IN ICTU OCULI BALLESTER Francisco Juan Martínez Rojas Deán-Presidente del Excmo. Cabildo Catedral En un abrir y cerrar de ojos (In ictu oculi, 1Cor 15,52), José Manuel Ballester capta la belleza inabarcable de la Catedral de Jaén, explorando con su ojo mecánico dimensiones recónditas de la piedra, que, celosas de su irrepetibilidad, escapan de la contemplación habitual de la mirada humana. Con sus fotografías, Ballester intenta salvar la imponente distancia que separa el objeto real de su representación artística, pues, como escribió Walter Benjamin, hasta a la más perfecta reproducción le falta algo: el aquí y el ahora de la obra de arte, su existencia siempre irrepetible en el lugar mismo en que se encuentra. A través de las imágenes que recoge esta Exposición, y que producen en quien las contemplan una poderosa sensación, mezcla de asombro contenido, deleite visual y estupor estético, José Manuel Ballester se une a esa galería de retratistas de la Catedral de Jaén que desde mediados del XIX han plasmado la serenidad y armonía de este singular edificio. En 1862, con motivo del viaje de Isabel II y la Familia Real por Andalucía, se hicieron las primeras fotografías de la Seo giennense. Los ojos mecánicos de Charles Clifford e Higinio Montalvo nos legaron la visión de un templo majestuoso que emerge, como una vigorosa sinfonía de piedra, en el tenue horizonte blanquecino que forman las casas de una ciudad, que por entonces tenía mucho de pueblo, como subrayaba más de un viajero decimonónico. Eran las primeras fotografías de Jaén, y de su Catedral, primicias que abrieron una larga serie de instantáneas, como las del profesor Diego Angulo, Antonio Sancho, el Archivo Mas y muchos otros. Esas instantáneas nos han ofrecido visiones de nuestro primer templo, que son distintas y semejantes a la vez, aunque a todas las une la insobornable y fiel exactitud de la fotografía, que poco, o nada, deja a la subjetividad del artista. Y así, podemos enhebrar las impresiones fotográficas con los testimonios literarios que nos legó el XIX, recordando, por ejemplo, que ya en 1831 Alejandro Dumas decía que la gigantesca catedral parece desafiar con su altura y tamaño a la montaña que tiene al lado. O aquel viajero anónimo, que en 1847 afirmaba que el edificio de la catedral era un desmesurado gigante en tierra de enanos. Contemplaremos también las torres de la catedral, que tanto atrajeron a los viajeros que se acercaron a Jaén, hasta el punto que se convirtieron en un elemento distintivo de nuestra ciudad. La impactante visión de la Catedral que plasmaron los primeros fotógrafos condensó la impresión de belleza que disfrutaron quienes se acercaron a la estructura egregia del primer monumento de la ciudad acompañando a Isabel II y su séquito, en el ya citado 1862. Es el caso de Fernando Cos-Gayón, quien al año siguiente de la visita regia publicó en Madrid un libro recogiendo las impresiones de dicha visita, y tituló su obra: Crónica del viaje de Sus Majestades y altezas reales a Andalucía y Murcia en septiembre y octubre de 1862. Al hablar, en la página 223, de la Catedral de Jaén, este autor afirmaba: Solamente el exclusivismo sistemático de algunos críticos que forman deliberado propósito de no considerar propias para el culto divino sino las obras de la arquitectura gótica, obedeciendo a un sentimiento de reacción contra la doctrina que en siglos anteriores condenaba esa arquitectura como bárbara y enteramente ajena a toda idea y principio artístico, puede negar su gran belleza a la catedral de Jaén. Sólo quien penetre en este templo con la preocupación de que el espíritu no puede ser estimulado a orar sino por la luz que, atravesando vidrios de colores, compacta desigualmente el espacio con las sombras en bóvedas altísimas, dejará de sentir la influencia de aquella noble majestad, de aquella grandiosa sencillez impresas en esta obra por los diseños de Pedro de Vandelvira, que con ella inmortalizó su nombre. Frente al testimonio literario de otros viajeros que, hipotecados por el gusto neogótico, entonces imperante en la arquitectura religiosa, no supieron saborear la belleza y armonía clásicas que rezuma la traza de nuestra Catedral, Fernando Cos-Gayón sí supo apreciar la magnificencia de este templo, dentro de la mesura que impone el uso de los órdenes arquitectónicos clásicos, apreciables en su soberbia desnudez, sobre todo, en la Sala Capitular y la Sacristía Mayor. De esta última afirmaba Robert Dundas Murria, en 1847, que era una de las mejores de Andalucía, produciendo el efecto general de una noble simplicidad. José Manuel Ballester, como lazarillo digital, nos presta su ojo mécanico, o mejor dicho, lo pone en nuestras retinas para que contemplemos esa inmensa montaña de piedra, y concordemos, con Fernando Cos Gayón, en que las buenas proporciones [de este monumento], la acertada disposición de su planta, el buen gusto de los muchos adornos de los arcos y bóvedas de sus tres naves, hacen de esta catedral una de las más notables construcciones del renacimiento. En la paciente espera que precede al pronunciamiento de la Unesco sobre el carácter de Patrimonio Mundial de la Catedral de Jaén, la Exposición de Ballester contribuye, sin duda, a que quienes se acercan a este espacio singular, se vean inmersos en esa serena vorágine de belleza y armonía que provocan los elementos arquitectónicos y artísticos que configuran el ámbito espacial de nuestra Catedral. Ese espacio que transmite armonía y serenidad, proporción y gusto, y que por ello bien puede ser definido, con palabras de Santa Teresa de Jesús, como casa del cielo en la tierra, si la puede haber. CATEDRAL DE JAÉN José Manuel Ballester In ictu oculi