captada del exterior y dada al lector en un
cuadro realista; es la verdad psicológica, metafísica y religiosa de un drama en el que
todos participamos, pero que está considerado aquí en su punto de partida y tomado
bajo su aspecto más interior. A través del pecado de Adán se percibe la esencia misma
del pecado humano.
El texto tiene otro aspecto sobre el que es importante llamar la atención: su dimensión
social. El Génesis nos habla de una pareja: hombre y mujer. El hombre toma conciencia
de sí delante de la mujer: "carne de su carne y hueso de sus huesos". Ahora bien, este
despertar común de la conciencia de sí en el hombre y en la mujer tiene por
consecuencia inmediata obligarles a tomar posición en relación al Creador. Hallamos,
pues, una escena convencional en una profunda verdad subyacente: el drama ocasionado
por el despertar de la propia conciencia y el acceso a la libertad es indisociable de la
relación al prójimo. Esto es esencial en la experiencia del hombre, y la pareja
proporciona la representación más adecuada.
Hay que abandonar, pues, todo intento de concordismo histórico. Para el autor, el punto
de partida de la historia humana es considerado como historia de la libertad y de la
relación entre los hombres y Dios, y la narra a través de una evocación convencional
muy distinta a lo que nosotros llamamos "historia". Lo que el autor quiere decir es que
el primer suceso de la historia fue constituido por el primer compromiso -personal y
social de la libertad humana, y que este compromiso fue una elección contra Dios que
desembocó en una catástrofe.
La teología no puede pretender dar una interpretación historicista del texto porque
resulta imposible. Pero de ello saca sus ventajas, pues así las afirmaciones dogmáticas
se separan de las representaciones concretas que pueden servirles de base. De esta
forma, la teología podrá confrontar libremente las certezas de la fe con los resultados de
los nuevos estudios científicos, estableciendo con ellos la coherencia necesaria.
Las opiniones de los teólogos son tan variadas que no se puede decir que exista una
"doctrina común" fuera de los puntos definidos por el Magisterio de la Iglesia.
Nosotros no pretendemos proponer en este artículo soluciones originales, pero sí que
delimitaremos las zonas en las que el pensamiento cristiano puede libremente
comprometerse. En concreto, nos limitaremos a examinar la cuestión del pecado
original (originante) en Adán, dejando de lado el otro aspecto del problema, aunque no
sea menos importante.
El origen humano y la evolución animal de las especies
La investigación científica sobre los orígenes del mundo de los vivientes y de la especie
humana se inclina hacia la concepción evolucionista, a pesar de que a la hora de querer
explicar el mecanismo de la transformación se reconozca que se ignoran las leyes que
presidieron el gigantesco fenómeno del origen de la historia de la vida. Esta teoría en el
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campo de la ciencia fue la causa de que surgiera también una filosofía evolucionista que
pretendía dar una respuesta a los grandes interrogantes humanos, poniendo un principio
de evolución inmanente al cosmos. Muchos teólogos, habituados a pensar la idea de la
Creación en un cuadro filosófico inmovilista, venido de Grecia, más que de la
Revelación bíblica, se opusieron a ello. La discusión se hizo larga y atravesó muchas
etapas: sistemas concordistas en el siglo xix, la prudentísima abertura de la encíclica
Humani Generis, numerosas obras aparecidas hasta las de Teilhard de Chardin, etc.
Los problemas de la hominización
Integrando una concepción evolucionista del universo, la visión sobrenatural de la
aparición del hombre en la tierra es la de un mundo en génesis, en el seno del cual el
Creador prepara detenidamente un cuerpo capaz de ser receptáculo del espíritu. Ni la
metafísica ni la teología pierden nada con tal concepción. Pero no por ello dejan de
surgir dificultades.
¿A partir de qué nivel prehistórico se puede hablar ya de una verdadera humanidad? La
fe únicamente considera hombres a aquellos que son capaces de tener una experiencia
moral y de realizar un compromiso libre. Aunque la evolución haya sido muy lenta y
paulatina a través de distintos estadios de un grado más o menos hominizante, sin
embargo, únicamente existe el hombre cuando aparecen la capacidad intencional y los
indicios de actividad religiosa. Y ello solamente pudo darse en un psiquismo de la
misma naturaleza que la nuestra.
La hominización y la prueba de la libertad
Ahora bien, si esto es así, ¿cómo situamos la existencia de una prueba análoga a la que
evoca la Biblia en su narración del pecado original? Un ser tan arcaico, tan inacabado,
¿podía comprometer así el destino de toda una raza surgida de él?, ¿no sería mejor, para
salvar la misma justicia de Dios. interpretar el pecado original en el estado de una
naturaleza completa e imperfecta? Creemos que en la vida psíquica del hombre se
entrecruzan distintos niveles. En el mismo hombre de hoy, puede tener mayor sentido
moral un niño convenientemente formado que un hombre endurecido por la experiencia
de la vida. Es cierto que existe un progreso en la humanidad: se da un crecimiento
natural de las técnicas, de la civilización..., etc. También en el orden de la salvación se
da un crecimiento. Cristo se encarnó en la "plenitud de los tiempos" y su Parusía no
llegará hasta que el crecimiento humano esté acabado, hasta la consumación de los
siglos. Sin embargo, de un extremo al otro del tiempo, el crecimiento natural de la
humanidad aparece también como una realidad ambigua: la cizaña y el buen grano
crecen juntos en el campo del padre de familia. Lo que nosotros constatamos siempre en
la historia es el destino de una humanidad pecadora, secretamente trabajada por el
espíritu de Dios; dicho de otra manera: paradójicamente situada entre Adán y Jesucristo.
Ahora bien, lo que nos interesa es lo siguiente: ¿en qué estado espiritual se encontrar la
humanidad cuando emergió a la existencia sin llevar todavía esta pesada herencia del
pecado?
Un día se dio en un ser la aptitud a la libertad, la aptitud para la experiencia moral y
espiritual, cualquiera que fuese el contexto psíquico en que ella aparecía. Este acceso a
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la libertad arrastraba necesariamente consigo un ponerle a prueba, una prueba del
mismo tipo de las que nosotros conocemos: se tenía que escoger, se tenía que tomar una
decisión delante de Dios por humilde y poco desarrollado que fuera entonces el
conocimiento de Dios en las intuiciones morales y espirituales de su conciencia.
La experiencia tuvo también un aspecto social, pues el primer acceso a la conciencia de
uno mismo -prueba crucial de la libertad individual- posee necesariamente una
dimensión social que el Génesis subrayó poniendo en escena a una pareja.
Afirmando esto escapamos de un doble peligro: el de la ciencia ficción que, para
salvaguardar la evolución gradual del intelecto del hombre, suprime en el punto crítico
de la historia la prueba indispensable de la libertad; y el de la teología-ficción que, para
mejor salvar la perfección paradisíaca de los orígenes, construye un cuadro fantástico de
la vida del hombre en el jardín del Edén.
El problema del poligenismo
Abordamos ahora una segunda cuestión: si el tronco primitivo de la humanidad -cuando
brilló la chispa del espíritu- emergió de una animalidad que la preparaba
providencialmente, ¿cuál era la amplitud de este tronco? El Génesis acude a la creencia
convencional de los epónimos y subraya así la unidad del género humano y el aspecto
social del despertar a la conciencia de uno mismo, que tiene por consecuencia necesaria
la prueba de la libertad. Por eso no nos da una solución completa al problema que
acabamos de exponer. El capítulo quinto de la carta a los Romanos tampoco la
proporciona aunque hable en muchas ocasiones de "un solo hombre", a propósito del
pecado original. Pero Pablo se refiere sobre todo a que Cristo es cl "anti-tipo". Afirma
directamente la unicidad de Cristo como mediador de salud. Es por esta razón por lo que
estamos unidos en una entera solidaridad de destino. Y es preciso guardarse de limitar
esta solidaridad a la sola generación física, pues el misterio de la solidaridad humana,
que aparece tanto en el orden del pecado como en el de la redención, implica una
complejidad que es preciso respetar aquí. No es por lo tanto absurdo en teología
considerar la hipótesis de un tronco humano sobrepasando el monogenismo. Sin
embargo, es preciso poner algunas condiciones para avanzar con toda seguridad en esta
tierra desconocida. Pudo suceder: o que varios phylums (separados los unos de los otros
en el espacio e incluso en el tiempo) hayan desembocado paralelamente en la misma
mutación humanizante, o que el punto de partida de nuestra raza sea un único phylum
formando grupo y reuniendo las condiciones necesarias en la realización de su unidad
social (monofiletismo). En el primer caso la unidad sería de convergencia. En el
segundo, la unidad sería, por hipótesis, primitiva. Teológicamente presenta más
dificultades el primer caso que el segundo. La dificultad estaría en que esta "unidad de
convergencia" no fuera más que una simple visión del espíritu, exterior a las exigencias
de la genética. El segundo caso es más sencillo, con tal de que se tome en serio el valor
de la relación interpersonal como principio de unidad en un grupo social determinado.
Para que exista tal grupo social ha de haber unas opciones fundamentales. Por ello no es
insospechable que el drama original haya tenido lugar en el cuadro de un grupo, y que
haya tenido precisamente por objeto fundamental la constitución misma de este grupo y
su toma de conciencia colectiva frente a Dios. Pero, ¿cómo imaginar un grupo sin estar
estructurado por ninguna autoridad cuando el mismo mundo animal nos ofrece ejemplos
de lo contrario?, ¿cómo concebir la primera relación de persona a persona tan
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intrínsecamente ligada a lo anterior?, ¿qué papel jugó la bipolaridad sexual de nuestra
raza?, ¿cómo se construía la estructura del grupo original psicológicamente diferente de
las especies animales que lo rodeaban, incluso aunque su psiquismo integrase buen
número de los reflejos instintivos que habían preparado la emergencia? Frente a estos
problemas la paleontología queda necesariamente muda y la psicología camina muy
lentamente. ¿Cómo extrañarse, pues, de que la teología no tenga ningunas ganas de
enzarzarse en aventuras gratuitas entregándose a las fantasías de la imaginación?
Los teólogos pueden seguir interrogándose si no hubo -en el despertar de la concienciauna solución original e inédita en lugar de la simple evolución de los instintos. Pero si
un día el peso de los argumentos creciera hasta llegar a poderse deducir una certeza
práctica, el teólogo no se desconcertaría, pues volvería a encontrar bajo una forma más
compleja esta misteriosa prueba espiritual que ha inaugurado la historia humana como
"historia de la libertad", provocando la entrada del pecado aquí abajo.
Advirtamos una cosa. Para que se dé opción libre basta un instante de luz, fuere cual
fuere el estado físico o las condiciones de existencia del primer hombre. Una vez se
incline libremente por la opción, la condición humana queda determinada para siempre.
El sentimiento que nosotros tenemos, y el sentido objetivo que ella tiene, están en
relación estrecha con el pecado humano. Si Dios ha creado a la humanidad inacabada
para que las virtualidades de la naturaleza se desarrollen en el curso de un lento
crecimiento natural, no la ha creado pecadora; lo que ha hecho ha sido solamente tomar
en serio la libertad. Sin embargo, el crecimiento natural de la humanidad no se ha
efectuado en el clima de la gracia. Al mismo tiempo, todo lo que la arrastra a sus raíces
animales ha tomado una significación que subraya la contradicción interior en la cual
está instalada. Entonces ha comenzado para ella la lenta educación espiritual que le ha
permitido comprender la fuente de sus males y volverse hacia Cristo, su Redentor.
Conclusión
Detenemos aquí nuestras reflexiones. Ellas nos muestran que la teología del pecado
original es una cantera en pleno trabajo. La renovación de la exégesis de los textos
bíblicos y la concepción de los orígenes humanos están en constante mutación. Sin
embargo, la doctrina del pecado original conserva su puesto en la síntesis cristiana,
aunque se despoje solamente de ciertos aspectos marginales para concentrarse en los
que tocan más profundamente el problema fundamental de la existencia y de la libertad
humanas. Así progresa la inteligencia de la fe.
Notas:
1
Para una exposición más detallada de estas ideas, cfr los artículos del mismo autor en
Nouvelle Revue Théologique 89 (1967) 337-375 y 449-484.
Tradujo y condensó: SANTIAGO PETSCHEN
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