EL RETRATO DE DORIAN GRAY de Oscar Wilde Oscar Wilde (1854-1900) Escritor Irland 駸. Naciy se educen Dubl 駸 y luego en Oxford. Se destacdesde el comienzo. Por sus posturas vanguardistas y su iron 駸 para describir la realidad fue mimado por la aristocracia londinense. Escribinovelas, cuentos y comedias. Hasta que fue acusado por homosexualismo y debienfrentar duras batallas juduciales que finalmente lo condenaron a 2 a駸s de trabajos forzados en la c 駸 cel de Reading. Despu 駸 de esto viviparte de su vida bajo un seud駸imo, Sebastien Melmouth. Se lo considera representante del decadentismo vanguardista, su ingenio, sus di 駸 ogos sagaces, sus talentosos juegos de palabras y su iron 駸 lo ubicaron como uno de los grandes de la literatura universal. Datos biogr 駸 icos: Acerca de esta obra: La telentosa pluma de Oscar Wilde narra la historia de la decadencia de un hombre. Es un libro considerado la m 駸 moral de las historias de inmorales. Esta obra le ha valido a su autor superar el calificativo de escritor y ser considerado casi como un fil駸ofo. Dorian Gray a cambio de la eterna juventud entrega su alma y termina siendo corrompido por la malvada influencia de su mentor. Altamente recomendable para lectores de todos los tiempos y geografias. PREFACIO El artista es el dios de las cosas bellas. Mostrar el arte, ocultando al artista: tal es el fin del arte. El cr 駸 ico es aquel que puede traducir en un nuevo modo o una materia distinta su impresi駸 de las cosas bellas. La m 駸 alta, como la m 駸 baja forma de critica, es siempre una especie de autobiograf 駸. Los que encuentran un sentido feo en cosas bellas son corrompidos sin ser seducidos. Esto es un defecto. Los que encuentran un sentido bello en las casas bellas son los entendimientos cultos. Para 駸 tos todav 駸 hay esperanza. Son los escogidos aquellos para quienes las cosas bellas s駸o significan Belleza. No hay libros morales ni inmorales. Los libros est 駸 bien o mal escritos. Simplemente. La aversi駸 del siglo XIX por el Realismo es la rabia de Caliban al ver su propia faz en un espejo. La aversi駸 del siglo XIX por el Romanticismo es la rabia de Caliban al no ver su propia faz en un espejo. La vida moral del hombre forma parte de los materiales del artista; pero la moral del arte consiste en el uso perfecto de un medio imperfecto. Ning 駸 artista desea demostrar nada. Hasta las verdades pueden ser demostradas. Ning 駸 artista tiene simpat 駸 s 駸 icas. Una simpat 駸 駸 ica en un artista es un imperdonable amaneramiento del estilo. Ning 駸 artista es jam 駸 morboso. El artista puede expresarlo todo. Pensamiento y palabra son para el artista instrumentos de un arte. Vicio y virtud son para el artista materiales de un arte. Desde el punto de vista de la forma, el arquetipo de todas las artes es el arte del m 駸 ico. Desde el punto de vista del sentimiento, el oficio del actor es el arquetipo. Todo arte es ala vez superficie y s 駸 bolo. Los que van m 駸 adentro de la superficie, h 駸 enlo asa cuenta y riesgo propios. Los que descifran el s 駸 bolo, h 駸 enlo asa cuenta y riesgo propios. Es el espectador, y no la vida, lo que realmente el arte refleja. Diversidad de opini駸 sobre una obra de arte prueba que la obra es nueva, compleja y vital. Cuando los cr 駸 icos est 駸 en desacorde, el artista esta de acuerdo consigo mismo. Podemos perdonar a un hombre que haga una cosa 駸 il, con tal de que no la admire. La sola excusa de hacer una cosa in 駸 il es admirarla inmensamente. Todo arte es completamente in 駸 il. EL RETRATO DE DORIAN GRAY CAPITULO I Un intenso olor de rosas penetraba en el estudio, y cuando, entre los 駸 boles del jard 駸, comenzaba la brisa, llegaban por la puerta abierta el denso aroma de las filas o el m 駸 delicado perfume de los agavanzos en flor. Desde el rinc駸 del div 駸 de alforjas persas en que yac 駸, fumando, seg 駸 costumbre, cigarrillo tras cigarrillo, Lord Henry Wotton pod 駸 divisar el resplandor dorado de las flores color de miel de un c 駸 iso, cuyas ramas tr 駸 ulas apenas parec 駸 n capaces de soportar el peso de tan flamante belleza, y de cuando en cuando, las sombras fant 駸 ticas de los p 駸 aros cruzaban las largas cortinas de seda que cubr 駸 n el ancho ventanal, produciendo una especie de efecto japon 駸 moment 駸 eo, y haci 駸 dole pensar en esos pintores de Tokyo, de rostro jade p 駸 ido, que por medio de un arte forzosamente inm駸il tratan de dar la impresi駸 de la rapidez y el movimiento. El zumbido adusto de las abejas, abri 駸 dose camino a trav 駸 de la alta hierba sin segar, o revoloteando con mon駸ona insistencia en torno de las polvorientas cabezuelas doradas de una dispersa madreselva, parec 駸 hacer a 駸 m 駸 abrumadora esta quietud. El sordo estr 駸 ito de Londres era como el bord駸 de un 駸gano lejano. En el centro de la habitaci駸, sostenido por un caballete, ve 駸 se el retrato, de tama駸 natural, de un joven de extraordinaria belleza, y frente a di, sentado a poca distancia, al pintor en persona, Basil Hallward, cuya s 駸 ita desaparici駸 pocos a駸s antes hab 駸 causado tanta sensaci駸 y dado origen a tantas extra s conjeturas. Contemplaba el pintor la forma gr 駸 il y encantadora que tan diestramente reflejara su arte, y una sonrisa de satisfacci駸 cruzsu rostro, pareciendo demorarse en 駸. Pero, de pronto, estremeci 駸 dose, cerrlos ojos y oprimi駸e los p 駸 pados con los dedos, como si quisiera aprisionar en su cerebro alg 駸 extra駸 sue駸, del que temiera despertar. -Es tu mejor obra, Basil; lo mejor que has hecho hasta ahora dijo Lord Henry, l 駸 guidamente -. Debes enviarla el a駸 pr駸imo ala exposici駸 Grosvenor. La Academia es demasiado grande y demasiado vulgar. Siempre que he ido, o hab 駸 tanta gente que no he podido ver los cuadros, cosa sumamente desagradable, o tantos cuadros que no he podido ver la gente, cosa peor todav 駸. Realmente, Grosvenor, es el 駸 ico sitio. -Creo que no lo enviara ninguno -contestel pintor, echando hacia atr 駸 la cabeza con aquel adem 駸 singular que tanto hac 駸 re 駸 a sus condisc 駸 ulos de Oxford -. S a ninguno. Lord Henry enarclas cejas, mir 駸 dole con estupor a trav 駸 de las tenues espirales azules en que se rizaba caprichosamente el humo de su cigarrillo opiado. - 駸 Quno piensas enviarlo a ning 駸 sitio? 駸 Y por qu puede saberse? 駸 Tienes alg 駸 motivo? 駸Qugente tan absurda sois los pintores! And 駸 s de coronilla para haceros una reputaci駸, y en cuanto la consegu 駸, parec 駸 s deseosos de echarla a rodar. Una tonter 駸; pues s駸o hay una cosa en el mundo peor que el que se hable mal de uno, y es que no se hable. Un retrato como 駸 te te colocar 駸 a cien codas por encima de todos los pintores j駸enes de Inglaterra, y har 駸 rabiar de envidia a los viejos, si es que los viejos son todav 駸 capaces de alguna emoci駸. -Sque vas a re 駸 te de m replicel pintor -; pero te aseguro que realmente no puedo exponerlo. He puesto demasiado de mmismo en 駸. Lord Henry se repatingen el div 駸, soltando la carcajada. -S ya sab 駸 que te reir 駸 s; pero, a pesar de todo, es verdad. - 駸Demasiado de ti mismo en 駸! Palabra de honor, Basil: no sab 駸 que fueras tan presuntuoso. Te aseguro que no veo la menor semejanza entre t con esa cara ce駸da y viril, y este joven Adonis, que parece hecho de marfil y de rosas. 駸Caramba!, querido Basil: 駸 te es un narciso, y t.. claro que tienes una expresi駸 inteligente, no hay que decir. Pero la belleza, la verdadera belleza, acaba donde comience una expresi駸 intelectual. La inteligencia es en smisma un modo de exageraci駸, y destruye la armon 駸 de cualquier rostro. Desde el momento en que uno se sienta para meditar, se vuelve todo nariz, o frente, o cualquier otra cosa horrenda. F 駸 ate en los hombres que sobresalen en todas las profesiones doctas. Son, sencillamente, repugnantes. Excepto, claro est en la Iglesia. Pero es porque en la Iglesia no piensan. Un obispo contin 駸 diciendo a los ochenta lo que le enseron a decir a los diez y ocho; por eso, y como consecuencia natural, siempre resulta delicioso. Tu misterioso amigo, cuyo nombre todav 駸 no me has dicho, peco cuyo retrato realmente me fascina, no piensa nunca; estoy completamente seguro. Es una criatura admirable y sin seso, para tener en invierno, cuando no hay flores que mirar, y en verano, cuando necesitamos refrescar el entendimiento. No te hagas ilusiones, Basil; no te pareces a 駸 lo m 駸 m 駸 imo. -No me has entendido, Harry -contestel artista -. Naturalmente que no me parezco a 駸. Lo sde sobra. Y, realmente, sentir 駸 parecerme a 駸. 駸 Te encoges de hombros? Te estoy diciendo la verdad. En toda preeminencia, f 駸 ica o intelectual, hay una especie de fatalidad: esa fatalidad que parece seguir la pista, a trav 駸 de la historia, de los pasos vacilantes de los reyes. Es mejor no diferenciarse demasiado de los dem 駸. Les feos y los necios tienen la mejor parte en este mundo. Pueden sentarse a sus anchas y bostezar ante la farsa. Y si nada saben de la victoria, tampoco tienen conocimiento de la derrota. Viven como todos deber 駸 mos vivir: tranquilos, indiferentes y sin sacudidas. Ni llevan la ruina a los dem 駸, ni la reciben de manos ajenas. T con tu posici駸 y tu riqueza, Harry; yo, con mi talento, con mi arte, valga mucho o poco; Dorian Gray, con su belleza, todos tendremos que sufrir por aquello que los dioses nos han concedido, y sufriremos terriblemente. - 駸 Dorian Gray? 駸 Conque 駸 e es su nombre? -preguntLord Henry, dirigi 駸 dose hacia Basil Hallward. -S 駸 e es su nombre. No pensaba dec 駸 telo. - 駸 Y por quno? - 駸Oh! No puedo explic 駸 telo. Cuando quiero a alguien de verdad, no me gusta decir su nombre a nadie. Es como ceder una parte de 駸. Me he acostumbrado a amar el secreto. Es lo 駸 ico que puede hacernos la vida moderna misteriosa y sorprendente. La cosa m 駸 vulgar se vuelve deliciosa en cuanto alguien nos la esconde. Yo, cuando me voy al campo, nunca digo ad駸de. Si lo hiciera, perder 駸 todo encanto. Es una mala costumbre, lo confieso; pero no deja de traer cierto elemento novelesco a la vida de uno... 駸 Qu me crees loco de remate? -De ning 駸 modo -replicLord Henry -, de ning 駸 modo, querido Basil. Pareces olvidar que estoy casado, y que el 駸 ico encanto del matrimonio es que hace absolutamente necesaria a ambas partes una vida de supercher 駸 yo nunca sd駸de estmi mujer, y mi mujer nunca sabe d駸de ando yo. Cuando nos encontramos -a veces nos encontramos, por casualidad, cuando comemos juntos en alguna casa o bajamos a ver al duque -, nos contamos las historias m 駸 absurdas, con la mayor seriedad del mundo. Mi mujer es en esto una notabilidad; muy superior a m Jam 駸 se confunde en las fechas, y yo s Pero cuando me coge en alguna, no me hace escenas. A veces me gustar 駸 que las hiciese; pero no, se contenta con re 駸 se de m -Detesto esa manera de hablar de tu vida conyugal, Harry -dijo Basil Hallward, dirigi 駸 dose hacia la puerta que conduc 駸 al jard 駸 -. Estoy seguro de que eres un buen marido; pero te avergenzas de tus propias virtudes. Eres un ser realmente extraordinario. No dices una sola casa moral, y no haces ninguna inmoral. Tu cinismo no es m 駸 que una pose. -La naturalidad no es m 駸 que una pose, y la m 駸 irritante de las que conozco -exclamLord Henry, ech 駸 dose a re 駸. Y salieron ambos al jard 駸, sent 駸 dose en un largo banco de bambú que hab 駸 a la sombra de un gran laurel. El sol resbalaba sobre las hojas bru駸das. Unas cuantas margaritas blancas se estremec 駸 n entre la hierba. Al cabo de una pausa, Lord Henry mirsu reloj. -Tengo que irme, Basil -murmure; pero antes insisto en que me contestes a la pregunta que te hice hace un rato. - 駸 Qupregunta?-- dijo el pintor, sin levantar has ojos. -De sobra lo sabes. -Te aseguro que no. -Bueno, te la repetir Quisiera que me explicases por quno quieres exponer . El verdadero motivo. -Ya te lo dije. -No me lo dijiste. Dijiste que era a causa de lo mucho de ti mismo que hab 駸 en ese retrato. Pero eso es una puerilidad. -Harry -dijo Basil Hallward, mir 駸 dole en los ojos -, todo retrato pintado con emoci駸 es un retrato del artista, no del modelo. 駸 ste no es m 駸 que el accidente, la ocasi駸. No es 駸 el revelado por el pintor, sino m 駸 bien 駸 te quien, sobre el lienzo pintado, se revela a smismo. El motivo por el que no quiero exponer este retrato es que temo haber mostrado en 駸 el secreto de mi propia alma. Lord Henry se echa re 駸. - 駸 Y qusecreto es 駸 e? -pregunt -Voy a dec 駸 telo -dijo Hallward. Pero una expresi駸 de perplejidad cruzsu rostro. -Soy todo o 駸 os, Basil -exclamsu amigo, mir 駸 dole de reojo. - 駸Oh!, poco hay que contar, Harry -contestel pintor -. Y mucho temo que no lo entiendas. Puede que ni siquiera lo creas. Lord Henry sonri e inclin 駸 dose, arrancde entre la hierba una margarita de p 駸 alos rosados. -Tengo la seguridad de que te comprender-replic contemplando atentamente el bot駸 dorado con su corona de p 駸 alos -; y en cuanto a creerte, yo puedo creer todo, con tal de que sea incre 駸 le. El viento desprendialgunas flores de los 駸 boles, y las lilas espesas, con sus penachos de estrellas, se balancearon en el aire l 駸 guido. Un saltamontes comenzsu chirrido junto al muro y, como una hebra azul, pasuna lib 駸 ula larga y tenue, sostenida por sus alas de gasa parda. Lord Henry creysentir los latidos del coraz駸 de Basil, y aguardcon impaciencia lo que iba a o 駸. -La historia es 駸 ta -dijo el pintor al cabo de un rato -: Hace dos meses fui a una de esas apreturas en casa de Lady Brandon que 駸 ta llama sus reuniones. Tsabes que nosotros, pobres artistas, tenemos que exhibirnos de cuando en cuando en sociedad, lo preciso para recordar a la gente que no somos unos salvajes. Con un frac y una corbata blanca, como tdices, todo el mundo, hasta un agente de Bolsa, puede d 駸 selas de civilizado. Bueno; llevaba ya diez minutos en el sal駸 conversando con viudas emperifolladas y acad 駸 icos aburridos, cuando, de pronto, tuve la sensaci駸 de que alguien estaba mir 駸 dome. Me volv 駸 medias, y vi a Dorian Gray por vez primera. Cuando nuestros ojos se encontraron, sentque me pon 駸 p 駸 ido. Un extra駸 sentimiento de terror se apoderde m Comprendque me hallaba frente a alguien cuya simple personalidad f 駸 ica era tan fascinadora que, si me abandonaba, absorber 駸 por completo mi vida, mi alma, mi arte mismo. Y yo no quer 駸 influencia externa alguna en mi existencia. Tsabes, Harry, lo independiente que soy por naturaleza. Yo siempre he sido mi propio amo; por lo menos, hasta que encontra Dorian Gray. Entonces... Pero 駸 c駸o explic 駸 telo? Algo parec 駸 advertirme de que me hallaba al borde de una terrible crisis en mi vida. Tuve como el extra駸 presentimiento de que el Destino me ten 駸 reservados exquisitos deleites y sufrimientos exquisitos. Sentmiedo, y me volví para salir del sal駸. No fue la conciencia lo que me hizo obrar as sino una especie de cobard 駸. Me faltla confianza en mmismo, en mis propias fuerzas. -Conciencia y cobard 駸 son realmente una misma cosa, Basil. La conciencia es la marca de f 駸 rica; eso es todo. -No lo creo, Harry, y espero que ttampoco. De todos modos, fuera cual fuera el motivo -quiz 駸 el orgullo, porque yo era entonces bastante orgulloso -, lo cierto es que me precipithacia la puerta. All naturalmente, me tropeccon Lady Brandon. "駸 No pensarusted en marcharse tan pronto, Mr. Hallward?", chill 駸 Recuerdas la voz tan estridente y tan rara que tiene? -S es un pavo real en todo, excepto en la belleza -dijo Lord Henry, deshojando la margarita con sus dedos largos y nerviosos. -No pude librarme de ella. Me presenta una porci駸 de altezas, y a se駸res con grandes cruces y jarreteras, y a damas maduras con diademas gigantescas y narices de papagayo. Hablde mcomo de su m 駸 querido amigo. No me hab 駸 visto m 駸 que una vez, pero se le metien la cabeza lanzarme. Creo que por entonces hab 駸 obtenido gran 駸 ito alg 駸 cuadro m 駸; por lo menos se hab 駸 charlado de ello en los diarios de medio penique, que son la pauta de la inmoralidad en el siglo XIX. De pronto, me encontrfrente afrente con el joven cuyo rostro me hab 駸 tan singularmente conturbado. Est 駸 amos muy cerca, casi toc 駸 donos. Nuestros ojos se encontraron de nuevo. Fue temerario por mi parte, pero rogua Lady Brandon que me presentara. Despu 駸 de todo, quiz 駸 no fue tan temerario. Era, simplemente, inevitable. Nos habr 駸 mos hablado sin presentaci駸. Estoy seguro; y Dorian me ha dicho lo mismo despu 駸. El tambi 駸 hab 駸 sentido que est 駸 amos destinados a conocernos. - 駸 Y qute dijo Lady Brandon de ese maravilloso joven? -preguntó Lord Henry -. Sla man 駸 que tiene de dar un r 駸 ido compendio de todos sus invitados. La recuerdo present 駸 dome a un truculento y colorado anciano, todo cubierto de encomiendas y condecoraciones y susurr 駸 dome al o 駸 o, en un tr 駸 ico cuchicheo que todo el mundo pod 駸 o 駸, los detalles m 駸 estupefacientes. Claro que inmediatamente me baten retirada. Yo soy de los que gustan de conocer a la gente por smismos. Pero Lady Brandon trata a sus invitados exactamente como un perito tasador sus mercanc 駸 s. O los explica de tal modo que los agota, o cuenta minuciosamente todo, menos lo que a uno le interesar 駸 saber. - 駸Pobre Lady Brandon! Eres duro con ella, Harry -exclamHallward negligentemente. -Amigo m 駸, tratde fundar un sal駸, y no ha conseguido m 駸 que abrir un restaurant. 駸C駸o podr 駸 admirarla! Pero sigue, 駸 qute dijo sobre Dorian Gray? - 駸Oh!, vaguedades, algo por este estilo: "Muchacho encantador... Su pobre madre y yo absolutamente inseparables... Completamente olvidado en quse ocupa... Temo que... no se ocupe en nada... 駸Ah, s toca el piano... 駸 o es el viol 駸, misto Gray?". Ninguno de los dos pudimos contener la risa 駸, y, sin m 駸, nos hicimos amigos. -La risa no es un mal comienzo de amistad, y es, de con mucho, el mejor fin de cualquiera -dijo el joven lord, arrancando otra margarita. Hallward sacudila cabeza. -Tno sabes lo que es la amistad, Harry, ni la enemistad -murmur-, sobre todo en este caso. Tquieres a texto el mundo, lo que viene a ser como no querer a nadie. - 駸Quhorrible injusticia! -exclamLord Henry, ech 駸 dose hacia atr 駸 el sombrero y levantando los ojos hacia las nubes, que, como enmara das madejas de seda blanca y lustrosa, navegaban a la deriva por la c駸cava turquesa del ciclo estival. S eres horriblemente injusto. Yo establezco una gran diferencia entre la gente. Escojo mis amigos por su buen aspecto, mis conocidos, por su buen car 駸 ter, y mis enemigos por su buen entendimiento. Todo cuidado es pero en la elecci駸 de enemigos. Yo, todav 駸 no he tenido ninguno tonto. Todos son hombres de cierta inteligencia, y, por tanto, me aprecian. 駸 Es vanidad? S quizsea vanidad. -No te quepa duda, Harry. Pero, ateni 駸 donos a tus categor 駸 s, yo debo ser simplemente un conocido. -Querido Basil, teres mucho m 駸 que un conocido. -Y mucho menos que un amigo. Una especie de hermano, 駸 no? - 駸Oh, hermanos! 駸Para lo que me importan a mlos hermanos! Mi hermano mayor se empe en no morirse, y los peque駸s parece que no saben hacer otra cosa. - 駸Harry! -exclamHallward, frunciendo el entrecejo. -Querido Basil, ya puedes comprender que no hablo completamente en serio. Pero no puedo menos de detestar a mis parientes. Puede que esto provenga de que no 駸celemos soportar que tos dem 駸 tengan los mismos defectos que nosotros. Yo simpatizo en absoluto con la rabia de la democracia inglesa contra lo que llaman los vicios de las clases altas. La plebe comprende que el alcoholismo, la estupidez y la inmoralidad son de su propiedad exclusiva, y que es entrar en su vedado el que uno de nosotros se embrutezca a semejanza de ellos. Cuando el pobre Southwark fue a los Tribunales con motivo de su divorcio, la indignaci駸 fue inmensa. Y, sin embargo, no creo que ni el diez por ciento del proletariado viva muy correctamente. -No estoy conforme con una sola palabra de las que has pronunciado, y es m 駸, Harry, estoy seguro de que ttampoco. Acarici駸e Lord Henry la barba oscura, cortada en punta, mientras con su bast駸 de 駸 ano con borlas se daba unos golpecitos en el zapato de cuero fino. - 駸Cuidado que eres ingl 駸, Basil! Es la segunda vez que me haces esa observaci駸. Si se ofrece alguna idea a un verdadero ingl 駸 -cosa siempre bastante temeraria -, jam 駸 se le ocurrirpensar si la idea es buena o mala. Lo 駸 ico que para 駸 tiene importancia es si uno cree en ella. Ahora bien: el valor de una idea nada tiene que ver con la sinceridad del hombre que la expone. Realmente, mientras m 駸 insincero sea el hombre, m 駸 probabilidades hay de que la idea sea de mayor pureza intelectual, ya que en este caso no se habrvisto influida por sus necesidades, inclinaciones o prejuicios. Pero, en fin, no me propongo discutir de pol 駸 ica, sociolog 駸, ni metaf 駸 ica contigo. Me interesan las personas m 駸 que sus principios, y las que no tienen ninguno, m 駸 que nada en el mundo. Contin 駸 habl 駸 dome de Dorian Gray. 駸 Le ves a menudo? -Todos los d 駸 s. No me ser 駸 posible vivir tranquilo si no le viese todos las d 駸 s. Me es completamente indispensable. - 駸Extraordinario! Nunca hubiera cre 駸 o que te preocupases de otra casa que de tu arte. -El es ahora todo mi arte -repuso el pintor gravemente -. A veces pienso, Harry, que no hay m 駸 que dos eras de alguna importancia en la historia del mundo. La primera, es la aparici駸 de un nuevo medio de arte; y la segunda, la aparici駸 de una nueva personalidad para el arte. Lo que la invenci駸 de la pintura al 駸eo fue para los venecianos, y el rostro de Antino para la escultura griega de la decadencia, será alg 駸 d 駸 para mel rostro de Dorian Gray. No es que me sirva de modelo para pintar, dibujar o imaginar. Claro que he hecho todo esto. Pero es para mmucho m 駸 que un modelo. No quiere esto decir que estdescontento de mi trabajo, ni que su belleza sea tal, que el arte no pueda expresarla. No hay nada que el arte no pueda expresar, y yo sque mi trabajo, desde que encontra Dorian Gray, es bueno, lo mejor que he hecho en mi vida. Pero, en cierto modo -no ssi me comprender 駸 -, su personalidad me ha sugerido otra manera de arte, una modalidad de estilo completamente nueva. Veo ahora las cosas de un modo distinto, las concibo diferentemente. Puedo dirigir mi vida por un camino que hasta ahora me hab 駸 estado oculto. "Un sue駸 de formas en d 駸 s de pensamiento..." 駸 Qui 駸 ha dicho esto? Lo he olvidado, pero esto es lo que ha sido para mDorian Gray. La sola presencia de este muchacho -pues, para m a pesar de haber cumplido los veinte, no pase de ser un muchacho -, su simple presencia visible... 駸Ah! 駸Si tsupieras lo que para msignifica! Inconscientemente define para mlas l 駸 eas de una nueva escuela, una escuela que tuviese en stoda la pasi駸 del esp 駸 itu rom 駸 tico, toda la perfecci駸 del esp 駸 itu griego. La armon 駸 del cuerpo y del alma, 駸nada menos! Nosotros, en nuestra demencia, los hemos separado, inventando un realismo que es vulgaridad, un idealismo que es vac 駸. 駸Ah, Harry, si tsupieras lo que Dorian Gray significa para mí 駸 Te acuerdas de aquel paisaje m 駸, por el que Agnew me ofreciun precio tan exorbitante, y del que no quise desprenderme? Es una de las cosas mejores que he hecho. 駸 Y sabes por qu Pues porque, mientras lo pintaba, Dorian Gray estaba sentado junto a m Alguna influencia sutil pasaba de 駸 a m pues por primera vez en mi vida vi en el paisaje la maravilla que siempre hab 駸 buscado, sin encontrarla jam 駸. - 駸Basil, eso que me cuentas es extraordinario! Es preciso que yo conozca a Dorian Gray. Haliward se levantdel banco, poni 駸 dose a caminar de arriba abajo por el jard 駸. AI cabo de unos momentos volvi -Harry -dijo -; Dorian Gray no es para mm 駸 que un motivo de arte. T es posible que novieras nada en 駸. Yo, lo veo todo. Nunca está m 駸 presente en mi obra que cuando no veo ninguna imagen suya. Es, como te he dicho, el surgimiento de una nueva modalidad. Lo encuentro en las curvas de ciertas l 駸 eas, en el encanto y sutileza de algunos colores. Eso es todo. -Entonces, 駸 por quno expones su retrato? -preguntLord Henry. -Porque, sin querer, he puesto en 駸 como una expresi駸 de toda esta extra idolatr 駸 art 駸 tica, de la que, naturalmente, nunca le he dicho nada a 駸. 駸 l nada sabrnunca de ella. Pero los dem 駸 podr 駸 n adivinarla; y yo no quiero desnudar mi alma ante ojos superficiales y fisgones. Mi coraz駸 no sercolocado bajo su microscopio. Hay demasiado de mmismo en este retrato, Harry... 駸demasiado! -Los poetas no son tan escrupulosos como t Saben lo 駸 il que es la pasi駸 a sus libros. Hoy, un coraz駸 destrozado alcanza una porci駸 de ediciones. -Por eso los aborrezco -exclamHallward-. El artista debe crearcosas bellas; pero sin- poner en ellas n da de su propia vida. Vivimos en una 駸 oca en que los hombres tratan el arte como si no fuera otra cosa que una forma de autobiograf 駸. Hemos perdido el sentido abstracto de la belleza. Alg 駸 d 駸 yo ense ral mundo lo que es. Por esto, el mundo no vernunca mi retrato de Dorian Gray. -Creo que haces mal, Basil; pero no quiero discutir contigo. S駸o los que no tienen remedio intelectual se empen en discutir. Dime: Dorian Gray, 駸 te tiene mucho afecto? El pintor quedpensativo unos instantes. -S-contestal fin -; sque me tiene afecto. Claro que yo le mimo lastimosamente. Encuentro un placer singular en decirle cosas que sé que sentirhaberle dicho. Generalmente estmuy cari駸so conmigo, y nos sentamos en el estudio y hablamos de una porci駸 de cosas. De cuando en cuando, sin embargo, es terriblemente aturdido, y parece complacerse en hacerme sufrir. Entonces comprendo, Harry, que he entregado mi alma entera a un ser que la trata lo mismo como si fuera una flor que prenderse en el ojal, una condecoraci駸 que halaga la vanidad, el adorno de un d 駸 de verano. -Los d 駸 s de verano son largos -murmurLord Henry -. Quiz 駸 seas tú el primero que se canse. Es doloroso de pensar; pero no cabe duda de que el genio dura m 駸 que la belleza. Esto explica por qunos tomamos tanto trabajo en instruirnos. En la lucha sin tregua de la vida necesitamos algo que perdure; por eso llenamos nuestra mente de ripios y de hechos, en la necia esperanza de conservar nuestro sitio. El hombre enterado de todo: tal es el ideal moderno. Y el esp 駸 itu de este hombre enterado de todo es una cosa abominable, un baratillo, todo monstruos y polvo, todo tasado en un precio m 駸 alto que su valor. En fin, sea lo que sea, creo que tser 駸 el primero en cansarte, un d 駸 mirar 駸 a tu amigo, y lo encontrar 駸 un poco desdibujado, o no te gustarsu tono de color, o cualquier otra cosa por el estilo. Y se lo reprochar 駸 amargamente en tu coraz駸, y creer 駸 con toda seriedad que se ha portado muy mal contigo. Al d 駸 siguiente estar 駸 con 駸 perfectamente fr 駸 e indiferente. L 駸 tima grande, porque empezar 駸 a cambiar. Lo que me has contado es toda una novela, una novela de arte, por decirlo as y lo peor de tener una novela, sea del g 駸 ero que sea, es que le deja a uno tan poco novelesco... -Harry, no hables as Mientras viva, la personalidad de Dorian Gray me dominar Tno puedes sentir como yo siento. Tcambias con tanta, facilidad... - 駸Ah, querido Basil, precisamente por eso puedo sentirlo! Los que permanecen fieles no conocen m 駸 que el lado trivial del amor; s駸o los; infieles saben de sus tragedias. Y sacando una cerilla de una deliciosa fosforera de plata, Lord Henry encendiotro cigarrillo, con aire convencido y satisfecho de smismo, como si hubiera resumido el mundo en una frase. Un murmullo indistinto de p 駸 s de gorriones sal 駸 de las hojas verde laca de la hiedra, y las sombras azulencas de las nubes se persegu 駸 n sobre la hierba. 駸Qudelicioso estaba el jard 駸! 駸Y qudeliciosas eran las emociones de los dem 駸!... Mucho m 駸 deliciosas, para gusto de 駸, que sus ideas. El alma propia y las pasiones ajenas: tales eran las cosas sugestivas de la vida. Con mudo deleite se representaba el lunch que se hab 駸 perdido por estar tanto tiempo con Basil Hallward. De haber ido a casa de su t 駸, seguramente hubiera encontrado alla Lord Goodbody, y toda la conversaci駸 habr 駸 versado sobre la manutenci駸 del pobre y la necesidad de asilos modelos. Cada clase habr 駸 predicado la importancia de aquellas virtudes cuyo ejercicio no era necesario en su vida propia. El rico hablar 駸 del valor del ahorro, y el ocioso se volver 駸 elocuente al tratar de la dignidad del trabajo. 駸Qufelicidad haber escapado de todo esto! De pronto, al pensar en su t 駸, se le ocurrió una idea. Volvi 駸 dose hacia Hallward, dijo: -Querido, acabo de acordarme... - 駸 Acordarte de qu Harry? -De donde he o 駸 o el nombre de Dorian Gray. - 駸 D駸de?- preguntHallward, frunciendo levemente el ce駸. -No pongas esa cara, Basil. Fue en casa de mi t 駸 Lady Agatha. Me contque hab 駸 descubierto a un joven maravilloso, que se dispon 駸 a ayudarla en sus obras de caridad y que se llamaba Dorian Gray. Debo confesar que no me dijo ni una palabra acerca de su hermosura. Las mujeres no tienen el sentido de la belleza masculina; por lo menos, las mujeres honradas, me dijo que era un muchacho muy formal y de muy buenos sentimientos. Me imaginenseguida un ser con gafas y pelo lacio, espantosamente pecoso y contone 駸 dose sobre unos pies inmensos. Me hubiera gustado saber que era tu amigo. -Pues yo celebro en extremo que no lo supieras, Harry. - 駸 Por qu -Porque prefiero que no lo conozcas. - 駸 Quprefieres que no le conozca? -S -Mr. Dorian Gray esten el estudio, se駸r -dijo el mayordomo, entrando en el jard 駸. -Pues, ahora, no vas a tener m 駸 remedio que present 駸 melo -exclamLord Henry, ech 駸 dose a re 駸. Volv 駸 se el pintor hacia el criado, que permanec 駸 de pie en el sol, parpadeando. -Dile a Mr. Gray que tenga la bondad de esperar, Parker, que voy en seguida. Inclin駸e el criado y se retir Entonces, mirando a Lord Henry, dijo Hallward: -Dorian Gray es mi amigo m 駸 querido. Es una naturaleza sencilla y recta. Tu t 駸 ten 駸 raz駸 en lo que dijo. No me lo eches a perder. No trates de influenciarlo. Tu influencia ser 駸 perniciosa. El mundo es ancho y lleno de seres interesantes. No separes de m 駸 la 駸 ica persona que da a mi arte todo el encanto que 駸 te pueda tener; mi vida de artista depende de 駸. Tenlo en cuenta, Harry; conf 駸 en ti. Hablaba muy despacio, como si a pesar suyo se le escapasen las palabras. - 駸Qutonter 駸 s est 駸 diciendo! -exclamLord Henry, con una sonrisa. Y cogiendo a Hallward por un brazo le condujo casi hacia el estudio. CAPITULO II Al entrar observaron a Dorian Gray. Estaba sentado al piano, de espaldas a ellos, mirando un cuaderno de las Escenas del Bosque, de Schumann. -Tienes que prest 駸 melas, Basil -grit. Es necesario que las aprenda. Son deliciosas. -Depende de como poses hoy, Dorian. - 駸Oh!, estoy harto de pescar. 駸Y para la falta que me hace un retrato de tama駸 natural! -contestel mancebo, dando media vuelta sobre el taburete del piano, con adem 駸 malhumorado y voluntarioso. Cuando vio a Lord Henry, un ligero rubor coloresus mejillas, mientras se pon 駸 en pie precipitadamente. -Perdona, Basil, pero no sab 駸 que ten 駸 s visita. -Es Lord Henry Wotton, Dorian, uno de mis antiguos amigos de Oxford. Precisamente le acababa de decir lo bien que posabas, y ahora has venido a estropearlo. -Pero no ha estropeado mi satisfacci駸 de conocerle, Mr. Gray- dijo Lord Henry, adelant 駸 dose con la mano tendida -. Mi t 駸 me ha hablado con frecuencia de usted. Es usted uno de sus favoritos, y temo que tambi 駸 una de sus v 駸 timas. - 駸Ay!, me parece que he ca 駸 o en desgracia con Lady AgathacontestDorian, con un c駸ico visaje de arrepentimiento -. Le hab 駸 prometido ir con ella a un c 駸 culo de Whitechapel, el jueves pasado, y me olviden absoluto. Ten 駸 mos que tocar a cuatro manos una pieza; no, tres piezas, me parece. No slo que va a decirme. S駸o el pensamiento de ir a verla me asusta. - 駸Bah!, yo harlas paces. Ella le quiere a usted mucho. Y, realmente, no creo que haya tenido importancia la falta de usted. Es probable que el auditorio creyese que era a cuatro manen. Cuando mi t 駸 Agatha se pone al piano hace ruido por dos. -Es usted muy mato con ella, y no muy amable conmigo -contestó Dorian, ech 駸 dose a re 駸. Lord Henry le mircon atenci駸. S ciertamente que era de una belleza maravillosa, con sus labios rojos, deliciosamente modelados, y sus ojos azules e ingenuos y sus rizos de oro. Hab 駸 algo en su rostro que, desde el primer momento, inspiraba confianza. Todo el candor de la juventud y toda su apasionada pureza. Se comprend 駸 que a 駸 el mundo no hab 駸 contaminado. Nada ten 駸 de extra駸 el culto de Basil Hallward. -Es usted demasiado seductor para dedicarse a la filantrop 駸, Mr. Gray... demasiado seductor. Y Lord Henry se reclinen el div 駸, sacando su pitillera. El pintor hab 駸 permanecido ocupado mezclando los colores y limpiando sus pinceles, con una cierta expresi駸 de malestar. Al o 駸 las 駸 timas palabras de Lord Henry levantlos ojos hacia 駸, vacilun instante, y al fin dijo: -Harry, quisiera terminar hoy este retrato. 駸 Ser 駸 una impertinencia que te rogase nos dejaras trabajar? Lord Henry sonri mirando a Dorian Gray. - 駸 Debo irme, Mr. Gray? -pregunt - 駸Oh!, de ning 駸 modo, se lo ruego, Lord Henry. Veo que Basil está hoy de mal talante, y cuando se pone asno se le puede aguantar. Adem 駸, deseo que me explique usted por quno debo dedicarme a la filantrop 駸. - 駸Oh!, no sabr 駸 qucontestar a usted, Mr. Gray, Es un tema tan enojoso, que tendr 駸 mos que tratarlo en serio. Pero me quedar ya que usted lo desea. 駸 Te parece bien, Basil? Muchas veces te he o 駸 o decir que te gustaba que tus modelos tuviesen con qui 駸 hablar. Hallward se mordilos labios. -Desde el momento que Donan lo quiere, in 駸 il decir que debes quedarte. Los caprichos de Dorian son ley para todos, excepto para 駸. Lord Henry cogisu sombrero y sus guantes. -Eres muy amable, BasiI, pero tengo que irme. Tengo una cita en el Orl 駸 ns. Hasta la vista, Mr. Gray. Venga usted a verme una de estas tardes. A eso de las cinco estoy casi siempre. Pero p駸game usted dos letras. Sentir 駸 infinito que no me encontrara. -Basil -exclamDorian Gray -; si Lord Henry Wotton se va, me voy yo tambi 駸. En cuanto te pones a pintar no dices esta boca es m 駸, y resulta espantosamente aburrido estar de pie sobre mi tarima, teniendo que poner cara sonriente. Dile que se quede. Tengo verdadero inter 駸 en que se quede. -Qu 駸 ate, Harry, haznos ese favor a Dorian y a m-dijo Hallward, sin levantar los ojos del cuadro -. Es cierto, cuando me pongo a trabajar no hablo, ni oigo y comprendo que mis infortunados modelos se aburran mortalmente. Te suplico que te quedes. -Pero, 駸 y mi cita? El pintor se echa re 駸. -No creo que eso sea un inconveniente. Anda, vuelve a sentarte, Harry. Y ahora, Dorian, sube a la tarima y no te muevas demasiado ni hagas caso de lo que te diga Lord Henry. Su influencia es nociva para todos sus amigos, con mi 駸 ica excepci駸. SubiDorian Gray a la tarima, con el aire de un joven m 駸 tir griego, haciendo una peque mueca de enfado a Lord Henry, al que ya hab 駸 tomado cierta simpat 駸. 駸Era tan diferente de Basil! Hac 駸 n un contraste delicioso. 駸Y ten 駸 una voz tan agradable! Al cabo de pocos instantes le dijo: - 駸 Es cierto que ejerce usted una mala influencia sobre sus amigos, Lord Henry? 駸 Tan mala como dice Basil? -No hay influencia buena, Mr. Grey. Toda influencia es inmoral... inmoral, desde un punto de vista cient 駸 ico. - 駸 Por qu -Porque influenciar a una persona es prestarle nuestra propia alma. No piensa ya sus pensamientos naturales, ni arde con sus propias pasiones. Sus virtudes dejan de ser suyas. Sus pecados, si es que hay pecados, son de segunda mano. Se convierte en el eco de una m 駸 ica ajena, en el actor de un papel que no hab 駸 sido escrito para 駸. El fin de la vida es el desenvolvimiento de la personalidad. Realizar nuestra propia naturaleza cabalmente: para esto hemos venido. Hoy los hombres se asustan de smismos. han olvidado el m 駸 alto de sus deberes, el deber que uno se debe a smismo. S son caritativos; dan pan al hambriento y vestido al mendigo. Pero sus propias almas se mueren de hambre y van desnudas. El valor ha abandonado a nuestra raza. Quiz 駸 nunca lo tuvimos. El temor a la sociedad, que es La base de la moral; el temor de Dios, que es el secreto de la religi駸: tales son las dos fuerzas que nos gobiernan. Y, sin embargo... -Vuelve un poco m 駸 la cabeza hacia la derecha. Dorian; sbuen chico -dijo el pintor, sumergido en su obra, pero d 駸 dose cuenta de que el rostro del mancebo ten 駸 ahora una expresi駸 que nunca viera hasta entonces. -Y, sin embargo -continuLord Henry, con su voz queda, musical, y aquel suave adem 駸 de la mano tan caracter 駸 tico suyo y que ya ten 駸 en sus d 駸 s de Eton-, creo que si un hombre se atreviera a vivir su vida plena y totalmente, a dar forma a cada sentimiento, expresi駸 a cada pensamiento, realidad a cada ensue駸... creo que el mundo cobrar 駸 de nuevo un 駸 petu tal de alegr 駸, que olvidar 駸 mos todas las enfermedades del medievalismo, y tornar 駸 mos al ideal hel 駸 ico... a algo quizm 駸 bello, m 駸 rico que el ideal hel 駸 ico. Pero hasta el m 駸 audaz de nosotros tiene miedo de smismo. La mutilaci駸 del salvaje tiene su tr 駸 ica supervivencia en la renuncia de smismo que frustra nuestras vidas. Y somos castigadas por ello. Cada impulso que luchamos por estrangular, germina en el esp 駸 itu y nos envenena. El cuerpo peca una vez, y acaba con su pecado, pues la acci駸 es una especie de purificaci駸. Nada queda entonces, excepto el recuerdo de un placer, o la voluptuosidad de un arrepentimiento. El 駸 ico medio de librarse de una tentaci駸 es ceder a ella. Resistid, y vuestra alma enfermarde deseo por las cosas que se ha vedado a smisma, de concupiscencia por aquello que sus leyes monstruosas han hecho il 駸 ito y monstruoso. Se ha dicho que los grandes acontecimientos del mundo tienen lugar en el cerebro. En el cerebro tambi 駸, y s駸o en el cerebro, tienen lugar los grandes pecados del mundo. Usted mismo, Mr. Gray, usted mismo, con su juventud color de rosa y su blanca infancia, usted ha tenido pasiones que le han dado miedo, pensamientos que le han llenado de terror, sue駸s dormido y sue駸s despierto, cuyo simple recuerdo bastar 駸 para te駸r de vergenza sus mejillas... - 駸Basta! -balbuceDorian Gray -, 駸basta! Me aturde usted. No sque decir. Siento que a todo eso hay una respuesta; pero no puedo hallarla. No hable usted m 駸 s. D 駸 enle pensar. O m 駸 bien d 駸 eme que trate de no pensar. Durante casi diez minutos quedinm駸il, con los labios entreabiertos y en los ojos un brillo extra駸. Se daba cuenta, indistintamente, de que una influencia nueva obraba en 駸. Sin embargo, le parec 駸 como si esta influencia proviniese realmente de smismo. Las pocas palabras que el amigo de Basil le hab 駸 dicho -palabras casuales, sin duda, y llenas de premeditadas paradojas- hab 駸 n conmovido en 駸 alguna cuerda secreta, no torada hasta entonces, pero que ahora sent 駸 vibrante y latiendo en extras pulsaciones. La m 駸 ica le hab 駸 conmovido ya de ese modo. La m 駸 ica le hab 駸 turbado muchas veces. Pero la m 駸 ica no es definida. No es un mundo nuevo, sino un nuevo caos lo que crea en nosotros. 駸Palabras! 駸Simples palabras! 駸Cu 駸 terribles son! 駸Quclaras, y vivas, y crueles! 駸Imposible escapar de ellas! Y, sin embargo, 駸qumagia sutil reside en ellas! Parecen capaces de dar forma pl 駸 tica a cosas informes y poseer una m 駸 ica propia tan dulce como la m 駸 ica del viol 駸 o del la 駸. 駸Simples palabras! 駸 Hay acaso nada m 駸 real que las palabras? S cosas hab 駸 en su infancia que 駸 no pudo entender. Ahora las comprend 駸. S 駸 itamente, la vida se tornaba de color ele fuego para 駸. Le parec 駸 haber marchado hasta entonces a trav 駸 de llamas. 駸 C駸o no se hab 駸 dado cuenta? Sonriendo con su sonrisa sutil, Lord Henry le observaba. Sab 駸 el momento psicol駸ico preciso en que deb 駸 guardar silencio. Sent 駸 se profundamente interesado. Y en extremo sorprendido de la impresi駸 instant 駸 ea que sus palabras produjeran; y recordando un libro que hab 駸 le 駸 o a los diecis 駸 s a駸s, libro que le hab 駸 revelado muchas cosas que antes ignoraba, se preguntaba si Dorian Gray estaba pasando por una experiencia an 駸 oga. El no hab 駸 hecho m 駸 que disparar una flecha al aire. 駸 Hab 駸 dado en el blanco?... Realmente, era un muchacho interesante. Hallward segu 駸 pintando con aquella pincelada audaz y segura que le caracterizaba y que ten 駸 ese refinamiento y delicadeza perfecta que en arte, por lo menos, solo da la fuerza. Ensimismado en su trabajo no se daba cuenta del silencio. - 駸Basil, estoy cansado de posar! -exclam al fin Dorian Gray -. Me voy a sentar al jard 駸. Aquhace un aire sofocante. -Perdona, querido Dorian. Ya sabes que cuando pinto no pienso en otra cosa. Pero nunca has 駸osado mejor. No te has movido en lo m 駸 m 駸 imo. Y he logrado el efecto que buscaba... los labios entreabiertos y la mirada brillante. No slo que te habrestado diciendo Harry; pero lo cierto es que te ha hecho poner una expresi駸 maravillosa. Supongo que habr 駸 sido cumplidos. No debes creerle ni una sola palabra. -Puedes estar seguro de que no me ha dicho ning 駸 cumplido. Quizsea 駸 a la raz駸 de que no crea nada de lo que me ha estado diciendo. -De sobra sabe usted que s-dijo Lord Henry, mir 駸 dole con sus ojos l 駸 guidos y so dores -. Iral jard 駸 con usted. place un calor horrible en este estudio. Basil, danos algo fresco de beber, algo con fresas. -Con mucho gusto, Harry. Toca el timbre, y cuando venga Parker se lo dir Tengo que acabar este fondo; asque dentro de un rato ira reunirme con vosotros. No retengas demasiado tiempo a Dorian. Nunca me he sentido tan en vena de trabajar. Esto lleva camino de ser mi obra maestra. S tal como estes ya mi obra maestra. Cuando Lord Henry salial jard 駸, encontra Dorian Gray con el rostro escondido entre las lilas frescas, aspirando febrilmente su perfume, como si bebiese: un vino exquisito. Acerc 駸 dose a 駸 le puso una mano en el hombro. -Hace usted bien -musit-. S駸o los sentidos pueden curar el alma, ascomo el alma es lo 駸 ico que puede curar los sentidos. El adolescente se estremeciy volvi駸e hacia 駸. Llevaba la cabeza desnuda, y las hojas hab 駸 n descompuesto sus rizos rebeldes, enmara ndo sus doradas hebras. Ten 駸 en los ojos una expresi駸 medrosa, como una persona a quien acaban de despertar bruscamente. Las aletas de su nariz, finamente dibujadas, palpitaban, y una oculta emoci駸 hac 駸 temblar el carm 駸 de sus labios. -S-continuLord Henry -, 駸 e es uno de los grandes secretos de la vida: curar el alma por medio de los sentidos, y los sentidos por medio del alma. Es usted un ser privilegiado. Sabe usted mas de lo que cree saber; pero menos de lo que desea saber. Dorian Gray frunciel entrecejo, volviendo a otro lado la cabeza. No pod 駸 menos de sentir simpat 駸 por aquel hombre alto, esbelto, en pie frente a 駸. Su rostro aceitunado y rom 駸 tico, su expresi駸 cansada, le interesaban. Hab 駸 en su voz queda y l 駸 guida, un no sé quabsolutamente fascinador. Sus manos fr 駸 s, blancas, semejantes a llores, ten 駸 n tambi 駸 un encanto singular. Mov 駸 nse, al hablar, musicalmente, como si tuvieran un lenguaje propio. Pero le daba miedo, y vergenza de tener miedo. 駸 Por qule hab 駸 sido reservado a un extra駸 el revelarle a smismo? A Basil Hallward le conoc 駸 desde hac 駸 unos cuantas meses, y su amistad nunca le hab 駸 turbado. Y, de pronto, alguien se hab 駸 interpuesto en su vida para revelarle el misterio de la vida. Sin embargo, 駸 quhab 駸 en ello que pudiera asustarle? 駸 l no era un colegial ni una ni. Era absurdo tener miedo. -Vamos a sentarnos a la sombra -dijo Lord Henry-. Parker nos ha tra 駸 o ya de beber, y si permanece usted m 駸 tiempo a este sol, se estropearusted el cutis, y Basil no volvera pintarle. Realmente, no debe usted dejar que el sol le queme. Ser 駸 una l 駸 tima. - 駸 Y quimporta? -exclamDorian Gray, riendo y tomando asiento en el banco que hab 駸 a un extremo del jard 駸. -A usted deber 駸 importarle mucho, Mr. Gray. - 駸 Por qu -Porque tiene usted la juventud m 駸 maravillosa, y la juventud es la 駸 ica cosa que vale la pena de ser deseada. -No soy de esa opini駸, Lord Henry. -S ahora no lo es usted. D 駸 llegar cuando sea usted viejo y arrugado y feo, cuando el pensamiento le haya devastado con sus surcos la frente, y la pasi駸 quemado los labios con sus fuegos repugnantes, en que lo serusted. Ahora, adonde quiera que vaya, triunfarusted. Pero 駸 sersiempre as... Ahora tiene usted un rostro de una belleza maravillosa, Mr. Gray. No frunza usted el ce駸. Lo tiene. Y ha belleza es una de las formas del genio; m 駸 alta, en verdad, que el genio, ya que no necesita explicaci駸. Es una de las grandes realidades del mundo, como la luz del sol, o la primavera, o el reflejo en las aguas oscuras de esa concha de plata que llamamos luna. No puede ponerse en duda. Es una soberan 駸 de derecho divino. Hace pr 駸 cipes a quienes la poseen. 駸 Sonr 駸 usted? 駸Ah!, cuando la haya perdido no sonreirusted... Con frecuencia se dice que la belleza es cosa superficial. Quiz 駸. Pero, en todo caso, no es tan superficial como el pensamiento. Para m la belleza es la maravilla de las maravillas. Unicamente los superficiales no juzgan por las apariencias. El verdadero misterio del mundo esten lo visible, no en lo invisible... S Mr. Gray, los dioses han sido ben 駸 olos con usted. Pero lo que los dioses dan, pronto lo quitan. Pocos a駸s le quedan a usted que vivir realmente, plenamente, perfectamente. Cuando su juventud pase, su belleza pasarcon ella, y entonces, bruscamente, descubrirusted que se acabaron los triunfos, o tendrusted que contentarse con esos peque駸s triunfos que el recuerdo del pasado hace m 駸 amargos que derrotas. Cada mes que transcurre le avecina a usted un porvenir espantoso. El tiempo tiene celos de usted, y guerrea contra sus azucenas y sus rosas. Se pondrusted l 駸 ido, y sus mejillas se hundir 駸, y sus ojos perder 駸 todo su brillo. Sufrirusted horriblemente... 駸Ah!, realice usted su juventud mientras la tiene. No dispendie usted el oro de sus d 駸 s, dando o 駸 os al necio, tratando de remediar su irremediable fracaso, o arrojando su vida al ignorante y al vulgo. Tales son los fines enfermizos, los falsos ideales de nuestra 駸 oca. 駸Viva usted! 駸Viva esa vida maravillosa que hay en usted! 駸No deje usted perder nada... Busque sin cesar sensaciones nuevas. No terna usted nada... Un nuevo hedonismo: eso es lo que ha menester nuestro siglo. Usted podr 駸 ser su s 駸 bolo visible. Con su belleza, nada hay que no pudiera usted hacer. El mundo es suyo por una temporada... Desde el momento en que le vi a usted, comprendque usted no se daba cuenta en absoluto de lo que realmente era usted, de lo que realmente podr 駸 ser. Hab 駸 en usted tantas cosas que me atra 駸 n, que comprendque era necesario revelarle a smismo. Pensé en lo tr 駸 ico que ser 駸 que se frustrase usted. 駸Porque es tan breve el espacio de vida que le queda a su juventud... tan breve! Las flores del campo se marchitan; pero florecen de nuevo. Ese c 駸 iso estarel pr駸imo junio tan amarillo como ahora. Dentro de un mes, esa clem 駸 ide se cubrirde estrellas de p 駸 pura, y a駸 tras a駸 el verde nocturno de sus hojas sostendrla p 駸 pura de sus estrellas. Pero, nosotros, jam 駸 recobraremos nuestra juventud. El pulso de alegr 駸 que late en nosotros a los veinte, va haci 駸 dose cada d 駸 m 駸 perezoso. Nuestros miembros flaquean, nuestros sentidos se estancan. Degeneramos en mu駸cos repugnantes, obsesionados por el recuerdo de las pasiones que nos hicieron retroceder atemorizados y de las tentaciones exquisitas a que no tuvimos el valor de ceder. 駸Juventud! 駸Juventud! 駸Nada hay en el mundo comparable a la juventud! Con los ojos muy abiertos, absorto, Dorian Gray escuchaba. La rama de lilas le cayde las manos sobre la grava. Una velluda abeja zumbun momento en torno de ella. Luego comenza pasear por los globitos ovales y estrellados de sus flores menudas. Dorian la miraba atentamente, con ese singular inter 駸 por las cosas triviales que tratamos de desarrollar cuando cosas de la m 駸 alta importancia nos sobrecogen o nos sentimos conmovidos por alguna emoci駸 nueva que no podemos expresar, o alg 駸 pensamiento que nos espanta toma de pronto asiento en nuestro cerebro, oblig 駸 donos a ceder a 駸. Al cabo dennos instantes, la abeja levantel vuelo y Dorian la vio posarse en el c 駸 iz moteado de un conv駸vulo tirio. La flor pareció estremecerse, y luego quedbalanc 駸 ndose suavemente. De pronto apareciel pintor en la puerta del estudio, haci 駸 doles signos reiterados de que entrasen. Volvi 駸 onse uno a otro, sonriendo. -Os estoy esperando -gritHallward -. Venid. Hay una luz perfecta en este momento. Pod 駸 s traer vuestros refrescos. Levant 駸 onse, y perezosamente se dirigieron hacia el estudio. Dos mariposas, verdes y blancas, pasaron revoloteando junto a ellos, mientras en el peral, que crec 駸 en un 駸 gulo del jard 駸, comenzaba a cantar un tordo. - 駸 Se alegra usted de haberme conocido? -preguntLord Henry, mir 駸 dole. -S ahora me alegro. Pero 駸 sersiempre as - 駸 Siempre? 駸Palabra tremenda! 駸Cada vez que la oigo me estremezco! 駸Las mujeres son tan aficionadas a emplearla! Echan a perder todas las novelas por su empe駸 en hacerlas eternas. Por otra parte, es una palabra sin sentido. La 駸 ica diferencia entre un capricho y una pasi駸 para toda la vida, es que el capricho dura un poco m 駸. Al ir a entrar en el estudio, Dorian Gray puso su mano en el brazo de Lord Henry. -En ese caso, que nuestra amistad sea un capricho -murmur ruboriz 駸 dose de su atrevimiento. Y subiendo de nuevo a la tarima recobrsu pose. Lord Henry se dejcaer en un amplio sill駸 de mimbre, y quedó absorto en su contemplaci駸. El ir y venir del pincel sobre el lienzo era el 駸 ico rumor que quebraba el silencio, excepto cuando, de tiempo en tiempo, retroced 駸 Hallward unos pasos para juzgar el efecto de su trabajo. En medio de los rayos oblicuos de sol que entraban por la puerta abierta danzaba un polvillo dorado. El aroma pesado de las rosas parec 駸 envolverlo todo. Al cabo de un cuarto de hora, dejde pintar Hallward; contempló durante largo rato a Dorian Gray, y luego el retrato, mordiscando la punta de uno de sus grandes pinceles, las cejas contra 駸 as. - 駸Terminado! -exclamal fin, y agach 駸 dose escribisu nombre en el 駸 gulo izquierdo del lienzo en grandes letras bermell駸. Acerc駸e Lord Henry para examinar el retrato. Indudablemente era una maravillosas obra de arte, y de un parecido tambi 駸 maravilloso. -Querido Basil, te felicito calurosamente -dijo -. Es el retrato m 駸 hermoso de estos tiempos. Ac 駸 quese usted, Mr. Gray, y cont 駸 plese. Estremeci駸e el adolescente, como si despertara de un sue駸. - 駸 Estcompletamente terminado? -murmur bajando de la tarima. -En absoluto -repuso el pintor -. Y hoy has posado espl 駸 didamente. Te estoy agradecid 駸 imo. -Eso me lo debes a m-interrumpiLord Henry -. 駸 Verdad, Mr. Gray? Sin contestar, negligentemente, Dorian fue a situarse frente al retrato. Cuando lo vio dio un paso atr 駸, y sus mejillas enrojecieron un momento de satisfacci駸. Sus ajos brillaron de alegr 駸, como si acabara de reconocerse por vez primera. Queden pie, inm駸il, maravillado, d 駸 dose cuenta apenas de que Lord Henry le estaba hablando, pero sin comprender el sentido de sus palabras. La significaci駸 de su propia belleza se apoderde 駸 como una revelaci駸. Jam 駸 hab 駸 sentido lo que ahora. Los cumplidos de Basil Hallward le hab 駸 n parecido siempre simples exageraciones -encantadoras, eso s de la amistad. Los hab 駸 escuchado, re 駸 o de ellos e inmediatamente olvidado. No hab 駸 n influido en 駸 lo m 駸 m 駸 imo. Entonces hab 駸 venido Lord Henry Wotton con su extra駸 paneg 駸 ico de la juventud y la advertencia terrible de su fugacidad. El o 駸 le, ya le hab 駸 impresionado; pero ahora, al contemplar la sombra de su propia belleza, la plena realidad de sus palabras acababa de traspasarle. S d 駸 llegar 駸 en que su rostro se arrugara y marchitase, y sus ojos se tornasen incoloros y opacos, y la gracia de su figura quedara rota y deforme. El carm 駸 se borrar 駸 de sus labios y el oro huir 駸 de sus cabellos. La vida, que iba a modelar su alma, acabar 駸 con su cuerpo. Se convertir 駸 en algo horrendo, repugnante y grosero. Al pensar en ello, una aguda congoja de dolor le traspascomo un cuchillo, haciendo vibrar cada fibra delicada de su naturaleza. Sus ojos se oscurecieron en un morado de amatista y una bruma de l 駸 rimas los empa駸. Sent 駸 como si una mano de hielo le estrujase el coraz駸. - 駸 No te gusta? -exclam al fin, Hallward, un tanto mortificado por el silencio de Dorian, no d 駸 dose cuenta de lo que significaba. -Naturalmente que le gusta -dijo Lord Henry -. 駸 A qui 駸 no le va a gustar? Es una de las obras capitales del arte moderno. Te darpor 駸 lo que pidas. Tiene que ser m 駸. -No me pertenece, Harry. - 駸 A qui 駸 pertenece entonces? -A Dorian, como es natural -contestel pintor. - 駸Dichoso 駸! - 駸Qucosa tan triste! -murmurDorian Gray, con los ojos fijos a 駸 en su retrato -. 駸Qucasa tan triste! 駸Pensar que yo envejecery me pondrhorrible, espantoso, y que este retrato permanecersiempre joven! Nunca tendrm 駸 edad de la que tiene en este d 駸 de junio... 駸Si fuese siquiera al rev 駸! 駸Si fuera yo el que permaneciese siempre joven, y el retrato el que envejeciese! 駸No s.. no slo que dar 駸 por esto! 駸S dar 駸 el mundo entero! 駸Dar 駸 hasta mi alma! -Me parece que el trato no te convendr 駸 mucho, 駸 eh, Basil? -exclamLord Henry, ech 駸 dose a re 駸 -. No tardar 駸 tu obra en empezar a cuartearse. -Puedes estar seguro de que me opondr 駸 con todas mis fuerzas, Harry -replicel pintor. Volvi駸e Dorian Gray hacia 駸. -Lo creo, Basil. Tquieres tu arte m 駸 que a tus amigos. Para ti no valgo m 駸 que cualquiera de esas figulinas de bronce verde. Y aun puede que no tanto. El pintor le mircon asombro. 駸 C駸o pod 駸 Dorian hablar as 駸 Qué hab 駸 sucedido? Parec 駸 profundamente irritado. Tenla el rostro encendido y las mejillas ardiendo. -S-continu, soy menos para tque tu Hermes de marfil o tu fauno de plata. A ellos siempre los querr 駸 igual. 駸 Cu 駸 to tiempo me querr 駸 a mi? Hasta que me salga la primera arruga, sin duda. Ahora sque, cuando se pierde la belleza, sea grande o peque , se pierde todo. Ese retrato me lo ha ensedo. Lord Henry Wotton tiene raz. La juventud es la 駸 ica cosa del mundo digna de ser codiciada. Cuando me dcuenta de que estoy envejeciendo, me matar Hallward palideciy le cogila mano. - 駸Dorian! 駸Dorian! -exclam-. No hables as Nunca he tenido un amigo como t y nunca tendrotro semejante. Tno puedes tener celos de una cosa puramente material, 駸 no es cierto?; t que eres m 駸 hermoso que todas. -Tengo celos de todo aquello cuya belleza no muere. Tengo celos de ese retrato que has pintado. 駸 Por qutiene 駸 que conservar lo que yo tengo que perder? Cada momento que pasa me quita algo a mpara d 駸 selo a 駸. 駸Oh, si siquiera fuese al rev 駸! 駸Si el retrato pudiera cambiar en lugar m 駸, y yo permanecer tal como soy ahora! 駸 Por qué lo has pintado? 駸D 駸 llegaren que se burle de m. en que se burle cruelmente! Sus ojos se arrasaron en l 駸 rimas candentes, sus manos se retorc 駸 n. Arroj 駸 dose sobre el div 駸, escondiel rostro en los almohadones, como si estuviese rezando. -Mira tu obra, Harry -dijo el pintor amargamente. Lord Henry se encogide hombros. -Ese es el verdadero Dorian Gray, simplemente. -No lo es. -Si no lo es, 駸 qutengo yo que ver con ello? - 駸Si te hubieses ido cuando te lo indiqu -dijo el pintor entre dientes. -Me quedcuando me lo rogaste -replicLord Henry. -Harry, no voy a re駸r con mis dos mejores amigos al mismo tiempo; pero entre ambos me hab 駸 s hecho aborrecer la obra mejor de mi vida, y voy a destruirla. 駸 Ques, al fin y al cabo, sino lienzo y pintura? No quiero que venga a interponerse entre nuestras tres vidas y a echarlas a perder. Dorian Gray levantla cabeza de los almohadones y, p 駸 ido el rostro y los ojos ba dos en l 駸 rimas, te mirdirigirse hacia la mesa de pintor, situada ante el ventanal. 駸 Quir 駸 a hacer? Sus dedos erraban entre el desorden de tubos y pinceles, buscando algo. S era la esp 駸 ula, de hoja larga y flexible de acero. Al fin la encontr 駸Iba a destrozar el lienzo! Con un sollozo ahogado se puso en pie el adolescente, y, corriendo hacia Hallward, le arrancde la mano la esp 駸 ula, que tiral otro extremo del estudio. - 駸No, Basil, no! -grit-. 駸Ser 駸 un asesinato! Celebro que al fin aprecies mi obra, Dorian -dijo el pintor fr 駸 mente, reponi 駸 dose de la sorpresa -. Nunca lo hubiera esperado. - 駸 Apreciarla? La adoro, Basil. Es como parte de mmismo. -Bueno, pues en cuanto est 駸 seco, ser 駸 barnizado y enviado a tu casa. Entonces, podr 駸 hacer contigo lo que gustes. Y, atravesando la habitaci駸, tocel timbre para que trajesen el t -Tomar 駸 una taza de t 駸 verdad, Dorian? 駸 Y t Harry, tambi 駸? 駸 O present 駸 s alguna objeci駸 a placeres tan sencillos? -Yo adoro los placeres sencillos -dijo Lord Henry -. Son el 駸 timo refugio de los hombres complicados. Pero no me gustan las escenas fuera del teatro. 駸Qupar de seres absurdos sois! Me asombra que hayan definido al hombre como un animal racional. 駸Definici駸 prematura, si las hay! El hombre es todo lo que se quiera, menos racional. Y yo, por mi parte, me alegro de que no lo sea. Aunque no por eso deje de parecerme grotesco que os pong 駸 s a re駸r con motivo del retrato. Habr 駸 s hecho mucho mejor en ced 駸 melo, Basil. Este ni駸 absurdo no lo necesita para nada, y yo s - 駸Si se los das a otro que a m Basil, no te lo perdonaren mi vida!exclamDorian Gray -; y no tolero a nadie que me llame ni駸 absurdo. -Ya sabes que el cuadro es tuyo, Dorian. Te lo di antes de que existiese. -Y tambi 駸 sabe usted que se ha portado como un ni駸 absurdo, Mr. Gray, y que no tiene usted por qumolestarse de que le recuerden que es sumamente joven. -Esta ma na me habr 駸 molestado en extremo, Lord Henry. - 駸Ah, esta mana! De entonces acha vivido usted mucho. Llamaron ala puerta, y entrel mayordomo con el servicio de t que colocencima de una mesita de laca. Hubo un rumor de tazas y platillos y el silbar de una acanalada tetera de Georgia. Un criado trajo dos fuentes de porcelana cubiertas. Dorian Gray se levanta servir el t y los dos amigos se acercaron indolentemente a la mesa e investigaron lo que hab 駸 bajo las coberteras. -Vamos al teatro esta noche -dijo Lord Henry -. Seguramente hay algo nuevo. Yo hab 駸 prometido ir a cenar con los White; pero como se trata de un amigo de confianza, puedo avisarle dici 駸 dole que estoy malo, o que un compromiso posterior me impide ir. S me parece que esta 駸 tima ser 駸 una excusa divertida, con todo el encanto de la ingenuidad. - 駸Es tan molesto tener que ponerse de frac! -murmurHallward-. 駸Y estuno tan fachoso con 駸! -S-contestLord Henry como en sue駸s -; el traje del siglo diecinueve es lamentable. 駸Tan sombr 駸, tan deprimente! La verdad es que el pecado es el 駸 ico elemento pintoresco que ha quedado en la vida moderna. -Creo que no deber 駸 s decir mis cosas delante de Dorian, Harry. - 駸 Delante de quDorian? 駸 El que estsirvi 駸 donos el to el de ese retrato? -Delante de los dos. -Me gustar 駸 ir al teatro con usted, Lord Henry, -dijo entonces el adolescente. -Pues venga usted, y ttambi 駸, 駸 eh, Basil? -Me es absolutamente impasible. Tengo una porci駸 de cosas que hacer. -Bueno, en ese caso iremos los dos solos, Mr. Gray. - 駸Cu 駸 to me alegro! Mordi駸e el pintor los labios, dirigi 駸 dose, con la taza en la mano, hacia el retrato. -Yo me quedarcon el verdadero Dorian -dijo tristemente. - 駸 Es 駸 e el verdadero Dorian? -exclamel original, avanzando hacia 駸 -. 駸 Soy, de veras, as -Exactamente. - 駸Qumaravilla, Basil! -Por lo menos, aseres en apariencia. Pero 駸 te no cambiarnunca -suspirHallward -. 駸Ya es algo! - 駸Cu 駸 to ruido mete la gente a prop駸ito de la constancia! -exclamLord Henry -. 駸Si hasta en clamor no es m 駸 que una cuesti駸 fisiol駸ica! 駸 Qué tiene eso que ver con nuestra voluntad? Los j駸enes se empe n en ser fieles y no lo pueden; los viejos tratan de no serlo, y tampoco pueden. A eso se reduce todo. -No vayas esta noche al teatro, Dorian -dijo Hallward-. Qu 駸 ate a cenar conmigo. -No puedo, Basil. - 駸 Por qu -Ya he prometido a Lord Henry acomparle. -No creas que te apreciarm 駸 por cumplir tu palabra. 駸 l siempre falta a las suyas. Te ruego que te quedes. Dorian Gray se echa re 駸, moviendo negativamente la cabeza. -Te lo suplico... -Vacilante, el muchacho mira Lord Henry, que les observaba desude la mesa con una sonrisa divertida. -No tengo m 駸 remedio que ir, Basil -contest -Perfectamente -dijo Hallward, yendo a dejar su taza en la bandeja -. Es bastante tarde, y, si ten 駸 s que vestiros, har 駸 s bien en no perder tiempo. Adi, Harry. Adi, Dorian. Ven pronto a verme. Ven mana. -Desde luego. - 駸 No te olvidar 駸? -Claro que no -exclamDorian. -Y... 駸Harry! - 駸 Qu Basil? -Acu 駸 date de lo que te pedesta mana en el jard 駸. -Lo he olvidado. -Conf 駸 en ti. - 駸Ojalpudiera yo tambi 駸 confiaren m -dijo Lord Henry, riendo -. Vamos, Mr. Gray, tengo el coche a la puerta, y le dejara usted en su casa. Adi駸, Basil. He pasado una tarde deliciosa. Al cerrarse la puerta, dej駸e caer el pintor en el div 駸, y una expresi駸 de dolor contrajo su rostro. CAPITULO III Al otro d 駸, doce y media, bajaba Lord Henry Wotton por la calle de Curzon, en direcci駸 a la de Albany, con ganas de ir a ver a su t 駸 Lord Fermor, solter駸 bondadoso, si bien un tanto brusco, tachado de ego 駸 ta por la gente que no sacaba de 駸 provecho alguno, pero al que la buena sociedad consideraba generoso, por el mero hecho de dar de comer a quienes le divert 駸 n. Su padre hab 駸 sido embajador nuestro en Madrid, cuando Isabel era joven y Prim desconocido; pero se hab 駸 retirado de la diplomacia en un momento de mal humor, porque no le ofrecieron la embajada de Par 駸, puesto para el que se consideraba especialmente designado a causa de su nacimiento, su indolencia, el buen ingl 駸 de sus despachos y su desordenada afici駸 a los placeres. El hijo, que hab 駸 sido secretario del padre, presentla dimisi駸 al mismo tiempo, un peco aturdidamente, seg 駸 se dijo entonces, y pocos meses despu 駸, habi 駸 dole sucedido en el t 駸 ulo, se dedical grave estudio del gran arte aristocr 駸 ico de no hacer absolutamente nada. Ten 駸 dos hermosas casas en la ciudad; pero, para mayor comodidad, prefer 駸 vivir en un pisito amueblado, comiendo habitualmente en su c 駸 culo. De cuando en cuando se ocupaba de la administraci駸 de sus minas de carb駸, alegando, para excusarse de esta m 駸 ula de industria, que la 駸 ica ventaja de tener carb駸 era que permit 駸 a un gentilhombre el lujo de hacer fuego de le en su propia chimenea. En pol 駸 ica, era conservador; excepto cuando los conservadores sub 駸 n al poder, per 駸 do durante el cual les acusaba rotundamente de ser un hatajo de radicales. Era un h 駸 oe para su ayuda de c 駸 ara, que le tiranizaba, y el terror de casi todos sus deudos y parientes, a quienes, a su vez, tiranizaba. S駸o Inglaterra hubiera podido producirlo; y, sin embargo, continuamente repet 駸 que el pa 駸 se iba al traste . Sus principios estaban anticuados; pero, en cambio, mucho bueno podr 駸 decirse a favor de sus prejuicios. Cuando Lord Henry entren el curto encontra su t 駸 sentado en un butac駸, vestido con una recia cazadora, fumando un puro y refunfundo sobre un n 駸 ero del Times . - 駸Hola, Harry! -exclamel viejo pr駸er -. 駸 Ques lo que te trae a estas horas? Yo cre 駸 que los j駸enes a la moda no os levant 駸 ais hasta las das y no estabais visibles hasta las cinco. -Puro amor de familia; se lo aseguro, t 駸 Jorge. Necesito pedirle a usted una cosa. -Dinero, supongo -dijo Lord Fermor, torciendo el gesto -. Bueno, si 駸 tate y dime de quse trata. Los j駸enes, hoy, creen que el dinero es todo. -S-murmurLord Henry, aboton 駸 dose la americana -; y cuando llegan a viejos, lo saben. Pero no es dinero lo que necesito. Unicamente los que pagan sus cuentas necesitan dinero, t 駸 Jorge, y yo no pago las m 駸 s. El cr 駸 ito es el capital de los hijos de familia, y se puede vivir de 駸 perfectamente. Lo que necesito es un informe. No un informe 駸 il, naturalmente, sino un informe in 駸 il. -Bien; puedo decirte todo lo que se encuentra en un Libro Azul ingl 駸, Harry; aunque esas gentes, hoy, escriben una porci駸 de tonter 駸 s. Cuando yo estaba en la Diplomacia, las cosas iban mucho mejor. Pero, ahora, he o 駸 o que se entra por oposici駸. 駸 Qupuede esperarse de gentes as Los ex 駸 enes, se駸r m 駸, son una pura paparrucha, de cabo a rabo. Si un hombre es un caballero, en toda la acepci駸 de la palabra, ya sabe bastante; y si no lo es, todo lo que aprenda no harm 駸 que perjudicarle. -Mr. Dorian Gray no tiene nada que ver con las Libros Azules , t 駸 Jorge -dijo Lord Henry, l 駸 guidamente. - 駸 Mr. Dorian Gray? 駸 Qui 駸 es ese Mr. Dorian Gray? -preguntLord Fermor, frunciendo sus espesas cejas blancas. -Eso es lo que he venido a saber, t 駸 Jorge. Es decir, qui 駸 es lo s Es el 駸 timo nieto de Lord Kelso. Su madre era una Devereux: Lady Margaret Devereux. Desear 駸 que me hablase usted de su madre. 駸 C駸o era? 駸 Con qui 駸 se cas Usted, que conocia casi todo el mundo de su 駸 oca, debiconocerla a ella. Ese Mr. Gray me interesa mucho en estos momentos. Acabo de conocerle. - 駸El nieto de Kelso! -repitiel viejo pr駸er -. 駸El nieto de Kelso!... Naturalmente... conocmucho a su madre. Era una muchacha extraordinariamente bonita la tal Margaret Devereux, que dejfuriosos a todos escap 駸 dose con un mozo que no ten 駸 un c 駸 timo, un don nadie, subalterno en un regimiento de infanter 駸, o algo por el estilo. Ya lo creo... Me acuerdo de toda la historia como si fuera ayer. Al pobre chico le mataron en duelo en Spa, pocos meses despu 駸 de su matrimonio. Fue una historia bastante fea. Dicen que Kelso compra un aventurero de la peor especie, alguna bestia belga, para que insultase en p 駸 lico a su hijo pol 駸 ico -lo compr sse駸r, lo compró -, y que el fulano ensarta su hombre como si fuera un pich駸. Echaron tierra al asunto; pero, por fas o por nefas, el caso es que Kelso, a los pocos d 駸 s, ten 駸 que comer solo en el c 駸 culo. Recogia su hija, me dijeron; pero ella no volvia dirigirle nunca la palabra. 駸Historia fea, historia fea! La muchacha murial cabo de un a駸... 駸 Conque ha dejado un hijo, eh? Hab 駸 olvidado ese detalle. 駸 Y qutal es ese muchacho? Si se parece a su madre debe ser un guapo chico. -Guap 駸 imo -asintiLord Henry. -Esperemos que caiga en buenas manos -continuLord Fermor -. Debe tener una bonita fortuna en perspectiva, si Kelzo hizo bien las cosas. Su madre tambi 駸 ten 駸 dinero. Todas las propiedades de Selby fueron a parar a ella, por parte de su abuelo, que detestaba a Kelso, juzg 駸 dole un perro taca駸. 駸Y vaya si lo era! Una vez vino a Madrid estando yo all Te aseguro que me avergonz La reina me preguntaba qui 駸 era aquel arist駸rata ingl 駸 que se pasaba la vida disputando con los cocheros por unos c 駸 timos. Fue toda una historia; estuve m 駸 de un mes sin atreverme a asomar la nariz por la corte. Esperemos que haya tratado a su nieto mejor que a aquellos bribones. -No s-respondiLord Henry -. Me parece que debe haber quedado bien. Todav 駸 no es mayor de edad. Sque tiene Selby. Por lo menos, asme lo ha dicho. Y... su madre, 駸 era realmente bonita? -Margaret Devereux era una de las mujeres m 駸 encantadoras que he visto en mi vida, Harry. Nunca he podido comprender qupudo inducirla a hacer lo que hizo. Como que hubiera podido casarse con quien se le hubiese antojado. Carlington estaba loco por ella. Pero ella era una rom 駸 tica. Todas las mujeres de esa familia lo fueron. Los hombres eran lamentables; pero, 駸caramba!, las mujeres eran extraordinarias. Carlington estaba de rodillas ante ella; 駸 mismo me lo ha dicho. No hab 駸 entonces una muchacha en Londres que no corriese tras 駸; pero ella se le rien sus narices. Y a prop駸ito, Harry, ya que hablamos de matrimonios absurdos, 駸 qupaparrucha es 駸 a que me ha contado tu padre de que Dartmoor quiere casarse con una americana? 駸 Es que no hay ninguna muchacha inglesa digna de 駸? 駸Pero si ahora estde moda casarse con una americana, t 駸 Jorge! 駸Pues yo sostendra las mujeres inglesas, aunque sea contra el mundo entero, Harry! -exclamLord Fermor, descargando un pu駸tazo sobre la mesa. -Por el momento, las americanas est 駸 en alza. - 駸Bah!, me han dicho que carecen de resistencia -dijo entre dientes su t 駸. -Una carrera larga las deja exhaustas; pero en el steeplechase no tienen rival. Cogen las cosas al vuelo. - 駸 Y quson los padres de ella? -gru駸 el anciano arist駸rata -. 駸 Los tiene siquiera? Lord Henry sacudila cabeza. -Las muchachas americanas son tan h 駸 iles para ocultar sus padres, como las mujeres inglesas para ocultar su pasado -dijo, levant 駸 dose para irse. - 駸Siempre ser 駸 salchicheros! -Aslo espero, t 駸 Jorge, por fortuna para Dartmoor. He o 駸 o decir que la salchicher 駸 es la profesi駸 m 駸 lucrativa en Am 駸 ica, despu 駸 de la pol 駸 ica. - 駸 Y es bonita? -Hace como si lo fuera. La mayor parte de las americanas son as Ese es el secreto de su encanto. - 駸 Por quno podr 駸 esas americanas quedarse en su pa 駸? 駸 No est 駸 siempre dici 駸 donos que aquello es el para 駸 o de las mujeres? -Y lo es. Por eso, como Eva, tienen tanta prisa por salir de 駸 -repuso Lord Henry -. Bueno, adi駸, t 駸 Jorge. Voy a llegar tarde a comer si me quedo m 駸 tiempo. Gracias por los informes que deseaba. Me gusta siempre saber todo lo que se refiere a mis nuevos amigos, y nada de lo que se refiere a los antiguos. - 駸 D駸de comes hoy, Harry? -En casa de t 駸 Agatha. Nos ha invitado a my a Mr. Gray, que es su 駸 timo protegido. - 駸Jum! Haz el favor de decir a tu t 駸 Agatha, Harry, que no me moleste m 駸 con sus obras de caridad. Estoy de ellas hasta la coronilla. 駸Caramba!, tu t 駸 sin duda se figura que no tengo otra cosa que hacer que extender cheques para satisfacer su rid 駸 ula man 駸. -Bien, t 駸 Jorge, se lo dir pero no le harel menor efecto. Los fil 駸 tropos pierden toda noci駸 de humanidad. l S su caracter 駸 tica. El anciano gru駸 aprobativamente y tocel timbre para que viniera el criado. Lord Henry tompor la arcada baja de la calle de Burlington, encaminando sus pasos hacia la plaza de Berkeley. 駸As 駸 a era la historia de los padres de Dorian Gray! Crudamente, tal como le fue contada, le hab 駸, sin embargo, impresionado como una novela extra y casi contempor 駸 ea. Una mujer hermosa arriesg 駸 dolo todo por una loca pasi駸. Unas cuantas semanas de dicha, bruscamente interrumpida por un crimen alevoso y repugnante. Meses de agon 駸 muda, y luego un hijo nacido en el dolor. La madre arrebatada por la muerte; el ni駸 abandonado ala soledad y a la tiran 駸 de un viejo desalmado. S era un fondo interesante. Hac 駸 resaltar al mancebo, le hac 駸 parecer m 駸 perfecto como quien dice. Detr 駸 de todo lo que es exquisito hay siempre algo tr 駸 ico. Mundos enteros tuvieron que ser removidos para que la m 駸 humilde planta pudiera florecer... 駸Y quencantador hab 駸 estado la noche antes, en la cena, con aquellos ojos at駸itos y los labios entreabiertos de placer y temor, sentado frente a el en el comedor del c 駸 culo, mientras las pantallas rojas de las buj 駸 s te駸an de un rusa m 駸 intenso la sorpresa creciente de su rostro! Hablarle, era como tocar en un viol 駸 maravilloso. Respond 駸 al menor contacto y vibraci駸 del arco... Hab 駸 algo terriblemente apasionante en el ejercicio de la influencia. Ninguna actividad pod 駸 compar 駸 sele. Proyectar nuestra alma en una forma atractiva, dej 駸 dola reposar en ella por un instante; o 駸 uno de sus ideas devueltas en eco, con toda la m 駸 ica a dida de la pasi駸 y la juventud; transmitir nuestra naturaleza a otra como si fuera un fluido sutil o un extra駸 perfume. Hab 駸 en todo esto un goce positivo; acaso el m 駸 perfecto de todos los que nos ha dejado una 駸 oca tan limitada y banal como la nuestra, una 駸 oca grosamente carnal en sus placeres y groseramente vulgar en sus ideales... Verdad que era un ejemplar maravilloso el mancebo a quien por tan singular casualidad conociera en el estudio de Basil; por lo menos, pod 駸 llegar a serlo. Encarnaba la gracia y la blanca pureza de la infamia y la belleza que los antiguas m 駸 moles griegos nos han conservado. Nada hab 駸 que no se pudiera conseguir de 駸. Lo mismo podr 駸 hacerse de 駸 un tit 駸 que un juguete. 駸L 駸 tima que belleza semejante estuviera destinada a marchitarse!... 駸 Y Basil? Desde un punto de vista psicol駸ico, 駸qué interesante! Una modalidad nueva de arte, un nuevo modo de concebir la vida, sugeridos tan extramente por la simple presencia visible de un ser, inconsciente de todo ella, el esp 駸 itu silencioso que moraba en los bosques umbr 駸 s, y caminaba invisible por las llanuras, mostr 駸 dose s 駸 itamente, como una dr 駸 de sin miedo, porque en su alma que le buscaba hab 駸 sido despertada esa visi駸 maravillosa, 駸 ica que revela las grandes maravillas; las simples formas y apariencias de las cosas depur 駸 dose, por decirlo as y conquistando una especie de valor simb駸ico, como si fueran ellas a su vez moldes de otras formas m 駸 perfectas, cuya sombra hiciesen real: 駸qué extra駸 todo ello! Algo an 駸 ogo recordaba en la historia. 駸 No era Plat駸, aquel artista en pensamiento, quien primero lo hab 駸 analizado? 駸 No fue Buonarotti quien lo cincelen el m 駸 mol policromo de una serie de sonetos? Pero en nuestro siglo era realmente extra駸... S 駸 tratar 駸 de ser para Dorian Gray lo que 駸 te, sin saberlo, era para el pintor que hab 駸 trazado el espl 駸 dido retrato. 駸 l intentar 駸 dominarlo; realmente, ya lo hab 駸 conseguido a medias. El har 駸 completamente suyo aquel admirable esp 駸 itu. Hab 駸 algo fascinante en este hijo del Amor y la Muerte. De pronto se detuvo, y mirlas fachadas. Advirtique hab 駸 pasado de casa de su t 駸, y sonriendo de smismo, volviatr 駸. Al entrar en el vest 駸 ulo un tanto sombr 駸, el mayordomo le dijo que ya se hab 駸 n sentado a la mesa. Entrega uno de los criadas el sombrero y el bast駸, y pasal comedor. -Tarde, como de costumbre, Harry -le gritsu t 駸, meneando la cabeza. Inventuna excusa cualquiera, y ocupando el sitio vac 駸, junto a ella, paseuna mirada en torno para ver qui 駸 hab 駸. Dorian le hizo una t 駸 ida inclinaci駸 de cabeza desde un extremo de la mesa, ruboriz 駸 dose de contento. Enfrente ten 駸 a la duquesa de Harley, dama de car 駸 ter afabil 駸 imo y humor excelente, muy querida por cuantos la conoc 駸 n, y de esas amplias proporciones arquitect駸icas que, en las mujeres, cuando no son duquesas, nuestros historiadores contempor 駸 eos describen como obesidad. Junto a ella, a su derecha, se encontraba Sir Thomas Burdon, miembro radical del Parlamento, que en la vida p 駸 lica iba en pos de su jefe, y en la vida privada en pos de los buenos cocineros, comiendo con los conservadores y pensando con los liberales, con arreglo a una norma discreta y conocida. El puesto de su izquierda lo ocupaba Mr. Erskine, de Treadley, gentilhombre entrado en a駸s, muy ameno y muy culto, que, sin embargo, hab 駸 dado en la mala costumbre de callar, ya que, como explicun d 駸 a Lady Agatha, hab 駸 dicho antes de los treinta todo lo que ten 駸 que decir. La vecina de Lord Henry era Mrs. Vandeleur, una de las amigas m 駸 antiguas de su t 駸, santa entre las santas; pero tan horriblemente desalida, que hac 駸 pensar en un devocionario mal encuadernado. Afortunadamente para 駸, Mrs. Vandeleur ten 駸 al otro lado a Lord Faudel, inteligent 駸 ima mediocridad entre dos edades, tan calvo como una declaraci駸 ministerial en la C 駸 ara de los Comunes, con el que conversaba de esa manera profundamente seria que, como a menudo hab 駸 observado, es el 駸 ico error imperdonable en que caen todas las personas excelentes, y al que ninguna de ellas puede escapar por completo. -Est 駸 amos hablando de ese pobre Dartmoor, Lord Henry -gritla duquesa, haci 駸 dole un amable saludo con la cabeza -. 駸 Cree usted que realmente se casarcon esa interesante personita? -Me parece que ella tiene la intenci駸 de propon 駸 selo, duquesa. - 駸Quhorror! -exclamLady Agatha -. 駸Realmente habr 駸 que intervenir! -Me han dicho, de buena tinta, que su padre tiene un almac 駸 de novedades americanas -dijo Sir Thomas Burdon, con gesto despectivo. -Mi t 駸 le supon 駸 salchichero, Sir Thomas. - 駸 Novedades? 駸 Qunovedades americanas son 駸 as? -preguntla duquesa, levantando sus gruesas manos con adem 駸 de asombro. -Novelas americanas -repuso Lord Henry, sirvi 駸 dose un trozo de codorniz. La duquesa parecidesconcertada. -No le haga usted caso, querida -murmurLady Agatha -. Nunca sabe lo que dice. -Cuando Am 駸 ica fue civilizada... -dijo el miembro radical; y comenzó una fastidiosa disertaci駸. Como todos los que tratan de agotar un tema, acababa siempre por agotar a sus oyentes. La duquesa suspiry ejercisu privilegio de interrupci駸. - 駸Ojalno lo hubiera sido nunca! -exclam-. Realmente, nuestras hijas, hoy, tienen poca suerte. Es una injusticia. -Quiz despu 駸 de todo, no haya sido civilizada Am 駸 ica -dijo Mr. Erskine -. Yo, por mi parte, dir 駸 que no ha sido m 駸 que descubierta. - 駸Oh!, aquhemos visto algunas muestras femeninas de sus habitantes -respondivagamente la duquesa -. Y preciso es confesar que la mayor parte de ellas son preciosas. Y se visten divinamente. Encargan todos sus trajes a Par 駸. Ya quisiera yo poder hacer lo mismo. -Dicen que cuando los americanos buenos se mueren van a Par 駸 -dijo, riendo entre dientes Sir Thomas, que ten 駸 un guardarropa bien surtido de desechos de ingenio. - 駸 De verdad? Y los americanos malos, 駸 ad駸de van? -Se quedan en Am 駸 ica -murmurLord Harry. Sir Thomas fruncien cedo. -Temo que su sobrino estprevenido en contra de ese gran pa 駸 - dijo a Lady Agatha -. Yo lo he recorrido todo en trenes especiales y les aseguro a ustedes que esa visita es una ense nza. - 駸 Entonces va a ser preciso que veamos Chicago para acabar nuestra educaci駸? -preguntMr. Erskine, lastimeramente -. Yo no me siento con 駸 imos para el viaje. Sir Thomas levantla mano. -Mr. Erskine de Treadley tiene el mundo en sus estanter 駸 s. Nosotros, los hombres pr 駸 ticos, necesitamos ver las cosas, en lugar de leer lo que dicen de ellas. Los americanos son un pueblo en extremo interesante. Pueblo de raz駸, si los hay. Creo que es su caracter 駸 tica esencial. S Mr. Erskine, un pueblo con sentido com 駸. Le aseguro a usted que allno se andan con sensibler 駸 s. - 駸Quhorror! -exclamLord Henry -. La fuerza bruta, todav 駸 se concibe; pero la raz駸 bruta es completamente intolerable. Hay en el uso de ella algo bestial, algo que queda siempre por debajo de la inteligencia. -No comprendo lo que quiere usted decir -repuso Sir Thomas, enrojeciendo. -Yo, s Lord Henry -murmurMr. Erskine, con una sonrisa. -Las paradojas est 駸 bien como pasatiempo -adisir Thomas - ; pero..: - 駸 Era una paradoja? -preguntMr. Erskine -. No lo creo... S es posible que lo fuera. Al fin y al cabo, el camino de la paradoja es el camino de la verdad. Para conocer la realidad es preciso verla en la cuerda floja. Hasta que las verdades no se hacen acr駸atas no podemos juzgarlas. - 駸Santo Dios! -exclamLady Agatha -. 駸Qucosas dicen ustedes los hombres! Estoy segura de que jam 駸 podrentenderlas. 駸Ah, Harry! Estoy enfadad 駸 ima contigo. 駸 Por quhas convencido a nuestro encantador Mr. Dorian Gray de que renuncie a mis sociedades obreras? Te aseguro que nos hubiera sido inapreciable, y que habr 駸 tenido un gran 駸 ito tocando el piano. -Quiero que toque para msolo -contestLord Henry, sonriendo; y, mirando al extremo de la mesa, recogila respuesta de una mirada brillante. - 駸Pero hay tantos desgraciados en Whitechapel!-replicLady Agatha. -Puedo simpatizar con todo, menos con el sufrimiento -dijo Lord Henry, encogi 駸 dose de hombros -. Con esto no me es posible simpatizar. Es demasiado feo, demasiado horrible, demasiado deprimente. Hay algo agudamente enfermizo en esta simpat 駸 moderna por el dolor. Deber 駸 mos simpatizar con el color, la belleza, la alegr 駸 de la vida. Mientras menos se hable de las miserias de 駸 ta, mejor. -Sin embargo, el problema de las clases pobres es un problema de suma importancia -hizo observar Sir Thomas, con una grave inclinaci駸 de cabeza. - 駸Ya lo creo! -contestLord Henry -. Es el problema de la esclavitud, y tratamos de resolverlo divirtiendo a los esclavos. El pol 駸 ico le mirentornando los ojos. -Entonces, 駸 qucambios propone usted, qumedidas? Lord Henry se echa re 駸. - 駸Oh! Yo no deseo cambiar nada en Inglaterra, como no sea la temperatura -contest-. A mme basta y me sobra con la contemplaci駸 filos駸ica. Pero, como el siglo XIX ha hecho bancarrota a causa de su prodigalidad de sentimentalismo, me limitar 駸 a proponer que recurri 駸 emos a la ciencia para volvernos al buen camino. La ventaja de las emociones es que nos descarr 駸 n, y la ventaja de la ciencia es no ser emocionante. - 駸Pero tenemos responsabilidades tan graves! -se aventura decir Mrs. Vandeleur. - 駸Terriblemente graves! -hizo eco Lady Agatha. Lord Henry dirigiuna mirada a Mr. Erskine. -La humanidad se toma demasiado en serio. Es el pecado original del mundo. Si el hombre de las cavernas hubiera sabido re 駸, la historia ser 駸 otra. -Es muy consolador eso que usted dice -susurrla duquesa -. Antes, siempre que ven 駸 a ver a su querida t 駸, casi me sent 駸 culpable del poco inter 駸 que me inspiraban esas clases pobres. Desde ahora me atrevera mirarla cara a cara, sin sonrojarme. -El sonrojarse sienta muy bien, duquesa -observLord Henry. -Cuando se es joven -contestella -. Pero cuando una vieja como yo se sonroja, mal s 駸 toma. 駸Ay, Lord Henry! D 駸 ame usted qudebo hacer para volver a ser joven. Lord Henry quedpensativo un instante. - 駸 Podr 駸 usted recordar alg 駸 gran pecado de sus primeros a駸s, duquesa? -pregunt mir 駸 dola por encima de la mesa. - 駸Ay, temo que una porci駸! -exclamla duquesa. -Pues vuelva usted a cometerlos -dijo 駸 gravemente -. Para recobrar la juventud no tiene uno m 駸 que repetir sus locuras. - 駸Deliciosa teor 駸! -gritla duquesa -. 駸Tengo que ponerla en pr 駸 tica! - 駸Peligrosa teor 駸! -dictaminaron los labios sumido de Sir Thomas. -Lady Agatha menela cabeza; pero no pudo abstenerse de sonre 駸. Mr. Erskine escuchaba. -S-continuLord Henry -; 駸 te es uno de los grandes secretos de la vida. Hoy, la mayor parte de las personas mueren de un sentido com 駸 a ras de tierra, y descubren, cuando ya es demasiado tarde, que lo 駸 ico que se echa de menos son los propios errores. Una risa general corripor toda la mesa. Lord Henry jugcon la idea, obstin 駸 dose en ella; la arrojaba al tire, transform 駸 dola; la dejaba escapar, para capturarla de nuevo; la irisaba de fantas 駸 y le daba alas de paradoja. El elogio de la locura se elevhasta la filosof 駸, y la filosof 駸 misma fue rejuvenecida, y hurtando la m 駸 ica caprichosa del placer, con la t 駸 ica maculada de vino y coronada de hiedra, danzó como una bacante sobre las colinas de la vida, haciendo burla de la sobriedad del tardo Sileno. Los hechos hu 駸 n ante ella como asustadas criaturas de la selva. Sus blancos pies hollaban el enorme lagar a cuya orilla el sabio Omar estsentado, hasta que el hirviente zumo de la uva inundsus miembros desnudos con sus olas de purp 駸 eas burbujas, desbordando en roja espuma por los flancos negros, rezumantes y viscosos de la cuba. Fue una improvisaci駸 extraordinaria. Sent 駸 los ojos de Dorian Gray fijos en 駸, y la conciencia de que entre su auditorio se encontraba un ser cuyo esp 駸 itu quer 駸 fascinar, parec 駸 aguzar su ingenio y policromar su imaginaci駸. Estuvo brillante, fant 駸 tico, inspirado. Hizo caer en 駸 tasis a sus oyentes, que siguieron risue駸s tras su flauta. Dorian no separaba de 駸 los ojos. Como bajo la influencia de un hechizo, las sonrisas se suced 駸 n en sus labios y la sorpresa se hac 駸 m 駸 grave en sus ojos sombr 駸 s. AI fin, con la librea de la 駸 oca, entren el sal駸 la realidad, en forma de lacayo, para anunciara la duquesa que su coche estaba aguard 駸 dola. - 駸Qufastidio! -exclamla duquesa, retorci 駸 dose las manos con una desesperaci駸 c駸ica-. Tengo que ira recoger a mi marido al c 駸 culo, para llevarle a no squabsurda reuni駸 en WiIlis's Rooms, que tiene que presidir. Si me retraso, va a ponerse furioso, y con este sombrero no puedo tener una escena. la demasiado fr 駸 il. Una palabra dura acabar 駸 con 駸. S no tengo m 駸 remedio que irme, querida Agatha. Adi駸, Lord Henry; ha estado usted delicioso y terriblemente inmoral. Temo no saber qupensar de sus ideas. Tiene usted que venir a cenar con nosotros cualquier noche de 駸 tas. 駸 El martes, por ejemplo? 駸 No tiene usted ning 駸 compromiso para el martes? -Por usted faltar 駸 a todos, duquesa -dijo Lord Henry, inclin 駸 dose. - 駸Ah! Muy bien. Es decir, muy bien y muy mal -exclamla duquesa -. Bueno, no se olvide usted. Y saliapresuradamente del sal駸, seguida por Lady Agatha y las dem 駸 se駸ras. Cuando Lord Henry hubo tomado asiento de nuevo, Mr. Erskine, bordeando la mesa, fue a sentarse junto a 駸. -Siempre estusted hablando de libros -dijo, poni 駸 dole la mano en el brazo -. 駸 Por quno escribe usted uno? -Tengo demasiada afici駸 a leerlos para pensar en escribirlos, Mr. Erskine. S ciertamente, me gustar 駸 escribir una novela; una novela que fuese tan hermosa como un tapiz persa, y tan irreal. Pero en Inglaterra no hay p 駸 lico m 駸 que para los peri駸icos, los devocionarios y las enciclopedias. De todos los pueblos de la tierra, el ingl 駸 es el que tiene menos sentido de la belleza literaria. -Es posible que tenga usted raz駸 -contestMr. Erskine -. Yo tambi 駸 tuve ambiciones literarias; pero hace tiempo que renuncia ellas. Y ahora, mi querido y joven amigo, si me permite usted llamarle as 駸 puedo preguntarle si realmente piensa usted todo lo que nos ha dicho mientras com 駸 mos? -He olvidado en absoluto lo que dije -sonriLord Henry -. 駸 Tan inmoral era? -Inmoral 駸 imo. Le considero a usted sumamente peligroso, y si sucediera algo a nuestra buena duquesa, todos le tendr 駸 mos a usted por el verdadero responsable. Pero me agradar 駸 hablar con usted de cosas de la vida. La generaci駸 en que yo nacera extraordinariamente aburrida. Cualquier d 駸, que estusted cansado de Londres, venga a Treadley a exponerme su filosof 駸 del placer ante un admirable borgo que tengo la fortuna de conservar. -Irencantado. Una visita a Treadley es todo un privilegio. Un hu 駸 ped perfecto y una perfecta biblioteca. -Usted completarel conjunto -contestel anciano gentilhombre, con un saludo cort 駸 -. Ahora, preciso es que me despida de su excelente t 駸. Me esperan en el Ateneo. Es nuestra hora de dormir. - 駸 Todos, Mr. Erskine? -Cuarenta de nosotros, en cuarenta sillones. Estamos trabajando para fundar una Real Academia Inglesa. Lord Henry sonri levant 駸 dose. -Yo me voy al Parque -dijo en voz alta. Al salir, Dorian Gray le tocel brazo. -D 駸 eme usted que le acompa駸 -murmur -Pero, 駸 no hab 駸 usted prometido a Basil ir a verle? -preguntLord Henry. -Preferir 駸 ir con usted. S comprendo que es preciso que vaya con usted. D 駸 eme que le acompa駸. Y prom 駸 ame hablar todo el tiempo. Nadie habla tan prodigiosamente como usted. - 駸Ah!, ya he hablado hoy bastante -dijo Lord Henry, sonriendo -. Todo lo que deseo ahora es mirar pasar la vida. Venga usted conmigo y m 駸 ela pasar tambi 駸, si le interesa. CAPITULO IV Un mes despu 駸, encontr 駸 ase Dorian Gray una tarde recostado en un mullido sill駸, en la peque biblioteca de la casa de Lord Henry en Mayfair. Habitaci駸 exquisita en su g 駸 ero, con su z駸alo alto de roble ahumado, friso de color crema y techo con molduras de estuco, y la alfombra de fieltro color ladrillo, sembrada de sedosos tapices de Persia de largos flecos. Sobre una preciosa mesita de palo 駸 oe se levantaba una estatuilla de Clodion, y junto a ella un ejemplar de Les Cent Nouvelles , encuadernado para Margarita de Valois por Clovis Eve , y salpicado de aquellas margaritas de oro que la reina eligiera para divisa suya. Unos cuanto tibores de porcelana azul y algunos abigarrados tulipanes adornaban la chimenea. A trav 駸 de los vidrios emplomados de la ventana entraba la luz color de alb 駸 chigo de un d 駸 de est 駸 londinense. Lord Henry a 駸 no hab 駸 vuelto. Siempre llegaba tarde, por principio, declarando que la puntualidad es el ladr駸 del tiempo. No era, pues, extra駸 que Dorian pareciese bastante aburrido, mientras con dedos distra 駸 os hojeaba una edici駸 minuciosamente ilustrada de Manon Lescaut que hab 駸 encontrado en uno de los estantes. El tic-tac acompasado y mon駸ono del reloj Luis XIV le enervaba. Una o dos veces hab 駸 estado ya a punto de irse. Al fin oypacos fuera, y abri駸e la puerta. - 駸Quhoras de venir, Harry! -murmur -Temo que no sea Harry, Mr. Gray -contestuna voz aguda. Volvi 駸 dose vivamente, Dorian se puso en pie. -Perd駸. Cre.. -Creyusted que era mi marido. No es m 駸 que su mujer. Tiene usted que permitir que me presente a mmisma. Yo te conozco a usted perfectamente por sus fotograf 駸 s. Creo que mi marido tiene unas diecisiete. - 駸No, diecisiete no, Lady Henry! -Bueno, pues ser 駸 dieciocho. Adem 駸, le v 駸 usted la otra noche con 駸 en la Opera. Re 駸 nerviosamente al hablar, mir 駸 dole con sus ojos vagos de miosotis. Era una mujer singular, cuyos trajes parec 駸 n siempre ideados en un acceso de rabia y puestos en una tempestad. Siempre estaba enamorada de alguien y, como nunca era correspondida, hab 駸 conservado todas sus ilusiones. Trataba de parecer pintoresca, y no consegu 駸 m 駸 que ser desali da. Se llamaba Victoria y ten 駸 la invencible man 駸 de ir a la iglesia. -Fue en Lohengrin , Lady Henry, no? -S fue en ese querido Lohengrin . Me gusta la m 駸 ica de Wagner m 駸 que ninguna. Mete tanto ruido, que se puede estar hablando todo el tiempo sin que nadie se entere. Eso es una gran ventaja; 駸 no cree usted lo mismo, Mr. Gray? La misma risa nerviosa y entrecortada brotde sus Labios finos, mientras sus dedos empezaban a jugar con una larga plegadera de concha. Dorian sonri sacudiendo la cabeza. -Siento no ser de esa opini駸, Lady Henry. Yo, cuando oigo m 駸 ica, nunca hablo. Por lo menos, cuando oigo buena m 駸 ica. Claro estque, si es mala, es un deber anegarla en la conversaci駸. - 駸Ah!, esa idea me parece que es de Harry, 駸 no es cierto, Mr. Gray? Siempre me entero de las ideas de Harry por sus amigos. Es el 駸 ico medio que tengo de conocerlas. Pero no vaya usted a figurarse que a mno me gusta la buena m 駸 ica. La adoro, pero me da miedo. Me vuelve demasiado rom 駸 tica. He tenido una verdadera pasi駸 por los pianistas. En ocasiones por dos a la vez, al decir de Harry. No sé ques lo que tienen. Quizel ser extranjeros. Todos los son, 駸 verdad? Hasta los que han nacido en Inglaterra se vuelven extranjeros al poco tiempo, 駸 no es cierto? 駸Quinteligentes!, 駸 eh? Adem 駸, es un homenaje al arte. Asacaban de hacerlo cosmopolita, 駸 verdad? Usted nunca ha venido a mis reuniones, 駸 no es cierto, Mr. Gray? Tiene usted que venir. Yo no puedo permitirme el lujo de tener orqu 駸 eas; pero no reparo en gastos trat 駸 dose de extranjeros. 駸Adornan tanto los salones! Pero, 駸aquestHarry! Harry, venta a preguntarte una cosa -ya no scu 駸 -, y he encontrado aqua Mr. Gray. Hemos tenido una conversaci駸 muy interesante sobre m 駸 ica. Tenemos en absoluto las mismas ideas. Aunque, no; me parece que nuestras ideas son completamente opuestas. Pero ha estado divertid 駸 imo. Me alegro mucho de haberle conocido. -Y yo encantado, amor m 駸 -dijo Lord Henry, arqueando sus cejas negras y contemplando a ambos con sonrisa jovial -. Desolado de la tardanza, Dorian. Fui en busca de una pieza de brocado antiguo a la calle de Wardour, y he tenido que regatear hora tras hora. Hoy, la gente sabe el precio de todo y el valor de nada. -Tengo que irme -exclamLady Henry, rompiendo un silencio embarazoso con su risa intempestiva -. He prometido ala duquesa ir de paseo con ella. Adi, Mr. Gray. Adi駸, Henry. 駸 Cenar 駸 fuera, supongo? Yo tambi 駸. Quiznos veamos en casa de Lady Thornbury. -Aslo espero, querida -dijo Lord Henry, cerrando la puerta tras ella, que, semejante a un ave del para 駸 o que hubiera pasado toda la noche a la lluvia, escapde la habitaci駸 dejando tras sun tenue olor a franchip 駸. Luego, encendiun cigarrillo y se dejcaer en el div 駸. -No te cases nunca con una mujer de cabellos pajizos, Dorian - dijo despu 駸 de unas cuantas chupadas. - 駸 Por qu Harry? -Porque son demasiado sentimentales. -Pero 駸 y si a mme gusta la gente sentimental? -No te cases nunca, Dorian. Los hombres se casan por fatiga; las mujeres, por curiosidad. Ambos sufren un desenga駸. -No creo que me case, Harry. Estoy demasiado enamorado. Es uno de tus aforismos. Lo este poniendo en pr 駸 tica, como hago con todo lo que dices. - 駸 Y de qui 駸 est 駸 enamorado? -preguntLord Harry, haciendo una pausa. -De una actriz -dijo Dorian Gray, ruboriz 駸 dose. Lord Henry se encogide hombros. - Debut un tanto vulgar. -No dir 駸 s eso si la vieses, Harry. - 駸 Qui 駸 el? -Su nombre es Sibyl Vane -Nunca la he o 駸 o nombrar. -Ni nadie. Pero alg 駸 d 駸 se hablarde ella. Es genial. -Hijo m 駸, no hay mujer genial. Las mujeres son un sexo decorativo. Jam 駸 tienen nada que decir, pero lo dicen deliciosamente. La mujer representa el triunfo de la materia sobre el esp 駸 itu, ascomo el hombre representa el triunfo del esp 駸 itu sobre las costumbres. - 駸 C駸o puedes decir eso, Harry? -Es la pura verdad, querido Dorian. Precisamente ahora me ocupo de analizar a las mujeres; de modo que estoy fuerte en la materia. Por otra parte, el tema no es tan abstruso como yo cre 駸. He llegado a la conclusi駸 de que no hay m 駸 que dos clases de mujeres: las desali das y las que se pintan. Las mujeres desali das son util 駸 imas. Si quieres adquirir una reputaci駸 de respetabilidad, no tienes m 駸 que invitarlas a cenar. Las otras son encantadoras. Sin embargo, caen en un error. Se pintan para parecer j駸enes. Nuestras abuelas se pintaban para hablar con ingenio. Rouge y esprit iban con frecuencia aparejados. Todo esto ha concluido ya. Hoy, una mujer, mientras puede parecer diez a駸s m 駸 joven que su hija, se siente perfectamente satisfecha. Y en punto a conversaci駸, no hay m 駸 que cinco mujeres en todo Londres con las que valga la pena de charlar; y, de esas cinco, dos no pueden ser admitidas en sociedad. Pero contin 駸 habl 駸 dome de ese genio. 駸 Desde cu 駸 do la conoces? - 駸Ah!, Harry, tus teor 駸 s me asustan. -No hagas caso de ellas. 駸 Desde cu 駸 do la conoces? -Desde hace unas tres semanas. - 駸 Y d駸de la has encontrado? -Voy a dec 駸 telo; pero conf 駸 en que no te reir 駸 de m Despu 駸 de todo, nunca me habr 駸 ocurrido si no te hubiese conocido a ti. Tme infundiste el deseo fren 駸 ico de conocer la vida en su totalidad. A ra 駸 de nuestro encuentro, durante d 駸 s y d 駸 s, un no squdesconocido parec 駸 latir dentro de mis venas. Vagando por el Parque, callejeando por Piccadilly, me fijaba en textos los que pasaban a mi lado, pregunt 駸 dome, con una curiosidad loca, c駸o ser 駸 n sus vidas. Algunos me fascinaban. Otros me llenaban de terror. En el aire parec 駸 flotar no squveneno delicioso. Me sent 駸 駸 ido de sensaciones... Una noche, a eso de las siete, decidsalir en busca de alguna aventura. Sent 駸 como si este Londres gris y monstruoso, con sus millones de habitantes, sus pecadores s駸didos y sus espl 駸 didos pecados, como tdijiste una vez, tuviese para men reserva alguna sorpresa. Imaginaba un sin fin de casas. S駸o la sensaci駸 del peligro me procuraba ya una sensaci駸 de deleite. Recordaba texto lo que me dijiste aquella noche maravillosa en qucenamos juntos por vez primera, sobre la persecuci駸 de la belleza, que es el verdadero secreto de la vida. No sques lo que esperaba, pero me dirighacia los barrios tajos, extravi 駸 dome al paco rato en un laberinto de callejones infectos y plazuelas negruzcas, sin jardincillos. Las ocho y media ser 駸 n cuando acerta pasar por delante de un absurdo teatrucho, alumbrado profusamente con grandes mecheros de gas y cubierto de carteles llamativos. Un repugnante jud 駸, con el chaleco m 駸 sorprendente que he visto en mi vida, estaba en pia la entrada, fumando una tagarnina. Por debajo del sombrero le asomaban unos rizos aceitosos, y un enorme diamante fulguraba en la pechera de su camisa mugrienta. "駸 Un palco, milord'?", dijo al verme, descubri 駸 dose con un adem 駸 magn 駸 ico de servilismo. Hab 駸 algo en 駸, Harry, que me hac 駸 gracia. Era un verdadero monstruo. Ya sque te reir 駸 de m pero el caso es que entr despu 駸 de pagar una guinea por el proscenio. Todav 駸 no he conseguido explicarme por qué lo hice; y, no obstante, querido Harry, si no lo hubiese hecho, habr 駸 perdido la m 駸 hermosa novela de mi vida. 駸 Ves?, ya te est 駸 riendo. Encuentro eso muy feo. -No me r 駸, Dorian; por lo menos, no me r 駸 de ti. Pero no deber 駸 s decir la novela m 駸 hermosa de tu vida. Di, m 駸 bien, la primera novela de tu vida. Tsiempre ser 駸 amado, y siempre estar 駸 enamorado del amor. Una gran pasi駸 es el privilegio de la gente que no tiene nada que hacer. ES lo 駸 ico para que sirven las clases desocupadas de un pa 駸. Puedes estar tranquilo. Te esperan una porci駸 de goces exquisitos. Esto no es m 駸 que el comienzo. - 駸 Tan superficial me crees? -exclamDorian Gray, resentido. -No, por lo mismo que te creo profundo. - 駸 Ququieres decir, entonces? -Hijo m 駸, los que no aman m 駸 que una vez en su vida son los verdaderamente superficiales. Lo qullaman su lealtad y su constancia, yo lo llamo el letargo de la costumbre o su falta de imaginaci駸. La fidelidad es a la vida sentimental lo que la consecuencia en las ideas es a la vida intelectual: simplemente una confesi駸 de impotencia. 駸La fidelidad! Alg 駸 d 駸 la analizar La pasi駸 del propietario se esconde en ella. 駸Cu 駸 tas cosas arrojar 駸 mos si no temi 駸 emos que otros pudieran recogerlas! Pero no quiero interrumpirte. Contin 駸 tu historia. -Bueno; pues me encontrsentado en un horroroso palquito interior, frente a un tel駸 corrido, vulgar 駸 imo. Me dediqua examinar la sala. Era un verdadero horror, con un decorado de lo m 駸 charro, todos cupidos y cornucopias, como una tarta de bodas de tercer orden. En la galer 駸 y en el patio hab 駸 bastante gente; pero las dos tilas de butacas mugrientas estaban totalmente vac 駸 s, y apenas hab 駸 un alma en lo que supongo llamar 駸 n butacas de balc駸. Por en medio del p 駸 lico circulaban vendedoras de naranjas y cerveza de jengibre, y se hac 駸 un consumo de nueces fenomenal. -Nada; como en los d 駸 s gloriosos de駸 drama ingl 駸. -Por completo, supongo. Y te aseguro que era un espect 駸 ulo poco grato. Empezaba ya a preguntarme quresoluci駸 tomar, cuando me fijen el programa: 駸 Quobra crees que daban, Harry? -Supongo que El ni駸 idiota, o Mudo, pero inocente . Nuestros padres eran bastante aficionados a este g 駸 ero de obras. A medida que vivo, Dorian, comprendo m 駸 agudamente que lo que satisfac 駸 a nuestros padres no puede ya satisfacernos a nosotros. En arte, como en pol 駸 ica, les grand- p 駸 es ont toryours tort. -La obra tambi 駸 pod 駸 satisfacernos a nosotros, Harry. Era Romeo y Julieta . Debo confesar que la idea de ver representar Shakespeare en un chamizo semejante no me hac 駸 mucha gracia. Sin embargo, en cierto modo, me sentintrigado. Por si acaso, decidaguardar al primer acto. Hab 駸 una endiablada orquesta, dirigida por un joven hebreo que tocaba un piano desvencijado, y que estuvo a punto de ponerme en fuga; pero, al fin, se levantel tel駸 y empezla obra. Romeo era un gal 駸 corpulento y entrado en a駸s, de cejas tiznadas con corcho quemado, una voz catarrosa de tragedia y el aspecto general de un tonel de cerveza. Mercutio era por el estilo de malo: uno de esos c駸icos de baja estofa que meten morcillas y est 駸 en los mejores t 駸 minos con la galer 駸. Ambos eran tan grotescos como el decorado, y parec 駸 n reci 駸 salidos de una barraca de feria. 駸Pero Julieta, en cambio! Imag 駸 ate, Harry, una muchacha de apenas diecisiete a駸s, con una carita en flor, una cabecita griega con rodetes trenzados de cabello casta駸, ojos como pozos morados de pasi駸, labios como p 駸 alos de rosa. Era la cosa m 駸 bonita que hab 駸 visto en mi vida. Tme dijiste una vez que lo pat 駸 ico te dejaba insensible, pero que la belleza, la simple belleza, pod 駸 arrasarte los ojos en l 駸 rimas. Pues bien, Harry: te aseguro que las l 駸 rimas emparon de tal modo los m 駸 s, que apenas pod 駸 verla. 駸Y su voz! Jam 駸 he o 駸 o una voz semejante. Al principio era muy queda, con notas profundas y melodiosas, que parec 駸 n caer una a una en el o 駸 o. Luego se fue haciendo m 駸 alta, y sonaba como una flauta o un oboe lejano. En la escena del jard 駸 tuvo todo el 駸 tasis tr 駸 ulo que se oye poco antes del alba cuando los ruise駸res est 駸 cantando. Hubo momentos, poco despu 駸, en que tuvo la pasi駸 ardorosa del viol 駸. Tsabes lo que una voz puede conmovernos. Tu voz y la de Sibyl Vane son dos cosas que jam 駸 podrolvidar. Cuando cierro los ojos, oigo ambas, y cada una dice algo distinto. No sa cu 駸 seguir. 駸 Por quno voy a querer a Sibyl Vane? S Harry, la quiero. Es todo para mí en la vida. Noche tras noche voy a verla representar. Una noche es Rosalinda, y a la siguiente es Imogenia. La he visto morir en las tinieblas de una tumba italiana, libando el veneno de labios de su amante. He seguido sus pasos por la selva de las Ardenas, disfrazada de mancebo, en jub駸 y calzas, tocada con un lindo birrete. Ha estado loca, y ha ido a presencia de un rey culpable, y le ha dado un manojo de ruda y otras hierbas amargas. Era inocente, y las negras manas de los celos han estrujado su garganta, fr 駸 il como un junco. Yola he visto en todas las 駸 ocas y en todos los trajes. Las mujeres corrientes no excitan nuestra imaginaci駸. Se ven limitadas a su propio siglo. No hay hechizo ni encantamiento que las transfigure. Se conoce su alma tan f 駸 ilmente como sus sombreros. Se puede penetrar en ellas de continuo. No hay misterio alguno en ellas. Pasean en coche por el Parque de mana, y cotorrean por las tardes en los t 駸. Tienen sonrisas estereotipadas y van siempre a la moda. Son vac 駸 s, completamente vac 駸 s y transparentes. 駸En cambio, una actriz! 駸Qudiferencia de una actriz! Harry, 駸 c駸o no me has dicho nunca que las 駸 icas criaturas dignas de ser amadas son las actrices? -Pues porque he querido a un porci駸 de ellas, Dorian. - 駸S mujeres horribles, con el pelo te駸do y la cara pintada! -No hables mal del pelo te駸do y las caras pintadas. Aveces, tienen un encanto extraordinario -dijo Lord Henry. -Siento ya haberte hablado de Sibyl Vane. -No habr 駸 s podido dejar de hacerlo, Dorian. Toda la vida tendr 駸 ya que contarme cuanto hagas. -S Harry, tal creo. No puedo dejar de cont 駸 telo todo. Tienes sobre mun extra駸 influjo. Si alguna vez cometiese un crimen, ten por seguro que ir 駸 a confes 駸 telo. Tme comprender 駸 s. -Los hombres como t rayos de sol caprichosos de la vida, nunca cometen cr 駸 enes. Pero no importa; de todas modos, te quedo muy agradecido por la gentileza. Y ahora, dime (alc 駸 zame las cerillas, sé buen chico; gracias): 駸 en questado se encuentran actualmente tus relaciones con Sibyl Vane? Dorian Gray se puso en pie, con las mejillas cubiertas de rubor y los ojos ardiendo. - 駸Harry, Sibyl Vane es sagrada! -S駸o las cosas sagradas valen la pena de ser conseguidas, Dorian -dijo Lord Henry, con una extra sombra de ternura en la voz -. Pero 駸 a qumolestarte? Supongo que alg 駸 d 駸, tarde o temprano, sertuya. Cuando se estenamorado, siempre comienza uno por enga rse a sí propio, y siempre acaba por engar a los dem 駸. Esto es lo que el mundo llama una novela. Bueno; supongo que, por lo menos, la conocer 駸. -Claro que la conozco. La primera noche que fui al teatro, el horrible jud 駸 vino a rondar el palco, al final de la representaci駸, y me ofreció llevarme al escenario y presentarme a ella. Yo me puse furioso, y le dije que Julieta hab 駸 muerto hac 駸 cientos de a駸s y que su cuerpo descansaba en una tumba de m 駸 mol en Verona. Comprend por su mirada de estupefacci駸, que pensaba que yo hab 駸 bebido demasiado champagne, o algo por el estilo. -No me extra . -Entonces me preguntsi yo escrib 駸 en alg 駸 peri駸ico. Le contesté que ni siquiera los le 駸, cosa que pareciproducirle una terrible decepci駸. Luego me confesque todos los cr 駸 icos dram 駸 icos se hab 駸 n conjurado contra 駸, y que todos ellos eran gentes venales que no quer 駸 n m 駸 que ser comprados. -No me sorprender 駸 que tuviese raz駸. Pero, por otra parte, a juzgar por las apariencias, no deben ser muy caros que digamos. -S pero sin duda 駸 cre 駸 que no estaban a su alcance- dijo Dorian, riendo -. Mientras tanto, hab 駸 n ido apagando las luces, y tuve que marcharme. Quiso, entonces, hacerme probar unos cigarros, que me recomendcon grandes elogios; pero declinla invitaci駸. A la noche siguiente, como puedes suponer, volval teatro. En cuanto me vio me hizo una profunda reverencia, y me asegurque yo era un generoso protector del arte. Es una bestia completa, a pesar de su extraordinaria pasi駸 por Shakespeare. Una vez me dijo, con orgullo, que sus cinco bancarrotas se deb 駸 n por completo al Bardo, como 駸 se empe en llamarle. Sin duda considera esto como un t 駸 ulo de gloria. -Y lo es, mi querido Dorian; un gran titulo de gloria. La mayor 駸 de los que hacen bancarrota es por haber interesado demasiado dinero en la prosa de la vida. Haberse arruinado por amor a la poes 駸, es un honor. Pero 駸 cu 駸 do hablaste por primera vez con Miss Sibyl Vane? -La tercera noche. Hab 駸 hecho de Rosalinda. No pude contenerme. Le hab 駸 arrojado unas flores a escena, y ella me hab 駸 mirado; o, por lo menos, se me figur El viejo jud 駸 insistide tal modo, tan decidido parec 駸 a presentarme, que al fin consent Es extra esta falta m 駸 de deseo por conocerla, 駸 verdad? -No; no me parece. - 駸 Y por qu mi querido Harry? -Otro d 駸 te lo explicar Ahora, contin 駸 tu cuento de la muchacha. - 駸 De Sybil? 駸Oh, es tan t 駸 ida, tan candorosa! Hay en ella algo de ni . Abrilos ojos de par en par, deliciosamente sorprendida, cuando le hablde su talento; parec 駸 totalmente inconsciente de su arte. Los dos nos sentimos un poco cortados. El jud 駸 estaba en pie a la puerta del polvoriento saloncillo, hilvanando complicados discursos a cuenta nuestra, mientras nosotros continu 駸 amos mir 駸 donos uno a otro como chiquillos. Como el jud 駸 se empe ba en llamarme milord, tuve que asegurar a Sibyl que no era lord ni mucho menos. Ella me contestcon toda ingenuidad: "M 駸 bien parece usted un pr 駸 cipe; el pr 駸 cipe de los cuentos de hadas". - 駸Caramba, Dorian, sabes que Miss Sibyl es experta en piropos! -No la has entendido, Harry. Ella me consideraba simplemente como un personaje de una obra. 駸 Qusabe ella de la vida? Vive con su madre, una vieja descolorida y mustia que representaba el papel de dama Capuleto, la primera noche, vestida con una especie de peinador magenta, y que tiene un aire de persona que ha venido a menos. -Conozco ese aire. Siempre me deprime -murmurLord Henry, examinando sus sortijas. -El jud 駸 quiso contarme su historia; pero le declarque no me interesaba. -Hiciste bien. Siempre hay algo mezquino en las tragedias de los dem 駸. -Sibyl es la 駸 ica que me interesa. 駸 Qume importa su origen? Desde su cabecita hasta sus piecesitos, toda ella es divina, absolutamente divina. Todas las noches voy a verla representar, y cada noche es m 駸 maravillosa. - 駸Ah!, 駸 a es la raz駸, sin duda, de por quahora no cenas nunca conmigo. Supuse que tendr 駸 s alguna aventura singular entre manos. Y la tienes; pero no es completamente lo que yo esperaba. - 駸Pero, querido Harry, si todos los d 駸 s comemos o cenamos juntos y he ido contigo a la 駸era una porci駸 de veces! -exclamDorian, abriendo de par en par sus ojos azules. -Siempre llegas con un retraso tremendo. -S es cierto; pero no puedo dejar de ver a Sibyl, ni siquiera en un solo acto. Tengo hambre de su presencia; y cuando pienso en el alma maravillosa que se esconde en aquel cuerpecito de marfil, me siento lleno de temor. - 駸 Y esta noche, puedes cenar conmigo, Dorian? -Esta noche es Imogenia -repuso, meneando la cabeza -. Y mana serJulieta. - 駸 Y cu 駸 do es Sibyl Vane? -Nunca. -Te felicito. - 駸Qumalo eres! Ella es todas las grandes hero 駸 as del mundo en una sola persona. Es m 駸 que un ser individual. S r 駸 te; pero te aseguro que tiene genio. La quiero, y harque ella me quiera. T que sabes todos los secretos de la vida, dime c駸o conseguir que Sibyl Vine me quiera. Tengo que dar celos a Romeo. Quiero que los amantes muertos de este mundo oigan nuestra risa, y se entristezcan. Quiero que un soplo de nuestra pasi駸 vuelva la conciencia a sus cenizas y las despierte nuevamente al dolor. 駸Dios m 駸, c駸o la adoro, Harry! Tascaba de un lado a otro por la habitaci駸, mientras hablaba. Dos rosetones de fiebre quemaban sus mejillas. Se sent 駸 terriblemente sobreexcitado. Lord Henry le contemplaba con un vago sentimiento de placer. 駸Cu 駸 diferente ahora de aquel muchacho t 駸 ido, asustadizo, que hab 駸 conocido en el estudio de Hallward! Su naturaleza se hab 駸 desarrollado como una planta, hab 駸 florecido en llores de p 駸 pura y de fuego. El alma hab 駸 rastreado fuera de su oculto retiro, y a su encuentro hab 駸 venido el deseo. - 駸 Y qupiensas hacer? -pregunt al fin, Lord Henry. -Quiero que ty Basil veng 駸 s una de estas noches a verla trabajar. No tengo el m 駸 m 駸 imo temor del resultado. Estoy seguro de que los das os dar 駸 s cuenta de su genio. Luego, procederemos a arrancarla de las garras del jud 駸. Ella tiene firmado un contrato por tres a駸s; es decir, dos a駸s y ocho meses a contar desde ahora. Claro que tendré que pagar algo. Cuando todo estarreglado, la llevara un buen teatro y la dara conocer como es debido. Entonces enloqueceral mundo como me ha enloquecido a m - 駸Esto 駸 timo, hijo m 駸, me parece bastante dif 駸 il! -No, ella lo har No es arte s駸o lo que tiene, el instinto supremo del arte, sino tambi 駸 personalidad; y m 駸 de una vez te he o 駸 o decir que son las personalidades, y no los principios, quienes mueven al mundo. -Bueno, 駸 qunoche vamos? -Espera. Hoy es martes. Vamos mana. Mana hace Julieta. -Perfectamente. En el Bristol, a las ocho. Yo recogera Basil. -No, a las ocho no, Harry, te lo ruego. A las seis y media. Es preciso que estemos allantes de levantarse el tel駸. Ten 駸 s que verla en el primer acto, cuando se encuentra con Ronco. - 駸A las seis y media! 駸Vaya una hora! Sercomo un pastel de carne fr 駸 o la lectura de una novela inglesa. Pongamos a Lis siete. Nadie que se estime come antes de las siete. 駸 Ver 駸 tmismo a Basil? 駸 O quieres que le escriba yo? - 駸Pobre Basil! Hace una semana que no le he visto. Realmente, no estbien. Acaba de enviarme el retrato, con un marco estupendo, dibujado especialmente por el; y, aunque estoy un poco celoso del cuadro, que ya tiene un mes menos que yo, debo confesar que me entusiasmo. Quiz 駸 ser 駸 preferible que le escribieses. No querr 駸 verle a solas. Me dice siempre cosas molestas. Me da buenos consejos. Lord Henry sonri - 駸Quafici駸 tiene la gente a dar aquello de que estm 駸 necesitada! Es lo que yo llamo el abismo de la generosidad. - 駸Oh!, Basil es el mejor de los hombres, pero me parece un poquit 駸 filisteo. Desde que te conozco, Harry, he llegado a este descubrimiento. -Hijo m 駸: Basil pone todo lo mejor de 駸 en su obra. El resultado es que no le quedan para la vida m 駸 que sus prejuicios, sus principios y su sentido com 駸. Los 駸 icos artistas personalmente encantadores que he conocido, son malos artistas. Los buenos, existen s駸o en lo que hacen; y, en consecuencia, carecen de todo inter 駸 como sujetos. Un gran poeta, un verdadero gran poeta, es la menos po 駸 ica de las criaturas. En cambio, los poetas menores son absolutamente deliciosos. Mientras peores son sus rimas, m 駸 pintorescos parecen ellos. El mero hecho de haber publicado un volumen de sonetos de segunda mano, hace irresistible a un hombre. Vive la poes 駸 que no puede escribir. Los otros escriben la poes 駸 que no se atreven a llevar a cabo. -Es posible, Harry -dijo Dorian Gray, poni 駸 dose esencia en el pa駸elo, de un panzudo frasco de tap駸 dorado que hab 駸 sobre la mesa -. Así debe ser, cuando tlo dices. Y, ahora, me voy. Imogenia me aguarda. Note olvides mana. Adi駸. Apenas hubo salido de la habitaci駸, cerrLord Henry sus p 駸 pados, y comenza meditar. Ciertamente, pocos seres le hab 駸 n interesado al punto que Dorian Gray; y, sin embargo, la fren 駸 ica adoraci駸 del mancebo por otra persona no le causaba el menor sentimiento de molestia ni de celos. Al contrario, le complac 駸. Hac 駸 de 駸 un estudio m 駸 interesante. Siempre le hab 駸 n atra 駸 o los m 駸 odos de las ciencias naturales; pero los fines propios de estas ciencias le hab 駸 n parecido triviales y sin trascendencia. As 駸 hab 駸 comenzado por hacer la vivisecci駸 de spropio, y acabado por hacer la de los dem 駸. 駸La vida humana! Esta era la 駸 ica cosa que le parec 駸 digna de ser investigada. En su comparaci駸, todo el resto carec 駸 de valor. Cierto que, para examinar la vida en su extra駸 crisol de dolor y de alegr 駸, no pod 駸 uno ponerse la mascarilla de cristal del qu 駸 ico, ni impedir que los vapores sulfurosos turbaran el cerebro y enturbiasen la imaginaci駸 con monstruosas fantas 駸 s y sue駸s deformes. Hab 駸 venenos tan sutiles, que para conocer sus propiedades era preciso experimentarlos en smismo. Hab 駸 enfermedades tan extras, que era preciso pasar por ellas si se quer 駸 comprender su naturaleza. Y, sin embargo, 駸qué magn 駸 ico premio el que se recib 駸! 駸Cu 駸 maravilloso se nos tornaba el mundo entero! Observar la l駸ica singular e inflexible de las pasiones, y la vida emocional y policroma de la inteligencia; ver d駸de se encuentran y d駸de se separan, en qupunto marchan al un 駸 ono y en cu 駸 se muestran desacordes... 駸qudeleite en todo ello! 駸 Qué importa el coste? Ning 駸 precio es excesivo para pagar una sensaci駸. 駸 l sab 駸 -y el pensamiento trajo un destello de placer a sus ojos de 駸 ata oscura- que ciertas palabras suyas, palabras musicales, dichas musicalmente, eran las que hab 駸 n hecho que el alma de Dorian Gray se hubiese vuelto hacia aquella blanca doncellita, inclin 駸 dose en adoraci駸 ante ella. En gran parte, el mancebo era creaci駸 suya. 駸 l lo hab 駸 hecho prematuro. Esto ya era algo. La mayor 駸 de las personas esperan que la vida vaya descubri 駸 doles por smismas sus secretos; pero a los menos, a los elegidos, los misterios de la vida les son revelados antes de que el velo sea descorrido. A veces, por efecto del arte, y principalmente del arte de la literatura, que esten relaci駸 m 駸 inmediata con las pasiones y el entendimiento. Pero, de vez en cuando, alguna personalidad compleja hac 駸 las veces y asum 駸 el oficio del arte, siendo realmente, a su modo, una verdadera obra de arte, porque la vida ten 駸 tambi 駸 sus obras maestras, lo mismo que la poes 駸, la escultura o la pintura. S el mancebo era prematuro. En primavera, entrojaba ya su cosecha. El pulso y la pasi駸 de la juventud lat 駸 n en 駸, pero ahora empezaba a cobrar conciencia de smismo. Era un gozo el observarlo. Con su admirable rostro y su alma admirable, era algo maravilloso. 駸 Quimportaba el fin de todo aquello, ni si estaba fatalmente destinado a tener un fin? Era como una de esas gr 駸 iles figuras de comedia, cuyas alegr 駸 s parecen remotas de nosotros, pero cuyos dolores suscitan nuestro sentido de la belleza, y cuyas heridas son como rosas rojas. 駸Alma y cuerpo, cuerpo y alma! 駸Quhondos misterios! Tambi 駸 el alma ten 駸 su animalidad, y el cuerpo sus momentos de espiritualidad. Los sentidos pod 駸 n depurarse, y la inteligencia pod 駸 degradarse. 駸 Qui 駸 podr 駸 decir d駸de cesa el impulso carnal, y d駸de el impulso ps 駸 uico comienza? 駸Cu 駸 vanas las definiciones arbitrarias de los psic駸ogos! Y, sin embargo, 駸qudif 駸 il decidir entre las pretensiones de las diversas escuelas! 駸 Era el alma una sombra reclusa en la casa del pecado? 駸 O bien estaba el cuerpo en el alma como pensaba Giordano Bruno? La separaci駸 del esp 駸 itu y la materia era un misterio, y misterio tambi 駸 la uni駸 del esp 駸 itu con la materia. Pregunt 駸 ase si podr 駸 mos llegar alguna vez a hacer de la psicolog 駸 una ciencia tan absoluta, que los m 駸 m 駸 imos resortes de la vida nos fuesen revelados. Hoy por hoy, continuamente nos enga駸bamos respecto a nosotros mismos, y raramente consegu 駸 mos comprender a los dem 駸. La experiencia no ten 駸 valor 駸 ico alguno. Era simplemente el nombre que d 駸 amos a nuestros errores. Los moralistas, por regla general, la han considerado como una especie de advertencia, reclamando para ella cierta eficacia moral en la formaci駸 del car 駸 ter, preconiz 駸 dola como algo que nos ense lo que conviene seguir y nos muestra lo que es preciso evitar. Pero la experiencia carec 駸 de toda fuerza motriz. Como causa activa, era tan poca cosa como la misma conciencia. Todo lo que realmente demostraba era que nuestro futuro ser 駸 igual a nuestro pasado, y que el pecado que en otro tiempo cometimos con repugnancia, volver 駸 mos a cometerlo una porci駸 de veces con satisfacci駸. Para 駸 no ofrec 駸 duda que el m 駸 odo experimental era el 駸 ico por medio del cual se pod 駸 llegar a un an 駸 isis cient 駸 ico de las pasiones; y ciertamente que Dorian Gray era un sujeto bien propicio, y que parec 駸 prometer ricos y fructuosos resultados. Su amor s 駸 ito y desmedido por Sibyl Vane era un fen駸eno psicol駸ico de no poco inter 駸. Desde luego que la curiosidad hab 駸 entrado por mucho en 駸, la curiosidad y el deseo de nuevas experiencias; pero, sin embargo, no era una pasi駸 simple, sino bien compleja. Lo que hab 駸 en cita del instinto puramente sensual de la pubertad, hab 駸 sido transformado por el trabajo de la imaginaci駸, cambiado en algo que a 駸 mismo le parec 駸 extra駸 a los sentidos, y, por esta raz駸, tanto m 駸 peligroso. Las pasiones sobre cuyo origen nos engamos, son las que nos tiranizan m 駸 duramente. Nuestros m駸iles m 駸 endebles son aquellos de cuya naturaleza nos damos cuenta. Con frecuencia ocurre que, cuando creemos hacer una experiencia sobre los dem 駸, la estamos haciendo sobre nosotras mismos. Continuaba Lord Henry meditando en estas cosas, cuando, despu 駸 de llamar a la puerta, entrsu ayuda de c 駸 ara a recordarle que ya era hora de vestirse para la cena. Poni 駸 dose en pie, echuna mirada hacia la calle. El ocaso inflamaba con un oro escarlata las ventanas altas de las casas de enfrente. Los cristales centelleaban como placas de metal candente. Encima, el ciclo era como una rosa mustia. Pensó en la llameante juventud de su amigo, y en c駸o acabar 駸 todo aquello. Al volver a su casa, a eso de las doce y media, vio sobre la mesa del vest 駸 ulo un telegrama. Lo abri era de Dorian Gray, para decirle que hab 駸 dado palabra de casamiento a Sibyl Vane. CAPITULO V - 駸Madre, madre, qufeliz soy! -dijo la muchacha, escondiendo su cara en el regazo de la vieja descolorida y marchita, que, sentada en el 駸 ico sill駸 de la mugrienta salita, volv 駸 la espalda a la viva claridad que entraba por la ventana. - 駸Qufeliz soy! -repiti-. 駸Y tambi 駸 usted tiene que ser feliz! Dando un respingo en el sill駸, puso la se駸ra Vane sus manos blanqueadas al albayalde sobre la cabeza de su hija, y exclam - 駸Feliz! Yo no soy feliz m 駸 que cuando te veo trabajar, Sibyl. Y no deber 駸 pensar en otra cosa que en tu arte. Mr. Isaacs ha sido muy bueno con nosotros, y le debemos dinero. - 駸Dinero! -gritla muchacha, levantando la cabeza con un moh 駸 de disgusto -. 駸 Y quimporta el dinero? El amor vale m 駸 que el dinero. -Mister Isaacs nos ha adelantado cincuenta libras pera pagar nuestras deudas y equipar decentemente a James; no lo olvides, Sibyl. Cincuenta libras es una cantidad crecida. Mr. Isaacs ha estado muy considerado. -No es un caballero, madre, y detesto la manera que tiene de hablarme -dijo la muchacha, levant 駸 dose y yendo hacia la ventana. -Pues no sc駸o 駸 amos a arregl 駸 noslas sin 駸 -replicla vieja quejumbrosamente. Sacudiendo la cabeza ech駸e a re 駸 Sibyl Vane. -Ya no lo necesitamos para nada, madre. El pr 駸 cipe se ocuparde nosotras. Hizo una pausa. Una ola de rubor corripor sus venas, ti駸ndo sus mejillas. Un alentar anheloso entreabr 駸 las p 駸 alo tr 駸 ulos de sus labios. Un vendaval de pasi駸 soplsobre ella agitando los pliegues graciosos de su falda. -Le quiero -dijo simplemente. - 駸Locuela! 駸Locuela! -reconvino la vieja, acentuando grotescamente la palabra con un adem 駸 de sus dedos engarfiados, cubiertos de sortijas falsas. Ride nuevo la muchacha. Hab 駸 en su voz la alegr 駸 de un p 駸 aro enjaulado. Sus ojos recog 駸 n la melod 駸, repiti 駸 dola en resplandor; luego cerr 駸 anse por un instante, como para esconder su secreto. Cuando volv 駸 a abrirlos, la bruma de un ensue駸 hab 駸 pasado por ellas. La cordura de labios secas continuaba habl 駸 dole desde un ra 駸 o sill駸, sugiriendo m 駸 imas de prudencia, tomadas de ese libro de cobard 駸, cuyo autor remeda el nombre de sentido com 駸. Pero ella no escuchaba. Sent 駸 se libre en su c 駸 cel de pasi駸. Su pr 駸 cipe, el pr 駸 cipe de los cuentos de hadas, estaba con ella. Ella hab 駸 acudido a la memoria para fingir su presencia. En busca suya envisu alma, y 駸 ta le hab 駸 tra 駸 o consigo. De nuevo, el beso de 駸 quemaba sus labios, y su aliento caldeaba sus p 駸 pados. Entonces la cordura cambide rumbo y hablde indagaci駸 y espionaje. Quizaquel joven era rico. En ese caso, pod 駸 pensarse en el matrimonio. Estrell 駸 anse contra la concha de los o 駸 os de ella las olas de la malicia humana. Silbaban en torno suyo los dardos de la astucia. Ve 駸 moverse los secos labios y sonre 駸. De pronto sintila necesidad de hablar. Aquel vac 駸 de palabras la turbaba. - 駸Madre, madre! -exclam-. 駸 Por qume quiere 駸 tanto? Yo ssé por qule quiero. Le quiero porque es como debe ser el mismo amor. Pero 駸, 駸 ques lo que ve en m Yo no soy digna de 駸 y, sin embargo, no spor qu aunque me siento tan por debajo de 駸, no me siento humilde. Al contrario, me siento llena de orgullo. Madre, 駸 quiso usted a mi padre tanto como yo quiero al pr 駸 cipe? Palidecila vieja bajo la espesa capa de polvos ordinarios que enjalbegaban sus mejillas, y crisp 駸 onse sus labios en un espasmo de dolor. Sibyl corrió hacia ella, ech 駸 dole los brazos al cuello y bes 駸 dola. -Perd駸, mam Slo que la hace sufrir a usted el recuerdo de padre. Y eso, precisamente, demuestra cu 駸 to le quer 駸 usted. No se ponga usted triste. Me siento hoy tan feliz como hace veinte a駸s lo era usted. 駸Ay, ojalpueda serlo siempre! -Hija m 駸: eres demasiado joven para pensar enamores. Adem 駸, 駸 qusabes tde ese joven? Ni siquiera su nombre. Nada de esto tiene pies ni cabeza; y la verdad es que, precisamente en el momento en que James se marcha a Australia y tengo tantas cosas en qupensar, pod 駸 s haber tenido un poco de consideraci駸. Sin embargo, como ya dije, si ese joven es rico... - 駸Ah, madre, madre, d 駸 eme usted ser feliz! Mir駸a tiernamente la se駸ra Vane, y con una de esas falsas actitudes melodram 駸 icas, que con tanta frecuencia llegan a constituir una segunda naturaleza en la gente de teatro, la estrechentre sus brazos. En ese momento abri駸e la puerta, y un mozo, de pelo 駸 pero y moreno, entren el cuarto. Era de tipo recio y cuadrado, torpe de movimientos, con pies y manos enormes, y sin la finura y distinci駸 de su hermana. Trabajo habr 駸 costado adivinar el pr駸imo parentesco que los un 駸; tan desemejantes eran. La se駸ra Vane claven 駸 los ojos, y acentusu sonrisa. Mentalmente, elevaba a su hijo a la dignidad de p 駸 lico. Estaba segura de que el cuadro era conmovedor. -Bien pod 駸 s guardar alguno de esos besos para m Sibyl -dijo el mozo con un gru駸do afable. - 駸Pero si teres un oso y no te gustan los besos! -exclamella corriendo a abrazarle. James Vane mira su hermana con ternura. -Quisiera que vinieses conmigo a dar una vuelta, Sibyl. Me parece que no volvera ver este condenado Londres, y a fe que no lo sentiré mucho. -No digas cosas tan tristes, hijo m 駸 -murmurla se駸ra Vane, suspirando; y recogiendo del suelo un traje de escena de calores chillones, se puso a remendarlo. Le hab 駸 producido una ligera decepci駸 que su hijo no se hubiese unido al grupo. Sin duda habr 駸 acrecentado la fuerza teatral de la situaci駸. - 駸 Y por quno, madre, si aslo pienso? -Me haces sufrir, hijo m 駸. Espero que podr 駸 volver de Australia con una buena posici駸. Creo que en las colonias no se hace vida de sociedad de ning 駸 g 駸 ero; por lo menos, nada que pueda conceptuarse como tal; asque, cuando hayas hecho fortuna, debes volver a establecerte definitivamente en Londres. - 駸Vida de sociedad! -refunfu駸 el mozo -. 駸 Y qutengo yo que ver con eso? Si yo quiero hacer alg 駸 dinero es para retirarlas a usted y a Sibyl del teatro. 駸C駸o lo aborrezco! - 駸Qupoco amable eres, Jim! -dijo Sibyl, riendo -. 駸 Pero es de veras que quieres dar una vuelta conmigo? 駸Eso estbien! Tem 駸 que te fueras a despedir de alg 駸 amigote tuyo; de Tom Hardy, que te regalesa horrorosa pipa; o de Ned Langton, que te hace burla cuando te ve fumar en ella. Es una delicadeza el dedicarme tu 駸 tima tarde. 駸 Ad駸de quieres que vayamos? 駸 Te parece que al Parque? -Voy demasiado fachoso -repuso 駸, frunciendo el ce駸 -. Al Parque no va m 駸 que la gente elegante. - 駸Qutonter 駸, Jim! -susurrella, tom 駸 dole de un brazo. -Bueno -dijo 駸, al fin, despu 駸 de vacilar un momento -. Pero no tardes mucho en vestirte. Echella a correr, bailando alegremente. Oy駸ela cantar escaleras arriba, y pronto resonaron sus pisadas en el piso de encima. El dio dos o tres vueltas por la habitaci駸, sin despegar los labios. Al fin, se detuvo, volvi 駸 dose hacia la figura inm駸il en el sill駸. - 駸 Est 駸 listas todas mis cosas, madre? -pregunt-Todo estlisto, James -contestella sin levantar los ojos de su labor. Meses hac 駸 que experimentaba cierto malestar cuando se encontraba a solas con es te hijo suyo, tan serio y tan 駸 pero. Todo su natural fr 駸 olo y vano se turbaba al encontrar sus ojos. Pregunt 駸 ase a menudo si sospechaba algo. El silencio, pues de nuevo hab 駸 ca 駸 o 駸 en su taciturnidad, se le hizo intolerable. Empeza lamentarse. Las mujeres se defienden atacando, ascomo otras veces atacan con s 駸 itas y extra s sumisiones. -Espero que te sentir 駸 a gusto en tu vida de marino, James -dijo. No olvides que tmismo eres quien la ha elegido. Hubieras podido entrar en el estudio de un procurador. Los procuradores son una clase muy considerada; y, en provincias, las familias m 駸 principales les invitan a comer con mucha frecuencia. -Detesto las oficinas, y detesto a los empleadas -contest 駸 -. Pero tiene usted raz駸. Yo mismo he elegido la vida que m 駸 me conven 駸. Todo lo que le pido a usted es que guarde bien a Sibyl. Que no le ocurra ninguna desgracia, madre. Gu 駸 dela usted bien. - 駸Qucosas dices, James! Claro que la guardarbien. -Me han dicho que hay un se駸r que va al teatro todas las noches, y habla en el saloncillo con ella. 駸 Es verdad eso? 駸 Esteso bien, madre? -Est 駸 hablando de lo que no entiendes, James. En nuestra profesi駸 estamos acostumbradas a recibir muchas atenciones. Yo misma, 駸cu 駸 tos ramos no he recibido en otro tiempo! 駸Entonces sque se apreciaba nuestro trabajo! Por lo que a Sibyl se refiere, a 駸 no ssi ha tomado la cosa enserio. Pero no cabe duda de que el muchacho es todo un caballero. Siempre estmuy atento conmigo. Adem 駸, todas las apariencias son de que es rico, y las flores que env 駸 son preciosas. -S pero todav 駸 no sabe usted c駸o se llama -dijo 駸 agriamente. -Es cierto -replicla madre, con semblante pl 駸 ido -. Todav 駸 no ha revelado su verdadero nombre. Me parece que debe ser muy rom 駸 tico Probablemente pertenece a la aristocracia. James Vane mordi駸e los labios. -Guarde usted bien a Sibyl, madre -exclam-; gu 駸 dela usted bien. -Hijo m 駸, me aflige tanta recomendaci駸. Sibyl estsiempre a mi cuidado. Claro que, si ese: caballero fuese rico, no habr 駸 raz駸 para que dejase de contraer alianza con 駸. Yo creo que es de la aristocracia. Tiene todas las apariencias. Ser 駸 un matrimonio brillant 駸 imo para Sibyl. Har 駸 n una pareja encantadora. El aspecto de 駸 no puede ser mejor; todo el mundo lo ha notado. Murmurando unas palabras entre dientes, el mozo tamborileun momento con sus dedos sobre el cristal de la ventana. Volv 駸 se de nuevo para decir algo, cuando se abrila puerta y entrSibyl corriendo. - 駸Quserios est 駸 s los dos! -exclam-. 駸 Quocurre? -Nada -contest 駸 -. Alguna vez hay que estar serio. Adi駸, madre; hasta luego. Comera las cinco. Excepto las camisas, ya he empaquetado todo; asque no tiene usted que molestarse. -Adi駸, hijo -contestla se駸ra Vane, con un saludo de estudiada majestad. Sent 駸 se considerable mente vejada por el tono que hab 駸 adoptado con ella, y algo creyver en sus ojos que le hab 駸 dado miedo. -Deme usted un beso, madre -dijo la muchacha; y sus labios en flor se posaron sobre la mustia mejilla, entibiando su hielo. - 駸Hija m 駸! 駸Hija m 駸! -exclamla se駸ra Vane, mirando hacia el techo en busca de una galer 駸 imaginaria. - 駸Vamos, Sibyl! -dijo el hermano, impaciente. Detestaba los efectismos y latiguillos de su madre. Salieron al atardecer, encendido y ventoso, bajando por el l 駸 ubre paseo de Euston. Miraban los transe 駸 tes con cierto asombro a aquel mocet駸, tasco y fornido, y un tanto astroso en efecto, en compa駸a de aquella muchachita tan esbelta y distinguida. Parec 駸 un jardinero r 駸 tico paseando con una rosa. Frunc 駸 Jim el ce駸, de cuando en cuando, al sorprender alguna de aquellas miradas inquisitoriales. Experimentaba esa aversi駸 a ser mirado que se apodera de los hombres c 駸 ebres al final de su vida, y que nunca abandona al vulgo. Pero Sibyl no se daba la menor cuenta del efecto que produc 駸. Su amor se hac 駸 risa en sus labios. Iba pensando en su pr 駸 cipe, y, para poder pensar mejor, no hablaba de 駸, sino del barco en que Jim iba a embarcarse, en el oro que seguramente encontrar 駸, en la maravillosa heredera cuya vida salvar 駸 de manos de aquellos condenados bushrangers de camisas rojas. Porque 駸 no iba a ser siempre marinero, o sobrecargo, o cualquier otra cosa por el estilo. 駸De ning 駸 modo! La vida de los marinos es horrible. 駸Estar encerrado en un barco, con las olas roncas y encrespadas que intentan de continuo meterse dentro, y un viento del infierno que derriba los m 駸 tiles y hace jirones las velas! No; 駸 deb 駸 abandonar el barco en Melbourne, despu 駸 de despedirse cort 駸 mente del capit 駸, y enseguida marcharse a las minas de oro. No pasar 駸 una semana sin que encontrase una enorme pepita de oro puro, la pepita m 駸 grande que se hubiese encontrado nunca, y que 駸 conducir 駸 hasta la costa en un carro custodiado por seis polic 駸 s a caballo. Los bushrangers les atacar 駸 n por tres veces, y ser 駸 n derrotados con p 駸 didas tremendas. O no; mejor ser 駸 que no fuese para nada a las minas. Eran sitios muy malos, donde los hombres se emborrachaban, y se mataban a tiros en las tabernas y dec 駸 n palabrotas. 駸 l deb 駸 ser ganadero, y una tarde, al caer la noche, cabalgando hacia su caza, tropezar 駸 con la rica heredera, a quien un bandido habr 駸 raptado en un caballo negro. Y 駸 les dar 駸 caza, y la pondr 駸 en libertad. Ella, como es natural, se enamorar 駸 de 駸, y 駸 de ella, y se casar 駸 n, y volver 駸 n entonces a Londres, donde vivir 駸 n en una casa espl 駸 dida. S le aguardaban muchas cosas extraordinarias. Pero 駸 deb 駸 ser muy bueno, y no echar a perder su salud ni gastar el dinero tontamente. Ella no le llevaba m 駸 que un a駸; pero sab 駸 mucho mejor que 駸 lo que era la vida. Tambi 駸 deber 駸 escribirle en todos los correos, y rezar sus oraciones todas las noches antes de dormirse. Dios era muy bueno, y velar 駸 por 駸. Ella tambi 駸 rezar 駸 por 駸, y dentro de pocos a駸s 駸 volver 駸 rico y feliz. Escuch 駸 ala el mozo, cejijunto, sin contestar palabra dolorido en el fondo de tener que abandonar su hogar. Y no era esto s駸o lo que le ten 駸 caviloso y malhumorado. A pesar de su inexperiencia, present 駸 lo peligroso de la situaci駸 de Sibyl. Ese petimetre que le hac 駸 el amor pod 駸 ir con mal fin. Era un se駸rito, y esto bastaba para que 駸 le odiase, con ese singular instinto de casta, de que 駸 no pod 駸 darse cuenta, y que, por esto mismo, le dominaba m 駸 imperiosamente. Conoc 駸 tambi 駸 la frivolidad y vanidad de su madre, y ve 駸 en ello un inmenso peligro para Sibyl y su porvenir. Los hijos comienzan por querer a sus padres; al hacerse mayores, los juzgan; y a veces, hasta los perdonan. 駸Su madre! Algo ten 駸 駸 que preguntarle, algo que, desde hac 駸 meses, rumiaba en silencio. Una frase casual o 駸 a en el teatro, una burla murmurada que hab 駸 llegado a sus o 駸 os una noche en que esperaba a la puerta del escenario, le hab 駸 n desatado un tropel de horribles pensamientos. Se acordde ello como de un latigazo que le hubiese cruzado el rostro. Frunci 駸 onse duramente sus cejas, y con un espasmo de sufrimiento mordi駸e el labio inferior. -No me escuchas ni una palabra de lo que digo, Jim -exclamSibyl -. Y eso que estoy haciendo los planes m 駸 magn 駸 icos para tu porvenir. 駸Contesta algo! - 駸 Y ququieres que conteste? -Pues que ser 駸 bueno, y no te olvidar 駸 de nosotros -dijo ella, sonri 駸 dole. Encogi駸e 駸 de hombros. -M 駸 f 駸 il es que tme olvides que yo a ti, Sibyl. - 駸 Ququieres decir, Jim? -preguntella, poni 駸 dose colorada. -Me han dicho que tienes un amigo nuevo. 駸 Qui 駸 es? 駸 Por quno me has hablado de 駸? Nada bueno irbuscando. - 駸No sigas, Jim! -gritella -. No digas nada en contra suya. 駸Le quiero! - 駸 Y ni siquiera sabes su nombre? -repuso el mozo -. 駸 Qui 駸 es? Tengo derecho a saberlo. -Se llama el Pr 駸 cipe. 駸 No te gusta el nombre? 駸Tonto! No deber 駸 s olvidarlo. Si lo hubieses visto, dir 駸 s tambi 駸 que es el ser m 駸 maravilloso del mundo. Ya lo conocer 駸; cuando vuelvas de Australia. Y le querr 駸 mucho. Todo el mundo le quiere, y yo... 駸Yo, le adoro! 駸Ojalpudieses venir al teatro esta noche! 駸Allestar 駸, y yo haré Julieta! 駸Ah, c駸o voy a hacerlo! 駸Fig 駸 ate, Jim, estar enamorada y hacer Julieta! 駸Y tenerle a 駸 enfrente! 駸Trabajar para 駸 solo! Tengo miedo de asustar al p 駸 lico; asustarlo o subyugarlo, 駸qui 駸 sabe! Estar enamorado es sobrepujarse a smismo. El pobre Mr. Isaacs va a proclamarme un "genio" a sus contertulios del bar. Ya me ha preconizado como un dogma; esa noche me anunciarcomo una revelaci駸, estoy segura. Y todo esto es obra de 駸, s駸o de 駸, de mi pr 駸 cipe, de mi maravilloso gal 駸, de mi Dios de las mercedes. 駸Qué pobre soy a su lado! 駸 Pobre? 駸 Y quimporta? Cuando la miseria entra cautelosamente por la puerta, el amor entra volando por la ventana. Hay que rehacer nuestros refranes. Fueron hechos en invierno, y ahora estamos -en verano; para m en primavera: un verdadero baile de flores en el azul del cielo... -Es un se駸rito -interrumpiel hermano hoscamente. - 駸Un pr 駸 cipe! -exclamella, musicalmente -. 駸 Qum 駸 quieres? -Quiere hacer de ti una esclava. - 駸S駸o el pensamiento de ser libre me estremece! - 駸Desconf 駸 de 駸! -Verle es amarle; conocerle, es confiar en 駸. - 駸Est 駸 loca, Sibyl! Ech駸e ella a re 駸 y se colgde su brazo. -Querido Jim, hablas como si tuvieras cien a駸s. Tambi 駸 tme enamorar 駸 alg 駸 d 駸. Entonces sabr 駸 lo que es. No pongas esa cara enfurru da. Deber 駸 s alegrarte al pensar que, aunque te vas, me dejas m 駸 feliz que he sido nunca. La vida fue muy dura con los dos, muy dura y muy dif 駸 il. Pero ahora cambiar Tte marchas a un mundo nuevo, y yo he descubierto ya uno. Mira, aquhay dos sillas; sent 駸 onos y miremos pasara la gente chic . Sent 駸 onse en medio de un grupo de mirones. Los macizos de tulipanes llameaban como palpitantes c 駸 culos de fuego. Una nube de polvo blanco fluctuaba en el aire abrasado. Las sombrillas de colores brillantes iban y aven 駸 n como gigantescas mariposas. Sibyl hizo hablar a su hermano de smismo, de sus esperanzas, de sus proyectos. Hablaba 駸 lentamente, con esfuerzo. Pas 駸 anse uno a otro las palabras como los jugadores se pasan las fichas. Sibyl se sent 駸 oprimida. No lograba comunicar su alegr 駸. Una d 駸 il sonrisa, dilatando por un instante aquellos labios adustos, fue todo lo que consigui Al poco rato quedsilenciosa. De pronto, tuvo la visi駸 fugac 駸 ima de unos cabellos dorados y unos labios risue駸s, y Dorian Gray, con dos damas, pasen un carruaje abierto. De un salto se puso en pie, gritando: - 駸Ahva, ah - 駸 Qui 駸? -preguntJim Vane. - 駸El, el pr 駸 cipe! -contestella, siguiendo el coche con los ojos. Levant駸e 駸 bruscamente, cogi 駸 dola con rudeza por el brazo. - 駸Ens 駸 amelo! 駸 Qui 駸 es? Se駸lamelo con el dedo. 駸Quiero conocerle! -exclam Pero en ese momento el carruaje del duque de Berwick se interpuso, y cuando hubo pasado, ya el coche de Dorian hab 駸 salido del Parque. -Se fue -murmurSibyl tristemente -. Me habr 駸 gustado que lo vieses. -Yo tambi 駸 me habr 駸 alegrado; pues, tan fijo hay un Dios en el cielo, que si te trae alguna desgracia le matar Mir駸e ella aterrorizada. Repiti 駸 sus palabras, que cortaban el aire como un pu l. Comenzaba ya la gente a agolparse en torno suyo. Una se駸ra, casi al lado de ella, re 駸 entre dientes. -Vamos, Jim, vamos -susurrSibyl. Sigui 駸 tras ella, hendiendo la multitud, satisfecho de lo que hab 駸 dicho. Al llegar a la estatua de Aquiles, se volviella. Velase en sus ojos una compasi駸, que pronto se tornen risa en sus labios. Sacudila cabeza. -Est 駸 loco, Jim, loco de remate. Un chico mal geniaso, eso es lo que eres. 駸 C駸o se te pueden ocurrir semejantes horrores? No sabes lo que dices. Eso no son m 駸 que celos y mala intenci駸. 駸Ah, ojalte enamorases! El amor hace buena a la gente y le quita esas ideas. -Tengo diecis 駸 s a駸s -contest 駸 -, y slo que me digo. Madre no te sirve de nada. No sabe c駸o debe cuidar de ti. 駸Ojalno tuviese que irme ahora a Australia! Note puedes figurar las ganas que me entran de echarlo todo a rodar. Y de no haber firmado ya el contrato, 駸vaya si lo har 駸! - 駸Oh, no te pongas tan serio, Jim! Pareces un h 駸 oe de esos absurdos melodramas que tan aficionada era mama representar. No voy a re駸r contigo. 駸Le he visto! Y verle es la felicidad absoluta. No rimos. Sque tnunca har 駸 da駸 a nadie que yo quiera, 駸 verdad? -Mientras lo quieras, no -contest 駸 a rega dientes. - 駸Le querrsiempre! -exclamella. - 駸 Y 駸? - 駸Tambi 駸 siempre! -Es lo mejor que puede hacer. Solt駸e ella vivamente. Luego, riendo, volvia colgarse de su brazo. 駸Quni駸 era! Al llegar a Marble Arch tomaron un 駸nibus, que les dejen la calle de Euston, cerca de su casa. Eran las cinco pasadas, y Sibyl ten 駸 que dormir un par de horas antes de ir al teatro. Jim insistipara que aslo hiciera. Dijo que prefer 駸 despedirse de ella a solas. Si su madre estaba presente, no dejar 駸 de hacer una escena, y 駸 detestaba las escenas, fueran del g 駸 ero que fueran. En el mismo cuarto de Sibyl se despidieron. Sent 駸 el mozo henchido de celos el coraz駸, y un odio vehemente y homicida contra aquel extranjero, que le parec 駸 hab 駸 venido a interponerse entre ambos. Sin embargo, cuando los brazos de ella rodearon su cuello, y sus dedos le acariciaron los cabellos enterneci駸e y la bescon verdadero cari駸. Mojados de L 駸 rimas ten 駸 los ojos al bajar la escalera. Su madre le esperaba abajo. Al entrar refunfu駸 algo sobre su falta de puntualidad. Sin contestar, Jim se sentala mesa. Revoloteaban las moscas alrededor y caminaban sobre el sucio mantel. A trav 駸 del estruendo de los 駸nibus y el rodar de los coches, segu 駸 oyendo la voz zumbadora, devorando cada uno de los minutos que le quedaban por vivir all Al cabo de unos momentos, rechazel plato y escondila cabeza entre las manos. Parec 駸 le que ten 駸 derecho a saber. Antes deber 駸 n hab 駸 selo dicho, si era lo que 駸 sospechaba. Llena de temor, su madre le observaba, mientras las palabras se escapaban maquinalmente de sus labios y sus dedos retorc 駸 n un andrajoso pa駸elito de encaje. Al dar las seis en el reloj, levant駸e y fue hacia la puerta. Luego, volvi 駸 dose en redondo hacia ella, la mirfijamente. Sus ojos se encontraron. Pareci駸e ver en los de ella una s 駸 lica desesperada. Aquello, lejos de enternecerle, le irrit -Madre, tengo algo que preguntar a usted comenz Sin despegar los labios, la se駸ra Vane paselos ojos por la habitaci駸. -D 駸 ame usted la verdad. Tengo derecho a saberla. 駸 Estaba usted casada con mi padre? La se駸ra Vane exhalun profundo suspiro. Fue un suspiro de alivio. El terrible momento, el momento que noche y d 駸, durante semanas y meses, hab 駸 temido, por fin hab 駸 llegado; y, sin embargo, no sent 駸 miedo. En cierto modo hasta era una decepci駸 para ella. La vulgaridad de la pregunta a quemarropa requer 駸 tambi 駸 una respuesta rotunda. La situaci駸 no hab 駸 sido tra 駸 a gradualmente. Era cruda, sin el menor arte. Parec 駸 un primer ensayo. -No -contestmaravill 駸 dose de la simplicidad brutal de la vida. - 駸Entonces, mi padre era un canalla! -gritel mozo, apretando los pu駸s. Ella sacudila cabeza. -Yo sab 駸 que 駸 no era libre. 駸Pero nos quer 駸 mos tanto! De haber vivido ya se habr 駸 ocupado de nosotros. No hables mal de 駸, hijo m 駸. Era tu padre; y todo un caballero. Estaba muy bien emparentado. De labios del mozo brotuna blasfemia. -No, si yo por m no me preocupo -adi-; pero 駸 y Sibyl? Tenga usted mucho cuidado con ella... 駸 No es tambi 駸 un caballero el que le hace el amor? Por lo menos, aslo dice. Y supongo que tambi 駸 divinamente emparentado. Por un momento, una horrible sensaci駸 de humillaci駸 se apoderde ella. Dejcaerla cabeza sobre el pecho; en jug駸e los ojos con mano tr 駸 ula. -Sibyl tiene una madre -murmur-. Yo no la ten 駸. Conmovi駸e el mozo. Fue hacia ella, e inclin 駸 dose, la bes -Siento haberla entristecido a usted pregunt 駸 dole por mi padre - dijo -; pero no pude contenerme. Ahora, tengo que irme. Adi駸. No olvide usted que ya no tendrque cuidar m 駸 que de una hija; y tenga usted la seguridad de que si ese hombre hace alg 駸 da駸 a mi hermana, sabrqui 駸 es, seguirsu pista y lo matarcomo a un perro. Lo juro. La exagerada vehemencia de la amenaza, la gesticulaci駸 apasionada que la acompa駸, las palabras melodram 駸 icas e insensatas, hicieron parecer m 駸 viva la vida a los ojos de la madre. Ella estaba familiarizada con esa atm駸fera. Respirm 駸 libremente, y por vez primera desde hacia meses, pudo admirar a su hijo. Ella habr 駸 querido continuar la escena al mismo nivel emocional; pero 駸 corten seco. Hab 駸 que bajar las maletas y atar las mantas. El mozo de la casa de hu 駸 pedes no hac 駸 m 駸 que entrar y salir. Hubo que ajustar el precio con el cochero. El momento se perdien detalles vulgares. Con un nuevo sentimiento de decepci駸, la se駸ra Vane agitpor la ventana el andrajoso pa駸elo de encaje, mientras el hijo se alejaba en el coche. Comprend 駸 que hab 駸 perdido una magn 駸 ica ocasi駸. Se consoló diciendo a Sibyl lo desolada que iba a ser su vida, ahora que ya no tendr 駸 que cuidar m 駸 que de una hija. Recordaba la frase, que le hab 駸 gustado; pero, de la amenaza, no dijo nada. Hab 駸 sido en 駸 gica y dram 駸 icamente exagerada. D 駸 llegar 駸 en que todos juntos la recordasen riendo. CAPITULO VI - Imagino que sabr 駸 la noticia, 駸 eh, Basil? -dijo Lord Henry aquella noche, cuando entrarba Hallward en el reservado del Bristol, donde ya estaba dispuesta una mesa con tres cubiertos. - No, Harry -repuso el artista, entregando el abrigo y el sombrero al criado -. 駸 De quse trata? Espero que no serde polfiiea, 駸 eh? Ya sabes que. la pol 駸 ica no me interesa. Dif 駸 ilmente se encontrar 駸 una sola persona en la C 駸 ara de los Comunes digna de ser pintada; aunque a muchos de ellos no les vendr 駸 mal un peque駸 revoco. - Dorian Gray se casa -dijo Lord Henry, mir 駸 dole fijamente. Estremeci駸e Hallward; luego, frunciel ce駸. - 駸 Que Dorian se casa? -exclam-. 駸Imposible! -Absolutamente exacto. - 駸 Con qui 駸? - Con una actriz de segundo orden, o algo por el estilo. - No puedo creerlo. Dorian es lo bastante cuerdo. - Dorian es lo bastante cuerdo para no hacer, de cuando en cuando, tonter 駸 s, querido Basil. - Pero el casarse no es cosa que pueda hacerse de cuando en cuando, Harry. - Salvo en Am 駸 ica -replicLord Henry, l 駸 guidamente -. Pero yo no he dicho que se haya casado, sino que piensa casarse. Hay una gran diferencia. Yo me acuerdo perfectamente de estar casado, pero no tengo la m 駸 peque reminiscencia de haber pensado nunca en casarme. Como que me siento inclinado a creer que no pensjam 駸 en tal cosa. - Pero piensa en el nacimiento de Dorian, en su posici駸, en su fortuna. Ser 駸 absurdo que contrajese un matrimonio tan desigual. - Si quieres verle casarse con esa muchacha, no tienes m 駸 que decirle eso, Basil. Puedes estar seguro de que lo harfa sin vacilar. Cuando un hombre se decide a hacer una estupidez, siempre es por los motivos m 駸 elevados. -Espero que, por lo menos, esa muchacha serbuena y honrada, Harry. No querr 駸 ver a Dorian ligado a una mujerzuela, que pudiese degradar su naturaleza y arruinar su inteligencia. - 駸Oh!, es m 駸 que buena... es bonita -murmurLord Henry, apurando a sorbitos una copa de vermouth y bitters -. Dorian dice que es bonita, y 駸 no suele equivocarse en estos juicios. Tu retrato ha madurado su criterio respecto al f 駸 ico de la gente. Ha producido, entre otros, 駸 e excelente resultado. En fin, esta noche le veremos, si es que no ha olvidado la cita. - 駸 Hablas en serio? -Completamente, Basil. Nunca he hablado m 駸 en serio. -Pero 駸 es que tapruebas eso, Basil? -preguntel pintor, paseando de arriba abajo por la habitaci駸 y mordi 駸 dose los labios -. No es posible que lo apruebes. Ser 駸 una locura. -Yo nunca apruebo ni desapruebo nada. Es una actitud absurda en la vida. No hemos venido al mundo para ventilar nuestros prejuicios morales. Yo nunca me entero de lo que dicen los necios, ni me meto en lo que hacen los discretos. Si una persona me atrae sea cual sea el modo de expresi駸 que esa persona elija, siempre lo encuentro de Dorian se enamora de una muchacha preciosa, que representa Julieta, y decide casarse con ella. 駸 Porquno? Aunque se casara con Mesalina, no por eso dejar 駸 de ser menos interesante. Tbien sabes que yo no soy precisamente un campe駸 del matrimonio. El verdadero inconveniente del matrimonio es que le hace a uno altruista. Y la gente altruista es incolora. Carece de personalidad. Sin embargo, hay ciertos caracteres a los que el matrimonio hace m 駸 complejos. Conservan su egotismo, y aden a 駸 otros varios egos. Se ven obligados a tener m 駸 de una vida. Adquieren una organizaci駸 m 駸 elevada; cosa que, a mi entender, es para el hombre el fin de la existencia. Adem 駸, toda experiencia tiene su valor; y, d 駸 ase lo que se diga contra el matrimonio, siempre es una experiencia. Espero que Dorian se casarcon esa muchacha, la adorarlocamente seis meses, y luego, de pronto, se sentirfascinado por cualquier otra. Ser 駸 un estudio maravilloso. -No sientes ni una palabra de todo eso, Harry; de sobra lo sabes. Si la vida de Dorian se frustrase, nadie lo lamentar 駸 m 駸 que t Eres mucho mejor de lo que pretendes. Lord Henry se echa re 駸. La raz駸 de que todos seamos tan amigos de pensar bien de los dem 駸, es que todos tememos por nosotros mismos. La base del optimismo es simplemente el miedo. Creemos ser generosos porque adornamos al pr駸imo con todas aquellas virtudes que pueden beneficiarnos. Ensalzamos al banquero, a fin de poder confiar en 駸, y encontramos buenas cualidades al salteador de caminos, en la esperanza de que hargracia a nuestro bolsillo. Pienso todo lo que he dicho. Tengo el m 駸 profundo desprecio por el optimismo. En cuanto a lo de frustrar una vida, s駸o se frustra aquello cuyo desarrollo se estaciona. Si quieres estropear un car 駸 ter, no tienes m 駸 que intentar rehacerlo. Respecto a ese matrimonio, claro que ser 駸 est 駸 ido, pero hay otros lazos m 駸 interesantes entre el hombre y la mujer. Y yo no vacilaren fomentarlos. Tienen, adem 駸, la ventaja de estar de moda. Pero aquí viene Dorian en persona. 駸 l te dirm 駸 de lo que yo pueda decirte. - 駸Querido Harry, querido Basil, ten 駸 s que darme la enhorabuena! -exclamel joven, despoj 駸 dose de su capa de soir 駸, y estrechando la mano de ambos amigos -. Nunca he sido tan feliz. Claro que es una felicidad s 駸 ita, como todas las cosas agradables. Y, sin embargo, me paree como si fuera la 駸 ica cosa que he buscado en mi vida. La animaci駸 y la alegr 駸 le sonrosaban el rostro, embelleci 駸 dolo extraordinariamente. -Espero que ser 駸 siempre muy feliz, Dorian -dijo Hallward -; pero no te perdono el que no me hayas dicho nada de tu pr駸imo casamiento. A Harry bien se lo has comunicado. -Y yo no te perdono que hayas venido tan tarde a comer -interrumpió Lord Henry, poni 駸 dole la mano en el hombro y sonriendo -. Venid, sent 駸 onos; veamos de lo que es capaz el nuevo cocinero, y luego nos contar 駸 todo al detalle. - 駸Oh!, no hay mucho que contar -exclamDorian, mientras los tres tomaban asiento alrededor de la mesa -. He aqusimplemente lo ocurrido: Anoche, cuando nos separamos, Harry, fui a vestirme, comí en ese peque駸 restaurant italiano de la calle de Rupert, al que tú me llevaste una vez, y a las ocho me dirigal teatro. Sibyl representaba Rosalinda. Naturalmente, la mise en sc 駸 e era espantosa, y el Orlando, absurdo. 駸Pero Sibyl! 駸Si la hubieses visto! Cuando entrvestida de muchacho, estaba maravillosa. Llevaba un jub駸 de terciopelo negro, con mangas canela, calzas de color pardo, un birrete verde con una pluma de halc駸 prendida por un broche, y una capita de capucha forrada de rojo mate. Nunca me hab 駸 parecido tan deliciosa. Ten 駸 toda la gracia delicada de esa figulina de Tanagra que tienes en tu estudio, Basil. Sus cabellos se ensortijaban alrededor de su rostro, como hojas oscuras en torno de una rosa p 駸 ida. En cuanto a su trabajo... Bueno, ya la ver 駸 s esta noche. Ha nacido artista; simplemente. Sentado en el palco mugriento, la miraba como hechizado. Olvidque estaba en Londres y en el siglo XIX. Me sent 駸 lejos, con ella, en un bosque nunca contemplado por ojos humanos. Al terminar la representaci駸, pasal escenario y hablcon ella. Estando sentados, uno al lado del otro, vi de pronto pasar por sus ojos una mirada que no hab 駸 visto hasta entonces. Mis labios se tendieron hacia ella. Nos besamos. No puedo describiros lo que experimenten aquel momento. Me parecicomo si toda mi vida hubiese quedado reducida a un instante de gozo perfecto. Ella temblaba de pies a cabeza, y oscilaba como un blanco narciso. Luego, dej 駸 dose caer de rodillas, se puso a besar mis manos. Comprendo que no deber 駸 contaros todo esto, pero no puedo menos. Naturalmente, nuestras relaciones son un secreto absoluto. Ella, ni siquiera se lo ha dicho a su madre. No slo que van a decir mis tutores. Lord Radley seguramente se pondrfurioso. No me importa. Antes de un a駸 sermayor de edad, y podrhacer lo que me plazca. 駸 Verdad que he hecho bien, Basil, en ir buscar mi amor a la poes 駸 y encontrar mi mujer en las obras de Shakespeare? Labios que Shakespeare ense駸 a hablar han susurrado en mi o 駸 o su secreto. He tenido, alrededor de mi cuello, los brazos de Rosalinda, y he besado la boca de Julieta. -S Dorian, creo que has hecho bien -dijo Hallward en voz queda. - 駸 La has visto hoy? -interrogLord Henry. Dorian Gray movila cabeza negativamente. -La dejen la selva de las Ardenas; la encontraren un huerto de Verona. Lord Henry apursu copa de champagne con aire pensativo. - 駸 En qumomento pronunciaste la palabra matrimonio, Dorian? 駸 Y qute contestella? 駸 O quiz 駸 lo has olvidado? -Querido Henry, yo no tratel asunto como si fuera un negocio, ni hice ninguna proposici駸 concreta. Le dije que la amaba, y ella me contestque no era digna de ser mi mujer. 駸Que no era digna! 駸Y el mundo entero a su lado no es nada para m - 駸Qumaravillosamente pr 駸 ticas son las mujeres! -murmurLord Henry -. Mucho m 駸 pr 駸 ticas que nosotros. En situaciones semejantes, nosotros, a menudo, olvidamos hablar de matrimonio; pero ellas se encargan siempre de record 駸 noslo. Hallward le puso la mano en el hombro. -Basta, Harry. Has disgustado a Dorian. Dorian no es como los dem 駸. 駸 l nunca querrhacer sufrir a nadie, Es demasiado bueno. Lord Henry mira Dorian por encima de la mesa. -Dorian no puede disgustarse conmigo -dijo -. Si yo le hac 駸 esa pregunta era con la mejor intenci駸; la 駸 ica, realmente, que excusa todas las preguntas: la simple curiosidad. Mi teor 駸 es que siempre son las mujeres las que se declaran a nosotros, y no nosotros los que nos declaramos a ellas. Excepto, como es natural, en la clase media. Pero la clase media no estnunca a la orden del d 駸. Ech駸e a re 駸. Dprian, sacudiendo la cabeza. -No tienes arreglo, Henry; pero me tiene sin cuidado. No es posible enfadarse contigo. Cuando veas a Sibyl Vane comprender 駸 que para hacerla sufrir se necesitar 駸 ser una fiera, una fiera sin coraz駸. No puedo comprender c駸o hay quien sienta deseos de deshonrar al ser amado. Y yo quiero a Sibyl Vane. Necesito colocarla sobre un pedestal de oro, y ver c駸o el mundo adora a la mujer que es m 駸. 駸 Ques el matrimonio? Un voto irrevocable. Tte burlas de ello. 駸Ah!, no te burles. Un voto irrevocable es el que yo quiero pronunciar. Su confianza me hace fiel; su fe me hace bueno. Cuando estoy con ella, deploro todo lo que me has ensedo. Me siento distinto de lo que tú me has ense do a ser, cambiado por entero. Y el simple contacto de la mano de Sibyl Vane me hace olvidarte, a ti y tus teor 駸 s falsas, fascinadoras, envenenadas y deliciosas. - 駸 Y son...? -interrogLord Henry, sirvi 駸 dose ensalada. - 駸Oh!, tus teor 駸 s sobre la vida, el amor, el placer. En fin, todas tus teor 駸 s, Harry. -El placer es la 駸 ica cosa sobre la cual vale la pena de tener una teor 駸 -replicLord Henry, con su voz queda y melodiosa -. Pero temo no poder reivindicar la teor 駸 como propia. Pertenece a la Naturaleza, y no a m El placer es el testimonio de la Naturaleza, su signo de aprobaci駸. Cuando somos felices, siempre somos buenos; pero cuando somos buenos, no siempre somos felices. - 駸Ah!, 駸 pero quentiendes tpor bueno? -exclamBasil Hallward. -S-repitiDorian, recost 駸 dose en su silla y mirando a Lord Henry por encima de los lirios morados que ocupaban el centro de la mesa -; 駸 quentiendes por bueno, Harry? -Ser bueno es estar en armon 駸 consigo mismo -respondiLord Henry, acariciando el pie fr 駸 il de su copa con los dedos p 駸 idos y afilados -. Ser malo es verse obligado a estar en armon 駸 con los dem 駸. La vida propia: he ahlo importante. En cuanto alas vidas ajenas, si nos empemos en ser pedantes o puritanos, podemos desplegar nuestras ideas morales sobre ellas; pero, en realidad, no son de incumbencia nuestra. Adem 駸, el individualismo es el fin m 駸 alto. La moral moderna consiste en ajustarse a la pauta de la 駸 oca. Yo, por mi parte, considero que ajustarse ala pauta de su 駸 oca es para un hombre culto un acto de la m 駸 crasa inmoralidad. -Pero, 駸 no crees que a veces se paga terriblemente caro el vivir s駸o para uno mismo, Harry? -insinuel pintor. -S hoy nos cobran de m 駸 en todo. A veces pienso que la verdadera tragedia de los pobres es no poder proporcionarse m 駸 que la abnegaci駸. Los pecados bellos, como las cosas bellas, son privilegio de los ricos. -No siempre se paga en dinero... - 駸 En quentonces, Basil? - 駸Qusyo! En remordimientos, en dolor, en... s en la conciencia de la propia degradaci駸. Lord Henry se encogide hombros. -Querido, el arte medieval es delicioso; pero las emociones medievales est 駸 anticuadas. Claro que pueden usarse en literatura; pero es que precisamente las 駸 icas cosas que pueden usarse en literatura son las que ha dejado uno de usar en la vida real. Cr 駸 me, ning 駸 hombre civilizado lamenta nunca un placer, y ninguno incivilizado llega jam 駸 a saber lo que es un placer. -Yo slo que es el placer -exclamDorian Gray -. Es adorar a alguien. -Cosa, ciertamente, mejor que ser adorado -repuso Lord Henry, jugando con las frutas -. Ser adorado es muy molesto. Las mujeres nos tratan lo mismo que la humanidad trata a sus dioses. Nos adoran, pero se pasan la vida pidi 駸 donos que hagamos algo por ellas. -Yo dir 駸 que, p 駸 annos lo que nos pidan, antes nos lo han dado ellas a nosotros -murmurel mozo, gravemente -. Hicieron nacer en nuestra alma el amor. Tienen derecho a reclamarlo. -Completamente exacto, Donan -profiriHallward. -No hay nada completamente exacto -dijo Lord Henry. -Esto lo es -interrumpid Dorian -. Reconocer 駸, Harry, que las mujeres dan a los hombres el oro mismo de su existencia. -Es posible -suspirLord Henry -; pero invariablemente tratan de ganar algo en el cambio. Esta es la l 駸 tima. Las mujeres, como dijo un franc 駸 de mucho ingenio, nos inspiran el deseo de hacer obras maestras, y nos impiden siempre llevarlas a cabo. - 駸Eres un monstruo, Harry! No spor qute tengo tanto afecto. -Siempre me lo tendr 駸, Dorian -replicLord Henry -. 駸 Tomar 駸 s caf verdad? 駸Mozo: caf co c y cigarrillos! No; cigarrillos no; todav 駸 me quedan. Basil, no puedo consentirte que fumes un cigarro. Toma un pitillo. El pitillo es el tipo perfecto de un placer perfecto. Es exquisito, y le deja a uno insatisfecho. 駸 Qum 駸 se puede desear? S Dorian, siempre me tendr 駸 afecto. Represento para ti todos los pecados que no has tenido el valor de cometer. - 駸Qutonter 駸 s dices, Harry! -exclamel mancebo encendiendo un cigarrillo en el drag駸 de plata vomitando fuego que acababa el mozo de colocar en la mesa -. V 駸 onos al teatro. Cuando aparezca Sibyl en escena concebir 駸 s un nuevo ideal de vida. Serpara vosotros algo que no hab 駸 s todav 駸 conocido. -Yo he conocido todo -dijo Lord Henry, con una mirada de cansancio -; pero estoy pronto siempre a toda emoci駸 nueva. Temo, sin embargo, que, para mal menos, no exista ya tal cosa. No obstante, tu maravillosa doncella puede todav 駸 conmoverme. Adoro el teatro. Es mucho m 駸 real que la vida Vamos, Dorian, tvendr 駸 conmigo. Lo siento infinito, Basil, pero no hay sitio m 駸 que paradas en mi brougham. Tvendr 駸 detr 駸 en un hansom. Levant 駸 onse y pusi 駸 onse los abrigos, tomando el cafen pie. El pintor estaba silencioso y preocupado. Sent 駸 se entenebrecido. No pod 駸 aprobar aquel matrimonio, y, sin embargo, le parec 駸 preferible a otras muchas cosas que habr 駸 n podido suceder. Al cabo de unos minutos bajaron todos. Hallward subien un hansom, como se hab 駸 convenido, sin perder de vista las fulgurantes linternas del carricoche de Lord Henry, que iba delante. Un extra駸 sentimiento de vac 駸 se apoderde 駸. Comprend 駸 que Dorian Gray no volver 駸 a ser nunca para 駸 todo lo que hab 駸 sido en el pasado. La vida se hab 駸 interpuesto entre ambos... Sus ojos se nublaron; las calles, concurridas y resplandecientes, se tornaron borrosas. Al detenerse el coche a la puerta del teatro, le parecihaber envejecido unos cuantos a駸s. CAPITULO VII Por una u otra raz駸, la sala estaba llena aquella noche, y el gordo empresario jud 駸, al que hallaron a la puerta, sonre 駸 de oreja a oreja con una untuosa y temblona sonrisa. Escolt駸es hasta el palco con una especie de pomposa humildad, sacudiendo sus manos adiposas y enjoyadas, y hablando a voz en cuello. Dorian Gray lo encontrm 駸 abominable que nunca. Sent 駸 como si, habiendo venido para ver a Miranda, se hubiese tropezado con Caliban. Lord Henry, en cambio, casi lo hallde su gusto. Por lo menos, aslo declar e insistien estrecharle la mano, asegur 駸 dole que se sent 駸 orgulloso de encontrar a un hombre que hab 駸 descubierto a un artista realmente genial y hecho bancarrota por un poeta. Hallward se distrajo en observar los rostros del patio. Hac 駸 un calor sofocante, y la enorme ara del centro fulguraba como una dalia monstruosa de amarillos p 駸 alos de fuego. Los mozos, en la galer 駸, se hab 駸 n despojado de chaquetas y chalecos, colg 駸 dolos de la barandilla. Habl 駸 anse de un lado a otro del teatro, y compart 駸 n sus naranjas con las criaturas vestidas de colores chillones que ten 駸 n al lado. Algunas mujeres re 駸 n en el patio. Sus voces eran horriblemente agudas y discordantes. Del bar llegaba el taponazo de las botellas descorchadas. - 駸Qusitio para encontrar a la deidad de uno! -exclamLord Henry. -S-repuso Dorian Gray -. Aqufue donde la hall m 駸 divina que todo lo existente. Cuando salga a escena lo olvidar 駸 s todo. Esta gente, vulgar y tosca, con sus rostros soeces y sus ademanes brutales, en cuanto ella sale, cambia por completo. Guardan silencio y la contemplan. Lloran y r 駸 n a voluntad de ella. Son, para ella, como un viol 駸 en el cual tocase. Ella los espiritualiza y nos hace sentir que son de la misma carne y de la misma sangre que nosotros. - 駸De la misma carne y la misma sangre que nosotros! - 駸Oh, espero que no! -exclamLord Henry, examinando con sus gemelos a los espectadores de la galer 駸. -No le hagas caso, Dorian -dijo el pintor -: Yo comprendo lo que quieres decir, y tengo fe en esa muchacha. Todo ser al que tquieras tiene que ser maravilloso; y una muchacha que produce el efecto que dices, preciso es que sea bella y noble. Espiritualizar a nuestros contempor 駸 eos, ya es tarea digna de emprenderse. Si esa muchacha pue- de dar alma a los que han vivido sin ella; si puede suscitar el sentido de la belleza en gentes cuyas vidas han sido s駸didas y feas; si puede despojarlas de su ego 駸 mo y prestarles l 駸 rimas para llorar dolores que no son los suyos propios, realmente es digna de toda tu admiraci駸 y digna de la admiraci駸 del mundo. Ese matrimonio es perfectamente razonable. Al principio no lo creas pero ahora lo reconozco. Los dioses han hecho a Sibyl Vane para ti. Sin ella, hubieras quedado in- completo. -Gracias, Basil -contestDorian Gray, estrech 駸 dole la mano -. Estaba seguro de que tme entender 駸 s. Harry es tan c 駸 ico, que me da miedo. Pero ya empieza la orquesta. Es tremenda; pero no dura m 駸 que cinco minutos. Luego se levantarel tel駸, y ver 駸 s a la mujer a quien voy a dar mi vida entera, a la que he dado ya todo lo que hay en mde bueno. Un cuarto de hora despu 駸, en medio de una tempestad de aplausos, entrSibyl Vane en escena. S ciertamente que era atractiva; una de las criaturas m 駸 deliciosas que hab 駸 visto nunca, pensLord Henry. Hab 駸 algo del cervatillo en su gracia t 駸 ida y sus ojos medrosos. Un leve rubor, semejante a la sombra de una rosa en un espejo de plata, coloresus mejillas al posar la mirada en aquella multitud entusiasmada que llenaba la sala. Retrocediunos pasos, y sus labios parecieron temblar. Basil Hallward, poni 駸 dose en pie vivamente, comenza aplaudir. Inm駸il, como en un sue駸, Dorian Gray permanec 駸 sentado, contempl 駸 dola absorto. Lord Henry requirisus gemelos, murmurando: "駸Deliciosa! 駸Deliciosa!". La escena era en un sal駸 de casa de los Capuleto, y Romeo, disfrazado de romero, acababa de entrar con Mercutio y sus otros amigos. La banda atacunos compases de m 駸 ica, y el baile empez En medio de la multitud de racionistas desgarbados y fachosos, Sibyl Vane se balanceaba, al bailar, como una planta en el agua. La curva de su cuello era la curva de una blanca azucena. Sus manos parec 駸 n hechas de fr 駸 marfil. Sin embargo, parec 駸 extra mente inatenta. No mostrsel alguna de alegr 駸 al detener los ojos en Romeo. Las pocas palabras que ten 駸 que hablar: Good pilgrim, you do wrong your hand too much, Which mannerly devotion shows in this; For saints have hands that pilgrims' hands do touch. And palm to palm is holy palmer's kiss, con el breve di 駸 ogo que sigue, fueron dichas de un modo afectado. La voz era deliciosa, pero la entonaci駸 enteramente falta, equivocada de color, despojando de toda vida el verso, haciendo irreal la pasi駸. Dorian Gray palideciobserv 駸 dola, confundido, anhelante. Ninguno de sus dos amigos se atrevia decirle nada. A ambos les pareciuna actriz mediocr 駸 ima, y ambos se sintieron horriblemente defraudados. Sin embargo, sab 駸 n que la prueba decisiva de toda Julieta es la escena del balc駸 en el segundo acto. Esperaron; si fracasaba all es no que habla nada en ella. Realmente estaba encantadora cuando aparecia la luz de la luna. Esto no pod 駸 negarse. Pero su afectaci駸 era insoportable, y por momentos iba agrav 駸 dose. Su manera de accionar se resent 駸 de un absurdo amaneramiento, y a todo lo que dec 駸 le daba un 駸 fasis excesivo. El bell 駸 imo pasaje: Thou know'est the mask of night is on my face, Else would a maiden blush bepaint my cheek For that which thou hast heard me speak to- night, fue declamado con la penosa precisi駸 de una colegiala, enseda a recitar por un profesor de declamaci駸, de segundo orden. Cuando se inclinsobre el balc y llega aquellos versos maravillosos: Although I joy in thee, I have no joy of this contract to- night: It is too rash, too unadvised, too sudden, Too like the lightning which doth cease to be Ere one can say "It lightens!" Sweet, good- night! This bud of love, by summer's ripening breath May prove a beauteaous flower when next we meet, pronuncilas palabras como si no tuviesen sentido alguno para ella. No era azoramiento, no. Al contrario, parec 駸 absolutamente due de smisma. Era, simplemente, arte malo; un completo fiasco. Hasta el p 駸 lico vulgar e ineducado del patio y de la galer 駸 perdió todo inter 駸 en la obra. Comenzaron a agitarse, a hablar alto, a sisear. El empresario jud 駸, de pie en el fondo de la sala, pateaba y juraba de rabia. La 駸 ica persona tranquila era ella. Al terminar el segundo acto, se desencadenun hurac 駸 de silbidos, y Lord Henry se levantde su silla y se puso el gab 駸. -Es preciosa, Dorian -dijo -; pero no tiene idea del teatro. V 駸 onos. -Quiero ver toda la obra -contestel mozo, con voz sorda y amarga -. Siento infinito haberte hecho perder la noche, Harry. A ambos os pido mil perdones. -Querido Dorian, Miss Vane debe estar indispuesta -interrumpió Hallward -. Volveremos otra noche. - 駸Pluguiera al cielo que estuviese enferma! -replicDorian -. Pero me parece, simplemente, insensible y fr 駸. Ha dado un cambio completo. Anoche era una gran artista. Hoy, no pasa de ser una actriz mediocre y adocenada. -No hables asde una mujer que amas, Dorian. El amor es cosa mucho m 駸 maravillosa que el arte. -Ambos no son m 駸 que simples formas de imitaci駸 -hizo observar Lord Henry -. Pero salgamos. No debes permanecer aqum 駸 tiempo, Dorian. Ver representar mal, es sumamente pernicioso para la moral de uno. Adem 駸, no creo que quieras que tu mujer contin 駸 en el teatro. 駸 Quimporta, pues, que haga Julieta como una mu駸ca de palo? Es muy bonita, y si sabe tan poco de la vida como del teatro, seruna experiencia deliciosa. No hay m 駸 que dos clases de personas que sean realmente sugestivas: las que lo saben todo, y las que no saben nada en absoluto. 駸Por Dios, hijo m 駸, no pongas esa cara tan tr 駸 ica! El secreto de permanecer joven es no tener nunca una emoci駸 desagradable. Ven al club con Basil y conmigo. Fumaremos y beberemos a la belleza de Sibyl Vane. Es preciosa. 駸 Qum 駸 puedes desear? - 駸Vete, Harry, vete! -gritel mozo -. Necesito estar solo. Y ttambi 駸, vete, Basil. 駸Ah!, 駸 no veis que se me estrompiendo el coraz駸? Sus ojos se llenaron de l 駸 rimas ardientes; tembl 駸 onle los labios, y corriendo hacia el fondo del palco, se apoycontra la pared y escondiel rostro en las manos. -V 駸 onos, Basil -dijo Lord Henry, con una extra ternura en la voz. Y ambos salieron juntos. Pocos momentos despu 駸 se encendieron las candilejas, y levant駸e el tel駸 para el tercer acto. Dorian Gray volvia ocupar su silla. Estaba p 駸 ido, altivo e indiferente. La obra avanzaba penosamente, y parec 駸 interminable. La mitad del auditorio se march con un ruido de pies pesados y riendo. El fracaso era completo. El 駸 timo acto, transcurriante los bancos casi desiertos. El tel駸 cayentre upas risitas burlonas y unos cuantos gru駸dos. Apenas hubo terminado, corriDorian Gray hacia el saloncillo. Allestaba la muchacha, sola, con una expresi駸 de triunfo. En sus ojos brillaba un fuego intenso. Toda ella parec 駸 resplandecer. Sus labios entreabiertos sonre 駸 n a alg 駸 secreto s駸o de ella conocido. Al entrar Dorian, le mircon una mirada de alegr 駸 infinita. - 駸Qumal he estado esta noche!, 駸 verdad, Dorian? -exclam - 駸Horriblemente! -contest 駸, contempl 駸 dola estupefacto -. 駸 Est 駸 enferma? No tienes idea de lo mal que has estado. No puedes figurarte cu 駸 to he sufrido. La muchacha sonri -Dorian -repuso, deteni 駸 dose con voz musical en el nombre, como si fuera m 駸 dulce que la miel a los p 駸 alos rojos de su boca -, Donan, deber 駸 s haber comprendido. Pero ahora scomprendes, 駸 verdad? 駸 Comprendo, qu -pregunt 駸, col 駸 icamente. -Por quhe estado tan mal esta noche. Por questarya siempre mal. Por quno volverya nunca a trabajar bien. Encogi駸e Dorian de hombros. -Quiero suponer que est 駸 enferma. Pero, en ese caso, no deber 駸 s salir a escena. Te pones en rid 駸 ulo. Nos has hecho pasar un mal rato, a mis amigos y a m Ella no parec 駸 escucharle. La alegr 駸 la transfiguraba. Un 駸 tasis de felicidad se hab 駸 apoderado de ella. - 駸Dorian, Dorian! -exclam-; antes de conocerte el teatro era la 駸 ica realidad de mi vida. El teatro era el 駸 ico lugar en que viv 駸. Cre 駸 que todo lo que en 駸 represent 駸 amos era verdad. Una noche era Rosalinda, y Porcia a la siguiente. La alegr 駸 de Beatriz era mi alegr 駸, y el dolor de Cordelia tambi 駸 era el m 駸. Cre 駸 en todo. La gente vulgar que trabajaba conmigo me parec 駸 semejante a los dioses. Las decoraciones pintadas eran mi mundo. No conoc 駸 sino sombras, y me parec 駸 n reales. Viniste t.. - 駸oh amor m 駸!- y libertaste mi alma de su c 駸 cel. Me ense ste lo que es la realidad. Esta noche, por primera vez en mi vida, he visto la vanidad, la ficci駸 y la estupidez de la farsa sin sentido en que hasta ahora me he movido. Esta noche, por vez primera, me he dado cuenta de que Romeo era repugnante, y viejo y pintado, de que la luz de la luna en el huerto era ficticia, de que el decorado era atrozmente vulgar, y de que las palabras que ten 駸 que pronunciar eran mentira, no eran mis palabras, no eran lo que yo quer 駸 decir. Tme has tra 駸 o algo m 駸 elevado, algo de que todo el arte es s駸o un reflejo. Tme has hecho comprender lo que realmente es el amor. 駸Amor m 駸! 駸Amor m 駸! 駸Mi pr 駸 cipe! 駸Pr 駸 cipe de mi vida! Me repugnan ya las sombras. Teres m 駸 para mque todo cuanto pueda ser el arte. 駸 Qutengo que ver yo con los mu駸cos de una comedia? Cuando esta noche sala escena no pod 駸 comprender c駸o era que todo esto se hab 駸 ido de m Creque iba a estar maravillosa, y vi que no pod 駸 hacer nada. De pronto se hizo en mla luz, y comprend Les o 駸 silbarme, y sonre 駸. 駸 Qupod 駸 n ellos saber de un amor como el nuestro? Ll 駸 ame contigo, Dorian... ll 駸 ame contigo, adonde podamos estar completamente solos. Odio el teatro. Podr 駸 fingir una pasi駸 que no sintiese, pero no puedo simular una que me quema como fuego. 駸Oh Dorian, Dorian!, 駸 comprendes ahora lo que esto significa? Y aunque pudiera hacerlo, ser 駸 para muna profanaci駸 salir a escena estando enamorada. Tú me has hecho ver esto. Dorian se dejcaer en el sof y apartando los ojos de ella, murmur -Has matado mi amor. Ella le mirasombrada, y se echa re 駸. 駸 l no dijo nada. Entonces ella se le acercsuavemente y le acaricicon sus dedos menudos los cabellos. Luego se arrodilly le beslas manos. Retir駸as 駸, estremeci 駸 dose. De pronto, levant 駸 dose, se dirigihacia la puerta. -S-grit-, has matado mi amor. Antes excitabas mi imaginaci駸, y ahora, ni siquiera consigues despertar mi curiosidad. Me dejas completamente fr 駸. Yo te quer 駸 porque eras maravillosa, porque hab 駸 en ti genio y entendimiento; porque hac 駸 s realidad los sue駸s de los grandes poetas, y dabas formas y sustancia a las sombras del arte. Tmisma te has despojado de todo. Eres superficial y tonta. 駸Santo Dios, quloco fui en quererte! 駸Qunecio! En este momento, ya no eres nada para m No quiero volver a verte. No quiero pensar m 駸 en ti, ni acordarme de tu nombre. 駸Tno sabes lo que eras antes para m Antes... 駸Pero no quiero pensar m 駸 en ello! 駸Ojalno te hubiesen visto nunca mis ojos! Thas destruido la novela de mi vida. 駸Qupoco sabes del amor, si piensas que perjudica a tu arte! Sin tu arte no eres nada. Yo te habr 駸 hecho famosa, rica y magn 駸 ica. El mundo te habr 駸 adorado, y tu hubieses llevado mi nombre. 駸 Queres ahora, en cambio? Una actriz de tercer orden, tonta y bonita. La muchacha palidec 駸 y temblaba. Juntlas manos y murmurcon una voz que parec 駸 anudarse en la garganta: -No es posible que hables en serio, 駸 verdad, Dorian? Est 駸 representando una comedia. - 駸 Representando? Eso lo dejo para ti. 駸Lo haces tan bien! -replic 駸, mordazmente. Levant駸e ella, y con una lastimera expresi駸 de dolor en el rostro vino hacia 駸. Le puso la mano en el brazo y le miren los ojos. El la rechaz gritando: - 駸No me toques! Ella lanzun sordo gemido, y se derriba los pies de 駸, quedando inm駸il, como una flor pisoteada. - 駸Dorian, Dorian, no me abandones! -musit-. 駸Siento tanto haber estado mal esta noche! Pensaba en ti todo el tiempo. Pero yo tratar.. s te aseguro que tratar.. 駸este amor que tengo ha sido para muna cosa tan s 駸 ita! Creque nunca lo habr 駸 conocido si tú no me hubieses besado... si no nos hubi 駸 emos besado. 駸B 駸 ame de nuevo, amor m 駸! Note vayas; no me dejes. Mi hermano... No; 駸 a qué pensar en ello? El no quer 駸 decir eso. Hablaba en broma... Pero t t 駸 no puedes perdonarme por esta noche? Yo trabajar estudiaré mucho, y tratarde progresar. 駸No seas cruel conmigo, s駸o porque te quiero m 駸 que a nada en el mundo! Despu 駸 de todo, hoy es la 駸 ica vez que no te he gustado. Pero tienes raz駸 de sobra, Dorian. Yo deber 駸 haberme mostrado m 駸 que una artista. Fue una tonter 駸, lo reconozco; pero no pod 駸 hacer otra cosa... 駸Oh, no me dejes, no te vayas! Un acceso de sollozos apasionados la sofoc Quedó acurrucada en tierra como una bestezuela herida. Dorian Gray la contemplun momento, y sus labios se contrajeron en una mueca de exquisito desd 駸. Siempre hay algo rid 駸 ulo en las emociones de aquellas personas que hemos dejado de querer. En aquel instante, Sibyl Vane le parec 駸 absurdamente melodram 駸 ica. Sus l 駸 rimas y sollozos le molestaban. -Me voy -dijo al fin, con su voz clara y tranquila -. Lo siento mucho, pero no me es posible volver a verte. Me has defraudado por completo. Ella lloraba silenciosamente. No dijo nada; pero se acerc arrastr 駸 dose, a 駸. Sus manecitas se tendieron como las de un ciego, pareciendo buscarle. 駸 l volvilos talones, y salid del cuarto. Pocos segundos despu 駸 estaba en la calle. Apenas se dio cuenta del rumbo que tomaba. Se acordaba de haber vagado a trav 駸 de callejuelas obscuras, pasadizos sombr 駸 s y casas siniestras. Mujeres de voz bronca y risa agria hab 駸 n siseado llam 駸 dole. Borrachos, maldiciendo y monologando confusamente, hab 駸 n pasado junto a 駸, haciendo eses, como simios monstruosos. Hab 駸 visto ni駸s como sabandijas, arracimados delante de algunos umbrales, y o 駸 o chillidos y blasfemias que sal 駸 n de los portales l駸regos. Amanec 駸 cuando se encontren los alrededores de Covent Garden . Las tinieblas se iban disipando, y el cielo, encendi 駸 dose en fuegos tenues, iba troc 駸 dose en una perla perfecta. Grandes carretas atestadas de cabeceantes azucenas rodaban lentamente por las bru駸das calles desiertas. Un aroma denso traspasaba el aire, y la belleza de las flores parecitraer un lenitivo a su angustia. Entren el mercado, y mira los hombres descargando sus carros. Uno de ellos, vestido con una blusa blanca, le ofreciunas cerezas. Le dio las gracias, asombrado de que se negara a aceptar una propina, y comenza comerlas distra 駸 amente. Hab 駸 n sido cogidas a media noche, y la frescura de la luna las hab 駸 penetrado. Una larga hilera de muchachos con canastas de tulipanes rayados y rosas rojas y amarillas desfilaron ante 駸, por entre las enormes pir 駸 ides verde jade de las hortalizas. En el p駸tico de grises columnas, emblanquecidas por el sol, vagabundeaba un tropel de muchachas, sucias de tierra y sin nada a la cabeza, esperando el final de la subasta. Otras, se api ban delante de las puertas giratorias de los cafetines de la Piazza. Los pesados caballos de los carros resbalaban sobre el adoquinado desigual, sacudiendo sus collarones de cascabeles. Algunos de los conductores yac 駸 n dormidos sobre un mont駸 de sacos. Con sus patitas rojas y sus cuellos irisados, corr 駸 n y revolaban de un lado a otro los pichones, picoteando los granos esparcidos. Al cabo de poco rato, tomun coche para ir a su casa. Ya en el umbral de 駸 ta, det 駸 ose unos momentos contemplando la plaza silenciosa, las cerradas ventanas con sus persianas de colores vivos. El cielo era ahora un puro 駸alo, y los tejados brillaban como plata. De una chimenea elev 駸 ase una tenue espiral de humo. Riz 駸 ase, como una cinta violeta, sobre el fondo de n 駸 ar. En la gran linterna veneciana, toda dorada, despojo de la g駸dola de alg 駸 Dux, que colgaba del artesonado del vasto hall revestido de roble, ard 駸 n a 駸 tres vacilantes mecheros, como azulosos p 駸 alos de llama, orillados de un fulgor blanquecino. Los apag y despu 駸 de arrojar sobre una mesa su capa y su sombrero, se dirigi atravesando la biblioteca, hacia su alcoba, ancho aposento octogonal del piso bajo, que 駸 mismo, en su naciente afici駸 al lujo, se hab 駸 ocupado en decorar, colg 駸 dolo con unos hermosos tapices del Renacimiento que descubriera en un olvidado desv 駸 de Selby Royal. Al dar la vuelta al pomo de la puerta, cayeron sus ojos sobre el retrato que le hab 駸 hecho Basil Hallward. Asombrado, dio un paso atr 駸. Enseguida, rehaci 駸 dose, entren la alcoba un tanto desconcertado. Acababa de desabotonarse el frac, cuando parecititubear. Al fin, volviatr 駸, se acercal retrato y lo examin A la luz escasa que luchaba por atravesar los estores de seda crema, el rostro se le antojun tanto cambiado. La expresi駸 parec 駸 otra. Hubi 駸 ase dicho que hab 駸 en la boca un cierto dejo de crueldad. Realmente era extra駸. Volvi 駸 dose, se dirigia la ventana y descorriel estor. La aurora inundla estancia, barriendo las sombras caprichosas a los rincones polvorientos, donde quedaron estremeci 駸 dose. Pero la extra expresi駸 que notara en el rostro del retrato parec 駸 persistir, m 駸 profundamente a 駸 si cabe. La luz viva y palpitante del sol le mostraba alrededor de la boca unas arrugas de crueldad, con la misma claridad que si se hubiese contemplado en un espejo despu 駸 de realizar alg 駸 acto horrendo. Retrocedi y cogiendo de la mesa un espejito oval, enmarcado de amorcillos de marfil, uno de los muchos regalos de Lord Henry, contempl駸e 駸 idamente en sus bru駸das profundidades. Ninguna arruga turbaba la l 駸 ea de sus labios rojos. 駸 Qupod 駸, pues, significar aquello? Se restreglos ojos, y acerc駸e luego al retrato para examinarlo de nuevo. Nadie lo hab 駸 tocado desde que lo trajeron; y, sin embargo, no cab 駸 duda de que la expresi駸 general hab 駸 cambiado. No era una simple fantas 駸 suya. La cosa era espantosamente visible. Dej 駸 dose caer en un sill駸, se puso a meditar. De pronto, le fulguró en la memoria lo que hab 駸 dicho en el estudio de Basil Hallward el mismo d 駸 que 駸 te hab 駸 acabado su retrato. S se acordaba perfectamente. Habla formulado el deseo absurdo de permanecer 駸 joven, y de que envejeciera el retrato en lugar suyo; el deseo de que su propia belleza perdurase sin m 駸 ula, mientras el rostro pintado sobre el lienzo fuera el que llevase el peso de sus pasiones y pecados; de que la imagen pintada se marchitase bajo las arrugas del dolor y el pensamiento, mientras 駸 conservar 駸 toda la delicada lozan 駸 y el encanto de su adolescencia, ya consciente de smisma. 駸 No le habr 駸 sido otorgado su deseo? Pero tales cosas eran imposibles. Pensar s駸o en ello, era ya monstruoso. Y, sin embargo, allestaba el retrato, ante 駸, con su sombra de crueldad en la boca. 駸 Crueldad? 駸 Hab 駸 sido 駸 cruel, acaso? La culpa era de ella, y no suya. 駸 l hab 駸 so do en ella como en una gran artista, le hab 駸 entregado su amor por creerla genial. Luego, ella le hab 駸 desilusionado. La habla visto vulgar, indigna de 駸. Sin embargo, un remordimiento infinito le invad 駸, al recordarla ca 駸 a a sus pies, sollozando como un ni駸. Recordcon quinsensibilidad la habla mirado entonces. 駸 Por qué ser 駸 駸 de ese modo? 駸 Por qule habr 駸 sido dada un alma semejante? Pero tambi 駸 駸 hab 駸 sufrido. Durante las tres terribles horas que hab 駸 durado la representaci駸, hab 駸 vivido siglos de dolor, eternidades de tortura. Su vida, bien val 駸 la de ella. Si 駸 la hab 駸 herido para toda una vida, ella, en cambio, le hab 駸 frustrado un momento. Adem 駸, las mujeres son m 駸 aptas para soportar el dolor que los hombres. Viven de sus emociones. No piensan m 駸 que con sus emociones. Cuando toman un amante, no es sino para tener alguien a quien poder hacer escenas. Asse lo hab 駸 dicho Lord Henry, que sab 駸 a quatenerse respecto alas mujeres. 駸 Por quiba 駸 a inquietarse a causa de Sibyl Vane? Esta ya no era nada para 駸. Pero 駸 y el retrato? 駸 Qudecir de esto? 駸 El retrato pose 駸 el secreto de su vida, y contaba su historia? El le hab 駸 ense do a amar su propia belleza. 駸 Le ense r 駸 tambi 駸 a aborrecer su alma? 駸 Podr 駸 駸 mirarlo de nuevo? No; todo hab 駸 sido una ilusi駸 de sus sentidos conturbados. Aquella horrible noche que hab 駸 pasado, dejfantasmas detr 駸. De improviso, esa motita roja que vuelve dementes a los hombres, se hab 駸 deslizado en su cerebro. El retrato no hab 駸 cambiado. Era locura pensarlo. Sin embargo, allestaba mir 駸 dole, con su hermoso rostro desfigurado y su sonrisa cruel. Sus cabellos sedosos rebrillaban al sol de la ma na. Los ojos azules tropezaron con los suyos. Un sentimiento de infinita compasi駸, no de smismo, sino de la imagen pintada, se apoderde 駸. De la imagen ya alterada, y que cada d 駸 ir 駸 alter 駸 dose m 駸. Su oro se marchitar 駸, hasta tornarse gris. Sus rosas blancas y encarnadas morir 駸 n. A cada pecado que cometiese, un nuevo estigma vendr 駸 a marcar y destruir su hermosura. Pero 駸 no quer 駸 pecar. El retrato, cambiado o no, ser 駸 para 駸 el emblema visible de la conciencia. El resistir 駸 las tentaciones. No volver 駸 a ver a Lord Henry..., no volver 駸, a ning 駸 precio, a escuchar aquellas sutiles y envenenadas teor 駸 s que, por vez primera, en el jard 駸 de Basil Hallward, hab 駸 n despertado en su alma el deseo de cosas imposibles. Volver 駸 al lado de Sibyl Vane, le pedir 駸 perd駸, se casar 駸 con ella, tratar 駸 de quererla otra vez. S 駸 e era su deber. Ella deb 駸 de haber sufrido m 駸 que 駸. 駸Pobre criatura! El hab 駸 sido ego 駸 ta y cruel con ella. La fascinaci駸 que ella hab 駸 ejercido sobre 駸 renacer 駸. Ser 駸 n felices el uno junto al otro. Su vida ser 駸 hermosa y pura. Levant 駸 dose del sill駸, fue a correr un alto biombo delante del retrato, no sin estremecerse al verlo de nuevo. - 駸Quhorror! -murmur atravesando la estancia y abriendo la puerta acristalada que daba al jard 駸. Al pisar el c 駸 ped, respirprofundamente. El aire fresco de la ma na pareciahuyentar todos sus pensamientos sombr 駸 s. Pensó 駸 icamente en Sibyl. Un eco apagado de su amor resonen 駸. Una y otra vez repitiel nombre de ella. Los p 駸 aros que cantaban en el jard 駸, empapado de roc 駸, parec 駸 n estar hablando de ella a las flores. CAPITULO VIII Hac 駸 tiempo que dieron las doce cuando despert Su ayuda de c 駸 ara hab 駸 llegado varias veces de puntillas en la alcoba para ver si a 駸 dorm 駸, sorprendido de un sue駸 tan extenso. Al fin sonla campanilla, y V 駸 tor entrsuavemente con una taza de ty un mont駸 de cartas encima de una bandejita de S 駸 res antigua, y fue a descorrer las cortinas de seda color oliva, forradas de azul, que velaban los tres ventanales. -El se駸r ha dormido bien esta mana -dijo sonriendo. - 駸 Quhora es, V 駸 tor? -preguntDorian, todav 駸 so駸liento. -La una y cuarto, se駸r. - 駸Qutarde! Se incorpor y despu 駸 de tomar unos sorbos de t se dispuso a abrir sus cartas. Una era de Lord Henry, tra 駸 a a mano aquella misma mana. Titubeun momento, y al fin la deja un lado. Luego abriindolentemente las dem 駸. Conten 駸 n la acostumbrada colecci駸 de tarjetas, invitaciones a comer, invitaciones para exposiciones particulares, programas de conciertos ben 駸 icos y dem 駸 impresas que llueven sobre todo joven distinguido cada ma na. Tambi 駸 hab 駸 una cuenta bastante subida por un juego de tocador, de plata cincelada Luis XV, cuenta que a 駸 no hab 駸 tenido valor para enviara sus tutores, gente muy chapada a la antigua, incapaces de comprender que vivimos en una 駸 oca en que s駸o las cosas superfluas nos son necesarias, y unas cuantas proposiciones, redactadas en t 駸 minos obsequiosos, de prestamistas de Jermyn Street, que se ofrec 駸 n a adelantarle, con intereses muy razonables, cualquier suma que le hiciese falta. Levantase al cabo de diez minutos, y ech 駸 dose encima una bata de casimir, bordada en seda, pasal cuarto de ba駸, pavimentado de 駸ice. El agua fr 駸 le tonificdespu 駸 del largo sue駸. Le parec 駸 haber olvidado todo lo ocurrido. Una o dos veces tuvo la vaga sensaci駸 de haber tomado parte en una singular tragedia; pero el recuerdo ten 駸 toda la irrealidad de un sue駸. Apenas vestido, entra en la biblioteca, donde se sentante un ligero almuerzo ala francesa, servido sobre una mesita redonda, junto a la abierta ventana. Hac 駸 un tiempo delicioso. El aire tibio pareció cargado de especias. Entruna abeja, zumbando en torno del jarr駸 azul que, lleno de rosas amarillo azufre, ocupaba el centro del velador. Se sent 駸 completamente feliz. De pronto, sus ojos se fijaron en el biombo que colocara delante del retrato, y se estremeci - 駸 Tiene fr 駸 el se駸r? -preguntel criado, colocando una tortilla sobre la mesa -. 駸 Quiere que cierre la ventana? Dorian menela cabeza. -No; no tengo fr 駸 -murmur 駸 Luego era cierto? 駸 Habr 駸 cambiado realmente el retrato? 駸 O fue s駸o su imaginaci駸 la que le hizo ver una expresi駸 de maldad donde hubo una expresi駸 de alegr 駸? 駸 Pod 駸 acaso cambiar un lienzo pintado? La cosa era absurda. 駸Bah!, una historieta divertida que contar a Basil alg 駸 d 駸. Seguramente le har 駸 sonre 駸. Y, sin embargo, 駸quvivo y preciso ten 駸 el recuerdo de todo ello! Primero, en la penumbra de la aurora y luego ala luz de la mana, habla visto aquella mueca de crueldad en torno de sus labios sinuosos. Casi tem 駸 que el criado saliera de la habitaci駸. Sab 駸 que al quedarse solo tendr 駸 que examinar el retrato. Le asustaba esta certidumbre. Cuando el criado le hubo tra 駸 o el cafy los cigarrillos, y habla dado media vuelta para irse, sintiun deseo fren 駸 ico de decirle que se quedase. No hab 駸 acabado de cerrar la puerta, cuando, sin poderse contener, le llam El momo aguard en pie sobre el umbral, las 駸denes. Dorian le mirun momento. Al fin dijo, con un suspiro: -No estoy en casa para nadie, V 駸 tor. El criado saludy se retir Levant 駸 dose de la mesa, encendiDorian un cigarrillo y fia echarse en un div 駸 cubierto de suntuosos cojines que hab 駸 frente al biombo. Este era antiguo, de dorado cuero de C駸doba, estofado y labrado en estilo Luis XIV un tanto florido. Dorian lo contemplcon curiosidad, pregunt 駸 dose si ya habr 駸 escondido alguna vez el secreto de la vida de un hombre. Y, despu 駸 de todo, 駸 a qutocarlo? 駸 Por quno dejarlo estar all 駸 Para qusaber? Si la cosa era cierta, era terrible. Si no lo era, 駸 a quinquietarse? Pero, 駸 y si, por una espantosa casualidad, otros ojos que los suyos lo descubr 駸 n y ve 駸 n el horrible cambio? 駸 Quhacer si Basil Hallward ven 駸 alguna vez para ver su cuadro? Y seguramente que Basil no dejar 駸 de hacerlo. No, no hab 駸 m 駸 remedio que poner la cosa en claro; y sobre la marcha. Todo ser 駸 preferible a aquel estado angustioso de duda. Levant 駸 dose, corrilos pestillos de las dos puertas Por lo menos, ver 駸 a solas la m 駸 cara de su vergenza Luego, echa un lado el biombo, y se contempla smismo cara a cara. S era absolutamente cierto. El retrato hab 駸 cambiado. Como a menudo recordaba m 駸 tarde, y siempre con no poca extra駸za, se sorprendiexaminando el cuadro con un sentimiento casi de inter 駸 cient 駸 ico. No pod 駸 creer que hubiera tenido lugar un cambio semejante. Y, sin embargo, era un hecho. 駸 Hab 駸, pues, alguna sutil afinidad entre los 駸 omos qu 駸 icos condensados en forma y color sobre el lienzo y el alma que habitaba en 駸? 駸 Era posible que lo que esta alma pensaba, aquellos 駸 omos lo reflejaran; que lo que ella so ba, ellos lo hicieran visible? 駸 O habr 駸 alguna otra y m 駸 terrible raz駸? Aterrado y tr 駸 ulo, retrocedihasta el div 駸, donde queddesplomado, contemplando el retrato con un creciente pavor. Comprend 駸, sin embargo, que le deb 駸 una cosa: la conciencia de lo cruel e injusto que hab 駸 estado con Sibyl Vane. Menos mal que a 駸 estaba a tiempo de reparar lo hecho. Todav 駸 pod 駸 Sibyl ser su esposa. Su amor imaginativo y ego 駸 ta ceder 駸 a una influencia m 駸 pura, se transformar 駸 en una pasi駸 m 駸 noble, y el retrato que pintara Basil Hallward le servir 駸 de gu 駸 a trav 駸 de la vida, ser 駸 para 駸 lo que la santidad para algunos y la conciencia para otros, y el temor de Dios para todos. Hab 駸 narc駸icos para el remordimiento, drogas capaces de adormecer el sentido moral. Pero 駸 te era un s 駸 bolo visible de la degradaci駸 del pecado, una sel constante de la ruina a que lleva el hombre su alma. Dieron las tres, y las cuatro, y la media hizo sonar su doble juego de campanas, sin que Dorian Gray se moviera. Estaba tratando de reunir los hilos escarlata de la vida y tejerlos en un nuevo patr駸; tratando de encontrar su camino en medio del ardiente laberinto de pasiones por que vagaba. No sab 駸 ya quhacer ni qupensar. Al fin, se sentó a la mesa y escribiuna carta apasionada a Sibyl Vane, implorando su perd駸 y acus 駸 dose a smismo de locura. P 駸 ina tras p 駸 ina cubrió de exaltadas palabras de remordimiento y gritos de dolor. El auto reproche es un lujo. Censur 駸 donos, imaginamos que nadie tiene ya derecho a hacerlo. Es la confesi駸, y no el sacerdote, lo que nos da la absoluci駸. Al terminar la carta, Dorian ya se sent 駸 perdonado. De pronto, dieron unos golpecitos en la puerta y oyla voz de Lord Henry. -Necesito verte, Dorian. Ten la bondad de abrirme. No puedo soportar verte asencerrado. Al principio, no contesty permanecicompletamente inm駸il. Los golpecitos, entonces, continuaron y se hicieron m 駸 fuertes. 駸Bah!, era preferible dejar entrar a Lord Henry y explicarle la nueva vida que se propon 駸 llevar, y re駸r con di, si era preciso, y romper de una vez, si era inevitable. Poni 駸 dose en pie de un salto, fue precipitadamente a correr de nuevo el biombo, y luego abrila puerta. -No te puedes figurar cu 駸 to lo he sentido, Dorian -exclamLord Henry, entrando -. Pero, en fin, no debes pensar m 駸 en ello. - 駸 Te refieres a Sibyl Vane? -preguntDorian. -Naturalmente -contestLord Henry, hundi 駸 dose en un sill駸 y quit 駸 dose lentamente los guantes amarillos -. Es horrible, desde cierto punto de vista, pero no ha sido culpa tuya. Cu 駸 tame: 駸 la fuiste a ver al terminar la representaci駸? -S -Estaba seguro. 駸 Y tuviste con ella una escena? -Estuve brutal, Harry... absolutamente brutal. Pero todo ha pasado ya. Y no siento nada lo ocurrido. Me ha ensedo a conocerme mejor. - 駸Vaya, me alegro de que lo tomes as Dorian! Tem 駸 encontrarte sumido en remordimientos y arranc 駸 dote esos hermosos rizos. - 駸Ah, todo eso ya pas -dijo Dorian, moviendo la cabeza y sonriendo -. Ahora me siento completamente feliz. Por lo pronto, slo que es la conciencia. No es lo que tme dijiste, no. Es lo m 駸 divino que hay en nosotros. No te burles, Harry, no te burles... por lo menos delante de m Yo quiero ser bueno. No puedo soportarla idea de que mi alma se convierta en una cosa repugnante. - 駸Encantadora base para la moral, Dorian! Te felicito por ella. Pero, 駸 por d駸de vas a empezar? -Por casarme con Sibyl Vane. - 駸 Casarte con Sibyl Vane? -exclamLord Henry, poni 駸 dose en pie y mir 駸 dole estupefacto -. Pero, querido Dorian... -S Harry, ya slo que vas a decirme. Alguna atrocidad sobre el matrimonio. No la digas. No vuelvas a decirme nunca cosas por ese estilo. Hace dos d 駸 s di palabra de casamiento a Sibyl, y no voy a romperla ahora Sermi mujer. - 駸Tu mujer! 駸Dorian!...駸 No has recibido mi carta? Te escribesta ma na, y te la envia mano, por mi propio criado. - 駸 Tu carta? 駸Ah!, s recuerdo. A 駸 no la he le 駸 o, Harry. Temí encontrar en ella algo que no fuera de mi agrado. Con tus epigramas siempre haces trizas la vida. -Entonces, 駸 no sabes nada? - 駸 A qute refieres? Lord Henry cruzla estancia, y sent 駸 dose al lado de Dorian Gray, le cogiambas manos, estrech 駸 doselas apretadamente. -Dorian -dijo al fin -, mi carta... no te asustes... era para decirte que Sibyl Vane ha muerto. Un grito de dolor se escapde los labios del adolescente, que salten pie, arrancando sus manos de las de Lord Henry. - 駸Muerta! 駸Sibyl muerta! 駸No es cierto! 駸Es una mentira abominable! 駸 C駸o puedes atreverte?... -Es cierto, Dorian, demasiado cierto -repuso Lord Henry gravemente -. Viene en todos los peri icos de la mana. El objeto de mi carta era rogarte que no leyeses ninguno hasta que yo viniera. Como es natural, la justicia harindagaciones, y tno debes aparecer mezclado para nada en el asunto. Esas cosas, en Par 駸, pueden poner a un hombre de moda. Pero, en Londres, la gente tiene tantos prejuicios... Aqu nunca se debe debutar con un esc 駸 dalo. Estos hay que reservarlos para dar alg 駸 inter 駸 a nuestra vejez Supongo que en el teatro no sabr 駸 tu nombre, 駸 verdad? En ese caso todo va bien. 駸 Te vio alguien entrar en su cuarto? Este es un punto de gran importancia Dorian estuvo unos momentos sin contestar. Sent 駸 se petrificado de horror. Al fin, tartamudecon voz ahogada: - 駸 Indagaciones, Harry? 駸 Ququieres decir? 駸 Acaso Sibyl? ... 駸Oh, no quiero pensarlo! Pero habla, habla pronto; d 駸 elo todo de una vez. -No me cabe la menor duda de que no fue un accidente, Dorian, aunque se deba hacer pasar por tala los ojos del p 駸 lico. Parece que, al salir del teatro con su madre, a eso de las doce y media, con el pretexto de que se le hab 駸 olvidado una cosa, volvia subir a su cuarto. Despu 駸 de esperarla un buen rato, y viendo que no bajaba, subieron a buscarla y la encontraron muerta, ca 駸 a en el suelo, delante de su tocador. Hab 駸, por error, ingerido una substancia venenosa; sin duda, alguna de esas porquer 駸 s que usan los c駸icos. No slo que ser 駸, pero deb 駸 tener 駸 ido pr 駸 ico o albayalde. M 駸 bien 駸 ido pr 駸 ico, pues parece que la muerte fue instant 駸 ea. - 駸Quhorror, Harry, quhorror! -gimiDorian. -S realmente es muy tr 駸 ico, pero tno debes, de ning 駸 modo, aparecer complicado en este asunto. He le 駸 o en The Standard que ten 駸 diecisiete a駸s. Hubiera jurado que eta m 駸 joven. 駸Parec 駸 tan ni y tan ignorante de lo que era el teatro!.. En fin, Dorian, tno debes consentir que este incidente te impresione m 駸 de lo debido. Ven a comer conmigo, y despu 駸 datemos una vuelta por la Opera. La Patti canta esta noche, y la sala estarbrillant 駸 ima. Podemos ir al palco de mi hermana. Habr sin duda, unas cuantas mujeres bonitas. - 駸Luego he matado a Sibyl Vane! -murmurDorian, casi para s-. La he asesinado, s lo mismo que si la hubiese degollado con un cuchillo. Y, sin embargo, las rosas no han perdido su hermosura. Los p 駸 aros siguen cantando igual en el jard 駸. Y esta noche comercontigo, y luego iremos a la Opera, y despu 駸, supongo que a cenar a cualquier parte. 駸Quextraordinariamente dram 駸 ica es la vida! Si yo hubiese le 駸 o todo esto en un libro, Harry, creo que me habr 駸 hecho llorar. Y, sin embargo, ahora que me ha sucedido a m me parece demasiado maravilloso para llorar. Esta es la primera carta de amor que he escrito en mi vida. Es extra駸, 駸 verdad?, que mi primera carta de amor haya sido dirigida a una muerta. 駸 Podrsentir ese pueblo opaco y silencioso, que llamamos los muertos ? 駸Sibyl! 駸 Podrella sentir, o 駸, darse cuenta? 駸Ah, Harry, cu 駸 to la he querido! Hace ya a駸s, me parece ahora. Ella lo fue todo para m Luego vino esta terrible noche... - 駸 fue, realmente, anoche?- en que ella estuvo tan mal y mi coraz駸 a punto de romperse. Ella me lo explictoda Era extraordinariamente pat 駸 ico, pero yo no me conmovlo m 駸 m 駸 imo. La juzgubanal, vulgar 駸 ima... De pronto, ocurrialgo que me dejó aterrado. No puedo decirte el qu pero era terrible. Me prometvolver a ella. Comprendque hab 駸 obrado mal. 駸Y ahora me encuentro con que ha muerto! 駸Dios m 駸, Dios m 駸! 駸 Quhacer, Harry? Tno sabes el peligro que corro, y del que nada puede salvarme. Ella era la 駸 ica que pod 駸 hacerlo. No ten 駸 derecho a matarse. Ha sido un ego 駸 mo suyo. -Querido Donan -contestLord Henry, sacando un pitillo y una cerilla dorada -, el 駸 ico medio que puede emplear una mujer para reformar a un hombre es fastidiarle de tal modo que le haga perder todo posible inter 駸 en la vida. Si te hubieras llegado a casar con esa muchacha, habr 駸 s sido desgraciado. Claro que tte habr 駸 s portado bien con ella. Siempre puede uno portarse bien con las personas que le tienen sin cuidado. Pero ella no habr 駸 tardado en descubrir que le eran completamente indiferente. Y cuando una mujer descubre esto, o descuida espantosamente su toilette , o le da por llevar sombreros elegant 駸 imos, que, como es natural, tiene que pagar el marido de otra mujer. No digo nada del error social, que habr 駸 sido lamentable, y que yo, desde luego, no habr 駸 aprobado, pero te aseguro que, desde todos los puntos de vista, la cosa habr 駸 resultado un fiasco completo. -Es posible -murmurel adolescente, horriblemente p 駸 ido, paseando de arriba abajo por el aposento -. Pero yo cre 駸 que era mi deber. No es culpa m 駸 si esta terrible tragedia me ha impedido cumplirlo. Recuerdo haberte o 駸 o decir que siempre pesa una fatalidad sobre las buenas resoluciones: la de tomarlas demasiado tarde. La m 駸 es un ejemplo. -Las buenas resoluciones son vanas tentativas de injerencia en las leyes cient 駸 icas. Su origen es la vanidad; simplemente. Y su resultado es siempre nulo. De vez en cuando, nos procuran alguna de esas emociones voluptuosas y est 駸 iles, que tienen cierto encanto para los d 駸 iles. Esto es cuanto puede decirse en favor de ellas. Son simples cheques que el hombre expide contra un banco en el que no tiene la menor cuenta. -Harry -exclamDorian Gray, viniendo a sentarse junto a 駸 -, 駸 por quno podrsentir esta tragedia como yo desear 駸? 駸 No serporque carezca de coraz駸, verdad? -Has hecho demasiados disparates en estos 駸 timos quince d 駸 s para tener derecho a abrigar esa sospecha, Dorian -replicLord Henry, con su sonrisa suave y melanc駸ica. El adolescente frunciel ce駸, y repuso: -No es de mi gusto esa explicaci駸, Harry; pero celebro que no creas que carezco de coraz駸. No; yo sque lo tengo. Y, sin embargo, me veo obligado a reconocer que esto que ha sucedido no me ha afectado como debiera. Se me antoja, simplemente, un admirable final a un drama maravilloso. Tiene toda la terrible belleza de una tragedia griega, una tragedia en la que yo hubiera tomado gran parte, pero sin salir herido de ella. -Cuesti駸 interesante -dijo Lord Henry, que encontraba un placer exquisito en jugar con el egotismo inconsciente del mozo -, sumamente interesante. Supongo que la verdadera explicaci駸 debe ser 駸 ta. Sucede casi siempre que las tragedias reales de la vida tienen lugar de un modo tan anti art 駸 tico, que nos hieren por su cruda violencia, su absoluta incoherencia, su falta absurda de sentido, su carencia total de estilo. Nos afectan al igual que una vulgaridad. Nos dan una impresi駸 de pura fuerza bruta, y nos rebelamos contra ella. A veces, sin embargo, una tragedia, con elementos art 駸 ticos de belleza, se cruza en nuestra vida. Si estos elementos de belleza son reales, el incidente suscita s駸o nuestro sentido de los efectos dram 駸 icos. Nos encontramos, s 駸 itamente, con que ya no somos los actores, sino los espectadores del drama. O, mejor dicho, ambos a la vez. Nos observamos a nosotros mismos, y la simple maravilla del espect 駸 ulo basta a dominarnos. En el caso actual, 駸 ques lo que ha sucedido realmente? Que una mujer se ha matado por amor tuyo. Afortunadamente, yo no he pasado por una experiencia semejante. Me habr 駸 hecho enamorar del amor para el resto de mis d 駸 s. las mujeres que me han adorado -no han sido muchas, pero, en fin, ha habido algunas- se han empellado siempre en continuar viviendo despu 駸 de haber dejado ya de interesarme, o yo a ellas. Se han puesto gordas e insoportables, y en cuanto tropiezo con ellas se desbocan enseguida por el camino de los recuerdos. 駸Oh, esa terrible memoria de las mujeres! 駸Qucosa tan tremenda! 駸Y quabsoluto estancamiento intelectual revela! Se debe retener y asimilar el color de la vida, pero nunca recordar sus detalles. Los detalles son siempre vulgares. -Yo tendrque sembrar de adormideras mi jard 駸 -suspirDorian. -No es preciso -prosiguisu interlocutor -. La vida trae siempre adormideras en sus manos. Claro que, de vez en cuando, las cosas se obstinan en durar. Una vez, recuerdo no haber llevado m 駸 que violetas durante toda una estaci駸, como una forma de luto art 駸 tico por una novela que no quer 駸 morir. Pero, al fin, acabpor morir. No recuerdo lo que la mat Me parece que fue su ofrecimiento de sacrificar el mundo entero por m Este es siempre un momento pavoroso. Le llena a uno del terror a la eternidad. Bueno, pues 駸 podr 駸 creerlo?- hace una semana, en casa de Lady Hampshire, comí a su lado, y no te puedes figurar c駸o insistipara que reanud 駸 amos la aventura; empe da en desenterrar el pasado y enterrar el futuro. Yo hab 駸 sepultado mi novela en un lecho de asf駸elos. Ella pretendió exhumarlo, asegur 駸 dome que yo hab 駸 arruinado su vida. Debo confesar que comiuna enormidad; as que no sentel menor remordimiento. Pero, 駸qufalta de buen gusto! El 駸 ico encanto del pasado es que ha pasado. Pero las mujeres nunca se dan cuenta de cu 駸 do cae el tel駸. Necesitan siempre un sexto acto, y apenas ha concluido el inter 駸 de la obra, proponen continuarla. Si las dej 駸 amos, toda comedia tendr 駸 un final tr 駸 ico, y toda tragedia culminar 駸 en farsa. Son deliciosamente artificiales, pero no tienen el menor sentido del arte. Thas sido m 駸 afortunado que yo. Puedo asegurarte, Dorian, que ninguna de las mujeres que he conocido habr 駸 sido capaz de hacer por mlo que Sibyl Vane acaba de hacer por ti. Casi todas las mujeres se consuelan por ssolas. Algunas, visti 駸 dose de colores sentimentales. Note f 駸 s nunca de una mujer que vaya de malva, tenga la edad que tenga, ni de una que, cumplidos los treinta y cinco, sea aficionada a las cintas color de rosa. Se l infalible de que tienen historia. Otras hallan gran consuelo en descubrir inopinadamente las buenas cualidades de sus maridos. Y lucen su felicidad conyugal como si fuera el m 駸 fascinador de los pecados. Tambi 駸 la religi駸 consuela a algunas. Sus misterios tienen todo el encanto de un flirt , seg 駸 me dijo en una ocasi駸 una de ellas, cosa que comprendo perfectamente. Adem 駸, nada le envanece a uno tanto como o 駸 se llamar pecador. La conciencia nos hace a todos ego 駸 tas. S realmente son innumerables los consuelos que ofrece a la mujer la vida moderna. Y eso que a 駸 no he mencionado el m 駸 importante. - 駸 Y quconsuelo es 駸 e, Harry? -preguntDorian con indolencia. - 駸Oh!, el m 駸 f 駸 il. Tomar el adorador de otra cuando se pierde el propio. En la buena sociedad, esto siempre rejuvenece a una mujer. Pero, realmente, Dorian, 駸qudiferente deb 駸 ser Sibyl Vane de todas las mujeres can que uno tropieza por ah Hay algo en su muerte que me parece de una belleza absoluta. Me alegro de vivir en un siglo en que a 駸 ocurren semejantes maravillas. Nos hacen creer en la realidad de las cosas con que jugamos, tales como aventura, pasi駸 y amor. -Olvidas que estuve horriblemente cruel con ella... -Temo que las mujeres tengan una especial predilecci駸 por la crueldad, la buena crueldad, franca y categ駸ica. Son de un primitivismo admirable en cuesti駸 de instintos. Nosotros las hemos emancipado, pero no por eso han dejado de ser esclavas en busca de amo. Gustan de ser dominadas. Estoy seguro de que estuviste magn 駸 ico. Nunca te he visto real y positivamente irritado; pero me figuro lo delicioso que estar 駸 s. Por otra parte, anteayer me dijiste algo que entonces me parecipura fantas 駸; pero ahora veo que era completamente cierto, y me da la clave de todo. - 駸 Y qufue, Harry? -Me dijiste que Sibyl Vane representaba para ti todas las hero 駸 as de leyenda; que era Desd 駸 ona una noche, y Ofelia a la siguiente; que si mor 駸 como Julieta, volv 駸 a la vida como Imogenia. - 駸Ya no volvernunca a la vida! -murmurel mancebo, escondiendo el rostro entre las manos. -No, ya no resucitar Ya representsu 駸 timo papel. Pero tdebes pensar en esa muerte solitaria en el camerino, chill駸 y grotesco, como si fuera un fragmento extra駸 y terror 駸 ico de alguna tragedia jacobista, una escena maravillosa de Webster, o Ford, o Cyril Tourneur. Ella nunca vivirealmente; por lo tanto, nunca pudo morir. Para ti, al menos, fue siempre un sue駸, un fantasma que revoloteaba entre las obras de Shakespeare, acrecentando la belleza de ellas con su presencia; una flauta a trav 駸 de la cual sonaba la m 駸 ica de Shakespeare m 駸 rica y m 駸 jubilosa. En el momento en que entren la vida real, la echa perder, y 駸 ta la echa perder a ella, y tuvo que desaparecer. Llora por Ofefia, si quieres. Cubre de ceniza tu cabeza por haber sido estrangulada Cordelia. Impreca contra el cielo a causa de la muerte de la hija de Brabancio. Pero no malgastes tus l 駸 rimas sobre la tumba de Sibyl Vane, que era menos real que ellas. Hubo un silencio. El crep 駸 culo comenzaba a ensombrecer el aposento. Calladamente, con pies de plata, las sombras entraban del jard 駸. Los colores se desvanec 駸 n cansadamente de las cosas. Al cabo de unos minutos, Dorian Gray levantla cabeza. -Me has explicado a mmismo, Harry -murmur con un suspiro de alivio -. Yo sent 駸 todo lo que thas dicho; pero, en cierto modo, me daba miedo, y no atinaba tampoco a expresarlo. 駸C駸o me conoces! Pero no hablemos m 駸 de lo ocurrido. Ha sido una maravillosa experiencia. Simplemente. No creo que la vida me reserve ya nada tan maravilloso. -La vida te reserva a 駸 todo, Dorian. Nada hay, con tu hermosura, que no seas capaz de conseguir. -Pero piensa, Harry, que me volverviejo, y feo, y arrugado. 駸 Y entonces? - 駸Ah!, entonces -respondiLord Henry, levant 駸 dose para irse -, entonces, querido Donan, tendr 駸 que luchar por tus victorias. Mientras que ahora vienen a ti; las ganas sin combate. No; es preciso que conserves tu apariencia f 駸 ica Vivimos en una edad que lee demasiado para ser sabia, y piensa demasiado para ser hermosa. No podemos prescindir de ti, Por lo pronto, hac 駸 s bien en vestirte para ir al club. Me parece que vamos a llegar tarde. -Prefiero ir a buscarte a la Opera, Harry. Me siento demasiado cansado para probar bocado. 駸 Qun 駸 ero es el del palco de tu hermana? -Creo que el veintisiete del principal. Ver 駸 su nombre en la puerta. Pero siento que no vengas a comer. -No me siento con fuerzas -contestDorian, perezosamente -. Pero te agradezco infinito todo lo que me has dicho. Realmente, eres mi mejor amigo. Nadie me ha entendido tan bien como t -Nuestra amistad no ha hecho m 駸 que empezar, Dorian -dijo Lord Henry, d 駸 dole un apret駸 de manos--. Adi駸. Espero que te veré antes de las nueve y media. Recuerda que canta la Patti. Apenas hab 駸 cerrado la puerta, cuando Dorian Gray tocaba la campanilla, y, al cabo de pocos minutos, aparec 駸 V 駸 tor con las l 駸 paras y cerraba las persianas. Aguardcon impaciencia que el criado se retirase, pareci 駸 dole que tardaba en todo una eternidad. En cuanto hubo salido, corrihacia el biombo, que echa un lado. No, el retrato no hab 駸 sufrido ning 駸 otro cambio. El hab 駸 sabido la muerte de Sibyl Vane antes que el mismo Donan, como si tuviera noticia de los sucesos de la vida a medida que ocurr 駸 n. La maligna crueldad que deformaba la l 駸 ea de su boca, hab 駸 aparecido, indudablemente, en el mismo momento en que la muchacha tomaba el veneno. 駸 O bien era indiferente alas consecuencias, atento s駸o a lo que ten 駸 lugar dentro del alma? Mediten ello, con la esperanza de ver alg 駸 d 駸 operarse este cambio ante sus ojos; esperanza que le hizo estremecer. 駸Pobre Sibyl! 駸Qunovelesco hab 駸 sido todo ello! Con frecuencia hab 駸 ella representado la muerte sobre la escena. Y la Muerte misma la hab 駸 cogido y llevado consigo. 駸 C駸o habr 駸 hecho aquella terrible escena postrera? 駸 Le habr 駸 maldecido al morir? No; ella hab 駸 muerto por amor de 駸, y ya siempre el amor ser 駸 para 駸 un sacramento. Ella lo hab 駸 expiado todo con el sacrificio de su vida. El no quer 駸 pensar m 駸 en lo que le hab 駸 hecho sufrir aquella horrible noche en el teatro. Cuando la recordase, ser 駸 siempre como una maravillosa figura tr 駸 ica enviada al escenario del mundo para mostrar la suprema realidad del Amor. 駸 Una maravillosa figura tr 駸 ica? Los ojos se le cuajaron de l 駸 rimas, recordando su aire infantil y sus caprichos de ni mimada, y su gracia t 駸 ida y temblorosa. Restreg駸elos apresuradamente, y contemplde nuevo el retrato. Comprendique, realmente, le hab 駸 Negado el momento de escoger en la vida. 駸 O bien su elecci駸 hab 駸 sido ya hecha? Si, la vida hab 駸 decidido por 駸.. la vida, y tambi 駸 su ilimitada curiosidad de vivir. Eterna juventud, infinita pasi駸, placeres sutiles y secretos, alegr 駸 s ardientes y pecados a 駸 m 駸 ardientes... todo esto ten 駸 駸 que conocerlo. El retrato llevar 駸 el peso de su ignominia. Un sentimiento de dolor se insinuen 駸 al pensar en la profanaci駸 que aguardaba a aquel hermoso rostro pintado en el lienzo. Una vez, en burla infantil de Narciso, hab 駸 besado, o hecho adem 駸 de besar, aquellos labios pintados, que ahora le sonre 駸 n tan cruelmente. D 駸 tras d 駸, se hab 駸 sentado frente al cuadro, maravill 駸 dose de su belleza, enamorado casi de 駸, pensaba a veces. 駸 Ir 駸 a alterarse ahora a cada estado de alma por que 駸 pasase? 駸 Ir 駸 a convertirse en una cosa monstruosa y repugnante que tener escondida en un cuarto cerrado, lejos de la luz del sol, que tantas veces hab 駸 trocado en oro refulgente la ondulada maravilla de su cabellera? 駸Qul 駸 tima, qué l 駸 tima! Durante un momento pensen implorar que la espantosa afinidad que hab 駸 entre 駸 y el cuadro cesara de existir. 駸 No hab 駸 cambiado el retrato como resultado de un deseo? Pues acaso como resultado de otro deseo pudiera permanecer inmutable. Y, sin embargo, 駸 qui 駸 que s 駸 lese algo de la vida renunciar 駸 a la probabilidad de permanecer siempre joven, por fant 駸 tica que pudiera ser tal probabilidad, o por fatales que fuesen las consecuencias que pudiera acarrear? Por otra porte, 駸 depender 駸 aquello de su voluntad? 駸 habr 駸 sido, realmente, su deseo la causa de la sustituci駸? 駸 No podr 駸 haber alguna extra taz駸 cient 駸 ica en todo ello? Si el pensamiento pod 駸 ejercer su influencia sobre un organismo vivo, 駸 no podr 駸 ejercerla tambi 駸 sobre una cosa inorg 駸 ica y sin vida? 駸 Y no podr 駸 n, a su vez, las cosas externas, sin pensamiento o intenci駸 consciente, vibrar al un 駸 ono de nuestros estados de alma y pasiones, por un amor secreto o una extra afinidad de 駸 omo con 駸 omo? Pero 駸 quimportaba la causa? El no tentar 駸 m 駸 con s 駸 lica alguna tan terrible poder. Si el retrato segu 駸 cambiando y transform 駸 dose, 駸tanto peor! 駸 A quprofundizar m 駸? Por otra parte, no dejaba de haber su placer en este examen y vigilancia. Aspodr 駸 seguir a su esp 駸 itu en sus m 駸 escondidos repliegues. El retrato ser 駸 para 駸 el m 駸 m 駸 ico de los espejos. Lo mismo que antes le habla revelado su cuerpo, ahora le revelar 駸 su alma. Y cuando el invierno cayese sobre el cuadro, 駸 seguir 駸 a 駸 en el punto en que la primavera tiembla al borde del verano. Cuando la sangre fuese huyendo del rostro pintado y dejando atr 駸 una p 駸 ida mascarilla de escayola, con ojos de plomo, 駸 conservar 駸 el hechizo de la adolescencia. Ni una sola flor de su hermosura mustiar 駸 se nunca. Ni un solo latido de su vida se debilitar 駸. Semejante a los dioses de los griegos, ser 駸 fuerte, 駸 il y alegre. 駸 Qupod 駸 importar lo que ocurr 駸 ala imagen pintada sobre el lienzo? El vivir 駸 sano y salvo. Eso era todo. Volvia colocar el biombo delante del retrato, sonriendo al hacerlo, y pasa su alcoba, donde ya el criado le esperaba. Una hora despu 駸 estaba en la Opera, y Lord Henry se apoyaba en el respaldo de su silla. CAPITULO IX Al d 駸 siguiente Dorian Gray almorzaba, cuando entrBasil Hallward en la habitaci駸. -Me alegro de encontrarte, Dorian -dijo el pintor gravemente -. Vine anoche, pero me dijeron que hab 駸 s ido a la Opera. Ya supuse que esto no era posible; pero sentque no hubiesen dejando dicho ad駸de ibas realmente. Pasuna noche espantosa, temiendo casi una segunda tragedia. Debiste avisarme desde el primer momento. Me enterpor pura casualidad, leyendo en el club la 駸 tima edici駸 del Globo. Vine aquenseguida, y senten el alma no encontrarte. No te puedes figurar c駸o me ha sacudido todo esto. Me figuro lo que debes sufrir. Pero 駸 ad駸de hab 駸 s ido? 駸 Acaso a ver ala madre? Estuve tentado un momento de ir a buscarte all Sab 駸 las se s por el peri駸ico. Es en Euston Road, 駸 verdad? Pero temimportunar un dolor que en nada pod 駸 aliviar. 駸Pobre mujer! 駸En questado debe encontrarse! 駸Adem 駸, su 駸 ica hija! 駸 Qudice la infeliz? - 駸 Y c駸o voy yo a saberlo, querido Basil? -murmurDorian, bebiendo a sorbitos un vino amarillo p 駸 ido en una copa estriada de oro, de fino cristal veneciano, y con aire de hondo aburrimiento -. Estuve, efectivamente, en la Opera. Deber 駸 s haber ido a buscarme all Conoc 駸 Lady Gwen- dolen, la hermana de Harry. Fuimos a su palco. Es encantadora, y la Patti cantde un modo divino. No me hables de cosas desagradables. Si no se habla de una casa, es como si no hubiera tenido lugar. La expresi駸, como dice Harry, es la que da realidad alas cosas. Lo 駸 ico que puedo decirte es que no era hija 駸 ica. Le queda un hijo, creo que excelente muchacho, Pero no se ha dedicado al teatro. Me parece que es marino, o algo por el estilo. Y, ahora, h 駸 lame de ti y dime ques lo que est 駸 pintando. - 駸 Que estuviste en la Opera? -dijo Hallward lentamente y con un leve temblor de tristeza en la voz -. 駸 Que estuviste en la Opera, mientras el cad 駸 er de Sibyl Vane yac 駸 en un cuartucho infecto? 駸 Y puedes hablarme de que otras mujeres son encantadoras, y de que la Patti canta de un modo divino, antes de que la muchacha a quien tanto quer 駸 s tenga siquiera la paz de una tumba en que dormir? 駸 Es posible que no pienses en el horror que aguarda a ese blanco cuerpecito que fue el suyo? - 駸Basta, Basil; no quiero o 駸 lo! -gritDorian, poni 駸 dose en pie bruscamente -. 駸 A quhablar m 駸 de ello? Lo hecho, hecho est Lo pasado, pasado est - 駸 Y llamas pasado al ayer? - 駸 Quimporta el tiempo transcurrido? S駸o la gente superficial requiere a駸s para verse libre de una emoci駸. Un hombre due駸 de sí mismo puede poner t 駸 mino a un sufrimiento con la misma facilidad que inventar un placer. Yo no quiero estar a merced de mis emociones. Quiero usar de ellas, gozar de ellas, y dominarlas. - 駸Es horrible, Dorian! Algo te ha hecho cambiar por completo. En apariencia, sigues siendo el mismo muchacho maravilloso, que ven 駸 todos los d 駸 s a mi estudio para que yo pintase su retrato. Pero entonces eras sencillo, natural y afectuoso. El ser menos echado a perder del mundo. Ahora, no sques lo que ha ocurrido, pero hablas como si carecieses de coraz駸 y de todo sentimiento compasivo. La influencia de Harry ha sido; demasiado lo veo. Sonroj駸e el adolescente, y acerc 駸 dose a la ventana contemplunos momentos el jard 駸 verde y bru駸do de sol. -Mucho le debo a Harry, Basil -dijo al fin -; m 駸 que a ti. T s駸o me ense ste a ser vanidoso. - 駸 S Pues bien castigado me veo por ello... o me veralg 駸 d 駸. -No entiendo lo que quieres decir, Basil -exclamDorian, volvi 駸 dose -. No sa qute refieres. Habla. -Quisiera encontrar al Donan Gray que yo pintaba -dijo el artista con tristeza. -Basil -dijo el adolescente, dirigi 駸 dose hacia di, y poni 駸 dole la mano en un hombro -; has llegado demasiado tarde. Ayer, cuando supe que Sibyl Vane se hab 駸 matado... - 駸Matado! 駸Santo ciclo!, 駸 est 駸 seguro? -gritHallward, clavando en 駸 los ojos con expresi駸 de horror. - 駸Querido Basil! No es posible que thayas cre 駸 o que se trataba de un simple accidente. Claro que se ha matado. El pintor escondiel rostro entre las manos, y murmur estremeci 駸 dose: - 駸Quhorror! -No -dijo Dorian Gray -; no hay en ello horror alguno. Es una de las grandes tragedias rom 駸 ticas de la 駸 oca. Por regla general, nadie (leva una vida m 駸 vulgar que los actores. Son buenos maridos, o esposas fieles, o cualquiera otra insipidez por el estilo. Ya sabes lo que quiero decir... virtud clase media y compa駸a. 駸Qudistinta era Sibyl! Vivisu m 駸 hermosa tragedia. Fue siempre una hero 駸 a. La 駸 tima noche -la noche que tla viste -representmal, porque hab 駸 conocido la realidad del amor. Cuando conocisu falsedad, murió como Julieta pod 駸 haber muerto. Entrde nuevo en la esfera del arte. Hay en ella algo del m 駸 tir. Su muerte tiene toda la pat 駸 ica inutilidad del martirio, toda su desolada belleza. Pero, como te dec 駸, no vayas a creer que yo no he sufrido. Si hubieras entrado ayer en un momento dado -las cinco y media o seis menos cuarto, pr駸imamente -, me habr 駸 s encontrado anegado en l 駸 rimas. Ni siquiera Harry, que estaba presente, y que fue, en realidad, quien me dio la noticia, sospechlo m 駸 m 駸 imo de lo que pasaba por m Sufrespantosamente. Luego, todo pas No puedo repetir una emoci駸. Nadie, excepto los sentimentales, puede hacerlo. Y teres horriblemente injusto, Basil. Vienes a consolarme -casa muy delicada -; me encuentras consolado, y te pones furioso. 駸Magn 駸 ico; eso se llama altruismo! Me recuerdas una historia que me contHarry de un cieno fil 駸 tropo que gastveinte a駸s de su vida tratando de encontrar alg 駸 agravio que deshacer, o una ley injusta que modificar, no recuerdo a punto fijo. Al fin lo consigui y nada podr 駸 pintar su desilusi駸. Sin nada ya que hacer, se muricasi de tedio y volvi駸e un mis 駸 tropo empedernido. Por otra parte, mi querido Basil, si realmente quieres consolarme, ens 駸 ame a olvidar lo sucedido, o a considerarlo desde un punto de vista art 駸 tico. 駸 No es Gautier el que hablaba de la consolation des arts ?. Recuerdo haber hojeado un d 駸 en tu estudio un tomito encuadernado en pergamino, y tropezado en 駸, por casualidad, con esta frase deliciosa. No es que yo sea como ese joven de que me hablaste cuando estuvimos juntos en Marlow; aquel joven que dec 駸 que la seda amarilla pod 駸 consolarle a uno de todas las miserias de la vida. Claro que me gustan las cosas bellas que se pueden tocar y coger. Mucho puede aprenderse de los brocados viejos, los bronces verdes, las lacas, los marfiles tallados, de todas las cosas exquisitas que pueden rodearle a uno, y del lujo, y del refinamiento; pero el temperamento art 駸 tico que estas cosas van creando, o revelando al menos, me interesa m 駸 todav 駸. Convertirnos en el espectador de nuestra propia vida, como dice Harry, es escapar al sufrimiento de la vida. Sque te sorprendero 駸 me hablar as Tú no te has dado cuenta de mi desenvolvimiento. Yo era un colegial cuando te conoc Ahora soy ya un hombre. Tengo nuevas pasiones, nuevos pensamientos, nuevas ideas. Soy otro; pero no por eso debes quererme menos. He cambiado; pero tdebes siempre ser mi amigo. Es verdad que tengo mucho afecto a Harry. Pero sque teres mejor que 駸. No eres m 駸 fuerte -tienes demasiado miedo de la vida -, pero eres mejor. 駸Y qucontentos hemos estado siempre que hemos estado juntos! No te enfades conmigo, Basil, ni rompas nuestra amistad. Yo soy como soy. Es todo lo que ten 駸 que decirte. El pintor se sent 駸 singularmente conmovido. Profesaba al adolescente un cari駸 entra ble, y 駸 hab 駸 sido el punto decisivo en su arte. 駸 A qum 駸 censuras y reproches? Despu 駸 de todo, quizsu indiferencia no fuese m 駸 que una disposici駸 de 駸 imo pasajera. 駸Hab 駸 en 駸 tanta bondad y tanta nobleza! -Bueno, Dorian -dijo al fin, sonriendo tristemente -; no volvera hablarte nunca de este horrible suceso. Espero que tu nombre no aparecerpara nada mezclado en dl. La instrucci駸 debe tener lugar esta misma tarde. 駸 Te han citado? Dorian movila cabeza negativamente, haciendo una ligera mueca de contrariedad al o 駸 la palabra "instrucci駸". 駸Era tan cruda y tan vulgar aplicada a lo sucedido! -No saben mi nombre -repuso. - 駸 Tampoco ella lo sab 駸?. -Mi nombre de pila s駸o, y 駸 e estoy seguro de que no lo dijo a nadie. En una ocasi駸 me dijo que todos ten 駸 n gran curiosidad por saber qui 駸 era yo, y que ella, invariablemente, les contestaba que mi nombre era el Pr 駸 cipe. 駸 Verdad que era delicioso? Tienes que hacerme un dibujo de Sibyl, Basil. Me gustartener de ella algo m 駸 que el recuerdo de unos cuantos besos y alguna que otra frase pat 駸 ica. -Intentarhacer algo, Dorian, si aslo deseas. Pero tienes que venir a servirme otra vez de modelo. No puedo prescindir de ti. - 駸Imposible, Basil, que te sirva otra vez de modelo! -exclamDorian, estremeci 駸 dose. El pintor le mirasombrado. - 駸C駸o! Eso quiere decir que el retrato que te hice no es de tu agrado. Por cierto, 駸 d駸de est 駸 Por qulo has tapado con ese biombo? D 駸 ame verlo. Es lo mejor que he hecho hasta ahora. Quita ese biombo, Dorian. Es una descortes 駸 de tu criado el haber escondido asmi obra. Ya me pareci al entrar, que hab 駸 algo cambiado en el cuarto. -Mi criado no tiene la culpa, Basil. Ya comprender 駸 que no le dejo arreglar la casa a gusto suyo. A lo sumo, si se ocupa de elegir y colocar las flores. No; he sido yo mismo. Hab 駸 demasiada luz para el retrato. - 駸Demasiada luz! De ning 駸 modo, querido Dorian. Es un sitio admirable. D 駸 ame que lo vea -. Y Hallward se dirigihacia el retrato. Un grito de terror se escapde labios de Dorian, que corria interponerse entre el pintor y el biombo. -No lo ver 駸, Basil -dijo, poni 駸 dose palid 駸 imo -; no quiero que lo veas. - 駸Que no vea mi propia obra! No es posible que hables en serio, 駸 Por quno voy a verla? -exclamHallward, riendo. -Si tratas de verla, Basil, te doy mi palabra de honor que no volvera hablarte en la vida. Te lo digo completamente en serio. No puedo darte la explicaci駸, ni tdebes ped 駸 mela. Pero ten presente que si tocas ese biombo, todo habrterminado entre nosotros. Hallward se hab 駸 quedado como petrificado. Miraba a Dorian con una estupefacci駸 absoluta. Nunca le hab 駸 visto de aquel modo: p 駸 ido de rabia, con los pu駸s apretados y las pupilas como dos discos de fuego azul, temblando de pies a cabeza. - 駸Dorian! - 駸Ni una palabra! -Pero 駸 quocurre? Desde luego que no lo mirarsi no quieres - dijo con cierta frialdad, volviendo los talones y dirigi 駸 dose hacia la ventana -. Pero, realmente, parece un tanto absurdo que yo no pueda ver mi propia obra, sobre todo yendo a exponerla en Par 駸 este oto駸. Probablemente habrque darle antes otra mano de barniz, y entonces no tendrm 駸 remedio que verla. 駸 Por quno ahora? - 駸Exponerla! 駸 Qupiensas exponerla? -exclamDorian Gray, presa de una extra sensaci駸 de terror. 駸 Ir 駸, pues, el mundo a ver su secreto, a quedarse perplejo ante el misterio de su vida? 駸Imposible! Era preciso hacer, sin demora, algo no sab 駸 el qu-que lo impidiese. -S supongo que no tendr 駸 inconveniente, Georges Petit va a reunir mis mejores cuadros para una exposici駸 particular en su sal駸 de la calle de S 駸 e, que se abriren la primera semana de octubre. El retrato estarfuera s駸o un mes. Espero que podr 駸 separarte de 駸 sin dificultad por ese tiempo. Adem 駸, seguramente no estar 駸 en Londres. Y si lo tienes siempre detr 駸 de un biombo, se l de que no te interesa gran cosa. Dorian Gray se pasla mano por la frente, empapada en sudor. Comprend 駸 que estaba al borde de un gran peligro. -Hace un mes me dijiste que no pensabas exponerlo nunca -dijo - . 駸 C駸o es que has cambiado de idea? Vosotros, los que presum 駸 de consecuentes, sois igual de caprichosos que los dem 駸. Con la diferencia de que vuestros caprichos carecen de sentido. No es posible que hayas olvidado lo solemnemente que me aseguraste que nada en el mundo podr 駸 decidirte a enviarlo a una exposici駸. Y exactamente lo mismo dijiste a Harry. De pronto se detuvo; y por sus ojos cruzun rel 駸 pago. Acababa de recordar que Lord Henry le hab 駸 dicho una vez, mitad en serio, mitad en broma: "Si quieres pasar un curioso cuarto de hora, haz que Basil te diga por quno quiere exponer tu retrato. El me expliclas razones, que fueron para muna revelaci駸". S acaso Basil ten 駸 tambi 駸 su secreto. El tratar 駸 de arranc 駸 selo. -Basil -dijo, acerc 駸 dose a 駸, y mir 駸 dole bien en los ojos -; los dos tenemos nuestros secretos. Dime el tuyo, y yo te contarel m 駸. 駸 Cu 駸 era la raz駸 de que te negases antes a exponer mi retrato? El pintor no pudo contener un estremecimiento. -Si te lo dijese, Dorian, es posible que luego me quisieras menos, y seguramente te reir 駸 s de m Ninguna de ambas cosas podr 駸 soportarla. Si te empes en no dejarme ver nunca m 駸 tu retrato, bien est me resigno. Siempre podrsiquiera verte a ti. Si deseas que mi mejor obra permanezca siempre ignorada del mundo, perfectamente, lo acepto. Tu amistad me importa mucho m 駸 que la fama o la gloria. -No, Basil; es preciso que me lo digas -insistiDonan -. Creo que tengo derecho a saberlo. Su terror se hab 駸 ya desvanecido, y la curiosidad ocupado su lugar. Estaba decidido a descubrir el misterio de Basil Hallward. -Sent 駸 onos, Dorian -dijo el pintor, al parecer turbado- Sent 駸 onos, y responde a una pregunta: 駸 No has notado en el retrato nada extra駸? Algo que probablemente, al principio, no te llamla atenci駸; pero que, de repente, te fue revelado. - 駸Basil! -gritDorian, asi 駸 dose a los brazos de su sill駸 con manos tr 駸 ulas, y mir 駸 dole con ojos ardorosos y extraviados. -Veo que s No hables. Espera a o 駸 lo que tengo que decirte. Dorian, desde el momento en que te conoc tu personalidad ejercisobre mí la m 駸 extraordinaria influencia. Me sentdominado, alma, cerebro y fuerza, por ti. Tte convertiste para men la encarnaci駸 de ese ideal invisible, cuyo recuerdo nos persigue a los artistas como un sue駸 inefable. Te ador Me sent 駸 celoso de todo aqu 駸 a quien dirig 駸 s la palabra. Necesitaba tenerte todo para msolo. No me sent 駸 feliz m 駸 que cuando estabas conmigo. Y cuando estabas lejos de m estabas todav 駸 presente en mi arte... Claro que yo no te di a entender nunca nada de esto. Hubiera sido imposible. Tno lo habr 駸 s comprendido. Apenas si yo mismo lo comprendo. Sab 駸 s駸o que hab 駸 visto la perfecci駸, cara a cara, y que el mundo se hab 駸 convertido en algo maravilloso a mis ojos... demasiado maravilloso quiz pues en estas adoraciones insensatas hay un peligro, el de perderlas, no menor que el peligro de conservarlas... Pasaron semanas y semanas, y cada d 駸 me absorb 駸 m 駸 en ti. Entonces comenzuna fase nueva. Yo te hab 駸 dibujado como Par 駸, revestido de una delicada armadura; como Adonis, con la capa de cazador y la bru駸da jabalina. Coronado de pesadas flores de loto, tte sentaste en la proa de la barca de Adriano, con los ojos puestos m 駸 alldel Nilo turbio y verde. Tte inclinaste sobre la charca tranquila de una selva griega y viste en la plata del agua silenciosa el milagro de tu propio rostro. Y todo esto era como el arte deber 駸 ser: inconsciente, ideal y remoto. Un d 駸, d 駸 fatal creo a veces, decidpintar un espl 駸 dido retrato tuyo, tal como eres en la actualidad, no en el atav 駸 de las edades muertas, sino en tu mismo traje y en tu propio tiempo. Si fue el realismo del m 駸 odo, o el simple milagro de tu personalidad, present 駸 doseme as directamente, sin bruma ni velo, es cosa que no podr 駸 decir. Lo que ses que, mientras pintaba, cada pincelada me parec 駸 revelar mi secreto. Empeca temer que los dem 駸 se dieran cuenta de mi idolatr 駸. Comprend Dorian, que hab 駸 dicho demasiado, que hab 駸 puesto demasiado de mmismo en esa obra. Entonces fue cuando resolvno permitir nunca que se expusiera el retrato. Tte enfadaste un poco; pero entonces tno comprend 駸 s todo lo que significaba para m Harry, a quien le hablde ello, se burlde m Pero 駸 qume importaba? Cuando concluel retrato y me sentpara mirarlo a solas, vi que ten 駸 yo raz駸... Sin embargo, al cabo de pocos d 駸 s, cuando saliel cuadro de mi estudio, y apenas me vi libre de la invencible sugesti駸 de su presencia, me parecique hab 駸 sido una locura ver en 駸 otra cosa que tu belleza y que yo sab 駸 pintar. Aun ahora, en este momento, no puedo menos de pensar que la pasi駸 que experimenta uno al crear, jam 駸 se muestra realmente en la obra creada. El arte es siempre m 駸 abstracto de lo que nos imaginamos. La forma y el color nos hablan de la forma y del color, simplemente. A veces pienso que el arte m 駸 oculta al artista que lo revela. As cuando recibese ofrecimiento de Par 駸, decidhacer de tu retrato el punto culminante de mi exposici駸. No se me pudo ocurrir que tte negases. Ahora veo que ten 駸 s raz駸. El retrato no puede ser expuesto. No me guardes rencor, Dorian, por todo lo que te he dicho. Como dec 駸 una vez a Harry, thas sido hecho para ser adorado. Dorian Gray respirlibremente. El color volvia sus mejillas, y una sonrisa jugueteen sus labios. El peligro hab 駸 pasado. Estaba a salvo por el momento. Sin embargo, no pod 駸 menos de sentir una infinita compasi駸 por el pintor, que acababa de hacerle esa extra confesi駸, pregunt 駸 dosesi 駸 mismo llegar 駸 alguna vez a verse tan dominado por la personalidad de un amigo. Lord Henry ten 駸 el encanto de ser sumamente peligroso, pero nada m 駸. Era demasiado inteligente y demasiado c 駸 ico para poder quererle de veras. 駸 Encontrar 駸 alguna vez a alguien capaz de inspirarle tan extra idolatr 駸? 駸 Ser 駸 駸 ta una de las cosas que le reservaba la vida? -Lo que me parece extraordinario, Dorian -agregHallward -, es que thayas visto eso en el retrato. 駸 Lo viste realmente? -Algo vela en 駸 -contestDorian -, que, a veces, me parec 駸 muy singular. -Bueno; 駸 me permites ahora que lo mire? Dorian sacudila cabeza. -Te ruego que no insistas, Basil. No me es posible dejarte frente a ese retrato. -Pero alg 駸 d 駸 me dejar 駸, 駸 no? -Nunca. -Bien; acaso tengas raz駸. Adi駸, pues, Dorian. Thas sido la 駸 ica persona que realmente ha influido en mi arte. Todo lo bueno que he hecho a ti te lo debo. 駸Ah!, tno sabes lo que me cuesta decirte todo lo que te he dicho. -Pero, 駸 y ques lo que me has dicho, querido Basil? -dijo Dorian-. Simplemente que sent 駸 s admirarme demasiado. Eso ni siquiera es un cumplido. -No ten 駸 la intenci駸 de ser un cumplido. Fue una confesi駸. Ahora que la he hecho, parece como si me hubiese desprendido de algo. Quizno deber 駸 mos nunca traducir nuestra adoraci駸 en palabras. -Ha sido una confesi駸 que me ha defraudado. -Pues, 駸 quera lo que esperabas, Dorian? 駸 Viste acaso algo m 駸 en el retrato? Era lo 駸 ico que hab 駸. -No, no vi m 駸. 駸 Por qume lo preguntas? Pero no debes hablar de adoraci駸. Es una tonter 駸. Ty yo somos amigos, Basil, y siempre lo seremos. -Ya tienes a Harry -dijo el pintor tristemente. - 駸Oh, Harry! -exclamDorian con una carcajada -. Harry se pasa el d 駸 en decir cosas incre 駸 les, y la noche en hacer cosas inveros 駸 iles. Exactamente el g 駸 ero de vida que a mme gustar 駸 hacer. Pero no creo que acudiese a Harry en un momento de apuro. Antes acudir 駸 a ti, Basil. - 駸 Me servir 駸 otra vez de modelo? - 駸Imposible! -Echas a perder mi vida de artista neg 駸 dote, Dorian. Nadie tropieza dos veces con su ideal, y pocos son los que tropiezan una. -No me es posible explic 駸 telo, Basil; pero nunca volvera servirte de modelo. En todo retrato hay algo de fatalidad. Tienen una vida propia. Ira tomar el tcontigo, y lo pasaremos igualmente bien. -T mucho mejor, desde luego -murmurHallward apesadumbrado -. Hasta la vista, pues. Siento que no me dejes ver por 駸 tima vez el retrato. Pero 駸quse leva a hacer! Me doy perfecta cuenta de tus sentimientos. Cuando se hubo marchado, Dorian se sonria smismo. 駸Pobre Basil! 駸Qupoco sab 駸 de la causa verdadera! 駸Qusingular que, en vez de haberse visto obligado a revelar su propio secreto, hubiese conseguido, casi por casualidad, arrebatar el suyo a su amigo! 駸Cu 駸 tas cosas le explicaba esta extra confesi駸! Los absurdos arrebatos de celos del pintor, su devoci駸 fren 駸 ica, sus extravagantes paneg 駸 icos, sus extras reticencias, todo lo comprend 駸 ahora, con tristeza. Le parec 駸 ver algo tr 駸 ico en una amistad tan novelesca. Suspir y tirde la campanilla. Era preciso, a toda costa, ocultar el retrato. No pod 駸 exponerse otra vez al riesgo de un descubrimiento semejante. Hab 駸 sido una locura conservarlo, una hora siquiera, en una habitaci駸 a la que todos sus amigos ten 駸 n acceso. CAPITULO X Cuando llegel criado, Dorian le mirfijamente, pregunt 駸 dose si se le habr 駸 ocurrido fisgar detr 駸 del biombo. El mozo permaneciimpasible, esperando sus 駸denes. Dorian encendiun cigarrillo, dirigi駸e a un espejo y se contemplatentamente. En 駸 pod 駸 ver reflejarse con toda claridad la cara de V 駸 tor. Era como una pl 駸 ida careta de servilismo. Nada hab 駸 en ella de temible. Sin embargo, juzgprudente estar en guardia. Hablando muy reposadamente, le dijo que avisara al ama de llaves que deseaba verla, y luego a la tienda en que le hac 駸 n los marcos, para que le enviasen inmediatamente dos empleados. Al salir el criado, le parecique hab 駸 lanzado una mirada en direcci駸 al biombo. 駸 0 ser 駸 imaginaci駸 suya? Al cabo de unos instantes, mistress Leaf, con su traje de seda negra y las manos sarmentosas enfundadas en sus mitones de punto, entraba vivamente en la, biblioteca. Donan le pidila llave del estudio. - 駸 La antigua sala de estudio, Mr. Gray? -exclammistress Leaf -. 駸Pero si esttoda llena de polvo! Tengo antes que limpiarla y ponerla en orden. Estimpresentable. Le aseguro a usted que está impresentable. -No me importa. Nada de eso hace falta. La llave es lo 駸 ico que necesito. -Bueno, bueno; se llenarusted de telaras. Como que hace cerca de cinco a駸s que no se ha abierto. Desde que el se駸r muri Estremeci駸e Dorian a la menci駸 de su abuelo. Conservaba de 駸 un p 駸 imo recuerdo. -No importa -repiti-. Se trata s駸o de echar un vistazo. D 駸 e usted la llave. -Aquestla llave -dijo la anciana, buscando en su llavero con dedos tr 駸 ulos e inseguros -. Aquest Al momento la tendrusted. Pero no se le habrocurrido trasladarse allarriba, 駸 verdad?, estando aqutan bien instalado. -No, no, no pase usted cuidado -exclam 駸 con impaciencia -. Gracias. Puede usted retirarse. Pero mistress Leaf se demorunos instantes, charlando de algunos detalles del manejo de la casa. Dorian suspiry le dijo que hiciera en todo lo que creyese m 駸 conveniente. Al fin, mistress Leaf salide la habitaci駸, deshaci 駸 dose en sonrisas. Apenas se cerrla puerta, guard駸e Dorian la llave en el bolsillo y echuna ojeada a su alrededor. Sus ojos se detuvieron en una ampl 駸 ima colcha de seda morada, toda bordada de oro, espl 駸 dido trabajo veneciano del siglo XVII, que su abuelo encontrara en un convento de las cercan 駸 s de Bolonia. S aquello servir 駸 para envolver el objeto horrendo. Quizhabr 駸 servido alguna vez de pa駸 mortuorio. Ahora iba a ocultar algo que tambi 駸 ten 駸 su podredumbre, peor que la misma podredumbre de la muerte... algo que engendrar 駸 horrores y, sin embargo, nunca morir 駸. Lo que el gusano era para el cad 駸 er, ser 駸 n sus pecados para la imagen pintada sobre el lienzo. Ellos corromper 駸 n su belleza y devorar 駸 n su gracia. La profanar 駸 n, la convertir 駸 n en algo inmundo. Y, sin embargo, aquello continuar 駸 viviendo; no morir 駸 nunca. Tuvo un estremecimiento, y por un instante sintino haber dicho a Basil la verdadera raz駸 por la que deseaba ocultar el retrato. Basil le habr 駸 ayudado a resistir la influencia de Lord Henry, y las influencias, todav 駸 m 駸 perniciosas, de su propia naturaleza. En el amor que le ten 駸 -pues realmente era amor- nada hab 駸 que no fuese noble y espiritual. No era la simple admiraci駸 f 駸 ica de la belleza que nace de los sentidos, y se extingue con el cansancio de 駸 tos. Era un amor como lo hab 駸 n conocido Miguel Angel y Montaigne, y Winckelmann, y Shakespeare. S Basil le habr 駸 salvado. Pero ya era demasiado tarde, El pasado pod 駸 anularse. El remordimiento, la negaci駸 o el olvido pod 駸 n conseguirlo. Pero el futuro era inevitable. Hab 駸 en 駸 pasiones que siempre encontrar 駸 n su terrible salida, sue駸s que har 駸 n real la sombra de su maldad. Cogila amplia colcha de p 駸 pura y oro que cubr 駸 el div 駸, y pasó con ella al otro lado del biombo. 駸 Estaba el rostro m 駸 horrendo que antes? Le parecique no hab 駸 sufrido ning 駸 cambio; pero, a pesar de ello, su repugnancia creci Los cabellos dorados, los ojos azules, los labios purpurinos... todo ello estaba all S駸o la expresi駸 se hab 駸 alterado. Era horrible de crueldad. Comparados a todo lo que ve 駸 en ella de acusaci駸 y de censura, 駸qusuperficiales resultaban los reproches de Basil a prop駸ito de Sibyl Vane! 駸Qusuperficiales y quinsignificantes! Su misma alma estaba mir 駸 dole desde el lienzo y llam 駸 dole a juicio. Sintiuna crispaci駸 de dolor, y apresur駸e a arrojar el rico pa駸 mortuorio sobre el cuadro. En aquel momento llamaron a la puerta, y acababa de salir de detr 駸 del biombo cuando entrel criado. -Ahest 駸 los de la tienda, se駸r. Le parecique deb 駸 alejar con cualquier pretexto a aquel hombre. No conven 駸 que se enterase de ad駸de llevaban el cuadro. Hab 駸 en 駸 un no squde taimado, y ten 駸 ojos de astucia y de perfidia. Sent 駸 dose a la mesa, puso unas l 駸 eas a Lord Henry, rog 駸 dole que le enviase algo que leer, y record 駸 dole que a las ocho y cuarto estaban citados. -Espera la contestaci駸 -dijo entreg 駸 dosela -, y que pasen esos hombres. Al cabo de dos o tres minutos volvieron a llamar, y Mr. Hubbard, en persona, el due駸 de la famosa tienda de marcos de la calle de South Audley, entrseguido de un joven ayudante de aspecto un tanto cerril. Mr. Hubbard era un hombrecito vivaracho, de patillas rojas, cuya admiraci駸 por el arte estaba considerablemente atenuada por la inveterada inopia de la mayor parte de los artistas con que trataba. Por regla general, nunca sal 駸 de su tienda. Esperaba que la gente viniese a buscarle a 駸. Pero siempre hac 駸 una excepci駸 en favor de Dorian Gray, tal era la seducci駸 que 駸 te ejerc 駸 sobre todo el mundo. Verle s駸o, era ya un placer. - 駸 En qupuedo servirle, Mr. Gray? -exclamrestreg 駸 dose las manos gordezuelas y pecosas -. He cre 駸 o de mi deber acudir en persona a pregunt 駸 selo. Justamente acabo de adquirir en una subasta una maravilla de marco. Florentino antiguo. Proveniente de Fonthiel, me parece. Admirable para algo de asunto religioso, Mr. Gray. -Siento infinito que se haya usted molestado en venir, Mr. Hubbard. Desde luego pasara ver ese marco -aunque, por el momento, el arte religioso no me interese gran cosa -. Pero hoy no se trata m 駸 que de transportar un cuadro al 駸 timo piso. Como es bastante pesado, se me ocurrique usted podr 駸 prestarme un par de sus empleados. -Ninguna molestia, Mr. Gray. Encantado siempre de servirle. 駸 D駸de estesa obra de arte? -Aqu-contestDorian, separando el biombo -. 駸 Podrtransportarse tal como estcubierta? Sentir 駸 que se estropease al subirla por la escalera. -No hay dificultad, Mr. Gray -dijo el ilustre enmarcador, empezando, con ayuda de su ac駸ito, a descolgar el retrato de las largas cadenas de cobre que lo sosten 駸 n -. Y ahora, 駸 ad駸de hay que llevarlo, Mr. Gray? -Yo le mostrarel camino, Mr. Hubbard, si tiene usted la bondad de seguirme. O quizser 駸 mejor que pasasen ustedes delante. Temo que estdemasiado alto. Subiremos por la escalera principal, que es m 駸 ancha. Les abrila puerta, atravesaron el hall y empezaron la ascensi駸. El car 駸 ter ornamental del marco hac 駸 el retrato extremadamente voluminoso, y de cuando en cuando, a pesar de las serviciales protestas de Mr. Hubbard, que, a fuer de verdadero comerciante, no gustaba de ver hacer a un hombre de la alta sociedad nada 駸 il, Dorian pon 駸 tambi 駸 manos a la obra y trataba de ayudar. - 駸Uf, buena carga, Mr. Gray! -exclamentrecortadamente el hombrecito, al llegar al 駸 timo rellano, esponj 駸 dose la frente lustrosa. -S sque pesa -murmurDorian, abriendo la puerta de la habitaci駸 que iba a guardar el extra駸 secreto de su vida y a esconder su alma a los ojos humanos. Hac 駸 m 駸 de cuatro a駸s que no hab 駸 entrado all desde que la hab 駸 empleado: primero, como cuarto de recreo, y m 駸 tarde, de mayorcito, como sala de estudio. Era una estancia amplia y bien proporcionada, que el 駸 timo Lord Kelso mandara construir especialmente para uso de su nieto, al que, debido a su singular parecido con su madre y tambi 駸 por otras razones, siempre hab 駸 aborrecido y deseado conservar a cierta distancia. Poco hab 駸 cambiado desde entonces la habitaci駸. Por lo menos, tal le pareciti Dorian. Allestaba el enorme cassone italiano, con sus tableros fant 駸 ticamente pintados y sus empados ataires dorados, en el que tantas veces se hab 駸 escondido de ni駸; y la librer 駸 de palo 駸 oe, llena de libros de clase con las puntas dobladas. Detr 駸, clavado en la pared, colgaba el mismo andrajoso tapiz flamenco, en el cual un rey y una reina jugaban al ajedrez en un jard 駸, mientras una compa駸a de halconeros cabalgaba por las cercan 駸 s con las aves encapirotadas sobre el pu駸. 駸C駸o se acordaba de todo! Cada momento de su infancia solitaria volv 駸 a 駸 mientras paseaba los ojos en torno. Recordaba la pureza inmaculada de su vida de ni駸, y le parec 駸 horrible que aquella misma estancia fuera a ocultar el retrato maldito. 駸Qulejos estaba de pensar, aquellos d 駸 s lejanos, en todo lo que la vida le ten 駸 reservado! Pero no hab 駸 otro lugar en la casa tan a cubierto de toda mirada indiscreta. El ten 駸 la llave, y nadie pod 駸 entrar all Debajo de su sudario de p 駸 pura el rostro pintado sobre el lienzo podr 駸 tornarse bestial, monstruoso y repugnante. 駸 Qué importaba? Nadie podr 駸 verlo. Ni 駸 mismo lo ver 駸 siquiera. 駸 A quespiar la odiosa corrupci駸 de su alma? El conservar 駸 su juventud, que era lo importante. Adem 駸, qui 駸 sabe, 駸 no podr 駸 acaso su naturaleza mejorar y purificarse? No hab 駸 raz駸 alguna para que el futuro fuese s駸o de vergenza. Alg 駸 amor pod 駸 cruzarse en su vida, y depurarle, y ponerle a salvo de aquellos pecados que ya parec 駸 n germinar en su esp 駸 itu y en su carne... esos extra駸s pecados no descritos, cuyo mismo misterio les presta su sutileza y atractivo. Quiz un d 駸, la expresi駸 de crueldad se habr 駸 borrado de los tiernos labios rojos, y podr 駸 mostrar al mundo la obra maestra de Basil Hallward. No; esto era imposible. Hora por hora, y semana tras semana, el rostro envejecer 駸 sobre el lienzo. Podr 駸 escapar de la deformidad del pecado, pero la deformidad del tiempo le aguardaba indefectiblemente. Las mejillas quedar 駸 n sumidas y fl 駸 cidas. Las patas de gallo amarillentas se ensar 駸 n alrededor de sus ojos empados; el cabello perder 駸 su brillo; la boca, entreabierta o ca 駸 a, tendr 駸 esa expresi駸 est 駸 ida o atontada que tienen las bocas de los viejos. Ser 駸 el cuello arrugado, las manos fr 駸 s, de abultadas venas azules, el cuerpo encorvado, que recordaba en el abuelo que tan duro fuera con 駸 en su infancia. S era preciso esconder el retrato. No hab 駸 otro remedio. -Tengan ustedes la bondad de entrarlo, Mr. Hubbard -dijo cansadamente, volvi 駸 dose hacia 駸 -. Y perdone que le haya hecho esperar. Estaba pensando en otra cosa. -Nunca estde m 駸 descansar un rato. Mr. Gray -repuso el industrial, que todav 駸 estaba tomando aliento- 駸 D駸de lo ponemos? - 駸Oh!, en cualquier parte. Ahmismo. No hace falta colgarlo. Basta con apoyarlo en la pared. Gracias. - 駸 Y no pod 駸 verse esta obra de arte, Mr. Gray? Dorian se estremeci -No le interesar 駸 a usted, Mr. Hubbard -dijo, sin perderle de vista, dispuesto a saltar sobre 駸 y derribarlo en tierra si se atrev 駸 a levantar el pa駸 suntuoso que escond 駸 el secreto de su vida -. Bueno, no le molesto m 駸. Y much 駸 imas gracias por su amabilidad viniendo en persona. -De nada, de nada, Mr. Gray. Encantado siempre de servirle. Y Mr. Hubbard empeza bajar la escalera, seguido de su ayudante, que de cuando en cuando volv 駸 la cabeza hacia Dorian, con una expresi駸 de t 駸 ido asombro en su rostro tosco y poco agraciado. Nunca hab 駸 visto belleza semejante en un hombre. Apenas se hubo apagado el ruido de los pasos, cerrDorian la puerta y guardla llave en su bolsillo. Al fin se sent 駸 en salvo. Nadie podr 駸 contemplar ya aquel horror. Mirada alguna, excepto la suya, podr 駸 ver su vergenza. Al entrar de nuevo en la biblioteca, advirtique acababan de dar las cinco y que el testaba ya servido. Sobre un velador de oscura madera odor 駸 era, con incrustaciones de n 駸 ar, regalo de Lady Radley, mujer de su tutor, deliciosa inv 駸 ida de profesi駸, que hab 駸 pasado el invierno anterior en el Cairo, encontruna esquela de Lord Henry, con un libro de cubierta amarilla, ligeramente desgarrada, y cortes un tanto manchados. En la bandeja del thallun n 駸 ero de la tercera edici駸 de The St. Jame's Gazette . Era evidente que V 駸 tor hab 駸 vuelto. Penssi se habr 駸 encontrado en el hall con los hombres, al salir 駸 tos de la casi, y si les habr 駸 sonsacado lo que hab 駸 n estado haciendo. Seguramente echar 駸 de menos el retrato... mejor dicho, ya lo habr 駸 echado de menos al entrar el t El biombo no hab 駸 sido colocado de nuevo en su sitio, y en la pared era bien visible el hueco. Quiz 駸 alguna noche se lo encontrase subiendo de puntillas la escalera y tratando de forzar la puerta del estudio. Era horrible tener un esp 駸 en la propia casa. El hab 駸 o 駸 o hablar de gentes ricas que se hab 駸 n pasado toda la vida explotadas por un criado que leyera una carta, o sorprendiera una conversaci駸, o recogiera una tarjeta con unas se s, o encontrara debajo de una almohada una flor seca o un jir駸 arrugado de encaje. Suspir y despu 駸 de servirse una taza de t abrila esquela de Lord Henry. Era simplemente para decirle que le enviaba un peri駸ico de la tarde y un libro que podr 駸 interesarle, y que a las ocho y cuarto estar 駸 en el club. Desplegel peri駸ico negligentemente, y se puso a hojearlo. Una raya de l 駸 iz rojo en la p 駸 ina quinta llamsu atenci駸. Leyel p 駸 rafo que se laba: "Muerte de una actriz - Esta mana se ha verificado en Bell Tavern, Hoxton Road, por Mr. Danby, coroner del distrito, la instrucci駸 sobre la muerte de Sibyl Vane, joven actriz recientemente contratada en el Royal Theatre, Holborn. Se dictveredicto de muerte por accidente. La madre de la difunta, que se mostrgrandemente afectada durante su declaraci駸 y la del doctor Birrell, que habla efectuado la autopsia de la muerta, recibivivas muestras de simpat 駸." Frunciendo el ce駸, rompien dos el peri駸ico, y cruzando la habitaci駸 arrojlos pedazos afuera. 駸Quhorrible era todo aquello! 駸Y quespantosamente real hac 駸 todo la fealdad! Sintique a Lord Henry se le hubiese ocurrido enviarle aquella rese. Y no dejaba de ser una indiscreci駸 haberla marcado con l 駸 iz rojo. V 駸 tor pod 駸 haberla le 駸 o. Sabia suficiente ingl 駸 para ello. Acaso la hab 駸 le 駸 o y empezado a sospechar algo. Sin embargo, 駸 qué importaba? 駸 Qutenia que ver Dorian Gray con la muerte de Sibyl Vane? No hab 駸 por qutemer. El no la habla matado. Sus ojos cayeron sobre el libro que le enviaba Lord Henry. 駸 Quseria? Dirigi駸e hacia el peque駸 velador octogonal de tonos nacaradas, que siempre se le habla antojado obra de algunas singulares abejas egipcias que trabajasen la plata, y cogiendo el volumen se acomodé en una butaca y empeza hojearlo. Al cabo de unos minutos se sintió absorto. Era el libro m 駸 extra駸 que hab 駸 le 駸 o. Les parec 駸 como si, exquisitamente ataviados, y al son delicado de las flautas, desfilasen ante 駸 en mudo cortejo todos los pecados del mundo. Cosas vagamente so das, de pronto se le hac 駸 n reales. Cosas nunca so das se le iban revelando paulatinamente. Era una novela sin intriga, y con un solo personaje, simple estudio psicol駸ico de un joven parisiense que empleara su vida en tratar de realizar, en pleno siglo XIX, todas las pasiones y modalidades de pensamiento que fueron de todos los siglos, excepto del suyo, y, como si dij 駸 amos, de resumir en slos diversos estados por que el mundo habla pasado, amando, por su mismo artificio, esas renuncias que los hombres han llamado insensatamente virtud, al igual que esas rebeliones naturales que los hombres sensatos llaman todav 駸 pecado. Todo ello escrito en ese estilo curiosamente cincelado, a la vez oscuro y centelleante, lleno de argot y de arca 駸 mos, de expresiones t 駸 nicas y par 駸 rasis complicadas, que caracteriza la obra de algunos de los mejores representantes de la escuela francesa de las simbolistas. Hab 駸 met 駸 oras monstruosas como orqu 駸 eas, y del mismo matizado sutil. La vida de los sentidos era descrita en t 駸 minos de filosof 駸 m 駸 tica. Hab 駸 momentos en que no se sab 駸 si se estaban leyendo los 駸 tasis espirituales de alg 駸 santo de la Edad Media o las confesiones morbosas de un pecador de hoy d 駸. Era un libro ponzo駸so. El aroma pesado del incienso parec 駸 adherirse a sus p 駸 inas para turbar el cerebro. La simple cadencia de la frase, la sutil monoton 駸 de su m 駸 ica, tan llena de complejos estribillos y de movimientos sabiamente repetidos, produc 駸 en el esp 駸 itu del adolescente, a medida que se iban sucediendo los cap 駸 ulos, una especie de divagaci駸, de ensue駸 enfermizo, que le hac 駸 no darse cuenta del d 駸 muriente y las sombras que nac 駸 n. Sin nubes, y taladrado por una Sola estrella, el cielo verde cobre luc 駸 a trav 駸 de las ventanas. A esta luz p 駸 ida leyhasta que no pudo m 駸. Entonces, y tras de recordarle el criado varias veces lo tard 駸 de la hora, se levant pasa la estancia contigua, y dejando el libro sobre el helador florentino que le serv 駸 de mesa de noche, empeza vestirse para la comida. Las nueve iban a dar cuando llegal club, donde ya Lord Henry le esperaba, sentado en el sal駸, con cara de gran aburrimiento. -Lo siento infinito, Harry -exclam-; pero la culpa tuya es. Ese libro que me enviaste me fascinde tal manera, que no me di cuenta de la hora. -S-, ya sab 駸 yo que te gustada -replicLord Henry, poni 駸 dose en pie. -No he dicho que me gustar Harry, sino que me ha fascinado. Es muy distinto. - 駸Ah!, 駸 has hecho ese descubrimiento? -murmurLord Henry. Y pasaron al comedor. CAPITULO XI Muchos a駸s tardDorian Gray en libertarse de la influencia de aquel libro. Aunque m 駸 correcto ser 駸 decir que nunca tratde ello. Nada menos que nueve ejemplares de lujo de la primera edici駸 hizo venir de Par 駸, mand 駸 dolos encuadernar en diferentes colores, de suerte que pudiesen avenirse con su varios estados de 駸 imo y las volubles fantas 駸 s de una naturaleza, sobre la cual, en ciertos momentos, parec 駸 haber perdido todo imperio. El h 駸 oe del libro, aquel joven y extraordinario parisiense, en quien los temperamentos rom 駸 tico y cient 駸 ico aparec 駸 n tan singularmente fundidos, fue para 駸 una especie de prefiguraci駸 de smismo. Y, en verdad, que el libro entero le parec 駸 contener la historia de su propia vida, escrita antes de haberla vivida. En un punto era m 駸 afortunado que el h 駸 oe imaginario del cuento. El nunca conoci-realmente, nunca tuvo motivo para conocerloaquel horror un tanto grotesco a las espejos, superficies bru駸das de metal y aguas quietas, que asaltara tan tempranamente al joven parisiense, ocasionado por la s 駸 ita ruina de una belleza en otro tiempo, al parecer, tan singular. Con un deleite casi cruel -es muy posible que en casi todos los deleites, como en todo placer, la crueldad tambi 駸 tenga su sitio- le 駸 siempre aquella 駸 tima parte del libro; con su relato, no por enf 駸 ico menos tr 駸 ico, del dolor y la desesperaci駸 de un hombre que pierde en smismo lo que en los dem 駸, y en el mundo, m 駸 alto hab 駸 evaluado. Pues la milagrosa belleza que de tal modo fascinara a Basil Hallward, ya tantos otros, parec 駸 no abandonarle jam 駸. Hasta aquellos que sab 駸 n los horrores que de 駸 se contaban -pues, de cuando en cuando, los m 駸 extra駸s rumores acerca de su vida 駸 tima se propalaban por Londres y eran la comidilla de los clubs - no pod 駸 n darles cr 駸 ito cuando le ve 駸 n. Su aspecto era siempre el de un hombre que ha sabido preservarse de toda m 駸 ula del mundo. Cuando 駸 entraba en un sitio, todas las conversaciones licenciosas se acallaban. En la pureza de su rostro hab 駸 algo que les hac 駸 enmudecer. Su sola presencia parec 駸 traerles el recuerdo de la inocencia perdida. Todos se preguntaban c駸o un ser tan gr 駸 il y encantador pod 駸 haber escapado a la ignominia de una 駸 oca a la vez sensual y s駸dida. Con frecuencia, al volver a su casa despu 駸 de alguna de aquellas prolongadas y misteriosas ausencias que provocaran tan extra s conjeturas entre sus amigos -o que por tales se ten 駸 n- sub 駸 a paso de lobo la escalera hasta la cerrada habitaci駸, abr 駸 la puerta con la llave que nunca le abandonaba, y all en pie frente al retrato obra de Basil Hallward, con un espejo en la mano, miraba alternativamente el rostro perverso y envejecido del lienzo y la faz joven y hermosa que le sonre 駸 desde el cristal. La misma violencia del contraste avivaba su deleite. Cada d 駸 se sent 駸 m 駸 enamorado de su propia belleza, m 駸 interesado en la corrupci駸 de su alma. Examinaba con minucioso cuidado, y a veces con una delectaci駸 monstruosa y terrible, los surcos odiosos que estigmatizaban la frente contra 駸 a o crispaban los labios bestiales, pregunt 駸 dose cu 駸 es eran m 駸 horribles, si las huellas de la edad o las seles del vicio. Colocaba sus manos blancas y tersas junto alas horrendas manos hinchadas del retrato, y sonre 駸. Burl 駸 ase del cuerpo deforme y tos miembros degenerados. Claro que hab 駸 momentos, por la noche, cuando, desvelado, reposaba en su alcoba, delicadamente perfumada, o en el s駸dido cuartucho de aquella taberna mal afamada, junto a los Docks, que, con nombre supuesto y bajo un disfraz, sol 駸 frecuentar, en que pensaba en la ruina a que hab 駸 llevado a su alma, con una compasi駸 tanto m 駸 viva cuanto que era puramente ego 駸 ta. Pero esos momentos eran raros. Aquella curiosidad por la vida que Lord Henry suscitara en 駸 por vez primera aquella tarde en el jard 駸 de Basil; parec 駸 aumentar jubilosamente. Mientras m 駸 conoc 駸, m 駸 deseaba conocer. Le acomet 駸 n apetitos fren 駸 icos, m 駸 voraces cuanto m 駸 los saciaba. Sin embargo, no por eso descuidaba sus relaciones mundanas. Una o dos veces al mes, durante el invierno, y todo los mi 駸 coles por la noche, mientras duraba la estaci駸, abr 駸 a sus amigos y conocidos los espl 駸 didos salones de su casa y los m 駸 icos m 駸 famosos del d 駸 deleitaban a sus hu 駸 pedes con la maravilla de su arte. Sus comidas 駸 timas, en cuya confecci駸 siempre Lord Henry le ayudaba, eran conocidas, tanto por la escrupulosa selecci駸 y colocaci駸 de los invitados, como por el gusto exquisito con que estaba puesta la mesa, con sus combinaciones sinf駸icas de flores ex駸icas, sus manteles bordados y sus fuentes antiguas de oro y plata. Realmente hab 駸 muchos, especialmente entre la gente joven, que ve 駸 n, o cre 駸 n ver, en Dorian Gray, la verdadera realizaci駸 del tipo en que tan a menudo so ran durante sus d 駸 s de Eton o de Oxford, tipo que deb 駸 reunir algo de la verdadera cultura del sabio con toda la gracia y distinci駸 y modales refinados de un hombre de mundo. A 駸 tos parec 駸 les Dorian uno de aquellos de que habla Dante, que han tratado de "perfeccionarse a spropios por el culto de la belleza". Como Gautier, 駸 era un hombre para quien el mundo visible exist 駸. Y, ciertamente, la vida era en smisma para 駸 la primera, la m 駸 grande de las artes, y, junto a ella, todas las dem 駸 artes parec 駸 n s駸o una preparaci駸. La Moda, por medio de la cual lo imaginario se hace un momento universal, y el Dandismo, que, a su modo, es una tentativa para afirmar la absoluta modernidad de la belleza, ejerc 駸 n, como es natural, cierta fascinaci駸 sobre 駸. Su manera de vestir, y los diferentes estilos que, de cuando en cuando, adoptaba, influ 駸 n poderosamente en los j駸enes refinados de los bailes de Mayfair y los balcones de los clubs de Pall Mall , que le copiaban en todo, esforz 駸 dose en reproducir el encanto accidental de sus graciosas afectaciones, a que di, por otra parte, no conced 駸 mayor atenci駸. Pues, aunque dispuesto a aceptar la situaci駸 que apenas entrado en su mayor edad se le ofreciera, y halagado realmente a la idea de llegar a ser para el Londres de su tiempo lo que para la Roma neroniana fuera el autor del Satiric駸 , sin embargo, en sus adentros, 駸 aspiraba a ser algo m 駸 que un simple arbiter elegantiarum y un hombre al que se consulta arca de una joya, o el nudo de una corbata o el manejo de un bast駸. El quer 駸 crear un nuevo modelo de vida, que tuviese su filosof 駸 sistem 駸 ica y sus principios met駸icos, a fin de encontrar en la espiritualizaci駸 de los sentidos su m 駸 alta realizaci駸. El culto de los sentidos ha sido con frecuencia, y muy justamente, vilipendiado, sintiendo como sienten los hombres un natural impulso de terror ante pasiones y sensaciones que parecen m 駸 fuertes que ellos, y que saben comparten con las famas menos altamente organizadas de la existencia. Pero parec 駸 le a Dorian Gray que la verdadera naturaleza de los sentidas nunca ha sido comprendida, y que si permanecen salvajes y en estado de animalidad es simplemente porque el mundo ha tratado de someterlos por hambreo matarlos por el dolor, en vez de intentar hacer de ellos elementos de una nueva espiritualidad, cuya caracter 駸 tica dominante ser 駸 un instinto sutil de la belleza. En una ojeada retrospectiva, viendo al hombre moverse a trav 駸 de la Historia, un sentimiento de p 駸 dida le asaltaba. 駸A cu 駸 tas cosas se hab 駸 renunciado! 駸Y por qupoco! Negativas insensatas y absurdas, formas monstruosas de apto tortura y de renunciamiento, cuyo origen era el miedo, y cuyo resultado una degradaci駸 infinitamente m 駸 terrible que aquella imaginaria degradaci駸 de la que, en su ignorancia, intentaran escapar. La Naturaleza, con su maravillosa iron 駸, hab 駸 impulsado al anacoreta a vivir con los animales salvajes del desierto y habla dado al eremita las bestias del campo por compa駸ras. S c駸o Lord Henry profetizara, un nuevo Hedonismo se acercaba, que forjarla de nuevo la vida, salv 駸 dola de este grosero y desgraciado puritanismo a cuyo singular renacimiento asistimos. Ciertamente que estar 駸 sometido y subordinado a la inteligencia; pero jam 駸 aceptar 駸 ninguna teor 駸 o sistema que entrase el sacrificio de un modo cualquiera de experiencia pasional. Su fin, realmente, era la experiencia misma, y no los frutos de la experiencia, por dulces o amargos que 駸 tos fuesen. Del ascetismo que amortece los sentidos, como del vulgar libertinaje que los embota, era preciso huir. Pero, en cambio, habla que enser al hombre a reconcentrarse en los momentos de una vida que apenas era otra cosa que un momento. Pocos ser 駸 los que no se hayan despertado alguna vez antes del alba, despu 駸 de una de esas noches sin sue駸s, que casi nos hacen amar la muerte, o una de esas noches de horror y de deleite informe, cuando, a trav 駸 de las c 駸 aras del cerebro se deslizan fantasmas m 駸 terribles que la misma realidad, animados de esa vida intensa que palpita en todos los grotescos, y que presta al arte g駸ico su perenne vitalidad, arte que podr 駸 imaginarse obra de aquellos cuyo esp 駸 itu fue turbado por la enfermedad del ensue駸. Poco a poco, blancos dedos tr 駸 ulos parecen insinuarse por entre los cortinones. En negras formas caprichosas, sombras mudas se arrastran por la habitaci駸 y agaz 駸 anse, al fin, en los rincones. Afuera comienza la algarab 駸 de los p 駸 aros entre la fronda; 駸ese el rumor de los obreros que pasan hacia el trabajo, el suspiro y los sollozos del viento que baja de las monta s y vaga en torno de la casa en silencio, como si temiese despertar a los que duermen y, al mismo tiempo, se viese obligado a hacer salir al sue駸 de su caverna de p 駸 pura. Velo tras velo de tenue gasa obscura se descorren, y paulatinamente las cosas van recobrando sus formas y colores, y vemos c駸o la aurora va rehaciendo el mundo por el mismo patr駸 de antes. Los p 駸 idas espejos entran de nuevo en posesi駸 de su vida m 駸 ica. Las buj 駸 s, apagadas, est 駸 donde las hab 駸 mos dejado, y, junto a ellas, el libro a medio abrir que le 駸 mos, o la flor que llevamos aquella noche en el ojal, o la carta que tem 駸 mos leer o que le 駸 os tantas veces. Nada nos parece cambiado. De las sombras irreales de la noche, vuelve a nosotros la vida que conoc 駸 mos. Nos vemos obligados a reanudarla en el punto en que la abandonamos, y se apodera de nosotros una terrible sensaci駸 de la necesidad de continuar el esfuerzo en el mismo c 駸 culo tedioso de costumbres estereotipadas, o un fren 駸 ico anhelar, acaso, de que nuestros p 駸 pados se abran alguna mana sobre un mundo forjado de nuevo en las tinieblas para deleite nuestro, un mundo en que las cosas tuviesen formas y colores nuevos, y fuese distinto, y guardara otros secretos; un mundo en que el pasado apenas encontrase sitio, o, por lo menos, no sobreviviera en forma alguna consciente de gratitud o de remordimiento, pues hasta la remembranza de la alegr 駸 tiene su amargura, y los recuerdos del placer su pena. La creaci駸 de semejantes mundos: tal le parec 駸 a Dorian Gray el verdadero, o uno de los verdaderas, fines de la vida. Y en su rebusca de sensaciones que fuesen nuevas y deliciosas, y poseyeran ese elemento de singularidad tan esencial a la imaginaci駸, 駸 no vacilar 駸 en adoptar algunas formas de pensamiento que sab 駸 realmente ajenas a su naturaleza, entreg 駸 dose a su sutil influencia y abandon 駸 dolas, despu 駸 de haber apresado, por decirlo as su colorido y satisfecho su curiosidad intelectual, con esa singular indiferencia que, lejos de ser incompatible con el ardor de temperamento, es muchas veces, seg 駸 algunos psic駸ogos modernos, su condici駸 precisa. En una ocasi駸 se susurrque iba a convertirse al catolicismo; y ciertamente que el ritual romano siempre tuvo para 駸 gran atractivo. El diario sacrificio de la misa, m 駸 espantoso en verdad que todos los sacrificios del mundo antiguo, le conmov 駸, tanto por su soberbio desd 駸 a la evidencia de los sentidos, como por la primitiva simplicidad de sus elementos y el eterno sentimiento de la tragedia humana que trataba de simbolizar. Gustaba de arrodillarse sobre el fr 駸 pavimento de m 駸 mol, y de contemplar al sacerdote, en su r 駸 ida casulla floreada, descorriendo lentamente, con sus manos p 駸 idas, el velo del tabern 駸 ulo, o levantando en alto la enjoyada custodia, de forma de faro, con aquella blanca oblea que, a veces, se siente uno tentado de creer el verdadero panis coelestis , el pan de los 駸 geles, o, revestido con los atributos de la Pasi駸 de Cristo, rompiendo la hostia dentro del c 駸 iz y golpe 駸 dose el pecho por sus pecados. Los incensarios humeantes, que los graves monaguillos, vestidos de escarlata y encajes, balanceaban en el aire, como grandes flores doradas, ejerc 駸 n sobre 駸 una sutil fascinaci駸. Al pasar, miraba con asombro los oscuros confesionarios, sintiendo no poder sentarse al abrigo de aquella penumbra para escuchara los hombres y mujeres que ven 駸 n a musitar, a trav 駸 de la gastada rejilla, la historia ver 駸 ica de sus vidas. Pero jam 駸 cayen el error de detener su desenvolvimiento intelectual con la aceptaci駸 formal de credo ni sistema alguno, ni de tomar por mansi駸 en que habitar el albergue, bueno, a lo sumo, para pasar una noche o unas cuantas horas de una noche sin estrellas y sin luna. El misticismo, con su maravillosa facultad de transmutar a nuestros ojos en casas extraordinarias las m 駸 vulgares, y las sutiles antinomias que parecen acompa rlo siempre, le interesaron una temporada; y una temporada tambi 駸 se sintiinclinado alas doctrinas materialistas del darvinismo alem 駸, encontrando un singular deleite en seguir la pista a los pensamientos y pasiones de los hombres hasta alguna c 駸 ula nacarina del cerebro o un blanco nervezuelo del cuerpo, complaci 駸 dose en la concepci駸 de la absoluta dependencia del esp 駸 itu a ciertas condiciones f 駸 icas, morbosas o saludables, normales o ins駸itas. Sin embargo, como queda dicho, ninguna teor 駸 de la vida le parec 駸 de la menor importancia en comparaci駸 con la vida misma. El ten 駸 conciencia de lo est 駸 il que es toda especulaci駸 intelectual cuando se la separa de la acci駸 y la experiencia. Sab 駸 que los sentidos, al igual del alma, ten 駸 n sus misterios espirituales que revelar. As se dedica estudiar los perfumes y los secretos de su manufactura, destilando aceites de aroma violento y quemando gomas odor 駸 eras de Oriente. Vio que no hab 駸 estado de esp 駸 itu que no encontrase su correspondencia en la vida sensorial, y tratde descubrir sus verdaderas relaciones, inquiriendo qupod 駸 haber en el incienso que asincitaba al misticismo, y en el 駸 bar gris que enardec 駸 las pasiones, y en las violetas que despertaban el recuerdo de los amores pasados, y en el almizcle que turbaba el cerebro, y en la champaca que pervert 駸 la imaginaci駸. Intent con frecuencia, establecer una psicolog 駸 positiva de los perfumes, determinar las diversas influencias de las ra 駸 es bien olientes y las flores henchidas de polen, perfumado, de los b 駸 samos arom 駸 icos y de las obscuras maderas odor 駸 eras; del espicanardo que exten 駸; de la hovenia, que hace enloquecer a los hombres, y del 駸 oe, que dicen ahuyenta del alma la melancol 駸. Otras veces consagr 駸 ase por completo a la m 駸 ica, y en una vasta habitaci駸 artesonada de oro y bermell駸, y paredes de laca verde oliva, celebraba extra駸s conciertos, con gitanas en delirio, que arrancaban salva. jes melod 駸 s de sus citaras, o graves tunecinos, en sus jaiques amarillos, pulsando monstruosos la 駸 es, mientras unos negros gesticulantes redoblaban mon駸onamente en sus tambores de cobre, y, acurrucados sobre sus esterillas carmes 駸 s, unos indios cence駸s, tocados con turbantes, soplaban en largas flautas de ca o bronce, fascinando, o fingiendo fascinar, grandes serpientes de capucha y horrendas v 駸 oras cornudas. Los agrios acordes y estridentes disonancias de aquella m 駸 ica b 駸 bara, lograban sacudirle en ocasiones, cuando ya la gracia de Schubert y las suaves tristezas de Chopin y las armon 駸 s potentes del mismo Beethoven resbalaban por sus o 駸 os. Recogide todas partes del mundo los m 駸 raros instrumentos que pudo encontrar, bien en los sepulcros de los pueblos desaparecidos, bien entre las pocas tribus salvajes que han sobrevivido al contacto con las civilizaciones de Occidente, y gustaba de estudiarlos y ta駸rlos. Pose 駸 el misterioso juruparis de los indios de R 駸 Negro, que no se permite mirar a las mujeres, y que, a los mismos mancebos, s駸o despu 駸 de haber sido sometidos al ayuno y la flagelaci駸, les es dado contemplar; y las orzas de barro de los peruanos, que imitan el chillar de los p 駸 aros; y las flautas de huesos humanos, que Alonso de Ovalle oyera en Chile; y los verdes jaspes sonoros, que se encuentran en las cercan 駸 s del Cuzco y exhalan una nota de singular dulzura. Ten 駸 pintadas calabazas rellenas de guijarros, que sonaban como cr駸alos al ser sacudidas; el largo clar 駸 de los mejicanos, en el que no se toca soplando, sino aspirando el aire; la ruda tura de las tribus del Amazonas, que tocan los centinelas, encaramados todo el d 駸 en los 駸 boles altos, y dicen que puede o 駸 se a tres leguas de distancia; el teponaztli, que tiene dos lengetas vibrantes de madera, y se percute con palillos impregnados en una goma el 駸 tica, que se obtiene del jugo lechoso de unas plantas; los cascabeles llamados yotl, agrupados en racimos como de uva, y un enorme tambor cil 駸 drico, hecho con la piel de grandes serpientes, semejante a aquel que viera Bernal D 駸 z, cuando fue con Cort 駸 al templo de M 駸 ico, y de cuyo l 駸 ubre son nos ha dejado una descripci駸 tan viva. El car 駸 ter fant 駸 tico de estos instrumentos le fascinaba, y sent 駸 un deleite especial al pensar que el arte, como la naturaleza, tiene sus monstruos, objetos de forma bestial y voces horrendas. Sin embargo, al poco tiempo se cansaba de ellos y volv 駸 a su palco de la Opera, donde, solo o con Lord Henry, escuchaba extasiado Tannhaser, viendo en el preludio de esta obra maestra como una introducci駸 a la tragedia de su propia alma. Aficion駸e tambi 駸 al estudio de las joyas, y una noche aparecien un baile de trajes disfrazado de Anne de Joyeuse, almirante de Francia, con un vestido que llevaba quinientas sesenta perlas. Esta afici駸 le durbastantes a駸s, y puede decirse que jam 駸 le abandon A menudo se pasaba el d 駸 combinando en sus estuches las piedras preciosas que hab 駸 coleccionado: los crisoberilos verde oliva, que se tornan rojos ala luz artificial; la cim駸ana, veteada de hebras de plata; el peridoto, color de alf駸cigo; los topacios, rosados como rosas y amarillos como vino; los carb 駸 culos, en cuyo fondo se encienden estrellitas parpadeantes de cuatro puntas; los granates cinamomos, rojos como la llama; las espinelas, moradas y anaranjadas, y las amatistas, con sus visos alternos de ruby zafiro. Amaba el oro rojizo de la piedra del sol, y la blancura nacarina de la piedra de la luna, y el quebrado arco iris del 駸alo lactescente. De Amsterdam le trajeron tres esmeraldas de tama駸 y fulgor extraordinarios, y consiguiuna turquesa de la vieille roche, que era la envidia de todos los entendidos. Descubritambi 駸 historias maravillosas de joyas. En la Clericalis Disciplina , de Alfonso, se habla de una serpiente que ten 駸 los ojos de jacinto; y en la novelesca historia de Alejandro se dice que el conquistador de Emathia encontren el valle del Jord 駸 culebras "con collares de esmeraldas, que les crec 駸 n en el dorso". Los dragones, nos cuenta Fil駸trato, recelaban en el cerebro una gema, y "mostr 駸 doles unas letras de oro y una t 駸 ica de p 駸 pura" pod 駸 adorm 駸 seles y darles muerte. Seg 駸 el gran alquimista Pierre de Boniface, el diamante hac 駸 invisible a un hombre, y el 駸 ata de la India le hac 駸 elocuente. La cornalina apaciguaba la ira, y el jacinto provocaba el sue駸, y la amatista disipaba los vapores de la embriaguez. El granate ahuyentaba a los demonios, y la hidrofana privaba de su color a la luna. La selenita crec 駸 y menguaba al par que la luna, y el m 駸 oceus, que descubre a los ladrones, s駸o pod 駸 ser atacado por la sangre del cabrito. Leonardo Camilo hab 駸 visto una piedra blanca extra 駸 a del cerebro de un sapo reci 駸 muerto, que era un ant 駸 oto seguro contra los venenos. El bezoar, que se encontraba en el coraz駸 del ciervo 駸 abe, era un remedio para la peste. En los nidos de algunas aves de Arabia se hallaba el aspilates, que, seg 駸 Dem駸rito, preserva a quien lo lleva de toda injuria del fuego. El rey de Ceil 駸, cuando se dirig 駸 a su coronaci駸, atravesaba a caballo su ciudad con un enorme ruben la mano. Las puertas del palacio del Preste Juan estaban "hechas de sardios, con el cuerno de la v 駸 ora cornuda, incrustado en ella, de suerte que hombre alguno que llevase consigo veneno pod 駸 franquearla". En el gablete ve 駸 nse "dos manzanas de oro, con dos carb 駸 culos engastados en ellas", a fin de que el oro brillara por el d 駸, y los carb 駸 culos por la noche. En la singular novela de Lodge Una perla de Am 駸 ica , se dice que en la c 駸 ara de la reina pod 駸 n verse a "todas las honestas damas del mundo entero, cinceladas en plata, mirando a trav 駸 de unos hermosos espejos de cris駸itos, carb 駸 culos, zafiros y verdes esmeradas". Marco Polo hab 駸 visto a los habitantes de Zipango colocar perlas rosadas en la boca de los muertos. Un monstruo marino se hab 駸 enamorado de la perla que un buzo trajo al rey Perozes, y en castigo matal ladr駸, y llordurante siete lunas la p 駸 dida. Cuando los hunos atrajeron al rey a la gran c 駸 cava, 駸 te salivolando de ella -Procopio nos cuenta el sucedido -, y no pudo ser hallado, a pesar de haber ofrecido el emperador Anastasio cinco quintales de monedas de oro a quien diese con 駸. El rey de Malabar hab 駸 ense do a un cierto veneciano un rosario de trescientas cuatro perlas, una por cada dios que adoraba. Cuando el duque de Valentinois, hijo de Alejandro VI, visita Luis XII de Francia, su caballo, seg 駸 Brant駸e, iba materialmente cubierto de hojas de oro, y su sombrero guarnecido con una doble hilera de rub 駸 s, que refulg 駸 n extraordinariamente. Carlos de Inglaterra cabalgaba con estribos que llevaban engastados cuatrocientos veinti 駸 diamantes. Ricardo II ten 駸 una casaca tasada en treinta mil mareos, cuajada de rub 駸 s balajes. Hall describe a Enrique VIII dirigi 駸 dose hacia la Torre antes de su coronaci駸, vestido con "un jab駸 de tisde oro, la pechera bordada de diamantes y otras piedras preciosas, y un gran collar de enormes balajes sobre los hombros". Los favoritas de Jacobo I llevaban pendientes de esmeraldas, engastadas en filigrana de oro. Eduardo II regala Piers Gaveston una armadura completa de oro rojo, con incrustaciones de jacintos, un collar de rosas de oro y turquesas, y un birrete sembrado de perlas. Enrique II llevaba guantes gemados hasta el codo, y ten 駸 uno de cetrer 駸 con doce rub 駸 s y cincuenta y dos grandes perlas. El sombrero ducal de Carlos el Temerario, 駸 timo duque de Borgo de su linaje, estaba tachonado de perlas periformes y zafiros. 駸Qudeliciosa hab 駸 sido en otros tiempos la vida! 駸Cu 駸 magn 駸 ica en su pompa y ornato! La sola lectura del fausto de anta駸 era ya maravillosa. Luego dirigisu atenci駸 hacia los bordados y las tapicer 駸 s que en las heladas salas de los pueblos septentrionales de Europa hac 駸 n las veces de frescos. Investigando la cuesti駸 -siempre hab 駸 tenido 駸 una facilidad extraordinaria para absorberse por completo en cuanto tomaba entre manos - casi se sintientristecido al pensar en la ruina a que el tiempo llevaba a todo lo que era bello y prodigioso. El, por lo menos, hab 駸 escapado a la regla. Los est 駸 s se suced 駸 n, y el junquillo florec 駸 y se mustiaba, y noches de horror repet 駸 n la historia de su vergenza, pero 駸 no cambiaba. Ning 駸 invierno dejhuella en su rostro, ni marchitsu lozan 駸 de flor. 駸Qudiferencia de lo que ocurr 駸 con las cosas materiales! 駸 Quhab 駸 sido de ellas? 駸 D駸de estaba la gran t 駸 ica color de azafr 駸, por la cual lucharon los dioses contra los titanes, tejida por morenas doncellas para placer de Atenea? 駸 D駸de el enorme velario que Ner駸 tendiera sobre el Coliseo de Roma, aquella gigantesca vela de p 駸 pura sobre la cual estaba representado el cielo constelado y Apolo conduciendo su carro tirado por blancos corceles embridados de oro? Le habr 駸 gustado ver aquellos singulares manteles, trabajados para el Sacerdote del Sol, sobre cuya superficie aparec 駸 n todas las viandas y golosinas que pod 駸 n apetecerse para un fest 駸; el pa駸 mortuorio del rey Chilperico, con sus trescientas abejas de oro; los trajes fant 駸 ticos que provocaron la indignaci駸 del obispo del Ponto, representando "leones, panteras, osos, perros, selvas, pescos, cazadores; en una palabra, cuanto un pintor pod 駸 copiar de la naturaleza"; y el jub駸 que Carlos de Orleans luciuna vez, sobre cuyas mangas ve 駸 nse bordados los versos de una canci駸 que comienza: Madame, je suis tout joyeux , bordado el acompamiento musical de las palabras con hilo de oro, y cada trota, cuadrada en aquel tiempo, formada con cuatro perlas. Leyla descripci駸 de la estancia que hab 駸 sido preparada en el palacio de Reims para la reina Juana de Borgo , decorada con "mil trescientos veinti 駸 papagayos, bordados en realce y blasonados con las armas del rey, y quinientas sesenta y una mariposas, cuyas alas estaban parejamente ornamentadas con las armas de la reina, todo ello en oro". Catalina de M 駸 icis ten 駸 un lecho de duelo, hecho para ella, de terciopelo negro, salpicado de medias lunas y soles. Las cortinas eran de damasco, con coronas de hojas y festones, labrados sobre un fondo de oro y plata, y fresadas de perlas; estaba en un aposento tapizado con divisas de la reina, en terciopelo negro sobre tisde plata. Luis XIV ten 駸 cari 駸 ides de quince pies de altura, vestidas de oro. El lecho de aparato de Sobieski, rey de Polonia, estaba hecho de brocado de oro de Esmirna, bordado de turquesas con vers 駸 ulos del Cor 駸. Los soportes eran de plata dorada, delicadamente cincelada, y con profusi駸 de medallones esmaltados y de pedrer 駸. Hab 駸 sido apresado en el campamento turco, delante de Viena, y bajo el oro de su dosel se hab 駸 alzado el estandarte de Mahoma. As durante un a駸 entero, se esforzen acumular los m 駸 raros ejemplares que pudo hallar del arte textil y del bordado: las deliciosas muselinas de Delhi, entretejidas con palmas de hilo de oro y alas irisadas de escarabajo; las gasas de Dacca, conocidas en Oriente por su transparencia con los nombres de "aire tejido", "agua que corre" y "roc 駸 de la tarde"; extras telas historiadas de Java; amarillos tapices de China, sabiamente trabajados; libros encuadernados en rasos fulvos y sedas azules, estampados con llores de lis, p 駸 aros y figuras; velos de punto, de Hungr 駸; brocados sicilianos y r 駸 idos terciopelos espa駸les; encajes del tiempo de los Jorges, con sus esquinas doradas; y fukusas japonesas, con sus oros verdosos y sus p 駸 aros de plumaje fant 駸 tico. Tambi 駸 sent 駸 una pasi駸 especial por las vestiduras eclesi 駸 ticas, como por todo cuanto se relacionaba con el servicio de la Iglesia. En los grandes arcones de cedro, que se alineaban a lo largo de la galer 駸 a poniente de su casa, hab 駸 reunido muchos raros y magn 駸 icos ejemplares de lo que realmente constituye el atav 駸 de la Prometida de Cristo, que debe vestirse de p 駸 pura y lienzos finos y joyas, que oculten el p 駸 ido cuerpo macerado por el sufrimiento voluntario y lacerado por las torturas a que se condenella misma. Pose 駸 una suntuosa capa pluvial, labor italiana del siglo XV, de seda carmesy damasco de oro, con dise駸 de granadas doradas sobre flores de seis p 駸 alos y franja de pidas bordadas en alj駸ar. La cenefa estaba dividida en cuadros representando escenas de la vida de la Virgen, y sobre el capillo se ve 駸 la coronaci駸 de la misma en sedas de colores. Otra capa era de terciopelo verde, bordado con grupos en forma de coraz駸 de hojas de acanto, de los que se elevaban largos tallos con flores blancas, sombreadas con hilo de plata y cristales de color. En el capillo, la cabecita de un seraf 駸 en realce; y la cenefa, adamascada en oro y seda roja, con medallones de santos y m 駸 tires, entre los cuales se contaba San Sebasti 駸. Ten 駸 tambi 駸 casullas de seda ambarina y seda azul y brocado de oro y damasco amarillo y tisú de oro, con escenas de la Pasi駸 y Muerte de Nuestro Se駸r, y leones, pavos reales y otros emblemas bordados; dalm 駸 icas de seda blanca y ormesrosado, decoradas con tulipanes, delfines y flores de lis; frontales de altar, de terciopelo, carmesy lino azul; y un sin fin de corporales, cubre c 駸 ices y purificadores. Algo hab 駸, en los Oficios m 駸 ticos que requer 駸 n estos objetos, que excitaba su imaginaci駸. Pues estos tesoros, y cuanto habla conseguido reunir en su casa, eran para 駸 medios de olvido, maneras de escapar, por alg 駸 tiempo, al espanto que con frecuencia le atenazaba De los muros de la estancia desierta y cerrada donde pasara casi toda su infancia, 駸 habla colgado, con sus propias manos, el terrible retrato cuyas facciones cambiantes le mostraban la verdadera degradaci駸 de su vida, tendiendo sobre 駸, a modo de cortina, el pa駸 mortuorio de oro y p 駸 pura. Semanas enteras se pasaba sin subir hasta all dando al olvido aquella cosa horrenda, recobrados su buen humor y su frivolidad maravillosa, absorbi 駸 dose de nuevo por entero en la felicidad de vivir. Luego, s 駸 itamente y con gran sigilo, sal 駸 una noche de su casa, dirig 駸 se a uno de aquellos antros de Blue Gate Fields, y allse estaba, un d 駸 y otro, hasta que le echaban de 駸. De vuelta en su casa, sent 駸 ase frente al retrato, lleno a veces de odio contra 駸 y contra sí mismo, pero sintiendo, otras, ese orgullo de individualismo que entra por mitad en la fascinaci駸 del pecado, y sonriendo, con secreto agrado, a la sombra deforme que soportaba el fardo que a 駸 correspond 駸. Al cabo de unos cuantos a駸s encontrque no pod 駸 estar mucho tiempo fuera de Inglaterra, y vendila villa que compart 駸 con Lord Henry en Trouville y la casita de tapias encaladas de Argel, donde m 駸 de una vez fuera a pasar el invierno. No pod 駸 resignarse a estar separado del retrato que asparticipaba de su vida, temiendo tambi 駸 que durante su ausencia pudiera alguien entrar en la habitaci駸, a pesar de la complicada cerradura que hab 駸 mandado colocar en la puerta. Bien sab 駸 駸 que el retrato no podr 駸 decirles nada. Verdad es que conservaba bajo la monstruosidad de sus facciones una marcada semejanza con 駸; pero, aunque asfuera, 駸 quiba a revelar a quienes le viesen? El se reir 駸 en las barbas de quien tratase de vilipendiarle. 駸 Acaso lo hab 駸 駸 pintado? 駸 Qupod 駸, pues, importarle aquella apariencia de degradaci駸 y de vicio? Y aunque les dijese la verdad, 駸 podr 駸 n, acaso, creerla? No obstante, ten 駸 miedo. M 駸 de una vez, en su quinta de Nottinghamshire, rodeado de sus invitados, siempre j駸enes a la moda, que le reconoc 駸 n por jefe, asombrando la comarca con su lujo extravagante y la suntuosidad de su tren de vida, hab 駸 abandonado, s 駸 itamente, a sus hu 駸 pedes y corrido ala ciudad a asegurarse con sus propios ojos de que la puerta no hab 駸 sido forzada y el retrato continuaba en su sitio. El solo pensamiento de que pod 駸 n robarlo le horrorizaba. Seguramente el mundo penetrar 駸 entonces su secreto. Acaso ya lo sospechaba. Pues, aunque fascinara a muchos, no eran pocos los que desconfiaban de 駸. Una vez estuvo a punto de no ser admitido, por mayor 駸 de votos, en un club de West End, al cual su nacimiento y posici駸 parec 駸 n darle pleno derecho a pertenecer, y se dijo que en otra ocasi駸, al entrar en compa駸a de sus amigos en el fumoir del Churchill, el duque de Berwick y otro socio se levantaron muy ostensiblemente y salieron del sal駸. Apenas cumplidos los veinticinco a駸s, empezaron a circular extras historias sobre 駸. Susurr 駸 ase que le hab 駸 n visto querell 駸 dose con marineros extranjeros en uno de esos antros equ 駸 ocos de Whitechapel, y que frecuentaba la compa駸a de ladrones y monederos falsos y conoc 駸 los misterios de su arte. Sus inexplicables ausencias comenzaron a ser notadas, y cuando reaparec 駸 en sociedad, la gente cuchicheaba en los rincones, o pasaban ante 駸 con una sonrisita burlona, o le examinaban con ojos fr 駸 s y escrutadores, como decididos a descubrir su secreto. Claro que 駸 no prestaba la menor atenci駸 a aquellos desprecios e impertinencias; y, a juicio de la mayor 駸, su aire de afabilidad y de franqueza, su encantadora sonrisa infantil y la gracia infinita de aquella juventud maravillosa que parec 駸 no abandonarle, eran respuestas m 駸 que suficiente a las calumnias -pues de tal las calificaban- que sobre 駸 corr 駸 n. Sin embargo, no dejde observarse que algunos de los que le hab 駸 n tratado m 駸 駸 timamente, al cabo de cierto tiempo parec 駸 n rehuirle. Mujeres que le adoraran con frenes y por 駸 afrontaran todas las cr 駸 icas sociales, desafiando las conveniencias, palidec 駸 n visiblemente, de vergenza o de horror, al entrar 駸. Pero estos esc 駸 dalos, contados al o 駸 o, serv 駸 n s駸o para acrecentar, a los ojos de muchos, su hechizo extra駸 y peligroso. Su gran fortuna era tambi 駸 un elemento seguro de defensa. La sociedad -la sociedad civilizada al menos -, nunca se siente demasiado dispuesta a creer nada en detrimento de las personas ricas y sugestivas. Comprende, por instinto, que los modales son de m 駸 importancia que las costumbres y, a juicio suyo, la m 駸 acendrada respetabilidad vale mucho menos que el tener un buen cocinero. Al fin y al cabo, es muy pobre consuelo saber que la persona que acaba de darle a uno mal de comer, o un vino mediocre, es de una vida privada irreprochable. Las mismas virtudes teologales no pueden servir de excusa a un plato casi fr 駸, como en una ocasi駸 hac 駸 observar Lord Henry, discutiendo el tema; y es muy posible que tuviera raz駸. Pues los c 駸 ones de la buena sociedad eran, o deber 駸 n ser, los mismos que los c 駸 ones del arte. La forma es absolutamente esencial en ello. Deber 駸 n tener la dignidad de un ceremonial, y tambi 駸 su irrealidad, combinando el car 駸 ter insincero de una comedia rom 駸 tica con el ingenio y la belleza que nos hacen deliciosas tales comedias. 駸 Acaso la insinceridad es tan terrible cosa? 駸 No ser 駸 simplemente un m 駸 odo merced al cual podemos multiplicar nuestra personalidad? Por lo menos, tal pensaba Dorian Gray. Maravill 駸 ase de la psicolog 駸 superficial de quienes conciben el Yo en el hombre como una cosa simple, permanente, segura y homog 駸 ea. Para 駸, el hombre era un ser con millares de vidas y millares de sensaciones, una criatura compleja y multiforme que llevaba en sextra駸s legados de pensamiento y pasi駸, y cuya carne misma estaba inficionada por las monstruosas dolencias de los muertos. Gustaba de pasear por la desierta y fr 駸 galer 駸 de retratos de su casa de campo, contemplando las efigies de aquellos cuya sangre corr 駸 por sus venas. Allestaba Philip Herbert, del que Francis Osborne dice, en sus Memorias sobre los reinados de la Reina Isabel y del Rey Jacobo, que fue "mimado por la corte a causa de la hermosura de su semblante, que no le hizo compa駸a largo tiempo". 駸 Ser 駸 acaso la vida del joven Herbert la que 駸, a veces llevaba? 駸 Se habr 駸 transmitido alg 駸 extra駸 germen venenoso de cuerpo a cuerpo, hasta alcanzar el suyo? 駸 No ser 駸 alguna vaga supervivencia de aquella gracia destruida lo que le indujera tan repentinamente, y casi sin motivo, a formular en el estudio de Basil Hallward aquel deseo insensato, que de tal modo cambiara su vida? All en ropilla escarlata bordada en oro, sobreveste cubierta de pedrer 駸, y gorguera y pu駸s ribeteados de oro, ergu 駸 se sir Anthony Sherard, con su armadura nielada a los pies. 駸 Cu 駸 ser 駸 la herencia de aquel hombre? 駸 Le habr 駸 dejado el amante de Giovanna de N 駸 oles alg 駸 legado de vicio y de ignominia? 駸 Ser 駸 n sus propias acciones simplemente los sue駸s que aquel muerto no se hab 駸 atrevido a llevar a cabo? All desde el lienzo empa do sonre 駸 Lady Elizabeth Devereux, con su toca de gasa, peto de perlas y mangas acuchilladas de color rosa. En la mano derecha sosten 駸 una flor, y con la izquierda se cog 駸 el collar, de rosas blancas y encarnadas. Sobre una mesa, a su lado, se vetan una mandolina y una manzana, y dos rosetones verdes en sus chapines puntiagudos. El conoc 駸 su vida, y las singulares historias que se hablan contado de sus amantes. 駸 Tendr 駸 駸 algo del temperamento de ella? Aquellos ojos ovales de p 駸 pados pesados parec 駸 n mirarle curiosamente. 駸Pues y aquel George Willoughby, con su cabello empolvado y sus lunares postizos! 駸Quequ 駸 oca catadura la suya! El rostro era atezado y saturnino, y los labios sensuales parec 駸 n torcidos por el desd 駸. Delicados vuelillos de encaje ca 駸 n sobre las manos amarillentas y descarnadas, cargadas de sortijas. Hab 駸 sido un pisaverde del siglo XVIII, y el amigo, en su juventud, de Lord Ferrars. 駸 Y aquel segundo Lord Beckenham, compa駸ro del Pr 駸 cipe Regente en sus d 駸 s m 駸 fren 駸 icos y testigo del matrimonio secreto con Mrs. Fitzherbert? 駸Cu 駸 altivo y arrogante, con sus bucles casta駸s y su adem 駸 de insolencia! 駸 Qupasiones le habr 駸 legado? El mundo le hab 駸 tachado de infamia. El era quien conduc 駸 aquellas famosas org 駸 s de Carlton House. La estrella de la Jarretera brillaba sobre su pecho. Junto a 駸 pend 駸 el retrato de su esposa, muy p 駸 ida, de labios enjutos, toda vestida de negro. Tambi 駸 la sangre de ella corr 駸 por sus venas. 駸Quextra駸 parec 駸 todo aquello! Y su madre, de rostro tan semejante al de Lady Hamilton, con sus labios h 駸 edos y rojos como el vino... 駸Ah, 駸 sab 駸 lo que heredara de ella! Su belleza, y su pasi駸 por la belleza ajena. Vestida de bacante, con los cabellos trenzados de hojas de vi, le sonre 駸 desde el cuadro. La copa que sosten 駸 en la mano desbordaba de zumo purpurino. La carnaci駸 del retrato se hab 駸 marchitado, pero los ojos eran a 駸 maravillosos en su profundidad y resplandor. Parec 駸 n seguirle de un lado a otro. Pero tambi 駸 en la literatura tiene uno sus, antepasados, lo mismo que en su propio linaje, m 駸 cercanos quiz 駸, muchos de ellos, en tipo y en temperamento, y desde luego con una influencia m 駸 perceptible. Momentos hab 駸 en que la historia entera se le antojaba a Dorian Gray como una simple cr駸ica de su misma vida, no como si la hubiese vivido en acci駸 y circunstancia, sino como si su imaginaci駸 la hubiese creado para 駸 y hubiera sido asen su cerebro y en sus pasiones. Sent 駸 como si hubiese conocido a todas aquellas extra s y terribles figuras que cruzaron el escenario del mundo e hicieron tan maravilloso el pecado y el mal tan sutil. Le parec 駸 como si de un modo misterioso sus vidas hubieran sido la suya propia. El protagonista de la maravillosa novela que tanto influyera en su vida, tambi 駸 hab 駸 conocido estos sues extras. En el cap 駸 ulo s 駸 timo dice c駸o, coronado de laurel para evitar el rayo, se hab 駸 sentado, a imitaci駸 de Tiberio, en un jard 駸 de Caprea, leyendo los libros obscenos de Elefantina en tanto que a su alrededor se contoneaban pavos reales y enanos y el ta駸dor de flauta hac 駸 burla del turibulario; y, como Cal 駸 ula, se hab 駸 embriagado con los cocheros de t 駸 icas verdes en sus cuadras y comido en un pesebre de marfil en compa駸a de un caballo de enjoyada frontalera; y, como Domiciano, hab 駸 vagado por una galer 駸 cubierta de espejos de m 駸 mol, mirando en torno suyo con ojos extraviados, a la idea del pul que deb 駸 poner fin a sus d 駸 s, y enfermo de ese hast 駸, de ese terrible tedium vitoe que salta a quienes la vida no ha negado nunca nada; y hab 駸 contemplado a trav 駸 de una clara esmeralda las rojas matanzas del circo, y luego, en una litera de p 駸 pura y perlas tirada por mulas herradas de plata, hab 駸 sido llevado por la V 駸 de las Granadas a la Casa de Oro, oyendo gritar a su paso: 駸Nero Caesar! y, como Heliog 駸 alo, hab 駸 se pintado las mejillas e hilado la rueca en el gineceo y tra 駸 o la Luna de Cartago para unirla en m 駸 ticas bodas al Sol. Dorian Gray no se cansaba de leer este cap 駸 ulo fant 駸 tico, y los otros dos que le segu 駸 n, en los cuales, como en una extra tapicer 駸 de medallones sutilmente trabajados, aparec 駸 n las figuras terribles y seductoras de aquellos a quienes el Vicio, la Sangre y el Tedio hab 駸 n llevado ala monstruosidad o la demencia; Filippo, duque de Mil 駸, que asesina su mujer e impregnsus labios con un veneno escarlata, a fin de que su amante bebiera la muerte cuando besara al ser adorado; Pietro Barbi, el Veneciano, conocido por Paulo II, que intenten su soberbia asumir el t 駸 ulo de Formosus, y cuya tiara, valorada en doscientos mil florines, fue comprada a costa de un terrible pecado; Gian Mar 駸 Visconti, que cazaba hombres con sabuesos, y cuyo cad 駸 er, cuando le asesinaron, fue cubierto de rosas por una cortesana que le amaba; el Borgia, jinete en su corcel blanco, con el Fratricidio cabalgando a su lado, la capa tenida por la sangre de Perotto; Pietro Riario, el joven cardenal arzobispo de Florencia, hijo y favorito de Sixto IV, cuya hermosura s駸o fue igualada por su libertinaje, y que recibia Leonor de Arag駸 en una tienda de campa , de seda blanca y carmes llena de ninfas y centauros, acariciando a un mozuelo que en los festines le serv 駸 de Ganimedes o Hylas; Ezzelino, cuya melancol 駸 s駸o pod 駸 ser curada por el espect 駸 ulo de la muerte, y que ten 駸 la pasi駸 de la sangre, como otros tienen la del vino, el hijo del Diablo, seg 駸 dijeron, que hizo trampa a su padre jugando con 駸 a los dados su propia alma; Giambattista Cibo, que tompor mofa el nombre de Inocencio, y en cuyas venas exhaustas transfundiun doctor jud 駸 la sangre de tres mancebos; Sigismondo Malatesta, el amante de Isotta y se駸r de Rimini, cuya efigie fue quemada en Roma como enemigo de Dios y de los hombres, que estrangula Polissena con una servilleta, y dio un veneno a Ginevra de Este en una copa de esmeralda, y en honor de una nefanda pasi駸 levantuna iglesia pagana para el culto de Cristo; Carlos VI, que tan fren 駸 icamente idolatra la mujer de su hermano, a quien un leproso advirtiera de la pr駸ima insania, y que, cuando enfermy se extravisu esp 駸 itu, s駸o pod 駸 aliviarle la vista de unos naipes sarracenos que ten 駸 n pintada la imagen del Amor, la Locura y la Muerte; y, en su ce駸do jub駸 y su birrete enjoyado y rizos como hojas de acanto, Grifonetto Baglioni, que mata Astorre y su prometida, y a Simonetto y su paje, pero cuya gracia y gentileza eran tales que cuando le hallaron moribundo en la plaza amarillenta de Perusa, sus mismos enemigos no pudieron menos de llorar, y Atalanta, que le habla maldecido, le bendijo. De todos ellos emanaba una fascinaci駸 terrible. El los vela en sue駸s, por la noche; y durante el d 駸 turbaban su imaginaci駸. El Renacimiento conociraras formas de envenenamiento: envenenamiento por un casco o una antorcha encendida, por unos guantes bordados o un abanico de pedrer 駸, por una dorada bujeta, por un collar de 駸 bar... Dorian Gray hab 駸 sido emponzo do por un libro. Momentos hab 駸 en que el mal le parec 駸 simplemente un medio de realizar su concepci駸 de la belleza. CAPITULO XII Era un nueve de noviembre, la v 駸 pera del d 駸 en que cumpl 駸 sus treinta y ocho a駸s, como recordm 駸 tarde. Se hab 駸 retirado a eso de las once de casa de Lord Henry, donde cenara, y se dirig 駸 a la suya, envuelto en un gran gab 駸 de pieles, a causa de lo fr 駸 y brumoso de la noche. Al llegar al cruce de la plaza de Grosvenor con la calle de South Audley, pasjunto a 駸, en medio de la niebla, un hombre que caminaba muy deprisa, con el cuello de su abrigo gris levantado y un malet 駸 en la mano. Dorian le reconoció enseguida. Era Basil Hallward. Una extra sensaci駸 de miedo, que no pod 駸 explicarse, se apoderde 駸. Hizo como si no le reconociera y apretel paso en direcci駸 a su casa. Pero Hallward tambi 駸 le hab 駸 visto. Dorian le oydetenerse en medio de la calle y luego precipitarse para darle alcance. A los pocos momentos, una mano se apoyaba en su brazo. - 駸Dorian! 駸Qudichosa casualidad! Te he estado esperando en tu casa desde las nueve. Al fin, me compadecde tu criado, que se ca 駸 de sue駸, y le dejque se fuera a la cama. Salgo para Par 駸 en el tren de las doce, y ten 駸 especial empe駸 en verte antes. Me parecique eras t o, mejor dicho, tu gab 駸 de pieles, cuando pasaste junto a m Pero no estaba seguro. 駸 Y t no me reconociste? - 駸 Con esta niebla, querido Basil? 駸Si apenas reconozco la plaza de Grosvenor! Me parece que mi casa debe estar por aqu pero tampoco estoy seguro. 駸Cu 駸 to siento que te vayas! Hace un siglo que no nos vemos. Pero supongo que volver 駸 pronto, 駸 verdad? -No; pienso estar fuera de Inglaterra seis meses. Tengo intenci駸 de tomar un estudio en Par 駸, y de encerrarme en 駸 hasta que haya concluido un gran cuadro que tengo en proyecto. Pero no era de mde quien quer 駸 hablarte. Ya hemos llegado a tu casa. Perm 駸 eme que entre un momento. Tengo algo que decirte. -Encantado. Pero... 駸 no perder 駸 el tren? -preguntDorian Gray negligentemente, subiendo los escalones y abriendo la puerta con su llav 駸. La luz del farol luchaba contra la neblina, iluminando vagamente la escena. Hallward sacsu reloj. -Tengo tiempo de sobra -contest-. El tren no sale hasta las doce y cuarto, y no son m 駸 que las once. Cuando nos cruzamos me dirig 駸 al club a ver si te encontraba. Adem 駸, no tengo que preocuparme del equipaje. Los bultos grandes los he enviado ya por delante. No llevo conmigo m 駸 que este malet 駸, y de aqua la estaci駸 puedo ir perfectamente en veinte minutos. Dorian le mirsonriendo. - 駸Quindumentaria de viaje para un pintor a la moda! 駸Un malet 駸 Gladstone y un ulster ! Entra, o va a llenarse la casa de niebla. Y procura no hablar de cosas serias. Hoy d 駸 no hay nada serio. Por lo menos, no deber 駸 de haberlo. Hallward sacudila cabeza y siguia Dorian hasta la biblioteca. Un buen fuego de le ard 駸 en la gran chimenea. Las l 駸 paras estaban encendidas, y sobre un velador de marqueter 駸 ve 駸 nse una licorera holandesa de plata, varios sifones y unas cuantas copas de cristal tallado. -Ya ves que tu criado me ha tratado bien, Dorian. Me trajo todo lo necesario, incluso tus mejores cigarrillos de boquilla dorada. Es un individuo muy hospitalario. Me gusta mucho m 駸 que aquel franc 駸 que ten 駸 s antes. Por cierto, 駸 quha sido de 駸? Dorian se encogide hombros. -Creo que se ha casado con la doncella de Lady Radley, y que la ha establecido en Par 駸 como modista inglesa. Me han dicho que la angloman 駸 estahora allmuy de moda. Parece mentira, 駸 verdad? Pero, mira, distaba mucho de ser un mal ayuda de c 駸 ara. A mí tampoco me era muy simp 駸 ico, pero la verdad es que nunca tuve queja de 駸. Uno a veces se figura cosas absurdas; que no son. Me era muy adicto, y parecisentir mucho el tener que irse. 駸 Quieres otro brandy and soda? 駸 O prefieres vino del Rhin con seltz? Es lo que yo tomo siempre. Seguramente que en el cuarto de al lado debe de haber. -Gracias, no quiero nada m 駸 -dijo el pintor, quit 駸 dose el sombrero y el abrigo, y arroj 駸 dolas encima del malet 駸, que hab 駸 dejado en un rinc駸. . -Y ahora, querido Dorian, necesito que hablemos en serio. No frunzas el ce駸. Si te pones as me va a costar m 駸 trabajo decirte lo que debo decirte. - 駸 De quse trata? -inquiriDorian, malhumorado, dej 駸 dose caer en el sof-. Espero que no serde m Esta noche me siento cansado de mi persona. Me gustar 駸 ser otro cualquiera. -Se trata de ti -repuso Hallward, con su voz grave y profunda -; y es mi deber dec 駸 telo. 駸Oh!, no te molestarm 駸 de media hora. Suspirando, Dorian encendiun cigarrillo. - 駸Media hora! -murmur -No es demasiado pedir, Dorian; y 駸 icamente en tu propio inter 駸 lo hago. Creo conveniente que sepas los horrores que se dicen de ti en Londres. -Pues yo no tengo el menor inter 駸 en saberlos. Me gusta enterarme de los esc 駸 dalos ajenos; pero 駸 los m 駸 s? No me preocupan lo m 駸 m 駸 imo. Ni siquiera tienen el encanto de la novedad. -Pues deben preocuparte, Dorian. Todo hombre debe preocuparse de su buena fama. Tno querr 駸 que la gente hable de ti como de un ser infame y degradado, 駸 verdad? Cierto que ttienes posici駸 y dinero, y no dependes de nadie. Pero el dinero y la posici駸 no lo son todo. No necesito decirte que yo no creo ninguno de esos rumores. Por lo menos, cuando te veo, no puedo creerlos. El vicio es algo que el hombre siempre lleva escrito en el rostro. Nada hay que lo oculte. La gente suele hablar de vicios secretos. No hay tal cosa. En cuanto un hombre tiene un vicio cualquiera, 駸 te se delata a spropio, en las l 駸 eas de la boca, en el caer de los p 駸 pados, en el mismo modelado de las manos. Alguien -cuyo nombre no dir pero tlo conoces- vino a mi estudio el a駸 pasado a encargarme su retrato. Yo no le conoc 駸 ni de vista, ni hab 駸 o 駸 o decir nada de 駸, aunque desde entonces a la fecha he o 駸 o no poco. Me ofreciun precio exorbitante. No obstante, rehus Hab 駸 algo en la forma de sus dedos que me desagradprofundamente. Luego he sabido que habla acertado en mis suposiciones. Su vida es un verdadero horror. Pero t Dorian, con ese rostro tan puro e inocente, y esa juventud maravillosa y perenne... No, no me es posible creer nada contra ti. Y, sin embargo, apenas te veo ahora; nunca vienes a mi estudio, y cuando no estoy a tu lado y oigo todas esas abominaciones que se cuchichean de ti, no squcontestar. 駸 Cu 駸 es la causa, Dorian, de que un hombre como el duque de Berwick salga del sal駸 de un club cuando tentras en 駸? 駸 Por qué hay tantas personas en Londres que no vienen a tu casa ni te invitan a las suyas? Tfuiste amigo de Lord Staveley, 駸 verdad? Pues la otra noche me encontrcon 駸 en una comida. Casualmente, en la conversaci駸, se pronuncitu nombre a prop駸ito de las miniaturas que enviaste a la exposici駸 Dudley. Stavcley torciel gesto, y dijo que es posible que fueras muy artista, pero que no eras hombre para ser presentado a ninguna muchacha decente ni que pudiera estar en la misma habitaci駸 que una mujer honrada cualquiera. Le record entonces, que yo era amigo tuyo, y le roguque se explicase. Lo hizo, claramente, sin ambajes, delante de todo el mundo. 駸Fue horrible! 駸 Por ques tu amistad tan fatal a los j駸enes? 駸 Te acuerdas de aquel infeliz muchacho que serv 駸 en la Guardia y que se suicid Teras su gran amigo. 駸 Y Sir Henry Ashton, que tuvo que irse de Inglaterra, deshonrado para siempre? Ambos 駸 ais inseparables. 駸 Y aquel Adrian Singleton, que acabtan tr 駸 icamente. 駸 Y el 駸 ico hijo de Lord Kent, con su carrera perdida? Ayer me encontra su padre en la calle de St. James. Parec 駸 destrozado por el dolor y la vergenza. 駸 Y el duque de Perth? 駸 Cu 駸 es su vida ahora? 駸 Qué persona honorable le querr 駸 por amigo? - 駸Basta, Basil! Est 駸 hablando de casas que no sabes -interrumpió Dorian Gray, mordi 駸 dose los labios, y con acento de infinito desd 駸 -. Me preguntas por quBerwick sale de un sal駸 cuando yo entro. Pues porque yo stoda su vida, y no 駸 algo de la m 駸. Con una sangre como la que corre por sus venas, 駸 c駸o podr 駸 ser limpia su historia? Me preguntas por Henry Ashton y el joven Perth. 駸 Le ense駸 yo, acaso, al uno sus vicios, y su desenfreno al otro? 駸 Y qutengo yo que ver con que el hijo idiota de Kent busque mujer en el arroyo? Si Adrian Singleton firma un pagarcon el nombre de un amigo, 駸 soy yo su guardi 駸, para impedirlo? Ya slo aficionada que es la gente en Inglaterra a maldecir del pr駸imo. Las clases medias airean sus prejuicios morales en sus groseras sobremesas, y murmuran sobre lo que ellos llaman el libertinaje de sus superiores, con el fin de imaginarse que est 駸 en la alta sociedad y en las m 駸 駸 timas relaciones con la gente que denigran. En este pa 駸, basta tener entendimiento y distinguirse de alg 駸 modo para que todas las lenguas del vulgo se desaten contra uno. 駸 Y quvida llevan esas personas que tanto se las echan de morales? Tolvidas, querido, que estamos en la tierra natal de los hip駸ritas. -Dorian -exclamHallward -; no se trata ahora de eso. Ya sque Inglaterra deja bastante que desear, y que la sociedad inglesa es lamentable. Por eso mismo deseaba que tfueras una excepci駸. Y, 駸ay!, tno lo has sido. Uno tiene derecho a juzgar a un hombre por la influencia que ejerce en sus amigos. Los tuyos parecen haber perdido todo sentimiento del honor, de la bondad, de la rectitud. Tles has inspirado la locura del placer. Todos han rodado al abismo, y en 駸 los has dejado. S 駸; tno has hecho nada por sacarles, y, sin embargo, puedes seguir sonriendo, como sonr 駸 s ahora. Todav 駸 hay algo peor. Sque ty Harry sois inseparables. Aunque s駸o fuera por esto, no deber 駸 s haber hecho del nombre de su hermana un objeto de burla. -Ten cuidado con tus palabras, Basil. Vas demasiado lejos. -Mi deber es hablar, y el tuyo escucharme. Y me escuchar 駸. Cuando conociste a Lady Gwendolen, la reputaci駸 de 駸 ta era intachable. 駸 Hay en Londres, hoy, una sola mujer decente que se atreviese a pasear con ella por el Parque? Hasta han tenido que separarla de sus hijos. Y no es eso lo 駸 ico que cuentan. Dicen tambi 駸 que te han visto salir al alba de ciertas casas abyectas y entrar furtivamente, disfrazado, en los m 駸 infames burdeles. 駸 Es cierto esto? 駸 Puede acaso ser cierto? La primera vez que lo ome echa re 駸. Ahora, cuando lo oigo, me estremezco. Pues 駸 y de tu casa de campo, y de lo que allocurre? Dorian, tno sabes las cosas que cuentan de ti. Yo note dirque no entra en mi intenci駸 el sermonearte. Recuerdo que Harry dec 駸 una vez que todo el que se erige en predicador empieza por decir esto, y falta luego enseguida a su palabra. No, yo quiero sermonearte. Quiero que tu vida sea tal que el mundo te respete. Quiero que tengas un nombre sin m 駸 ula y una historia limpia. Quiero que te desembaraces de toda esa gentuza que tratas. No, no te encojas de hombros. No seas tan despreocupado. Tú ejerces una extraordinaria influencia. Que sea para el bien, y no para el mal. Dicen que corrompes a cuantos intiman contigo, y que basta que entres en una casa para que la vergenza y la desgracia te sigan. Yo no ssi es verdad. 駸 C駸o podr 駸 yo saberlo? Pero eso dicen de ti. Yo he o 駸 o cosas que parec 駸 imposible poner en duda. Lord Gloucester fue uno de mis mejores amigos de Oxford. El me ense駸 una carta que su mujer le hab 駸 escrito, casi agonizante, desde su villa de Menton. Tu nombre sonaba en la m 駸 terrible confesi駸 que he le 駸 o nunca. Yo le dije que era absurdo, que yo te conoc 駸 a fondo y sab 駸 que era totalmente incapaz de una villan 駸 semejante. 駸 Conocerte? 駸 Te conozco yo en realidad? Antes de hablar de aquel modo hubiera sido preciso que yo viese tu alma. - 駸Ver mi alma! -murmurDorian Gray, levant 駸 dose tr 駸 ulo y casi I 駸 ido de terror. -S-repuso Hallward gravemente, y con voz impregnada de tristeza -; ver tu alma. Pero s駸o Dios puede hacerlo. Una amarga risa de burla brotde labios de Dorian. - 駸Ttambi 駸 la ver 駸 esta noche! -exclam cogiendo de la mesa una l 駸 para -. Ven; obra tuya es. 駸 Por quno ibas a verla? Luego, si quieres, podr 駸 cont 駸 selo a todo el mundo. Nadie te creer Si te creyesen, aun me adorar 駸 n m 駸. Yo conozco nuestra 駸 oca mejor que t a pesar de todas tus palabras ociosas. Ven, te digo. Ya has disertado bastante sobre la corrupci駸. Vamos ahora a verla cara a cara. En cada palabra que profer 駸 habla como una locura de orgullo. Con su infantil impaciencia de costumbre golpeaba con el pie en tierra. Sent 駸 una terrible alegr 駸 a la idea de que iba a compartir con alguien su secreto, y de que el hombre que hab 駸 pintado el retrato origen de su vergenza iba a quedar abrumado para el resto de sus d 駸 s con el espantoso recuerdo de lo que hab 駸 hecho. -S-prosigui acerc 駸 dose a 駸 y mir 駸 dole fijamente en sus ojos severos -; te mostrarmi alma. Ver 駸 lo que crees que s駸o puede ser visto por Dios: Hallward dio un paso atr 駸. - 駸Eso es una blasfemia, Dorian! -exclam-. No debes decir esas cosas, que son imp 駸 s y absurdas. - 駸 Tcrees? Y Dorian se echa re 駸 nuevamente. -Estoy seguro. En cuanto a lo que te he dicho esta noche, lo dije por tu bien. Tsabes que siempre fui para ti un amigo devoto. - 駸No me toques! Acaba lo que ten 駸 s que decir. Una sombra de pesadumbre nublel rostro del pintor. Se detuvo un instante, y un hondo sentimiento de piedad se apoderde 駸. Despu 駸 de todo, 駸 qué derecho ten 駸 駸 a inmiscuirse en la vida de Dorian Gray? Con una d 駸 ima parte s駸o que hubiera hecho de lo que le atribu 駸 n, 駸quno habr 駸 sufrido! Levant駸e, se acerca la chimenea, y allpermaneci en pie, contemplando los le駸s encendidos con sus cenizas como escarcha y sus palpitantes corazones de llama. -Estoy aguardando, Basil -dijo Dorian, con voz dura y seca. Hallward se volvihacia 駸. -Acabarpronto -dijo -. Lo 駸 ico que ten 駸 que pedirte es que me des una respuesta concreta a esas horribles acusaciones que murmuran contra ti. Dime que son completamente falsas, desde el principio hasta el fin, y te creer 駸Desmi 駸 telas, Dorian, desmi 駸 telas! 駸 No ves el da駸 que me hacen? 駸No me digas que eres un ser perverso y corrompido y cubierto de oprobio! Dorian Gray sonri con una leve mueca de desprecio en los labios. -S 駸 ueme, Basil -dijo sosegadamente -. Llevo un diario de mi vi- da, d 駸 por d 駸, y arriba lo tengo. Jam 駸 sale del cuarto en que lo escribo. Te lo ense r si vienes conmigo. -Ir Dorian, si aslo deseas. Veo que ya he perdido el tren. No importa. Me irma na. Pero no me pidas que lea nada esta noche. Una respuesta terminante es lo 駸 ico que necesito. -Arriba la tendr 駸. No me ser 駸 posible d 駸 tela aqu 駸Oh!, no sermuy larga la lectura. CAPITULO XIII Acompa do por Basil Hallward salide la biblioteca y empezla ascensi駸. Caminaban despacio, sin hacer ruido, como instintivamente se camina en la noche. La l 駸 para proyectaba sobre las paredes y la escalera sombras fant 駸 ticas. Un viento naciente sacud 駸 algunas de las persianas. Al llegar al rellano de arriba, Dorian depositla l 駸 para en el suelo y, sacando la llave, la introdujo en la cerradura. - 駸 Insistes en saber la verdad, Basil? -pregunten voz queda. -Insisto. -Encantado -replicDorian, sonriendo. Luego, un tanto 駸 peramente, adi -Teres el 駸 ico hombre con derecho a saber todo lo que a mse refiere. Thas tenido m 駸 importancia en mi vida de la que crees. Y, cogiendo de nuevo la l 駸 para, abrila puerta y entr Una corriente fr 駸 de aire les envolvi y la luz se alargpor un momento en una llamarada naranja. Dorian se estremeci -Cierra la puerta -susurr dejando la L 駸 para sobre una mesa. Hallward paseen torno suyo la vista con expresi駸 perpleja. La habitaci駸 parec 駸 como deshabitada desde hac 駸 muchos a駸s. Un mustio tapiz flamenco, un cuadro cubierto con una tela, un antiguo cassone italiano y una estanter 駸 casi vac 駸: esto era todo lo que parec 駸 contener, a m 駸 de una mesa y una silla. Al encender Dorian Gray una buj 駸 medio consumida que hab 駸 encima de la chimenea, vio el pintor que todo ello estaba cubierto con una espesa capa de polvo, y la alfombra hecha harapos. Un rat駸 corria esconderse en su agujero. Hab 駸 un olor h 駸 edo a moho. - 駸 Conque crees que s駸o Dios puede ver el alma, Basil? Descorre esa cortina, y ver 駸 la m 駸. La voz que hablaba era fr 駸 y cruel. - 駸 Est 駸 loco, Dorian, o te burlas de m -murmurel pintor entre dientes, frunciendo el ce駸. - 駸 No te atreves? Lo haryo entonces -dijo Dorian. Y arrancbruscamente la cortina, arroj 駸 dola en tierra. Un grito de horror brotde labios del pintor, al distinguir en la penumbra el rostro abominable que desde el lienzo parec 駸 hacerte una mueca. Hab 駸 en su expresi駸 algo que le llende repugnancia y de espanto. 駸Santo ciclo! 駸 No era el rostro de Dorian Gray el que estaba viendo? La cat 駸 trofe, fuera cual fuera, no hab 駸 conseguido arruinar por completo aquella milagrosa belleza. A 駸 quedaba un poco de oro en el cabello ya ralo, y una pincelada de rojo en los labios sensuales. Los ojos lacrimosos hab 駸 n conservado algo de la pureza de su azul, la l 駸 ea noble de la nariz a 駸 no se hab 駸 borrado del todo, y el cuello guardaba vestigios del firme modelado de anta駸. S no cab 駸 duda de que era Dorian. Pero, 駸 qui 駸 lo habr 駸 pintado? Le parecireconocer su propia factura, y el marco era el que 駸 dibujara. La idea era monstruosa. No obstante sintimiedo. Cogiendo la buj 駸 encendida se aproximal retrato. En el 駸 gulo de la izquierda estaba su nombre, trazado en altas letras de bermell駸 puro. 駸Era una asquerosa caricatura, una s 駸 ira innoble e infame! El no hab 駸 hecho nunca aquello... Sin embargo, s aqu 駸 era el retrato que 駸 pintara. Tampoco cab 駸 duda. Sinti de pronto, como si la sangre, de fuego que era, se volviese de hielo en sus venas. 駸Su obra! 駸 Qué significaba aquello? 駸 C駸o se hab 駸 alterado de aquel modo? Volvi 駸 dose, contempla Dorian con ojos dementes. Sus labios se crisparon, y su lengua, seca, parec 駸 incapaz de articular una sola palabra. Se pesla mano por la frente, empapada en un sudor viscoso. Dorian, en tanto, permanec 駸 apoyado en la chimenea, mir 駸 dole con esa extra expresi駸 que se advierte en el rostro de los que est 駸 absortos viendo representar un drama a un gran actor. No hab 駸 en ella ni verdadero dolor ni alegr 駸 verdadera. Simplemente la pasi駸 del espectador, y acaso una llamita de triunfo en los ojos. Se hab 駸 quitado del ojal la flor que llevaba, y la ol 駸, o, por lo menos, fing 駸 olerla. - 駸 Ququiere decir esto? -exclamHallward al fin, con una voz que, a 駸 mismo, le sonextramente. -Hace a駸s, siendo yo casi un ni駸 -dijo Dorian, estrujando la flor entre sus dedos -, tme conociste, me rodeaste de halagos y me ense ste a envanecerme de mi belleza. Un d 駸 me presentaste a uno de tus amigos, que me explicel milagro de la juventud, y concluiste un retrato m 駸, que me revelel milagro de la belleza. En un momento de locura, que, hoy mismo, no ssi lamentar o no, formulun deseo, que acaso tllamases una plegaria... - 駸Me acuerdo! 駸Oh, ya lo creo que me acuerdo! 駸Pero no, no es posible! Esta habitaci駸 es muy h 駸 eda. Seguramente la humedad ha atacado el lienzo. Los colores que usdeb 駸 n contener alg 駸 maldito veneno mineral. 駸Repito que es imposible! - 駸Bah!, 駸 quhay de imposible? -murmurDorian, yendo al balc駸 y apoyando la frente contra el fr 駸 cristal, esmerilado por la niebla. - 駸 No me dijiste que lo hab 駸 s destruido? -Me equivoqu Ha sido 駸 quien me destruya m -No puedo creer que 駸 e sea mi cuadro. - 駸 No puedes ver en 駸 tu ideal, eh? -dijo Dorian amargamente. -Mi ideal, como tlo llamas... -Como tlo llamabas. -Nada malo hab 駸 en 駸, nada vergonzoso. Teras para mun ideal, como ya no volvera encontrar otro. Este es el rostro de un s 駸 iro. -Es el rostro de mi alma. - 駸Dios m 駸! 駸Qucosa he adorado! Tiene los ojos de un demonio. -Todos tenemos en nosotros un cielo y un infierno, Basil -exclamó Dorian, con un gesto de desesperaci駸. Hallward se volvide nuevo hacia el retrato y lo contempló largamente. - 駸Santo Dios, si es verdad -dijo -, y esto es lo que has hecho de tu vida, indudablemente debes ser peor de lo que imaginan aquellos que te acusan! Y, levantando de nuevo la luz, examinel lienzo con detenimiento. La superficie parec 駸 no haber sufrido el menor cambio, y estaba tal como 駸 la dejara. Aparentemente, toda aquella abominaci駸 proven 駸 de adentro. Una extra vida interior hac 駸 que aquella lepra del pecado fuera devorando lentamente la imagen. El pudrirse de un cad 駸 er en el fondo de una fosa h 駸 eda, no era tan espantoso como aquello. Le temblla mano, y la buj 駸 caydel candelero al suelo, donde quedó chisporroteando. La apag poniendo el pie encima. Luego se dejó caer en la silla desvencijada que hab 駸 junto ala mesa y escondiel rostro entre las manos. - 駸Santo Dios, Dorian, qulecci駸! 駸Qutremenda lecci駸! No hubo respuesta, pero pudo o 駸 a Dorian sollozando junto al balc駸. -Recemos, Dorian, recemos -murmur-. 駸 Ques lo que nos enseron a decir cuando ni駸s? "No nos dejes caer en la tentaci駸. Perd駸anos nuestros pecados. L 駸 ranos de todo mal." Repit 駸 oslo juntos. La oraci駸 de tu soberbia fue o 駸 a. Tambi 駸 puede serlo la oraci駸 de tu arrepentimiento. Yo te adordemasiado, y me veo castigado por ello. Tte adoraste tambi 駸 demasiado. Ambos hemos sido castigados. Dorian Gray se volvilentamente hacia 駸 y le mir con los ojos empa dos por las l 駸 rimas. -Es demasiado tarde, Basil -balbuce -Nunca es demasiado tarde, Dorian. Arrodill 駸 onos y probemos a acordarnos de alguna oraci駸. 駸 No hay un vers 駸 ulo que dice: "Aunque tus pecados sean cual la escarlata, yo los harblancos como la nieve". -Esas palabras carecen ya para mde sentido. - 駸Oh, no digas eso! Ya llevas hecho bastante mal en tu vida. 駸Santo Dios! 駸 No ves c駸o nos miran de soslayo esos ojos malditos? Dorian Gray contemplel retrato; y, de pronto, un sentimiento irrefrenable de odio a Basil Hallward se apoderde 駸, como si le hubiese sido sugerido por la imagen del lienzo y murmurado a su o 駸 o por aquellos labios crispados. La rabia fren 駸 ica del animal acosado se despertaba en 駸, y aborrecis 駸 itamente a aquel hombre, sentado junto a la mesa, con mayor fuerza que aborreciera nada en su vida. Con ojos de locura miren torno suyo. Sobre el pintado arc駸, enfrente de dl, brillaba un objeto. Sus ojos tropezaron con el. Recordó lo que era: un cuchillo que, pocos d 駸 s antes, subiera para cortar una cuerda, y que olvidara llevarse. Despacio, sin hacer ruido, se dirigió hacia 駸, pasando al lado de Hallward. Apenas se encontrdetr 駸 de 駸 te, cogiel cuchillo y volvi駸e. Hallward hizo un movimiento, como si fuera a levantarse. Dorian se precipitentonces sobre 駸 y le hundió el cuchillo en la gran arteria que hay detr 駸 de la oreja, sujetando la cabeza contra la mesa y clavando una y otra vez el cuchillo. Hubo un gemido ahogado, y un horrible gorgoteo de sangre en la garganta. Tres veces se levantaron los brazos, agitando grotescamente en el aire las manos r 駸 idas. El volvia clavar otras dos veces el cuchillo, pero el cuerpo estaba ya inm駸il. Algo empeza gotear sobre el suelo. Aguardtodav 駸 un momento, manteniendo la cabeza contra la mesa. Luego arrojencima el cuchillo y quedó escuchando. No se o 駸 m 駸 ruido que el lento gotear sobre la alfombra andrajosa. Abrila puerta y salial rellano. La casa permanec 駸 completamente en silencio. Nadie andaba por ella. Estuvo unos segundos inclinado sobre la barandilla, acechando en el negro poco de sombra. Luego retirde la cerradura la llave, y, volviendo ala estancia, encerr駸e por dentro. El cuerpo continuaba sentado en la silla, con la cabeza ca 駸 a sobre la mesa, encorvada la espalda y unos brazos fant 駸 ticamente largos. Si no hubiese sido por aquella grieta roja del cuello y por el charco de co 駸 ulos negros que paulatinamente iba ensanch 駸 dose bajo la mesa, hubi 駸 ase dicho que aquel hombre estaba simplemente dormido. 駸Qur 駸 ido hab 駸 sido todo! Sent 駸 se extramente tranquilo, y, dirigi 駸 dose al balc駸, lo abriy saliafuera. El viento hab 駸 disipado la niebla y el ciclo semejaba una gigantesca cola de pavo real, constelada de innumerables pupilas de oro. Mirando hacia abajo vio al polic 駸 haciendo su ronda y proyectando el largo rayo de luz de su linterna sobre la puerta de las casas silenciosas. La mancha roja del farol de un coche brillen una esquina y se desvanecienseguida. Una mujer, envuelta en un chal flotante, se desliaba lentamente junto a las verjas, haciendo eses. De cuando en cuando deten 駸 se y miraba hacia atr 駸. Una vez, rompia cantar, con una voz agria. El polic 駸 se llega ella y le dijo algo. Ella echa andar de nuevo, dando traspi 駸 y riendo. Una r 駸 aga helada barrila plaza. Los mecheros de gas oscilaron, poni 駸 dose azules, y los 駸 boles, desnudos de hojas, entrechocaron sus ramas de aspecto met 駸 ico. Estremeci 駸 dose, cerrel balc駸. Despu 駸 se dirigiala puerta, que abri sin una mirada siquiera al muerto. Comprend 駸 que el quid de todo aquello estaba en no prestar demasiada realidad a la situaci駸. El amigo que pintara aquel retrato fatal, causa de toda su desgracia, hab 駸 desaparecido del escenario de su vida. 駸 No bastaba esto acaso? Luego se acordde la l 駸 para. Era de un curioso trabajo morisco, en plata mate, incrustada de arabescos de acero bru駸do y tachonada de turquesas bastas. Acaso el criado las echara de menos y preguntase por ella. Vacilunos segundos; al fin, volviatr 駸 y la cogide la mesa. No tuvo m 駸 remedio que ver el cad 駸 er. 駸Que quieto estaba! 駸Quespantosamente blancas parec 駸 n las manos! Era como una horrenda imagen de cera. Cerrando la puerta tras s empeza bajar sigilosamente la escalera. La madera cruj 駸, pareciendo quejarse. Varias veces se detuvo y aguard No; todo estaba tranquilo. No era m 駸 que el resonar de sus propios pasos. Al llegar a la biblioteca vio la maleta y el abrigo en un rinc駸. Era preciso ocultarlos. Abriendo un armario secreto, disimulado por el z駸alo de madera, donde guardaba sus extra駸s disfraces, escondió aquellos objetos. M 駸 tarde podr 駸 quemarlos f 駸 ilmente. Luego mirel reloj. Eran las dos menos veinte. Tomasiento y se puso a reflexionar. Todos los a駸s -todos los meses casi- ahorcaban a hombres en Inglaterra por lo mismo que 駸 hab 駸 hecho. Una locura de crimen flotaba, sin duda, en el aire. Alg 駸 rojo planeta se hab 駸 acercado demasiado a la tierra... Pero, por otra parte, 駸 qupruebas hab 駸 en contra suya? Basil Hallward salide su casa alas once. Nadie le habla visto entrar en ella de nuevo. Casi todos los criados estaban en Selby Royal. Su ayuda de c 駸 ara se hab 駸 acostado... 駸Par 駸! S a Par 駸 era donde Basil se hab 駸 ido, y en el tren de las doce, como pensaba. Dada su habitual reserva, pasar 駸 n meses antes de que nadie sospechase nada. 駸Meses! Todo pod 駸 hacerse desaparecer mucho antes. Ocurri駸ele, de pronto, una idea. Se puso de nuevo el sombrero y su gab 駸 de pieles y salial hall. Allse detuvo, escuchando el paso lento y pesado del polic 駸 en la acera, y viendo la reverberaci駸 de la linterna en la ventana. Aguardconteniendo el aliento. Al cabo de unos instantes descorriel cerrojo y se deslizfuera, cerrando la puerta con mucha cautela. Luego llam tirando de la campanilla. A los cinco minutos, pr駸imamente, aparecisu ayuda de c 駸 ara, a medio vestir, y apenas despierto. -Siento haber tenido que despertarte, Francis -dijo Dorian, entrando -, pero me olvidel llav 駸. 駸 Quhora es? -Las dos y diez, se駸r -contestel criado mirando el reloj y parpadeando. - 駸 Las dos y diez? 駸Quhorriblemente tarde! Es preciso que me despiertes a las nueve. Tengo mucho que hacer. -Como el se駸r mande. - 駸 Vino alguien esta noche? -Mr. Hallward, se駸r. Estuvo aquhasta las once y se fue para no perder el tren. - 駸Caramba, siento no haberle visto! 駸 Dejalg 駸 recado? -Ninguno, se駸r. Dijo solamente que ya le escribir 駸 al se駸r desde Par 駸, si no le encontraba en el club. -Estbien, Francis. No te olvides de llamarme a las nueve. -Descuide el se駸r. Y el criado desaparecipor el pasillo, tambale 駸 dose de sue駸 y arrastrando las zapatillas. Dorian Gray arrojel sombrero y el abrigo encima de la mesa, y entró en la biblioteca. Durante un cuarto de hora estuvo paseando de arriba abajo por el aposento, mordi 駸 dose los labios y cavilando. Al fin, cogió del estante la Gu 駸 y empeza hojearla. "Alan Campbell, calle de Hertford, 52, Mayfair". S aqu 駸 era el hombre que 駸 necesitaba. CAPITULO XIV Al d 駸 siguiente, nueve de la mana, entrel criado con una taza de chocolate en una bandeja, y abrilas maderas. Dorian dorm 駸 apaciblemente sobre el lado derecho, con la mejilla apoyada en una mano. Parec 駸 un ni駸 cansado del juego o del estudio. Dos veces tuvo que tocarle el criado en el hombro para que se despertara, y apenas abiertos los ojos, una vaga sonrisa cruzpor sus labios, como si hubiese estado perdido en alg 駸 pa 駸 delicioso del ensue駸. Sin embargo, 駸 no habla so do. Ninguna imagen aflictiva o gozosa hab 駸 venido a turbarle. Pero la juventud sonr 駸 sin motivo. Es uno de sus mayores encantos. Dio media vuelta y, apoyado en el codo, empeza sorber su chocolate. El blando sol de noviembre inundaba la estancia. El cielo estaba despejado, y habla una confortable tibieza en el aire. Parec 駸 casi una mana de mayo. Gradualmente, los sucesos de la noche pasada se deslizaron con pies silenciosos y te駸dos de sangre en su esp 駸 itu, reconstituy 駸 dose con terrible claridad. Estremeci駸e al recuerdo de todo lo que hab 駸 sufrido, y durante un momento volvia apoderarse de 駸 aquel extra駸 sentimiento de odio contra Basil Hallward, que le habla invadido la noche antes, al verle sentado en frente del cuadro, y que le impulsara irresistiblemente a matarlo. Un calofr 駸 le sacuditodo el cuerpo. Arriba continuar 駸 el cad 駸 er, iluminado ahora por el sol. 駸Qué espantoso era todo aquello! Semejantes horrores estaban hechos para la oscuridad, no para la luz del d 駸. Comprendique, si continuaba cavilando en lo hecho, acabar 駸 por enfermar o volverse loco. Hab 駸 pecados cuya fascinaci駸 m 駸 estaba en el recuerdo que en la comisi駸 de ellos, singulares triunfos que halagan el orgullo m 駸 que las pasiones, y dan a la inteligencia un vivo sentimiento de gozo, mayor que el que procuran, o pueden procurar nunca, a los sentidos. Pero 駸 te no era uno de ellos. Era algo que deb 駸 apartarse enseguida del esp 駸 itu ser narcotizado con adormideras, estrangulado a fin de que no le estrangulara a uno. Al dar la media se pasla mano por la frente y, levant 駸 dose luego apresuradamente, se visticon m 駸 esmero a 駸 que de costumbre, eligiendo cuidadosamente la corbata y el alfiler con que hab 駸 de prenderla, y cambiando m 駸 de una vez de sortijas. Tambi 駸 empleun buen rato en almorzar, probando de todos los platos, hablando con su ayuda de c 駸 ara de la nueva librea que ten 駸 en proyecto para sus criados de Selby, y abriendo las cartas recibidas. Algunas de ellas le hicieron sonre 駸. Tres parecieron molestarle bastante. Otra la releyvarias veces, y al fin la rompicon una leve mueca de hast 駸. "駸 Qucosa terrible es la memoria de las mujeres!", como Lord Henry dijera en una ocasi駸. Cuando hubo apurado su taza de cafy enjugado lentamente sus labios con una servilleta, se levanty, mandando que aguardase al criado, sent 駸 e a la mesa de despacho y escribidos cartas. Una de ellas se la metien el bolsillo; la otra, la entregal criado: -Lleva esto al n 駸 ero 152 de la calle de Hertford, Francis; y si Mr. Campbell no estuviese en Londres, que te den su direcci駸. En cuanto se quedsolo, encendiun cigarrillo, y maquinalmente se puso a dibujar sobre una hoja de papel, trazando primero flores, motivos arquitect駸icos despu 駸, y al fin perfiles humanos. De pronto, observque todas las caras que dibujaba parec 駸 n tener una fant 駸 tica semejanza con Basil Hallward. Frunciendo el ce駸, se levanty fue ala librer 駸 a coger al acaso un volumen. Estaba resuelto a no pensar en lo sucedido hasta que fuera absolutamente preciso. Una vez echado en el div 駸, mirel t 駸 ulo del libro. Eran los 駸 maux et Cam 駸 s de Gautier , un ejemplar de la edici駸 Charpentier en papel Jap駸, con las aguas fuertes de Jacquemart. Estaba encuadernado en piel vcrde lim駸, estampada con un enrejado de oro, y unas granadas min 駸 culas. Adrian Singleton se lo hab 駸 regalado. Volviendo las hojas, tropezsu vista con la poes 駸 sobre la mano de Lacenaire , la helada mano amarilla, " du supplice encore mal Iav 駸 ", con su vello rojizo y sus dedos de fauno. Instintivamente, se mirlos dedos, afilados y blancos, estremeci 駸 dose ligeramente a pesar suyo. Continuó hojeando el volumen, hasta que llega aquellas deliciosas estancias sobre Venecia: Sur une gammne chromatique, Le sein de perles ruisselant, La Venus de l'Adriatique Sort de I'eau son cops rose et blanc. Les d駸es, sur l'azur des ondes Suivant la phrase au pur contour, S'enfent comete des gorges rondes Que soul 駸 e un soupir d'amour. L'駸 quif aborde et me d 駸 ose, Jetant son amarre au pilier, Devant tuse fa 駸 de rose, Sur le marbre d'un escalier. 駸Quexquisitas eran! Ley 駸 dolas, parec 駸 bajarse flotando por los verdes canales de la ciudad de rosa y de n 駸 ar, sentado en una g駸dola negra con proa de plata y cortinas arrastrando sobre el agua. Las simples l 駸 eas de los versos le recordaban estas estelas azul turquesa que se dejan detr 駸 al acercarse al Lido. Los destellos s 駸 itos de color le tra 駸 n a la memoria el rel 駸 pago de iris y 駸alo de los p 駸 aros que revoloteaban en torno del Campanile, color de panal, o pasean, con gracia tan solemne, bajo las umbrosas y polvorientas arcadas. Reclinado en el div 駸 y entornando los ojos, se repet 駸 una y otra vez: Devant una fa 駸 de rose., Sur le marbre d'un escalier. Toda Venecia estaba en estos dos versos. Recordel oto駸 que hab 駸 pasado all y un amor maravilloso que le arrastrara a toda suerte de deliciosas locuras. En hab 駸 n conservado el fondo propio a lo novelesco; y, para el verdadero rom 駸 tico, el fondo lo es todo, o casi todo. Basil hab 駸 pasado con 駸 parte del tiempo, y se hab 駸 vuelto loco con el Tintoretto. 駸Pobre Basil! 駸Qumuerte espantosa! Suspir y volviendo al volumen tratde olvidar. Leyde las golondrinas que entran y salen volando en el cafet 駸 de Esmirna, donde los santones yacen en cuclillas repasando sus rosarios de 駸 bar, y los mercaderes, tocados con sus grandes turbantes, fumando sus largas pipas adornadas con borlas, y hablando gravemente entre s leydel obelisco de la plaza de la Concordia, que llora l 駸 rimas de granito en un solitario destierro sin sol, con la nostalgia de las c 駸 idas riberas del Nilo, cubierto de lotos, donde hay esfinges, ibis rosados, blancos buitres con garras doradas, cocodrilos de ojuelos de esmeralda, que se arrastran entre el limo verdoso y humeante; se dejllevar por aquellos versos que, trasponiendo en m 駸 ica un m 駸 mol empa do por los besos, hablan de aquella estatua enigm 駸 ica que Gautier compara a una voz de contralto, el monstre charmant que yace acostado en la sala de p駸fido del Louvre... . Pero, al cabo de unos momentos, le cayde las manos el libro. Se sent 駸 nervioso, y un horrible acceso de miedo se apoderde 駸. 駸 Y si Alan Campbell no se encontrase en Inglaterra? Tendr 駸 n que pasar varios d 駸 s antes de que pudiese estar de vuelta. Eso si acced 駸 a venir, que no era seguro. 駸 Quhacer entonces? Cada instante era de una importancia vital. Ellos hab 駸 n sido muy amigos en otro tiempo, cinco a駸s antes; casi inseparables; realmente. Luego, la intimidad se hab 駸 roto bruscamente. Ya, cuando se encontraban en sociedad, Dorian Gray era el 駸 ico de los dos que sonre 駸; jam 駸 Alan Campbell. Este era un hombre joven, muy inteligente, a pesar de su escaso sentido de las artes pl 駸 ticas, y de su afici駸, igualmente moderada, y 駸 a inculcada por Dorian, a la belleza literaria. Su pasi駸 dominante era la ciencia. En Cambridge se pasaba la mayor parte del tiempo en el laboratorio, y a fin de curso hab 駸 siempre conseguido el m 駸 imum de puntos en Ciencias Naturales. Luego, hab 駸 continuado fiel al estudio de la Qu 駸 ica, y ten 駸 un laboratorio particular, en el que acostumbraba a encerrarse todo el d 駸, con gran desesperaci駸 de su madre, que se hab 駸 hecho la ilusi駸 de verle en el Parlamento y ten 駸 una vaga idea de que un qu 駸 ico era un hombre que hac 駸 retas. No obstante, era un m 駸 ico excelente, y tocaba el piano y el viol 駸 mejor que la mayor 駸 de los aficionados. Realmente, la m 駸 ica hab 駸 sido el punto de partida de su amistad con Dorian; la m 駸 ica, y esa indefinible sugesti駸 que Dorian parec 駸 ejercer cuando se lo propon 駸, y que hasta sin darse cuenta ejerc 駸 muchas veces. Se hab 駸 n conocido en casa de Lady Berkshire, una noche que tocaba allRubinstein, y desde entonces, siempre se les ve 駸 juntos de la Opera y dondequiera que se hac 駸 buena m 駸 ica. A駸 y medio duresta intimidad. Campbell estaba siempre en Selby Royal o en la plaza de Grosvenor. Para 駸, como para tantos otros, Dorian Gray era el arquetipo de cuanto hab 駸 de extraordinario y de fascinador en la vida. Nadie supo nunca si hab 駸 n tenido entre salg 駸 motivo de disensi駸 y hab 駸 n re駸do; pero el caso es que la gente observque ya apenas cruzaban la palabra al encontrarse, y que Campbell no tardaba en irse de toda reuni駸 en que estaba Dorian. Adem 駸, parec 駸 haber cambiado; sufr 駸 de cuando en cuando extras melancol 駸 s; hab 駸 perdido casi su afici駸 a la m 駸 ica, y nunca quiso volver a tocar en p 駸 lico, dando como excusa, cuando le instalaban a ello, que sus estudios cient 駸 icos le absorb 駸 n de tal modo que no le dejaban tiempo de hacer dedos. Y esto, realmente, era cierto. Cada d 駸 parec 駸 interesarse m 駸 en la biolog 駸, y su nombre apareciuna o dos veces en algunas revistas cient 駸 icas, asociado a ciertos curiosos experimentos. Este era el hombre a quien aguardaba Dorian. A cada momento miraba el reloj. A medida que pasaban los minutos crec 駸 su agitaci駸. AI fin tuvo que ponerse en pie y pasear de arriba abajo por la estancia, como una hermosa fiera enjaulada. Su paso era vacilante. Sus manos estaban heladas. La incertidumbre se hac 駸 intolerable. Le parec 駸 que el tiempo se arrastraba con pies de plomo, mientras el viento maligno le empujaba a 駸 hacia el borde de un negro abismo. Sab 駸 lo que allle esperaba; lo ve 駸, y, estremeci 駸 dose, se apretaba con manos h 駸 edas los p 駸 pados quemantes, como si quisiera privar de la vida a su mismo cerebro y volver las pupilas a su cueva. Era in 駸 il. El cerebro ten 駸 su propio alimento en que cebarse, y la fantas 駸, que el terror tornaba grotesca, se contorsionaba y retorc 駸 como un ser vivo, bailaba como un maniqurepugnante sobre un tablado, y gesticulaba atrozmente. Luego, de pronto, det 駸 ose el tiempo. S aquella cosa ciega y jadeante cesde arrastrarse, y horribles pensamientos, una vez muerto el tiempo, acudieron corriendo y sacaron de su tumba un futuro espantoso, que le mostraron. Quedsin poder apartar de 駸 los ojos. El mismo exceso de horror le convirtien piedra. Al fin la puerta se abri y entrel criado. Dorian volvihacia 駸 los ojos vidriosos. -Mr. Campbell, se駸r -anunciel ayuda de c 駸 ara. Un suspiro de alivio brotde sus labios secos, y el color volvia sus mejillas. -Que pase enseguida, Francis. El acceso de cobard 駸 hab 駸 pasado. Se sent 駸 ya otro hombre. El ciado salud retir 駸 dose. Un instante despu 駸, entraba Alan Campbell, muy serio y muy p 駸 ido, acentuada a 駸 m 駸 su palidez por el cabello negr 駸 imo y las cejas oscuras. - 駸Gracias, Alan, gracias por haber venido! -No pensaba volver a poner los pies en tu casa, Gray. Pero como dec 駸 s en tu carta que se trataba de una cuesti駸 de vida o muerte... Su voz era dura y glacial. Hablaba lentamente, pesando las palabras. Hab 駸 un no squde desprecio en la mirada firme y escrutadora que fijaba en Dorian. Conservaba las manos en los bolsillos de su gab 駸 de astrac 駸, sin parecer haber advertido el adem 駸 efusivo de Dorian. -S es una cuesti駸 de vida o muerte, Alan; y no para ms駸o. Si 駸 tate. Campbell se senten una mesilla, junto ala mesa, y Dorian enfrente. Los ojos de ambos se encontraron. En los de Dorian hab 駸 una infinita compasi駸. Sab 駸 que lo que iba a hacer era horrible. Al cabo de unos penosos momentos de silencio, se inclinhacia adelante, y dijo, muy despacio, pero acechando el efecto de cada palabra sobre el rostro del reci 駸 llegado. -Alan, en una habitaci駸 cerrada que hay arriba, habitaci駸 en que s駸o yo entro, hay un hombre muerto sentado junto a una mesa. Harunas diez horas que ha muerto. No te muevas, ni me mires de ese modo. Quien es ese hombre, por quy c駸o muri son extremos que no te conciernen. Lo que es preciso que hagas... - 駸Basta, Gray! No quiero saber m 駸. Si lo que me has dicho, es o no cierto, allt Me niego terminantemente a intervenir de nuevo en tu vida. Guarda para ti tus horribles secretos. No me interesan ya. -Pues tendr 駸 que interesarte, Ajan. Este, por lo menos. Lo siento infinito por ti, Alan; pero no tengo otro remedio. Teres el 駸 ico hombre que puedes salvarme, y me veo obligado a acudir a ti. Teres un sabio, Alan; para ti la Qu 駸 ica no tiene secretos; thas hecho un sin fin de experimentos... Lo que tienes que hacer ahora es destruir ese cuerpo que estarriba... destruirlo por completo, sin que quede el menor vestigio de 駸. Nadie lo vio entrar en la casa. Todo el mundo le supone a estas horas en Par 駸. Antes de que se advierta su desaparici駸, pasar 駸 meses. Y, para entonces, no debe quedar aquí huella de di. T Alan, es preciso que lo conviertas, a 駸 y cuanto a 駸 pertenece, en un pudo de cenizas que yo pueda f 駸 ilmente aventar. - 駸Est 駸 loco, Dorian! - 駸Ah! Esperaba que me llamases Dorian. -Est 駸 loco, te digo; loco, al imaginar que yo iba a mover un dedo en tu ayuda; loco, al hacerme esa monstruosa confesi駸. Repito que no quiero intervenir para nada en tu vida. 駸 Crees que voy a arriesgar mi reputaci駸 por tu causa? 駸 Qume importa a mesa obra diab駸ica que intentas llevar a cabo? -Fue un suicidio, Alan. -Lo celebro. Pero, 駸 qui 駸 lo trajo hasta aqu T supongo. - 駸 Te niegas, pues, a hacer esto por m -Naturalmente que me niego. Yo no tengo que ver lo m 駸 m 駸 imo en ello. Y se me da un ardite la vergenza y el deshonor que te aguarden. Todo lo mereces. No creas que me apenar 駸 verte cubierto de ignominia, p 駸 licamente deshonrado. 駸 Y te atreves a dirigirte a mpara hacerme c駸plice en un horror semejante? Creque conoc 駸 s mejor a los hombres. Tu amigo Lord Henry Wotton, que ha sido tu maestro en tantas cosas, no te ense駸 mucha psicolog 駸 que digamos. Nada en el mundo podr 駸 decidirme a ayudarte. Te equivocaste de hombre. Acude a alguno de tus amigos; y olvida que existo. -Fue un asesinato, Atan. Yo fui quien te mat Tno sabes lo que me hab 駸 hecho sufrir. Sea cual sea mi vida, m 駸 culpa ha tenido 駸 de ella que el pobre". Aunque no fuera esa su intenci駸, el resultado es el mismo. - 駸Un asesinato! 駸Santo Dios, es posible que hayas llegado a eso!... Yo no te delatar Eso no es cosa m 駸. Adem 駸, ya, sin que yo intervenga, te detendr 駸; puedes estar seguro. Nadie comete un crimen sin caer en alguna torpeza. Pero yo no quiero tener nada que ver con esto. -S tendr 駸 que ver. Espera, espera un momento; esc 駸 hame s駸o, Alan. Todo lo que yo te pido es que lleves a cabo un experimento cient 駸 ico. Tvas a hospitales y a dep駸itos de cad 駸 eres, y me parece que los horrores que allhaces no te afectan en lo m 駸 m 駸 imo, 駸 verdad?. Si en una sala de disecci駸 o en un f 駸 ido laboratorio encontrases a este hombre sobre una mesa de zinc, con goteras para dejar escurrir la sangre, te limitar 駸 s a considerarlo como un simple motivo de experiencia. Ni un solo cabello se erizar 駸 en tu cabeza. No pensar 駸 s que ibas a hacer algo malo. Antes bien: es muy probable que pensases que estabas trabajando en beneficio de la humanidad, o acrecentando la suma de conocimientos del mundo, o satisfaciendo una curiosidad intelectual, o cualquier cosa por el estilo. Lo que yo te pido que hagas ahora es simplemente lo que has hecho tantas veces. Realmente, destruir un cuerpo debe ser mucho menos horrible que tus experimentos habituales. Y ten en cuenta que es la 駸 ica prueba contra m Si lo descubren, estoy perdido; y, si tno me ayudas, es seguro que acabar 駸 por descubrirlo. -Olvidas que no tengo el menor deseo de ayudarte. Me es absolutamente indiferente lo que pueda ocurrirte. Allt -Te lo suplico, Alan. Piensa en la situaci駸 en que me encuentro. Precisamente antes de que llegases estuve a punto de desmayarme de terror. Alg 駸 d 駸 sabr 駸 lo que es eso. 駸No, no pienses en ello! Considera la cuesti駸 desde un punto de vista puramente cient 駸 ico. Tno preguntas de d駸de provienen los cad 駸 eres que te sirven para tus experimentos. Tampoco preguntes ahora. Ya te he dicho bastante. Pero te suplico que lo hagas. En otros tiempos fuimos muy amigos, Alan. -No me recuerdes esos tiempos, Dorian. Ya murieron. -Los muertos, a veces, tardan en irse. El que estarriba no quiere marcharse. Contin 駸 sentado a la mesa, con la cabeza inclinada y los brazos caldos. 駸Alan! 駸Alan! 駸Si tno me ayudas, estoy perdido! 駸Me ahorcar 駸, Alan! 駸 No me comprendes? 駸Me ahorcar 駸 por lo que he hecho! -Es in 駸 il prolongar esta escena. Me niego en absoluto a intervenir. Es una locura que te empe駸s en ello. - 駸 Te niegas? -S - 駸Te lo suplico, Alan! -Es in 駸 il. La misma sombra de compasi駸 paspor les ojeas de Dorian. Extendiendo la mano cogiuna hoja de papel y trazen ella unas cuantas palabras. Leydos veces lo escrito, doblel papel cuidadosamente y lo empujhacia Campbell. Hecho esto, se levanty fue a la ventana. Campbell le mirsorprendido; luego cogiel papel y lo abri A medida que le 駸 su rostro iba poni 駸 dose l 駸 ido. Al terminar, desplom駸e en la silla. Una horrible sensaci駸 de malestar se apoderde 駸. Le parec 駸 como si su coraz駸 latiese descompasadamente en el vac 駸. Al cabo de dos o tres minutos de un terrible silencio, Dorian se volvió y vino a colocarse detr 駸 de 駸, poni 駸 dole una mano en el hombro. -Lo siento infinito, Alan, puedes creerme -murmur-; pero tno me has dejado otra alternativa. Ya ten 駸 escrita una carta. Aquest Mira la direcci駸. Si tno me ayudas, la enviara su destino. Ya sabes cu 駸 serel resultado. Pero tme ayudar 駸, 駸 verdad? No es posible que ahora te niegues. Yo no quer 駸 recurrir a esto. Espero que me har 駸 la justicia de reconocerlo. Testuviste duro, despectivo, insultante. Me trataste como nadie se ha atrevido nunca a tratarme... nadie vivo, al menos. Yo lo soporttodo. Ahora, a mme toca dictar condiciones. Campbell se escondiel rostro entre las manos, y un estremecimiento le sacudide pies a cabeza. -S a mme toca dictar condiciones, Alan. Tsabes cu 駸 es son. La cosa es muy sencilla. Vamos, no te agites as No hay m 駸 remedio que hacerlo. Ten calma, y hazlo. Escap駸e un gemido de labios de Campbell, que se puso a dar diente con diente. El tic tac del reloj sobre la chimenea le parec 駸 dividir el tiempo en 駸 omos separados de agon 駸, demasiado terrible de soportar cada uno de ellos. Sent 駸 como si un aro de hierro le fuese apretando lentamente las sienes, como si el deshonor que le amenazaba hubiera ya ca 駸 o sobre 駸. La mano que se habla posado encima de su hombro pesaba como una mano de plomo. Era insostenible. Parec 駸 aplastarle. -Vamos, Alan, dec 駸 ete enseguida. -No puedo -dijo Campbell maquinalmente, como si las palabras pudiesen cambiar las cosas. -Es preciso. No puedes elegir. 駸 A qutardar, pues? Campbell titubeó un momento. - 駸 Hay fuego arriba? -S un aparato de gas. -Tendrque ir a casa para traer algunas cosas del laboratorio. -No, Alan, no saldr 駸 de esta casa. Escribe en un papel lo que necesitas, y mi criado tomarun coche y te lo traertodo. Campbell garrapateunas cuantas l 駸 eas, pasel secante sobre ellas y escribien un sobre el nombre de su ayudante. Dorian cogila nota y la leyatentamente. Luego tirde la campanilla y la entrega su criado, con orden de estar de vuelta con todo aquello lo antes posible. Al o 駸 cerrarse la puerta de la calle, levant駸e nerviosamente Campbell y se dirigihacia la chimenea. Tiritaba como en un acceso de fiebre. Cerca de veinte minutos transcurrieron sin que ninguno de los dos hablase. Una mosca zumbaba ruidosamente en la estancia, y el tic tac del reloj sonaba como el golpear de un martillo en el yunque. Al dar la campana la una, Campbell se volviy, mirando a Dorian, vio que sus ojos estaban llenos de l 駸 rimas. Algo hab 駸 en la pureza y distinci駸 de aquel rostro entristecido que pareciexasperarle. - 駸Eres un ser abyecto, completamente abyecto! -murmur - 駸Calla, Alan! Me has salvado la vida -dijo Dorian. - 駸 Tu vida? 駸Santo cielo, quvida! Thas ido de corrupci駸 en corrupci駸, hasta terminar ahora en el crimen. Al hacer lo que voy a hacer, lo que tme obligas a hacer, puedes creer que no es en tu vida en lo que pienso. - 駸Ay, Alan! -murmurDorian, con un suspiro -. 駸Ojaltuvieses por mí la cent 駸 ima parte de l 駸 tima que yo siento por ti! Y, al decir esto, le volvila espalda y permanecien pie delante de la ventana, como si mirase hacia el jard 駸. Campbell no replicnada. Al cabo de otros diez minutos llamaron ala puerta y entrel criado con un cofre de caoba lleno de drogas, un rollo de hilo de acero y platino y dos grapas de hierro de forma un tanto extra . - 駸 Dejo aquestas cosas, se駸r? -pregunta Campbell. -S-dijo Dorian -. Y me parece, Francis, que tengo otro recado que mandarte. 駸 C駸o se llama ese hombre de Richmond que surte Selby de orqu 駸 eas? -Harden, se駸r. -Eso es, Harden. Pues bien: vas a ir inmediatamente a Richmond a ver a Harden en persona, y le dir 駸 que env 駸 el doble de las orqu 駸 eas que habla encargado, incluyendo el menor n 駸 ero posible de blancas. Y, mejor a 駸, ninguna. Hace un d 駸 soberbio, Francis, y Richmond es un sitio precioso; de otro modo no me hubiera permitido molestarte con esa comisi駸. -Ninguna molestia, se駸r. 駸 A quhora quiere el se駸r que estde vuelta? Dorian consultcon los ojos a Campbell. - 駸 Cu 駸 to tiempo emplear 駸 en tu experimento, Alan? -preguntcon voz tranquila e indiferente, como si la presencia de una tercera persona le infundiese un valor extraordinario. Campbell frunciel ce駸 y se mordilos labios. -Unas cinco horas -repuso. -Entonces serconveniente que est 駸 de regreso a las siete y media, Francis. O mira: d 駸 ame todo preparado para vestirme, y vete despu 駸 adonde quieras. Como ceno fuera de casa no te necesitar -Gracias, se駸r -dijo el criado, saliendo de la habitaci駸. -Ahora, Alan, no hay un momento que perder. 駸C駸o pesa esta caja! Yola llevar Carga tcon las otras cosas. Hablaba de prisa y en tono autoritario, Campbell se sintidominado por 駸. Salieron juntos del cuarto. Al llegar al rellano de arriba, Dorian sacla llave y la introdujo en la cerradura. Luego, se detuvo, estremecido y turbado. -Me parece que no voy a poder entrar, Alan -murmur -No entres, Me es igual. No te necesito para nada dijo Campbell fr 駸 mente. Dorian entreabrila puerta. Al hacerlo pudo ver, iluminado por el sol, el rostro de su retrato, que parec 駸 mirarle de soslayo. En el suelo, frente a 駸, yac 駸 la cortina desgarrada. Recordque la noche anterior se hab 駸 olvidado, por primera vez en su vida, de tapar el lienzo fatal, y estaba ya a punto de precipitarse hacia 駸 cuando dio un paso hacia atr 駸, espantado. 駸 Quhorrible roc 駸 rojo era aquel que brillaba, h 駸 edo y reluciente, sobre una de las manos, como si el lienzo hubiese sudado sangre? 駸Qucosa espantosa! M 駸 espantosa le parecien aquel momento que el cuerpo inerte y mudo que sab 駸 ca 駸 o contra la mesa, aquella masa cuya sombra grotesca sobre la alfombra manchada le mostraba que no se hab 駸 movido, y segu 駸 alltal como 駸 la dejara. Lanzun profundo suspiro, abriun poco m 駸 la puerta y, con los ojos a medio cerrar y apartando la cabeza, entrr 駸 idamente, resuelto a no dirigir una sola mirada al muerto. Luego, deteni 駸 dose y recogiendo la cortina de p 駸 pura y oro, la arrojsobre el cuadro. Allpermaneci temiendo volverse, con los ojos fijos en los arabescos del bordado. Oyc駸o Campbell entraba el pesado caj駸, y los hierros y todas las dem 駸 cosas necesarias a su horrible trabajo. Penssi 駸 y Basil Hallward se habr 駸 n encontrado alguna vez en sociedad y, en ese caso, quopini駸 habr 駸 n formado uno de otro. -D 駸 ame solo -dijo una voz dura detr 駸 de 駸. Dio media vuelta y saliapresuradamente, habiendo s駸o entrevisto el cad 駸 er, echado ahora hacia atr 駸 sobre el respaldo de la silla, y a Campbell examinando aquel rostro amarillo y luciente. Al bajar la escalera oygirarla llave en la cerradura. Bastante m 駸 de las siete eran cuando Campbell entrde nuevo en la biblioteca. Estaba p 駸 ido, pero muy tranquilo. -Hice lo que me pediste que hiciera -murmur-. Adi駸, pues. 駸Y ojalá que no volvamos a vernos! - 駸Tme has salvado de la ruina, Alan! Jam 駸 lo olvidar-dijo Dorian simplemente. Apenas hubo salido Campbell, subi Hab 駸 un espantoso olor a 駸 ido n 駸 rico en la habitaci駸. Pero aquella cosa sentada a la mesa hab 駸 desaparecido. CAPITULO XV Esa misma noche, a las ocho y media, muy acicalado, con una gran boutonni 駸 e de violetas en el frac, Dorian Gray era anunciado en el sal駸 de Lady Narborough. Las sienes le lat 駸 n febrilmente, y todo 駸 se hallaba terriblemente excitado; pero, no obstante, la reverencia que hizo a la due de la casa, al besarle la mano, fue tan natural y graciosa como de costumbre. Quiznunca se siente uno con mayor naturalidad que cuando se ve obligado a fingir. Seguramente que nadie que hubiese visto aquella noche a Dorian Gray habr 駸 cre 駸 o que acababa de pasar por una de las m 駸 horribles tragedias que puedan encontrarse en nuestros d 駸 s. No era posible que aquellos dedos tan finamente modelados hubiesen empudo un cuchillo, para matar, ni que aquellos labios sonrientes blasfemaran de Dios y de Su misericordia. El mismo no pod 駸 menos de sorprenderse de su tranquilidad, y por un instante sintiagudamente el terrible placer de una doble vida. Era una reuni駸 駸 tima, improvisada por Lady Narborough, mujer inteligent 駸 ima, que, al decir de Lord Hcnry, todav 駸 conservaba restos de una notable fealdad. Se hab 駸 mostrado esposa excelente de uno de nuestros m 駸 concienzudos embajadores, y habi 駸 dolo ya enterrado convenientemente en un mausoleo de m 駸 mol, dibujado por ella misma, y casadas ya sus hijas con hombres ricos y un tanto maduros, consagr 駸 ase ahora a los deleites de la novela francesa, la cocina francesa y el esprit franc 駸, cuando estaba a su alcance. Dorian era uno de sus favoritos, y con frecuencia le dec 駸 que se alegraba mucho de no haberle conocido en su juventud. -S amigo m 駸, que me habr 駸 enamorado locamente de usted agregaba -, y que no habr 駸 vacilado en cometer por su causa los mayores disparates. Afortunadamente, en aquel tiempo usted apenas exist 駸. Por otra parte, me parece que jam 駸 tuve ning 駸 flirt con nadie. Culpa, al fin y al cabo, del pobre Narborough. Era tan corto de vista, que realmente no val 駸 la pena de engarle. Sus invitados aquella noche eran poco pintorescos. El caso era, corno explica Dorian, detr 駸 de un abanico muy usado, que una de sus hijas casadas hab 駸 ca 駸 o s 駸 itamente sobre ella, con intenci駸 de pasar una temporadita a su lado, y, como si a 駸 fuera poco, se hab 駸 tra 駸 o a su marido con ella. -Un verdadero abuso, amigo m 駸 -cuchiche-. Verdad es que yo voy a su casa todos los veranos, a mi regreso de Homburg; pero hay que tener en cuenta que una vieja como yo necesita oxigenarse de cuando en cuando. Adem 駸, yo les despierto de la modorra campestre. No puede usted figurarse la vida que hacen all La vida de campo ideal. Se levantan temprano, porque tienen tanto que hacer, y se acuestan temprano, porque tienen tan poco en qupensar. En toda la comarca no ha habido un solo esc 駸 dalo desde el tiempo de la reina Isabel; de modo que, en cuanto acaban de cenar, se quedan dormidos. Tenga usted cuidado de no sentarse junto a ninguno de los dos. Si 駸 tese usted aqu conmigo, y entret 駸 game. Dorian murmurun gracioso cumplido y pasela mirada por el sal駸. S la reuni駸 se presentaba aburrida. Dos de los invitados le eran desconocidos, y el resto consist 駸 en: Ernest Harrowden, una de esas median 駸 s entre dos edades, tan comunes en los clubs londinenses, que no tienen enemigos, pero que son sinceramente detestados por sus amigos; Lady Ruxton, mujer muy emperifollada, frisando en los cuarenta y siete, con nariz de loro, que continuamente estaba tratando de comprometerse, pero que era tan irremediablemente fea que, con gran desesperaci駸 suya, nadie quer 駸 nunca creer nada contra ella; Mrs. Erlynne, una activ 駸 ima insignificancia, con un delicioso ceceo y cabellos rojo veneciano; Lady Alice Chapman, hija de la due de la casa, muchacha desalida e insulsa, con una de esas caracter 駸 ticas fisonom 駸 s brit 駸 icas, que, una vez vistas, no se recuerdan jam 駸, y su marido, un ser de carrillos colorados, y patillas blancas, que, como tantos de su especie, se figuran que una excesiva jovialidad puede compensar una carencia absoluta de ideas. Sent 駸 casi haber venido cuando Lady Narborough, echando una mirada al gran reloj de bronce dorado que sobre la chimenea vestida de malva exhib 駸 sus curvas aparatosas, exclam - 駸Qumalvado ese Henry Wotton en retrasarse de este modo! Le avisesta ma na, por si acaso, y me prometivenir sin falta. Fue para Dorian un consuelo saber que Harry iba a venir, y apenas se abrila puerta y oysu voz queda y musical prestando su encanto a una insincera lisonja, disip駸e su tedio. Pero en la mesa apenas comibocado. Plato tras plato pasaron sin que 駸 los probase. Lady Narborough no cesde quejarse de lo que ella llamaba "un insulto a ese pobre Adolfo, que hab 駸 compuesto el menexclusivamente para 駸", y de cuando en cuando Lord Henry clavaba los ojos en 駸, sorprendido de su silencio y de su aire abstra 駸 o. El mayordomo llenaba con frecuencia su copa de champagne. El beb 駸 駸 idamente, y su sed parec 駸 ir en aumento. -Dorian -dijo al fin Lord Henry, cuando sirvieron el chaudfroid -, 駸 qué te ocurre esta noche? No pareces t -Debe estar enamorado -gritLady Narborough -, y teme dec 駸 melo, por medio a que me sienta celosa. Y tiene raz駸 que le sobra. Seguramente me sentir 駸. -Querida Lady Narborough -murmurDorian, sonriendo -, hace toda una semana que no me he enamorado. S desde que madame de Ferrol se fue de Londres. - 駸C駸o podr 駸 los hombres enamorarse de semejante mujer! exclamla anciana se駸ra -. Realmente no lo comprendo. -Simplemente porque madame de Ferrol le recuerda a usted aquellos tiempos en que era usted una ni, Lady Narborough -dijo Lord Henry -. Es el 駸 ico lazo de uni駸 entre nosotros y los vestiditos cortos de usted. -Madame de Ferrol no me recuerda ni poco ni mucho mis vesti- ditos cortos, Lord Henry. Pero yo la recuerdo en cambio a ella perfectamente cuando estaba en Viena, hace ya treinta a駸s, y los escotes que llevaba. -Y que sigue llevando -replic 駸, cogiendo una aceituna con sus dedos afilados -. Cuando va bien vestida parece una edici駸 de lujo de una mala novela francesa. Realmente, es maravillosa, y llena de sorpresas. Su capacidad de amor familiar es extraordinaria. Cuando murisu tercer marido, sus cabellos se volvieron completamente rubios de dolor. - 駸Harry! -exclamDorian. - 駸Es una explicaci駸 rom 駸 tica! -dijo riendo Lady Narborough -. 駸Pero su tercer marido, Lord Henry! - 駸 Eso quiere decir que Ferrol es el cuarto? -Exactamente, Lady Narborough. -No puedo creerlo. -Bueno, preg 駸 teselo usted a Mr. Gray, que es uno de sus amigos m 駸 駸 timos. - 駸 Es cierto, Mr. Gray? -Asme lo ha asegurado ella, Lady Narborough -contestDorian -. Yo le preguntsi, como Margarita de Navarra, conservaba sus corazones embalsamados y los llevaba colgados de la cintura, y me dijo que no, puesto que ninguno de los tres lo ten 駸. - 駸Cuatro maridos! 駸Palabra, es trop de z 駸 e! - Trop d'audace , le dije yo -a diDorian. - 駸Qh!, ella tiene audacia para eso y para mucho m 駸. Y 駸 c駸o es Ferrol? No le conozco. -Los maridos de las mujeres tan bonitas pertenecen a las clases criminales -dijo Lord Henry, bebiendo a sorbitos su copa de vino. Lady Narborough le dio un golpecito con su abanico. -No me extra , Lord Henry, que el mundo diga que es usted muy malo. -Pero, 駸 qumundo dice eso? -preguntLord Henry, levantando las cejas -. Debe ser el mundo pr駸imo. FI actual y yo estamos en la mejor armon 駸. -Todas las personas que conozco dicen que es usted muy malo exclamla anciana se駸ra, meneando la cabeza. Lord Henry pareciponerse serio un momento. -Es verdaderamente monstruosa -dijo al fin- la manera que tiene hoy la gente de conducirse, diciendo, a espaldas de uno, cosas que son absolutamente exactas. - 駸Es incorregible! -exclamDorian, recost 駸 dose en la silla. -Esper 駸 oslo as-dijo la ducha de la casa, riendo -. Pero, realmente, si todos ustedes adoran tan absurdamente a esa madame de Ferrol, no voy a tener m 駸 remedio, para estar a la moda, que casarme otra vez. -Usted no puede volver a casarse, Lady Narborough -interrumpiLord Henry -. Fue usted demasiado feliz. Cuando una mujer se vuelve a casar es porque aborrec 駸 a su primer marido. Cuando un hombre se vuelve a casar es porque adoraba a su primera mujer. Las mujeres prueban su suerte; los hombres arriesgan la suya. -Narborough no fue perfecto -gritla anciana se駸ra. -Si lo hubiese sido no le habr 駸 usted querido tanto, amiga m 駸 replicLord Henry -. Las mujeres nos aman por nuestros defectos. Si tuvi 駸 emos bastantes nos lo perdonar 駸 n todo, hasta nuestra inteligencia. Temo que, despu 駸 de esto, no vuelva usted a invitarme a comer, Lady Narborough; pero es la pura verdad. -Naturalmente que es verdad, Lord Henry. Si las mujeres no les am 駸 emos a ustedes por sus defectos, 駸 d駸de estar 駸 n todos ustedes? No habr 駸 hombre que se casase. Ser 駸 n ustedes una colecci駸 de desdichados solteros. Claro que esto no influir 駸 en ustedes gran cosa. Hoy todos los hombres casadas Viven como solteros, y todos los solteros como casados. - Fin de si 駸 le-murmurLord Henry. - Fin du globe -repuso Lady Narborough. - 駸Ojalfuera el fin du globe! -dijo Dorian, suspirando -. La vida es una gran desilusi駸. - 駸Por favor, Mr. Gray -exclamLady Narborough, poni 駸 dose los guantes -, no vaya usted a decirme que ha agotado la vida! Cuando un hombre dice eso ya se sabe que es la vida la que le ha agotado a 駸. Lord Henry es muy malo, y yo siento a veces no haberlo sido tambi 駸; pero usted ha nacido para ser bueno... 駸es usted tan guapo! Ya le buscaryo a usted una mujer bonita. 駸 No le parece a usted, Lord Henry, que Mr. Gray deber 駸 casarse? -Es lo que yo siempre le estoy diciendo -contestLord Henry, inclin 駸 dose. -Bueno, pues ya le buscaremos un buen partido. Esta noche me dedicara estudiar el Debrett , y haruna lista de todas las muchachas elegibles. - 駸 Con menci駸 de sus edades, Lady Narborough? -preguntDorian. -Naturalmente que s con sus edades, escritas a vuela pluma. Pero no hay que precipitarse demasiado. Quiero que sea lo que The Morning Post llama una alianza adecuada, y deseo que ambos sean ustedes muy felices. - 駸Cu 駸 tas tonter 駸 s se dicen sobre los matrimonios felices! -exclamó Lord Henry -. Cualquier hombre puede ser feliz con una mujer, mientras no se enamore de ella. - 駸Ay, es usted un c 駸 ico tremendo! -dijo la anciana se駸ra, echando hacia atr 駸 su silla, y haciendo una sel con la cabeza a Lady Ruxton -. Vuelva usted pronto a comer conmigo. Es usted un t駸ico maravilloso; mucho mejor que el que Sir Andrew me ha recetado. Pero h 駸 ame usted una nota de invitados, de personas del agrado de usted. Quiero que la reuni駸 sea perfecta. - 駸Oh!, a mme agradan los hombres que tienen un futuro y las mujeres que tienen un pasado -contestLord Henry -. 駸 O cree usted que predominar 駸 n demasiado has mujeres? -Lo temo -dijo ella riendo y poni 駸 dose en pie -. Mil perdones, mi querida Lady Ruxton -a di-. No advertque a 駸 no hab 駸 terminado usted su cigarrillo. -No se preocupe usted Lady Narborough. Ya, sin eso, fumo demasiado. No voy a tener m 駸 remedio que limitarme en lo futuro. -No haga usted semejante cosa, Lady Ruxton -dijo Lord Henry -. La moderaci駸 es una cesa fatal. Bastante, es tan malo como una comida. M 駸 que bastante, es tan bueno como un fest 駸. Lady Ruxton le mircon curiosidad. -Venga usted a casa una tarde a explicarme eso, Lord Henry. La teor 駸 parece seductora -susurr saliendo del comedor. -Ahora, mucho ojo con tardar demasiado hablando de pol 駸 ica y de esc 駸 dalos -gritLady Narborough desde la puerta -. 駸Qure駸mos, si no! Los hombres se echaron a re 駸, y Mr. Chapman se levantó solemnemente del extremo de la mesa para venir a sentarse en la cabecera. Dorian Gray tambi 駸 cambide sitio y fue a colocarse al lado de Lord Henry. Mr. Chapman empeza hablar en voz muy sonora de la situaci駸 en la C 駸 ara de los Comunes, ri 駸 dose a carcajadas de sus adversarios. La palabras doctrinario -palabra pre da de terrores para el esp 駸 itu brit 駸 ico- reaparec 駸 de cuando en cuando entre sus explosiones. Un prefijo reiterado serv 駸 de adorno oratorio. Izaba el Union Jack sobre las cumbres del pensamiento. La estupidez hereditaria de la raza -que 駸 jovialmente llamaba el profundo sentido com 駸 de los ingleses- era mostrada como el verdadero baluarte de la sociedad. Por los labios de Lord Henry pasuna sonrisa, y volvi 駸 dose mira Dorian. - 駸 Te sientes mejor, querido? -pregunt-. Me pareci durante la cena, que no te encontrabas bien. -Pues me encuentro perfectamente, Harry. Un poco cansado, si acaso. -Anoche estuviste delicioso. La duquesita se quedfascinada. Me dijo que ir 駸 a Selby. -S me prometivenir hacia el veinte. - 駸 Irtambi 駸 Monmouth? - 駸Naturalmente, Harry! -Me aburre de un modo horrible el tal Monmouth; casi tanto como a la duquesa. Esta es muy inteligente, demasiado inteligente para una mujer. Carece de ese encanto indefinible que tienen los d 駸 iles. 駸Ah!, los pies de arcilla es lo que hace tan precioso el oro de la estatua. Los pies de ella son lind 駸 imos, no cabe duda; pero no son de arcilla. Pies de porcelana blanca, si quieres. Han pasado a trav 駸 de las llamas, y lo que el fuego no destruye, lo endurece. 駸Ah!, lo que es experiencia no le falta. - 駸 Desde cu 駸 do estcasada? -preguntDorian. -Ella me ha dicho que desde hace una eternidad. Seg 駸 el Perage, desde hace diez a駸s. Pero diez a駸s con Monmouth deben haber sido como la eternidad; sin contar el tiempo. 駸 Qui 駸 m 駸 ir - 駸Oh!, los de costumbre: los Willoughby, Lord Rugby y su mujer, Lady Narborough, Geoffrey Clouston... Tambi 駸 he invitado a Lord Grotrian. -Este me agrada -dijo Lord Henry -. A mucha gente no le es simp 駸 ico; pero yo lo encuentro encantador. Su educaci駸 siempre perfecta excusa su toilett a veces rebuscada. Es un tipo absolutamente moderno. -No ssi podrvenir, Harry. Es muy posible que tenga que acompa r a su padre a Montecarlo. - 駸Los parientes siempre inoportunos! Procura que venga. Y a prop駸ito, Dorian, 駸 porqute fuiste anoche tan temprano? A 駸 no eran las once. 駸 Quhiciste despu 駸? 駸 Te fuiste a tu casa enseguida? Dorian frunciel ce駸, y parecititubear un momento. -No, Harry -dijo al fin -; no volva casa hasta eso de las tres. - 駸 Estuviste en el club? -S-contestDorian. Enseguida, mordi 駸 dose los labios, se apresura a dir -: Es decir, no. No estuve en el club. Estuve paseando. No recuerdo a punto fijo lo que hice... 駸Qucurioso eres, Harry! 駸Cu 駸 to te gusta enterarte de lo que uno hace! Yo, en cambio, dar 駸 cualquier cosa por olvidar lo que hago... Volva casa a las dos y media, si te interesa saber la hora exacta. Me hab 駸 olvidado el llav 駸, y tuvo que abrirme el criado. Si necesitas prueba de ello, puedes pregunt 駸 selo. Lord Henry se encogide hombros. - 駸Como si a mme importase eso algo, querido! Subamos al sal駸... No, gracias, Mr. Chapman, no quiero jerez... Algo te ha ocurrido a ti, Dorian. Cu 駸 tamelo. Esta noche, no est 駸 en caja. -No te preocupes por m Harry. Me siento un poco nervioso, irritable; eso es todo. Mana o pasado irpor tu casa. Ahora, desp 駸 eme de Lady Narborough y pres 駸 tale mis excusas. Me molesta subir. Prefiero irme a casa. S debo irme a la cama. -Como quieras, Dorian. Espero que mana te veren el t Ya sabes que irla duquesa. -Procurarno faltar, Harry -contestDorian Gray, saliendo de la habitaci駸. Volviendo hacia su casa, en el coche, sintique el terror, que cre 駸 estrangulado, se hab 駸 apoderado de 駸 nuevamente. La pregunta casual de Lord Henry le hab 駸 hecho perder un momento su sangre fr 駸, y 駸 necesitaba conservar muy tranquilos sus nervios. Hab 駸 algunos objetos peligrosos que destruir. Sintiun calofr 駸, s駸o a la idea de tocarlos. Sin embargo, no hab 駸 m 駸 remedio. Comprendi 駸 dolo as en cuanto hubo cerrado la puerta de la biblioteca abriel armario secreto en que guardara el malet 駸 y el abrigo de Basil Hallward. En la chimenea ard 駸 un gran fuego. Echen 駸 otro le駸. El olor del cuero quemado y de las telas ardiendo era horrible. Tres cuartos de hora tarden consumirse todo. Al final, se sent 駸 mareado y desfallecido, y tuvo que quemar, en un afiligranado braserillo de cobre, unas cuantas pastillas de Argel, y que refrescarse las manos y la frente con un vinagre almizclado. De pronto, se estremeci Sus ojos brillaron extra mente, y sus dientes mordiscaron nerviosamente el labio inferior. Entre dos de las ventanas hab 駸 un ancho escritorio florentino de 駸 ano, con incrustaciones de marfil y lapisl 駸 uli. En 駸 ten 駸 Dorian fijos los ojos, como si le fascinase y espantara, como si encerrase algo que a la vez deseara y temiese. Su respiraci駸 se hizo m 駸 precipitada. Un loco anhelo se apoderde 駸. Encendiun cigarrillo, que arrojenseguida. Sus p 駸 pados fueron cerr 駸 dose, hasta que los largos flecos de sus pesta s tocaron casi las mejillas. Pero sus ojos continuaban clavados en el escritorio. Al fin, se levantdel sofen que estaba echado, dirigi駸e hacia 駸 y, despu 駸 de abrirlo, tocun oculto resorte. Un cajoncito triangular salilentamente. Sus dedos se hundieron instintivamente en 駸 y apresaron algo. Era una cajita china, de laca negra espolvoreada de oro, sutilmente trabajada, con un dibujo de olas en los costados, y cuentas de cristal y borlas de hilos met 駸 icos colgando de los cordones de seda. La abri Dentro hab 駸 una pasta verde con aspecto de cera y un olor penetrante. Vacilunos momentos, con una extra sonrisa de 駸 tasis en los labios. Luego, estremeci 駸 dose, a pesar de que la atm駸fera del cuarto estaba terriblemente recalentada, se desperezy mirla hora. Faltaban veinte minutos para las doce. Volvia dejar la cajita en su sitio, cerrel escritorio y pasa su alcoba. La medianoche hac 駸 sonar sus doce campanadas de bronce en el aire fosco, cuando Dorian Gray, vestido pobremente, con una bufanda enrollada al cuello, solfa sigilosamente de su casa. En la calle de Bond encontrun hansom con un buen caballo. Lo llam y en voz baja dio una direcci駸 al cochero. Este sacudila cabeza, refunfundo: -Es demasiado lejos para m -Aqutienes una libra esterlina -dijo Dorian -, y si vas deprisa tendr 駸 otra. -Puede estar seguro el se駸r de que dentro de una hora estarall Y embolsando la propina hizo dar media vuelta al caballo, que arrancó a paso largo en direcci駸 al r 駸. CAPITULO XVI Una lluvia fr 駸 comenzaba a caer, y los reverberos empados brillaban mortecinamente entre la niebla. Los caf 駸 iban cerr 駸 dose, y a sus puertas se juntaban grupos confusos de hombres y mujeres. De algunas tabernas llegaba el eco de innobles risotadas. En otras vociferaban y gritaban los borrachos. Reclinado dentro del hansom , con el sombrero calado hasta las cejas, Dorian Gray miraba con ojos indiferentes la vergenza s駸dida de la gran ciudad, repiti 駸 dose de cuando en cuando a smismo las palabras que le dijera Lord Henry el primer d 駸 que hablcon 駸: "Curar el alma por medio de los sentidos, y los sentidos por medio del alma". S 駸 e era el secreto. M 駸 de una vez lo hab 駸 ensayado, y ahora lo ensayar 駸 de nuevo. Hab 駸 fumaderos de opio donde se pod 駸 comprar el olvido; antros de horror, donde la memoria de los pecados pret 駸 itos pod 駸 ser anulada por la locura de los pecados presentes. La luna pend 駸 muy baja en el horizonte, como una amarilla calavera. De cuando en cuando, una vasta nube informe extend 駸 un brazo y la ocultaba. Los mecheros de gas se hac 駸 n cada vez m 駸 escasos, y las calles cada vez m 駸 estrechas y oscuras. El cochero se perdien aquel d 駸 alo y tuvo que retroceder media milla para encontrar el camino. Del caballo, chapoteando en los charcos, se elevaba una especie de vaho. Los cristales laterales del hansom parec 駸 n forrados de huata gris por la bruma. "Curar el alma por medio de los sentidos, y los sentidos por medio del alma..." 駸C駸o sonaban aquellas palabras en sus o 駸 os! S su alma se sent 駸 mortalmente enferma. 駸 Ser 駸 verdad que los sentidos pod 駸 n curarla? El hab 駸 derramado sangre inocente. 駸 C駸o expiar aquello? 駸Ay!, para aquello no hab 駸 expiaci駸 alguna; pero, aunque el perd駸 fuera impasible, a 駸 era posible el olvido, y 駸 estaba resuelto a olvidar, a abolir aquello, a aplastarlo como se aplasta la v 駸 ora que nos ha mordido. Realmente, 駸 quderecho ten 駸 Basil a hablarle del modo que lo hizo? Le hab 駸 dicho cosas atroces, abominables, que no pod 駸 n tolerarse. El coche avanzaba, cada vez m 駸 despacio. Por lo menos, tal le parec 駸. Abrila trampilla y grital cochero que fuese m 駸 deprisa. Una terrible necesidad de opio empeza remorderle. Le ard 駸 la garganta, y sus manos delicadas se crispaban nerviosamente. Como un loco se puso a golpear al caballo con su bast駸. El cochero se echa re 駸, y fustigal animal. El, entonces, ricontestando, y el hombre call El camino parec 駸 interminable, y las calles como la tela negra de una ara invisible. La monoton 駸 se hac 駸 insoportable, y sintimiedo al ver espesarse la niebla. Luego pasaron junto a unos tejares desiertos. La bruma era allmenos densa, y dejaba ver los extra駸s hornos en forma de botella con sus lenguas de fuego naranja en abanico. Un perro ladral paso de ellos, y lejos, en la oscuridad, chilluna gaviota errante. El caballo tropezó en un releje, se desvia un lado bruscamente y salid luego al galope. Al cabo de poco tiempo salieron del camino arcilloso y volvieron a rodar estrepitosamente sobre una calle mal empedrada. La mayor 駸 de las ventanas estaban a oscuras; pero de cuando en cuando se proyectaban sobre algunas persianas iluminadas siluetas de sombras fant 駸 ticas. El las miraba con curiosidad. Mov 駸 nse cual fantoches grotescos, y accionaban como seres vivos. Los detestcon toda su alma. Una rabia sorda habla invadido su coraz駸. AI volver una esquina, una mujer les gritalgo desde el umbral de una puerta, y dos hombres echaron a correr detr 駸 del hansom cerca de doscientas yardas. El cochero les azotcon la fusta. Dicen que las pasiones nos hacen pensar en c 駸 culo. Y la verdad es que los labios mordidos de Dorian, una y otra vez repet 駸 n, con horrible insistencia, aquellas palabras especiosas sobre el alma y los sentidos, hasta haber encontrado en ellas la expresi駸 absoluta, por decirlo as de su estado de esp 駸 itu, y justificado, con su asentimiento intelectual, pasiones que, sin esa justificaci駸, le habr 駸 n dominado lo mismo. De c 駸 ula en c 駸 ula se arrastraba en su cerebro un solo pensamiento; y un fren 駸 ico deseo de vivir, el m 駸 terrible de todos los apetitos humanos, avivaba y encend 駸 cada nervio y cada fibra de su ser. La fealdad que anta駸 aborreciera, por prestar realidad alas cosas, le era ahora preciosa por la misma raz駸. La fealdad era lo 駸 ico real. Las disputas y pendencias groseras, los burdeles infectos, la cruda violencia de una vida de desorden, la misma vileza del ladr駸 y el proscrito, eran m 駸 vivas, en su intensa actualidad de impresi駸, que todas las formas graciosas del arte y las sombras de ensue駸 de la poes 駸. Eran lo que 駸 necesitaba para olvidar. En tres d 駸 s se ver 駸 libre. De pronto, con un brusco tir駸 de riendas, parel coche a la entrada de un sombr 駸 callej駸. Por encima de los tejados y de las chimeneas asomaban los m 駸 tiles negros de los barcos. Espirales de neblina se adher 駸 n, como velas espectrales, a las vergas. - 駸 Es por aqu verdad? -preguntcon voz ronca el cochero a trav 駸 de la trampilla. Dorian despertsobresaltado de su abstracci駸 y miren torno suyo. -S aques -contest bajando apresuradamente del coche. Y despu 駸 de pagar lo ofrecido al cochero, encamin駸e r 駸 idamente hacia el muelle. De trecho en trecho brillaba una linterna en la popa de alg 駸 enorme nav 駸 mercante. La luz se quebraba y desmenuzaba en las aguas. A bordo de un trasatl 駸 tico, de escala hacia un puerto extranjero, que estaba carboneando, velase un resplandor rojo. El pavimento, resbaladizo, parec 駸 un mojado capote. Apretando el paso torcihacia la izquierda, mirando atr 駸, de cuando en cuando, para ver si le segu 駸 n. Al cabo de siete u ocho minutos llegfrente a una casucha, de aspecto s駸dido, enclavada entre dos f 駸 ricas miserables. En una de las ventanas superiores brillaba una l 駸 para. Se detuvo y llama la puerta de un modo especial. Al poco tiempo oypasos en el portal y desenganchar la cadena. La puerta se abrinuevamente, y Dorian entrsin decir palabra a la vaga figura inclinada que pareciincorporarse a la sombra para dejarle paso. Al extremo del aposento colgaba una cortina verde en jirones, que el viento que hab 駸 entrado con 駸 de la calle mov 駸 y agitaba. La aparta un lado y entren una habitaci駸, baja de techo y muy larga, que parec 駸 haber sido en otro tiempo un sal駸 de baile de tercer orden. Todo alrededor ard 駸 n numerosos mecheros de gas, con una luz resplandeciente, que apagaban y deformaban los espejos, sucios de moscas, que ten 駸 n enfrente. Los mugrientos reflectores de esta駸 acanalado semejaban discos rutilantes de luz. El piso estaba cubierto de un aserr 駸 ocre, salpicado en muchos sitios de barro y con manchones oscuros de licores derramados. Unos cuantos malayos, en cuclillas junto a un hornillo encendido de carb駸 vegetal, jugaban con fichas de hueso, ensendo al hablar los dientes blancos. En un rinc駸, sobre una mesa, con la cabeza escondida entre los brazos, yac 駸 un marinero, y delante del mostrador, b 駸 baramente pintado, que ocupaba todo un lado, estaban dos mujeres demacradas haciendo burla de un viejo que cepillaba las mangas de su gab 駸 con expresi駸 de repugnancia. -Cree que estlleno de hormigas rojas -exclamuna de ellas, riendo, al pasar Dorian. El viejo la miraterrado, y se puso a lloriquear. Al extremo de la habitaci駸 hab 駸 una escalera que conduc 駸 a otro cuarto en penumbra. Subiendo los tres pelda駸s desvencijados, llegó hasta 駸 el olor pesado del opio. Respirprofundamente, y las aletas de su nariz palpitaron de placer. Al entrar, un joven de finos cabellos rubios, que estaba inclinado sobre una l 駸 para encendiendo una pipa larga y delgada, levanthacia 駸 los ojos, y despu 駸 de titubear un instante, le hizo una leve inclinaci駸 de cabeza. - 駸 Taqu Adrian? -murmurDorian. - 駸 Y d駸de iba a estar? -contestel mozo con indiferencia -. Nadie quiere tratarme ya... -Creque te hab 駸 s marchado de Inglaterra. -Darlington no quiere hacer nada... Mi hermano al fin aceptel pagar.. Jorge tampoco me dirige la palabra... Me tiene sin cuidadoa dicon un suspiro -. Teniendo esta droga, no hacen falta amigos. Demasiados amigos he tenido... Dorian dio un paso atr 駸 y mira su alrededor aquellos seres grotescos que yac 駸 n sobre las sucias colchonetas. Los miembros retorcidos, los labios ca 駸 os, los ojos fijos y opacos, le fascinaban. El sab 駸 en quextra駸s para 駸 os estaban padeciendo, y qutenebrosos infiernos les ense ban el secreto de alg 駸 nuevo goce. Todos ellos eran m 駸 dichosos que 駸. El estaba aprisionado en su pensamiento. La memoria, como una horrible enfermedad, le iba carcomiendo el alma. A veces le parec 駸 ver los ojos de Basil Hallward mir 駸 dole. Sin embargo, comprend 駸 que no pod 駸 quedarse all La presencia de Adrian Singleton le turbaba. Deseaba estar donde nadie supiese qui 駸 era. Deseaba escapar de smismo. -Me voy a otro sitio -dijo al fin, despu 駸 de un silencio. - 駸 Al del muelle? -S -Alldebe estar esa loca. Aquno la quieren ya. Dorian se encogide hombros. -Estoy cansado de las mujeres que le aman a uno. Las mujeres que nos odian son mucho m 駸 interesantes. Adem 駸, el opio es mejor. -Igual. -Pues me gusta m 駸. Ven a beber lo que quieras. Tengo sed. -No me apetece nada -murmurel mero. -No importa. Adrian Singleton se levantcon trabajo, y siguia Dorian hasta el mostrador. Un mulato, con un gab 駸 ra 駸 o y un turbante hecho harapos, les saludcon una mueca innoble, y colocante ellos una botella de aguardiente y dos vasos. Las mujeres se acercaron y se pusieron a hablar. Dorian les volvila espalda, y dijo algo en voz baja a Adrian Singleton. Una sonrisa aviesa como un cris malayo, contrajo el rostro de una de las mujeres. - 駸Quorgullosos nos sentimos esta noche, amigos! -exclamen tono burl駸. - 駸Ten la bondad de no dirigirme la palabra! -gritDorian, dando una patada en tierra -. 駸 Ques lo que quieres? 駸 Dinero? Ahva. Pero no vuelvas a hablarme. Dos chispas rojas centellearon por un momento en los ojos mortecinos de la mujer; pero enseguida se apagaron, dej 駸 dolos tan helados y opacos como antes. Inclinla cabeza, y recogidel mostrador las monedas con dedos 駸 idas. Su compa駸ra la mircon envidia. -Es in 駸 il -suspirAdrian Singleton -. No tengo inter 駸 en desandar lo andado. 駸 Para qu Aqume siento completamente feliz. - 駸 Me escribir 駸, si necesitas algo? -preguntDorian, despu 駸 de una pausa. -Acaso. -Buenas noches, pues. -Buenas noches -contestel joven, subiendo la escalerilla y sec 駸 dose los labios con el pa駸elo. Dorian se dirigihacia la puerta con una expresi駸 dolorida. Ya levantaba, para salir, la cortina, cuando una risa soez brotde los labios pintados de la mujer que hab 駸 cogido el dinero. - 駸Ahva el contrato del diablo! -aullcon voz ronca. - 駸Maldita! contest 駸 -. 駸No me llames as - 駸Bueno; te llamaremos entonces el Pr 駸 cipe! 駸 No es ascomo te gusta que te llamen? -chilló ella, chasqueando los dedos. El adormilado marinero se puso en pie de un salto al o 駸 la, y miró salvajemente a su alrededor. A sus o 駸 os llegel ruido de la puerta de la calle al cerrarse. Sin vacilar, se precipitcorriendo hacia ella. Dorian Gray caminaba deprisa, a lo largo del muelle, a trav 駸 de la llovizna. Su encuentro con Adrian Singleton le hab 駸 singularmente conmovido, y empezaba a preguntarse si realmente la ruina de aquella vida podr 駸 cargarse en su cuenta, como Basil Hallward le dijera de un modo tan insultante. Mordi駸e los labios, y por un momento se entristecieron sus ojos. Pero, despu 駸 de todo, 駸 qupod 駸 importarle aquello? La vida es demasiado corta para cargar ubre nuestros hombros los errores ajenos. Cada hombre vive su propia vida, y paga su precio por vivirla. La l 駸 tima es tener que pagar tan a menudo por una sola falta. Una y otra vez, y siempre, nos vemos obligadas a pagar. En sus tratos con el hombre, el Destino jam 駸 cierra sus cuentas. Hay momentos, nos dicen los psic駸ogos, cuando la pasi駸 del vicio -o lo que el mundo llama vicio- domina de tal modo nuestra naturaleza, en que cada fibra del cuerpo, como cada c 駸 ula del cerebro, parecen animarse con terribles impulsas. Hombres y mujeres, en esos momentos, pierden la libertad de su albedr 駸. Caminan como aut駸atas hacia su horrible fin. Les es arrebatada toda facultad de elecci駸, y la conciencia misma queda muerta, o, si vive, es s駸o para dar su atractivo a la rebeld 駸, y a la desobediencia su encanto. Pues todos los pecados, como no se cansan de recordarnos los te駸ogos, son pecados de desobediencia. Cuando aquel esp 駸 itu soberbio, aquella estrella matutina del mal caydel ciclo, caypor rebelde. Endurecido, concentrado en el mal, con el esp 駸 itu impuro y el alma sedienta de rebeli駸, Dorian Gray caminaba, apretando cada vez m 駸 el paso, cuando al entrar en un sombr 駸 pasaje cubierto, que a menudo le hab 駸 servido de atajo para ir hacia aquel tugurio, se sintió bruscamente cogido por detr 駸, y antes de que pudiera defenderse se ve 駸 lanzado contra el muro, y una mano brutal le apretaba la garganta. Dorian Gray luchdesesperadamente por su vida, y con un terrible esfuerzo consiguizafarse de aquellas dedos que le ahogaban. Inmcdiatamente oyel ruido que hace el gatillo de un rev駸ver al montarse, y vio el destello de un ca駸n bru駸do apuntando a su cabeza, y la forma oscura de un hombre bajito y fornido frente a 駸. - 駸 Ququiere usted? -balbuce - 駸Quieto! -ordenel hombre -. 駸Como te muevas, te mato! -Usted estloco. 駸 Qule he hecho yo a usted? -Tdestruiste la vida de Sibyl Vane -fue la respuesta -, y Sibyl Vane era mi hermana. Sibyl se suicid Lo s Su muerte es obra tuya. Jurmatarte, en castigo, si alg 駸 d 駸 te encontraba. Llevo a駸s busc 駸 dote. Pero no ten 駸 el menor indicio, la menor huella. Las dos personas que te conoc 駸 n de vista hab 駸 n muerto. Yo no sab 駸 de ti m 駸 que el nombre con que ella acostumbraba a llamarte: 駸el Pr 駸 cipe ! Por casualidad lo he o 駸 o pronunciar esta noche. Ponte bien con Dios, que te juro que vas a morir esta noche. Dorian Gray estuvo a punto de desmayarse de miedo. -Yo no he conocido a esa mujer que usted dice -tartamude-. En mi vida ohablar de ella. Usted estloco. -M 駸 te valdr 駸 confesar tu crimen; pues tan cierto como me llamo James Vane que vas a morir. El momento era terrible. Dorian no sab 駸 quhacer ni qudecir. - 駸De rodillas! -gru駸 aquel hombre -. Un minuto te doy para que reces; ni uno m 駸. Me embarco esta noche para la India, y antes tengo que dejar saldada esta cuenta. 駸Un minuto! 駸Ni uno m 駸! Los brazos de Dorian cayeron inertes. Paralizado de terror, no se le ocurr 駸 nada. De pronto, una insensata esperanza fulguren su esp 駸 itu. - 駸Un momento! -grit-. 駸 Cu 駸 to tiempo hace que murisu hermana? 駸Pronto! -Dieciocho a駸s -repuso el hombre -. 駸 Por qume lo preguntas? 駸 Qutienen que ver los a駸s? - 駸Dieciocho a駸s! -exclamDorian con una risa de triunfo- 駸Dieciocho a駸s! Vamos hasta un farol, y vea usted mi cara. James Vane vacilun instante, sin comprender ququer 駸 decir aquello. AI fin, cogia Dorian Gray y lo arrastrfuera del pasadizo. A pesar de lo d 駸 il y oscilante, la luz del reverbero, que el viento azotaba, le sirvial marinero para mostrarle el terrible error (tal le pareci al menos) que hab 駸 cometido, pues el rostro de aquel hombre que estuviera a punto de matar, conservaba toda la frescura de la adolescencia, toda la pureza inmaculada de la juventud. Parec 駸 un mancebo de poco m 駸 de veinte abriles, apenas mayor que deb 駸 ser su hermana cuando se separde ella hac 駸 tantos a駸s. Era evidente que aqu 駸 no pod 駸 ser el hombre que 駸 buscaba. Le solt y retroceditambale 駸 dose. - 駸Santo Dios! 駸Santo D 駸 s! -exclam-. 駸Y pensar que he estado a punto de matarle! Dorian Gray respir -S ha estado usted a punto de cometer un crimen espantoso, amigo m 駸 -dijo, mir 駸 dole con severidad -. Que esto le sirva de advertencia para no tratar de tomarse por smismo la venganza. -Perd駸, perd駸, caballero -balbuceJames Vane -. Me han enga do. Una palabra que opor casualidad en esa maldita taberna, me lanzsobre esta pista falsa. -Har 駸 usted bien en irse a su casa y en guardar ese rev駸ver, que podr 駸 traerle a usted alg 駸 disgusto -dijo Dorian, dando media vuelta y alej 駸 dose despacio. James Vane se quedaterrado, en medio de la calle. Un temblor convulsivo le sacud 駸 de pies a cabeza. Al cabo de un breve rato, una sombra negra, que hab 駸 venido arrastr 駸 dose pegada a la pared, avanzhacia la luz y se acerca 駸 a paso de lobo. De pronto, James Vane sintiuna mano que se posaba en su brazo, y volvi駸e sobresaltado. Era una de las mujeres que estaban antes bebiendo en la taberna. - 駸 Por quno lo mataste? -silbella entre dientes, acercando su cara desencajada ala de 駸 -. Comprendque le segu 駸 s cuando saliste corriendo. 駸Idiota! Deber 駸 s haberle matado. Es rico, y m 駸 malo que la ti . -No es el hombre que yo buscaba -replic 駸 -, y no necesito el dinero de nadie. 駸La vida de un hombre es lo que necesito! Pero el hombre que yo busco debe andar cerca de los cuarenta, y 駸 te casi es un ni駸. A Dios gracias, no he llegado a mancharme las manos con su sangre. La mujer riamargamente. - 駸Casi un ni駸! -exclamcon una risita sard駸ica -. 駸S s 駸Pronto hardieciocho a駸s que el Pr 駸 cipe me convirtien lo que soy ahora! - 駸Mientes! -rugiJames Vane. Ella levanthacia el ciclo las manos, y grit - 駸Juro ante Dios que digo la verdad! - 駸 Ante Dios? - 駸Que me deje muda si miento! 駸Es el m 駸 infame de los seres que vienen aqu 駸Dicen que ha hecho un pacto con el diablo para conservar su hermosura! Pronto hardieciocho a駸s que le conoc y estcasi lo mismo que entonces. 駸En cambio, yo!... -a dicon una mirada de tristeza. - 駸 Lo juras? -Lo juro -profirieron roncamente los labios sumidos de la mujer-. Pero no vayas a delatarme a 駸 -gimi-. Le tengo miedo... Dame algo para pasar la noche... James Vane se separde ella con una blasfemia, y echa correr hacia la esquina pr駸ima; pero ya Dorian Gray no estaba a la vista. Al volverse, vio que la mujer tambi 駸 hab 駸 desaparecido. CAPITULO XVII Una semana m 駸 tarde se hallaba sentado Dorian Gray en el invernadero de Selby Royal, hablando con la bell 駸 ima duquesa de Monmouth, que con su marido, un sesent駸 de aspecto cansado, formaba parte de sus invitados. Era la hora del t y la luz suave de la enorme l 駸 para velada de encajes que hab 駸 encima de la mesa iluminaba las porcelanas delicadas y la plata repujada del servicio, que presid 駸 la duquesa. Las blancas manos de 駸 ta se mov 駸 n graciosamente entre las tazas, y sus labios purpurinos sonre 駸 n a unas palabras que Dorian le hab 駸 susurrado al o 駸 o. Lord Hcnry yac 駸 recostado en un sill駸 de mimbre tapizado de seda, contempl 駸 doles atentamente. Sentada en un div 駸 color de alb 駸 chigo, Lady Narborough aparentaba escuchar la descripci駸 que le estaba haciendo el duque del 駸 timo escarabajo brasile駸 con que hab 駸 enriquecido su colecci駸. Tres j駸enes, vestidos de smoking y un tanto exagerados en su toilette , ofrec 駸 n las pastas a las se駸ras. La partida se compon 駸 de doce personas, y se esperaban algunas m 駸 para el d 駸 siguiente. - 駸 De quhablan ustedes? 駸 Puede saberse? -preguntLord Henry, acerc 駸 dose a la mesa y dejando en ella su taza -. Supongo que Dorian te habrdicho mi proyecto de rebautizarlo todo, Gladys. 駸 Verdad que es una idea admirable? -Pero yo no necesito que vuelvan a bautizarme, Harry -replicla duquesa, -mir 駸 dole con sus ojos maravillosos -. Estoy muy contenta con mi nombre, y me parece que Mr. Gray tampoco estdescontento del suyo. -Por nada del mundo querr 駸 yo, mi querida Gladys, cambiar el nombre de vosotros dos. Ambos son perfectos. No, yo pensaba sobre todo en las flores. Ayer cortuna orqu 駸 ea para mi ojal. Era una maravilla de flor, toda moteada, tan vistosa como los siete pecados capitales. En un momento de irreflexi駸 preguntsu nombre a uno de los jardineros, que me dijo que era un hermoso ejemplar de Robinsoniana , u otro horror por el estilo. Es una triste verdad; pero no cabe duda de que hemos perdido el don de dar nombres bellos alas cosas. Y los nombres son todo. Yo no discuto ni me irrito nunca por los hechos. Mi caballo de batalla son siempre las palabras. Por eso detesto en literatura el realismo vulgar. El hombre capaz de llamar azada a una azada deber 駸 verse condenado a usarla. Seguramente es lo 駸 ico para que sirve. -Y a ti, 駸 c駸o quieres que te llamemos, Harry? -preguntla duquesa. -Su nombre es: el pr 駸 cipe Paradoja -dijo Dorian. - 駸Imposible confundirle! -exclamella. - 駸No, no, de ning 駸 modo! -protestriendo y dej 駸 dose caer en un sill駸 Lord Henry -. 駸Nada de etiquetas! No hay quien se salve de una etiqueta. Rehuso el t 駸 ulo. - 駸Las Majestades no pueden abdicar! -advirtieron los labios purpurinos. - 駸 Quieres, entonces, que defienda mi trono? -S -Yo digo las verdades de mana. -Prefiero los errores de hoy -repuso ella. -Me desarmas, Gladys -exclam 駸, prosiguiendo el juego. -Del escudo, Harry; pero no de la lanza. -Yo no puedo justar contra la belleza -protest 駸 de nuevo, agit 駸 dolas manos. -Mal hecho, Harry, cr 駸 me. Colocas la belleza demasiado alta. - 駸 C駸o es posible que digas eso? Confieso que me parece preferible ser hermoso a ser bueno. Pero, por otra parte, nadie m 駸 dispuesto que yo a reconocer que es preferible ser bueno a ser feo. - 駸 Entonces la fealdad es uno de los siete pecados capitales? -exclamla duquesa -. 駸 A ququeda entonces reducida la comparaci駸 que hiciste de la orqu 駸 ea? -La fealdad es una de las siete virtudes mortales, Gladys. T como buena conservadora, no debes menospreciarlas. La cerveza, la Biblia y las siete virtudes mortales han hecho a nuestra Inglaterra lo que es. - 駸 De modo que no amas a tu pa 駸? -interrogella. -En 駸 vivo. -Para poder censurarlo mejor. - 駸 Querr 駸 s, entonces, verme compartir el veredicto que Europa ha dictado sobre 駸? - 駸 Qudicen de nosotros? -Que Tartufo ha emigrado a Inglaterra y ha puesto tienda en ella. - 駸 Es tuya la frase, Harry? -Te la regalo. -Gracias, no podr 駸 usarla. Es demasiado cierta. -No tengas miedo. Nuestros compatriotas nunca reconocen nada. -Son pr 駸 ticos. -M 駸 astutos que pr 駸 ticos. Cuando hacen su balance compensan la 駸estupidez con la riqueza y el vicio con la hipocres 駸. -Sin embargo, hemos hecho grandes cosas. -Esas grandes cosas nos las echaron encima, Gladys. -Pero llevamos su peso. -Hasta la Bolsa nada m 駸, amiga m 駸. Ella sacudila cabeza, y exclam -Yo creo en la raza. -Representa la supervivencia de los activos. Va en progreso. -Me interesa m 駸 la decadencia. -Y el Arte, 駸 ques? -Una enfermedad. - 駸 Y el Amor? -Una ilusi駸. - 駸 Y la Religi駸? -El sustitutivo a la moda de la fe. -Teres un esc 駸 tico. - 駸Jam 駸! El escepticismo es el comienzo del credo. - 駸 Queres entonces? -Definirse es limitarse. -Dame alg 駸 hilo que me sirva de gu 駸. -Los hilos se rompen. Te perder 駸 s en el laberinto. -Me aturdes. Hablemos de otra cosa. -Nuestro anfitri駸 es un tema delicioso. Hace a駸s le pusieron el nombre de: el Pr 駸 cipe de los cuentos de hadas . - 駸Ay, no me recuerdes eso! -exclamDorian Gray. -El anfitri駸 no estde humor esta noche -dijo la duquesa, ruboriz 駸 dose levemente -. Me parece que piensa que Monmouth se casconmigo exclusivamente por motivos cient 駸 icos, como el mejor ejemplar que pudo encontrar de la mariposa moderna. -Pero espero que no tendrla intenci駸 de clavarla a usted con un alfiler, duquesa -replicriendo Dorian. - 駸Oh!, ya se encarga mi doncella de pincharme cuando la molesto. - 駸 Y c駸o puede usted molestarla, duquesa? -Por las cosas m 駸 insignificantes, Mr. Gray, se lo aseguro. Generalmente porque llego a las nueve menos diez y le digo que tengo que estar vestida para las ocho y media. - 駸Qupoco razonable! Deber 駸 usted regarla. -No me atrevo, Mr. Gray; adem 駸, me inventa sombreros. 駸 Recuerda usted aquel que llevaba en la gardenparty de Lady Hilstone? No, no se acuerda usted; pero es una delicadeza el aparentarlo. Bueno, pues estaba hecho con nada. Todos los buenos sombreros est 駸 hechos con nada. -Como todas las buenas reputaciones, Gladys -interrumpiLord Henry -. Cada 駸 ito nos trae un enemigo. Para ser popular es preciso ser mediocre. -No con las mujeres -dijo la duquesa, moviendo negativamente la cabeza -. Y las mujeres gobiernan al mundo. Te aseguro que nosotras no podemos soportar a los mediocres. Las mujeres, como ha dicho alguien, amamos con los o 駸 os, ascomo ustedes los hombres, aman con los ojos si es que realmente aman... -Me parece que nunca hacemos otra cosa -susurrDorian. - 駸Ah!, entonces no debe usted haber amado de verdad nunca -replicla duquesa, fingiendo tristeza. -Mi querida Gladys -exclamLord Henry -, 駸 c駸o es posible que digas eso? Lo rom 駸 tico vive a fuerza de repetirse, y la repetici駸 convierte un apetito en un arte. Adem 駸, cada vez que se ama es la 駸 ica vez que se ha amado. La diferencia de objeto no altera la unidad de la pasi駸. La intensifica, simplemente. En la vida podemos tener, a lo sumo, una sola gran experiencia, y el secreto de la vida consiste en reproducir esta experiencia tan a menudo como sea posible. - 駸 Hasta cuando le ha dejado a uno maltrecho, Harry? -preguntla duquesa, despu 駸 de un momento de pausa. -Especialmente cuando le ha dejado a uno maltrecho- contestLord Henry. La duquesa se volviy mira Dorian con una singular expresi駸 en los ojos. - 駸 Qudice usted a eso, Mr. Gray? -pregunt Dorian vacilun instante. Luego, echando hacia atr 駸 la cabeza, repuso riendo: -Yo siempre estoy de acuerdo con Harry, duquesa. - 駸 Hasta cundo no tiene raz駸? -Harry siempre tiene raz駸. - 駸 Y le hace a usted dichoso su filosof 駸? -Yo nunca he buscado la felicidad. 駸Quimporta la felicidad! Yo he buscado el placer. - 駸 Y encontrado, Mr. Gray? -Muchas veces. Demasiadas. La duquesa suspir -Yo busco ahora la paz -dijo -, y si no voy enseguida a vestirme, no podrtenerla esta noche. -Perm 駸 ame usted que le ofrezca unas orqu 駸 eas, duquesa -exclamó Dorian, poni 駸 dose en pie y dirigi 駸 dose a un extremo del invernadero. -No est 駸 muy acertada en tu flirt -dijo Lord Henry a su prima -. Deber 駸 s tener cuidado. Es demasiado sugestivo. -Si no lo fuera, no habr 駸 lucha. - 駸 Griegos contra griegos, entonces? -Yo estoy del lado de los troyanos. Luchaban por una mujer. -Fueron vencidos. -Hay cosas peores que la derrota -contestella. -Galopas a rienda suelta. -La velocidad nos da vida. -Lo apuntaren mi diario esta noche. - 駸 El qu -Que el ni駸 que se quema ama el fuego. -Yo, ni siquiera me he chamuscado. Mis alas permanecen intactas. -Las usas para todo, menos para huir. -El valor ha emigrado de los hombres a las mujeres. Una nueva experiencia para nosotras. -Tienes una rival. - 駸 Qui 駸? -Lady Narborough -murmur 駸 riendo -. Estlocamente enamorada de 駸. -Me das miedo. El culto de la antigedad nos es fatal a los que somos rom 駸 ticos. - 駸 Rom 駸 ticas vosotras? 駸Si ten 駸 s todos los m 駸 odos de la ciencia! -Los hombres nos han educado. -Pero no explicado. -Def 駸 enos como sexo -le desafiella. -Esfinges... sin enigma. Ella le mirsonriendo. - 駸C駸o tarda Mr. Gray! -dijo, al cabo de un momento -. Vamos a ayudarle. Se me olviddecirle el color de mi traje. - 駸Ah!, tdebes acomodar tu traje a sus flores, Gladys. -Eso ser 駸 una rendici駸 prematura. -El arte rom 駸 tico comienza por el fin. -Tengo que conservar una posibilidad de retirada. - 駸 A la manera de los Parthos? -Estos encontraron refugio en el desierto. Yo no podr 駸 hacerlo. -No siempre pod 駸 s elegir las mujeres -contest 駸. Pero apenas hab 駸 acabado la sentencia cuando del fondo del invernadero llegun grito ahogado, seguido del ruido que hace al caer un cuerpo pesado. Todo el mundo se puso en pie. La duquesa quedó petrificada de horror. Y Lord Henry, con ojos de susto, se precipita trav 駸 de las palmeras y halla Dorian Gray, que yac 駸 sobre las baldosas, con el rostro contra tierra, sin dar se les de vida. Inmediatamente fue llevado al saloncito azul y depositado sobre uno de los divanes. AI poco rato volvien sy miren torno suyo con ojos extraviados. - 駸 Quha sucedido? -pregunt-. 駸Ah!, ya recuerdo. 駸 Estay en salvo aqu Harry? Y empeza temblar febrilmente. -Mi querido Dorian -le tranquilizLord Henry -; fue un simple desmayo. No hay por quasustarse. Acaso un exceso de cansancio. No deber 駸 s bajar a cenar. Yo hartus veces. -No; bajar-replicDorian, levant 駸 dose con un esfuerzo. Prefiero bajar. No quiero quedarme solo. Y fue a vestirse a su cuarto. Toda aquella noche, en la mesa, dio muestras de un buen humor despreocupado y casi fren 駸 ico; pero, de cuando en cuando, un calofr 駸 de terror le sacud 駸 todo el cuerpo, al recordar que, pegada a un cristal del invernadero, como un blanco pa駸elo, hab 駸 visto la cara de James Vane espi 駸 dole. CAPITULO XVIII Al siguiente d 駸, no salide la casa, y se quedcasi todo el tiempo en su habitaci駸, enfermo de miedo a morir, y, no obstante, indiferente a la vida en smisma. El saberse perseguido, acechado, espiado, le aterraba. Si el viento mov 駸 las cortinas, ya estaba temblando. Las hojas secas que revolaban contra los cristales le evocaban sus br 駸 s pasados, sus ardientes remordimientos. En cuanto cerraba los ojos, volv 駸 a ver el rostro del marinero, mir 駸 dole a trav 駸 del cristal empa do, y una vez m 駸 hac 駸 presa el miedo en su coraz駸. Pero quizs駸o fuera su imaginaci駸 la que habla suscitado el espectro de la venganza y tra 駸 o a sus ojos las formas odiosas del castigo. La vida actual era un caos; pero en la imaginaci駸 habla algo terriblemente l駸ico. La imaginaci駸 es la que pone al remordimiento sobre la pista del pecado. La imaginaci駸 es la que da a cada crimen su prole deforme. En el mundo com 駸 de los hechos los malos no eran castigados, ni recompensados los buenos. El 駸 ito se entregaba al fuerte, el fracaso correspond 駸 a los d 駸 iles. Esto era todo. Por otra parte, si alg 駸 extra駸 hubiese estado rondando la casa, los criados o los guardas no habr 駸 n podido menos de verle. Se habr 駸 n encontrado huellas sobre las platabandas; los jardineros habr 駸 n venido a dec 駸 selo. S no cab 駸 duda de que era una simple ilusi駸. El hermano de Sibyl Vane no hab 駸 venido allpara matarle. Se hab 駸 embarcado en su barco, para ir a naufragar en alg 駸 mar lejano. No ten 駸 por qutemer nada. Adem 駸, aquel hombre no sab 駸, ni pod 駸 saber, qui 駸 era 駸. La m 駸 cara de la juventud le hab 駸 salvado. No obstante, aunque aquello no hubiese sido m 駸 que una ilusi駸, 駸 no era terrible pensar que la conciencia pod 駸 suscitar semejantes fantasmas, y darles forma visible y hacerlos mover ante uno? 駸Qué vida la suya si, d 駸 y noche, las sombras de su crimen ven 駸 n a acecharle desde los callados rincones, a hacerle burla desde sus escondrijos, susurrando a su o 駸 o al sentarse a la mesa, despert 駸 dole de su sue駸 con dedos glaciales! A esta idea, que se insinuen su esp 駸 itu, palidecide terror, y el aire se le antojde pronto m 駸 fr 駸. 駸Ah; en qumaldita hora de locura habla matado a su amigo! 駸Qué horrendo el simple recuerdo de la escena! 駸Todav 駸 la estaba viendo! Cada espantoso detalle volv 駸 a su memoria, aumentado en horror. De la negra caverna del tiempo, terrible y vestida de escarlata, surg 駸 la imagen de su crimen. Cuando Lord Henry vino alas seis, le encontrllorando. Hasta el tercer d 駸 no se atrevia salir afuera; hab 駸 algo en el aire claro y saturado de olor a pino de aquella mana de invierno que parecidevolverle su alegr 駸 y su ansia de vivir. Pero no fueron s駸o las condiciones f 駸 icas del medio ambiente la causa del cambio. Su misma naturaleza acababa por rebelarse contra el exceso de angustia que hab 駸 tratado de perturbar y corromper la perfecci駸 de su sosiego. En los temperamentos sutiles, y de una sensibilidad experimentada, siempre ocurre esto. Las pasiones violentas aniquilan o ceden. O matan al hombre, o mueren ellas. Los dolores superficiales o los amores someros son los que viven. Los grandes amores y los grandes dolores, su propia plenitud los destruye. Adem 駸, hab 駸 acabado por convencerse de que hab 駸 sido v 駸 tima de su imaginaci駸 sobreexcitada, y consideraba ahora sus terrores pasados con cierta compasi駸 y un poco de desprecio. Despu 駸 de almorzar estuve paseando cerca de una hora por el jard 駸, en compa駸a de la duquesa. Luego monten su t 駸 buri y atravesel parque en direcci駸 al coto, para ver la cacer 駸. La escarcha que bradiza parec 駸 sal sobre la hierba. El ciclo era como una copa invertida de metal azul. Una tenue pel 駸 ula de hielo orlaba el lago sembrado de juncos. En una esquina del pinar vio a Sir Geoffrey Clouston, hermano de la duquesa, extrayendo de su escopeta dos cartuchos descargados. Saltando de su carricoche, y diciendo al lacayo que volviera a la casa, se dirigihacia su hu 駸 ped a trav 駸 de los helechos secos y la maleza espinosa. - 駸 Ha cazado usted mucho, Geoffrey? -No mucho, Dorian. Me parece que casi toda la caza se ha ido al llano. Espero que despu 駸 de comer, cuando cambiemos de terreno, habrá m 駸. Dorian siguiandando junto a 駸. El aire vivo y arom 駸 ico, las luces obscuras y rojizas del bosque, los gritos roncos de los ojeadores que retumbaban de cuando en cuando, y las detonaciones secas de las escopetas, absorb 駸 n su atenci駸, llen 駸 dole de un delicioso sentimiento de libertad. Se sintidominado por la despreocupaci駸 del bienestar, por la suprema indiferencia del gozo. S 駸 itamente, de un montecillo de hierba, a unas veinte yardas de distancia, tiesas las orejas rematadas de negro y extendidas las largas patas traseras, saltuna liebre, que se precipita buscar refugio en un bosquecillo de olivos. Sir Geoffrey se echla escopeta a la cara, pero hab 駸 tal gracia en los movimientos del animal, que Dorian Gray se sintiseducido y le grit - 駸No tire usted, Geoffrey!, D 駸 ela vivir. - 駸Qutonter 駸, Dorian! -contestriendo su compa駸ro. Y disparen el preciso momento en que la liebre alcanzaba el bosquecillo. Se oyeron dos gritos: el grito de una liebre herida, que es espantoso, y el grito de un hombre en agon 駸, que es peor a 駸. - 駸Santo ciclo! 駸He herido a un ojeador! -exclamSir Geoffrey -. 駸 C駸o habrvenido ese asno a pon 駸 seme delante de la escopeta? 駸Alto el fuego! -grita voz en cuello -. 駸Un hombre herido! El ojeador mayor acudicorriendo con un palo en la mano. - 駸 D駸de, se駸r? 駸 D駸de est -grit Al mismo tiempo cesel fuego. -Aqu-indicSir Geoffrey, encolerizado, precipit 駸 dose hacia el bosquecillo - 駸 C駸o demonios no coloca usted mejor a sus hombres? Ya me han estropeado el d 駸. Dorian les mirentrar en la espesura, apartando a un lado las ramas. A los pocos momentos volvieron a aparecer, trayendo entre los dos un cuerpo. Apartlos ojos, horrorizado. Oyc駸o Sir Gcoffrey preguntaba sel hombre estaba muerto, y la respuesta afirmativa del ojeador. El bosque le parecianimarse bruscamente de rostros. Se o 駸 el pisar de innumerables pies, y un vago zumbido de voces. Un gran fais 駸, de buche dorado, pasvolando por encima de ellos. Al cabo de unas instantes, que, en su estado de turbaci駸, fueron para 駸 como horas interminables de sufrimiento, sintiposarse una mano en su hombro. Volvi駸e con un estremecimiento. -Dorian dijo Lord Henry -. 駸 No crees que deber 駸 darse por terminada la cacer 駸 de hoy? No parece bien proseguirla. - 駸Ojalse diera por terminada para siempre, Harry! -contestó amargamente -. Ha sido espantoso. 駸 Est... -y no se atrevia concluir la frase. -Mucho lo temo -repuso Lord Henry -. Recibitoda la carga en mitad del pecho. La muerte debiser instant 駸 ea. Vamos a la casa. Caminaron uno junto al otro, en direcci駸 a la alameda, por espacio de unas cincuenta yardas, sin hablar. Al fin, Dorian mira Lord Henry, y exclamcon un suspiro: - 駸Mal agero, Harry, mal agero! - 駸 EI qu -preguntLord Hcnry -. 駸Ah!, ese incidente... 駸Quse le va a hacer, querido! La culpa fue suya. 駸 Qui 駸 le mandcolocarse delante de la escopeta? Adem 駸, ni tni yo tenemos nada que ver en ello. Claro que para Geoffrey no deja de ser desagradable. Siempre es molesto el cazar a un ojcador. Le gente se figura que uno es un tirador aturdido. Y, realmente, no es 駸 te el caso; Geoffrey tira de un modo excelente. Pero, en fin, 駸 a qué hablar m 駸 de ello? Dorian sacudila cabeza. -Mal agero, Harry. Me da el coraz駸 que a alguno de nosotras va a ocurrirnos una desgracia. Quiz 駸 a mmismo -a di pas 駸 dose la mano por los ojos, con un gesto de dolor. Lord Henry se echa re 駸. -La 駸 ica desgracia de este mundo, es el hast 駸, Dorian. Este es el solo pecado para el que no hay remisi駸. Afortunadamente, ambos estamos libres de 駸. A no ser que se empe駸n en comentar lo sucedido en la mesa. Les advertirque queda prohibido el tema. En cuanto a ageros, te dirque no existen. El destino no nos env 駸 heraldos. Es demasiado prudente o demasiado cruel para hacerlo. Por otra parte, 駸 ques lo que podr 駸 sucederte de malo, Dorian? Todo lo que un hombre puede desear en el mundo, lo tienes. No creo que haya nadie que no se cambiase de buena gana por ti. -No hay nadie con quien yo no me cambiar 駸, Harry. Note r 駸 s as Te estoy diciendo la verdad. Ese infeliz aldeano que acaba de morir es m 駸 feliz que yo. No es que yo tema la muerte. No; lo que me aterra son sus preliminares. 駸Sus alas monstruosas parecen agitarse en el aire pesado!...駸 Santo cielo! 駸 No ves a un hombre escondido, all detr 駸 de los 駸 boles? 駸Me esp 駸, me aguarda!... Lord Henry miren la direcci駸 que indicaba la tr 駸 ula mano enguantada. -S en efecto -dijo sonriendo -, allveo al jardinero aguard 駸 dote. Supongo que querrpreguntarte quflores pone esta noche en la mesa. 駸Qudesatados tienes hoy los nervios, querido! Debes ir a consultar a mi m 駸 ico, cuando regreses a Londres. Dorian exhalun suspiro de alivio al ver acercarse al jardinero. Este se llevla mano al sombrero, mirun momento hacia Lord Henry, parecititubear, y, al fin, sacuna carta que tendia Dorian. -La se駸ra duquesa me ha dicho que esperase la contestaci駸 murmur Dorian se guardla carta en el bolsillo. -Dile a la se駸ra duquesa que allvoy -dijo fr 駸 mente. El jardinero dio media vuelta y se alejr 駸 idamente en direcci駸 a la casa. - 駸Quafici駸 tienen las mujeres a hacer cosas arriesgadas! -exclamó riendo Lord Henry -. Es una de las cualidades que m 駸 admiro en ellas. Una mujer flirtearcon quien sea, mientras la est 駸 mirando. - 駸Y quafici駸 tienes ta decir cosas arriesgadas, Harry! En este caso, por ejemplo, vas completamente descaminado. Yo estimo mucho a la duquesa; pero no la quiero. -Y la duquesa te quiere mucho; pero te estima menos. De modo que os equilibr 駸 s y har 駸 s una excelente pareja. -Eso ya entra en el terreno de la maledicencia, Harry, y la maledicencia siempre carece de base. -La base de toda maledicencia es una certidumbre inmoral -replicó Lord Henry, encendiendo un cigarrillo. -Por un epigrama sacrificar 駸 s a tu mejor amigo, Harry. -La gente va al ara por su propio pie -contestLord Henry. - 駸Ojalpudiese yo amar! -exclamDorian Gray, con acento hondamente pat 駸 ico -. Pero me parece haber perdido toda pasi駸, y olvidado el deseo. Estoy demasiado concentrado en mmismo. Mi personalidad ha llegado a convertirse en una carga para m Necesito huir, irme lejos, olvidar. Ha sido una tonter 駸 al venir aqu Voy a telegrafiar a Harvey para que tenga preparado el yate. En un yate se esta salvo... - 駸 A salvo de qu Dorian? Algo te pasa. 駸 Por quno dec 駸 melo? Bien sabes que te ayudar 駸 en lo que fuese. -No puedo dec 駸 telo, Harry -contestDorian con tristeza -. Por otra parte, es muy posible que todo sean aprensiones. Este desdichado accidente me ha trastornado. No spor qu tengo el presentimiento de que algo parecido va a ocurrirme a m - 駸Qutonter 駸! -Asespero; pero no por eso puedo dejar de sentirla. 駸Ah!, ahviene la duquesa, semejante a Artemisa en traje sastre. Ya ve usted que hemos vuelto, duquesa. -Stodo lo ocurrido, Mr. Gray -contestella -. 駸Pobre Geoffrey! Está disgustad 駸 imo. Y, seg 駸 parece, usted le rogque no tirase, 駸 verdad? 駸Qucurioso! -S muy curioso. No spor quse lo dije. Un capricho supongo. 駸Estaba tan graciosa, tan bonita, la liebre!... Siento que le hayan contado a usted el suceso. Es un tema de conversaci駸 lamentable. -Aburrid 駸 imo -interrumpiLord Henry -, no tiene el menor inter 駸 psicol駸ico. 駸Otra cosa ser 駸 si Geoffrey lo hubiese hecho a prop駸ito! Me gustar 駸 conocer a alguien que hubiese cometido un verdadero crimen. - 駸Quhorrores est 駸 diciendo, Harry! -exclamla duquesa -. 駸 Verdad, Mr. Gray? 駸Harry, Mr. Gray vuelve a sentir mal! 駸Va a desmayarse! Dorian se rehizo, con un gran esfuerzo, y sonri murmurando: -No es nada, duquesa. Los nervios, que andan un poco desquiciados. Simplemente... Me parece que anduve demasiado esta ma na... No olo que dec 駸 Harry. 駸 Era algo malo? Ya me lo contarusted en otra ocasi駸... Quiz 駸 hiciera bien en ir a acostarme. Ustedes me dispensar 駸, 駸 verdad? Hab 駸 n llegado ante la gran escalinata que comunicaba al invernadero con la terraza. Apenas se hubo cerrado tras Dorian la puerta de cristales, Lord Henry se volvihacia la duquesa, fijando en ella sus ojos adormilados. - 駸 Est 駸 muy enamorada de 駸? -pregunt Ella tardunos instantes en contestar, absorta en la contemplaci駸 del paisaje. - 駸Me gustar 駸 saberlo! -dijo al fin. El sacudila cabeza. -El conocimiento ser 駸 fatal. La incertidumbre es lo que subyuga. La bruma hace parecer todo maravilloso. -Pero puede hacerle perder a uno el camino. -Todos los caminos conducen al mismo fin, mi querida Gladys. - 駸 Y es? -La desilusi駸. -Esa fue mi entrada en la vida -suspirella. -Pero vino a ti coronada. -Estoy cansada en las hojas de fresa. -Te sientan bien. -En p 駸 lico s駸o. -Las echar 駸 s de menos -advirtiLord Henry. -No pienso desprenderme ni de un solo p 駸 alo. -Monmouth tiene o 駸 os. -La vejez es un poco sorda. - 駸 Nunca se ha sentido celoso? - 駸Ojalse hubiera sentido! Lord Henry miren torno suyo, por el suelo, como buscando algo. - 駸 Qubuscas? -preguntella. -El bot駸 de tu florete -contest 駸 -. Se te ha ca 駸 o. La duquesa se echa re 駸. -A 駸 conservo la careta. -Que presta mayor encanto a tus ojos -replic 駸. Ella ride nuevo, mostrando los dientes, que semejaban las pepitas blancas de un fruto escarlata. Arriba, en su cuarto, yac 駸 Dorian Gray sobre un div 駸, temblando de miedo con todas las fibras de su cuerpo. La vida se hab 駸 vuelto de pronto una carga demasiado pesada para 駸. La muerte espantosa de aquel infortunado ojeador, matado en el bosquecillo como un animal agreste, se le antojaba una prefiguraci駸 de su muerte. Poco te hab 駸 faltado para desmayarse al o 駸 lo que dijera Lord Hcnry bromeando un tanto c 駸 icamente. A eso de las cinco llamal criado, y le dio orden de que tuviera listo el equipaje para el expreso de la noche, y de que estuviese el coche enganchado a las ocho y media. Estaba resuelto a no pasar una noche m 駸 en Selby Royal. Era un lugar de mal agero. La muerte rondaba por 駸 libremente, sin temer siquiera la luz del sol. La hierba del bosque hab 駸 sido manchada de sangre. Luego puso unas l 駸 eas a Lord Henry, dici 駸 dole que se iba a Londres a consultar a su m 駸 ico, y rog 駸 dole que hiciera los honores de la casa en su ausencia. Meti 駸 dola estaba en el sobre cuando llamaron ala puerta, y el ayuda de c 駸 ara le informde que el ojeador mayor deseaba verle. Frunciel ce駸 y se mordilos labios. -Que entre -dijo al cabo de unos momentos de duda. Apenas entrel ojeador, sacDorian de un caj駸 de la mesa su libro de cheques y lo abri -Supongo que vendrusted con motivo del desgraciado accidente de esta ma na, 駸 no es eso, Thornton? -pregunt cogiendo una pluma. -El se駸r lo ha dicho -contestel guarda. - 駸 Estaba casado el infeliz? 駸 Ten 駸 familia? -preguntDorian con aire de hast 駸 -. Si es as querr 駸 que no quedasen en la miseria, y estoy dispuesto a entregarles la cantidad que usted estime necesaria. -El caso es que no sabemos qui 駸 es el muerto. Por eso me he permitido venir a molestar al se駸r. - 駸 Que no saben ustedes qui 駸 es? -dijo Dorian con indiferencia -. 駸 C駸o es posible? 駸 No te hab 駸 tomado usted? -No, se駸r. En mi vida le hab 駸 visto. M 駸 bien me parece que tiene aspecto de marinero. La pluma resbalde los dedos de Dorian, que sinticomo si el coraz駸 le cesase de latir s 駸 itamente. - 駸 De marinero? -grit-. 駸 Dice usted que de marinero? -S se駸r. Parece como si hubiera sido marinero. Tiene tatuados los brazos. - 駸 Y no se le ha encontrado nada? -interrogDorian, inclin 駸 dose hacia adelante y clavando en el hombre los ojos anhelantes -. 駸 Algo que revelase su nombre? -Un poco de dinero, nada m 駸... No mucho; y un rev駸ver de seis tiros. Pero nada que indicase su nombre. El aspecto no parec 駸 malo; un poco ordinario, pero de persona decente. Un marinero seguramente. Dorian se puso en pie de un salto. Una esperanza terrible se le hab 駸 presentado; y 駸 se aferraba a ella desesperadamente. - 駸 D駸de estel cad 駸 er? -preguntcon voz entrecortada. 駸Pronto! Es preciso que yo lo vea enseguida. -Esten uno de los establos vac 駸 s de la granja. A nadie le gusta tener un cuerpo desconocido en su casa. Dicen que los muertos traen mala sombra. - 駸 En la granja? Vaya usted inmediatamente, y esp 駸 eme all Diga usted al salir, a uno de los criados, que me ensillen, sin perder un minuto, el caballo... O no; d 駸 elo usted. Mejor serque vaya yo mismo a la cuadra. Asganaremos tiempo. Menos de un cuarto de hora despu 駸 bajaba Dorian Gray a todo galope la extensa avenida. Los 駸 boles parec 駸 n pasar junto a 駸 en una procesi駸 de espectros, y sombras extra s ven 駸 n a cortarle el camino. Una vez, la yegua se asustde un poste pintado de blanco, y estuvo a punto de despedirle. El le cruzel cuello con el l 駸 igo. Cortaban el aire de la noche como una flecha. La grava del camino volaba bajo sus cascos. Al fin llegaron ala granja. Dos hombres vagabundeaban por el patio. Saltando a tierra, le arrojlas riendas a uno. En el establo m 駸 apartado brillaba una luz. Algo pareciadvertirle de que allestaba el cuerpo. Precipit 駸 dose hacia la puerta, puso la mano en el cerrojo para descorrerlo. Vacilentonces un momento, comprendiendo que estaba al borde de un descubrimiento del que depend 駸 su vida. Pero, reuniendo sus fuerzas, abrila puerta y entr Sobre un mont駸 de sacos vac 駸 s, en un rinc駸 del fondo, yac 駸 el cad 駸 er de un hombre, vestido con una camisa ordinaria y un pantal駸 azul. Un pa駸elo todo sucio le cubr 駸 el rostro. A su lado chisporroteaba una vela de sebo sujeta en una botella. Dorian Gray se estremeci No sinti 駸 dose capaz de levantar por sí mismo el pa駸elo, llama uno de los mozos de la granja para que lo hiciera. -Quita eso. Quiero verle la cara -orden buscando apoyo en el quicio de la puerta. Cuando hubo hecho el mozo lo que le mandaban, Dorian dio un paso adelante. Un grito de alegr 駸 irrumpien sus labios. 駸El hombre que hab 駸 n matado en el bosquecillo era James Vane! Permanecitodav 駸 unos minutos contemplando el cad 駸 er. Al regresar a la casa, ten 駸 los ojos llenos de l 駸 rimas. 駸Sab 駸 que estaba salvado! CAPITULO XIX - No entiendo a quvienes a decirme que quieres volverte bueno -exclamLord Henry, sumergiendo sus dedos blancos en un bol de cobre rojo lleno de agua de rosas- 駸 No eres acaso, perfecto? Ten, pues, la bondad de no cambiar. Dorian Gray sacudinegativamente la cabeza. - No, Harry; tno sabes las maldades que llevo hechas en mi vida. He resuelto no hacer ninguna m 駸. Ayer comencmis buenas acciones. - 駸 D駸de estuviste ayer? - En el campo, Harry; en una posada. - Mi querido Donan -dijo Lord Henry sonriendo -; todo el mundo puede ser bueno en el campo, don de no se encuentra la menor tentaci駸. Esa es la causa de que la gente que habita fuera de las ciudades sea tan absolutamente incivilizada. La civilizaci駸 no es, ni mucho menos, una cosa f 駸 il de alcanzar. No hay m 駸 que dos caminos que lleven al hombre a ella. Uno, la cultura; otro, el vicio. La gente que vive en el campo no encuentra nunca ocasi駸 de seguir ninguno de ellos, y tiene forzosamente que estancarse. - Cultura y vicio -replicDorian- ambas cosas las he conocido. Y ha llegado a parecerme terrible que ambas vayan siempre unidas. Ahora tengo un nuevo ideal, Harry. Me dispongo a cambiar. Hasta me parece haber cambiado ya. Todav 駸 no me has dicho qubuena acci駸 era 駸 a. 駸 O es que has hecho m 駸 de una? -preguntLord Hcnry, sirvi 駸 dose una peque pir 駸 ide carmesde fresas y espolvore 駸 dolas de az 駸 ar con una cuchara agujereada, en forma de concha. - Voy a cont 駸 tela, Harry. Es una historia que s駸o a ti me atrever 駸 a contar... Tuve compasi駸 de una mujer; eso es todo. Dicho as no parece nada; pero tcomprendes lo que quiero decir. Era precia y se parec 駸 de un modo incre 駸 le a Sibyl Vane. Acaso fuera esto lo que me atrajo primero en ella. 駸 Te acuerdas de Sibyl? Qulejos parece ya eso, 駸 verdad?... Claro que Hetty no era una muchacha de nuestra clase, sino una simple chica del pueblo. Pero la quer 駸 de verdad. S estoy seguro de que la quer 駸. Durante todo este maravilloso mes de mayo que hemos tenido, he estado yendo a verla dos o tres veces por semana. Ayer nos encontramos en una huertecilla. Las flores de los manzanos se deshojaban sobre su cabeza, mientras ella re 駸. Lo hab 駸 mos arreglado todo para escaparnos juntos esta mana, al amanecer. S 駸 itamente, decidabandonarla, tan pura como la hab 駸 encontrado. -Supongo que la novedad de la emoci駸 debicausarte un verdadero placer, Dorian -interrumpiLord Henry -. Pero puedo acabar tu idilio por ti. Le diste buenos consejos, y le destrozaste el coraz駸. Tal ha sido el comienzo de tu regeneraci駸. - 駸Qumalo eres, Harry! No deber 駸 s decir mis cosas. El coraz駸 de Hetty no se ha quedado destrozado, como tsupones. Claro que ha llorado; pero eso era inevitable. EI caso es que no ha ca 駸 o sobre ella ninguna deshonra. Puede vivir, como Perdita, en su jard 駸 de menta y de cal 駸 dulas. -Y llorar a su ingrato Florizel -agregLord Henry, riendo y recost 駸 dose en su silla -. Mi querido Dorian, perm 駸 eme que te diga que tienes las ocurrencias m 駸 infantiles del mundo. 駸 Es que de buena fe crees que esa muchacha va a sentirse ya satisfecha con un gal 駸 de su clase? Es de suponer que un d 駸 u otro acabarpor casarse con un rudo carretero, o un labriego cazurro. Pero el hecho de haberte conocido y amado la ensera despreciar a su marido, y será desgraciada. Desde un punto de vista puramente moral, no puedo aprobar con demasiado calor tu gran sacrificio. Hasta como comienzo es un tanto pobre. Adem 駸, 駸 qui 駸 te dice que a estas horas no está Hetty flotando en alguna alberca iluminada por las estrellas, rodeada de nen 駸 ares, como Ofelia? - 駸Eres insoportable, Harry! Te burlas de todo, y encima le sugieres a uno las tragedias m 駸 horribles. Siento ya hab 駸 telo contado. Y me tiene sin cuidado lo que puedas decirme. Sé que hice bien en hacer lo que hice. 駸Pobre Hetty! Al pasar esta ma na a caballo por delante de la granja vi su carita blanca asomada a la ventana, como un ramo de jazmines. Bueno, no hablemos m 駸 de ello, ni trates de convencerme de que la primera buena acci駸 que he cometido en mi vida, el primer asomo de sacrificio que he tenido desde hace una porci駸 de a駸s, es casi un pecado. Quiero ser mejor. Y lo ser.. Cu 駸 tame, ahora, algo de ti. 駸 Qunovedades hay? Hace d 駸 s que no voy por el club. -La gente contin 駸 hablando de la desaparici駸 del pobre Basil. -Creque ya se habr 駸 n cansado del tema -dijo Dorian, sirvi 駸 dose vino y frunciendo el ce駸 levemente. - 駸Pero, hijo m 駸, si no llevan hablando de el m 駸 que seis semanas! El p 駸 lico ingl 駸 no tiene la fuerza mental necesaria para soportar m 駸 de un tema de conversaci駸 cada tres meses. Sin embargo, en estos 駸 timos tiempos han tenido demasiada suerte. Primero, mi divorcio y, luego, el suicidio de Alan Campbell. Y, por si fuera poco, se encuentran ahora con la misteriosa desaparici駸 de un artista. En Scotland Yard siguen empedos en que el individuo del ulster gris que salipara Par 駸 el 9 de noviembre en el tren de la noche era el pobre Basil; pero la polic 駸 francesa afirma rotundamente que Basil no llega Par 駸. Espero que dentro de quince d 駸 s nos dir 駸 que le han visto en San Francisco de California. Es curioso, pero todos los desaparecidos acaban por ser vistos en San Francisco. Debe ser una ciudad encantadora y poseer todas las atracciones del mundo futuro. - 駸 Y t qucrees que ha sucedido a Basil? -preguntDorian, contemplando al trasluz su copa de Borgo , asombrado 駸 mismo de poder hablar de aquel asunto tan tranquilamente. -No tengo la menor idea. Si Basil prefiere ocultarse, all 駸. Si ha muerto, prefiero a mi vez no pensar en ello. La muerte es la 駸 ica cosa que me aterra. La detesto. - 駸 Por qu -interrogDorian perezosamente. -Pues porque, hoy d 駸, se puede sobrevivir a todo, menos a ella - dijo Lord Henry, oliendo una cajita de sales y dej 駸 dola de nuevo sobre la mesa -. La muerte y la vulgaridad son los 駸 icos hechos, en el siglo XIX, que no pueden explicarse. Vamos a tomar el cafen la sala de m 駸 ica, Dorian. Tienes que tocarme algo de Chopin. El individuo con el que se escapmi mujer tocaba Chopin deliciosamente. 駸Pobre Victoria! Yo la quer 駸 mucho. Sin ella, la casa parece desierta. Claro que la vida conyugal no es m 駸 que una costumbre; una mala costumbre. Pero hasta las peores costumbres siente uno perderlas. S acaso sean las que m 駸 se echan de menos. 駸Son una parte tan esencial de nuestra personalidad! Dorian no dijo nada; pero, levant 駸 dose de la mesa, pasal aposento contiguo y se sental piano, dejando errar los dedos sobre el marfil blanco y negro de las teclas. Cuando hubieron tra 駸 o el cafse detuvo y, volvi 駸 dose hacia Lord Henry, le dijo: 駸 No has pensado nunca, Harry, que acaso Basil fuera asesinado? Lord Henry bostez -Basil era muy conocido, y llevaba siempre un reloj Waterbury. 駸 A qusanto le iban a asesinar? No era lo bastante inteligente para tener enemigos. Lo que no quiere decir que no fuera un genio en la pintura. Pero un hombre puede pintar como Vel 駸 quez y ser un completo majadero. Basil era un tanto ins 駸 ido. S駸o una vez consiguió interesarme, y fue cuando me dijo, hace ya a駸s, que sent 駸 por tí una verdadera idolatr 駸 y que teras el motivo dominante de su arte. -Yo tambi 駸 lo quise mucho a 駸 -respondiDorian, con una nota de tristeza en la voz -. Pero 駸 no se dice por ahnada de haber sido asesinado? -Claro que algunos peri駸icos lo dicen. Pero no me parece ni remotamente probable. Ya sque en Par 駸 hay algunos antros peligrosos, pero no creo que Basil fuera hombre capaz de haber ido a ninguno de ellos. No ten 駸 la menor curiosidad. Era su principal defecto. - 駸 Qudir 駸 s t Harry, si yo declarase que he asesinado a Basil? -dijo Dorian, mir 駸 dole fijamente. -Pues dir 駸 que la tal actitud no te sentaba bien, querido Dorian. Todo crimen es vulgar; lo mismo que toda vulgaridad es crimen. No, no eres thombre para cometer un asesinato. Sentir 駸 lastimar tu vanidad con esta afirmaci駸, pero la tengo por exacta. El crimen pertenece exclusivamente a las clases inferiores. Cosa que yo no les echo en cara lo m 駸 m 駸 imo. Supongo que el crimen es para ellos lo que para nosotros el arte: un m 駸 odo, simplemente, de procurarnos sensaciones extraordinarias. - 駸 Un m 駸 odo de procurarse sensaciones? 駸 Crees, entonces, que el que ha cometido un crimen podr 駸 cometer otros? 駸 Simplemente por gusto? - 駸Oh!, todo lo que se hace muy a menudo llega a convertirse en placer -exclamLord Henry, riendo -. Este es uno de los secretos m 駸 importantes de la vida. No obstante, me atrever 駸 casi a asegurar que el asesinato es un error. Jam 駸 deber 駸 de hacerse nada de que no se pudiera hablar de sobremesa. Pero dejemos al pobre Basil. 駸Ojalá pudiese yo creer que ha tenido un fin tan novelesco como el que tú sugieres! Pel realmente, no me es posible. M 駸 bien estoy por decir que se cayal Sena, desde un 駸nibus, y que el conductor lo call para evitar el esc 駸 dalo. S 駸 e debe haber sido su fin. Desde aqulo estoy viendo, tendido bajo aquellas aguas verdosas y opacas, con los cabellos entrelazados de hierbajos, y las barcazas pasando por encima... Por otra parte, te dirque no creo que hubiera pintado ya gran cosa. En estos 駸 timos diez a駸s hab 駸 perdido mucho. Dorian exhalun suspiro, y Lord Henry, atravesando la estancia, fue a rascarle la cabeza a una gran cacat 駸 de Java, de plumas grises, con la cresta y la cola rosadas, que se balanceaba sobre una percha de bamb Apenas la tocaron los dedos dejcaer la blanca telilla de sus p 駸 pados arrugados y empeza columpiarse atr 駸 y adelante. -S-continuLord Henry, volvi 駸 dose y sacando el pa駸elo del bolsillo -, hab 駸 perdido mucho. Como que me hac 駸 la impresi駸 de haber, perdido su ideal. Desde el momento en que ty 駸 dejasteis de ser amigos 駸 timos, dej 駸 de ser un gran artista. 駸 A quobedeciaquel alejamiento? Supongo que a aburrimiento tuyo, 駸 verdad? En ese caso no ha debido perdon 駸 telo. Es la costumbre de las personas latosas. Y, a prop駸ito, 駸 qufue de aquel maravilloso retrato que te hizo? Me parece que, desde que lo termin no he vuelto a verlo. 駸Ah!, s recuerdo que hace a駸s me dijiste que lo hab 駸 s enviado a Selby, y que en el camino se hab 駸 perdido o lo hab 駸 n robado. 駸 No has vuelto a saber de 駸? 駸L 駸 tima grande! Era una obra maestra. Recuerdo que quise comprarlo. 駸Ojallo hubiese hecho! Pertenec 駸 a la mejor 駸 oca de Basil. Desde entonces, toda su obra fue esa curiosa mezcla de mala pintura y buenas intenciones, que permite a un hombre ser llamado un artista ingl 駸 representativo. 駸 No pusiste ning 駸 anuncio? Deber 駸 s haberlo hecho. -No s-replicDorian -. Supongo que aslo har 駸. Pero nunca fue de mi agrado ese retrato. Y siento haber posado para 駸. Hasta recordarlo me molesta. 駸 A quhablar de ello? Siempre me tra 駸 a la memoria aquellos extra駸s versos... de Hamlet, me parece... que dicen: Like the painting of a sorrow, A face without a heart... S eso parec 駸. Lord Hcnry se echa re 駸. -Cuando un hombre trata la vida art 駸 ticamente, su cerebro es su coraz駸 -contest sumergi 駸 dose en un sill駸. Dorian Gray movila cabeza dubitativamente y ejecutalgunos acordes en el piano, repitiendo entre dientes: -Like the painting of a sorrow, a fase without a heart... Lord Henry se recosten el sill駸 y le mircon los ojos entornados. -Entre par 駸 tesis, Dorian -dijo al cabo de unos momentos -, "駸 de que le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde - 駸 c駸o era la cita? S eso es -; si pierde su propia alma?" Dorian tuvo un estremecimiento, dio unas cuantas notas falsas y, volvi 駸 dose, miró fijamente a su amigo. - 駸 Por qume preguntas eso, Harry? - 駸 Que por qute lo pregunto? -dijo Lord Henry, levantando las cejas con aire de sorpresa -. Pues porque creque podr 駸 s contestarme. Simplemente. El domingo pasado me fui a dar una vuelta por el Parque, cuando, junto a Marble Arch, me encontrcon un grupo de gente desarrapada escuchando a uno de esos predicadores callejeros. Al pasar ogritar a aquel energ 駸 eno la pregunta citada. Me causó una impresi駸 bastante dram 駸 ica, Londres es muy rico en defectos de este g 駸 ero. Un domingo lluvioso, un cristiano zafio en impermeable, un corro de caras p 駸 idas y enfermizas al abrigo de unos paraguas chorreando agua, y una frase maravillosa lanzada al viento por unos labios hist 駸 icos; no me negar 駸 que, en su g 駸 ero, el espect 駸 ulo era bastante sugestivo. Estuve a punto de decirle a aquel profeta que el Arte ten 駸 alma, pero no el hombre. Temo, sin embargo, que no me hubiese comprendido. -No, Harry. El alma es una terrible realidad. Puede ser comprada, y vendida, y malbaratada. Puede ser emponzoda o perfeccionada. En todos nosotros hay un alma. Yo lo s - 駸 Est 駸 muy seguro de ello, querido Dorian? -Completamente seguro. - 駸Ah!, entonces no cabe duda de que es una ilusi駸. Las cosas de que uno estabsolutamente seguro nunca son ciertas. Tal es la fatalidad de la Fe, y la lecci駸 de la Novela... 駸Quserio est 駸! No te pongas tan grave. 駸 Qutenemos que ver tni yo con las supersticiones de nuestra 駸 oca? No; nosotros nos hemos desembarazado de la creencia en el alma... Toca algo. Un nocturno, Dorian, y, mientras tocas, dime, en voz muy baja, c駸o has conseguido conservar tu juventud. Debes de tener alg 駸 secreto. Yo no te llevo m 駸 que diez a駸s, y estoy arrugado, y gastado, y amarillo. Realmente eres algo maravilloso, Dorian. Nunca te he visto mejor que esta noche. Me haces recordar el primer d 駸 en que te vi. Parec 駸 s casi un ni駸, t 駸 ido y caprichoso al mismo tiempo, absolutamente extraordinario. Claro que, desde entonces, has cambiado; pero no en la apariencia. Anda, dime tu secreto. Para recobrar mi juventud, no hay nada en el mundo que yo no fuera capaz de hacer, menos levantarme temprano, hacer ejercicio o parecer respetable. 駸Juventud, juventud! Nada hay como ella. Es absurdo hablar de la ignorancia de la juventud. Las 駸 icas personas cuyas opiniones escucho ahora con alg 駸 respeto, son mucho m 駸 j駸enes que yo. Parecen precederme. La vida les ha revelado su 駸 tima maravilla. En cambio, a los viejos, siempre les contradigo. Lo hago ya sistem 駸 icamente. Si, por casualidad, se le ocurre a uno preguntarles su opini駸 sobre algo sucedido el d 駸 antes, contestan siempre solemnemente lo que se pensaba en 1820, cuando la gente llevaba a 駸 calz駸 corto, cre 駸 en todo y no sab 駸 absolutamente nada... 駸Qudelicioso es eso que est 駸 tocando! Acaso lo escribiera Chopin en Mallorca, con el mar gimiendo en torno de la casa y la salada espuma salpicando los cristales. Es de un romanticismo maravilloso. 駸Qufelicidad que nos quede un arte que no sea imitativo! No te detengas. Contin 駸. Necesito o 駸 m 駸 ica esta noche. Me parece como si tfueras Apolo adolescente, y yo Marsyas escuch 駸 dote. Me siento triste, Dorian. Tristezas que ni tmismo conoces. La tragedia de la vejez no es ser viejo, sino continuar siendo joven. A veces hasta me asusto de mi sinceridad. 駸Ah Dorian, qudichoso eres! 駸Quvida deliciosa la tuya! Thas bebido hasta saciarte de todos los vinos, y has estrujado contra tu paladar las uvas maduras. Nada te ha permanecido oculto. Y todo ha sido para ti como el sonar de la m 駸 ica. Nada logrhacerte da駸. Siempre eres el mimo. -No soy el mismo, Harry. -S eres el mismo. 駸 C駸o serya el resto de tu vida? No la eches a perder con sacrificios ni renunciaciones. Actualmente eres un ser perfecto. No te limites ni mutiles. Puede decirse que no tienes una sola tacha. S no muevas la cabeza, de sobra lo sabes. Sin embargo, Dorian, no vayas a engarte. La vida no la gobiernan ni la voluntad ni la intenci駸. La vida es una cuesti駸 de nervios, de fibras, de c 駸 ulas lentamente construidas, en que el pensamiento se esconde y la pasi駸 tiene sus sue駸s. Tpuedes creerte en salvo e imaginarte fuerte. Pero yo te digo, Dorian, que nuestra vida depende de una porci駸 de peque s cosas a las que, aparentemente, no concedemos importancia. 駸Qusyo! De un tono de color en una habitaci駸, de un ciclo matinal, de un perfume particular que en un tiempo quisimos y que nos trae consigo recuerdos inefables, de un verso, de un poema olvidado que le 駸 os casualmente, de una frase musical que ya hemos dejado de tocar... Browning ha escrito algo sobre esto; pero nuestros sentidos bastan a comprenderlo. Hay momentos en que el aroma de las lilas blancas me penetra de pronto, haci 駸 dome revivir el mes m 駸 extra駸 de mi existencia. 駸Ojalpudiera yo cambiarme por ti, Dorian! El mundo ha vociferado contra nosotros dos, pero siempre te ha adorado. Teres el arquetipo que busca nuestra 駸 oca, y que teme haber encontrado. No sabes cu 駸 to me alegro de que nunca hayas hecho nada, ni modelado una estatua, ni pintado un cuadro, ni producido otra cosa que a ti mismo. La vida ha sido tu arte. Tte has puesto a ti mismo en m 駸 ica. Tus d 駸 s son tus sonetos. Dorian se levantdel piano, y, pas 駸 dose la mano por los cabellos, murmur -S la vida fue deliciosa; pero no puedo vivir ya la misma vida, Harry. Y tno debes decirme esas extravagancias. Tno sabes todo de m Me parece que, si lo supieras, te apartar 駸 s de m 駸 Te r 駸 s? No, no te r 駸 s. - 駸 Porquhas dejado de tocar, Dorian? Contin 駸 y repite ese nocturno. Mira esa gran luna de color tse miel que pende en el aire obscuro. Estaguardando que tla hechices, y si tocas, ver 駸 c駸o se acerca m 駸 a la tierra. 駸 No quieres? Vamos, entonces, al club. Ha sido una velada deliciosa y debemos terminarla deliciosamente. Hay una persona en el White que tiene mucho inter 駸 en conocerte: Lord Poole, el hijo mayor de Bournemouth. Ya te ha copiado las corbatas, y me ha pedido que le presente a ti. Es un muchacho encantador, que me recuerda bastante a ti hace a駸s. -Espero que no -dijo Dorian, con una expresi駸 de tristeza en los ojos -. Pero me siento cansado esta noche, Harry. Prefiero no ir al club. Son casi las once y desear 駸 acotarme temprano. Como quieras. Nunca has tocado tan bien como esta noche. Ha sido algo maravilloso; con una expresi駸 que no te conoc 駸. -Es porque me dispongo a ser bueno -contest 駸 sonriendo -. Me encuentro ya un poco cambiado. -Tno puedes cambiar para mDorian -dijo Lord Henry -. Ty yo siempre seremos amigos. -Sin embargo, tfuiste quien me envenenhace tiempo con un libro. No deber 駸 perdon 駸 telo. Prom 駸 eme que no prestar 駸 ya a nadie ese libro, Harry. Es pernicioso. -Veo, querido Dorian, que est 駸 ya empezando a moralizar. Pronto ir 駸 por esos mundos, como los convertido y lo predicadores, poniendo en guardia ala gente contra aquellos pecados de que ya est 駸 harto. Pero teres demasiado sutil para imitarles. Adem 駸, ser 駸 in 駸 il. Ty yo somos lo que somos, y seremos lo que seremos. En cuanto a lo de ser envenenado por un libro, perm 駸 eme que te diga que no hay tal cosa. El arte no tiene la menor influencia sobre las acciones. Anula el deseo de obrar. Es magn 駸 icamente est 駸 il. Los libros que el mundo llama inmorales, son libros que le muestran su propia vergenza. Simplemente. Pero no discutamos de literatura. Ven ma na a buscarme. Saldra dar una vuelta a caballo a las once. Podemos pasear juntos, y luego te llevara comer con Lady Branksome. Es una mujer encantadora, y desea consultarte sobre unos tapices que piensa comprar. No te olvides de venir. 駸 0 prefieres que comamos con nuestra duquesita? Dice que ahora apenas te ve. 駸 O es que te has cansado ya de Gladys? Lo esperaba. Habla demasiado, y demasiado bien. Tanto ingenio acaba por atacarle a uno los nervios. Bueno, sea lo que sea, procura estar aqua las once. - 駸 Te parece imprescindible que venga? -Naturalmente que s El Parque estahora delicioso. No creo que haya habido unas lilas tan hermosas desde el a駸 en que te conoc -Perfectamente. Aquestara las once -dijo Dorian - Buenas noches, Harry. Al llegar a la puerta titubeun momento, como si tuviera algo m 駸 que decir. Luego suspir y se fue. CAPITULO XX Era una noche preciosa, tan tibia, que ten 駸 el gab 駸 al brazo y ni siquiera se puso al cuello su toquilla de seda.Marchaba hacia su casa, fumando un cigarrillo, cuando pasaron junto a 駸 dos j駸enes en un traje de soir 駸. Oycomo uno de ellos susurraba al otro: - Es Dorian Gray. Recordcu 駸 to le complac 駸 antes que le se lasen al pasar, o le mirasen curiosamente, o hablaran de 駸. Pero, ahora, hasta o 駸 pronunciar su nombre le cansaba. La mitad del encanto de la aldea que tanto frecuentara en aquellos 駸 timos tiempos, era que nadie sab 駸 qui 駸 era. Muchas veces le hab 駸 dicho a aquella pobre muchacha de quien se hiciera querer que era pobre, y ella le hab 駸 cre 駸 o. Una vez le dijo que era malo, y ella se echa re 駸, y le contestque los hombres malos eran siempre muy viejos y muy feos. 駸Qurisa la suya! Hubi 駸 ase dicho el canto de un tordo. 駸Y qubonita estaba con su trajecito de percal y su enorme pamela! Ella no sab 駸 nada; pero, en cambio, ten 駸 todo lo que 駸 hab 駸 perdido. Cuando llega su casa, encontra su criado esper 駸 dole. Lo envia acostar y se echsobre el div 駸 de la biblioteca, poni 駸 dose a meditar en algunas de las cosas que Lord Henry le hab 駸 dicho. 駸 Ser 駸 cierto, realmente, que nadie puede cambiar? Sintiun anhelar fren 駸 ico de la inmaculada pureza de su infancia, su infancia blanca y rosada, como Lord Henry la llamara en una ocasi駸. Sab 駸 que 駸 mismo la hab 駸 empa do, llenando su esp 駸 itu de corrupci駸, y de horror su pensamiento; que hab 駸 sido una influencia nociva en los dem 駸, experimentando una terrible complacencia en ser as y que de las vidas que se cruzaran con la suya hab 駸 n sido precisamente las m 駸 nobles y llenas de promesas las que hab 駸 llevado a la vergenza y la ruina. Pero, 駸 ser 駸 irreparable todo aquello? 駸 No habr 駸 para 駸 ninguna esperanza? 駸Ah!, en qumonstruoso momento de exaltaci駸 y de orgullo hab 駸 implorado que el retrato llevase el peso de sus d 駸 s, conservando 駸 en cambio el inmaculado esplendor de su juventud eterna. Toda su cat 駸 trofe proven 駸 de aquello. Mejor hubiera sido para 駸 que cada pecado de su vida hubiese tra 駸 o consigo su pena segura e inmediata. El castigo es una purificaci駸. No "perd駸anos nuestros pecados", sino "cast 駸 anos por nuestras iniquidades", deber 駸 ser la plegar 駸 del hombre a un Dios justo. El espejo cincelado que Lord Henry le regalara hac 駸 ya tantos a駸s, yac 駸 sobre la mesa, y los blancos amorcillos de marfil jugueteaban entorno de la luna como anta駸. Lo cogi como hiciera aquella noche de espanto, cuando observpor vez primera el cambio del retrato fatal, y con los ojos nublados por las l 駸 rimas se contemplen su 駸alo azogado. Una vez, una persona que le hab 駸 amado con locura le hab 駸 escrito una carta absurda, que terminaba con estas palabras de idolatr 駸: "El mundo ha cambiado por estar hecho tde marfil y de oro. La l 駸 ea de tus labios escribe de nuevo la historia". La frase volvia su memoria, y una y otra vez se la repitia smismo. De pronto sintió asco de su belleza, y arrojando a tierra el espejo, lo desmenuzen a駸cos de cristal y plata bajo sus talones. Su belleza hab 駸 sido lo que arruinara su vida; su belleza y la juventud implorada. Si no hubiera sido por ambas cosas, su vida se habr 駸 visto libre de toda m 駸 ula. Su belleza s駸o hab 駸 sido para 駸 una m 駸 cara, y su juventud una irrisi駸. 駸 Quera, al fin y al cabo, la juventud? Un tiempo acerbo y prematuro, de superficialidad y pensamientos malsanos. 駸 Por quhab 駸 querido 駸 llevar su librea? La juventud le hab 駸 perdido. M 駸 val 駸 no pensar en el pasado. Nada pod 駸 ya cambiarlo. Era en sí mismo, en su propio futuro, en lo que deb 駸 pensar: James Vane yac 駸 enterrado en una tumba an駸ima del cementerio de Selby. Alan Campbell se hab 駸 suicidado una noche en su laboratorio, pero sin revelar el secreto que se viera obligado a conocer. La emoci駸 que hab 駸 suscitado la desaparici駸 de Basil Hallward no tardar 駸 en calmarse. Ya iba en descenso. Por esta parte no ten 駸 nada que temer. Ni, realmente, era la muerte de Basil Hallward el peso mayor que llevaba sobre su esp 駸 itu. La muerte en vida de su propia alma, es lo que le preocupaba. Basil hab 駸 pintado el retrato que arruinara su vida. El no pod 駸 perdon 駸 selo. El retrato era la causa de todo. Basil le hab 駸 dicho cosas intolerables y, sin embargo, 駸 las hab 駸 tolerado pacientemente. El crimen hab 駸 sido una simple demencia del momento. Y por lo que se refer 駸 a Alan Campbell, si se hab 駸 suicidado, es porque aslo hab 駸 querido. 駸 Quten 駸 駸 que ver con aquello? El no era responsable. 駸Una vida nueva! A esto aspiraba. Esto era lo que 駸 aguardaba. Seguramente ya la hab 駸 empezado. Por lo menos acababa de salvar a un ser inocente. Nunca m 駸 volver 駸 a tentar a la inocencia. Quer 駸 ser bueno. Pensando en Hetty Merton, se le ocurripreguntarse si el retrato habr 駸 experimentado alg 駸 cambio. 駸 Habr 駸 perdido ya algo de su horror? Acaso, si su vida se volv 駸 pura, podr 駸 esperar que todas las huellas de las malas pasiones llegaran a borrarse de aquel rostro. Quiz 駸 ya hab 駸 n empezado a desaparecer. Ir 駸 a verlo. Cogila l 駸 para de la mesa y subicautelosamente la escalera. Mientras abr 駸 la puerta, una sonrisa de satisfacci駸 cruzsu rostro juvenil, demor 駸 dose un momento en sus labias. S ser 駸 bueno; y aquella cosa abominable que hab 駸 escondido dejar 駸 de ser para 駸 un objeto de espanto. Sinti駸e ya como aliviado del peso. Entrdespacio, cerrando tras de sla puerta, como era su costumbre, y descorrila cortina de p 駸 pura que cubr 駸 el retrato. Un grito de dolor y de indignaci駸 se escapde sus labios. No ve 駸 ning 駸 cambio, a no ser en los ojos cierta expresi駸 taimada, y en la boca la blanda crispatura del hip駸rita. El rostro continuaba repugnante -m 駸 repugnante aun si cabe -, y el roc 駸 escarlata que manchaba la mano parec 駸 m 駸 brillante, m 駸 como sangre reci 駸 derramada. Empeza temblar. 駸 Habr 駸 sido, simplemente, la vanidad lo que le indujera a cometer su buena acci駸? 駸 O el deseo de una sensaci駸 nueva, como indicara Lord Henry con su risita burlona? 駸 O esa afici駸 a representar papeles que a veces nos impulsa a hacer cosas superiores a nosotros? 駸 O, acaso, todo ello junto? Y 駸 por quse vela mayor que antes la mancha roja? Parec 駸 haberse desarrollado como una horrible enfermedad sobre los dedos engarfiados. Y en los pies de la imagen habla sangre, como si 駸 ta hubiese goteado, y sangre tambi 駸 en la mano que no hab 駸 empu do el cuchillo... 駸 Confesar su crimen? 駸 Querr 駸 decir aquello que iba a confesar? 駸 Entregarse, para ser condenado a muerte? Se echa re 駸. La idea s駸o era monstruosa. Adem 駸, aunque 駸 confesara, 駸 qui 駸 hubiera podido creerle? Del hombre asesinado no quedaba el menor rastro. Todo lo que le pertenec 駸 hab 駸 sido destruido. El mismo lo hab 駸 quemado. La gente dir 駸, simplemente, que se hab 駸 vuelto loco. Y le recluir 駸 n, si se empe ba en su historia... No obstante, su deber era confesar, sufrir la vergenza p 駸 lica y hacer penitencia a los ojos de todos. Hab 駸 un Dios que exhortaba a los hombres a decir sus pecados, lo mismo en la tierra que en el ciclo. Hasta que hubiese dicho su crimen, nada podr 駸 purificarle... 駸 Su crimen? Se encogide hombros. La muerte de Basil Hallward le parec 駸 una cosa sin importancia. El pensaba ahora en Hetty Merton. Pues aquel espejo de su alma que ten 駸 delante, era un espejo injusto. 駸 Vanidad? 駸 Curiosidad? 駸 hipocres 駸? 駸 No hab 駸 habido otra cosa que aquello en su sacrificio? No; algo m 駸 hab 駸 habido. Por lo menos, aslo cre 駸 駸. Pero 駸 qui 駸 hubiera podido decirlo?... No. No hab 駸 habido nada m 駸. Por vanidad hab 駸 renunciado a ella. Por hipocres 駸, se hab 駸 colocado la careta de la bondad. Por curiosidad hab 駸 intentado aquel sacrificio. Ahora se daba cuenta de ello. Pero aquel asesinato... 駸 ir 駸 a perseguirle toda la vida? 駸 Ir 駸 siempre a verse con su pasado a cuestas? 駸 O se decidir 駸, realmente, por confesar? 駸Nunca! S駸o una prueba pod 駸 haber contra 駸, y era el retrato. El lo destruir 駸. 駸 C駸o se le habr 駸 ocurrido conservarlo tanto tiempo? Al principio le interesaba ver c駸o iba cambiando y envejeciendo. Pero hac 駸 ya a駸s que no le proporcionaba semejante placer. Al contrario, muchas noches el pensar en el le manten 駸 despierto. Cuando estaba fuera, el temor de que otros ojos que los suyos pudieran verlo, te llenaba de espanto. El hab 駸 te駸do de hipocondr 駸 sus pasiones. Su simple recuerdo le hab 駸 echado a perder muchos momentos de alegr 駸. Hab 駸 sido para 駸 algo semejante a la conciencia. S la conciencia realmente. Pero 駸 la destruir 駸. Mirando en torno suyo vio el cuchillo con que habla apulado a Basil Hallward. Lo hab 駸 limpiado tantas veces, que no quedaba en 駸 la menor huella de sangre. Estaba bru駸do y resplandeciente. Del mismo modo que matara al pintor, asmatar 駸 su obra y todo lo que significaba. 駸Matar 駸 el pasado; y cuando 駸 te estuviera muerto, 駸 se ver 駸 libre! 駸Matar 駸 aquella imagen monstruosa del alma, y lejos de sus odiosas advertencias, recobrar 駸 el sosiego! Levantando el brazo, armado con el cuchillo, lo descargsobre el lienzo. Se oyeron un grito y un crujido. El grito fue tan horrible en su agon 駸, que los criados despertaron sobresaltados y salieron de sus cuartos. Dos transe 駸 tes, que pasaban por la plaza, se detuvieron a mirar la casa. Luego, siguieron hasta encontrar un polic 駸 y lo trajeron consigo. El polic 駸 llamrepetidamente ala puerta, sin que nadie le contestara. Excepto una luz que brillaba en una de las 駸 timas ventanas, toda la casa estaba a obscuras. Al cabo de un rato se retira un portal cercano, desde el cual quedvigilando. - 駸 De qui 駸 es esta casa? -preguntel caballero de m 駸 edad. -De Mr. Dorian Gray -contestel polic 駸. Los dos transe 駸 tes se miraron uno a otro, y se alejaron sonriendo sarc 駸 ticamente. Uno de ellos era el t 駸 de Sir Henry Ashton. Dentro, en las habitaciones de la servidumbre, los criados, a medio vestir, cuchicheaban entre s La anciana Mrs. Leaf sollozaba, retorci 駸 dose las manos. Francis estaba p 駸 ido como un muerto. Al cabo de un cuarto de hora, el ayuda de c 駸 ara reunial cochero y a uno de los lacayos, y subicon ellos por la escalera. Al llegar arriba llamaron a la puerta, sin obtener respuesta. Gritaron entonces. Todo continuen silencio. Al fin, despu 駸 de tratar in 駸 ilmente de forzar la puerta, salieron al tejado y se descolgaron al balc駸. Las maderas cedieron sin dificultad; la falleba esta comida de herrumbe. Al entrar se encontraron, colgado del muro, un soberbio retrato de su amo, tal como le hab 駸 n visto por 駸 tima vez, en todo el esplendor de su juventud y su belleza. Ca 駸 o en el suelo, hab 駸 un hombre muerto, vestido de etiqueta, con un cuchillo clavado en el coraz駸. Era un hombre caduco, arrugado y de rostro repulsivo hasta que se fijaron en las sortijas que llevaba no pudieron identificarle.