El sentido perdido de las cosas

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Opinión
Opinión
Un mundo transformado en mercado
El sentido perdido de las cosas
Alguien entra cargado de paquetes en
la casa de su hermano. Lleva regalos de
Navidad para los sobrinos. Los niños,
con la mirada fija en la consola de video
juegos o en la de la televisión, continúan
absortos frente al poder hipnótico que
les cautiva. El tío se les acerca. Pide un
beso que le dan con desgana siguiendo
la rutina de una educación formal.
Por Víctor Molero,
Editor de la revista ESIC Market
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“E
l tío ha traído regalos”,
dice la madre. Los críos
–aún no entrados en la pubertad– sueltan una leve sonrisa,
más de cortesía que de entusiasmo. Toman los paquetes y rasgan
las envolturas. Miran el interior.
“Gracias”, dicen desganadamente antes de que el libro de cuentos que recibe uno y el pequeño
joyero de la otra queden abandonados en una repisa, sobre una
mesa, en el sofá o en cualquier
otro lugar. El momento de interés
se ha limitado a la apertura del
paquete, al sonido del papel rompiéndose para desvelar el contenido de su envoltura. El verdadero regalo se reduce al instante
en que se acumula la curiosidad
para satisfacerla inmediatamente después. Lo de dentro no son
más que objetos como los muchos que llegan en estos días de
abundancia, a una sociedad de
abundancia donde los niños son
náufragos en la abundancia. El
volumen está reñido con el valor,
y por eso a los regalos se los termina despreciando.
Comodidad y velocidad son caras de una misma moneda. Se
compra fácil, esto es, rápido, y
así regalar es fácil, rápido también. No hay que pensar mucho
en qué se compra ni en para
quién es. Basta con gastar dinero y, eso sí, asegurarse el “ticket de compra” que enmascara
la cantidad desembolsada en
una pantomima ridícula de falsa
modestia. Y tan rápido como se
busca, se adquiere y se entrega,
así se recibe, se agradece y se
desecha. Un regalo más. Lo que
importa es el volumen. “¿Cuántos regalos te han traído?”.
FELICITACIONES
IMPERSONALES
El año pasado, la Navidad hizo circular cien millones de mensajes
SMS de felicitación. Mucho más
rápido que los métodos tradicionales. Pero, ¿con qué contenido?
Un texto ingenioso que ni siquiera
hay que escribir, quizá lanzado al
“movilespacio” por los propios
operadores para estimular el reenvío y engrosar así la facturación
en una fechas ya jugosas de por
sí. Se espera a recibir alguno y se
lo rebota al número de “nuestros
seres queridos” a los que, a pesar de serlo, no se les dedica un
minuto de reflexión para decirles
algo con sentido. No hay tiempo,
y ahora con el móvil es tanto más
rápido y cómodo.
Así quedan resumidas las expectativas con que nos conformamos de quienes nos acompañan
en la aventura de vivir. A eso se
reducen los regalos, como los
libros han dejado de ser soportes de ideas, tramas, sueños,
propuestas e imaginación, para
quedarse en unas tapas llamativas, un título intrigante y un buen
papel de envolver: moneda de
cambio en un trasiego de buenas
intenciones, pero sin fondo.
Los días del pre-cocinado, los
congelados, la compra a distancia, los regalos virtuales, la “Second Life” y el You Tube constituyen una representación cotidiana
de lo que antaño se vislumbraba
como un futuro imaginado por
la ciencia ficción en sus delirios
más truculentos. Hoy no parecen
tal cosa. La semejanza de la nueva realidad con la que la precede
la hace parecer no menos auténtica, y la sutileza con que la fabada de lata ha empezado a convivir con la de puchero, la camufla
hasta que ambas se confunden.
TIEMPOS DE CONFUSIÓN
Pero corren tiempos de confusión, precisamente porque la
similitud otorga carta de validez.
La diferencia quizá esté solo en
los detalles, pero no hay tiempo
de prestarles atención. Por eso,
lo caro se confunde con lo bueno, lo grande se prefiere a lo pequeño, lo necesario y lo deseable
apenas se distinguen. Los viajes
y los traslados son cosas distintas que no suelen diferenciarse,
como sucede entre la comunicación y los medios, entre lo que
se dice y los cauces para decirlo.
Se confunde el bienestar con el
lujo y la opulencia con la calidad
de vida, porque se cree que ésta
tiene que ver con el hecho de tener, y no con el de vivir. Hay mucha distancia entre “estar juntos”
y “estar en el mismo sitio”, pero
hoy esto no se nota. “Te quiero”
y “te deseo” no son asertos incompatibles, pero sí diferentes.
Mucho y mejor no son sinónimos
por más que lo parezcan.
COMPETITIVIDAD EN LOS
MERCADOS
La abundancia ha hurtado a los
niños la ilusión por los regalos.
Pero en un mundo transformado
en mercado, la cantidad es una
condición sine quanon. Los límites, entonces, se diluyen y ni la
moral, la ética, el respeto o los
valores pueden ya aportar criterio. El único que prevalece es
el de la competitividad. Por eso,
la televisión retransmite la ejecución en la horca de un ex-jefe
de estado. Por ello mismo, en los
cines ya no hay entradas, ni en
los periódicos papel. Y los coches huelen a perfume caro, los
teléfonos hacen fotografías, las
neveras se conectan a Internet y
los perros mascota lucen collares
con marcas de alta costura.
Las cosas, en definitiva, padecen
un enturbamiento en su sentido
como si la desatención a los detalles –a fin de cuentas no son
más que eso, detalles– los dejara
tan difusos como una imagen tomada a algo que se desplazara
a mucha velocidad sin dejar mas
huella que una referencia distorsionada de sus formas.
Corren tiempos de confusión, por eso, lo
caro se confunde con lo bueno, lo grande
se prefiere a lo pequeño y lo necesario y lo
deseable apenas se distinguen
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