Una emperatriz romana entre senadores y

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5/11/2015
Una emperatriz romana entre senadores y gladiadores
Una emperatriz romana entre senadores y gladiadores
Mesalina ha pasado a la Historia como una manipuladora que convirtió la
corte romana en un lupanar para ver satisfechos sus caprichos.
A. Alonso y L. Otero / S. M.
Un psicoterapeuta posiblemente habría dictaminado que Valeria Mesalina sufría de
hipersexualidad, un trastorno que le provocaba una necesidad irresistible de
mantener relaciones sexuales. Tampoco hay que descartar que, con su actitud, esta
joven tratara de defender los derechos de su prole o que sencillamente se aburriera.
En cualquier caso, ha pasado a la posteridad como una emperatriz lasciva y
depravada. La historia, por supuesto, es más complicada. Mesalina era hijastra de un
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Una emperatriz romana entre senadores y gladiadores
cónsul y estaba emparentada con la aristocracia imperial, una posición que pudo
llamar la atención de su primo Tiberio Claudio, tío del emperador Calígula, que debido
a su tartamudez y cojera no gozaba de gran prestigio.
Ya fuese por motivos políticos, económicos o sentimentales, Claudio se vio atraído por
la muchacha, que a decir de algunos historiadores se comportaba de forma
extraordinariamente sensual. Mesalina debía tener 15 años cuando contrajo
matrimonio con su tullido esposo, que se acercaba a los 50 y había estado casado en
dos ocasiones. Poco después alumbró a su hija Claudia Octavia y en 41 nació su
vástago Tiberio Claudio Germánico, el mismo año en que una conjura acababa con la
vida de Calígula, colocaba en el trono a su marido y, de paso, la convertía en la mujer
más poderosa del Imperio Romano. Según la tradición, Mesalina aprovechó la
circunstancia para colmar sus ambiciones. De ella se ha dicho que le gustaba
organizar pantagruélicas fiestas que culminaban en orgías y, según el poeta de
finales del siglo I Juvenal, cuando se sentía insatisfecha acudía a prostituirse a un
burdel.
Las fuentes antiguas, como los historiadores Tácito y Suetonio, que vivieron poco
después de su muerte, refuerzan esa imagen, añadiendo a su currículum amatorio
todo tipo de infidelidades, que incluían senadores, actores, gladiadores y militares, a
las que, supuestamente, era ajeno el Emperador. Es más, Claudio hizo erigir estatuas
en su honor, le otorgó un asiento en el teatro junto a las vestales y ordenó que su
cumpleaños fuera celebrado con un festival. El culmen de este despropósito queda
reflejado en una anécdota muy comentada según la cual la emperatriz llegó a desafiar
a Escila, una conocida ramera siciliana, a una especie de concurso sexual que consistía
en acostarse con el mayor número de hombres durante una noche. Las cifras
bailan, pero la relación viene a ser de 1 a 8 a favor de Mesalina, esto es, 25 frente a
200.
Sin embargo, fue su pasión la que propició su caída. Aprovechando que su esposo se
encontraba en Ostia, decidió casarse con su amante, el senador Gayo Silio, con el que
planeó asesinar a Claudio. Los libertos griegos del emperador denunciaron la conjura
–y la bigamia– e incitaron la destrucción del amante de Mesalina y de la emperatriz,
que fue ajusticiada por los pretorianos. Se dice que, al enterarse de la noticia
durante la cena, Claudio se limitó a pedir más vino.
No está claro hasta qué punto el comportamiento de la soberana fue cierto o es el eco
de una antigua campaña de desprestigio, pero aún hoy la Real Academia define
“mesalina” como “mujer poderosa o aristócrata y de costumbres disolutas”.
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