“DIOS, ES DIOS DE LOS VIVOS, NO DE LOS MUERTOS” Lc 20, 27-40 Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds Lectio Divina UNA VICTORIA DE LA VIDA SOBRE LA MUERTE De las dos lecturas que la liturgia de la Palabra nos presenta hoy brota la perspectiva de la vida eterna: es una ocasión óptima para reflexionar sobre este momento de nuestra vida que la caracterizará de modo pleno y definitivo. Por un lado, se nos invita a purificar nuestras ideas sobre el modo como viviremos eternamente. Lo que afirma el evangelio a este respecto debe ser recibido como una invitación a callar más que a chacharear sobre lo que nos espera. Es incluso demasiado fácil trivializar el discursosobre el paraíso, tanto en un sentido negativo como en un sentido positivo. En ciertas ocasiones, además, como los saduceos del evangelio, nos sentiremos tentados a reducir la vida eterna a las proporciones -engrandecidas-de la vida terrena, no permitiendo ni siquiera a Dios hacer «cosas nuevas» o, mejor, «unos cielos nuevos y una tierra nueva». Sabemos, sin embargo, con seguridad que la vida eterna será una pascua plena y definitiva, participación en la de Jesús. También nosotros, como los «dos testigos» de los que nos habla el libro del Apocalipsis, sabemos que la pascua es un acontecimiento extraordinario cuyas características abren la tierra al cielo y por eso marcarán nuestra vida para siempre. A la vida eterna se accede mediante la resurrección, participación en el gran acontecimiento de la resurrección de Jesús. Tanto para nosotros como para él, se trata de una victoria de la vida sobre la muerte: es Dios quien triunfará definitivamente en nuestra vida: «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, un Dios de vivos y no de muertos». Es ésta una expresión extremadamente lúcida para hacernos comprender que, aunque hayan muerto, también Abrahán, Isaac y Jacob viven en Dios, y como ellos cada uno de nosotros, porque «todos viven por él». ORACION Te doy gracias, Señor, · por los apóstoles de todas las naciones que, obedeciendo tu invitación, ofrecen al mundo tu Evangelio; · por los misioneros conocidos o no que, incluso a riesgo de su propia vida, llevan tu mensaje de salvación allí donde todavía no eres conocido; · por todos aquellos que en cualquier momento histórico han recordado a tu Iglesia el gran mandato de la evangelización. Te doy gracias, Señor, · por los misioneros y fieles que, con el testimonio de su vida, se han unido al ejército de los mártires; · por todos aquellos que glorifican tu nombre en cada lengua y en cada nación, en cada pueblo y en cada cultura, en todas las partes del mundo; · por los obreros que vendrán a trabajar en tu mies, porque, al responder con fidelidad y firmeza a su llamada, saborean la alegría del servicio. Oh Señor, asiste con tu presencia, guía con tu consejo y sostén con tu fuerza a todos aquellos a quienes has enviado a las naciones.