El movimiento social, ese oscuro objeto del deseo

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El movimiento social, ese oscuro objeto del deseo
Ponencia para las Jornadas Internacionales: Homenaje a Charles Tilly. Conflicto, poder
y acción colectiva: contribuciones al análisis sociopolítico de las sociedades
contemporáneas
Madrid, UCM-UNED, 7-8 de mayo de 2009
Rafael Cruz
Universidad Complutense de Madrid
[email protected]
Conforme transcurría el día 12 de mayo de 1931, la ciudad de Sevilla había vuelto
a una situación de relativa calma tras las manifestaciones. Junto a estas, también habían
cesado las actuaciones amenazantes de grupos monárquicos que en algunos casos
llegaron a provocar enfrentamientos con los manifestantes y las distintas movilizaciones
anticlericales desarrolladas durante las horas precedentes. Ante la falta de fuerzas
policiales, la única respuesta estatal para recobrar el dominio de la situación consistió en
la proclamación del estado de guerra y el paso hacia la iniciativa militar con el control
de los espacios públicos y la clausura de los centros obreros.
La violencia colectiva contra la Iglesia católica, sin embargo, se extendió ese día
por los pueblos de la provincia al conocerse lo ocurrido en la capital y la oportunidad
que representaba la falta de reacción de una casi inexistente policía. Las actuaciones
colectivas se dirigieron hacia el asalto de edificios religiosos, la exhumación de tumbas,
el incendio de lugares de culto y la manipulación y destrucción de imágenes religiosas.
Todo ello a cargo de un no muy numeroso grupo de personas que, en algunas ocasiones,
se encontraron con la resistencia de individuos solos o agrupados, armados o no que se
interpusieron o amenazaron con enfrentarse a los grupos anticlericales. Ninguna
organización social o política promovió las movilizaciones pero estas fueron posibles,
entre otras razones, por la existencia previa de un significado compartido por diversos
grupos de población sobre la Iglesia, la religión y la vida social, acerca de la simbología
de las imágenes y los edificios religiosos, así como la trascendencia social de ciertos
principios y rituales católicos. Estos grupos anticlericales movilizados compartieron
también ciertas ideas comunes sobre qué y cuándo debe hacerse para alcanzar todos o
algunos de sus objetivos. Puede observarse además la intervención de otros grupos o
individuos distintos a los desafiantes anticlericales o republicanos, como los
provocadores que amenazaban a los manifestantes, los funcionarios militares que
1
tomaron las calles y los civiles, así como parte del clero o las guardias cívicas que con
actitud decidida se enfrentaron a las movilizaciones en algunos lugares (Vila,1932).
Estamos hablando, entonces, de acción colectiva, es decir, de una interacción y
enfrentamiento entre desafiantes y oponentes, a los que se suman con frecuencia
espectadores, con el fin de influir en la distribución existente del poder. Nos referimos a
la acción colectiva conflictiva, es decir, aquella que con los objetivos planteados por los
desafiantes perjudica o daña intereses de otros y provoca enfrentamiento; y no tanto a la
que se plantea de manera general por el mero hecho de la existencia de una serie de
personas que actúan de forma agrupada para conseguir un objetivo que les une. Del tipo
conflictivo sería ejemplo un motín de subsistencias o un mitin. Del segundo caso
serviría como ejemplo la actuación de una Tuna universitaria. La acción colectiva
constituye una forma de hacer política, sobre todo -aunque no en exclusiva- por
aquellos individuos y grupos sociales que no pueden acceder o no tienen acceso regular
a las instituciones políticas del Estado. El análisis de la acción colectiva debería ser
acometido desde el punto de vista de su hermandad con las formas institucionales de
hacer política, como la electoral, la gubernamental, la parlamentaria o la administrativa.
Hermandad, porque la participación política convencional o no convencional busca
idénticos o similares objetivos -influir en la distribución existente de poder-, y porque,
a menudo, los individuos y los grupos que actúan políticamente, cuando pueden, lo
hacen combinando acciones institucionales y no institucionales, o aprovechando las
acciones institucionales de sus aliados. La acción colectiva conflictiva en general
significa una construcción de poder, es decir, la puesta en escena de unos medios con
los que se intenta adquirir poder a cargo de personas o grupos que por diversas
circunstancias carecen de él para conseguir cualesquiera de sus objetivos planteados.
Muy a pesar del enfoque de numerosos estudios realizados sobre la acción
colectiva, ésta no es una cuestión de uno solo sino de varios protagonistas que
intervienen en la misma, al actuar en conexión unos con otros, mediante iniciativas y
decisiones, reacciones, propuestas, provocaciones y opiniones, de tal manera que su
estudio requiere el análisis de varios actores a la vez. En general, la huelga ha sido
estudiada como una acción colectiva protagonizada en exclusiva por un sindicato. Pero
debemos tener en cuenta que en ella intervienen directa o indirectamente, además del
sindicato o sindicatos, los propios trabajadores; incluye también al patrono o patronos,
con frecuencia agrupados o representados por una o varias organizaciones patronales;
así como el Estado, a través del establecimiento de leyes, la administración –
2
funcionarios civiles, la policía, el ejército-, el propio Gobierno directamente o por
medio de sus representantes, así como las autoridades locales o regionales. Y por
último, pueden influir en el desarrollo y resultado de la huelga, los familiares de los
trabajadores y, en general, los ciudadanos que se sientan afectados por el paro, bien sea
como consumidores, distribuidores o personas preocupadas por el mantenimiento del
orden.
Vista de esta manera, es difícil pensar que la acción colectiva se produce en
esencia por una ecuación tan simple como la que proviene de unir malestar y voluntad
de actuar. Tanto el malestar como la conveniencia de la movilización están inmersos en
complicados mecanismos sociales cuya atención es necesaria para intentar comprender
por qué, cómo, cuándo y para qué los individuos actúan de manera colectiva. Y estas
cuestiones, como sabemos, no siempre fueron analizadas por los estudiosos sociales de
la misma manera1.
La aparición, utilización, generalización, difusión y también desaparición de
diferentes formas de acción ha constituido un proceso histórico en el que pesaron
factores de larga duración -sobre todo, la formación de los Estados y las
transformaciones económicas y sociales-, así como procesos políticos y culturales de
corta duración, como las oportunidades políticas o la innovación y adaptación de formas
de actuación. Han existido formas bien conocidas de acción durante el siglo XVIII
-motines antifiscales, tasación popular de los precios, destrucción de maquinaria o
luddismo, quema de edificios religiosos, cencerradas u ocupaciones de tierras,
recorridos comunitarios, etc.-, que correspondían a un mundo eminentemente local,
poco comunicado entre sí, en el que las capacidades y las oportunidades pertenecían a
ese ámbito.
De resultas de ello, las formas de protesta contra la subida de precios, la escasez
de alimentos, los impuestos, las rentas o la propiedad de la tierra eran en general
directas, rígidas y de magnitud y alcance locales. Directas, porque las acciones eran
protagonizadas por los agraviados con el fin de solucionar in situ y a su favor el
conflicto planteado; rígidas, porque cada acción era protagonizada en exclusiva por un
grupo de población y para un solo objetivo; de alcance local, porque los agravios, los
recursos y los oponentes se encontraban en esencia dentro de ese ámbito. Con
posterioridad -en los siglos XIX o XX, según las diferentes experiencias de cada país-, a
1
Un recorrido exhaustivo por las teorías de la acción colectiva a cargo de universitarios españoles, en
Pérez Ledesma (1994) y Casquete (1998).
3
los conflictos sociales suscitados se sumaron otros nuevos y surgieron nuevas formas de
movilización más diversas y complejas, cuya experiencia sirvió para que sucesivas
generaciones adquirieran una memoria colectiva del conflicto y utilizaran un nuevo
repertorio de acción (Tilly,1978: cap.5). Este se diferenciaba del anterior por su mayor
alcance, flexibilidad y menor violencia, características todas ellas de un repertorio
asentado en algunos países desde el siglo XIX.
Mayor alcance porque si en el repertorio anterior las acciones se situaban en el
ámbito local, desde el siglo XIX, por los cambios políticos y económicos, el alcance
pasó a ser nacional e internacional, como lo era la mayor parte de la vida social de las
poblaciones de los Estados contemporáneos en los dos últimos siglos. Eran acciones
menos violentas, porque se utilizaron nuevas formas, con las que no era necesario
producir violencia para realizarse y tener éxito, y porque las respuestas de las
autoridades fueron menos violentas con la sustitución del ejército por la policía y el
reconocimiento legal del derecho a la huelga, la formación de asociaciones, la libertad
de prensa y de reunión, etc. Por último, son acciones más flexibles en cuanto, por
ejemplo, los actores aprendieron a utilizar la manifestación en solitario o en
combinación con otras formas de acción, en diferentes situaciones, con variados
objetivos y en nombre de distintas identidades. Se realizaban manifestaciones y mítines
o se erigían barricadas con muy diferentes propósitos. Se comenzaron a combinar,
además, diversas formas de acción como las descritas y a agruparlas a modo de las
campañas electorales, en las que las coaliciones políticas realizan un despliegue de todo
cuanto está a su alcance para obtener votos en un tiempo limitado. Surgió así el
movimiento social: una forma de acción colectiva específica, sostenida, compleja,
flexible, amplia y de gran alcance; coordinada en general por asociaciones de muy
diferente signo, buena parte de ellas especializadas en este tipo de movilizaciones que se
despliegan en forma de campaña.
En efecto, la flexibilidad del repertorio de acción colectiva -y del movimiento
social en particular- del siglo XIX, permitió su fácil aprendizaje, su amplia adopción y
su rápida difusión en el espacio, a través de un proceso de aprendizaje y adaptación de
experiencias anteriores y paralelas. La adaptación, por ejemplo, fue en particular
interesante en cuanto que, por un lado, estas formas de acción se emplearon en lugares
distantes a su lugar de origen y, por otro lado, fueron utilizadas por sectores ajenos o
contrarios a los intereses y objetivos de quienes las habían inventado o utilizado con
anterioridad. Me refiero, por ejemplo, a los empresarios que “hacían sindicalismo”,
4
como en España durante el periodo de 1917-1923, o a los falangistas que utilizaban el
rojo y negro de las banderas anarcosindicalistas o el “camarada” de los saludos
comunistas.
Con las investigaciones de primera mano realizadas por él y sus equipos, así con
sus análisis y reflexiones sobre su investigación y la de sus colaboradores, el trabajo de
Charles Tilly nos ayudó de manera definitiva a contemplar la movilización, la protesta,
la acción colectiva o el movimiento social como se ha planteado hasta ahora en el texto.
“Visiones” del movimientos social
Cuenta Tilly que las congregaciones religiosas británicas se enorgullecen de haber
inventado el Movimiento Social (MS). Las campañas contra la esclavitud atlántica
arrancaron con las iniciativas de las organizaciones anglicanas y, en especial, cuáqueras,
hasta el punto de convertir su movilización sostenida en el primer MS internacional de
la historia. Pero ese conjunto de experiencias de acción colectiva allá por los años
ochenta del siglo XVIIII “no fue suficiente” para que el MS se consolidara en Gran
Bretaña a partir de entonces como una forma distintiva y rutinaria de hacer política
(Tilly, 2008: 132).
Ya en el siglo XX, el MS fue haciéndose un objeto oscuro del deseo de muchos
dirigentes políticos que se referían a él o lo intentaban desplegar, y de muchos
intelectuales que pretendían explicarlo. Representaba un objeto oscuro porque, a pesar
de que pueda parecer lo contrario, su investigación empírica ocupaba mucho menos
espacio que las especulaciones de los analistas sobre el tema, con grandes hipótesis sin
contrastar. El MS se hizo más oscuro al confundirse con toda clase de protesta y
alternativa. Su oscuridad, además, fue paradójicamente más patente cuanto mayor era su
interés, al ampliarse el campo de actuación política y el análisis universitario del
fenómeno social en la segunda mitad del siglo. Su deseo, se acrecentó al entenderse
como la más atractiva política de izquierda, dirigida a la emancipación de diferentes
grupos sociales y, con ellos, de la sociedad entera. Primero, el movimiento obrero,
siempre alternativo al capitalismo y por ello, revolucionario; después, los nuevos
movimientos sociales, la joven barricada contra la sociedad burguesa que recogía el
testigo de la clase obrera en trance de desaparición civil; por último, el movimiento
trasnacional, único muro de contención de un sistema global de carácter neoliberal.
5
Como resultado de esa sombría pasión política y universitaria el MS se reificó e
idealizó; revestido de prestigio político se convirtió en un lugar común, sin contornos
específicos, mero recurso lingüístico en política y difuso campo de estudio en la
Universidad, al utilizarse para hablar de o investigar cualquier protesta y lucha, eso sí:
siempre que fuera aprobada o defendida; cuando se simpatizaba con ella (Castells,
1998).
Se ha hecho habitual durante el siglo XX considerar el MS como un sujeto
social, con entidad propia; un actor que piensa, siente, actúa... El dirigente socialista,
Manuel Cordero, recordaba en 1932 que el movimiento obrero –y en particular los
socialistas- había sacrificado en 1931 los objetivos que le eran propios en pro de la
consolidación de la República (Cordero, 1932). Ese sujeto social se caracterizaría por su
continuidad en el tiempo, desde los primeros vestigios de conflictividad e incluso desde
la propia existencia del grupo social protagonista. Habría, entonces, movimiento obrero
desde la aparición del trabajo asalariado; o feminismo, desde las primeras declaraciones
públicas de denuncia de la desigualdad. En esos y otros casos, además, se resaltaría la
permanencia en el tiempo del movimiento cien o doscientos años, al margen de la
inexistencia de movilizaciones o de presentación colectiva, pública y conflictiva de
demandas.
El MS, por otro lado, estaría compuesto de redes y organizaciones –aunque los
activistas siempre defienden que su organización es el movimiento- que impulsan el
cambio social. Así, la presidenta del Consejo Supremo Feminista de España afirmaba en
1920 que: “las Asociaciones feministas legalmente constituidas (...) integran el actual
movimiento político-económico-social” (Espinosa, 1920: 21). Esa o esas organizaciones
son distintas a las de los partidos políticos establecidos; no poseen sus defectos de
burocratismo, la búsqueda del privilegio y el propósito de hallar una representación
permanente en las instituciones desligándose de su militancia y base social y de las
demandas que defendieron en un principio. En su lugar, el MS es democrático,
alternativo, independiente de todo interés sectario, cuyo objetivo siempre consistiría en
el impulso de cambios sociales de envergadura que modificaran realmente las relaciones
sociales.
Desde esa perspectiva, el MS sería una organización, o una serie de ellas,
alrededor de un tema de conflicto que no es político, sino social. Las relaciones
laborales, la injusticia sobre las mujeres, la paz, el desarrollo sostenible, etc.,
constituyen temas de conflicto que en principio se situaban lejos de las preocupaciones
6
de los dirigentes y las instituciones políticas. En cambio, son temas propios del ámbito
político los planteados en virtud de la rivalidad entre partidos y gobiernos. Esa
distinción se fraguó también en la Universidad (mi Departamento universitario incluye
en su denominación “...los movimientos sociales y políticos”).
Estos enfoques del MS desembocan en una dispersión práctica de su significado,
al mostrarse la falta de rigor a la hora de definir lo que es un movimiento. Por ejemplo,
en el movimiento obrero han participado e integrado de manera tradicional en él los
partidos políticos, como el socialista y el comunista. En el caso del ecologismo, Die
Grünen se presentaron a las elecciones para el Bundestag, y obtuvieron en 1983 27
diputados; y en 1998 formaron coalición de gobierno en Alemania con el Partido
Socialdemócrata. El partido de Los Verdes alemanes representó desde su creación en
1980 la política del movimiento ecologista en Alemania. Ha sido frecuente en los
últimos treinta años, además, que algunas organizaciones ecologistas, feministas, etc.,
hayan ocupado puestos permanentes en organismos del Estado para el planteamiento,
aplicación y supervisión de políticas gubernamentales en esos conflictos.
En resumen, puede observarse en este enfoque de MS a partidos políticos
formando parte de movimientos sociales y a organizaciones de los movimientos
haciendo política institucional, al trabajar en la administración del Estado con el apoyo
logístico y bajo supervisión de los gobiernos. De esa manera se deshilvana el concepto
de MS utilizado de manera habitual entre dirigentes y activistas, así como entre los
estudiosos universitarios. Con claridad esta es una visión ideológica de los movimientos
sociales, centrada en el objetivo de su legitimación como actor social distintivo. Al
asumir esta perspectiva, muchos de los trabajos de los analistas se sitúan en la misma
posición que los propósitos de los activistas, de los partidarios de las organizaciones y
actuaciones que estudian. En concreto, los sociólogos han trasladado el punto de vista
de los activistas a las publicaciones académicas y enseñanzas universitarias, al resaltar
la exclusividad del MS, su carácter alternativo a los partidos y al capitalismo. Desde ese
punto de vista han realizado una labor de legitimación de los objetivos y actividades de
las organizaciones alternativas, pero con nulo peso en el avance del conocimiento. Los
historiadores, por su parte, han idealizado la lucha del movimiento obrero con el que
simpatizaban, al dotarle de unidad orgánica y continuidad histórica, además de un
pedigrí de carácter revolucionario que había que reconstruir con fines presentistas.
7
Un análisis alternativo de movimiento social
Estas perspectivas de entendimiento del MS se han encontrado siempre muy lejos de los
trabajos de Charles Tilly sobre la acción colectiva. El sociólogo e historiador
norteamericano manejó un concepto de MS desideologizado y autónomo respecto de
dirigentes políticos, activistas y seguidores. Además, trató de precisar de manera
constante qué era y qué no era MS, a la vez que intentaba no encastillar el fenómeno, al
señalar sus semejanzas, proximidades, continuos contactos y hermandad con otros
procesos políticos, como las revoluciones, y con otras formas de movilización, como las
huelgas.
Tilly entendió el MS como una forma de hacer política, específica, distinta de
otras, pero muy próxima a ellas, vinculada a los procesos de democratización de los
regímenes políticos, iniciados en Europa a finales del siglo XVIII. En concreto, el
esquema de Tilly consistió en estudiar el MS como una campaña de movilizaciones y
despliegue de mensajes de respetabilidad, unidad, número y compromiso (RUNC). Una
campaña limitada en el tiempo, a semejanza de las campañas electorales; unas
movilizaciones encuadradas en un repertorio de actuación que puede combinar
manifestaciones, mítines, recogida de firmas, asociaciones, huelgas, etc.; un despliegue
de mensajes de RUNC que si se consiguen transmitir proporciona poder a quienes lo
protagonizan. Pueden desarrollarse estos tres elementos con un poco de profundidad2.
Campañas
Campañas sostenidas para plantear demandas a las autoridades, tales como la abolición
de la esclavitud o la ampliación del sufragio en la Gran Bretaña del siglo XIX, y la
petición de amnistía durante la crisis de la dictadura franquista o la partida del 0,7% del
presupuesto del Estado para ayuda a los países en desarrollo en la España del siglo XX.
Una campaña representa una serie coordinada y sostenida de episodios con los mismos
objetivos planteados a idénticos objetos. Las reclamaciones pueden relacionarse con la
identidad del grupo movilizado, con la defensa de la permanencia del grupo como
interlocutor político y con el planteamiento del programa de demandas elaborado por el
grupo.
2
Los argumentos presentados a continuación son una reflexión personal del trabajo de Tilly sobre la
acción colectiva y el movimiento social.
8
Una campaña de MS incluye las distintas interacciones de al menos tres partes:
los reclamantes, el objeto u objetos de reclamación y un público de algún tipo. Los
primeros pueden estar o no integrados en el régimen y se encuentran comunicados entre
sí por redes interpersonales, experiencias previas compartidas, organizaciones formales,
especializadas o no, y algún tipo de conexión de todas ellas con potenciales
participantes. Los segundos son autoridades constituidas por gobiernos, pero también
por propietarios, jerarquías eclesiásticas y otros, cuyas acciones –u omisiones- afectan
de manera significativa el bienestar de mucha gente. El tercero incluye potenciales
participantes en ésta y futuras campañas, ciudadanos cuyos intereses pueden verse
afectados por el despliegue de la campaña y observadores que aprenden e interpretan la
política desarrollada por las otras dos partes
Tilly distinguió siempre entre las redes u organizaciones del MS y el propio MS,
al insistir en que todo MS depende de algún tipo de base organizativa, cuya función
consiste en acumular, coordinar y distribuir recursos para sostener una campaña y el
posible enlace de ésta con otras posteriores. Pero de forma similar al papel fundamental
desempeñado por la escuela de música o por la orquesta de instrumentos a la hora de
que haya música, pero no son la música, esas redes no son el MS, sino que facilitan,
participan y coordinan un MS, que es, sobre todo, movilización en forma de campaña
con despliegue de mensajes de RUNC.
Como no podía ser de otra manera, las campañas de MS son discontinuas, y
diferentes unas de otras –sobre todo las más alejadas entre sí-, porque algunos de los
protagonistas no son los mismos en unas y en otras; porque el conjunto de
reclamaciones suele ser distinto; y porque tampoco se produce la misma combinación
de movilizaciones, además de variar el contexto político de actuación. Al producirse en
forma de campaña, el MS no puede ser permanente, ni siquiera prolongado en el
tiempo. La movilización es muy costosa y pocos activistas, a pesar de su entusiasmo y
dedicación, tendrían capacidad personal y acopio de recursos suficientes para estar en
perpetua movilización. Un MS no puede extenderse durante setenta años.
Repertorios
Un MS es una campaña de movilización, al emplear un repertorio distintivo de dos o
más actuaciones. El repertorio del MS incluye la manifestación, el mitin, la petición,
informes o declaraciones de prensa, amplios despliegues de símbolos de afiliación
9
personal, formación de asociaciones especializadas dedicadas a conseguir el objetivo,
lobbying, etc. La noción de repertorio, como una serie limitada de herramientas para
responder a los conflictos, es una de las aportaciones más conocida de Charles Tilly,
planteada ya en 19773. La distinción y caracterización de un repertorio del siglo XVIII –
que antes Tilly llamaba “tradicional”-, y otro repertorio del siglo XIX –que antes
denominaba “nuevo”-, prolongado hasta nuestros días, lleva consigo una serie de
reflexiones sobre la movilización en general y acerca del MS, en particular:
a) que en los tres últimos siglos no siempre se manifestó la voz de los sin voz de
la misma manera al ocasionarse un cambio social en el ámbito de los enfrentamientos.
En ese sentido, si tuviera alguna utilidad –que no la tiene-, a ese cambio social lo
llamaría gran revolución, que es lo que significa el paso de un repertorio a otro.
b) que no existe una división entre actuaciones pre-políticas y políticas, ni preindustriales e industriales, ni primitivas y modernas. Esos calificativos nada aclaran
sobre la virtualidad de cada actuación, ni su relación entre ellas. Responden más bien a
criterios académicos poco rigurosos de clasificación de las sociedades modernas.
c) que los repertorios de actuación se encuentran íntimamente relacionados con
los regímenes políticos y los gobiernos, por influir tanto estos como aquellos en el
planteamiento de los repertorios, al facilitar o restringir determinadas formas de
actuación y su mismo despliegue, a través de la apertura o cierre de las oportunidades
políticas. De la misma manera, que los repertorios de actuación influyen en la
naturaleza y proceso de los regímenes políticos y en la relación de los gobiernos con el
resto de actores y de la población en general, por medio de la ciudadanía: esto es,
continuos intercambios en forma de derechos y obligaciones mutuas entre los agentes
estatales y una categoría de personas definida en exclusiva por su vinculación a ese
Estado.
d) que las formas de actuación prevalecientes en 2009 tienen las mismas
características esenciales que las del repertorio de hace un siglo en muchos países
europeos. En efecto, el repertorio del siglo XIX –al que yo denomino cosmopolitaincluye formas de movilización flexibles –modulares en el lenguaje de Tarrow,1998-, es
decir, utilizables por distintos desafiantes y para diferentes reclamaciones. Una de ellas
es el MS, de absoluta flexibilidad, con los mismos rasgos esenciales hoy que con los
que comenzó a difundirse por media Europa en el siglo XIX. Los evidentes cambios,
modificaciones y alteraciones dentro del repertorio del MS se han producido por efecto
3
“Getting It Together in Burgundy, 1675-1975”, Theory and Society, 4.
10
de la innovación parcial en los recursos utilizados por los protagonistas para su
despliegue. El uso de medios de comunicación como internet sugiere una mayor rapidez
en la conexión entre redes ya establecidas con anterioridad. La incorporación al
repertorio del MS de una nueva forma de actuación, como la sentada, fue posible por su
eficacia en las campañas por los Derechos Civiles en los EEUU a principios de los años
sesenta. Pero antes fueron otras innovaciones, como el telégrafo, la TV, la
manifestación, la ocupación de fábricas, etc., las que se incorporaron al repertorio sin
alterar su sustancia, su significado y la cultura del enfrentamiento que aportaba.
Mensajes de RUNC
Despliegues repetidos de mensajes de Respetabilidad Unidad Número y Compromiso,
transmitidos con la actitud de los participantes y con colores, canciones, eslóganes,
símbolos compartidos, etc. Cada uno de estos mensajes consiste en temas como los
siguientes:
Respetabilidad: con la profusión de algún color distintivo en los símbolos
exhibidos; comportamiento moderado, ordenado y con disciplina; ropa aseada;
participación de religiosos, autoridades, personas mayores y madres con infantes... El
mensaje de respetabilidad representa la forma más visible de expresar la vinculación de
los participantes y sus reclamaciones con la parte más seria, honorable y reconocida de
la sociedad vigente, justo la más alejada de la por muchos considerada hez de la
sociedad.
Unidad: al compartir actitudes, insignias, banderas, pancartas, indumentarias,
silencios, canciones, eslóganes; marcha en filas... El mensaje de unidad constituye la
forma más visible de expresar afinidad, avenencia, acuerdo, conformidad de los
participantes en torno a una reclamación, la forma de presentarla en público o una
identidad colectiva; justo lo contrario de la discrepancia, la división e incluso de la
confrontación entre miembros de una misma comunidad.
Número: cuantía, dimensión, grandiosidad. Suma de asistentes a una
manifestación, cómputo de participantes en una huelga o de firmantes de una petición.
Lleno del recorrido, paralización de la producción o del tránsito en una ciudad o
volumen de pliegos... El mensaje de número constituye la forma más visible de expresar
el respaldo y alcance sociales de una propuesta o la representatividad de un grupo.
11
Compromiso: recorrido de varios kilómetros a pie; desafío del mal tiempo a la
intemperie; participación de personas mayores o discapacitadas; resistencia a la
represión; sacrificios ostentosos; donaciones y suscripciones para la realización de
actuaciones; suspensión de la vida cotidiana con cierre de comercios y paro de las
actividades laborales... El mensaje de compromiso se compone de expresiones del
sentido del deber y la responsabilidad de los participantes, así como del empeño en la
resolución de un conflicto.
Esos mensajes pudieron transmitirse durante las movilizaciones a través de estas
“señales” de carácter icónico y lingüístico, así como por medio de la propia experiencia
ritual en su conjunto. Existió, además, una retórica en forma de “repertorio de papel”,
en el que la prensa –y después la radio y la televisión- constituyó el cauce de expresión
de los mensajes. La experiencia movilizadora se duplicaba con la inserción de su
crónica en los periódicos, al poseer éstos una autonomía relativa en la narración del
acontecimiento. La prensa no reproducía de manera exacta la experiencia, la creaba con
un nuevo relato. En los regímenes en los que el Estado garantizaba la libertad de
expresión y de prensa, la diversidad de orientaciones políticas de las empresas
periodísticas inducía a la variedad de mensajes, en muchas ocasiones distintos o
divergentes, sobre la misma movilización. El caso más repetido de discrepancia se
refirió al mensaje de número, al entablarse ya en el siglo XIX la “guerra de cifras” para
contabilizar la cantidad de personas asistentes a una movilización. La prensa
simpatizante de los organizadores solía engrandecer la actuación, al resaltar los
elementos de RUNC presentes; la prensa neutral o adversaria, al contrario, resultaba
ecuánime, ocultaba o invertía los mensajes para sus lectores. Las interpretaciones
realizadas por la prensa resultaron tan relevantes o más que las elaboradas por los
propios participantes, al ser recibidas por un mayor número de personas. Las crónicas e
interpretaciones de los periódicos extendieron el alcance de la movilización, con lo que
su repercusión llegó a ser mayor. Como en otro tipo de movilizaciones colectivas, la
prensa resultó determinante a la hora de dotar de un alcance nacional o internacional a
un episodio, en principio, con una dimensión territorial limitada. Con el aumento de la
circulación y el número de cabeceras desde los inicios del siglo XX, la prensa adquirió
un protagonismo mayor en el repertorio del MS.
El despliegue de mensajes de RUNC posee tres rasgos distintivos que le dan
poder y flexibilidad, cuando los organizadores maximizan los signos de RUNC tanto
como pueden; cuando sus componentes se compensan unos a otros hasta cierto límite.
12
Si cualquiera de los componentes no numéricos del mensaje se hacen invisibles, el
despliegue pierde su impacto; de la misma manera que si el mensaje de respetabilidad se
halla ausente, el grupo movilizado no deja de contemplarse como si de una multitud sin
merecimientos se tratara.
Reflexiones colaterales
El MS es una forma específica de actuación política conflictiva distinta a otras como la
huelga, la tasación popular del pan o la destrucción de maquinaria. Como estas otras, sin
embargo, tuvo un origen, se consolidó y difundió en un momento histórico, antes del
cual no existía o se había producido en contadas ocasiones. Con anterioridad a los años
veinte y treinta del siglo XIX podían haberse promovido campañas, repertorios y
despliegue de RUNC por separado, pero no combinados. Cuando ocurrió en
combinación fue de una manera tan puntual y esporádica que careció de continuidad y
no pudo difundirse ni consolidarse. Existen numerosos ejemplos de manifestaciones,
peticiones, boicots, asociaciones específicas, y algunas combinaciones de todo ello, en
Gran Bretaña, Holanda, Francia y los recién creados EEUU antes de finalizar el siglo
XVIII, pero, por diferentes circunstancias de carácter político, las campañas de
movilización con despliegue de mensajes de RUNC no pudieron consolidarse4.
En el marco del inicio de un proceso –que continúa en nuestros días- de
democratización de los regímenes políticos, cuando cada vez más grupos de la
población se ocuparon de manera directa en la política de su país, fueron tres factores de
diferente índole los que impulsaron el repertorio del MS: la nacionalización de las
relaciones económicas –con la creación del mercado nacional, la concentración de la
población y la producción en ciudades, etc.-; la expansión de las comunicaciones, tanto
de personas, como de ideas, a través de la prensa periódica; y la nacionalización de la
política, cuando los gobiernos tuvieron suficientes capacidades para controlar de manera
directa el territorio bajo su jurisdicción. En este último caso, resultó fundamental el
encumbramiento del Parlamento –en Gran Bretaña, sobre todo- y la creciente
importancia de la celebración de elecciones para ocupar los escaños de las Cámaras y
Asambleas Nacionales. En ese contexto social, se consolidó el MS, a la par que se
redujo la frecuencia e importancia social de otros repertorios anteriores.
4
Dos trabajos gigantescos de Charles Tilly sobre Francia (1987) y Gran Bretaña (1995), con
investigación y recogida de datos en los archivos de esos países, le sirvieron al autor para ilustrar estas
tesis.
13
Como puede comprobarse por estos y anteriores argumentos, el MS tiene una
dimensión histórica. El MS es historia, sin la que es difícil aproximarse a su estudio.
Tiene, además, una dimensión política, al relacionarse con los regímenes y gobiernos,
tanto en la naturaleza de la conflictividad como en la del repertorio de actuación.
Entonces, el MS es historia política5.
El MS tiene un precio: a diferencia del repertorio anterior –que yo denomino
“comunitario”-, consistente en la acción directa entre participantes ya conectados o
agrupados con anterioridad –en corporaciones, comunidades, etc.- para la obtención de
resultados inmediatos, el MS depende de una coordinación menos estable, más amplia y
de larga duración; casi nunca pueden sus defensores esperar que cumplan sus objetivos
de inmediato y desde una sola actuación. Por lo tanto, con la utilización del MS, se
sacrifica el poder del repertorio anterior para poner voz a más largas audiencias y
afirmar una presencia continua en la escena pública. Es nuestra manera de entender la
política.
La historia de las revoluciones contemporáneas corre paralela a la del MS en
forma de sinuosas aproximaciones y ostentosos distanciamientos. Las revoluciones no
son movimientos sociales, aunque a veces hayan coincido y se alimenten de manera
mutua. Pudo haber revoluciones sin ningún MS; de la misma forma que se encuentran
MS en algunas de ellas. Pero sus trayectorias terminan en recíproco desencuentro:
mientras que las revoluciones se han hecho más infrecuentes durante el siglo XX, el MS
ha seguido una trayectoria inversa. El MS depende, además, de una práctica sustancial
de derechos políticos, como los de asociación, reunión, libre expresión. Su despliegue
por lo tanto, riñe sobre todo con las situaciones revolucionarias en las que los
enfrentamientos se producen con un ejercicio notable de violencia. El MS casa mal con
altos niveles de violencia, ya que donde actúan de manera protagonista bandas armadas,
guerrillas y ejércitos no suelen prosperar las campañas de movilización con despliegue
de mensajes de RUNC. En términos generales, altos niveles de violencia retraen la
participación política de grupos enteros de población, aunque pueda inducir a ella por
una provocación violenta previa de los adversarios. Es más: el MS es una alternativa
completa al poder de las armas.
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También posee una dimensión cultural, la que procede de ser el MS un auténtico símbolo de nuestra
cultura del enfrentamiento. Pero esta dimensión se encuentra poco desarrollada en los trabajos de Charles
Tilly.
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Quizá por la actuación protagonista de las armas durante el siglo XX, bien por
medio de pronunciamientos y gobiernos militares, bien por medio de la guerra, el MS
no se consolidó en España hasta bien tarde.
El movimiento social en España
Con estos argumentos expuestos para definir el MS, puede constatarse que ya se
produjeron campañas de movilización y despliegue de mensajes de RUNC –sobre todo,
los tres elementos realizados por separado- en la España del siglo XIX, en los periodos
en los que una parte significativa de la población podía ejercer derechos políticos. Pero
el protagonismo militar y los cambios frecuentes de régimen político –procesos de desdemocratización- inhabilitaron la política continuada del MS. No fue una situación
excepcional en la Europa del entorno de España, porque Portugal vivió también
condiciones adversas para su implantación, y la Francia de las repetidas revoluciones y
del Imperio no consolidó la política del MS hasta los primeros años del siglo XX
(Palacios Cerezales, 2008; Robert,1996; Tilly, 2008).
¿Por qué el MS no pudo consolidarse en la España del siglo XX hasta los años
setenta? Más pertinente aún es la pregunta cuando se conoce que en las dos primeras
décadas del siglo, los ciudadanos realizaron algunas campañas, participaron de forma
intermitente en manifestaciones y mítines y transmitieron –cuando los gobiernos lo
toleraban- mensajes de RUNC en sus actuaciones. La primera y más sonada experiencia
del siglo ilustra las dificultades políticas para la realización de un MS. Fueron las dos
campañas contra el pago del impuesto de utilidades a cargo de comerciantes
organizados de media España en 1899 y 1900, interceptadas por el Gobierno con
medidas como la suspensión de las garantías constitucionales, detenciones y multas.
Después hubo campañas, entre otras, contra el impuesto de consumos, la guerra de
Marruecos, el “Maura no”, la subida de los precios, por la amnistía..., casi todas ellas
con severas limitaciones procedentes de la prohibición de los gobiernos para realizar
manifestaciones en la calle. La discontinuidad de estas prácticas, además, provino de la
suspensión de garantías como respuesta a la intensidad de las movilizaciones y la
pervivencia del repertorio anterior con la prolongación de la destrucción de fielatos,
asaltos a panaderías, ataques a edificios religiosos y ocupaciones de tierras (González
Calleja, 1998).
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Las experiencias del repertorio del MS durante la Restauración vieron truncada
su continuidad por la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), periodo en el cual sólo
fueron permitidas las movilizaciones prescritas por el gobierno para mayor gloria del
general, y las procesiones, coronaciones de vírgenes, romerías religiosas, etc. de signo
católico. En el breve periodo de la Segunda República (1931-1936), con el preludio de
las campañas por la amnistía en 1930 y primeros meses de 1931, regresó una tolerancia
limitada para el ejercicio de los derechos políticos y, con ellos, los ciudadanos pudieron
participar en mítines –la Segunda República es una República del mitin-, firmar
peticiones, realizar huelgas, asociarse, exhibir ciertos símbolos de afiliación e identidad,
y manifestarse de manera restringida en la calle. De resultas de ello, la política del MS
resurgió con más intensidad que durante la Restauración para presionar en contra de las
leyes que afectaban a la Iglesia en 1931 y 1932, por la amnistía en la segunda mitad de
1935, etc.
De nuevo, la intervención militar que, esta vez, desencadenó la guerra de los
Tres Años y una Dictadura muy larga, esquinó la consolidación y difusión del MS como
forma prioritaria de acción colectiva. Sólo a través de los escasos medios legales
disponibles, católicos, obreros y vecinos de los barrios maltratados de las ciudades
industriales pudieron realizar asambleas, manifestaciones y peticiones, por lo general
sin combinación posible, debido al control policial y judicial de la dictadura (Ysàs,
2004; Cruz, 2008).
Pero fue durante su crisis –sobre todo tras la muerte del general- cuando
distintos grupos sociales aprovecharon las oportunidades generadas por la
incertidumbre, cierta apertura del régimen político, la división de los dirigentes, la
configuración de nuevas alianzas, y una política de control policial en consonancia con
todo ello. En ese contexto, y debido al aprendizaje anterior, se multiplicaron los actores
y las movilizaciones –ya casi todas de un repertorio flexible-, algunas de ellas en forma
de campañas con despliegue de mensajes de RUNC. Entre las más intensas y
prolongadas cabría destacar las campañas concernientes a la crisis urbana en las grandes
ciudades –con especial trascendencia política en Madrid-, y las relacionadas con la
amnistía de los presos de la dictadura (Castells,1986; Aguilar,1997).
Al iniciarse el régimen de la Monarquía Parlamentaria, e implantarse una nueva
ciudadanía en España, en la que destacó la garantía estatal del ejercicio de amplios
derechos políticos para la mayoría de la población, el repertorio del MS se convirtió en
una forma de hacer política utilizada por distintos grupos para muy diferentes objetivos.
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La consolidación del MS y de su repertorio tenía futuro si el proceso de
democratización en ciernes continuaba su profundización, sin que la truncase de nuevo
una intervención militar o la tendencia de los gobiernos a restringir y limitar el ejercicio
de derechos políticos.
Con seguridad Charles Tilly hubiera hecho un análisis mucho más sugerente de
la trayectoria española del MS durante el siglo XX. Con seguridad, también, casi nadie
en la Universidad española intentó aplicar sus argumentos a cualquiera de los temas que
por lo habitual abordan sociólogos e historiadores en España. El trabajo de Tilly ha sido
ignorado en la Universidad española, a pesar de haberse traducido casi una decena de
títulos suyos. Los sociólogos españoles no lo tuvieron en cuenta en esencia por elaborar
teoría social con base en el pasado, en la historia. Los historiadores españoles le
rechazaron por su argumentación sociológica de casos históricos enormes, de grandes
dimensiones, muy al contrario de la acogida de trabajos tan concretos como los de
Rudé, Thompson y Hobsbawm. Los historiadores y sociólogos jóvenes en la
universidad española carecen de esos prejuicios y son los que están utilizando los
trabajos de Tilly para alegrar el debate sobre las relaciones sociales en general y la
protesta en particular, de ayer y de hoy.
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