Carta abierta a mi Presidente - Instituto Preuniversitario Salesiano

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Aporte para la reflexión a propósito del Referéndum del 23 de junio.
Carta abierta a mi Presidente:
Un error histórico. Una decisión poco civilizada.
Estimado Sr.Presidente:
Al escribirle esta carta, sé que llego tarde, ya que Usted ya firmó la sentencia que condena a
aquellos niños no nacidos que son considerados una carga o un peso. Pero, al menos, quedaré
tranquilo con mi conciencia. Dudé si dejarla anónima ya que soy un salesiano sacerdote, y no
quería que mi mensaje se leyera desde archiconocidos “cliché”. Pero desistí, ya que ninguno de
mis argumentos es “religioso”: aunque quizá mi ser religioso sea quien inspire mi mirada
humana y, además, soy ciudadano de una nación pluralista en la que puedo expresar libremente
mi voz y merezco ser escuchado.
De ningún modo pretendo ser agresivo ni violento, ya que iría contra el principio que me guía
al escribirle: lejos de mi intención. Le pido disculpas desde ya, si pudiera sentirse ofendido.
Sr. Presidente, siempre creí que quien preside nuestra patria debe actuar no solo con un sentido
de autoridad sino, primordialmente, con un sentido de paternidad, como educador. Así lo
descubro a Ud. cuando se reúne con niños y adolescentes para hablarles del bien para sus vidas.
En esto nos parecemos: ninguno de los dos tenemos hijos biológicos, pero seguro que ambos
ejercemos una paternidad hacia muchas personas.
Un día un adolescente de 16 años que vive en uno de los asentamientos de Colón, donde fui
párroco, me dijo gratuitamente: “Te quiero como a mi padre”. Fue uno de los momentos más
hermosos de mi vida consagrada. Su madre desapareció. Lo crió su padre. Su hermano es
‘pastabasero’, como dicen en el barrio. Quizás alguien que hubiera conocido a este adolescente
hace unos años, hubiese podido pensar: “¿Para qué nació?”. “¿Qué sentido tiene su vida?”.
Gruesas preguntas, Sr. Presidente. Yo mismo el otro día le agradecí a él por existir y ayudarme
a encontrar sentido a mi vida. El año pasado aprendió a leer y escribir. Hoy está feliz, porque lo
admitieron para comenzar un programa educativo en Tacurú…
Un niño (y digo bien: un niño) nunca es un problema. El problema somos los adultos. El
problema es crearle las condiciones para que viva lo más dignamente posible en las
circunstancias en las que ha venido al mundo. Quisiera contarle otras historias. Muchas de ellas
surgidas cuando colaboré con una hermosa obra para adolescentes embarazadas, llamada
“Casalunas”. Pero no hay espacio para narrárselas.
He leído en la fundamentación de la ley que esta quiere ser un camino intermedio e inteligente
entre dos posiciones extremas: la defensa absoluta de la libertad del niño y la defensa absoluta
de la libertad de la madre. Se afirma, además, que se opta por el camino del menor mal. Un
viejo profesor de Biblia me enseñó que muchas veces no es “aut, aut” (o, o), sino “et, et” (y, y).
Sr. Presidente: aquí el problema principal no se refiere a libertades (salvo que se acepte aquella
ideología exasperada que entiende que una madre es dueña de sus hijos…). Sobre todo hijo
grava una hipoteca social. La vida es el mayor capital de una sociedad y ella debe ser defendida
siempre que está vulnerada: la del niño, la de la madre, la del anciano, la del drogadicto…Por
eso, Sr. Presidente, el principal problema aquí es el de la violencia sobre vidas indefensas: las
de las madres y las de los niños.
Esta ley no salva de la violencia a los niños. Sabemos que el Estado puede utilizar la violencia
para defenderse. Pero, ¿qué mal ha cometido un niño no nacido? ¿De qué debemos defendernos
como sociedad, para eliminarlo cuando su madre no lo desea? ¿Su único pecado es haber sido
concebido en condiciones violentas o “imprudentes”? Él es inocente, pero es declarado culpable
sin juicio y sin siquiera haberlo escuchado. Claro, esto no es posible…
Pero imagine con un poco de fantasía, Sr. Presidente, que tuviera que hablarles paternalmente a
ellos, a los no nacidos, como lo hace con tantos niños y adolescentes. ¿Qué les diría para
convencerlos de que su vida no vale la pena ser vivida? Al contrario, les diría seguramente que
luchen con todo su ser para vivir. Recuerdo una ocasión en que estaba reunido con doce
mujeres en un encuentro de comunidad cristiana, y salió este tema. En determinado momento,
una de ellas, de 38 años y con síndrome de Down, dijo: “Yo no estoy de acuerdo con eso: por
más que seamos Down, sentimos y somos muy afectuosos”. Así fue. Léalo como pueda.
La violencia nunca engendra paz sino espirales de desilusiones y vacíos, y más violencia social.
Pero la ley tampoco salva a la madre de la violencia. Si la madre tiene conciencia, difícilmente
podrá liberarse de esta “acción médica” por el resto de su vida. Es tan profundo el
vínculo…Varias mujeres que han abortado han venido a conversar, movilizadas por este tema y
volviendo sobre su historia. Realmente, causa profundo dolor escucharlas, incluso a aquellas
que han intentado un aborto y no pudieron hacerlo efectivo. En algún momento o en varios de
su vida han vuelto y volverán sobre su decisión, y no encontrarán consuelo ni perdón. ¿Habrá
una Comisión Interdisciplinar para atenderlas? ¿La ley será una aspirina que calme su dolor?
Estarán solas y tendrán temor en manifestarlo…La conciencia, tarde o temprano, llegará
puntualmente a reclamar por nuestros actos.
El Estado es educador cuando legisla. Mala pedagogía es la que puede llevar a confundir ley y
bien. Además, la ley no prevé actuar sobre las condiciones en que vive la madre, de manera que
no se repita la misma situación. ¿Qué hará la Comisión, en caso que la madre exprese su deseo
de abortar? “Hemos cumplido nuestro deber de asistencia”. “Hasta aquí llegaba nuestro
cometido”. Hay que actuar sobre las causas, para que no vuelva a ocurrir, ¿no le parece? Y
educar para ello. Y formar un frente común de toda la sociedad, fuerte y unido.
Sr. Presidente, la ley no defiende de la violencia al niño que no es deseado. Tampoco defiende a
la pobre madre que, luego de abortar, continuará en las mismas condiciones que la llevarán a un
círculo de violencia constante. La solución más inteligente y humana es salvar madre e hijo. El
esfuerzo de todos debería dirigirse a encontrar juntos las soluciones, no a oponerlas. Aquí está
en juego el porvenir de nuestra patria. Esto representa mucho más que ser fieles a un programa
de gobierno o a un malentendido progresismo de naciones avanzadas. No podemos darnos el
lujo de dejar perder vidas de uruguayos, en ninguna circunstancia.
Sr. Presidente, pertenezco a una institución que cometió graves errores en su historia, errores de
los que también me hago cargo, cada vez que se recuerdan. Me vienen a la mente momentos de
ideologización de la fe unida a los poderes temporales, en que se hizo mucho mal. En ese
momento, aquella forma de actuar parecía la salvación frente a ciertas amenazas. Hoy tomamos
conciencia de aquellos terribles pecados. Es muy fácil equivocarse cuando miramos la realidad
desde una ideología, por más que sea difícil desprenderse de ella. Pero cuando se trata de la
vida desprotegida e indefensa, de niños y pobres madres (no sólo económicamente), la
ideología debe sucumbir. Gracias a Dios y a los hombres, porque podemos expresarnos con
libertad como integrantes de la misma Nación. Yo soy progresista cuando, junto a otras fuerzas
de la sociedad, defiendo ambas vidas. La historia nos ha ayudado a purificarnos de muchos
errores.
Pero me da la impresión de que el Frente Amplio está cometiendo un error histórico, Sr.
Presidente. Que haya vida humana desde la concepción resulta hoy científicamente innegable.
Luego de la proclamación de los derechos del ciudadano, de los derechos sociales, económicos
y culturales, de los derechos de los indios, de los esclavos, de la mujer, vendrá la proclamación
de los derechos de los niños no nacidos. Esté seguro que el juicio que cayó sobre las
instituciones que se opusieron históricamente a aquellos derechos, será igualmente implacable
con las que ahora pisotean los derechos de los niños nonacidos.No debe ser fácil estar en sus
zapatos, ni en su corazón. Quisiera poder ayudarlo…
Para terminar, le ofrezco humildemente una propuesta. Hay grupos de Iglesia al igual que
hombres y mujeres de buena voluntad que estarían dispuestos a trabajar en esta línea. Denos
recursos estatales o permita que empresas puedan debitar impuestos para abrir casas de acogida
a embarazadas y para acompañar mujeres que sufren la consecuencia de un aborto. Durante el
embarazo, ofreceremos a las madres instrumentos que les sirvan para el trabajo, y nos
comprometeremos a acompañarlas, después del nacimiento del niño, en su proceso de inserción
a la sociedad. El embarazo puede transformarse en una oportunidad de salvación. Si la mujer no
desea al niño, crearemos hogares para cuidar a los hijos del pueblo y, con un procedimiento
serio y adecuado, ofrecerlos en adopción.
Sr. Presidente, cuente conmigo cada vez que se trate de construir la patria sobre cimientos
firmes.
P. José Luis Morillo sdb
Director del Instituto Juan XXIII
NB. No estar de acuerdo con la legalización no quiere decir dejar las cosas como estaban.
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