Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí

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Lecturas: Dt 4,1-2.6-8; Sal 14; St 1,17-18.21b-22.27; Mc 7,1-8.14-15.21-23
Domingo XXII del T.O · Ciclo B
Lectura orante de Marcos 7,1-8.14-15.21-23
"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí"
Invocación al Espíritu
Espíritu de vida,
de la vida sin fronteras,
ven y condúceme
hasta los pastos abundantes
donde tu Palabra quiera conducirme,
hasta las fuentes
que has preparado para mí;
para que yo me sacie de tu presencia
y goce con la sobreabundancia de tus dones.
Sorpréndeme, Espíritu de vida
y, una vez más, que tu Palabra me guíe
donde jamás hubiera soñado.
Tú que eres Don
derrámate sobre mí
y desbórdame con tu hermosa y rica presencia.
Derrámate
y consuélanos con tu amable llegada.
1. Leemos Marcos 7,1-8.14-15.21-23
En aquel tiempo, 1se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén
2
y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras (es decir, sin lavarse las
manos).
(3Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos,
restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, 4y al volver de la plaza no
comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y
ollas).
5
Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús:
- ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?
6
Él les contestó:
- Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: «Este pueblo me honra con
los labios, pero su corazón está lejos de mí. 7El culto que me dan está vacío, porque la
doctrina que enseñan son preceptos humanos». 8Dejáis a un lado el mandamiento de Dios
para aferraros a la tradición de los hombres.
14
En otra ocasión, llamó Jesús a la gente y les dijo:
- Escuchad y entended todos: 15Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo
que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. 21Porque de dentro, del corazón del
Pilar Casarrubios, pddm (España) · www.discipulasdm.es
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hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, 22adulterios,
codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. 23Todas
esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.
Orientaciones para la lectura
 Sugerencias para una lectura atenta:
Lee seguido todo el pasaje de Marcos 7,1-23 y cae en la cuenta de lo siguiente:
¿Quiénes son los protagonistas de los diálogos que aparecen en el texto?
¿Cuáles son los términos que más se repiten?
Fíjate en las contraposiciones que se establecen en el diálogo entre Jesús y sus interlocutores:
- puro / impuro
- tradición / mandamiento de Dios o palabra de Dios
- fuera del hombre / dentro del hombre
Según esto, ¿cómo resumirías el tema central del pasaje?
Fíjate en la incomprensión que muestran los fariseos y los discípulos en relación a Jesús y a su
modo de pensar y actuar, según los versículos 6 y 18.
¿Conoces otros episodios del mismo evangelio en donde aparezca esa misma actitud de
incomprensión, tanto en los fariseos como en los discípulos. Puedes leer los siguientes pasajes:
- Incomprensión de los fariseos: Mc 2,7.16.18.24; 3,2.22
- Incomprensión de los discípulos: Mc 4,13; 6,52; 7,18; 8,14-18
Quédate ahora, simplemente, con la palabra o la frase que más te haya impresionado y repítela
en tu corazón de forma lenta y atenta.
Pasa, poco a poco, a confrontarla con tu vida, preguntándote de qué manera el evangelio de
hoy es una buena noticia para ti en este momento, de qué modo alimenta tu fe o cuestiona tu
modo de vivirla.
2. Meditamos la Palabra
Dejamos atrás el discurso del Pan de vida, que recoge el capítulo sexto del evangelio de Juan; éste ha
guiado nuestros pasos en los cinco últimos domingos y ahora volvemos a retomar el de Marcos, que
nos acompañará hasta el penúltimo domingo del tiempo ordinario de este ciclo B.
Una vez más, Jesús se ve rodeado de fariseos y letrados “bienintencionados” que se le
acercan; sin duda, más de uno estará atraído, cuestionado por este personaje tan fascinante que es
Jesús, pero les cuesta reconocerlo, dejarse seducir y dar su brazo a torcer. Prefieren que su dureza de
corazón y sus numerosos reglamentos orienten y dominen sus vidas y desde ahí miran a los hombres
y los juzgan, y no digamos a Jesús y a sus seguidores.
Los fariseos se acercan para juzgar, para condenar la actitud de los discípulos, o mejor dicho,
los actos, porque ellos sólo pueden ver externamente y, además, su mirada es corta. Resulta que
algunos discípulos de Jesús comen sin lavarse las manos y esto es muy grave para los judíos,
mientras que los discípulos ya han experimentado el cambio que supone seguir a Jesús, han
comprendido lo banal de las apariencias, lo inútil de los puros actos externos.
Los fariseos se restriegan bien las manos antes de comer, no se trata de un mero lavado de
manos... podemos imaginarnos la escena de estos hombres frotándose con fuerza, detalladamente, a
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fondo... hasta llegar a cada pliegue de sus dedos y manos. La pureza externa es muy importante para
ellos. Dos veces seguidas cita el texto el verbo "aferrarse" unido a “las tradiciones”. Son los
numerosos mandamientos y leyes que han recibido de sus mayores. ¡Qué importante es lavar los
vasos, las jarras y las ollas! ¡Cómo cuentan la limpieza, el orden, las apariencias! ¡Qué bien tiene que
estar todo ante los ojos!
Y llevados por su obstinación y sus valores no dudan en preguntar al Maestro por lo que
hacen los discípulos. ¿Cómo puede ser que sus seguidores, siendo judíos, nacidos en la tierra judía,
habiéndose criado en la ley judía, no sigan unas tradiciones tan relevantes que les han comunicado
sus padres y se han trasmitido por generaciones?
Y Jesús recurre al profeta Isaías que, ya en su tiempo, tuvo que enfrentarse a un público
similar. Y llamándoles “hipócritas” con toda claridad les recuerda la Escritura:
“Este pueblo me honra con los labios
pero su corazón está lejos de mí.
El culto que me dan está vacío.”
Honran con los labios. ¡Qué fácil es honrar con los labios! ¡Qué sencillo es abrir nuestra boca
y dirigir palabras a Dios, hablarle, pedirle e incluso pedir perdón y justificarse! ¡Cuántas veces
nuestras oraciones son meras palabras, fruto de la rutina, de la costumbre, del cumplimiento e incluso
de la apariencia!
En ocasiones nuestro corazón puede estar muy lejos del Dios al que decimos adorar e invocar.
Tal vez nuestra voluntad recorra senderos distintos a aquellos por los que caminan los designios de
Dios. Quizás mis deseos se inflamen con anhelos muy contrarios a los sueños de Dios sobre mí.
Entonces mi culto estará hueco porque mis palabras y mis obras discurren paralelos y nunca llegarán
a encontrarse.
De nuevo alguien reprocha a los judíos un culto vacío. Jesús pronuncia las palabras del
profeta abiertamente. La adoración que el verdadero Dios, el Padre, espera es la del corazón, gestos
acordes con las palabras, hechos empapados de misericordia y verdad, y no de apariencias.
El culto de los fariseos es una pura farsa; ya nos avisó Jesús
en otra ocasión: “haced y cumplid lo que os digan; pero no
hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que
dicen” (Mt 23,3).
Se puede honrar a Dios con los labios pero estar bien
lejos de reconocerlo y amarlo, como se puede honrar a los
otros y pronunciar palabras distantes y contradictorias con
nuestro corazón.
Ya lo advirtió Isaías: “El día de ayuno buscáis vuestro
interés; ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin
piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo
vuestras voces” (Is 58, 3b-4). ¿Acaso son éstos el ayuno y los
sacrificios que Dios desea? ¿Agrada esto al Dios de la Vida y
de la misericordia? ¿Puede complacer al Dios de los
pequeños y de los pobres que se juzgue a los hombres por el
número de normas cumplidas?
«... amar al prójimo como a sí mismo
vale más que todos los holocaustos y
sacrificios»
(Mc 12, 33b)
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“Su corazón está lejos de mí”-dice el Señor, porque “el ayuno que yo quiero es éste: abrir las
prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el
hambriento, hospedar a los pobres sin techo... y no cerrarte a tu propia carne” (Is 58, 6-7). Sólo el
que no se aparta de su prójimo y se preocupa de su vida mantiene su corazón cercano al Señor.
Entonces las oraciones van directas al corazón de Dios y sus oídos escuchan nuestras súplicas
incluso sin que lleguemos a pronunciarlas.
Esto era lo que preocupaba a Jesús, que el culto de los hombres fuera pleno; su interés es hacer
descubrir a los judíos y a todos nosotros que los preceptos humanos pueden apartarnos de Dios,
las normas multiplicadas pueden desviarnos del Dios de la vida en abundancia. Podemos dejar de
lado tranquilamente el mandamiento de Dios para aferrarnos a la tradición de los hombres. ¡Es
tan fácil! Ya le ocurría a los fariseos, quienes “liaban fardos pesados e insoportables y se los
cargaban a la gente en los hombros” (cfr Mt 23,4). Resulta tan cómodo multiplicar las normas y
cumplirlas para sentirnos a gusto y llenos de méritos con los que complacer a Dios. Pero Jesús
fue bien claro en su tiempo y lo repite hoy: “Amar al Señor con todas las fuerzas y al prójimo
vale más que los holocaustos y sacrificios” (cfr Mc 12,33)
Sólo una cosa nos pide el Maestro, sólo una cosa cuenta ante el Padre: amar con pasión, amar con
todas nuestras fuerzas, con todo nuestro ser, amar con todo nuestro yo a Dios y al hermano. Ésta es la
única ley del Dios de Jesucristo, el único precepto que cuenta ante sus ojos. Por eso Jesús no puede
quedar indiferente ante los que presumen y se enorgullecen de cumplir normas y preceptos humanos
y de estar llenos de méritos ante el único Dios. Este Dios no existe, es un invento judío y de todos los
tiempos; por eso es preciso “volver al Señor”, reconocer la vaciedad de nuestras obras y ritos y “no
volver a llamar dios nuestro a la obra de nuestras manos” (cfr Os 12,3-4); es necesario “quitarnos de
encima nuestros delitos y estrenar un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (cfr Ez 18,31).
Y para terminar, Jesús se dirige nuevamente a la gente. Nos pide que escuchemos, que nos abramos a
su palabra, que nos pongamos en su onda, que acojamos con el corazón y con gusto lo que nos va a
decir porque las suyas son palabras de verdad y vida.
Nada de lo que procede de fuera puede convertirnos en seres impuros, ningún lavado, ninguna
purificación, ningún ritual hecho o dejado de hacer puede dañar al hombre. Ninguna norma hecha por
hombres puede herir nuestro corazón y enfrentarnos con Dios. Nada externo al ser humano puede
malograrlo y convertirlo en bueno o malo. Nunca el abandono o el olvido de una norma puede
enturbiar nuestro ser.
Sólo aquello que nace de nosotros, de nuestras intenciones y deseos nos convierte en seres más o
menos hermosos. Es lo que proviene de nuestro propio corazón lo que nos afea y oscurece nuestra
belleza de hijas e hijos de Dios nacidos para la libertad y el amor.
Sólo la maldad que a veces dejamos que en nosotros venza nos aleja del proyecto de Dios sobre
nuestra vida. Somos nosotros mismos, con los propósitos que brotan de nuestro interior, los que nos
distanciamos del sueño de Dios. Es hora de abandonar la excesiva fe en las normas porque nunca nos
salvarán y su cumplimiento jamás nos dará la paz. ¡Sólo Él es nuestra paz! (cfr Ef 2,14). Es hora de
cuidar nuestro jardín interior para que en él sólo crezcan hermosos frutos, deseos y proyectos que nos
mantengan cercanos al corazón de Dios y de los hermanos.
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3. Oramos la Palabra
Súplica al Señor de la Vida:
Hoy más que nunca vengo a pedirte VIDA, Señor;
de mi corazón brota a borbotones,
con fuerza, incluso con ímpetu,
como una vieja oración
que me acompaña desde hace mucho tiempo:
¡VIVIFÍCANOS!
Vivifícanos, Señor,
y purifícanos de las obras muertas;
de los ritos que repetimos llenos de vaciedad y sinsentido;
de las palabras que pronuncian nuestros labios pero no tienen vida;
de los gestos que articulamos pero no llevan pasión.
Vivifícanos, Señor.
¡Que nuestra vida esté repleta de Vida!
¡Que seamos seres humanos en plenitud!
¡Que no durmamos ante cada día nuevo!
¡Que llenemos de vida y no de rutina nuestra jornadas!
Queremos que nuestro corazón esté cercano al tuyo
por el amor y por una vida apasionada.
Líbranos, cada día, de nuestras obras muertas.
Danos fuerza para huir de la mera repetición y la dejadez,
de lo fácil y de lo de siempre sin saber por qué.
Así nuestras vidas serán un himno a ti,
nuestros cuerpos serán un cántico al Creador,
nuestra caridad permanecerá viva en tu presencia
y nuestras oraciones estarán siempre ante tus ojos.
¡VIVIFÍCANOS, Dios de la Vida,
Dios de nuestras vidas,
Dios de mi vida!
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