1 I.- ¿QUÉ HA SIGNIFICADO PARA USTED SER SACERDOTE TANTOS AÑOS EN LA COMPAÑÍA DE JESÚS? El sacerdocio no fue el puesto en que yo veía desarrollándose mi vida. No lo había observado como algo que yo fuera a realizar. Es verdad que en tiempo de vacaciones mi mamá me hacía madrugar para ir al Colegio a ayudar a la Misa que allí se celebraba cada día para la comunidad de Hermanos. Por eso yo no entré jesuita para ser sacerdote, sino para emplear mi vida en algo que yo había visto a algún jesuita. La ordenación sacerdotal Las ordenaciones al ministerio sacerdotal eran en el año 1963, como muy aceleradas, y ubicadas en medio de los estudios de teología. En efecto, en aquel tiempo se realizaban sucesivamente la ordenación al subdiaconado, diaconado y presbiterado en tres días seguidos, previos a la primera misa, que se celebraba en el cuarto día y todos en el mismo lugar, distribuidos en los múltiples altares que tenían todas las casas de la Compañía. A mí me tocó ordenarme en el Santuario de Loyola. ¿Qué sentí yo aquellos días? Nada significativo. De esto me di cuenta más tarde. ¿Qué sentí yo aquellos días acerca de mi recién estrenado sacerdocio? Nada significativo. Estaba haciendo lo que tenía que hacer. Ser jesuita, ingresado, no para ser Hermano, debido a los estudios que ya tenía, conllevaba en aquellos tiempos lo que estaba haciendo: ser ordenado sacerdote, en la Compañía de Jesús. Desde 1998 me encuentro en la ciudad de Maturín sirviendo de Párroco en la Parroquia San Ignacio de Loyola. La reunión mensual del Clero, el trato con los sacerdotes, la relación con los seminaristas les llevó a invitarme a dar Ejercicios Espirituales. En las reuniones de reflexión al caer del día me exigieron que les contara lo que yo sentí el día de mi ordenación sacerdotal. Entonces caí en la cuenta de que no había sentido nada, y no tuve otra salida que contar algo de lo que ahora se me pregunta. La Misa de cara al pueblo Yo viví el paso de ser sacerdote dando la espalda a la gente, a dar la cara a todos. En septiembre del año 1965, estando en Gandía, en la Tercera Probación, en las capillas de esa casa de Gandía, hicimos el cambio. Sólo consistió en poner una mesa adecuada en el presbiterio. Yo no recuerdo si celebré alguna misa cara al pueblo, o cara a los compañeros. 2 Casi al mismo tiempo sucedía el paso de la Misa en Latín a decirla en lengua vernácula. Había que aprender las nuevas fórmulas. No era fácil. En aquella zona la lengua vernácula era el valenciano, dialecto del catalán. Pienso que yo la diría en castellano. Recuerdo que en la misa en latín se nos exigía, desde la ordenación, emplear en su celebración por lo menos media hora. Alguno de los compañeros la decía en menos tiempo. Ahí empezaron los avisos del Instructor acerca del tiempo que se debe emplear en decir la Misa. Recuerdo que en la nueva reforma litúrgica se obligaba a decir una homilía. No se entendía esto de decir una homilía dentro de la misa. En algunas Iglesias había los domingos sacerdotes buenos oradores que pasaban toda la misa haciendo un sermón, mientras otro decía la misa en latín. El sermón empezaba con la misa, se interrumpía en el momento de la consagración, cuando todos se arrodillaban y seguía hasta la bendición del sacerdote. Todo ello duraba media hora. Pasar a decir lo que se llama homilía dentro de la misa fue un duro acontecimiento. Como muchos sacerdotes no sabían hacerlo nos llamaban a los jesuitas, al teologado, para predicarles la homilía. Pero había la orden de no emplear en ella más de 10 minutos. Se daba el aviso al predicador con una campanita, o sencillamente se ponían a cantar el credo. ¡Nos parecía imposible decir algo, desde un púlpito, en 10 minutos! La misa de los jóvenes Otro gran acontecimiento fue la Misa de los jóvenes. Las parroquias y colegios se pusieron a celebrar misas para los jóvenes. Usando vistosos ornamentos y de cara al pueblo yo me presentaba en la Misa del Domingo. Recuerdo mi misa en la monumental Iglesia del Colegio Lasalle La Colina. Empezó con gran asistencia de todos los alumnos mayores, pero duró muy poco esa afluencia. Pasé a otras parroquias y sucedía lo mismo. El fenómeno de la deserción Por este mismo tiempo viví el ‘fenómeno de la deserción’ que se llamó ‘postconciliar’, pero que no tuvo nada que ver con el Concilio. Se sabe ahora que se debía a un cambio cultural que se manifestó, en la calle, a partir de 1968, con toda clase de manifestaciones sobre todo de jóvenes. La correspondencia que mantenía con mi mamá, todos los miércoles, me comunicaba cada semana la deserción de un compañero jesuita que había ingresado conmigo en el Noviciado, y ordenado en 1963. En el confesonario Los grandes recuerdos, junto con las correspondientes emociones, las he tenido alrededor de la celebración del Sacramento de la Confesión. La primera vez que confesé fue en la preparación del Primer Viernes. En un pueblo cerca de Oña. Muchas personas, niños y jóvenes. Las reiteradas ocasiones me quitaron toda sensación de miedo. 3 No puedo olvidarme de la primera vez que se confesó, un sacerdote, de un pecado contra la castidad. Me sucedió que no me lo quería creer. Y tuvo que convencerme que sí, que no hay duda. ¡Qué vergüenza o qué candidez la mía! Tuve que absolverle sin más… He podido experimentar a lo largo de estos 50 años, la curva parabólica que marca el aprecio hacia este sacramento. Concretamente, en mis 30 años de vida de Colegio, sentí el paso desde el esperarme de los muchachos a que llegara al confesionario, hasta el estar allá esperando y no viene nadie. En un largo recorrido he llegado a darle todo el lugar a la misericordia de Dios. Este periodo se empezó cuando entré más en contacto con la Palabra de Dios, y me dediqué a enseñar a leerla en lectura orante. Aconteció con todo esto un cambio de mentalidad que yo la he concretado en la mentalidad de Pastor, que con aquella secuencia de ceremonias llegaba a mi vida. Yo siento que entró en mi mente, e incluso en mi cuerpo, toda la perspectiva con que mira la persona el Buen Pastor; desde entonces me he fijado mucho en la misericordia de Dios, incluso en todas las misas hago cantar como un grito el “Señor ten piedad”, y el evangelio según san Lucas que nos educa en el Ciclo C, lo hago recorrer por los escalones de la lectura orante para que en todos llegue la misericordia del Señor. Y dije, que la nueva mentalidad me llegó a mi cuerpo mismo, puesto que en el confesonario es donde me siento acogiendo y siendo cauce de la misericordia de Dios hacia las personas que siempre vienen. A esto ayuda la calidad del lugar de la confesión. La iglesia San Ignacio de Maturín tiene unos sencillos, cómodos y bellos confesonarios ubicados en el muro en la parte del tercio posterior. Es fácil imaginar a la misericordia de Dios que corre por ese lugar llevándose el peso de la vida que aflige a todo ser humano, y en un tiempo mínimo, el necesario para la eficacia de la misericordia. II.- ESTAMOS CELEBRANDO EL AÑO DE LA FE. ¿QUÉ SIGNIFICA PARA USTED LA FE? ¿CÓMO LA VIVE USTED? ¿Qué significa la fe para mí? Lo pienso a toda hora. La fe es una herencia, la fe ‘se mama’. La fe es un don que te da Dios por hacerte nacer de padres cristianos. He visitado muchas veces los Cementerios donde se encuentran sepultados mis antepasados. Me da consolación el dar gracias a Dios por la vida que tuvieron y transmitieron. Lamento con mucho sentimiento que mi generación no ha sabido y podido pasar a sus hijos el regalo de la fe. En mi familia algunos se confiesan ateos. Un hermano mío moría con este duro sentimiento de impotencia ante un hijo que “ya no creía”. Yo nací de unos padres creyentes Sin embargo, yo nací de unos padres creyentes. Mi madre llevaba ya 10 años viviendo con sus hermanos en el país vasco. La falta de ayudas para cultivar la tierra, en la rica y actualmente productiva Tierra de Campos (Valladolid), y la capacidad de trabajar, les llevó a emigrar y ubicarse en Vitoria en el año 1916. 4 A mi padre, el servicio militar le llevó a Vitoria. Pero no volvió a su tierra del Norte de la Provincia de Palencia porque sucedían las mismas circunstancias en la falta de ayuda para criar el ganado. En la colina Gasteiz de Vitoria y a la vuelta de la esquina está la vieja Iglesia de San Miguel, la sede de la Virgen Blanca. El año 1926, el año de mi llegada a este mundo transcurrió todo él llevado por mi madre a la misa diaria. Así que cuando nací, el último día de Octubre, no duré sino 6 días para ser Bautizado en esa misma Iglesia. Mi hermano, llegó tres años y medio después que yo. Allí crecimos juntos. Instalado en un tercer piso de la calle más alta de la Colina la parte trasera tenia cultivos, y en lo alto podía ver el Palacio Episcopal y el Conservatorio de Música. Edificios muy antiguos. Yo escuchaba mucho la música, aunque no me daba cuenta, me atraía. En aquellas altas vecindades no había jardines. Cuando llegaba el buen tiempo mi madre nos llevaba al Campo de Bast Iturri y a la campa de Arana. Yo sentí muy pronto la necesidad de Dios. Lo sentía con un enorme gozo. Lo buscaba. Y leía libros que me hacía llorar de gozo. Me los daba mi madre. No sé cómo decirlo. Yo soy hijo de los tiempos de guerras. No conocí a mi padre hasta los 14 años, cuando en 1941, nos mudamos en la casa que mis padres habían comprado ya en 1929. Mi madre me dejó ser yo. Y por eso pude transitar por los caminos que iba encontrando en el colegio entre compañeros llegados de todas partes. Mi madre, sin embargo, en tiempo de vacaciones me hacía ser monaguillo del capellán de mi colegio. Cada mañana me levantaba bien temprano para ir al Colegio a ayudar a misa. Y los Domingos en horas de la noche íbamos a la bendición con el Santísimo Sacramento que se celebraba en la parroquia de San Miguel. Mi primera conversión Yo tomé cargo de mi vida a los 14 años. Ahí sitúo yo mi primera conversión. De Dios fue el llamado. Recuerdo que lloré mucho. Nada intervino mi madre. Mi padre estaba en la guerra. El resultado fue ponerme a estudiar. Remonté todas mis malas notas y las bofetadas que me propinaba el Director del Colegio cada sábado, y llegué sobresaliente a la Reválida con felicitaciones para mi colegio. Eran tiempo de organizaciones juveniles. En el Colegio estaba la Cruzada Misional de Estudiantes. Yo fui Presidente en el último curso. En un teatro de la ciudad pronuncié un discurso ante todos los colegios el día del Domund. Aquel día me invitaron a inscribirme en la Congregación Mariana; en ella me recibió un Padre muy ejemplar, pero los congregantes no me convencieron. En la ciudad había la organización juvenil, propia de tiempos de guerra, y nos hacía desfilar. En el Parque de la Florida, en la fecha de Dos de Mayo a los 14 años yo pronuncié un discurso que me preparó mi madre y me llevé regalos del Comandante Militar, que me invitó a su casa 5 En vacaciones, seguía de monaguillo. No durante el curso. En el colegio no era modelo. En vacaciones no tenían a nadie. Por eso tal vez iba yo. Mi profesión militar español Nada de sentir llamado a ser sacerdote. Nada me dijeron. Me calificaron para ser ingeniero, pero mi madre me dijo, si tú estudias ingeniero no tenemos dinero para tu hermano. Entonces me decidí por ser militar. En efecto, ingresé el año 1945. Es notable una promesa que hice, sin que nadie me lo dijera. La Congregación Mariana ni su Director influyeron en nada. La promesa fue: ¡No manchar mi uniforme con pecado mortal! Y la cumplí. Los cinco años de Academia comulgué todos los días. Conseguí amigos estupendos, que me ayudaron mucho. Ayudé a compañeros excelentes, pero hijos de la guerra, tenían sus problemas. El final del Primer Año fue “triunfal”. Excelentes notas. Cuadro de Honor. Dediqué todos a mis padres. No sé por qué leí esta carta a un amigo muy cercano, y que nos acercaron mucho por nuestro parecido físico. Este me dijo ¡Qué lástima, que en vez de hacer esto por tus padres no lo hicieras por Jesucristo! Lo tomé como un dicho “guerrero” o “heroico” y no continuó sino en una amistad de compañero de fin de semana. Sin embargo, quedó algo que yo no sabía, y es que se podía hacer algo por Jesucristo. Al concluir el Segundo año Al concluir el Segundo año con análoga culminación, se me ocurrió el terminar de ser bueno. Con este propósito llegué a la Academia de Artillería en Segovia. Al salir de paseo en el primer sábado un compañero, con quien había tratado poco en años anteriores me invitaba a ir a una Sabatina en la Congregación Mariana. Todos los sábados fui a esta actividad. Conocí a muchachos excelentes, universitarios. Me llamaba la atención el Padre Director, el Padre Francisco Javier Muro a quien yo veía por la ciudad de Segovia, como amigo de los niños y de los pobres. Muy pocos eran compañeros de la Academia Militar. Además del que me invitó, recuerdo a otro, José Aparicio Olmos. Con este, sin hablar de vocación, o algo por el estilo, quedé con hacer en esas vacaciones de final de Tercer Año, los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Del mismo modo el final fue exitoso. Conseguí obtener el Primero de mi Promoción. Me llamaban el Número Uno. En efecto, hice Ejercicios en Loyola. Decidí ser jesuita al terminar la carrera. El otro compañero, que también hizo Ejercicios en Valencia, decidió casarse. Esto me contrarió mucho. Con todo lo dicho. Continué la manera buena de ser. Me olvidé de algunas cosas pero no el todo. 6 El curso final tuvo lugar en Zaragoza. Perdí entusiasmo por mi carrera. Me gradué Teniente de Artillería. Mi único destino militar Fui destinado, sin pedirlo a mi ciudad natal, Vitoria. En un trabajo y ambiente encantador, pasaron los años 1959-51. Pero me di cuenta que “estaba perdiendo en tiempo”. Un compañero mío, lo notó. Me lo ha dicho años más tarde. Y de una manera, muy súbita, que extrañó e hizo llorar mucho a mi familia, y llamó la atención en la ciudad donde yo disfrutaba de prestigio, decidí, con enorme ayuda, y con toda facilidad, a entrar en la Compañía el 13 de Agosto de 1951. Creo que he contado todo esto porque me parece que la fe es “un poder”, que tú has recibido y te acompaña y te sale al camino con fuerza increíble. Los cuatro primeros años de jesuita De aquí en adelante este pasado “poder” se convirtió en Persona. Empecé a darme cuenta que “por Jesucristo se podía hacer algo”. Sin embargo, no estuve conforme con lo que viví los cuatro años de Noviciado y Juniorado. El Maestro llegó a exigirme que para ser jesuitas “hay que dar la vuelta a la media”, y siguió lo mismo en los dos años siguientes. Rodeado de muchachos en término medio de 8 años menores que yo, y procedentes de Escuelas apostólicas, me disgustaban. Compañeros de la vida militar me visitaban. Pero por eso de “la media”, yo los espanté. Al cabo de aquellos cuatro años me dijeron que no me conocían. Que no era el mismo. Esto sucedió, sobre todo, cuando un compañero de los cinco años de Academia, Ignacio Cavero, y que entró en Loyola, nos encontramos en la Facultad de las dos Provincias, en Oña, fue el que me dijo airado, que no era el mismo. Y yo veía que él sí que era el mismo. Los años finales de formación Pero esa Persona, que identifica mi fe, siguió actuando de formas sensibles. Yo lo sentía actuando en mí. Yo veía que la conducta sobre todo de teólogos, “dejaba algo que desear”. Recordaba a mis compañeros de Academia y soñaba con ellos, con muchos de aquellos pude ayudar, con estos, en cambio, yo no podía. ¿Tanto había yo cambiado?, pero esa Persona seguía trabajando. En la Tercera Probación, sucedió la misma situación de conducta. Algunos no hicieron los Ejercicios de mes. 7 Aquí sucedió que estando dando Ejercicios en Fontilles vino a visitarme un compañero de la Provincia metido en el trabajo social con los obreros de Vizcaya. Me propuso ser destinado a trabajo social con otro compañero que estaba en Gandía. Viviríamos en un apartamento en Portugalete con 5 compañeros. Tres trabajaban en la Universidad de Deusto y nosotros dos trabajaríamos en una fábrica. Todo esto quedó en una propuesta. Pero sucedió que una vez más, tal como había sucedido en el Noviciado y Juniorado, que pedían voluntarios para Centroamérica, para el Japón, para el Congo, y yo siempre me ofrecí. En este a oportunidad el Padre Provincial había viajado a Venezuela y pidió voluntarios a los Tercerones. Yo me ofrecí y esta vez sí, en Abril de 1965 fui destinado a Venezuela. En el Colegio San Ignacio de Caracas Destinado, por fin, al Colegio San Ignacio en Agosto de 1966, acusé la misma conducta irregular en maestrillos y sacerdotes jóvenes. Cuando se dio el cambio de época, 1968 y siguientes, estos mismos y los que tuvieron semejantes manifestaciones en los últimos años de formación, dejaron la Compañía. En mí en cambio surgía ya el principio de lo nuevo que venía. Ante la resistencia que se manifestaba en los alumnos a dejarse guiar por los métodos tradicionales en mí surgían iniciativas. Sucedió en el Colegio en el nivel en que yo estaba que permitían dejarse organizar como se había hecho siempre. Pedían hacerlo de otra manera, que no sabían cuál podía ser. Y lo mismo sucedía en otras áreas de la organización del colegio. Los Cursillos de Ocumare Me di cuenta que no los entendía. Empezaba el año 1968. En la primera página de mi breviario escribí: “Un año para escuchar”. Sí, era necesario escucharlos. Entonces tuve la iniciativa de realizar una manera nueva y costosa. Nueva porque era mediante una estratagema de formación de líderes realizar en Ocumare de la Costa, de miércoles a domingo, lo que llamamos “Cursillo Cristiano”. Lo llamamos c-1, y llegamos al c-33 Yo conseguí lo que pretendía: escucharlos. En realidad fue lo único que conseguí, aprender a escuchar, porque entenderlos… es otra cosa. Esto también aprendí. Estos cursillos duraron el tiempo en que la manera disciplinar del Colegio había cambiado en todos sus niveles. Y estos cursillos más humanos, continúan. Para mí Ocumare fue durante un tiempo, lugar de suplicio al que yo me sometía. Los últimos cursillos ya no los quería. Me forzaban a ir, porque atraían. El mismo Rector me obligaba. Yo decía que ya no eran necesarios porque la manera de vivir en el ambiente colegial había cambiado en esos cinco o seis años Consecuencias dolorosas La manera de ejercer influencia en los muchachos de ese sistema de hacer pensar, tuvo consecuencias dolorosas en el orden colegial. Los alumnos que me ayudaban y los mismos de segundo año publicaron una revista, con todo lo que veían en el colegio, desde el punto de vista juvenil, y que no les gustaba. Lo 8 denunciaban de manera “cruel”. Yo no la autoricé, por supuesto, pero la sacaron, y causó enorme conmoción. A algunos, trataron de sacarlos del Colegio. Esos muchachos me decían, sobre todo lo que eran mis alumnos: pero “¡si eso es lo que tú nos enseñas en Ocumare!”. No era así, pero era consecuencia de la manera de pensar que surgían de las preguntas que trabajaban a conciencia y su participación global llegaba a altas horas de la noche. Uno de los fines es que fueran a la cama “agotados” Cuento todo esto, porque yo sentía que era la fuerza de la fe. La comunidad educativa en el Colegio Por aquellos años, apareció un término nuevo, que entró en el ambiente del Colegio, “La comunidad Educativa”. Procedía de un decreto emanado de la Presidencia de la República. El Padre Provincial se informó dónde conseguir información sobre este nuevo tema, comunidad educativa, y fui enviado a Rocca di Papa, en las cercanías de Roma, a un curso de 3 meses, presentado por el Movimiento por un Mundo Mejor, creado en Italia por el Padre Lombardi, antes del Concilio, y apoyado de Papa Pio XII. En efecto, de Enero a Abril tuve una nueva experiencia de Comunidad. El inicio de toda esta fórmula de vida tomaba su teoría de la carta reciente de Pablo VI en 1964, Ecclesiam suam. Esta encíclica, la primera de este Papa, culmina en una amplia parte final con “el diálogo en la Iglesia”. Y establece la necesidad de la Iglesia de dialogar con el mundo, sin eludir ninguno de los interlocutores que en él se encuentran. Allí, en esos 3 meses en vida de comunidad con 70 personas de varias nacionalidades, experimenté la vida en comunidad. Incluso, al concluir el curso de Rocca di Papa encontré en Roma un curso para capacitarme a vivir en comunidad. Con 36 personas de variadas edades, prácticamente encerrados durante 7 días en la casa de Ejercicios de Villa Cavalletti con el Padre Arvesú, me ayudaron a descubrir situaciones profundas de mi vida en continuos testimonios surgidos del continuo diálogo entre esas personas. Pude admirar la transparencia de algunas personas que captaban su realidad profunda con toda sencillez y espontaneidad, y la incapacidad de otras para comunicarse, provocando angustia y hasta sufrimiento y desespero. Yo fui calificado de poco auténtico, no tenía la transparencia adecuada para captarme y de ahí mi incapacidad para el diálogo comunitario que se realiza en los niveles coherentes y adecuados de testimonio. Regresado al colegio, y ya en el inicio del tercer trimestre, me dediqué deprisa a preparar mi nivel en las técnicas aprendidas de comunidad. Comenzar a organizar a los alumnos, asignando tareas de colaboración dentro de la sección de clase, a cada uno de ellos, en cada una de las cuatro secciones, fue fácil. Convoqué reuniones mensuales de representantes de modo que para el inicio el curso siguiente pudimos presentar la junta directiva de la asamblea de Padres y Representantes. Más intenso fue el trabajo de organización de Profesores. Nos dedicamos a organizarlos en los Niveles, del Segundo y tercer Período. 9 Nos quedamos contentos cuando todo el colegio quedó organizado en Niveles, con reunión semanal a la misma hora, mientras los alumnos se dedicaban a Deportes con sus Profesores de Educación Física que se multiplicaron adecuadamente. Nos pareció que estábamos respondiendo al decreto presidencial de Comunidad educativa. Nada de esto influía en mi poco nivel de transparencia. Es verdad que en la comunidad de jesuitas del Colegio se establecieron también las reuniones semanales de la comunidad. La verdad es que nos costó mucho aprender a reunirnos. Es decir, aprender a escuchar, a responder afirmando y añadiendo, aprendiendo a proponer lo intuido como deseado por el grupo, para conseguir en todos la alegría del hacer algo nuevo. Pero al correr de los años, lo logramos. Más, lo enseñamos a los representantes, quienes, en las también reuniones concertadas, acudían a las 7 de la noche. Se pasó de apenas llegar al “quórum” necesario para decidir según la ley, a reuniones de nivel muy agradables, en las que el estar reunido ya era un sentirse bien. Entre todas, hubo una reunión fugaz, fugaz por los pocos minutos que duraba. Al concluir la mañana, nos reuníamos en el despacho del Rector para vernos las caras. No recuerdo de qué hablábamos. Tal vez para experimentar que guardábamos buen ánimo para seguir adelante en tiempos de cambio. No sé cuánto tiempo duró, tal vez todo un trimestre de inicio de curso. A mí me hizo mucho bien. Buscando nivel de transparencia Entre los años 1967 y 1975, casi todos los años me desplazaba a la ciudad de Nueva York a ayudar dos meses en diferentes actividades. Lo hacía por practicar el inglés que cultivé en los tiempos del sur de Londres. Pero también lo hacía porque me gustaba vivir el orden de las cosas, vivir lo concertado con exactitud, disfrutar de la puntualidad, acoger la calidad de aprecio que se tenía al sacerdote, sobre todo al latino, en ambientes de origen irlandés. Viví entre 1967 y 1975, una explosión de fe que se extendió a todo el mundo, lo que se llamó allí Renovación Carismática Católica, y con ese nombre se instaló en todo el mundo. Asistí a una Conferencia Internacional en 1975 en la Universidad de Ann Arbor, Míchigan, conocía los líderes que vivieron el inicio de este Movimiento en la Universidad de Notre Dame. Debido a ello, cuando en 1973 se iniciaron los seminarios, así llamados de Vida en el Espíritu, no dudé en tener esta experiencia de la que había oído su muy ponderado nacer en U.S.A., y que se consideraba como un ingreso en la Renovación Carismática Católica, En efecto, en medio de una muy abundante concurrencia, en la Urbanización La Macarena de Los Teques y en la casa que fue noviciado de Salesianos, del 26 al 30 de diciembre conseguí la experiencia de ingreso en este movimiento. Me convenció porque enfatizaba lo que como jesuita llevaba en mi vida, Jesucristo y el Evangelio. El seminario no se apartó nunca de la Palabra, que tomaba vida en su repetición por medio de un Padre uruguayo, venido de Puerto Rico con un pequeño equipo de laicos. El Grupo de oración 10 Por razones que son de otro lugar el exponer, tuve que acudir a un Grupo de oración. Por otra parte, yo pienso que la Renovación carismática surgió entre católicos para enseñar a leer la Palabra de Dios, modo católico. En efecto, el descubrir que la Biblia es para leerla fue un acontecimiento visible entre las personas que pertenecían a este “nuevo movimiento” entre muchos, llamado Renovación Carismática Católica. Cargaban todos la Biblia, y sobre todo la Biblia Latinoamericana, aparecida en 1973. Pero era leída por versículos, que se citaban, a veces, por azar, otras por coherencia de contenidos. Esta manera de leer aburrió a la gente de los grupos, que para durar el tiempo convenido alargaban los cantos iniciales, seguidos de la alabanza establecida, o adelantaban largas oraciones de sanación también establecidas como rutina aprendida de los Grupos inspiradores. El hecho es que la lectura de la Biblia desapareció de los Grupos. Las personas llamadas carismáticas ya no cargaban la Biblia en sus bolsos o en sus manos. En este Grupo de oración “Cristo vive” sucedía lo contrario. ¿Cuál era la causa? Descubrimos a los profetas. En nuestras reuniones se leían perícopas completas de los grandes profetas, y poco a poco, de todos los profetas. Y esta iniciativa no partía de un letrado o experto en Biblia, sino de hombre del pueblo, que desde el principio integraba el ministerio, llamado de música, porque tocaba guitarra y componía bellas canciones. Las mismas lecturas se reiteraban cada semana. También de manera espontánea apareció lo que se llamó el compartir la Palabra. A esta expresión, que se hacía de manera solemne, por inspiración de quien nos había enseñado, se llamaba Profecía. A veces, “el profeta” tomaba el nombre del Señor, pero a poco a poco, esta comunicación se fue haciendo más sencilla, más personal, hasta llegar a lo que yo identifiqué como “las cosas de Dios”, que decía San Ignacio.. Las cosas de Dios, llama San Ignacio, a la acción de Dios en él, que inicialmente no entendía, pero que al fin cayó en la cuenta que procedían del “buen espíritu, en contraposición de las que procedían del “mal espíritu”. Estas personas describían la acción de Dios en ellas como consecuencia de la lectura reiterada de la Palabra que semanalmente se leía y quedaba profundamente grabada en la memoria, de tal manera que yo me acordaba de ella a lo largo de la semana y salía a mi encuentro en mi trabajo, trayendo a mi ser una sensación de alegría. La lectura orante del evangelio Hasta aquí la enseñanza de este Grupo de oración. Yo pasé, sin sentirlo a leer la perícopa del evangelio de esta manera. Como cada perícopa era muy rica para realizar todo lo que este Grupo lograba en varias semanas, descubrí que la atención al evangelio del Domingo daba tiempo suficiente para poder descubrir la acción de Dios en mí y compartirla. No sé por qué acudí a un curso de Lectio divina, presentado por un sacerdote trinitario. Me pareció que era esto lo que ya existía en mi experiencia. Quise informarme más acerca de la Lectio divina. Me fui a la Abadía 11 Benedictina a conseguir bibliografía. Nada tenían de esto en su amplia Biblioteca. Pero conseguí una gran afirmación: Lectio es todo cuanto se lee modo sapiencial (dando tiempo para extraer la verdad de lo leído). Todo esto sucedía en 1995. Mi conclusión particular es la siguiente: La Renovación Carismática católica es una corriente del Espíritu para enseñar a leer la Palabra modo católico, y al compartir cada persona la acción de Dios en ella, se edifica la comunidad parroquial. Entonces entré mejor en lo que vivido en los Ejercicios, estar cinco horas al día, como si presente me hallase, metido en un relato hecho puntos por San Ignacio para este fin, en un acontecimiento que se llama Contemplación ignaciana. En la Parroquia San Ignacio En esta situación, en 1998, fui destinado a la Parroquia San Ignacio de Maturín. Esto sucedía cuando después de varios meses de enseñanza sobre la Iglesia Comunión del Concilio Vaticano II, esta Diócesis de Maturín culminaba este largo período de reflexión acogiéndose y declarando trabajar para conseguir una Iglesia Comunión, es decir, estructurada en Comunidad de comunidades. ¿La manera de realizarlo?, y casi lo único que yo saqué de la reunión final fue: ¡Ahora reúnanse! Me pareció que esto era lo único necesario. Emergió en mí toda la experiencia del Colegio San Ignacio que llegó a ser estructurado por niveles, mediante muchas reuniones. Cada Nivel tomaba responsabilidad sobre toda la actividad académica. Al mismo tiempo, emergió como una gozosa iluminación la capacidad de la Lectura de la Palabra para hacer comunidad, mediante el compartir de la acción de Dios en cada persona III.- ¿HA HABIDO MOMENTOS EN SU VIDA DE ESPECIAL SIGNIFICACIÓN? ¿OTROS MOMENTOS DE DIFICULTADES FUERTES? ¿NOS PUEDE CONTAR ALGO DE ELLOS? El destino a Maturín. Terminado mi trabajo en la Casa de Quebrada de la Virgen, esperaba un nuevo destino. Mientras tanto, seguía en la Curia Provincial, mi trabajo de Archivero. El tiempo se hacía largo. Incluso el Arzobispo de Caracas me nombró Asesor de la Renovación Carismática, pues veía que podía quedar en la ciudad. Llevé muchas veces al aeropuerto al Padre Provincial sobre todo en viajes mañaneros. Incluso estuve hospitalizado con una importante lesión pulmonar, que yo no le di importancia, pero sí le dio mi comunidad de la Curia. Pensando dónde podía desear que me enviaran, nunca acerté a pensar lo que en realidad sucedió. Aunque todo ese tiempo de espera vivía en la Comunidad de la Curia, a la que pertenecía, desde mi destino en Quebrada de la Virgen, y por tanto convivía con el Padre Provincial, nunca hablamos de lo que se pensaba hacer conmigo. Es verdad que me enviaban a representaciones, a veces importantes. No me acuerdo cuáles. 12 Un día, que no sé cuál, del año 1998, me llama el Padre Arturo, sentado en su despacho me dice: “Tú vas a ir a Maturín. A la Parroquia San Ignacio de Loyola”. “Muy bien”, respondí. Como lo he dicho, no me esperaba tal destino. Pero en el silencio de la aceptación sentí una enorme consolación, que se hace sentir en todo el cuerpo. Tal vez después de un espacio de silencio, Arturo me pregunta: “Entonces, ¿tú vas a Maturín?”. Pienso que lo afirmé sencillamente. Me pareció que no se lo quería creer. De hecho se trataba de una lejana aspiración. En verdad, mucho antes de pensar en ser jesuita, tuve una juvenil experiencia de vida parroquial en la Parroquia San Cristóbal de mi ciudad natal. Formé parte de un grupo juvenil que hacía cosas fuera de lo litúrgico. Se trataba de actividades artísticas, representaciones teatrales. Cuando entré jesuita me pregunté muchas veces, ¿cómo es que entré jesuita, si los jesuitas no tienen parroquias? La carta, que el Padre Provincial de Loyola, escribió a los tercerones el año 1965, pidiendo voluntarios para ir a Venezuela, fue el resultado de su visita canónica a la Viceprovincia, y el constatar la necesidad de sacerdotes para nuevas Parroquias. Otros momentos de dificultades fuertes La Casa Centro de espiritualidad Padre Martín Odriozola, S.J. Después de 27 años seguidos en el Colegio San Ignacio de Loyola, contados por sus cursos correspondientes de Septiembre a Julio, el Padre Provincial me propone el problema de la casa de Ejercicios y el Proyecto de convertirlo en un gran centro de espiritualidad ignaciana. Sucedió en la Cuenta de conciencia. Yo me ofrecía a cambios, como todos los años lo hacía. Este año fue distinto. El Padre aceptó la oferta y fui destinado a la Casa de Quebrada de la Virgen. Entre tanto se encargaría de la casa el Padre Braulio Velasco. Para desmontar toda la rutina de los años de Colegio, me dijo, “irás un año sabático”. Así sucedió. Cuando regresé, como lo prometí tomé la dirección del Nuevo Centro de Espiritualidad, cuyo proyecto me explicó el Padre Provincial, y me urgió la presencia inmediata en la Casa. Yo me sentía seguro. Mi trabajo de dar Ejercicios allá a los que llegaban según su tiempo y disposición, me encantaba. Ya no venían religiosas a hacer Ejercicios Espirituales, pero pudimos mantener la casa siempre ocupada con diferentes grupos a veces con programas de la vecina empresa Intevep. 13 Todo se transformó cuando cambiaron de Provincial. Desapareció el apoyo que sentían. No sé por qué se sintieron inseguros. Y empezó una conducta irregular, que yo no supe manejar en su totalidad. Hice lo necesario para preparar un posible despido. Logré hacer los contratos escritos y firmados con los sueldos legales. La situación fue haciéndose cada vez más negativa. Esta familia, la sentí preparando su salida con acciones económicas que no pude contar, ni detener. Las situaciones de “espíritus” que yo sabía que manejaban, por lo que he dicho antes, se hicieron pesadillas. Yo sentí miedo. Entonces se realizaba, las tres veces repetida Tercera Probación. La Sra. Dora tenía que hacerse una operación de columna. Decidió hacer su larga y llena de cuidados convalecencia en la Casa. Era su casa, pero escogió la habitación del Director. Esa familia se ganó a algunos tercerones, y al Maestro. Lo pasé muy mal. Deseé morirme. La única vez en mi vida. Todo esto lo conté a algunos de mi comunidad de la Curia. Me decían que lo dejara, pero no podía. Estaba la Tercera Probación, la ocupación de la Casa seguía, yo daba Ejercicios, llevaba la Economía y atendía al personal que se agrandaba hasta tener 12 en nómina. Por otra parte el Provincial lo sabía y quería desprenderse de esta familia. Esto lo vi yo desde el principio. Por eso tomé tiempo para preparar la salida. Conseguí que firmaran la planilla de prestaciones con la aceptación de que estaban conformes con la liquidación. Tenía que salir a dar Ejercicios a San Cristóbal. Cuando regresé a los 9 días, se habían marchado. Ya habían venido de la Curia a hacerse cargo de la casa y yo me quedé con ellos unos días más hasta que recogí todo y pasé a vivir a mi comunidad de la Curia. IV.- ¿QUÉ JESUITAS YA FALLECIDOS FUERON DE ESPECIAL SIGNIFICACIÓN PARA USTED? ¿QUÉ OTRAS PERSONAS DEL MUNDO ECLESIÁSTICO O SEGLAR? ¿Qué jesuitas ya fallecidos fueron de especial significación para usted? Cuando era un joven de bachillerato en Vitoria me llamó la atención de un Padre Jesuita conocido como el Padre Palacio, porque era hijo de la empresa conocida de Mosto Palacio. Decían que trabajaba mucho para conseguir alimento para su comunidad de jesuitas que eran muy pobres. Murió al poco tiempo de llegar siendo Director de los Luises. Cuando era Cadete Alférez de Artillería en Segovia yo iba los sábados por la noche a una Sabatina. El Padre Muro la presidía. A este Padre yo le veía llevando alimento a los pobres, y atendiendo mucho a los niños. Al llegar a Venezuela estuve durante 8 meses en una parroquia de Paraguaná. Hice la vida en la Comunidad de Punto Fijo. El Padre Santiago María Andrés me trató muy bien. Me hacía falta. Estaba llegando al país. Me ayudó en mis novedades. Estuvo a mi lado en mis errores. De aspecto rudo, tenía un gran corazón. Yo me gozo de haber convivido con el Padre José Ignacio Maíz. Ha crecido mi memoria en él cuando escucho cómo hablan muy bien de él los sacerdotes que pueden parecer indiferentes a estas cosas. Cuando se 14 cuentan sus hechos distraídos, o sus acciones destacadas, los que lo conocieron callan, escuchan, sonríen. El Obispo Monseñor Padrón, cuando Maíz hablaba, lo escuchaba embelesado. Yo no lo comprendí. Me molestaba que pasara tanto tiempo delante del Santísimo Sacramento, cuando me parecía que debía de hacer otras cosas. ¿Qué otras personas del mundo eclesiástico o seglar? Mi madre. Una mujer extraordinaria. Nació en un otero que avistaba una inmensa llanura. Tan inmensa que se decía que allá en el fondo se veía Portugal. La inmensidad del mar con su lejano horizonte no le llamó la atención porque desde el Castillo de su pueblo se veía más lejos todavía. Siendo muy niña, y cuando sus compañeras escogían su estrella mi mamá se adueñó de la mayor que había en ese y en todos los cielos, era Venus. Esa estrella la guió toda la vida. Huérfana de madre a los siete años, y de padre a los 18, en el año 1916 los cuatro hermanos decidieron dejar las tierras e instalarse en Vitoria. Mi madre trabajó de costurera, el hermano mayor de jinete de caballos de monta. Con su trabajo crecieron junto con los dos hermanos menores, de tal manera que en un hogar feliz, amaron con pasión esa ciudad y ese país que los acogió y allí crecimos numerosos primos. Mi padre. Lo conocí muy tarde. Mi madre me dijo que lloró cuando ella le comunicó su primer embarazo. Eran los primeros días de marzo del año1926. Procedía de las últimas estribaciones de los Picos de Europa, al sur de Peña Labra. Con la pobreza de su tierra y, siendo el último de muchos hermanos, acertó a quedarse en el Ejército, concluido el servicio militar obligatorio. La Pernía de donde procedía era conocida como de hombres de estatura, por eso fue reclutado por la Artillería de Montaña, con la que participó en las continuas guerras. En 1941 rescató la bella vivienda muy atrás adquirida, y desde entonces conocí a un hombre de calidad. Cuando yo nací tenía el grado de Sargento, cuando empecé a tratar con él era Capitán. Como mi mamá había manejado admirablemente mis años terribles, el se encontró con un modelo de hijo primogénito, en el barrio, en el Colegio. Disfrutó de mi vida militar desde el ingreso en la Academia hasta que me gradué de Teniente. Me visitaba en las Academias. Fui al primero que comuniqué que deseaba ser jesuita. En Agosto de 1951 me llevó al Noviciado. En finales de Enero de 1966 recibía su última bendición en la Estación de Abando de Bilbao, puesto que veníamos a América para no regresar jamás. Por eso en 1968 junto con mi mamá me visitaba en Caracas. Las cosas cambiaron y en el año 1977 moría en el Hospital Militar de Vitoria. Era el 7 de Julio. En horas de la madrugada, el enfermero lo atendía en sus últimas atenciones, el Doctor declaró al auscultarle silencio total. Nos dejaron solos. Mi madre exclamó con profundas lágrimas: ¡”qué fácil se muere”! Yo le dije: “¡Mamá, alegría, hemos colocado al cabeza de familia en el cielo!”. Ella se quedó vistiendo el cadáver. Yo me fui a la casa, pues lo iban a llevar de inmediato en una ambulancia. En todo el duelo que se recibe en esos días, me di cuenta de cómo era querido y admirado en la ciudad en la que había pasado los 10 últimos años de su vida. 15 Mi hermano. Llegó a mi lado cuando yo tenía ya 3 años y 10 meses. Crecimos juntos en Vitoria. Él se enroló muy niño en los Kostkas, una Congregación de los jesuitas, y hacía su vida con sus amigos. Fue siempre bueno. Yo lo admiraba. En el Colegio iba siempre de matrículas de honor. Yo deseaba que conociera a mis amigas, y que saliera conmigo practicando mis deportes. No lo conseguí. Iba siempre a los Kostkas. A mí no me gustaba eso Cuando él tenía 13 años, yo salí de la casa para iniciar mi carrera militar. Lo veía en las vacaciones. Era intachable. Cuando entré en la Compañía preparaba su ingreso en la Escuela de Ingenieros de Bilbao. Culminó su carrera en 1958 y ahí mismo se casó con una muchacha estupenda. Cuando me la presentó, en una oportunidad que viajé a la Universidad de Deusto, me dijo después en secreto: “¡Es como mamá!”. No había más que hablar. Fue un ingeniero civil brillante. Se dedicó totalmente a su carrera. En su primera empresa de acrílicos de Miranda de Ebro, una empresa joven con jóvenes ingenieros, vivían en viviendas de la empresa. Me di cuenta que se hicieron una gran familia. Al mismo tiempo que llegaban los hijos actuaban todos ellos en los Cursillos de cristiandad. Así me visitaron en Oña, hasta donde llegaba el radio de acción de su apostolado. Fue una generación que empujó el despegue de Europa desde una situación de pobreza a un estado de bienestar. Yo apenas lo viví. Tampoco pude estar nunca con mi hermano. Yo estaba aquí. Sólo cada 5 años veía su hermosa familia que crecía hasta seis hijos. Desde su estadía en una Empresa cercana a San Sebastián, en las cartas del miércoles mi mamá me decía que estaba muy cerca del Opus Dei. Vivió su profesión dentro de la familia con el carisma del Opus Dei. Por razones comunes, siendo yo jesuita, viví algo descalificado en su justo pensar. Llegó la jubilación. La inició con empuje en la ciudad de Santander. Pero se vio disminuido por la pérdida progresiva del oído, con vértigos que lo tumbaban. Mi admiración hacia él culminó, cuando en el silencio, abrazó sus limitaciones. Silencioso lo acompañé en tiempo de mis vacaciones. Y silencioso murió casi en mis brazos, porque en unas adelantadas vacaciones de 2009, a finales de Julio, estando en la Iglesia a donde él acudía para la oración de la tarde, se desplomó a mi lado. Llevado por la emergencia al Hospítal, fue devuelto a la casa repuesto, pero en el silencio, en la sobremesa familiar, inclinaba la cabeza y moría. Yo acudí a todas sus honras fúnebres, admirando, cómo muy selectas amistades, acompañaban a su bella familia, quienes, como yo, en el dolor profundo, agradecíamos al Padre una vida y una muerta tan cerca de Dios