1 Radios y televisiones del tercer sector de la comunicación en la

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Radios y televisiones del tercer sector de la comunicación en la historia de la legislación española:
¿un proceso reversible?1
García, J.; Reguero, N.; Sáez, Ch.
La historia de las radios y televisiones del denominado tercer sector de la comunicación (libres, culturales,
comunitarias) corre paralela a la historia de la democracia española. Aunque desde ambos soportes se haya
seguido la misma búsqueda de canales de expresión y de generación de una esfera pública con las voces de
la gente común, e incluso habiendo padecido las mismas políticas de
invisibilización o persecución
sistemática, su historia también presenta diferencias. Mientras sólo una radio comunitaria ha obtenido vía
concurso una licencia para emitir, en el caso de las televisiones, una enmienda introducida a la legislación
audiovisual en 2007 y 2010 ha posibilitado la transición digital a casi 15 televisiones de raigambre asociativa,
con la condición de haber estado activas desde 1995 hasta hoy (excluyendo así a proyectos surgidos con
posterioridad a esa fecha). De cualquier modo, el actual sustrato legal no permite el desarrollo ni el
fortalecimiento del sector.
Este artículo revisa las políticas de comunicación sobre las radios y televisiones del tercer sector desde la
transición democrática hasta hoy día, con datos de carácter estatal y autonómico, cuando es posible.
Asimismo, establece similitudes y diferencias en el trato hacia los proyectos en ambos soportes así como el
impacto que ha generado sobre el sector el tipo de legislación y de políticas que se les han aplicado.
Finalmente, el artículo apunta al carácter poco democrático que ha caracterizado a estas políticas de
comunicación y plantea algunas reflexiones sobre los actores y acciones que podrían hacer reversible esta
situación.
Palabras clave: radios y televisiones libres y comunitarias; tercer sector de la comunicación, políticas de
comunicación; España
Comunicación presentada en el marco del proyecto “Implantación de la televisión digital terrestre en España
e impacto sobre el pluralismo”. Ministerio de Ciencia e Innovación. VI Plan de Investigación I+D+i 2008-2011.
Dir. M. Dolores Montero. (ref. CSO2010-17898/COMU). Plazo de ejecución: 01/01/2011 al 31/01/2013.
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Introducción
Si atendemos a las condiciones en las que operan a día de hoy los colectivos de la sociedad civil que
impulsan sus propias radios y televisiones, observamos que tres décadas de reivindicaciones e
investigaciones sobre el sector no han servido para que el sistema comunicativo español evolucione hacia un
modelo que dé cabida a las expresiones de la ciudadanía. El gobierno y el mercado siguen repartiéndose el
pastel de las licencias, favorecidos por una ley que ignora a los medios impulsados por la sociedad civil.
Tal dialéctica muestra cómo los sistemas comunicativos no son homogéneos sino que se componen de
actores separados con diferentes expectativas normativas y de regulación (Hallin y Mancini, 2007:49).
Tradicionalmente los actores más potentes han sido el gobierno y sus medios de comunicación (primer
sector) y los empresarios y sus medios comerciales (segundo sector), pero al lado de estos se encuentran los
ciudadanos o sociedad civil y sus medios de comunicación (tercer sector), ignorados sistemáticamente por las
Administraciones españolas en la elaboración de las políticas de comunicación.
La exclusión del tercer sector de la legislación que configura el sistema comunicativo español se explica por el
centralismo del Estado frente al desarrollo más débil de la sociedad civil y por la tradición de fuerte
politización de los medios –heredada de la dictadura-, que daría paso al crecimiento del mercado de
comunicación, (íbid), dejando fuera a la ciudadanía. A finales de los 70 y principios de los 80 tendría lugar la
descentralización de las competencias en materia de audiovisuales en las Comunidades Autónomas
(CC.AA.), con un desarrollo dispar en el Estado. Los primeros casos, se corresponden con las comunidades
de mayor raigambre cultural y/o lingüística (por ejemplo, el País Vasco o Catalunya), completándose este
proceso de entrega de atribuciones a mediados de los 90. La descentralización ha resultado una
reglamentación fragmentada en sucesivos Decretos elaborados por el poder ejecutivo autonómico, sin
apenas intervención de las Asambleas legislativas o de Consejos Audiovisuales. Tan sólo Cataluña y Castilla y
La Mancha han elaborado leyes audiovisuales y lo han hecho de forma posterior a la regulación mediante
Decreto. Incluso la mayor parte de las CCAA hasta la aprobación de la Ley Audiovisual ni siquiera habían
reglamentado la Televisión, limitándose a convocar concursos de adjudicación de licencias bajo la
fragmentada normativa audiovisual estatal y la legislación relativa a contratos del sector público.
Un elemento significativo que denota la politización de los medios de comunicación en España es la ausencia
de una autoridad audiovisual independiente. Actualmente sólo funcionan 2 Consejos Audiovisuales (Cataluña
y Andalucía; el de Madrid fue eliminado en 2007, el de Navarra fue disuelto recientemente; mientras en
Baleares, Canarias y Castilla y León el proceso para su creación ha sido paralizado).
Cabe resltar, que si bien en España y en otros Estados europeos el tercer sector ha sido invisibilizado, la
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figura y labor de este tipo de medios ya había sido reconocida por la UNESCO desde finales de los años 70.
Destaca en sentido la Comisión MacBride, que promovía los medios gestionados por grupos de la sociedad
civil como forma de ejercer el derecho a comunicar: el derecho a transmitir a los otros la verdad tal y como
uno la concibe, según sus aspiraciones, condiciones de vida, etc., el derecho a debatir y a influir en las
decisiones que toman los responsables (MacBride, 1980).
Actualmente hay otros organismos internacionales defendiendo a los medios del tercer sector, como el
Parlamento Europeo, que en la Resolución sobre los medios del tercer sector (2008), insta a los Estados
miembros a establecer un marco legal favorable y licencias analógicas y digitales para estos medios. Tales
pronósticos, no cumplidos en España y otros países europeos, son los propios del discurso tecnocéntrico del
mito de la abundancia de información gracias a las nuevas tecnologías con que a menudo se encubren los
impedimentos a que se enfrentan los sectores menos poderosos de la sociedad para hacer circular sus
discursos (Díaz-Nosty, 1996). Veamos con más detalle cómo se ha desarrollado en España la historia del
tercer sector de la comunicación.
Evolución de la normativa de radiodifusión
La muerte de Franco en 1975, las elecciones generales de 1977 y la entrada en vigor de la nueva
Constitución a fines de 1978 supusieron una importante oportunidad democrática para la sociedad española,
que había sufrido durante 40 años restricciones al ejercicio de la libertad de expresión y la existencia de
censura. La nueva Constitución reconocía y protegía en su artículo 20 los derechos relativos a la libertad de
expresión “expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o
cualquier otro medio de reproducción [...] comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier
medio de difusión”. Si bien los medios del tercer sector han apelado a este artículo para reivindicar su
derecho a comunicar, la forma en que la Administración ha interpretado dicho contenido es bien distinta.
Para empezar, todo aquel colectivo que emite sin licencia, reivindique o no su legalidad, es encasillado bajo la
categoría de “pirata”. Esta categoría, que puede resultar banal, ha perjudicado la legitimidad del tercer sector,
asociado por la Administración a empresas que se lucran desde la ilegalidad. De hecho, el fenómeno de las
radios piratas, que empezó a finales de los 70, comprendía proyectos de diverso tipo: experimentales,
comerciales independientes (que ya existían en dictadura, a diferencia de la TV), municipales y diversos
sectores interesados en desarrollar la radio como un espacio de expresión social o cultural. El tercer sector de
la radio comenzó a desarrollarse a partir un movimiento de emisoras gestionadas de forma colectiva y sin
ánimo de lucro por organizaciones sociales, que reivindicaban un espacio en el dial (libertad de emisión) para
ejercer la libre expresión y abrir los micrófonos a la gente: “después del franquismo y con la recuperación de
las libertades democráticas se manifiesta una voluntad, podríamos decir incluso un placer, para el ejercicio de
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la libertad de expresión y comunicación” (Moragas 1988: 92). Su referente era el movimiento que había
surgido unos años antes en Francia e Italia con el nombre de radios libres (Bassets, 1981).
Ya desde su surgimiento, la actividad de estas emisoras iba por delante de la realidad legislativa: uno de los
proyectos pioneros, Ona Lliure de Barcelona, efectuó su primera emisión el 4 de abril de 1979, y 15 días
después se ordenaba el cierre por parte de las autoridades. Como desde el punto de vista normativo se
trataba de emisoras ilegales, había poco que hacer y los cierres se siguieron realizando durante los 80:
La falta de desarrollo constitucional en este terreno, como en otros, facilita la intervención judicial a
través de las leyes del antiguo régimen, intervención que provoca casos inadmisibles de intromisión del poder
judicial en el normal desarrollo de la dinámica cultural (Prado, en Bassets: 1981: 249).
La existencia de un tercer sector de la comunicación se reconocía por primera vez bajo el gobierno de la
época (UCD): el Plan Técnico Transitorio del Servicio Público de Radiodifusión Sonora en Frecuencia
Modulada (Real Decreto 1433/1979, de 8 de junio) recogía la existencia tanto de emisoras comerciales como
de emisoras institucionales y educativas. En su Artículo 7º establecía: “El Gobierno … podrá otorgar
concesiones de emisoras educativas y culturales a favor de la instituciones o entidades públicas o privadas
legalmente constituidas que, sin fines lucrativos” (BOE, 1979).
No obstante, regular el sector supuso encarecer los requisitos para poder acceder a una licencia,
evidenciando que, tras el reconocimiento había más bien la voluntad de impedir el desarrollo del movimiento:
“El Decreto sitúa la radio fuera del alcance de los grupos sociales que siempre han estado
marginados del proceso comunicativo y favorece, más aún, la concentración del medio en manos
de los oligopolios” (Prado, en Bassets 1981: 248).
La clasificación realizada por el decreto de 1979 (comerciales, institucionales, no lucrativas) también fue
utilizada por los primeros decretos autonómicos. (País Vasco, Cataluña y Andalucía fueron las primeras
Comunidades Autonómicas en asumir competencias en materia de comunicación y asumir el reparto de
concesiones de radio).
Entre 1981 y 1982 se repartieron 300 concesiones de radio en FM que fueron destinadas principalmente a
emisoras comerciales. Algunos municipios e instituciones públicas y privadas recibieron concesiones que en
la mayor parte de los casos fueron destinadas a explotación comercial. El reparto excluyo a las llamadas
radios libres e impidió la configuración de un tercer sector audiovisual.
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A la situación de desventaja por razones económicas y de visibilización política se sumó la falta de
transparencia con que se adjudicaron las frecuencias (ni las adjudicaciones estatales ni las autonómicas
fueron realizadas por organismos independientes, sino por los gobiernos de turno), con la polémica que
muchas habían caído en manos de empresas afines al partido en el Gobierno. Esta dinámica ha dominado en
el reparto de frecuencias hasta hoy.
Tras este primer reparto del dial en democracia, existían 389 concesiones de las que tan sólo 18
correspondían a entidades que no fueran empresas: la Asociación Radio ECCA (emisora educativa), unos
pocos Ayuntamientos (Cataluña y Andalucía), un club excursionista de Gerona y una Universidad (BOE,
1987). Varias Asociaciones de Prensa (Madrid, Santander y Pamplona) obtuvieron concesiones, pero estas
entidades cedieron su explotación a empresas (Cadena Ser). El gobierno hizo públicas las concesiones de
una en una, bajo el argumento de que eran provisionales. Hasta 1987 no se hizo pública la información
completa de concesiones existentes hasta el momento.
El desarrollo de las radios libres tuvo lugar durante los 80s, coincidiendo con el primer boom de la FM y las
expectativas de la llegada de la “izquierda” (PSOE) al poder. Junto a las 300 nuevas licencias adjudicadas -y
la continua aparición/desaparición de emisoras- las radios libres se consolidaron como un movimiento que,
pese a ser heterogéneo y atomizado, va tomando forma y se estabiliza en el dial, frente a otros proyectos
menos definidos que van desapareciendo. Aunque los cierres a emisoras continuaron, estos reforzaron al
movimiento de radios libres en la medida en que ponían en evidencia la falta de libertades y la persecución de
las iniciativas criticas.
El gobierno socialista tampoco contribuyó a reconocer la figura de las radios libres y/o comunitarias. De forma
similar a la ley del 79, el Proyecto de Ley de Ordenación de las Telecomunicaciones, LOT (BOE, 1987a)
distinguía entre la explotación comercial y cultural de las emisoras privadas en FM (en AM, sólo comercial):
“Corporaciones Locales, personas físicas o jurídicas para su explotación comercial o con fines culturales”
(BOCG, 1987a). Aunque no hacía referencia explícita al sector, al destinar frecuencias específicas y
diferenciadas a Ayuntamientos, empresas y entidades sin ánimo de lucro, estaba reconociendo la existencia
de un tercer sector de la comunicación. Sin embargo dicha redacción fue modificada durante la tramitación
parlamentaria de la ley aprobándose finalmente una referencia genérica a la “gestión indirecta mediante
concesión administrativa a través personas físicas o jurídicas”, sin distinguir entre explotación comercial o no;
y esto se justificaba como una mejora técnica en la Ley (Enmienda 207, en: BOCG, 1987b)2.
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Este cambio se debió a una enmienda presentada por el Grupo Parlamentario PSOE. Durante la tramitación parlamentaria los
grupos de Senadores Nacionalistas Vascos y Coalición popular promovieron enmiendas donde se eliminaba la mención a las
emisoras de fines culturales y sólo se hacía referencia a la explotación comercial (enmiendas 23 y 160, en: BOCG, 1987b). Por su
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La falta de especificidad de la ley perjudicó a las radios libres, obligadas a competir con las comerciales por
un mismo conjunto de concesiones, en la mayoría de los concursos. A la situación de desamparo legal se
añadió que la LOT también estableció un Régimen Sancionador que permitía actuar contra las emisoras sin
concesión administrativa (BOE, 1987b). La aplicación de estas medidas fue muy desigual dependiendo de la
CC.AA. o del tipo de emisora. Entre otras cosas, en este intento de ordenamiento general quedó pendiente de
regular la televisión, avanzando hacia la fragmentación normativa.
Volviendo al asunto de los concursos, por medio del Plan Técnico de 1989, el Gobierno planificó 335 nuevas
frecuencias destinadas a las denominadas “personas físicas o jurídicas” según la LOT. Las radios libres
quedaron marginadas en los repartos de frecuencias: diversas estaciones se presentaron a concurso,
mientras otras interesadas no pudieron hacerlo por la dificultad en elaborar un proyecto técnico o por la
obligación de aportar una cantidad de dinero por poder presentar su solicitud (300 mil pesetas de la época,
unos 1.800€). Sólo una de estas concesiones fue otorgada a la Federación de Radios Libres de Madrid, en
Chinchón y en Valencia se reservaron tres concesiones a emisoras culturales (DOGV, 1989).
Este concurso generó fuertes polémicas por diferentes motivos que pusieron en cuestión el procedimiento del
gobierno respecto a la gestión de un bien público como es el espectro radioeléctrico. Por un lado, perjudicó a
muchas emisoras comerciales y no comerciales que habían puesto en el concurso la expectativa de
regularizar su situación, mientras se reservaban frecuencias para las emisoras municipales y públicas
autonómicas que se iban creando; por otro lado, fortaleció a las grandes cadenas y a grupos empresariales
afines al PSOE; el hecho de que la publicación de los resultados fuera en pleno verano (Arboledas, 2009),
dificultó además la presentación de recursos.
Es importante la foto del sistema de radiodifusión español al final de la década, ya que condicionará la
configuración del mapa audiovisual estatal: 1988 también marca el fin del monopolio público de televisión a
nivel estatal y el desarrollo de las televisiones públicas autonómicas (sólo Cataluña y el País Vasco habían
iniciado sus respectivos proyectos antes de esta fecha).
La compleción del traspaso de competencias en radiodifusión a las CCAA en 1992 generó nuevas
expectativas para el sector de las radios libres y comunitarias, pues esto permitiría a las regiones crear su
propia normativa. En algunos casos, como el de Madrid, dichas expectativas estaban fundamentadas por la
parte, el Ministro de Cultura reconoció haber mantenido reuniones con la Asociación Nacional de Radios Privadas, ANRP (BOCG,
1987c), por lo que es posible pensar que el gremio de las radios comerciales presionó a favor de estos cambios a la ley.
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acción y declaraciones de las autoridades competentes a favor de regular las radios sin licencia y de reformar
el Plan de Radiodifusión para abrir el espectro a emisoras sociales no lucrativas (El País, 1994). Y en cierta
manera así sucedió: la mayoría de las CC.AA. establecieron en sus Decretos la existencia de emisoras
educativas y/o culturales sin ánimo de lucro, que no podían emitir publicidad pero sí patrocinio. En algunos
casos se indicaba que su cobertura sería restringida (Castilla y la Mancha, Andalucía, Cataluña, La Rioja)
pero en otros no (Madrid, Murcia, Extremadura, Castilla y León, Baleares, País Vasco, Galicia, Valencia).
Navarra y Asturias sólo se referían a personas jurídicas en general; Canarias, Aragón y Cantabria sólo
reconocieron la posibilidad de emisoras comerciales.
Durante los 90, el tema del reconocimiento legal y el acceso a frecuencias queda en tierra de nadie. Esto
coincide con una etapa de disminución de la coordinación entre emisoras, aunque siguen funcionando con el
consentimiento de la Administración. Los cierres y multas de la década anterior dan paso a una permisividad
tácita, pero carente del reconocimiento legal y por tanto, de alta precariedad.
En 1994 comienza a discutirse un nuevo Plan Técnico de Radiodifusión que en su primera fase de
elaboración consideró el reconocimiento de radios culturales y educativas, sin fines de lucro, de baja
cobertura (entre 5 y 10w) y con prohibición expresa de emitir en cadena (BOE, 1997). Pero su aprobación se
retrasó hasta 1997, en que el nuevo gobierno (PP) eliminó el artículo destinado a regular a las llamadas
emisoras educativas y culturales, pese a que el Consejo de Estado había dado el visto bueno a dicha
regulación. De todas formas, cabe pensar que la baja cobertura que se pensaba otorgar a estas radios,
tampoco habría resuelto el problema de fondo: la falta de voluntad política para incorporar en plenas
facultades a las radios del tercer sector al sistema comunicativo español.
Un punto a favor para las radios libres y comunitarias fue la descentralización de competencias del Estado en
materia de medios: puesto que la adjudicación de concesiones las realizarían las CC.AA., la eliminación de
esta categoría dentro del Plan Técnico no impedía que las CC.AA. destinaran frecuencias a estas emisoras;
además, como hemos visto, diversas normativas regionales hacían algún tipo de distinción entre emisoras
privadas comerciales y no comerciales. Sin embargo, ninguna CC.AA., (salvo Valencia en el año 1989)
reservó frecuencias para emisoras libres y comunitarias, el argumento fue que no podían destinar frecuencias
a una tipología de emisoras que la planificación estatal no reconocía.
Esta justificación que ha bloqueado el acceso a concesiones por parte de proyectos no lucrativos ha sido
desmentida ante el Parlamento por los gobiernos de turno al menos en dos ocasiones: en 1998, señaló que
debían ser consideradas como una de las formas de gestión indirecta y que las CC.AA. serían quienes
deberían reservarles frecuencias (BOCG, 1998); en 2007, vuelve a plantear algo similar al indicar que el
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concepto de gestión indirecta no establece ningún tipo de restricción en relación al carácter lucrativo o no de
las personas jurídicas y que la normativa estatal se limita a permitir (pero no obliga a) que las CC.AA.
otorguen parte de las concesiones a este tipo de entidades (BOCG, 2007). Esto también había sucedido en
2006, cuando el gobierno aprobó un Plan Técnico poniendo a disposición de las comunidades autónomas 866
nuevas frecuencias. Aunque se preveía incluir una reserva de emisoras para las radios libres y comunitarias,
la cobertura tan limitada (10w), fue considerada como discriminatoria, por lo que el por el sector prefirió
esperar a la aprobación de la Ley Audiovisual. Ante tal rechazo, el gobierno aprobó el Plan Técnico sin incluir
a las emisoras de 10w.
En la práctica, el despliegue de las competencias autonómicas favoreció el retraso de dar al tercer sector el
lugar que reivindicaba. CCAA y el Estado se atribuían uno al otro respectivamente la responsabilidad de dar
respuesta a las demandas del tercer sector.
Evolución de la normativa de televisión
Si bien los diferentes marcos legales han ido recogiendo en mayor o menor medida la figura de las radios de
la sociedad civil, el caso de las televisiones es aún más complejo, pues en diferentes momentos ha pasado
de ser ilegal a ser legal y viceversa. De entrada, la televisión fue monopolio exclusivo del Estado durante más
tiempo que la radio, hasta 1983, que se abrió a las televisiones autonómicas (y en 1988 a los operadores
privados). Y la normativa de ámbito local, en que ejercen su actividad las televisiones libres y comunitarias, no
se aprobaría hasta mediados de los 90, quedando sin regular durante 10 años. Como veremos, estos factores
político-legales han ido en detrimento de la actividad del sector.
Ya desde principios de los años 80 habían proliferado estaciones promovidas por grupos sociales de ámbito
local, destacando el caso de Radio Televisión Cardedeu (RTVC), primera televisión comunitaria en España,
que fue clausurada el mismo día de su inauguración pero que conseguiría mantener su actividad hasta día de
hoy.
Como decíamos, la oportunidad de establecer un marco legal para el sector no se daría hasta la aprobación
de la Ley 41/1995, de 22 de diciembre, de Televisión Local por Ondas Terrestres, que recogía la gestión de los
medios por parte de personas físicas o jurídicas sin ánimo lucrativo. Pero, al margen que a esas alturas el
número de operadores locales municipales y comerciales ya era muy elevado, el principal problema fue que el
plan técnico que debía desarrollar la normativa nunca se elaboró, de manera que todas las televisiones
locales, comerciales o no, siguieron operando sin adjudicación de frecuencias. La falta de legislación
contribuyó a que durante los años 90, proyectos originalmente asociativos se vieran presionados a
profesionalizarse y convertirse en municipales o comerciales para sostener la actividad.
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El plan técnico para las estaciones locales llegaría en 2005, en el contexto de la planificación de la
implantación de la televisión digital, que el gobierno socialista decidió empezar en el ámbito local. Pese a que
algunas cuentan dos décadas de actividad, como la catalana RTV Cardedeu o la madrileña TeleK, las
televisiones de la sociedad civil no fueron consideradas en la elaboración del Plan Técnico Nacional de
Televisión Digital Local (PTNTDL). Estas televisiones junto con la entonces incipiente Red de Medios
Comunitarios (ReMC) consiguieron introducir enmiendas en Ley de Medidas de Impulso de la Sociedad de la
Información (LISI) de 20 de diciembre de 2007, presentadas a través del grupo parlamentario Izquierda
Unida-Iniciativa per Catalunya Verds (IU-ICV). Una de las enmiendas fue recogida en parte (Disposición
adicional decimocuarta) mientras la promovida por las Televisiones comunitarias fue introducida por el Senado
(Disposición adicional decimoctava), incorporando la figura de la "televisión de proximidad sin ánimo de lucro".
Sin embargo, el avance era relativo porque excluía a la estaciones creadas después de los 90 (sólo podían
acogerse a este régimen aquellas cuyas emisiones fueron habilitadas por la ley de 1995), 12 de las 15
televisiones de proximidad cumplían con este requisito. La cuestión es que hoy en día, tras la aprobación de
un nuevo marco jurídico en 2010 que reconoce al sector por bien que ha sido duramente criticado por éste, es
que las frecuencias están aún por planificar y, ya en la ley de 2007, se explicitaba que la reserva para este
tipo de televisiones no es prioritaria para la Administración. El argumento es la falta de espectro disponible:
otorgar nuevas licencias a raíz de la nueva ley supondría revocarlas a otros. Sin embargo, algunos
operadores locales comerciales han renunciado a la licencia ante la incapacidad de hacer frente a los gastos
que conllevaba la emisión en digital. Esto por un lado significa que hay espacio libre, pero por el otro es un
mal pronóstico para la sostenibilidad económica de las televisiones de la sociedad civil. Cabe decir que
algunas televisiones en Cataluña y Andalucía, tanto de la sociedad civil como comerciales, están emitiendo
en digital sin licencia.
Del movimiento de las radios libres y televisiones comunitarias al desarrollo del tercer sector (2000 2011)
Al igual que el declive del movimiento de las radios libres a finales de los 80 coincide una fase de
desarticulación de los movimientos sociales de la Transición, el nuevo impulso que toma el movimiento de
radios libres y comunitarias durante los 2000s no se entiende sin el impulso del movimiento alterglobalización
y el rol de las nuevas tecnologías en este.
A nivel internacional, los hitos sociales, tecnológicos y comunicativos del cambio de siglo como el alzamiento
indígena en Chiapas (1994) y la emergencia del movimiento antiglobalización en Seattle (1999) también van a
repercutir a nivel del Estado español, de manera que surgen movilizaciones de la sociedad civil (Red
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Ciudadana por la Abolición de la Deuda Externa, Movimiento de Resistencia Global) que no obstante tienen
su origen en otras demandas, acabarán volviendo al tema del derecho a la comunicación y la participación de
las comunidades en la construcción de sus propios medios (Gallo en: Martínez, 2005: 89). Concretamente,
internet va a propiciar el desarrollo de proyectos informativos para distribución en red entre las radios libres y
comunitarias del estado (Ania, Red con voz), contribuyendo al desarrollo de una nueva fase de coordinación.
Si bien internet fue visto por ciertos sectores como el final de las radios libres, lo cierto es que la red se
convirtió en aliada de estas radios, permitiendo mayor conexión entre ellas y con otras organizaciones. Los
activistas aprovecharon la nueva tecnología para hacer resurgir espacios de encuentro e intercambio,
sentando las bases que facilitarán la creación de un espacio de coordinación y una vuelta a la pelea por el
reconocimiento (Calle, 2005).
En este contexto se creó en Cataluña la Asamblea para la Comunicación Social (ACS), aglutinando a un
centenar de colectivos sociales así como una televisión comunitaria para darles voz, La Tele. Mediante
diferentes campañas y entrevistas con la Administración, activistas de la asamblea lograron incorporar la
categoría de tercer sector audiovisual en la Llei de 22/2005 de l’Audiovisual de Catalunya, por lo que esta
comunidad fue la primera en reconocer y definir al sector, avanzándose a la normativa estatal (aunque
quedan pendientes de aprobar sus desarrollos reglamentarios).
El contexto estatal para los medios del tercer sector también daría un viraje positivo en 2004, con la llegada
de los socialistas al gobierno, cuyas promesas electorales incluían la aprobación de una Ley Audiovisual y la
creación de un organismo audiovisual independiente, entre otras medidas como una ley para la
radiotelevisión pública. Más concretamente, la elaboración del primer borrador de la Ley General Audiovisual
significó una oportunidad para los medios del tercer sector de coordinar esfuerzos e intervenir conjuntamente
para incluir su figura en la nueva normativa: en octubre de 2005 se celebraron las Primeras Jornadas
Internacionales de redes comunitarias, que contó con una alta participación y presencia de radios y proyectos
audiovisuales de gran parte de las comunidades autónomas. En dicho encuentro, un grupo de medios
inicialmente compuesto por la ACS (Barcelona), Pluralia TV (Valencia), Tele K (Madrid), la Unión de radios
libres de Madrid, y Cuac FM (Coruña) promovieron la gestación de una plataforma común a distintas
iniciativas de medios comunitarios (radio, televisión, internet, prensa) en el ámbito estatal. De esta manera se
puso en marcha la Red [estatal] de Medios Comunitarios (ReMC), cuyo primer encuentro se realizó en febrero
de 2006 (REMC, 2005).
La consolidación de la REMC se expresa en la continuidad de sus encuentros en Madrid (2005), Salamanca
(2006), Toledo (2006) y Bilbao (2007), como también en la construcción de un trabajo colectivo de
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reivindicaciones ante las autoridades tanto autonómicas como estatales en la defensa de los medios del
tercer sector, que incluye entre otras acciones, la presentación de preguntas parlamentarias y enmiendas a la
ley de medidas urgentes de fomento del pluralismo y la televisión digital; la impugnación de todos los
concursos abiertos por las comunidades autónomas para distribuir las licencias de radios FM alegando
discriminación, así como quejas al defensor del pueblo por este mismo motivo (Fleischman, Reguero y Sáez,
2009). En la práctica, ninguna de estas medidas ha logrado revertir la tendencia general de exclusión de las
emisoras comunitarias del reparto de frecuencias. El principal motivo fue el giro neoliberal del gobierno de
Zapatero (Zallo, 2010) en la segunda legislatura (2008). Si bien se retomaron la Ley Audiovisual y la creación
de un Consejo Audiovisual Estatal (a estas alturas una exigencia de la Directiva europea de servicios
audiovisuales), el programa electoral quedó substituido por lo que algunos autores han llamado “Reforma y
Contrarreforma en la política de comunicación audiovisual” (Ulepicc, 2009) con decisiones como la
flexibilización de las normas que impiden la concentración y la fusión de operadores de TV (BOE, 2009a), la
eliminación de la publicidad de RTVE para ampliar los ingresos publicitarios de los privados (BOE, 2009b) y la
presentación en el Congreso un Proyecto de una Ley Audiovisual que llega sin debate y con una oscura
tramitación. El nuevo proyecto de ley llega a denominarse de forma coloquial como la Ley UTECA (Meda,
2010) dada su correspondencia con los intereses de los medios comerciales.
A nivel estatal, la maduración del trabajo en red propiciado durante el período anterior hace posible que en
mayo de 2009 la REMC se constituya legalmente como una asociación de asociaciones, bajo el nombre de
Red de Medios Comunitarios o ReMC (se suprime al adjetivo estatal) con el objetivo de “defender el derecho
a crear medios comunitarios y reivindicar un espacio público de comunicación que garantice la existencia y el
desarrollo del Tercer Sector de la Comunicación” (ReMC, 2009). Entre sus principales acciones durante 2009
destacan: a) las alegaciones al anteproyecto de la Ley General Audiovisual presentadas ante el Consejo de
Estado; b) las alegaciones al Reglamento de Televisión de Proximidad sin Ánimo de Lucro, presentadas al
Consejo Asesor de Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información (CATSI) de la Secretaría de
Estado de Telecomunicaciones; c) la denuncia de discriminación a los medios comunitarios en el Proyecto de
Decreto de Radiodifusión del Gobierno de las Islas Canarias. El hermetismo con que se llevaron a cabo las
decisiones políticas conllevó un reconocimiento del tercer sector de forma marginal y con restricciones.
El tercer sector quedaba reconocido en el proyecto de ley presentado en el Parlamento bajo el concepto de
“Servicios de comunicación audiovisual comunitarios sin finalidad comercial”, cuyo objeto sería “atender las
necesidades sociales, culturales y de comunicación específicas de comunidades y grupos sociales, así como
para fomentar la participación ciudadana y la vertebración del tejido asociativo”. Sin embargo, la ley impide la
emisión de publicidad y patrocinio, impone un sistema de control sobre las cuentas de las emisoras y
controles preventivos como la necesidad de contar con autorización para poder tener gastos de explotación
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mayores a 50 mil euros en el caso de las radios y 100 mil euros en el caso de las televisiones.
Pese a la importancia de la Ley, el PSOE aceleró la tramitación parlamentaria para que el proyecto fuera
aprobado antes de la fecha del apagón analógico (3 de abril de 2010), incorporando de paso una disposición
adicional que hacía efectiva una renovación automática de las concesiones existentes de todos los
operadores existentes en radio y televisión.
Finalmente la Ley General Audiovisual fue aprobada en marzo de 2010 incorporándose algunos cambios,
respecto de los cuales la ReMC tuvo una participación activa al conseguir introducir parte de sus propuestas a
través de grupos parlamentarios (IV-IC, ERC, BNG), a saber:
- Reservar de espectro para estos medios: “La Administración General del Estado debe garantizar en
todo caso la disponibilidad del dominio público radioeléctrico necesario para la prestación de estos
servicios”
- Intransferibilidad de las licencias comunitarias: “No podrá ser objeto de transmisión ni arrendamiento”
- Se consigue introducir una disposición destinada a regular a los medios existentes, pero su redacción
final es confusa y por ahora sólo resuelve el problema para las televisiones locales asociativas regidas
por la ley 41/1995 (BOE, 1995).
- También pueden considerarse aportes al sentido general de la ley los artículos 4.1(“Todas las
personas tienen el derecho a que la comunicación audiovisual se preste a través de una pluralidad de
medios, tanto públicos, comerciales como comunitarios”) y 22.1 (“Los servicios de comunicación
audiovisual radiofónicos, televisivos y conexos e interactivos son servicios de interés general que se
prestan en el ejercicio del derecho a la libre expresión de ideas, del derecho a comunicar y recibir
información, del derecho a la participación en la vida política y social y del derecho a la libertad de
empresa y dentro del fomento de la igualdad, la pluralidad y los valores democráticos”) (BOE, 2010).
La aprobación de esta ley implica la modificación de la normativa de las CC.AA. en las disposiciones que
resulten contrarias a lo establecido por la ley básica estatal. Por el momento sólo Canarias y País Vasco han
actualizado su normativa con la aprobando de nuevos Decretos. La Generalitat de Catalunya, por su parte,
aprobaba en 2010 un proyecto de decreto desarrollando la normativa marco sobre el tercer sector que
despertó fuertes críticas entre los medios que serían objeto de la regulación y terminó por quedar en el aire
tras el cambio de orientación del gobierno autonómico. La Administración catalana convocó una consulta
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pública para debatir el anteproyecto donde tuvieron la palabra representantes de diferentes medios y del Foro
Europeo de Medios Comunitarios. Las propuestas elevadas en la jornada, enviadas también por escrito, no
fueron consideradas en la elaboración del proyecto definitivo (tan sólo se incorporó una referencia a la
resolución del Parlamento Europeo de 2008), despertando quejas entre el sector por trabajar en balde
(Fleischman, L.; Reguero, N.; Saez, Ch., 2010). En Galicia también se tramitó un proyecto de decreto que
finalmente no ha sido aprobado.
Si bien durante treinta años ha sido quizás la más importante una meta a lograr, la recién aprobada
regulación estatal no ha venido a mejorar la situación del sector. Si bien las CC.AA. se excusaban con la
ausencia de una normativa estatal que reconociera expresamente al sector para no concederle licencias, las
Comunidades que han abierto concursos con posterioridad a la aprobación de la ley (Canarias, Galicia,
Castilla y León y recientemente Valencia) han seguido excluyendo a estos medios en los repartos de
frecuencias. Ahora el argumento es la falta de un reglamento que permita el desarrollo de la ley. Sólo ha
existido una excepción en la adjudicación de emisoras de radio digital en Baleares, donde hubo convocatoria
específica para el sector (BOIB 2-10-2010) algo que no sucedía desde 1989. Aunque finalmente el
Gobierno Balear declaró desierto el concurso en cuanto al otorgamiento de licencias de carácter
cultural, educativo y sin ánimo de lucro, por falta de licitadores o porque las entidades que no han
alcanzado la puntuación mínima de 60 puntos (BOIB 28-05-2011).
Respecto al proyecto de reglamento estatal para emisoras comunitarias, publicado en noviembre de 2010
(MITYC, 2010), viene a empeorar las condiciones para la actividad del sector, siendo mucho más restrictivo
que la propia ley: limita radios y televisiones a menos de 10 w de emisión, y sólo otorga reconocimiento a las
televisiones existentes antes de 1995 (acorde a la LISI, 2007). Tanto la ReMC como diversas organizaciones
(Tas Tas Irratia, Cuac FM, Onda Color, Federación Aragonesa de Radios Libres, Comisiones Obreras,
CC.OO., entre otras) han presentado alegaciones y se han reunido con la Secretaría de Estado de
Telecomunicaciones y para la Sociedad de la Información (Ministerio de Industria, Turismo y Comercio,
MITYC) para realizar propuestas que permitan incorporar sus demandas al reglamento. Actualmente, el
Ministerio responsable se encuentra revisando el borrador. Sin embargo, las organizaciones y medios
interesados no prevén grandes cambios respecto a la versión vigente y la situación en la cual este deja al
tercer sector de la comunicación. En definitiva, el vaivén de regulaciones y conceptos jurídicos sobre los
medios del tercer sector ha debilitado más que favorecido la actividad de estos medios.
Conclusiones
La falta de voluntad política de las diferentes Administraciones españolas para reconocer la figura del tercer
sector pone de manifiesto que, ya desde su surgimiento, los propósitos de estos medios van muy por delante
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de la realidad legislativa. Son varios los indicadores que muestran el recelo de la Administración ante las
reivindicaciones de los medios del tercer sector para ejercer su derecho a la comunicación.
Por un lado, las autoridades han pasado de perseguir jurídicamente a las radios libres y comunitarias por
considerarlas ilegales a reconocerlas con diferentes limitaciones y costes extra; en otras palabras, más que
una oportunidad, el reconocimiento resulta siendo una ahogadilla para la actividad del sector. Esto es lo que
sucede con el proyecto de reglamento pendiente de aprobación, que limitará el número y alcance del sector, y
la ley marco, que le impone mayores obligaciones que a las emisoras comerciales y menos derechos. Por
otro lado, estos medios han quedado marginados sistemáticamente de los repartos de frecuencias tanto
analógicas como digitales, es más, bien al contrario de las recomendaciones de la Resolución del Parlamento
Europeo de 2008, la digitalización no se presenta como una oportunidad sino como una amenaza a la
actividad de estas radios y televisiones. A esto se añade la confusión generada a causa de los conflictos de
competencias entre la Administración central y las CCAA, que durante años se han venido pasando unas a
otras la responsabilidad de planificar frecuencias para el sector, dejándolo constantemente en situación de
desamparo legal. Finalmente, el indicador más significativo de esta falta de voluntad para el reconocimiento
de la figura y actividad del tercer sector es el hecho que llegue tras 30 años de reivindicaciones para la
legalidad de estos medios, muchos de los cuales se siguen enfrentando a persecuciones judiciales.
La pasividad de la Administración en este asunto refleja también el tipo de democracia que opera en sistema
de medios y en el Estado español: una democracia aún estanca en el binarismo Estado / mercado. De ahí
que el sector, ante unas legislaciones que no se ajustan a su naturaleza, exija, de momento sin resultado,
participación en la toma de decisiones políticas que van a condicionar su actividad. Esta demanda no es
trivial, pues supondría a los gobiernos ceder cuotas de poder, abriendo una vía democrática sin precedentes
en este país fuertemente marcado por el monopolio público de la radiotelevisión.
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