1 I. - Jesuitas de Venezuela

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I.- ¿QUÉ HA SIGNIFICADO PARA USTED SER SACERDOTE TANTOS AÑOS EN LA COMPAÑÍA DE JESÚS?
El sacerdocio no fue el puesto en que yo veía desarrollándose mi vida. No lo había observado como algo que
yo fuera a realizar.
Es verdad que en tiempo de vacaciones mi mamá me hacía madrugar para ir al Colegio a ayudar a la Misa
que allí se celebraba cada día para la comunidad de Hermanos.
Por eso yo no entré jesuita para ser sacerdote, sino para emplear mi vida en algo que yo había visto a algún
jesuita.
La ordenación sacerdotal
Las ordenaciones al ministerio sacerdotal eran en el año 1963, como muy aceleradas, y ubicadas en medio
de los estudios de teología.
En efecto, en aquel tiempo se realizaban sucesivamente la ordenación al subdiaconado, diaconado y
presbiterado en tres días seguidos, previos a la primera misa, que se celebraba en el cuarto día y todos en el
mismo lugar, distribuidos en los múltiples altares que tenían todas las casas de la Compañía.
A mí me tocó ordenarme en el Santuario de Loyola.
¿Qué sentí yo aquellos días?
Nada significativo. De esto me di cuenta más tarde.
¿Qué sentí yo aquellos días acerca de mi recién estrenado sacerdocio? Nada significativo. Estaba haciendo lo
que tenía que hacer. Ser jesuita, ingresado, no para ser Hermano, debido a los estudios que ya tenía,
conllevaba en aquellos tiempos lo que estaba haciendo: ser ordenado sacerdote, en la Compañía de Jesús.
Desde 1998 me encuentro en la ciudad de Maturín sirviendo de Párroco en la Parroquia San Ignacio de
Loyola. La reunión mensual del Clero, el trato con los sacerdotes, la relación con los seminaristas les llevó a
invitarme a dar Ejercicios Espirituales.
En las reuniones de reflexión al caer del día me exigieron que les contara lo que yo sentí el día de mi
ordenación sacerdotal. Entonces caí en la cuenta de que no había sentido nada, y no tuve otra salida que
contar algo de lo que ahora se me pregunta.
La Misa de cara al pueblo
Yo viví el paso de ser sacerdote dando la espalda a la gente, a dar la cara a todos. En septiembre del año
1965, estando en Gandía, en la Tercera Probación, en las capillas de esa casa de Gandía, hicimos el cambio.
Sólo consistió en poner una mesa adecuada en el presbiterio. Yo no recuerdo si celebré alguna misa cara al
pueblo, o cara a los compañeros.
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Casi al mismo tiempo sucedía el paso de la Misa en Latín a decirla en lengua vernácula. Había que aprender
las nuevas fórmulas. No era fácil. En aquella zona la lengua vernácula era el valenciano, dialecto del catalán.
Pienso que yo la diría en castellano.
Recuerdo que en la misa en latín se nos exigía, desde la ordenación, emplear en su celebración por lo menos
media hora. Alguno de los compañeros la decía en menos tiempo. Ahí empezaron los avisos del Instructor
acerca del tiempo que se debe emplear en decir la Misa.
Recuerdo que en la nueva reforma litúrgica se obligaba a decir una homilía. No se entendía esto de decir una
homilía dentro de la misa. En algunas Iglesias había los domingos sacerdotes buenos oradores que pasaban
toda la misa haciendo un sermón, mientras otro decía la misa en latín. El sermón empezaba con la misa, se
interrumpía en el momento de la consagración, cuando todos se arrodillaban y seguía hasta la bendición del
sacerdote. Todo ello duraba media hora.
Pasar a decir lo que se llama homilía dentro de la misa fue un duro acontecimiento. Como muchos
sacerdotes no sabían hacerlo nos llamaban a los jesuitas, al teologado, para predicarles la homilía. Pero
había la orden de no emplear en ella más de 10 minutos. Se daba el aviso al predicador con una campanita, o
sencillamente se ponían a cantar el credo. ¡Nos parecía imposible decir algo, desde un púlpito, en 10
minutos!
La misa de los jóvenes
Otro gran acontecimiento fue la Misa de los jóvenes. Las parroquias y colegios se pusieron a celebrar misas
para los jóvenes. Usando vistosos ornamentos y de cara al pueblo yo me presentaba en la Misa del Domingo.
Recuerdo mi misa en la monumental Iglesia del Colegio Lasalle La Colina. Empezó con gran asistencia de
todos los alumnos mayores, pero duró muy poco esa afluencia.
Pasé a otras parroquias y sucedía lo mismo.
El fenómeno de la deserción
Por este mismo tiempo viví el ‘fenómeno de la deserción’ que se llamó ‘postconciliar’, pero que no tuvo nada
que ver con el Concilio. Se sabe ahora que se debía a un cambio cultural que se manifestó, en la calle, a partir
de 1968, con toda clase de manifestaciones sobre todo de jóvenes.
La correspondencia que mantenía con mi mamá, todos los miércoles, me comunicaba cada semana la
deserción de un compañero jesuita que había ingresado conmigo en el Noviciado, y ordenado en 1963.
En el confesonario
Los grandes recuerdos, junto con las correspondientes emociones, las he tenido alrededor de la celebración
del Sacramento de la Confesión. La primera vez que confesé fue en la preparación del Primer Viernes. En un
pueblo cerca de Oña. Muchas personas, niños y jóvenes. Las reiteradas ocasiones me quitaron toda
sensación de miedo.
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No puedo olvidarme de la primera vez que se confesó, un sacerdote, de un pecado contra la castidad. Me
sucedió que no me lo quería creer. Y tuvo que convencerme que sí, que no hay duda. ¡Qué vergüenza o qué
candidez la mía! Tuve que absolverle sin más…
He podido experimentar a lo largo de estos 50 años, la curva parabólica que marca el aprecio hacia este
sacramento. Concretamente, en mis 30 años de vida de Colegio, sentí el paso desde el esperarme de los
muchachos a que llegara al confesionario, hasta el estar allá esperando y no viene nadie.
En un largo recorrido he llegado a darle todo el lugar a la misericordia de Dios. Este periodo se empezó
cuando entré más en contacto con la Palabra de Dios, y me dediqué a enseñar a leerla en lectura orante.
Aconteció con todo esto un cambio de mentalidad que yo la he concretado en la mentalidad de Pastor, que
con aquella secuencia de ceremonias llegaba a mi vida. Yo siento que entró en mi mente, e incluso en mi
cuerpo, toda la perspectiva con que mira la persona el Buen Pastor; desde entonces me he fijado mucho en
la misericordia de Dios, incluso en todas las misas hago cantar como un grito el “Señor ten piedad”, y el
evangelio según san Lucas que nos educa en el Ciclo C, lo hago recorrer por los escalones de la lectura orante
para que en todos llegue la misericordia del Señor.
Y dije, que la nueva mentalidad me llegó a mi cuerpo mismo, puesto que en el confesonario es donde me
siento acogiendo y siendo cauce de la misericordia de Dios hacia las personas que siempre vienen.
A esto ayuda la calidad del lugar de la confesión. La iglesia San Ignacio de Maturín tiene unos sencillos,
cómodos y bellos confesonarios ubicados en el muro en la parte del tercio posterior. Es fácil imaginar a la
misericordia de Dios que corre por ese lugar llevándose el peso de la vida que aflige a todo ser humano, y en
un tiempo mínimo, el necesario para la eficacia de la misericordia.
II.- ESTAMOS CELEBRANDO EL AÑO DE LA FE. ¿QUÉ SIGNIFICA PARA USTED LA FE? ¿CÓMO LA VIVE USTED?
¿Qué significa la fe para mí?
Lo pienso a toda hora. La fe es una herencia, la fe ‘se mama’. La fe es un don que te da Dios por hacerte
nacer de padres cristianos.
He visitado muchas veces los Cementerios donde se encuentran sepultados mis antepasados. Me da
consolación el dar gracias a Dios por la vida que tuvieron y transmitieron.
Lamento con mucho sentimiento que mi generación no ha sabido y podido pasar a sus hijos el regalo de la
fe. En mi familia algunos se confiesan ateos. Un hermano mío moría con este duro sentimiento de
impotencia ante un hijo que “ya no creía”.
Yo nací de unos padres creyentes
Sin embargo, yo nací de unos padres creyentes. Mi madre llevaba ya 10 años viviendo con sus hermanos en
el país vasco. La falta de ayudas para cultivar la tierra, en la rica y actualmente productiva Tierra de Campos
(Valladolid), y la capacidad de trabajar, les llevó a emigrar y ubicarse en Vitoria en el año 1916.
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A mi padre, el servicio militar le llevó a Vitoria. Pero no volvió a su tierra del Norte de la Provincia de Palencia
porque sucedían las mismas circunstancias en la falta de ayuda para criar el ganado.
En la colina Gasteiz de Vitoria y a la vuelta de la esquina está la vieja Iglesia de San Miguel, la sede de la
Virgen Blanca. El año 1926, el año de mi llegada a este mundo transcurrió todo él llevado por mi madre a la
misa diaria. Así que cuando nací, el último día de Octubre, no duré sino 6 días para ser Bautizado en esa
misma Iglesia. Mi hermano, llegó tres años y medio después que yo.
Allí crecimos juntos. Instalado en un tercer piso de la calle más alta de la Colina la parte trasera tenia
cultivos, y en lo alto podía ver el Palacio Episcopal y el Conservatorio de Música. Edificios muy antiguos.
Yo escuchaba mucho la música, aunque no me daba cuenta, me atraía. En aquellas altas vecindades no había
jardines. Cuando llegaba el buen tiempo mi madre nos llevaba al Campo de Bast Iturri y a la campa de Arana.
Yo sentí muy pronto la necesidad de Dios.
Lo sentía con un enorme gozo. Lo buscaba. Y leía libros que me hacía llorar de gozo. Me los daba mi madre.
No sé cómo decirlo. Yo soy hijo de los tiempos de guerras. No conocí a mi padre hasta los 14 años, cuando en
1941, nos mudamos en la casa que mis padres habían comprado ya en 1929.
Mi madre me dejó ser yo. Y por eso pude transitar por los caminos que iba encontrando en el colegio entre
compañeros llegados de todas partes.
Mi madre, sin embargo, en tiempo de vacaciones me hacía ser monaguillo del capellán de mi colegio. Cada
mañana me levantaba bien temprano para ir al Colegio a ayudar a misa. Y los Domingos en horas de la noche
íbamos a la bendición con el Santísimo Sacramento que se celebraba en la parroquia de San Miguel.
Mi primera conversión
Yo tomé cargo de mi vida a los 14 años. Ahí sitúo yo mi primera conversión. De Dios fue el llamado. Recuerdo
que lloré mucho. Nada intervino mi madre. Mi padre estaba en la guerra. El resultado fue ponerme a
estudiar. Remonté todas mis malas notas y las bofetadas que me propinaba el Director del Colegio cada
sábado, y llegué sobresaliente a la Reválida con felicitaciones para mi colegio.
Eran tiempo de organizaciones juveniles. En el Colegio estaba la Cruzada Misional de Estudiantes. Yo fui
Presidente en el último curso. En un teatro de la ciudad pronuncié un discurso ante todos los colegios el día
del Domund. Aquel día me invitaron a inscribirme en la Congregación Mariana; en ella me recibió un Padre
muy ejemplar, pero los congregantes no me convencieron.
En la ciudad había la organización juvenil, propia de tiempos de guerra, y nos hacía desfilar. En el Parque de
la Florida, en la fecha de Dos de Mayo a los 14 años yo pronuncié un discurso que me preparó mi madre y
me llevé regalos del Comandante Militar, que me invitó a su casa
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En vacaciones, seguía de monaguillo. No durante el curso. En el colegio no era modelo. En vacaciones no
tenían a nadie. Por eso tal vez iba yo.
Mi profesión militar español
Nada de sentir llamado a ser sacerdote. Nada me dijeron. Me calificaron para ser ingeniero, pero mi madre
me dijo, si tú estudias ingeniero no tenemos dinero para tu hermano. Entonces me decidí por ser militar.
En efecto, ingresé el año 1945.
Es notable una promesa que hice, sin que nadie me lo dijera. La Congregación Mariana ni su Director
influyeron en nada. La promesa fue: ¡No manchar mi uniforme con pecado mortal! Y la cumplí. Los cinco
años de Academia comulgué todos los días. Conseguí amigos estupendos, que me ayudaron mucho. Ayudé a
compañeros excelentes, pero hijos de la guerra, tenían sus problemas.
El final del Primer Año fue “triunfal”. Excelentes notas. Cuadro de Honor. Dediqué todos a mis padres.
No sé por qué leí esta carta a un amigo muy cercano, y que nos acercaron mucho por nuestro parecido físico.
Este me dijo ¡Qué lástima, que en vez de hacer esto por tus padres no lo hicieras por Jesucristo! Lo tomé
como un dicho “guerrero” o “heroico” y no continuó sino en una amistad de compañero de fin de semana.
Sin embargo, quedó algo que yo no sabía, y es que se podía hacer algo por Jesucristo.
Al concluir el Segundo año
Al concluir el Segundo año con análoga culminación, se me ocurrió el terminar de ser bueno.
Con este propósito llegué a la Academia de Artillería en Segovia. Al salir de paseo en el primer sábado un
compañero, con quien había tratado poco en años anteriores me invitaba a ir a una Sabatina en la
Congregación Mariana.
Todos los sábados fui a esta actividad. Conocí a muchachos excelentes, universitarios. Me llamaba la
atención el Padre Director, el Padre Francisco Javier Muro a quien yo veía por la ciudad de Segovia, como
amigo de los niños y de los pobres. Muy pocos eran compañeros de la Academia Militar. Además del que me
invitó, recuerdo a otro, José Aparicio Olmos. Con este, sin hablar de vocación, o algo por el estilo, quedé con
hacer en esas vacaciones de final de Tercer Año, los Ejercicios Espirituales de San Ignacio.
Del mismo modo el final fue exitoso. Conseguí obtener el Primero de mi Promoción. Me llamaban el
Número Uno.
En efecto, hice Ejercicios en Loyola. Decidí ser jesuita al terminar la carrera. El otro compañero, que también
hizo Ejercicios en Valencia, decidió casarse. Esto me contrarió mucho.
Con todo lo dicho. Continué la manera buena de ser. Me olvidé de algunas cosas pero no el todo.
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El curso final tuvo lugar en Zaragoza. Perdí entusiasmo por mi carrera. Me gradué Teniente de Artillería.
Mi único destino militar
Fui destinado, sin pedirlo a mi ciudad natal, Vitoria. En un trabajo y ambiente encantador, pasaron los años
1959-51.
Pero me di cuenta que “estaba perdiendo en tiempo”. Un compañero mío, lo notó. Me lo ha dicho años más
tarde.
Y de una manera, muy súbita, que extrañó e hizo llorar mucho a mi familia, y llamó la atención en la ciudad
donde yo disfrutaba de prestigio, decidí, con enorme ayuda, y con toda facilidad, a entrar en la Compañía el
13 de Agosto de 1951.
Creo que he contado todo esto porque me parece que la fe es “un poder”, que tú has recibido y te
acompaña y te sale al camino con fuerza increíble.
Los cuatro primeros años de jesuita
De aquí en adelante este pasado “poder” se convirtió en Persona. Empecé a darme cuenta que “por
Jesucristo se podía hacer algo”.
Sin embargo, no estuve conforme con lo que viví los cuatro años de Noviciado y Juniorado. El Maestro llegó a
exigirme que para ser jesuitas “hay que dar la vuelta a la media”, y siguió lo mismo en los dos años
siguientes. Rodeado de muchachos en término medio de 8 años menores que yo, y procedentes de Escuelas
apostólicas, me disgustaban.
Compañeros de la vida militar me visitaban. Pero por eso de “la media”, yo los espanté. Al cabo de aquellos
cuatro años me dijeron que no me conocían. Que no era el mismo.
Esto sucedió, sobre todo, cuando un compañero de los cinco años de Academia, Ignacio Cavero, y que entró
en Loyola, nos encontramos en la Facultad de las dos Provincias, en Oña, fue el que me dijo airado, que no
era el mismo. Y yo veía que él sí que era el mismo.
Los años finales de formación
Pero esa Persona, que identifica mi fe, siguió actuando de formas sensibles. Yo lo sentía actuando en mí.
Yo veía que la conducta sobre todo de teólogos, “dejaba algo que desear”. Recordaba a mis compañeros de
Academia y soñaba con ellos, con muchos de aquellos pude ayudar, con estos, en cambio, yo no podía.
¿Tanto había yo cambiado?, pero esa Persona seguía trabajando.
En la Tercera Probación, sucedió la misma situación de conducta. Algunos no hicieron los Ejercicios de mes.
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Aquí sucedió que estando dando Ejercicios en Fontilles vino a visitarme un compañero de la Provincia metido
en el trabajo social con los obreros de Vizcaya. Me propuso ser destinado a trabajo social con otro
compañero que estaba en Gandía. Viviríamos en un apartamento en Portugalete con 5 compañeros. Tres
trabajaban en la Universidad de Deusto y nosotros dos trabajaríamos en una fábrica. Todo esto quedó en
una propuesta.
Pero sucedió que una vez más, tal como había sucedido en el Noviciado y Juniorado, que pedían voluntarios
para Centroamérica, para el Japón, para el Congo, y yo siempre me ofrecí. En este a oportunidad el Padre
Provincial había viajado a Venezuela y pidió voluntarios a los Tercerones. Yo me ofrecí y esta vez sí, en Abril
de 1965 fui destinado a Venezuela.
En el Colegio San Ignacio de Caracas
Destinado, por fin, al Colegio San Ignacio en Agosto de 1966, acusé la misma conducta irregular en
maestrillos y sacerdotes jóvenes. Cuando se dio el cambio de época, 1968 y siguientes, estos mismos y los
que tuvieron semejantes manifestaciones en los últimos años de formación, dejaron la Compañía.
En mí en cambio surgía ya el principio de lo nuevo que venía. Ante la resistencia que se manifestaba en los
alumnos a dejarse guiar por los métodos tradicionales en mí surgían iniciativas.
Sucedió en el Colegio en el nivel en que yo estaba que permitían dejarse organizar como se había hecho
siempre. Pedían hacerlo de otra manera, que no sabían cuál podía ser. Y lo mismo sucedía en otras áreas de
la organización del colegio.
Los Cursillos de Ocumare
Me di cuenta que no los entendía. Empezaba el año 1968. En la primera página de mi breviario escribí: “Un
año para escuchar”. Sí, era necesario escucharlos. Entonces tuve la iniciativa de realizar una manera nueva y
costosa. Nueva porque era mediante una estratagema de formación de líderes realizar en Ocumare de la
Costa, de miércoles a domingo, lo que llamamos “Cursillo Cristiano”. Lo llamamos c-1, y llegamos al c-33
Yo conseguí lo que pretendía: escucharlos. En realidad fue lo único que conseguí, aprender a escuchar,
porque entenderlos… es otra cosa. Esto también aprendí.
Estos cursillos duraron el tiempo en que la manera disciplinar del Colegio había cambiado en todos sus
niveles. Y estos cursillos más humanos, continúan. Para mí Ocumare fue durante un tiempo, lugar de suplicio
al que yo me sometía. Los últimos cursillos ya no los quería. Me forzaban a ir, porque atraían. El mismo
Rector me obligaba. Yo decía que ya no eran necesarios porque la manera de vivir en el ambiente colegial
había cambiado en esos cinco o seis años
Consecuencias dolorosas
La manera de ejercer influencia en los muchachos de ese sistema de hacer pensar, tuvo consecuencias
dolorosas en el orden colegial. Los alumnos que me ayudaban y los mismos de segundo año publicaron una
revista, con todo lo que veían en el colegio, desde el punto de vista juvenil, y que no les gustaba. Lo
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denunciaban de manera “cruel”. Yo no la autoricé, por supuesto, pero la sacaron, y causó enorme
conmoción.
A algunos, trataron de sacarlos del Colegio. Esos muchachos me decían, sobre todo lo que eran mis
alumnos: pero “¡si eso es lo que tú nos enseñas en Ocumare!”. No era así, pero era consecuencia de la
manera de pensar que surgían de las preguntas que trabajaban a conciencia y su participación global llegaba
a altas horas de la noche. Uno de los fines es que fueran a la cama “agotados”
Cuento todo esto, porque yo sentía que era la fuerza de la fe.
La comunidad educativa en el Colegio
Por aquellos años, apareció un término nuevo, que entró en el ambiente del Colegio, “La comunidad
Educativa”. Procedía de un decreto emanado de la Presidencia de la República. El Padre Provincial se informó
dónde conseguir información sobre este nuevo tema, comunidad educativa, y fui enviado a Rocca di Papa, en
las cercanías de Roma, a un curso de 3 meses, presentado por el Movimiento por un Mundo Mejor, creado
en Italia por el Padre Lombardi, antes del Concilio, y apoyado de Papa Pio XII.
En efecto, de Enero a Abril tuve una nueva experiencia de Comunidad. El inicio de toda esta fórmula de vida
tomaba su teoría de la carta reciente de Pablo VI en 1964, Ecclesiam suam. Esta encíclica, la primera de este
Papa, culmina en una amplia parte final con “el diálogo en la Iglesia”. Y establece la necesidad de la Iglesia de
dialogar con el mundo, sin eludir ninguno de los interlocutores que en él se encuentran.
Allí, en esos 3 meses en vida de comunidad con 70 personas de varias nacionalidades, experimenté la vida
en comunidad. Incluso, al concluir el curso de Rocca di Papa encontré en Roma un curso para capacitarme a
vivir en comunidad. Con 36 personas de variadas edades, prácticamente encerrados durante 7 días en la casa
de Ejercicios de Villa Cavalletti con el Padre Arvesú, me ayudaron a descubrir situaciones profundas de mi
vida en continuos testimonios surgidos del continuo diálogo entre esas personas.
Pude admirar la transparencia de algunas personas que captaban su realidad profunda con toda sencillez y
espontaneidad, y la incapacidad de otras para comunicarse, provocando angustia y hasta sufrimiento y
desespero.
Yo fui calificado de poco auténtico, no tenía la transparencia adecuada para captarme y de ahí mi
incapacidad para el diálogo comunitario que se realiza en los niveles coherentes y adecuados de testimonio.
Regresado al colegio, y ya en el inicio del tercer trimestre, me dediqué deprisa a preparar mi nivel en las
técnicas aprendidas de comunidad. Comenzar a organizar a los alumnos, asignando tareas de colaboración
dentro de la sección de clase, a cada uno de ellos, en cada una de las cuatro secciones, fue fácil.
Convoqué reuniones mensuales de representantes de modo que para el inicio el curso siguiente pudimos
presentar la junta directiva de la asamblea de Padres y Representantes.
Más intenso fue el trabajo de organización de Profesores. Nos dedicamos a organizarlos en los Niveles, del
Segundo y tercer Período.
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Nos quedamos contentos cuando todo el colegio quedó organizado en Niveles, con reunión semanal a la
misma hora, mientras los alumnos se dedicaban a Deportes con sus Profesores de Educación Física que se
multiplicaron adecuadamente. Nos pareció que estábamos respondiendo al decreto presidencial de
Comunidad educativa.
Nada de esto influía en mi poco nivel de transparencia. Es verdad que en la comunidad de jesuitas del
Colegio se establecieron también las reuniones semanales de la comunidad.
La verdad es que nos costó mucho aprender a reunirnos. Es decir, aprender a escuchar, a responder
afirmando y añadiendo, aprendiendo a proponer lo intuido como deseado por el grupo, para conseguir en
todos la alegría del hacer algo nuevo. Pero al correr de los años, lo logramos. Más, lo enseñamos a los
representantes, quienes, en las también reuniones concertadas, acudían a las 7 de la noche. Se pasó de
apenas llegar al “quórum” necesario para decidir según la ley, a reuniones de nivel muy agradables, en las
que el estar reunido ya era un sentirse bien.
Entre todas, hubo una reunión fugaz, fugaz por los pocos minutos que duraba. Al concluir la mañana, nos
reuníamos en el despacho del Rector para vernos las caras. No recuerdo de qué hablábamos. Tal vez para
experimentar que guardábamos buen ánimo para seguir adelante en tiempos de cambio. No sé cuánto
tiempo duró, tal vez todo un trimestre de inicio de curso. A mí me hizo mucho bien.
Buscando nivel de transparencia
Entre los años 1967 y 1975, casi todos los años me desplazaba a la ciudad de Nueva York a ayudar dos meses
en diferentes actividades. Lo hacía por practicar el inglés que cultivé en los tiempos del sur de Londres. Pero
también lo hacía porque me gustaba vivir el orden de las cosas, vivir lo concertado con exactitud, disfrutar de
la puntualidad, acoger la calidad de aprecio que se tenía al sacerdote, sobre todo al latino, en ambientes de
origen irlandés.
Viví entre 1967 y 1975, una explosión de fe que se extendió a todo el mundo, lo que se llamó allí Renovación
Carismática Católica, y con ese nombre se instaló en todo el mundo. Asistí a una Conferencia Internacional
en 1975 en la Universidad de Ann Arbor, Míchigan, conocía los líderes que vivieron el inicio de este
Movimiento en la Universidad de Notre Dame.
Debido a ello, cuando en 1973 se iniciaron los seminarios, así llamados de Vida en el Espíritu, no dudé en
tener esta experiencia de la que había oído su muy ponderado nacer en U.S.A., y que se consideraba como
un ingreso en la Renovación Carismática Católica,
En efecto, en medio de una muy abundante concurrencia, en la Urbanización La Macarena de Los Teques y
en la casa que fue noviciado de Salesianos, del 26 al 30 de diciembre conseguí la experiencia de ingreso en
este movimiento. Me convenció porque enfatizaba lo que como jesuita llevaba en mi vida, Jesucristo y el
Evangelio. El seminario no se apartó nunca de la Palabra, que tomaba vida en su repetición por medio de un
Padre uruguayo, venido de Puerto Rico con un pequeño equipo de laicos.
El Grupo de oración
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Por razones que son de otro lugar el exponer, tuve que acudir a un Grupo de oración.
Por otra parte, yo pienso que la Renovación carismática surgió entre católicos para enseñar a leer la Palabra
de Dios, modo católico.
En efecto, el descubrir que la Biblia es para leerla fue un acontecimiento visible entre las personas que
pertenecían a este “nuevo movimiento” entre muchos, llamado Renovación Carismática Católica. Cargaban
todos la Biblia, y sobre todo la Biblia Latinoamericana, aparecida en 1973. Pero era leída por versículos, que
se citaban, a veces, por azar, otras por coherencia de contenidos. Esta manera de leer aburrió a la gente de
los grupos, que para durar el tiempo convenido alargaban los cantos iniciales, seguidos de la alabanza
establecida, o adelantaban largas oraciones de sanación también establecidas como rutina aprendida de los
Grupos inspiradores.
El hecho es que la lectura de la Biblia desapareció de los Grupos. Las personas llamadas carismáticas ya no
cargaban la Biblia en sus bolsos o en sus manos. En este Grupo de oración “Cristo vive” sucedía lo contrario.
¿Cuál era la causa? Descubrimos a los profetas. En nuestras reuniones se leían perícopas completas de los
grandes profetas, y poco a poco, de todos los profetas. Y esta iniciativa no partía de un letrado o experto en
Biblia, sino de hombre del pueblo, que desde el principio integraba el ministerio, llamado de música, porque
tocaba guitarra y componía bellas canciones.
Las mismas lecturas se reiteraban cada semana. También de manera espontánea apareció lo que se llamó el
compartir la Palabra. A esta expresión, que se hacía de manera solemne, por inspiración de quien nos había
enseñado, se llamaba Profecía. A veces, “el profeta” tomaba el nombre del Señor, pero a poco a poco, esta
comunicación se fue haciendo más sencilla, más personal, hasta llegar a lo que yo identifiqué como “las
cosas de Dios”, que decía San Ignacio..
Las cosas de Dios, llama San Ignacio, a la acción de Dios en él, que inicialmente no entendía, pero que al fin
cayó en la cuenta que procedían del “buen espíritu, en contraposición de las que procedían del “mal
espíritu”.
Estas personas describían la acción de Dios en ellas como consecuencia de la lectura reiterada de la Palabra
que semanalmente se leía y quedaba profundamente grabada en la memoria, de tal manera que yo me
acordaba de ella a lo largo de la semana y salía a mi encuentro en mi trabajo, trayendo a mi ser una
sensación de alegría.
La lectura orante del evangelio
Hasta aquí la enseñanza de este Grupo de oración. Yo pasé, sin sentirlo a leer la perícopa del evangelio de
esta manera. Como cada perícopa era muy rica para realizar todo lo que este Grupo lograba en varias
semanas, descubrí que la atención al evangelio del Domingo daba tiempo suficiente para poder descubrir la
acción de Dios en mí y compartirla.
No sé por qué acudí a un curso de Lectio divina, presentado por un sacerdote trinitario. Me pareció que era
esto lo que ya existía en mi experiencia. Quise informarme más acerca de la Lectio divina. Me fui a la Abadía
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Benedictina a conseguir bibliografía. Nada tenían de esto en su amplia Biblioteca. Pero conseguí una gran
afirmación: Lectio es todo cuanto se lee modo sapiencial (dando tiempo para extraer la verdad de lo leído).
Todo esto sucedía en 1995.
Mi conclusión particular es la siguiente: La Renovación Carismática católica es una corriente del Espíritu para
enseñar a leer la Palabra modo católico, y al compartir cada persona la acción de Dios en ella, se edifica la
comunidad parroquial.
Entonces entré mejor en lo que vivido en los Ejercicios, estar cinco horas al día, como si presente me hallase,
metido en un relato hecho puntos por San Ignacio para este fin, en un acontecimiento que se llama
Contemplación ignaciana.
En la Parroquia San Ignacio
En esta situación, en 1998, fui destinado a la Parroquia San Ignacio de Maturín. Esto sucedía cuando después
de varios meses de enseñanza sobre la Iglesia Comunión del Concilio Vaticano II, esta Diócesis de Maturín
culminaba este largo período de reflexión acogiéndose y declarando trabajar para conseguir una Iglesia
Comunión, es decir, estructurada en Comunidad de comunidades.
¿La manera de realizarlo?, y casi lo único que yo saqué de la reunión final fue: ¡Ahora reúnanse!
Me pareció que esto era lo único necesario. Emergió en mí toda la experiencia del Colegio San Ignacio que
llegó a ser estructurado por niveles, mediante muchas reuniones. Cada Nivel tomaba responsabilidad sobre
toda la actividad académica.
Al mismo tiempo, emergió como una gozosa iluminación la capacidad de la Lectura de la Palabra para hacer
comunidad, mediante el compartir de la acción de Dios en cada persona
III.- ¿HA HABIDO MOMENTOS EN SU VIDA DE ESPECIAL SIGNIFICACIÓN? ¿OTROS MOMENTOS DE
DIFICULTADES FUERTES? ¿NOS PUEDE CONTAR ALGO DE ELLOS?
El destino a Maturín.
Terminado mi trabajo en la Casa de Quebrada de la Virgen, esperaba un nuevo destino.
Mientras tanto, seguía en la Curia Provincial, mi trabajo de Archivero. El tiempo se hacía largo. Incluso el
Arzobispo de Caracas me nombró Asesor de la Renovación Carismática, pues veía que podía quedar en la
ciudad. Llevé muchas veces al aeropuerto al Padre Provincial sobre todo en viajes mañaneros. Incluso estuve
hospitalizado con una importante lesión pulmonar, que yo no le di importancia, pero sí le dio mi comunidad
de la Curia.
Pensando dónde podía desear que me enviaran, nunca acerté a pensar lo que en realidad sucedió.
Aunque todo ese tiempo de espera vivía en la Comunidad de la Curia, a la que pertenecía, desde mi destino
en Quebrada de la Virgen, y por tanto convivía con el Padre Provincial, nunca hablamos de lo que se pensaba
hacer conmigo. Es verdad que me enviaban a representaciones, a veces importantes. No me acuerdo cuáles.
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Un día, que no sé cuál, del año 1998, me llama el Padre Arturo, sentado en su despacho me dice: “Tú vas a ir
a Maturín. A la Parroquia San Ignacio de Loyola”.
“Muy bien”, respondí.
Como lo he dicho, no me esperaba tal destino. Pero en el silencio de la aceptación sentí una enorme
consolación, que se hace sentir en todo el cuerpo.
Tal vez después de un espacio de silencio, Arturo me pregunta:
“Entonces, ¿tú vas a Maturín?”. Pienso que lo afirmé sencillamente. Me pareció que no se lo quería creer.
De hecho se trataba de una lejana aspiración.
En verdad, mucho antes de pensar en ser jesuita, tuve una juvenil experiencia de vida parroquial en la
Parroquia San Cristóbal de mi ciudad natal. Formé parte de un grupo juvenil que hacía cosas fuera de lo
litúrgico. Se trataba de actividades artísticas, representaciones teatrales.
Cuando entré jesuita me pregunté muchas veces, ¿cómo es que entré jesuita, si los jesuitas no tienen
parroquias?
La carta, que el Padre Provincial de Loyola, escribió a los tercerones el año 1965, pidiendo voluntarios para ir
a Venezuela, fue el resultado de su visita canónica a la Viceprovincia, y el constatar la necesidad de
sacerdotes para nuevas Parroquias.
Otros momentos de dificultades fuertes
La Casa Centro de espiritualidad Padre Martín Odriozola, S.J.
Después de 27 años seguidos en el Colegio San Ignacio de Loyola, contados por sus cursos correspondientes
de Septiembre a Julio, el Padre Provincial me propone el problema de la casa de Ejercicios y el Proyecto de
convertirlo en un gran centro de espiritualidad ignaciana.
Sucedió en la Cuenta de conciencia. Yo me ofrecía a cambios, como todos los años lo hacía. Este año fue
distinto. El Padre aceptó la oferta y fui destinado a la Casa de Quebrada de la Virgen. Entre tanto se
encargaría de la casa el Padre Braulio Velasco.
Para desmontar toda la rutina de los años de Colegio, me dijo, “irás un año sabático”.
Así sucedió. Cuando regresé, como lo prometí tomé la dirección del Nuevo Centro de Espiritualidad, cuyo
proyecto me explicó el Padre Provincial, y me urgió la presencia inmediata en la Casa.
Yo me sentía seguro. Mi trabajo de dar Ejercicios allá a los que llegaban según su tiempo y disposición, me
encantaba. Ya no venían religiosas a hacer Ejercicios Espirituales, pero pudimos mantener la casa siempre
ocupada con diferentes grupos a veces con programas de la vecina empresa Intevep.
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Todo se transformó cuando cambiaron de Provincial. Desapareció el apoyo que sentían. No sé por qué se
sintieron inseguros. Y empezó una conducta irregular, que yo no supe manejar en su totalidad. Hice lo
necesario para preparar un posible despido. Logré hacer los contratos escritos y firmados con los sueldos
legales.
La situación fue haciéndose cada vez más negativa. Esta familia, la sentí preparando su salida con acciones
económicas que no pude contar, ni detener. Las situaciones de “espíritus” que yo sabía que manejaban, por
lo que he dicho antes, se hicieron pesadillas. Yo sentí miedo.
Entonces se realizaba, las tres veces repetida Tercera Probación. La Sra. Dora tenía que hacerse una
operación de columna. Decidió hacer su larga y llena de cuidados convalecencia en la Casa. Era su casa, pero
escogió la habitación del Director. Esa familia se ganó a algunos tercerones, y al Maestro. Lo pasé muy mal.
Deseé morirme. La única vez en mi vida.
Todo esto lo conté a algunos de mi comunidad de la Curia. Me decían que lo dejara, pero no podía. Estaba la
Tercera Probación, la ocupación de la Casa seguía, yo daba Ejercicios, llevaba la Economía y atendía al
personal que se agrandaba hasta tener 12 en nómina.
Por otra parte el Provincial lo sabía y quería desprenderse de esta familia. Esto lo vi yo desde el principio. Por
eso tomé tiempo para preparar la salida.
Conseguí que firmaran la planilla de prestaciones con la aceptación de que estaban conformes con la
liquidación. Tenía que salir a dar Ejercicios a San Cristóbal. Cuando regresé a los 9 días, se habían marchado.
Ya habían venido de la Curia a hacerse cargo de la casa y yo me quedé con ellos unos días más hasta que
recogí todo y pasé a vivir a mi comunidad de la Curia.
IV.- ¿QUÉ JESUITAS YA FALLECIDOS FUERON DE ESPECIAL SIGNIFICACIÓN PARA USTED? ¿QUÉ OTRAS
PERSONAS DEL MUNDO ECLESIÁSTICO O SEGLAR?
¿Qué jesuitas ya fallecidos fueron de especial significación para usted?
Cuando era un joven de bachillerato en Vitoria me llamó la atención de un Padre Jesuita conocido como el
Padre Palacio, porque era hijo de la empresa conocida de Mosto Palacio. Decían que trabajaba mucho para
conseguir alimento para su comunidad de jesuitas que eran muy pobres. Murió al poco tiempo de llegar
siendo Director de los Luises.
Cuando era Cadete Alférez de Artillería en Segovia yo iba los sábados por la noche a una Sabatina. El Padre
Muro la presidía. A este Padre yo le veía llevando alimento a los pobres, y atendiendo mucho a los niños.
Al llegar a Venezuela estuve durante 8 meses en una parroquia de Paraguaná. Hice la vida en la Comunidad
de Punto Fijo. El Padre Santiago María Andrés me trató muy bien. Me hacía falta. Estaba llegando al país. Me
ayudó en mis novedades. Estuvo a mi lado en mis errores. De aspecto rudo, tenía un gran corazón.
Yo me gozo de haber convivido con el Padre José Ignacio Maíz. Ha crecido mi memoria en él cuando escucho
cómo hablan muy bien de él los sacerdotes que pueden parecer indiferentes a estas cosas. Cuando se
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cuentan sus hechos distraídos, o sus acciones destacadas, los que lo conocieron callan, escuchan, sonríen. El
Obispo Monseñor Padrón, cuando Maíz hablaba, lo escuchaba embelesado. Yo no lo comprendí. Me
molestaba que pasara tanto tiempo delante del Santísimo Sacramento, cuando me parecía que debía de
hacer otras cosas.
¿Qué otras personas del mundo eclesiástico o seglar?
Mi madre. Una mujer extraordinaria. Nació en un otero que avistaba una inmensa llanura. Tan inmensa que
se decía que allá en el fondo se veía Portugal. La inmensidad del mar con su lejano horizonte no le llamó la
atención porque desde el Castillo de su pueblo se veía más lejos todavía.
Siendo muy niña, y cuando sus compañeras escogían su estrella mi mamá se adueñó de la mayor que había
en ese y en todos los cielos, era Venus. Esa estrella la guió toda la vida.
Huérfana de madre a los siete años, y de padre a los 18, en el año 1916 los cuatro hermanos decidieron dejar
las tierras e instalarse en Vitoria. Mi madre trabajó de costurera, el hermano mayor de jinete de caballos de
monta. Con su trabajo crecieron junto con los dos hermanos menores, de tal manera que en un hogar feliz,
amaron con pasión esa ciudad y ese país que los acogió y allí crecimos numerosos primos.
Mi padre. Lo conocí muy tarde. Mi madre me dijo que lloró cuando ella le comunicó su primer embarazo.
Eran los primeros días de marzo del año1926.
Procedía de las últimas estribaciones de los Picos de Europa, al sur de Peña Labra. Con la pobreza de su tierra
y, siendo el último de muchos hermanos, acertó a quedarse en el Ejército, concluido el servicio militar
obligatorio. La Pernía de donde procedía era conocida como de hombres de estatura, por eso fue reclutado
por la Artillería de Montaña, con la que participó en las continuas guerras.
En 1941 rescató la bella vivienda muy atrás adquirida, y desde entonces conocí a un hombre de calidad.
Cuando yo nací tenía el grado de Sargento, cuando empecé a tratar con él era Capitán. Como mi mamá había
manejado admirablemente mis años terribles, el se encontró con un modelo de hijo primogénito, en el
barrio, en el Colegio. Disfrutó de mi vida militar desde el ingreso en la Academia hasta que me gradué de
Teniente. Me visitaba en las Academias.
Fui al primero que comuniqué que deseaba ser jesuita. En Agosto de 1951 me llevó al Noviciado. En finales
de Enero de 1966 recibía su última bendición en la Estación de Abando de Bilbao, puesto que veníamos a
América para no regresar jamás. Por eso en 1968 junto con mi mamá me visitaba en Caracas.
Las cosas cambiaron y en el año 1977 moría en el Hospital Militar de Vitoria. Era el 7 de Julio. En horas de la
madrugada, el enfermero lo atendía en sus últimas atenciones, el Doctor declaró al auscultarle silencio total.
Nos dejaron solos. Mi madre exclamó con profundas lágrimas: ¡”qué fácil se muere”! Yo le dije: “¡Mamá,
alegría, hemos colocado al cabeza de familia en el cielo!”. Ella se quedó vistiendo el cadáver. Yo me fui a la
casa, pues lo iban a llevar de inmediato en una ambulancia.
En todo el duelo que se recibe en esos días, me di cuenta de cómo era querido y admirado en la ciudad en la
que había pasado los 10 últimos años de su vida.
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Mi hermano. Llegó a mi lado cuando yo tenía ya 3 años y 10 meses. Crecimos juntos en Vitoria.
Él se enroló muy niño en los Kostkas, una Congregación de los jesuitas, y hacía su vida con sus amigos. Fue
siempre bueno. Yo lo admiraba. En el Colegio iba siempre de matrículas de honor. Yo deseaba que conociera
a mis amigas, y que saliera conmigo practicando mis deportes. No lo conseguí. Iba siempre a los Kostkas. A
mí no me gustaba eso Cuando él tenía 13 años, yo salí de la casa para iniciar mi carrera militar. Lo veía en las
vacaciones. Era intachable.
Cuando entré en la Compañía preparaba su ingreso en la Escuela de Ingenieros de Bilbao. Culminó su carrera
en 1958 y ahí mismo se casó con una muchacha estupenda. Cuando me la presentó, en una oportunidad
que viajé a la Universidad de Deusto, me dijo después en secreto: “¡Es como mamá!”. No había más que
hablar.
Fue un ingeniero civil brillante. Se dedicó totalmente a su carrera. En su primera empresa de acrílicos de
Miranda de Ebro, una empresa joven con jóvenes ingenieros, vivían en viviendas de la empresa. Me di
cuenta que se hicieron una gran familia. Al mismo tiempo que llegaban los hijos actuaban todos ellos en los
Cursillos de cristiandad. Así me visitaron en Oña, hasta donde llegaba el radio de acción de su apostolado.
Fue una generación que empujó el despegue de Europa desde una situación de pobreza a un estado de
bienestar. Yo apenas lo viví. Tampoco pude estar nunca con mi hermano. Yo estaba aquí. Sólo cada 5 años
veía su hermosa familia que crecía hasta seis hijos.
Desde su estadía en una Empresa cercana a San Sebastián, en las cartas del miércoles mi mamá me decía
que estaba muy cerca del Opus Dei.
Vivió su profesión dentro de la familia con el carisma del Opus Dei. Por razones comunes, siendo yo jesuita,
viví algo descalificado en su justo pensar.
Llegó la jubilación. La inició con empuje en la ciudad de Santander. Pero se vio disminuido por la pérdida
progresiva del oído, con vértigos que lo tumbaban.
Mi admiración hacia él culminó, cuando en el silencio, abrazó sus limitaciones. Silencioso lo acompañé en
tiempo de mis vacaciones. Y silencioso murió casi en mis brazos, porque en unas adelantadas vacaciones de
2009, a finales de Julio, estando en la Iglesia a donde él acudía para la oración de la tarde, se desplomó a mi
lado.
Llevado por la emergencia al Hospítal, fue devuelto a la casa repuesto, pero en el silencio, en la sobremesa
familiar, inclinaba la cabeza y moría. Yo acudí a todas sus honras fúnebres, admirando, cómo muy selectas
amistades, acompañaban a su bella familia, quienes, como yo, en el dolor profundo, agradecíamos al Padre
una vida y una muerta tan cerca de Dios
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