LOS ÚLTIMOS MOMENTOS DE LA SIERVA DE DIOS MADRE PATROCINIO El día 27 de enero de 2010, se cumplen ciento nueve años del fallecimiento de Sor Patrocinio. A las cuatro y cuarto de la madrugada del martes, 27 de enero de 1891, en el Convento Concepcionista de Guadalajara (de la Santísima Trinidad y Purísima Concepción), casi a los ochenta años de vida –le faltaban tres meses exactos para cumplirlos–, sesenta y dos de religiosa y cuarenta y dos de abadesa en distintas comunidades, murió la Madre Patrocinio, abadesa y fundadora de diecinueve conventos de la Orden de las Concepcionistas Descalzas Franciscanas y reformadora de la misma. Indica el certificado médico correspondiente que murió de la «enfermedad de una anasarca hidropesía orgánica del corazón e hígado». Los síntomas de esta dolencia cardiaca y hepática, que le producía una acumulación de líquido por todo el cuerpo, y con ello, hinchazón generalizada, fatiga y ahogos en el corazón y pulmones, comenzaron el 15 de mayo del año anterior, festividad de la Ascensión del Señor. Sobre sus graves dolencias, escribió su secretaria, Sor María Isabel de Jesús – testigo fiel de gran parte de su vida–, en 1983 (Notas de la épocas más principales de la vida de Sor Patrocinio), a los dos años de la muerte de su amadísima madre abadesa, que iban en aumento y al final: «apenas podía mover los brazos, ni andar ni mantenerse por sí sola (…) ni aún sostenerse en pie sin estar apoyada en una o dos religiosas (…) lo mismo para subirla y bajarla de la cama, sufriendo lo indecible (…) estaba todo su bendito cuerpo tan dolorido y tan lastimado, especialmente por (…) el costado opuesto al de la llaga (estigma, que junto con los de la manos, pies y cabeza , le había aparecido en 1830), que no se podía ver sin estremecerse de compasión y de pena» . Explica que cuando la curaban: «salían en los paños pedazos de aquella bendita piel». Todos este «continuado martirio», añade, los sufría en silencio, resignada y pacientemente y con agradecimiento para las religiosas que la cuidaban (p. 111). Con todas sus llagas, estaba como crucificada en la cama. Era la imagen viva de Jesús en la cruz. No dejó, sin embargo, de atender todos los asuntos de la dirección de las comunidades fundadas, e incluso se ocupo de la reforma de una comunidad de Baeza, que le habían solicitado. El domingo, 21 de diciembre de 1890, recibió el viático y al día siguiente la bendición del Papa para la hora de la muerte. Dios le concedió un último don en esta vida: la muerte apacible, «sin la menor agonía, siendo su muerte más que muerte, un dulce tránsito de esta triste vida a la felicidad eterna, pasando su alma benditísima a gozar el premio de sus heroicas virtudes y prolongado martirio» (p. 123). Fueron muchos los hechos extraordinarios, que ocurrieron inmediatamente después de su santa muerte. Uno de ellos lo refiere Sor Isabel de Jesús, en su biografía de la Madre (Vida admirable, 1925). Las religiosas del convento de Carmelitas Descalzas "El Salvador", de Ledesma, Salamanca, fundado pocos años antes, escribieron a las concepcionistas de Guadalajara para comunicarles que habían «notado una cosa bien rara que se vio en el cielo el martes 27: a las siete de la tarde se vio una claridad tan grande que duró lo que dos o tres relámpagos: parecía fuego, o que el cielo se abría». Pensaron que «alguna de esas grandes almas se fue al cielo» (p. 566) y después se enteraron de la muerte de Sor Patrocinio en aquel día. Este sorprendente suceso parece sugerir que aquella, cuya vida mortal fue luz que alumbró las tinieblas de muchísimas personas, de todas las clases, edades y condiciones, en su vida eterna continua siendo luz frente a las tinieblas, que «nada de lo más diabólico, ni de lo más repugnante» (p. 489) dejaron de decir contra ella. Otro acontecimiento, claramente milagroso, ocurrió en el convento de Guadalajara. Una religiosa oraba ante el cadáver de la Madre, encomendando a toda su familia, que vivía en Castellón de la Plana. Ignoraba que, en aquellos momentos, una pequeña sobrina suya estaba agonizando de la enfermedad infecciosa de difteria. Los facultativos que la atendían la habían desahuciado. «Eran las tres de la tarde del día 27 cuando la religiosa hacía su oración ante el sagrado cadáver, y a esa hora cabal sanaba, repentinamente en Castellón la niña moribunda, con gran admiración de los médicos que la asistían» (p.567). Puede decirse que fue el primer milagro de Sor Patrocinio después de su muerte. Desde entonces no se han interrumpido. Uno de los recientes ha sido el de la curación de Helena Costa de Forment, también en otro 27 de enero, el del pasado año. Eudaldo Forment