Alejandro Magno y Diógenes en el Club Pickwick de Londres

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7 de julio de 2014 — buzos
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Alejandro Magno y Diógenes en el Club Pickwick de Londres
Ángel trejo RAYGADAS / Periodista - escritor
macedonio fue “si yo no fuera Alejandro me gustaría ser Diógenes”, pero en labios de un gorrón infiltrado en una comida
brindada al Club Pickwick en el bar León Azul de Muggleton, quien deseaba congraciarse con sus anfitriones, quedó
inserta de la siguiente manera: “Todos los caballeros que me
escuchan probablemente conocen la respuesta dada al emperador Alejandro por aquel individuo que –para usar una
figura común de lenguaje– tenía el nido en un barril: Si no
fuera Diógenes querría ser Alejandro. Me imagino, muy bien
que éstos dirían: Si no fuera Dumkins, querría ser Luffey; si
no fuera Podder, querría ser Struggles”.
Ilustración: Carlos Mejía
En 1836 Charles Dickens tenía 24 años, trabajaba como reportero en el periódico londinense Morning Chronicle y acababa de publicar su primer libro (Esbozos), cuando recibió
una oferta de la editorial Chapman and Hall para describir
(acompañar con escritura) los grabados humorísticos de Robert Seymour, célebre artista plástico británico quien
tenía la encomienda de relatar con dibujos las acciones
chuscas (al modo cervantino o quijotesco) de los miembros del club de caza (Nemrod). Doireaan MacDermott, en su introducción a Los documentos póstumos
del Club Pickwik (Planeta, Barcelona, 1980), dice que
al aceptar este encargo Dickens, la casa editorial que
lo contrató y el sofisticado entorno literario de Gran
Bretaña estaban lejos de sospechar que con la escritura
de estos textos habría de surgir “uno de los libros más
populares del siglo XIX” y asistir “a la aparición de
una nueva y brillantísima estrella en el firmamento de
la literatura universal”.
MacDermott cuenta que el emergente talento literario de Dickens era ya en aquel periodo tan poderoso
que en principio modificó el proyecto de Seymour al
concebir la figura de Pickwick como personaje gordo
y rechoncho (parecido a Sancho Panza) y cambiar las
escenas de cacería cómica por aventuras de caballeros
urbanos, glotones, borrachines y ditirámbicos. Sus argumentos fueron tan convincentes que a partir de la
segunda entrega Seymour se vio obligado a modificar
sus grabados y en un arrebato de ira contra sí mismo
se dio un tiro en la cabeza en el jardín de su casa. Fue
entonces cuando el joven Dickens descubrió que podía
inventar crónicas a su modo (novelar) y, sin proponérselo, crear su propia versión de naturalismo literario a
partir del uso de modelos humanos tomados de los barrios bajos y medios de Londres. Los primeros hallazgos de su estilo son evidentes en los primeros capítulos
de Club Pickwick… pero será en el décimo cuando se
muestren muchos más de sus grandes méritos.
En el capítulo VII Dickens cita una anécdota en la que
invierte y multiplica una frase elogiosa que Alejandro de
Macedonia brindó a Diógenes de Sínope, el filósofo cínico
del siglo IV antes de nuestra era (ane) que se hizo célebre
por buscar con una lámpara de aceite en plena luz del día
siquiera a solo un hombre honrado en Atenas. La frase del
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