El papel del poder central en la política española contra el cambio

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El papel del poder central en la política española contra
el cambio climático: entre la convergencia comunitaria
y la divergencia autonómica.
Marta Pérez Gabaldón
Universidad CEU-Cardenal Herrera
[email protected]
Borrador presentado para el XI Congreso AECPA (2013)
Por favor, no lo cite sin permiso.
Resumen:
La gestión de una materia transversal como la lucha contra el cambio climático es sumamente
compleja y más si a esto tenemos en cuenta que se trata de una materia en la que tienen
competencia la UE, los Estados miembros, las regiones y los municipios. A tal efecto, los
Estados descentralizados se hallan entre la convergencia de la política comunitaria y la
divergencia de las políticas regionales. Por ello, España creó la CCPCC, vía Ley 1/2005, como
el órgano “de coordinación y colaboración” entre Estado y CCAA para la aplicación del régimen
de comercio de derechos de emisión y el cumplimiento de las obligaciones comunitarias.
Ello nos lleva a plantear un paper en el cual se trate el papel coordinador del poder central,
para dilucidar si la posición de este responde a una voluntad de cumplimiento con los
compromisos comunitarios y de evitar agravios comparativos entre regiones, o simplemente se
convierte en una vía para copar más cotas de poder y mantener cierto control sobre las CCAA.
Notas biográficas:
Licenciada en Ciencias Políticas(2008) y Doctora(2012) por la Universidad CEU-Cardenal
Herrera, obteniendo en ambos casos Premio Extraordinario. Ha realizado estancias en centros
especializados (la Universidad Rovira i Virgili o el Instituto of Federalism de Friburgo); ha
colaborado en cursos, jornadas y congresos (como organizadora y ponente) y cuenta con
varias publicaciones, entre las que destacan dos monografías. Además, imparte docencia en
los Grados de Derecho y Ciencias Políticas de la CEU-UCH y es miembro en el Proyecto
Nacional de I+D+i de Fiscalidad y Cambio Climático.
Palabras clave:
Cambio climático, gobernanza multi-nivel, relaciones intergubernamentales, convergencia
comunitaria, divergencia autonómica
Este trabajo ha sido elaborado en el marco del Proyecto de investigación titulado
“Fiscalidad y Cambio Climático” (DER2010-14799 JURI), financiado por el Ministerio de
Ciencia e Innovación.
1.- Introducción: algunas notas teóricas sobre la gobernanza multinivel del cambio
climático
La lucha global contra el cambio climático (en adelante CC) es uno de los más
importantes y complejos retos a los que se enfrenta la humanidad en el siglo XXI. Esto
es así por cuanto, atendiendo a lo reflejado en el IV Informe del Panel
Intergubernamental de Cambio Climático en el que se avalaba el inequívoco origen
antropogénico del calentamiento global, si la comunidad internacional adoptase una
posición de no desarrollar medidas para la adaptación y la mitigación del cambio
climático, las consecuencias para la humanidad y para el planeta podrían tornarse
irreversibles. Ante tal realidad, además, los actores involucrados en esta acción deben
tener en cuenta que se trata de una materia sumamente compleja debido a la confluencia
de una multitud de factores entre los que destacan: la elevada complejidad técnica y la
multidimensionalidad, la transfronteralidad, el mainstreaming o transversalidad, y la
presencia de una multitud de entes competentes en la materia con capacidad para actuar
de forma simultánea.
En efecto, el CC se presenta como un problema global con efectos locales y ello hace
necesario que las decisiones sobre las políticas y las estrategias para abordar la
adaptación y la mitigación al mismo deba construirse y coordinarse atendiendo a
múltiples niveles de gobierno (Daniell et al., 2009: 1). Ahora bien, tal y como la
doctrina ha apuntado (Harrison y Sundstrom, 2010; Okereke et al., 2009; Brown, 2012),
la mayoría de los trabajos politológicos en materia de CC se han centrado en las
relaciones internacionales y en papel del Estado. Con todo, recientemente, una parte de
la doctrina ha centrado su atención en el análisis de la política en el ámbito doméstico,
los actores no estatales y las relaciones entre los distintos niveles de gobierno a la hora
de afrontar la gestión de la misma, motivados por el peso de los entes subestatales en el
desarrollo de las acciones de acción de lucha contra el CC (véase, entre otros, a
Happaerts, Rabe, Morata, Bauer, Hanf, Bolleyer, Royles, McEwen o Stereuer).
De esta forma, parte de la doctrina destaca que los sistemas de gobierno tradicionales
basados en la jerarquía y la unilateralidad, no son suficientes ni adecuados para hacer
frente a la realidad del problema. Así pues, la gobernanza1 se ha convertido en uno de
los elementos clave en la política global ambiental (Paterson et al., 2003: 1), al entender
que la gobernanza multinivel podría verse como aquellas estructuras políticas y
procesos que sobrepasan las fronteras de las jurisdicciones administrativas para hacer
frente a las interdependencias que están presentes en la toma de decisiones políticas. En
este sentido, el federalismo comparado ha tenido a bien evidenciar buena parte de los
beneficios que la gobernanza multinivel del cambio climático. En primer lugar, cabe
recordar la propia naturaleza multinivel del problema y cómo la presencia de tales
niveles puede contribuir a hallar soluciones políticas más óptimas. En segundo lugar, las
1
Podemos entender que “la ‘gobernanza’ se utiliza ahora con frecuencia para indicar una nueva manera
de gobernar que es diferente del modelo de control jerárquico, un modo más cooperativo en el que los
actores estatales y los no estatales participan en redes mixtas público-privadas" (Mayntz, 2001:9), lo que
conlleva una perspectiva más colaboracional de la gestión.
1
políticas domésticas para el control de las emisiones de gases de efecto invernadero
encuentran sus raíces en la geografía política y la economía de las fuentes emisoras, lo
que supone que las industrias altamente emisoras están habitualmente concentradas,
tanto en sentido nacional como internacional, por lo que cómo superar la división
regional de intereses es una función clave de la política federal. En tercer lugar, los
valores y creencias relativos al cambio climático, pueden variar significativamente en
función de la naturaleza del desarrollo social y económico del país. En cuarto y último
lugar, hay un problema de coordinación intergubernamental presente en materia de
cambio climático. En otras palabras, la clave es cómo se divide o comparte la
responsabilidad legal o política, qué escenarios requieren de relaciones
intergubernamentales (en adelante RIG) y qué formas son más prometedoras para
alcanzarlo (Brown, 2012: 323-324), realidad está que será objeto del presente estudio.
No obstante, la doctrina en materia de gobernanza multinivel continua dando
importancia al papel del poder central al considerar en buena parte de los casos que
tiene unas atribuciones diferentes, si bien su peso varía sustancialmente de unas
posiciones a otras (Cerrillo i Martínez, 2006: 15-17). En este sentido, buena parte de los
académicos holandeses (véase Kooiman o Kickert) aluden a la gobernanza como un
hecho interorganizacional de forma que el gobierno pasa a ser uno más de los actores
presentes debido a la presencia de una multitud de instituciones y la complejidad de los
procesos políticos, mientras que los anglosajones (véase Peters o Pierre) pasan por dar
precisamente una clara preeminencia al poder central. A medio camino se situarían los
autores germanos (véase Mayntz o Scharpf) para quienes la interdependencia de los
actores no excluye una cierta presencia de un control jerárquico por parte del ente
central. De hecho, incluso las clasificaciones de la gobernanza realizadas por diversos
autores tienen en cuenta el rol del poder central en la gestión multinivel. A tal efecto,
podemos destacar dos teorías. La primera, es la que alude a dos tipos de gobernanza: el
I, que entiende que la autoridad se encuentra en un número limitado de jurisdicciones
que actúan en sus respectivos ámbitos (internacional, nacional, regional, meso y local) y
el II, que entiende que hay innumerables jurisdicciones solapadas entre sí (Hooghe and
Marks, 2011: 3-16 ), si bien lo cierto es que en la actualidad podríamos observar como
ambos modelos no se dan siempre de forma pura (Paalova, 2008: 8), realidad que,
adelantamos, puede observarse en el caso de la política de cambio climático en España.
La segunda es la que alude a los modos de gobernanza como modos de relación o
interacción entre los actores, que diferencia entre el autogobierno, el cogobierno y el
gobierno jerárquico (empleada, con variaciones en función de sus perspectivas, por
Kooiman, 1993; y Mayntz y Scharpf, 1995).
En este sentido, partiendo de las teorías de la gobernanza multinivel, y contando con la
presencia de algunos elementos del enfoque de la europeización y del
institucionalismo2, trataremos de discernir el papel del poder central en la política de
2
Esta realidad nos lleva a adoptar, por tanto, un marco teórico cercano al empleado por Etherington
(Etherington, 2012, 75-91).
En cuanto a la europeización, se puede afirmar que “si la gobernanza multinivel ha llegado a consolidarse
como el paradigma bajo el cual la frontera entre política doméstica e internacional ha sido borrada en el
2
cambio climático española, cuya labor pasa por lidiar con el cumplimiento de las
obligaciones asumidas en el marco europeo y nacional, haciendo así frente a la
convergencia comunitaria y la divergencia autonómica.
2.-El poder central ante el cambio climático: su papel como Estado miembro de la
UE y su acción en el marco doméstico.
2.1.-La UE ante el cambio climático: breve referencia al papel de España como Estado
miembro
La cuestión ambiental no aparecía reflejada en los Tratados fundacionales de las
Comunidades Europeas debido a que la preocupación de la comunidad internacional por
estas cuestiones vino a posteriori. Así, tras la aprobación de la Declaración de
Estocolmo y el Informe del Club de Roma de 1972, los Jefes de Estado y de Gobierno
de las Comunidades, imbuidos por el espíritu ecologista que impregnaba a la comunidad
internacional, asumieron el compromiso político de llevar a cabo un acción en beneficio
del medio en base a una amplia interpretación de los principios recogidos en el artículo
2 del Tratado de la Comunidad Económica Europea. Es por ello que la acción se
desarrolló a partir de los entonces artículos 100 (relativo a la armonización legislativa
para el mercado común) y 235 (que contenía la cláusula de las competencias
subsidiarias de la Comunidad) del citado Tratado. Finalmente, serían el Acta Única y el
Tratado de Maastricht los que avanzasen hacia la política en la materia como una
cuestión compartida entre la Comunidad y los Estados miembros. En este orden de
cosas, el Tratado de Lisboa será el que, dentro del título XX relativo a la política de
medio ambiente, haga referencia expresa al fomento de medidas internacionales en la
lucha contra el CC, elemento este que no aparecía en la fracasada Constitución para
Europa, y que refleja la importancia de la cuestión en la agenda política de la Unión
contexto de la integración europea (…), la europeización se ha convertido en la variable predilecta para
explicar los cambio generados por este proceso” (…). La europeización como proceso top-down (o de
arriba-abajo) puede genera un efecto tanto de centralización como de descentralización en la distribución
competencial entre niveles de gobierno” pues las regiones pueden ver disminuido su poder ante la
posición privilegiada de los entes centrales en el policy making europeo, pero también puede
empoderarlas. Además “la progresiva apertura del sistema de gobernanza europeo y la consecuente
activación política de las regiones ha atraído mayor atención a la forma en que estas buscan subir sus
preferencias en el ámbito europeo (europeización bottom up o de abajo-arriba)”, ya sea por las oficinas
regionales en Bruselas o la apertura del Consejo a los poderes regionales (Popartan y Solorio Sandoval,
2012: 17- 18). De esta forma, la europeización incide en el sistema multinivel al llevar aparejada la
recentralización o la mayor descentralización.
En cuanto a su relación con el institucionalismo, siguiendo a Börzel, se puede señalar que “el impacto de
la europeización en las institucionales nacionales de los Estados Miembros es, en efecto, diverso y
depende de la institución (Börzel, 1999: 577), de forma que ello supone que las instituciones nacionales
determinan las capacidades de las regiones subestatales para explotar las oportunidades que les ofrece la
integración europea y que las instituciones domésticas determinan el grado en el que la europeización
modifica la distribución de recursos entre actores en base a la cesión de competencias que reposaban en
los entes subestatales. Es por ello, que las estrategias para hacer frente a tal situación son bien de
cooperación, bien de confrontación, de forma que los recursos disponibles y la cultura institucional
dominante en las relaciones intergubernamentales, determinan en buena medida la opción escogida.
3
Europea (en adelante UE), que ha tenido a bien posicionarse como punta de lanza en la
lucha contra esta lacra global.
De esta forma, por lo que aquí interesa, cuando España pasa a ser Estado miembro de la
UE se produjeron tres realidades simultáneas que conllevan una serie de consecuencias
en la traslación de la política comunitaria de medio ambiente (y posteriormente también
de CC) al marco nacional:
De un lado, se cedieron competencias correspondientes a las Comunidades Autónomas
(en adelante CCAA) en medio ambiente, por lo que el sistema interno de distribución de
competencias se vio afectado, no sólo inicialmente, sino también con el paso de los años
y el perfeccionamiento de la política comunitaria ambiental y la gestación de la política
de CC (véase, in genere, Olesti Rayo et al, 2010). En nuestro país, al igual que sucede
en otros Estados miembros, la integración en la UE conlleva una importante reducción
de la capacidad de actuación autónoma y libre (Alberti Rovira et al, 2005:11-15; Porras
Ramírez, 2007: 70). Así pues, con el ingreso en las Comunidades, los Estados
compuestos se enfrentan a dos retos especialmente significativos en materia de CC: que
las regiones participen de la formación de la voluntad nacional ante la UE (fase
ascendente) y que las regiones participen en la aplicación de la política comunitaria
(fase descendente), realidad que en nuestro caso se canaliza a través de la Conferencia
Sectorial de Medio Ambiente3 y la Conferencia de Asuntos Relacionados con la UE,
donde la participación y presencia autonómica es mayor que en otras áreas (Pérez
Gabaldón, 2013 a: 257-275). En este sentido, si bien se cumple en parte aquellas
previsiones según las cuales la integración europea refuerza el poder de los actores
estatales en detrimento del resto (Moravcsik, 1998), lo cierto es que en materia de CC
los gobiernos regionales han ido tomando protagonismo desde las disposiciones
comunitaria (Morata, 2007: 149-178) hasta las directrices y normativa nacional,
pasando por la consensuada Estrategia Española de Cambio Climático y Energía Limpia
que deja en manos de las CCAA el desarrollo de buena parte de las medidas destinadas
a cumplir con los compromisos adquiridos en el marco comunitario e internacional.
De otro lado, hay una falta de mención expresa en la Constitución Española (en adelante
CE) a la UE y al papel de las regiones en el proceso comunitario (Consejo de Estado,
2006: 65-84), cuestión que nos diferencia de otros Estados compuestos europeos (como
Alemania, en el artículo 23 de la Ley Fundamental de Bonn, tras la reforma de 1992 o
Italia en el artículo 117 tras la reforma constitucional del año 2000), quienes canalizan
la participación de sus regiones bien a través de la cámara federal, bien a través de foros
de relaciones interadministrativas e intergubernamentales. No obstante, la cuestión ha
sido introducida, con mayor o menor fortuna, por los nuevos EEAA en el bloque de
constitucionalidad (Ordoñez Solís, 2007). Es por ello que, “el caso español permite
3
De hecho, el peso de las cuestiones relacionadas con el ámbito comunitario dentro del cómputo total es
importante y es por ello que en 2009 apareció el Consejo Consultivo de Política Medioambiental para
Asuntos Comunitarios, constituido el 14 de octubre de 2009 y regido por el Reglamento de la CSMA,
cuya actividad ha resultado incluso mayor que la de la propia Conferencia Sectorial, contando con 4, 3 y
2 sesiones en los años 2010, 2011 y 2012 respectivamente.
4
comprender mejor el impacto diferencial de la gobernanza europea en los Estados
miembros compuestos, confirmando al mismo tiempo la necesidad de tener en cuenta la
influencia de los procesos internos para explicar las respuestas a las presiones inducidas
por el proceso de europeización. En este sentido, la interacción entre la integración
europea y la dinámica del Estado autonómico encuentra otras manifestaciones
interesantes, como (…) la inclusión de las relaciones con la UE” en los EEAA (Morata,
2007: 150).
Por último, el Estado asumió directamente todo el acervo comunitario sin un período de
adaptación que debería haber ido orientado a evitar sanciones del Tribunal de Justicia
ante el incumplimiento de las disposiciones. Es por ello que, desde el inicio, el Estado
recurrió a la distribución interna de competencias para justificar en más de un caso el
incumplimiento de la normativa comunitaria, aun y cuando el TJCE no ha considerado
que tal realidad sea óbice para el cumplimiento de las obligaciones adquiridas. Así pues,
la gestión de la acción por el clima en el marco de la UE ha seguido el esquema de la
política ambiental, de tal forma que el procedimiento establecido en el artículo 192 del
Tratado de Funcionamiento UE, apunta que “el Parlamento y el Consejo, con arreglo al
procedimiento legislativo ordinario y previa consulta al Comité Económico y Social y al
Comité de las Regiones, decidirán las acciones” con miras a los objetivos fijados en el
artículo 191 entre los que se alude a la lucha contra el CC4. De esta forma, en el marco
comunitario se converge en una política común compartida, que posteriormente será
ejecutada por los Estados atendiendo a sus respectivas distribuciones competenciales y
pudiendo establecer medidas adicionales de protección que no atenten contra el acervo
comunitario, siendo éstas notificadas a la Comisión.
Ahora bien, la traslación de estas acciones comunitarias al marco nacional, depende
sustancialmente de la forma legal empleada. En primer lugar, cuando se trata de un
reglamento, este resulta directamente aplicable por el ente competente correspondiente
al interno del Estado. En segundo lugar, cuando se trata de una directiva, el poder
central se encarga de transponerla para adaptarla a la realidad y a las peculiaridades
propias, si bien hasta el momento tal transposición se ha limitado en el caso español a
una mera transcripción literal sin mayor adaptación, fuera de plazo e in extremis,
producida a fin de evitar las sanciones, realidades estas combinadas que hace dudar de
la sensibilidad ambiental de las autoridades españolas cuando la mayor parte de la
política ambiental y de CC deriva de las disposiciones europeas5. En tercer y último
lugar, puede haber orientaciones dadas por las instancias europeas a través de
4
Si bien el Consejo por unanimidad puede adoptar, a propuesta de la Comisión y previa consulta al
Parlamento Europeo, al Comité Económico y Social y al Comité de las Regiones: medidas fiscales o que
afecten a la ordenación territorial, gestión cuantitativa de recursos hídricos o uso del suelo, y medidas que
afecten a la elección del un Estado entre fuentes de energía y su abastecimiento energético.
5
Véase, a simple modo de ejemplo, cómo la Directiva 2008/101/CE del Parlamento Europeo y del
Consejo, de 19 de noviembre de 2008, que incluye la aviación dentro del régimen de comercio de
derechos de emisión, que debía transponerse antes del 2 de febrero de 2010, fue transpuesta por la Ley
13/2010, de 5 de julio, por la que se modifica la Ley 1/2005, de 9 de marzo, por la que se regula el
régimen del comercio de derechos de emisión de gases de efecto invernadero, incurriendo así en el
incumplimiento del plazo.
5
documentos de carácter no vinculante, cuya aplicación dependerá del ente competente
en función del caso. Así pues, cabe destacar que, aun y cuando España ha desarrollado
un marco de acción amplio y un complejo aparato institucional para afrontar el CC, lo
cierto es que buena parte de las acciones emprendidas son consecuencia de presiones
externas, especialmente de la UE (Morata, F et al., 2010:16; Tàbara, 2007: 169), a fin de
tratar de evitar las sanciones por incumplimiento de la normativa comunitaria.
En cualquiera de los casos, observamos cómo la concepción del CC como una materia
en la que el Estado y las CCAA tienen atribuciones asumidas, hace que, necesariamente,
debamos plantear cómo se establece dicho reparto en el bloque de constitucionalidad y
cómo se gestiona dicha materia.
2.2.-El poder central y los entes regionales en el marco de la política nacional de
cambio climático
Para desarrollar la política de CC en España, se ha empleado la distribución de
competencias establecida en el bloque de constitucionalidad para la materia ambiental6.
Esto es así por cuanto la CE contiene una referencia expresa a dicha materia, así como a
otras anexas y colindantes, pero no a la protección de la atmósfera o al CC. Así pues,
más allá del artículo 45.2 de la CE, que apunta que los poderes públicos deben de
proteger, restaurar y promover el medio ambiente, tenemos que centrar nuestra atención
en los artículos 149.1.23 y 148.1.9 CE. Ahora bien, la lectura de ambos preceptos
constitucionales únicamente nos lleva a la conclusión de la no exclusividad de la
materia, apareciendo pues como una competencia compartida y haciendo esencial
dirigir la atención hacia los concretos preceptos establecidos en cada uno de los
Estatutos de Autonomía (en adelante EEAA) (Arlucea Ruíz, 2005; Ortega Álvarez,
2008) y su interpretación a través de la jurisprudencia del Tribunal Constitucional (en
adelante TC) (Terol Becerra, 2000; López Cutanda et al., 1999) a fin de tratar de definir
de forma más precisa los límites de sus respectivas áreas de competencia. Partiendo de
esto, y antes de continuar, se nos antoja esencial reflejar, si quiera brevemente, la
distribución de competencias en materia de lucha contra el CC en España:
De un lado, corresponde al Estado el establecimiento de la legislación básica (cuestión
para la que es especialmente relevante definir que entendemos aquí por “lo básico”) y el
desarrollo de determinadas actividades ejecutoras. La justificación de esta potestad
reposa, esencialmente, sobre la especial naturaleza de la cuestión, derivada de su
carácter supra-autonómico, y la necesidad de prevenir daños irreparables sobre el
medio. Además, el Estado puede desarrollar algunas tareas ejecutivas para asegurar la
consecución del objetivo perseguido que se haya conectado a la competencia central en
materia de bases (SSTC 48/1988, 329/1993 y 102/1995) incluso cuando ello fuerza la
6
En este sentido, el caso español es similar a los del Estado del entorno donde la facultad para actuar en
la materia se deriva de la capacidad de acción en otras áreas que se ven afectadas por el cambio climático,
tal y como sucede en Alemania, en Bélgica o en Austria. Ahora bien, el sistema de distribución de
competencias y el marco de acción del poder central y de las regiones varía de unos casos a otros.
6
CE al introducir los actos ejecutivos en el concepto de “legislación básica” (Jaria i
Manzano, 2005: 123-124).
Concretamente, en materia de CC, según lo establecido en la Ley 1/2005, de 9 de
marzo, por la que se establece el comercio de derechos de emisión, el poder central es
competente para: establecer la base legal del régimen de comercio de derechos de
emisión y su mercado; autorizar la agrupación de instalaciones; elaborar y aprobar el
Plan Nacional de Asignación; negociar y decidir sobre la asignación de derechos de
emisión; y regular y manejar el Registro Nacional de Derechos de Emisión.
De otro lado, las CCAA pueden desarrollar las bases estatales, establecer leyes
adicionales de protección y ejecutar la política en la materia, según lo establecido en sus
respectivos EEAA. Así, el nivel inicial de competencia de cada Comunidad dependía de
su interpretación respecto del margen de actuación dejado por la CE, de forma que
“normas adicionales de protección” y normas de desarrollo de la “legislación básica”
estatal pudiesen interpretarse como algo diferente e incompatible entre sí, como algo
diferente pero complementario, o como sinónimo.
De esta forma, la interpretación realizada por los 17 EEAA y el TC llevó a la
imposibilidad de trazar con precisión las áreas de actuación en materia ambiental,
produciéndose la actuación simultánea de Estado y CCAA sobre una misma realidad,
generando con ello la superposición y duplicidad de actuaciones que traen causa de
buena parte de los resultados ineficaces e ineficientes de algunas de las medidas
propuestas, que han resultado incluso contraproducentes entre sí por cuanto la falta de
coordinación y la presencia de conflictos administrativos entre los diferentes entes con
competencia en la materia han redundado negativamente sobre el objetivo perseguido
(Marco Marco y Pérez Gabaldón, 2010: 184). Ahora bien, si con las primeras reformas
de los EEAA todas las CCAA alcanzaron un nivel competencial más o menos similar en
materia ambiental, el proceso de reformas estatutarias iniciadas en 2005 añade un
elemento de complejidad en la materia que nos ocupa al recoger algunos EEAA títulos
competenciales referentes a la lucha cambio climático o a la protección atmosférica
(Cataluña, Andalucía, Castilla y León, Aragón, Extremadura) como una materia propia,
considerándola pues con suficiente entidad como para desgajarse del título competencial
ambiental que regía con carácter residual.
En este sentido, la acción de las CCAA está especialmente centrada, primero, en las
políticas de adaptación en atención al principio de proximidad; segundo, en los sectores
no directiva por cuanto sus competencias son mayores en una serie de ámbitos
relacionadas con áreas cercanas a estos sectores; y tercero, en la implementación y
ejecución de las medidas gestadas para hacer frente al CC, debido a la competencia
asumida a tal efecto en sus EEAA.
3.- La gestión de la política de cambio climático en el marco nacional. Especial
referencia a la Comisión de Coordinación de Políticas de Cambio Climático.
7
En los Estados Federales o cuasi Federales, la inevitable superposición de políticas
públicas provenientes de las diferentes autoridades competentes, así como el conflicto y
la interdependencia que surge como consecuencia del ejercicio de poderes compartidos
entre dichos gobiernos, han requerido generalmente que los diferentes niveles no actúen
de forma aislada entre sí (Watts, 2008: 117). En efecto, el correcto funcionamiento de
un Estado compuesto, como es el caso del Estado de las Autonomías, requiere “de un
lado, de estructuras que garanticen la participación de los entes autónomos en la
formación de la voluntad del conjunto; y de otro, de la existencia de suficientes
mecanismos que permitan la coordinación, la cooperación, la mutua ayuda u asistencia
entre las distintas instancias gubernativas y administrativas de poder, así como para la
resolución de los conflictos que se puedan plantear”, de forma que se entiende que “la
participación encauza e incrementa la colaboración y ésta, a su vez, hace posible la
eficacia de las decisiones que se adopten en beneficio del conjunto y de los entes
autónomos, y realimenta la participación” (González Ayala, 2008: 5). De esta forma,
resulta obvio que el sistema precisa de mecanismos de consulta, cooperación y
coordinación entre los Gobiernos (Cámara Villar, 2004: 206) a fin de evitar
duplicidades, solapamientos y redundancias que puedan redundar en perjuicio del fin
perseguido por la política compartida7.
En España, de forma previa al reconocimiento legal de los instrumentos orgánicos de
RIG de carácter bilateral y multilateral, el TC, había apuntado que “la necesidad de
hacer compatibles los principios de unidad y autonomía en que se apoya la organización
territorial del Estado constitucionalmente establecida implica la creación de
instrumentos que permitan articular la actuación de las diversas Administraciones
públicas” (STC 76/1983), como los creados por otros Estados descentralizados. Así, la
Ley 30/1992, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y Procedimiento
Administrativo Común, y la Ley 7/1985, de Bases de Régimen Local, establecieron (o
impusieron, si se quiere) las bases del sistema de RIG atendiendo a los principios de
lealtad institucional –que implica tener en consideración todos los intereses públicos
presentes y, por tanto, el respeto a las esferas competenciales- y de colaboración –
concepto que desde nuestra perspectiva comprende la cooperación, coordinación y
deber de auxilio- (Pérez Gabaldón, 2011: 113-126). No obstante, su implementación ha
dado lugar a un mapa lleno de carencias, fallos e inconsistencias que han mermado la
capacidad de los instrumentos gestados a partir de dichas normas. De hecho, las RIG en
España, en el mejor de los casos, presenta algunas deficiencias por cuanto en el peor de
ellos la relación entre las diferentes autoridades competentes es prácticamente
inexistente (Aja, 2003)8.
7
Cabe tener en cuenta que, mientras algunos autores consideran que estas duplicidades pueden tener
efectos positivos (Hollander, 2009), otros consideran que pueden traer causa de disfunciones y conllevar
la no optimización de recursos, yendo en perjuicio del objetivo final (Brown, 1994), posición esta última
más cercana a los postulados aquí defendidos.
8
En este sentido, cabe no perder de vista que las RIG en España están marcadas tres realidades
incuestionables. La primera de ellas reposaría sobre dos axiomas que si bien son aplicables al caso
español, podrían trasladarse a la mayoría de los sistemas federales o descentralizados del mundo
contemporáneo, que son la conflictividad en las RIG y la politización de las instituciones territoriales. La
8
De todos modos, hemos de tener en cuenta que la LRJ-PAC no contiene un modelo
general de las relaciones interadministrativas que vaya más allá de la solución de
algunos problemas específicos de las relaciones entre ambos niveles a vertical, tanto en
sentido multilateral como bilateral. Es por ello que las leyes sectoriales pueden crear
instrumentos a través de los que se canalizan dichas relaciones de colaboración,
contando con nuevas técnicas y procedimientos (Parejo Alfonso, 2008: 26), haciendo
que en tales casos las relaciones intergubernamentales resulten más fluidas y alcancen
mayores beneficios con miras al interés general y a la consecución de los objetivos
establecidos en el ámbito del que se trate9. De esta forma se procede en materia de CC
debido, esencialmente, a la complejidad de una cuestión en la que varios niveles de
gobierno tienen potestad para actuar pero cuyas causas y consecuencias, así como los
efectos de las políticas para hacerle frente, no se pueden contener exclusivamente dentro
de las fronteras nacionales o los límites territoriales autonómicos.
Así las cosas, si bien inicialmente las cuestiones relativas a la gestión multinivel del CC
se desarrollaron esencialmente en la Conferencia Sectorial de Medio Ambiente, tal y
como sucede por ejemplo en el caso alemán donde la materia queda en manos de la
Conferencia de Ministros de Medio Ambiente, el poder central finalmente optó por
crear ad hoc un mecanismo destinado a la colaboración en la materia, de forma que, al
igual que sucede en Bélgica, junto al foro de relación entre Ministros en la materia,
aparecen otros foros de menor rango político para gestionar la lucha contra el cambio
climático de forma coherente en el marco nacional. Es por ello que en España, la
CCPCC fue creada por la Ley 1/2005, de 9 de marzo, por la que se establece el régimen
de comercio de derechos de emisión, como trasposición de la Directiva 2003/87/CE,
como un mecanismo de coordinación y cooperación entre el poder central y las
CCAA10, para lo que cuenta con tres Grupos de Trabajo11, que trabajan en las siete áreas
de trabajo reflejadas en el artículo 3:
segunda realidad, que proviene de la etapa del Estado de las Pre-autonomías centra su atención en los
hechos diferenciales y la inercia centralizadora. La tercera y última realidad, descansa sobre tres
principios que serán identificables como los pilares fundamentales de la organización territorial prevista,
explícita o implícitamente, en el Estado de las Autonomías: la descentralización democrática, el agravio
comparativo y la solidaridad interterritorial. Todo ello aderezado por tres reglas que han jugado un rol
esencial en la estructuración política y social del proceso de federalización en España: la presión
centrífuga espacial, la mímesis entre regiones y la asignación inductiva de poderes (Moreno, 2000: 91).
Así, la combinación de todos estos elementos da lugar a lo mejor y a lo peor de las RIG en España,
elementos estos que están más o menos presentes en las relaciones entre los entes competentes en materia
de lucha contra el CC.
9
De hecho, la existencia no solo de estos otros instrumentos formales de relación sino también de unas
redes informales de relación entre los distintos niveles de gobierno es un elemento que da mayor vitalidad
al sistema de colaboración intergubernamental e interadministrativa más allá de lo marcado en el precepto
legal (Colino Cámara, C- y Parrado Díez, S. 2009: 170; Colino Cámara, C. et al, 2012)
10
Es necesario señalar que la coordinación es obligatoria únicamente en materia de planificación
económica, ciencia y salud (artículo 149.1 CE), de forma que la coordinación facultativa aparece en
escena como resultado de la percepción política de su necesidad o, en todo caso, por voluntad política, de
forma que el cambio climático podría verse como una cuestión a medio camino entre ambas razones. En
cualquier caso, cabe recordar que el TC considera que aunque la coordinación en materia ambiental no
resulta preceptiva, no se puede negar la facultad coordinadora del poder central en este ámbito
(Fundamento Jurídico 31 de la STC 102/1995, de 26 de junio).
11
Grupos de Trabajo de: Adaptación; Mitigación e Inventarios; y Comercio de Emisiones.
9
a. El seguimiento del CC y las políticas de adaptación.
b. Las políticas de prevención y reducción de emisiones de gases de efecto invernadero.
c. El fomento de los sumideros de origen vegetal de las emisiones de carbono.
d. El establecimiento de las líneas generales de actuación de la Autoridad Nacional
designada por España y de los criterios para la aprobación de los informes preceptivos
sobre participación voluntaria en los proyectos de mecanismos de desarrollo limpio
(MDL) y proyectos de aplicación conjunta (PAC). Esto lo realizará siempre teniendo en
cuenta los criterios establecidos por el Consejo Nacional del Clima.
e. El impulso de programas y actuaciones destinadas a reducir las emisiones de los
sectores no incluidos en el ámbito de actuación (sectores difusos).
f. La elaboración y aprobación de directrices técnicas y notas aclaratorias para la
armonización de la aplicación del régimen de comercio de derechos de emisión.
g. El desarrollo y la implementación de un régimen nacional de proyectos domésticos.
A tal efecto, según lo establecido en la citada ley, el foro está formado por el Secretario
de Estado de Medio Ambiente, que ejerce como Presidente, diecisiete representantes en
nombre de la Administración General del Estado, un representante por cada Comunidad
Autónoma, un representante por cada una de las Ciudades Autónomas de Ceuta y
Melilla, y un representante de los entes locales, lo que evidencia una representación
asimétrica12 en favor del poder central cuyo peso resultará más evidente en la toma de
decisiones en sesiones plenarias, potenciando así mismo su papel coordinador y
jerárquicamente superior.
4. La labor del papel central en la CCPCC: un agente coordinador como medida
para complementar la convergencia comunitaria y la divergencia autonómica
La Ley 1/2005 se fundamente sobre la competencia estatal en materia ambiental, si bien
también hace referencia a la competencia en materia económica para justificar su
elaboración en el marco estatal, materia esta última en la que el Estado tiene potestad
coordinadora preceptiva. Este elemento hace que, aun y cuando estamos ante un foro
concebido como de “colaboración” en el amplio sentido del término, nos hallemos ante
un instrumento en el que, en aras de dotar de una mayor coherencia al sistema de lucha
contra el CC en España, se otorga un papel preeminente al poder central. Realidad esta
que se torna evidente si hacemos un repaso de los motivos por los cuales la citada ley
refiere a la necesidad de creación de la CCPCC y su relación con el funcionamiento del
foro. A tal efecto, a continuación, aludiremos al cumplimiento de las obligaciones
12
Asimetría también presente en la Comisión Nacional del Clima que, al igual que la CCPCC, aun
teniendo un componente político, tiene un carácter más técnico que otros foros de relación propiamente
entre gobiernos nacional y regionales como puedan ser las Conferencias Sectoriales.
10
adquiridas por el Estado, al carácter complejo y compartido de la materia, y a la
necesidad de colaboración.
a.- La necesidad de cumplir con los objetivos las obligaciones adquiridas tanto en el
marco internacional como en el comunitario.
En este sentido, cabe tener en cuenta la vinculación de los objetivos adquiridos para el
Estado como sujeto de derecho internacional. Esto es, el responsable del cumplimiento
de la normativa comunitaria es el Estado, independientemente de la distribución de
competencias a nivel interno. Esto es así por cuanto, la Convención de Viena, en el
artículo 27, apunta que “una parte no podrá invocar las disposiciones de su derecho
interno como justificación del incumplimiento de un tratado”. En este sentido, el TJCE
ha apuntado en su jurisprudencia lo que se ha denominado el principio de indiferencia
del derecho comunitario respecto de la estructura interna de un Estado miembro. Así la
STJCE de 15 de diciembre de 1971 apunta que “cuando las disposiciones del tratado o
los reglamentos reconozcan poderes a los Estados miembros, o los impongan
obligaciones a los fines de la aplicación del derecho comunitario, la cuestión de saber de
qué manera el ejercicio de esos poderes y la ejecución de esas obligaciones pueden ser
confiadas por los Estados miembros a órganos internos determinados, afecta únicamente
al sistema constitucional de cada estado”. No obstante, es preciso establecer cauces para
que el poder central pueda actuar cuando las CCAA son las que incumplen la normativa
comunitaria como puedan ser la reclamación de responsabilidad patrimonial o la
repercusión del importe de la sanción del Tribunal de Justicia de la UE en las CCAA
(STC 96/2002; Cienfuegos Mateo, 2007: 39-99). De esta forma, viene de suyo que el
poder central pretenda armonizar las disposiciones autonómicas a fin de garantizar el
respeto al acervo comunitario, evitando así las sanciones.
b.-La naturaleza del CC como una materia compleja en la que las CCAA tienen una
importante área de competencia (especialmente en los sectores difusos y la adaptación).
La CCPCC está logrando un sistema de acción por el clima más o menos coherente para
todo el territorio nacional, no sin olvidar que la Ley 1/2005, de 9 de marzo, deja en
manos de las CCAA una serie de funciones que generan una serie de problemas y una
diversidad inicial que había que corregir por cuanto tal diversidad atentaba en contra de
alguno de los principios que están a la base del Estado (igualdad interterritorial y
unidad, esencialmente). Así, la CCPCC trabaja para dotar de un mínimo común
ciertamente armónico al Estado –de acuerdo con las líneas marcadas por la UE y
teniendo en cuenta la facultad de las CCAA para incrementar los niveles de protección
ambiental estatales- y para eliminar las disparidades entre regiones que van en
detrimento de alguna de ellas y del conjunto, contribuyendo a su vez a evitar la
aparición de la figura del free-rider y el dumping ecológico al interno del territorio
nacional. En este sentido, observamos como las CCAA han pasado de la inicial
inseguridad respecto de la legalidad de la vía por la cual han optado para implementar el
régimen de comercio de derechos de emisión de GEI a lograr un sistema más eficiente
11
como resultado de la aproximación de técnicas promovida por la CCPCC13. De esta
forma, la capacidad coordinadora del Estado ha dado como resultado algunas mejoras
en la gestión compartida de dicho instrumento económico de acción para la mitigación
de GEI.
No obstante, no podemos perder de vista que se trata de una materia compartida con
unos largos tentáculos que afectan a la política económica y social a todos los niveles,
realidad esta que sumada a su carácter compartido, hace que los entes competentes
puedan querer emplearla para extender sus ámbitos competenciales, lo que supone
necesariamente huir de la colaboración multilateral vertical. En este contexto, marcado
por la presencia de intereses políticos y regionales que no siempre son coincidentes con
el interés general, es importante considerar que la operatividad y efectividad del
instrumento depende de la actitud de las Administraciones y Gobiernos presentes en el
mismo. La existencia de una voluntad de colaboración y una atmósfera de
entendimiento determina y hace posible la materialización de una relación fluida
tendente al acuerdo, cubriendo así las carencias o deficiencias que los foros puedan
presentar per se. La composición semi-política de esta herramienta de RIG otorga a la
misma un cierto grado de conflictividad, dificultando la ubicación del objetivo común y
de los intereses del conjunto cuando los intereses que se defienden como tal vienen en
realidad a encubrir la defensa de unos ideales políticos, la voluntad de copar mayores
cotas de poder, la ambición por extender el ámbito competencia o de unos intereses
meramente regionales. Es en ese momento cuando la inexistencia de una cultura
colaboracional se muestra como culpable de la falta de acuerdo respecto de los intereses
comunes o del bien general del Estado. En efecto, los recelos entre algunas CCAA, la
ausencia de un sentido de Estado y el deseo de ocupar un rol preeminente en el Estado
se muestran como evidentes cuando se trata de gestionar una política compartida y, más
si cabe, cuando esta afecta a otros ámbitos de suma sensibilidad política, económica y
social.
c.- La necesidad de colaboración para gestionar una materia compartida
Cabe destacar que, aun y cuando la ley hace referencia a la coordinación y a la
cooperación, así como a la información mutua, el funcionamiento real del instrumento
es más coherente con el nombre del instrumento. De esta forma, la CCPCC se encuentra
más centrada en la tarea coordinadora que en el aspecto cooperativo por cuanto, en
sentido estricto, no podemos apuntar que se encuentre una verdadera cooperación al no
13
De esta forma, por ejemplo, tal y como evidenciaba el informe “Recomendaciones de la CCPCC para
la aplicación coordinada del régimen de comercio de derechos de emisión” (13 de febrero de 2007), la
CCPCC está desarrollando una importante labor para la implementación de la Directiva de la UE en un
sistema de gestión multinivel con multitud de elementos necesitados de armonización entre las 17 CCAA.
Apunta dicho informe que, durante el primer año de funcionamiento del régimen comunitario de
comercio de derechos de emisión, las Autonomías emplearon diferentes técnicas para afrontar una misma
atribución, dando lugar a una disparidad de trato entre las instalaciones en función de la Comunidad en la
que tenían sede, realidad esta que venía pues a reforzar el argumento según el cual el poder central precisa
contar con un importante papel coordinador en la materia.
12
hallarse una acción o una decisión conjunta, sino que hay una coordinación de la
actuación de las CCAA y del Estado en la lucha contra el CC.
Esto se debe a que el poder central ha asumido de manera efectiva un rol
jerárquicamente superior a fin de dotar al sistema de una cierta coherencia para el
conjunto del territorio nacional. Ahora bien, esto tiene una cierta lógica funcional por
cuanto el CC es una materia que requiere de cierta coordinación de las demandas y
necesidades a través de los niveles internacional, nacional, regional y local, así como
entre sectores implicados (Keskitalo, 2010: 4). Sin embargo, la propia CCPCC es
consciente de que hay determinados ámbitos dentro de la omnicomprensiva concepción
del cambio climático en los que el papel de las CCAA debe ser más determinante. Es
por ello que, en relación a la adaptación al cambio climático, en el correspondiente
Grupo de Trabajo, se creó un grupo formado por una serie de CCAA voluntarias
(Cataluña, País Vasco y Canarias) y la Oficina Española de Cambio Climático para
elaborar una guía que marcase las directrices para las estrategias autonómicas en la
materia, que al trabajar bajo coordinación catalana hacía perder parte de la visión
jerárquica del rol coordinador.
Además, hemos de tener en cuenta que el rol coordinador del poder central ello no
supone que cuando una cuestión es “sometida a consideración” de las CCAA su
posición no sea tenida en cuenta, si bien no es lo más habitual. Esto se debe
esencialmente al momento en el que el instrumento entra en escena dado que el trabajo
de la CCPCC se produce cuando la decisión estatal está tomada y no durante el proceso
decisional. Ahora bien, en el caso de las Estrategias de acción a nivel nacional podemos
hallar un halo de esperanza u optimismo por cuanto, dichos documentos, son expuestos
por el poder central en el seno de este órgano a fin de lograr la “aprobación” de los
miembros del mismo, lo que incluye a representantes del nivel autonómico y local. La
cuestión más relevante aquí, aun y cuando su comprobación precisaría de información
que escapa de nuestro conocimiento, es si en caso de desacuerdo o desaprobación por
parte de niveles infra-estatales de gobierno, sigue prevaleciendo la posición del poder
central.
Desde nuestro punto de vista, la inclusión de una verdadera acción y/o decisión
cooperativa dentro de las relaciones desarrolladas en el seno de la CCPCC, de forma
que las posiciones regionales fuesen tenidas en cuenta en el proceso de toma de
decisiones, podría ayudar a que las CCAA se sintiesen parte del conjunto o de la unidad,
dentro de la diversidad imperante en el Estado, compartiendo así los intereses generales
y los objetivos comunes de lucha contra el CC que deben regir la acción en la materia y
deben presidir las relaciones entre los entes competentes (Pérez Gabaldón, 2013b).
Todo ello orientado, como no podría ser de otra forma, a la operatividad, eficacia y
eficiencia del sistema, atendiendo a una estructura relacional entre los entes
competentes.
13
5.-Conclusiones
La acción estatal en materia de CC debe estar orientada por los principios de
responsabilidad estatal en el ámbito de actuación comunitario y de competencia en el
marco de acción en el Estado -elementos ambos que hacen que la colaboración entre los
niveles competentes se torne necesario para optimizar la materialización de ambos
principios-, así como los principios propios de la política ambiental en ambos niveles.
En este sentido, del análisis de la gestión multinivel del CC en España a través de la
CCPCC expuesto ut supra, pueden seguirse las siguientes conclusiones:
1.- La mayor parte de la política nacional de CC viene marcada por las directrices
europeas, sin que los ámbitos de acción se vean esencialmente aumentados a través de
la posibilidad de establecer normas adicionales de protección que otorga el Tratado de
Funcionamiento de la UE. Si a esta realidad sumamos el modo en el que el Estado lleva
al marco nacional la política comunitaria en la materia, podemos plantearnos ciertas
dudas respecto de una plena concienciación para con el problema que el CC supone más
allá de sus repercusiones cortoplacistas en la economía, la política y la sociedad.
2.- En el marco nacional, estamos ante una competencia compartida entre el Estado y
las CCAA. Consecuentemente, mientras que, desde el punto de vista funcional, la
satisfacción de la necesidad de colaboración e integración política en un marco
multinivel de gestión del CC depende de la asunción y el mantenimiento de un deseo de
lealtad e integración política; desde la perspectiva estructural, depende en buena medida
de mecanismos creados para canalizar las relaciones entre los actores.
3.- El Estado es el responsable del cumplimiento con la política de CC,
independientemente de su estructura interna. Es por ello que, el poder central, puede
hacerse valer de instrumentos para garantizar su cumplimiento, tal y como se deriva del
artículo 3 de la Ley 1/2005.
4.- A nivel interno, además, el poder central debe velar por la observancia de los
principios de unidad, igualdad interterritorial e igualdad entre personas (físicas o
jurídicas). De nuevo, es fundamental que adopte un papel coordinador de las acciones
de las CCAA.
5.- La CCPCC (que viene a completar las funciones asumidas por otros foros de RIG
formales) es el foro de relación técnico, con cierto componente político, destinado a
ello. Aun y cuando está orientado a la coordinación y a la cooperación, lo cierto es que
salvo en materias en los que las facultades autonómicas son muy amplias, prima la
acción coordinada por el poder central.
6.-.Además, apenas se da margen a las CCAA para que, a través de este (o de la
Conferencia Sectorial) participen del proceso de decision-making sobre cuestiones que
afectan al conjunto del Estado. Es por ello que, si se diese mayor pie a la cooperación
interautonómica (horizontal y vertical), donde sus posiciones fuesen tenidas en cuenta
14
con mayor frecuencia, las CCAA no solo cambiarían la visión negativa que tienen de las
RIG, sino que se mostrarían más tendentes a colaborar.
7.- En cualquier caso, debe tenerse en cuenta que las CCAA han solicitado al poder
central que no cese en su papel coordinador en determinadas cuestiones técnicas
relativas a la gestión del CC. Parece pues ciertamente lógica la existencia de una
coordinación por parte del poder central, no sólo por la posición del Estado como único
responsable ante la UE sino también por la necesidad de una acción común y coherente
en aras a un objetivo común.
8.- Esto es lo que nos lleva a considerar que, si entendemos el modo de gobernanza
como un modelo de interacción, el caso español estaría cercano a lo que Mayntz y
Scharpf denominan hierarquical direction, aunque con algunas notas de acuerdos
negociados y voto por mayoría, sin presencia de unilateral direction dada la
colaboración mediatizada en el foro, más allá de las normas adicionales de protección
que deben aparecer en observancia de los principios comunitarios y constitucionales, así
como del marco de la política nacional de CC. No obstante, el margen de acción para las
CCAA es mayor en cuestiones ambientales que en otras áreas.
En definitiva, y como se sigue de lo expuesto en el presente paper, la gobernanza
multinivel del CC y la gestión del mismo a través de la CCPCC en el marco del Estado
de las Autonomías, han granjeado importantes éxitos, si bien dicho foro podría mejorar
su funcionamiento si se introdujesen algunas modificaciones centradas en la creación de
un foro homólogo horizontal, el incremento de la cooperación, y la relación de la
CCPCC con otros foros para su funcionamiento en red ( Pérez Gabaldón, 2013b).
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