Manuel Serra Domínguez

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1934 - 2013
Manuel Serra Domínguez
Catedrático de Derecho Procesal
Fue abogado de los abogados
Era un hombre desconcertante. Cuando le conocías por primera vez, tenías la sensación de
estar ante un sabio, nada despistado, con una velocidad mental y verbal arrolladora, con una
memoria y capacidad de concentración prodigiosas, y con unos conocimientos jurídicos fuera de lo
común. Lo que desconcertaba era su figura menuda y su apariencia personal algo desaliñada. A
veces se imagina a un sabio con una figura recia, imponente, brillante. Y nos olvidamos de que
muchos de los mejores pensadores de la historia, quizás la mayoría, no tenían ese aspecto en
absoluto.
También desconcertaba la contundencia –muchas veces comprometedora– de su discurso.
Como todo intelectual realmente libre, decía lo que pensaba sin importarle quién estuviera delante,
como lo demostró cuando había defendido una subvención a favor de la lengua catalana en 1975.
En una vista judicial era imparable, como lo había sido en las oposiciones a cátedra, a decir de
Manuel Albaladejo. No dejó indiferente a nadie. Generó las emociones más encontradas y extremas.
Pero nunca consideró procedente guardar silencio si creía estar defendiendo la Justicia.
Siempre ayudaba a quien se lo pedía, fueran sus numerosos discípulos o, muy
especialmente, los abogados, incluso si eran perfectos desconocidos que le llamaban a su despacho
sin ninguna referencia. Sentía un compañerismo y una pasión tal por el Derecho y la abogacía, que
le llevaban a querer resolver cualquier problema que se le planteaba como si fuera el único asunto
del que debía preocuparse.
En la época en que triunfaban los grandes despachos, él mantuvo siempre una estructura
artesanal en su casa familiar. Una austera sala de espera, una pequeña habitación donde recibía y la
estrecha estancia donde trabajaba, con una extrema pobreza de recursos que nadie sería capaz de
imaginar. Un ordenador instalado sin apenas espacio, una impresora, estanterías mal colocadas y
cientos de papeles y libros amontonados por todas partes. De ahí salieron muchos de los mejores
escritos forenses de los últimos cincuenta años, y se llevaron algunos de los pleitos más importantes
de la historia de España, como el del incendio del Gran Teatre del Liceu, entre otros muchos.
Y en esa celda monacal se produjo también buena parte de su ingente obra como
procesalista. Sus “Estudios de Derecho Procesal” de 1969 son una obra citada miles de veces,
estudiada por muchos incluso como manual, pese a su complejo contenido. Sus “Estudios de
Derecho probatorio” recopilaron lo que fue la obra que modernizó el estudio de la prueba judicial
en España, marcando un camino que ya no hemos dejado los procesalistas que hemos venido
después de él, en España y en América Latina, donde disertó en muchas ocasiones. De hecho, es
difícil localizar un ámbito del estudio de los procesos judiciales en el que no quepa encontrar una
referencia de Serra Domínguez.
Fue catedrático de las Universidades de Santiago de Compostela, Oviedo, Autónoma de
Barcelona y, desde principios de los setenta, de la Universidad de Barcelona, hasta su jubilación en
2005. Dirigió un sinnúmero de tesis doctorales y trabajos de investigación. Enseñó Derecho
procesal a miles de juristas, y también a todos sus múltiples discípulos en la cátedra, muchos de
ellos profesores titulares y catedráticos de Derecho procesal, a los que se nos encogió el corazón
con su muerte. Como a muchos otros profesores, abogados, varios magistrados y allegados en
general.
Murió súbitamente en Tortosa, cerca de los naranjos que cultivaba y de los Ports de Beseit,
que tanto amaba.
JORDI NIEVA FENOLL
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