La obra - Fnac.es

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La obra
Muy posiblemente Amantes sea la mejor película
de Vicente Aranda y dice uno lo de posiblemente
porque cuando un análisis cinematográfico aporta
o incorpora el elemento comparativo, habitualmente es
equivocado. No es razonable comparar obras y mucho menos calificarlas de mejor o peor. Pero aceptemos el agravio
comparativo como licencia exclusivamente periodística.
Seguramente, lo que más puede fastidiar a un autor como
Vicente Aranda sea este tipo de licencias que se toma
un cronista, pero es el precio de la intermediación con el
lector, con el espectador, sobre todo, desde el afecto por
una historia tan bien construida y definida.
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Amantes podríamos situarla como una de las grandes de
la cinematografía realizada en este país, España. El gran
Aranda aparece cuando se desborda el deseo, cuando la
pasión casi se convierte en delito, cuando los Amantes y
protagonistas de una historia caminan despacio por el filo
de la navaja de Buñuel, entre la muerte y la pasión. Un ir
hacia el abismo, sabiéndolo y sin poder apartarse de ese
destino.
Amantes está basada en un suceso real de la España negra, trágica e inmortal: El crimen de la Canal, cometido en
el crudo invierno de Aranda de Duero (Burgos) de 1948. En
principio el indefinible realizador y productor Pedro Costa
se lo propone a Vicente Aranda como un capítulo de la
serie de televisión La huella del crimen, serie que coleccionaba los más escalofriantes crímenes de la España antigua. Muy pronto productor y realizador se dieron cuenta
que aquella historia, que aquel guión de Álvaro Del Amo,
tenía suficiente potencial para traducirlo en un largometraje. Y no se equivocaron.
Y tampoco erraron a la hora de seleccionar un trío interpretativo definitivo: Victoria Abril, Maribel Verdú y Jorge Sanz.
Nunca fueron aconsejables los proyectos que involucren a
tres y este espeluznante crimen, cuyo desenlace está rodado como los ángeles, revela no sólo al mejor Vicente
Aranda, sino a todo ese equipo técnico y artístico que tradujo un caso de la España de los 1940 en un plano secuencia donde la nieve, el frío, el llanto, las manos, los besos,
los pies, la sangre y el invierno llenaron la pantalla de una
España desesperada y trágica.
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Trini, Luisa y Paco. Dos mujeres encaprichadas, enfermas
de amor y deseo por el mismo hombre. Tradición de un
amor gitano, flamenco, latino, cavernario, poético o cinematográfico, qué sabe uno. Una vieja relación de eros y
tánatos que los psicoanalistas han analizado hasta el infinito y que no puede estar mejor contextualizado que en ese
banco del parque, esa navaja de afeitar barbera y suicida
que libera de la vida a una mujer que ya no puede acumular más derrota.
“Mátame, por favor, acaba conmigo, acaba con
esta agonía que tu mentira ha inventado. Yo quería dedicarte mi vida pero tú la rechazas, mátame
y vete.”
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Pocas veces esta actriz, Maribel Verdú, ha estado tan bien
dirigida, tan contenida, tan desesperadamente sentimental
y trágica. Su Trini es creíble, no hay piruetas en el aire, no
hay concesiones a la galería, hay verdad y tanta verdad
que la película evoluciona desde el suceso y el análisis de
la España fría hacía una película de personajes, de primeros planos interminables que llenan la pantalla de heridas,
ojeras, lágrimas, mocos y temblores.
Divino este Vicente Aranda que utiliza su habitual y conocido voyeurismo para urdir la carga de dinamita del deseo,
un deseo que explota en la pantalla, tanto que cuando se
presenta en el Festival de Berlín la crítica germana la tilda
de pornográfica, de escenas cargadas de un innecesario
goce sexual explícito. Pero aunque
fueran comentarios
desafortunados,
desde la Europa
que aún no conocía
a Michael Haneke o
a Ulrich Seidl, son
comprensibles desde una Victoria Abril
que da vida a una
Luisa tan habituada a perder que en
esta ocasión no va
a permitir una pérdida más.
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Luisa, una mujer viuda acostumbrada a moverse en el Madrid del hampa, cuando ve entrar al joven soldado en la habitación que pone en alquiler para poder pagar las facturas
del ultramarinos, se le eriza la piel, sus mejillas se tornan
rojas y no puede sostener tanta turbación, ebria de amor y
deseo. Pasan juntos días sin comer y sin salir a la calle, sin
saltar de la cama. No pueden más que entregarse al placer
y al goce de lo taxativamente prohibido, vetado.
Estamos en la España católica, navideña, reprimida, de
confesión y pecado diario. Y ahí está Luisa, de camisones
negros de seda, con manos de pantera sabia, con un hambre voraz de varoncito joven y potente. Tan conocedora de
los hombres sucios y malos que este Paco, recién salido
de las caballerizas
del cuartel, en sus
manos será un muñeco de trapo, un
payaso ignorante
henchido de orgullo por ser el centro
de atención de las
dos mujeres.
El drama se va
forjando, se va cociendo, como en
las cocinas económicas de la España
de 1950, a fuego
lento, sin prisas,
pero sin pausa. La
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que mejor enreda en la cama mayor poder guarda, y es
esta la que pide la cabeza de la otra. Es una Victoria Abril
infinita, española, sin límite, cuyas piernas y desnudos inyectan heroína pura en la sangre de un joven yonqui del
sexo recién descubierto; un Paco incapaz de sobrellevar
la abstinencia, ansioso de una dosis cada vez más elevada
de sexo sin prejuicios ni limitaciones.
Dicen los especialistas que Amantes inicia una trilogía
amorosa que tiene continuidad en Intruso (1993) y Celos
(1999), con el hilo de conexión de los guiones de Álvaro
del Amo. Es posible pero uno cree que el autor de Fata
Morgana (1965) ya cultivó desde otros parámetros y con
otras actrices (Teresa Gimpera, Capucine, Aitana SánchezGijón, Pilar López de Ayala) ese conocimiento y saber del
deseo, sin necesidad de construir antologías o trilogías.
Sea lo que fuere Amantes es una de sus películas más
completas y complejas.
Berlín, finalmente concedió su Oso de Plata a Victoria Abril
por su Luisa, personaje que después aprovecharía y ampliaría Carlos Saura para su película El séptimo día (2004),
inspirada en los cruentos sucesos de la venganza de Puerto Hurraco de 1990. Ahí, Victoria Abril interpretará a una de
las hermanas y los espectadores no olvidarán la secuencia
en que vestida de novia, frente al espejo del armario, va
tramando y gestando el odio y los deseos de venganza
que llenaron de pánico y de muerte a la pequeña pedanía
de Puerto Hurraco (Badajoz).
Amantes narra un suceso real, aún no suficientemente
aclarado, ocurrido en Aranda de Duero (Burgos) pero tra6
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