XVIII Pues el otro, su heredero don Enrique, ¡qué poderes alcanzaba!

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XVIII
Pues el otro, su heredero
don Enrique, ¡qué poderes
alcanzaba!
¡Cuán blando, cuán halaguero
el mundo con sus placeres
se le daba!
Mas verás cuán enemigo,
cuán contrario, cuán cruel
se le mostró;
habiéndole sido amigo,
¡cuán poco duró con él
lo que le dio!
XIX
Las dádivas desmedidas,
los edificios reales
llenos d’oro,
las vajillas tan fabridas
los enriques e reales
del tesoro,
los jaeces, los caballos
de sus gentes e atavíos
tan sobrados
¿dónde iremos a buscallos?
¿Qué fueron sino rocíos
de los prados?
He destacado en color azul las partes en las que se explica la intención con que el autor ha
empleado los distintos rasgos de estilo.
1. CONTEXTUALIZACIÓN. Las estrofas que comentamos pertenecen a las “Coplas a
la muerte de su padre”, compuestas en honor del maestre don Rodrigo Manrique
por su hijo Jorge. Están escritas en la segunda mitad del siglo XV (entre 1476 y 79),
en la época de la transición de la Edad Media al Renacimiento. Manrique
representa la figura del poeta soldado, que tanta importancia tendrá en el
Renacimiento.
2. TEMA. El tema de estas dos coplas es la fugacidad del poder y el lujo de la corte
del rey Enrique IV. El poeta nos hace considerar en la estrofa XVIII cómo el
mundo, que fue generoso con el rey en vida, al llegar el momento de la muerte le
arrebató todo su poder y sus placeres. En la estrofa XIX se describe
detalladamente el lujo que se vivía en su corte, para terminar destacando la
inconsistencia de ese lujo por la acción del tiempo y la muerte.
En estas estrofas el poeta sigue el tópico “ubi sunt?”, como en todas las que
pertenecen a la segunda parte de la estructura de la obra (XIV-XXIV). Los tópicos
son temas que se han repetido en numerosas obras hasta convertirse en fórmulas
fijas. En este tópico, los poetas solían preguntarse, con interrogación retórica, por
personajes esplendorosos del pasado que han sufrido la acción del tiempo y la
muerte. Es un modo de ejemplificar las afirmaciones generales del tópico “vanitas
vanitatum” mediante casos concretos. Lo usual era buscar los ejemplos en la
Antigüedad clásica. Pero Manrique rechaza esta posibilidad (“dejemos a los
troyanos…”) y prefiere centrarse en el pasado reciente (“vengamos a lo de ayer”). En
efecto, el rey Enrique IV había muerto en 1474, de modo que los primeros lectores
de Manrique lo habían conocido de cerca. Así, la referencia a la caducidad de las
aspiraciones mundanas es más eficaz.
También hay en el texto una visión negativa del mundo y sus engaños (“mas verás
cuán enemigo, / cuán contrario, cuán cruel / se le mostró”), de acuerdo con el tópico
“contemptus mundi”, como explicaré más adelante.
3. GÉNERO LITERARIO. La obra es una elegía (poema lírico en que se lamenta la
muerte de una persona o cualquier otra desgracia). Como obra lírica, tiene
subjetividad y expresión de sentimientos, en este caso la admiración por el poder
y el lujo del rey, o el dolor y la nostalgia con que se comprueba su desaparición.
Pero la obra tiene también un claro componente didáctico. Al poeta le interesa
transmitirnos la enseñanza de que no debemos dejarnos engañar por el poder o el
lujo que podamos alcanzar en el mundo, ya que estos son inconsistentes.
4. MÉTRICA. La estrofa empleada por Manrique es la famosa copla de pie
quebrado, también llamada estrofa manriqueñas en honor del poeta castellano.
En ella, los versos son de ocho y cuatro sílabas, en sucesiones regulares de dos
octosílabos y un tetrasílabo (el pie quebrado) que se repiten machaconamente,
creando un ritmo monótono que conviene –suele decirse- al tono fúnebre del
poema. La rima es consonante, con la disposición abcabc:defdef. Dos de los
tetrasílabos (“se le mostró” y “lo que le dio”) son en realidad pentasílabos, lo que se
explica por el fenómeno de la compensación (van precedidos de versos agudos de
siete sílabas).
5. COMENTARIO DE LA FORMA PARTIENDO DEL CONTENIDO.
Manrique da comienzo al texto presentándos al personaje histórico en el que va a
centrar sus reflexiones sobre la inestabilidad del poder y la riqueza: el rey Enrique
IV de Castilla. Lo llama “su heredero”, porque fue hijo y heredero de Juan II, a
quien acaba de dedicar las dos estrofas anteriores (las XVI y XVII).
Por su contenido, la estrofa puede dividirse en dos partes que forman entre sí una
antítesis. La primera parte destaca el enorme poder del Rey (“¡qué poderes
alcanzaba!”) y la vida llena de placeres que llevó. Para enfatizar esta idea,
Manrique emplea continuadamente la ENTONACIÓN EXCLAMATIVA entre los
versos 2 y 6. No olvidemos que en una obra lírica importa la expresión de los
sentimientos, en este caso la admiración. La segunda parte destaca cómo todo ello
fue arrebatado y destruido por la muerte.
Pero la muerte no aparece nombrada. El poeta solo nombra al mundo, que, en una
expresiva PERSONIFICACIÓN, es capaz de dar y quitar favores, de ser amigo o
enemigo, amable o cruel. Véase que aquí ha aparecido también la figura de la
ANTÍTESIS, mediante dos series de adjetivos de significado contrario: el mismo
mundo que se había mostrado benigno (“blando”), amable (“halaguero”) y “amigo”
en vida del Rey, será “enemigo”, “contrario” y “cruel” en el momento de la muerte.
Las figuras de repetición son aquí fundamentales: no solo las dos series de
adjetivos están formadas por palabras más o menos SINÓNIMAS, sino que los
adjetivos aparecen encuadrados en PARALELISMOS (“cuán blando, cuán halaguero” y
“cuán enemigo, cuán contrario, cuán cruel”), reforzados por la ANÁFORA del
exclamativo “cuán”. Este se repite cinco veces a lo largo de la estrofa. Se ve con
todo ello que el autor quiere grabar esas imágenes en la sensibilidad de los
lectores. Por eso también emplea un “verás” dirigido a ellos, que tan bien cuadra
con el carácter didáctico de la obra.
La estrofa se cierra con la idea de fugacidad (“¡cuán poco duró!”), tan repetida en
toda la obra y enfatizada aquí nuevamente por la ENTONACIÓN EXCLAMATIVA.
Hay en esta estrofa un uso curioso de los tiempos verbales. La primera parte está
escrita en pretérito imperfecto (“alcanzaba”, “se le daba”), que aporta la idea de
continuidad en la acción verbal, sugiriendo un estado habitual de bienestar y
poder. La segunda parte cambia al pretérito perfecto simple (“cuán cruel se le
mostró”), que aporta una idea de cambio repentino, sugiriendo que en solo un
momento el mundo le ha arrebatado su poder. Curiosamente el “le daba” del
principio se ha transformado en “le dio”.
En el fondo, el mundo ha engañado al Rey: le ha hecho creer que era poderoso, le
ha distraído con placeres y palabras amables, pero a la hora de la verdad todo ello
ha resultado ser efímero. Es un modo muy original de desarrollar un tema
habitual de la literatura medieval: el “contemptus mundi”.
La estrofa XIX desarrolla el tema de la anterior por un mecanismo diferente: la
ENUMERACIÓN. En efecto, la mayor parte de la estrofa está dedicada a una larga
enumeración de elementos que significan (por denotación) o sugieren (por
CONNOTACIÓN) el lujo y esplendor en que vivió el Rey, para terminar
considerando su fugacidad. La enumeración está hecha de diferentes elementos:
por un lado, la riqueza del rey, con esos “edificios reales, llenos d’oro” y “los enriques
e reales del tesoro”; por otro, esos síntomas de lujo que son las vajillas finamente
trabajadas (“tan fabridas”) o los jaeces de sus caballos y los vestidos tan ricos (“tan
sobrados”). En esos epítetos precedidos del adverbio de cantidad “tan” hay un
expresivo PARALELISMO. El poeta estimula nuestra imaginación con un sinnúmero
de detalles, para que contemplemos con nostalgia el esplendor perdido de aquella
corte. Dado que el público tiene todavía una imagen viva de ellos, el mensaje es
más eficaz que si se refiriese a personajes del pasado remoto. Aquí se ve la eficacia
del modo original en que Manrique trata el tópico del “ubi sunt?”.
La enumeración ocupa nada menos que nueve versos, en los que el poeta parece
recrearse en la contemplación del lujo en que vivió el Rey, pero todo ello queda
interrumpido dolorosamente por las interrogaciones retóricas que cierran la
estrofa. El “¿dónde iremos a buscallos?” tiene una respuesta obvia: no hay donde
encontrar todo aquello porque ha sufrido la acción irremediable del tiempo y ha
muerto. Esta pregunta es sinónima de la que da nombre al tópico (“ubi sunt?”,
¿dónde están?). Véase que el poeta usa para esta pregunta retórica la PRIMERA
PERSONA DEL PLURAL (“iremos”), pues le interesa que el lector se sienta incluido
en el contenido del poema. Esto encaja muy bien con el sentido didáctico de la
obra.
La segunda interrogación (“¿qué fueron sino rocíos de los prados?”) contiene
además la expresiva METÁFORA del rocío, que debe entenderse por asociación de
ideas, es decir, por connotación. El esplendor de la corte ha sido tan efímero como
el rocío de la mañana, que se evapora con los primeros rayos del sol.
Véase ahora la semejanza de ambas estrofas. En la XVIII, la visión del poder del
Rey queda zanjada por la exclamación “¡cuán poco duró!”; aquí, en la XIX, la
visión del lujo de la corte queda zanjada por la interrogación “¿qué fueron sino
rocíos?”. En ambas se concluye con la idea de fugacidad, pero lo que allí se decía
denotativamente (duró poco), se dice ahora connotativamente (fue rocío). Se ve
en estas estrofas la fuerza expresiva de la antítesis: la destrucción del poder y la
riqueza es mejor percibida por los lectores si antes han podido contemplarla
cuando estaba en su esplendor.
Por último, hay que valorar cómo Manrique sabe transmitir estos contenidos de
un modo sencillo y natural. A pesar de la profundidad de los temas tratados, el
autor habla de un modo directo y nada recargado. En concreto el vocabulario es
bastante común, sin rebuscamientos (“ser amigo”, “alcanzar poderes”, “se le mostró
enemigo, contrario, cruel”, “ir a buscar”). También se manifiesta la naturalidad en
la preferencia por aquellas figuras retóricas que, lejos de dificultar la
comprensión, dan eficacia a la transmisión de ideas: la antítesis, el paralelismo, la
anáfora, la enumeración, la exclamación, la interrogación retórica, y esa metáfora
final construida a partir de una realidad cotidiana: el rocío. Todo ello demuestra
también su afán de claridad, su intención didáctica y ha otorgado a Manrique el
premio de ser comprendido por el lector moderno, más de quinientos años
después.
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