Mozart y la pasión turca

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Ópera El Gran Teatre del Liceu repone ‘El rapto en el serrallo’,
‘singspiel’ en tres actos de Wolfgang Amadeus Mozart, que se adscribió a la
moda de la ‘turquería’ imperante en la Viena de su tiempo
GRAN TEATRE DEL
LICEU
BARCELONA
Director de
escena: Christof
Loy. Del 12 al 23
de abril.
www.liceubarcelona.cat
JAUME RADIGALES
Veinticinco años después de las últimas funciones en el Liceu, El rapto en el serrallo vuelve al teatro de
la Rambla. Estrenada en el Burgtheater de Viena en 1782, la ópera
con música de Wolfgang Amadeus
Mozart y libreto de Gottlieb Stephanie el Joven es una deliciosa comedia musical alemana en tres actos que narra el rescate de Konstanze y su criada Blonde por parte del
caballero español Belmonte, prometido de Konstanze, y de su criado Pedrillo, presos en el serrallo
turco del pachá Selim.
La imagen del turco noble y de
buen corazón es habitual en muchas óperas y textos literarios de la
segunda mitad del siglo XVIII. La
llamada música turca (o a la turca)
hecha en Occidente, consistía en aires marciales tocados con instrumentos de percusión procedentes
de los ejércitos otomanos, pero
también melodías orientalizantes,
con giros tonales sin modular y
que hacían pasar de tonalidades
mayores a menores. Es lo que hizo
el mismo Mozart en el movimiento final de su Concierto para violín
n.º5 KV 219 o en la conocida marcha turca con que concluye su Sonata para piano en la mayor KV 331
(300i).
Fue en Viena donde cristalizó la
fascinación por lo turco en el arte
cercano a los Habsburgo. La obsesión turca en la capital imperial
arrancó en 1683, año del levantamiento del asedio que el imperio
Turquería
La música turca incluía instrumentos como el ajakli
kemâm (una especie de viola
da gamba), el ney (una flauta
alargada) e instrumentos
de percusión variados como
los kúdûm o pequeños timbales, la caja llamada davul,
las campanillas y el triángulo
y el zil, o sea los címbalos.
Unos instrumentos que no
siempre se podían reproducir
en la música occidental, pero
cuyos sonidos se imitaban
con platos, flautines o tambores.
La llamada turquería es
la música occidental a la
turca que fascinó a Mozart
y a algunos de sus contemporáneos. Sigue de cerca soluciones armónicas como el paso
brusco de tonalidades mayores a menores, pasajes al
unísono, contrastes entre los
forte y los piani, los golpes
de percusión o la repetición
de motivos de modo reiterado. Pasajes de El rapto en el
serrallo, como su obertura,
algunos fragmentos de las
arias de Osmín o determinadas partes corales siguen de
cerca estas soluciones, aunque el trasfondo nunca deja
de ser encantadoramente
mozartiano. J.R.
El Liceu presenta un montaje del teatro de La Monnaie de Bruselas y la Ópera de Frankfurt
MONIKA RITLERSHAUS
otomano había ejercido sobre Viena. Las guerras habían continuado
tiempo más tarde, entre 1736 y
1739 y entre 1768 y 1774. La última
contienda, que enfrentó a Rusia
con Turquía, fue especialmente importante para Viena, por la alianza
que mantenía unidas a Rusia con
Austria.
Los hechos luctuosos y los destrozos de toda contienda bélica dejaron un poso agridulce que las modas de los sastres, los pintores y los
músicos supieron aprovechar en
colores chillones (por ejemplo el
rojo y blanco de algunos vestidos)
o en las melodías que usaban la
marcialidad de la música militar
turca con su característica percusión. Este fue el caso, además de
Mozart, de Joseph Martin Kraus
(1756-1792), que en 1789 trasladó
la moda turca procedente de Viena
a Estocolmo, donde estrenó Solimán II o las tres sultanas.
Una ópera como El rapto en el
serrallo seguía de cerca la moda de
la música turca, que en Occidente
se conocía bien por la hospitalidad
con la que los sultanes otomanos
siempre habían recibido a las embajadas occidentales. De hecho, el
singspiel de Mozart explica la clemencia y magnanimidad del turco
bueno, una imagen que contrastaba con la crueldad de las guerras
mantenidas contra el imperio otomano.
La moda turca revivió en 1787
cuando el emperador de Viena, José II, declaró la guerra a Turquía
aliándose con la zarina Catalina II,
que había visto la invasión otomana en tierras rusas en 1771. El curso
de la guerra provocó un inusitado
patriotismo en Viena, lo que propició nuevas piezas musicales de corte turco, a las que Mozart no resultó ajeno, como lo demuestra la canción militar Ich möchte wohl der
Kaiser sein (Quisiera ser el emperador) KV 539, en la que címbalos,
flautines y platos rememoran la esperada victoria sobre los turcos. Se
trata de una pieza escrita en 1788,
un año antes del triunfo de Coburgo: el 22 de septiembre de 1789, la
victoria de los imperios aliados
contra el imperio otomano era un
hecho y había un héroe que festejar, el mariscal de campo Frederic
Josias, príncipe de Coburg-Saalfeld, que venció a los turcos en la
batalla de Martinestie, en la actual
Rumanía. Esto ocurría siete años
más tarde del estreno de aquel chispeante Rapto en el serrallo que,
más allá de modas turcas, sigue
siendo una auténtica filigrana. |
Cultura|s La Vanguardia
Mozart
El rapto en el
serrallo
Miércoles, 31 marzo 2010
Mozart y la pasión turca
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Leo Pajín y otros progres. El objetivo es volar el cajero automático
del barrio. Pero la irrupción de Pilar Rachola estropea cualquier comicidad por la vía del exabrupto
troglodita:
“–Pilar, ¿por qué has tardado
tanto?
–Porque hoy he tenido que firmar 24 manifiestos por el derecho
al aborto a los nueve años.”
Ahí me quedo a cuadros. Y me
pregunto si no me habré sumado
involuntariamente al boicot contra
Boadella o si estaré sufriendo unas
paperas nacionalistas, un poco al
modo de aquellos ataques de furia
que le daban al padre Pujol de Ubú
President. Pero miro a la morenaza
de la Trini, guanche y nada centrípeta, y veo que pone la misma cara
de póquer que yo. Por si acaso, le
pregunto qué le ha parecido el chiste: “Una mierda”, exclama la niña.
Me sabe mal que la Trini extienda
su opinión al conjunto del espectáculo. Sobre todo, porque comparto
la crítica de Boadella hacia el oportunismo oenegero de nuestra progresía oficial, adicta a sumarse a
causas que le salen lucidas y baratas. Qué decir también de la crítica
de Joglars al nacionalismo catalán:
¡treinta años de romper concienzudamente las pelotas a un sistema
político gregario, opaco y monotemático! Pero, de ahí a la total identificación con la ideología thatcheriano-aznarita-episcopal de la lideresa, hay un trecho que Boadella
trasiega con un espectáculo hecho
ad hoc para el neonacionalismo
neocon-neolib madrileño.
Nada que decir: la derecha también tiene derecho a la catarsis.
Tampoco discuto la libertad del cómico para asegurarse el pan a la
sombra de un señor feudal: eso ha
sido así desde Hamlet. Pero, hoy
por hoy, Albert Boadella lleva camino de convertirse en el Josep
Maria Flotats de Esperanza Aguirre, una actitud que en el pasado
criticó furiosamente. Y esto dice
bien poco de la situación del teatro
en España: si Pujol tuvo un Flotats
y Zapatero tiene a los artistas de la
Zeja, ¿por qué no va a tener un bufón en el séquito la condesa de Murillo?
Mientras tanto, los admiradores
de Boadella nos preguntamos con
tristeza dónde está el genio de El
nacional o Los virtuosos de Fontainebleau, qué se ha hecho del aquel
teatrero iracundo capaz de arrasar
con metarrelatos como la Moreneta o el Barça. Boadella hizo arte de
tocar a los intocables; ninguno de
los burlados en 2036 Omena-G lo
es más que el espectador promedio de la claque que llena la sala.
La Trini –que de esto sabe más que
de teatro– me confirma mis prejuicios cuando me hace notar que la
platea huele a laca por doquier. Y,
mirando alrededor, me da por pensar que, ante este público sediento
de los chistes que quiere oír, Joglars han iniciado conscientemente su etapa de decadencia. |
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