El psicoanalisis como un proceso creativo - Caibco

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VITAE Academia Biomédica Digital
Congreso Venezolano de Psicoanálisis AVEPSI
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Número 24 Julio-Septiembre 2005
El psicoanalisis como un proceso creativo
Alfonso Gisbert
Asociación Venezolana de Psicoanálisis (ASOVEP)
La concepción técnica de que la cura psicoanalítica funciona como un proceso, el así llamado proceso
psicoanalítico, parece estar sólidamente arraigada en todos los discípulos de Freud, y ello a pesar de no
ser, como concepto, una idea propiamente freudiana, igual a como ocurre con otras nociones más o
menos corrientes en el psicoanálisis de hoy, cuyo ejemplo más conspicuo, en la técnica, podría ser el
insight, palabra nunca utilizada por Freud en su sentido actual pero que, sin embargo, parece insustituible
hoy. Ninguno de estos conceptos, sin embargo, ha ocasionado violencia ni contradicción con aquellos
originales de Freud. La idea de que el proceso psicoanalítico sea algo creativo pudiera ser, en cambio,
más bien polémica. Este proceso se asocia a conceptos tan clásicos como la pulsión de repetición, la
transferencia, la represión y el “hacer conciente lo inconciente”, y ninguno de ellos pareciera tener algo
que ver con la creatividad, al menos en sus formulaciones originales.
En verdad es tan solo hasta la aparición y difusión de los trabajos de Winnicott que comienza a
considerarse la idea de la cura psicoanalítica como algo creativo, a partir de la experiencia de que el
juego, tal como es practicado espontáneamente por los niños, es en sí mismo curativo, muy
probablemente en relación con la creatividad que le es consustancial. A partir de allí comienza a tornarse
evidente que la regla técnica fundamental del psicoanálisis, la asociación libre, e incluso la disposición
toda de la situación psicoanalítica, tiene mucho que ver con el juego y con el concepto de espacio
transicional.
Pero el peso de los conceptos originales del fundador del psicoanálisis sobre nosotros es considerable,
amén de que Winnicott nunca elaboró sus ideas en el terreno específico de la técnica, y la ocurrencia de
que podamos “crear” algo en el proceso psicoanalítico todavía puede parecer chocante y hasta
antianalítica, tan arraigada tenemos la creencia de que lo que el psicoanalista hace en la sesión tendría
que ver, básicamente, con “descubrir” lo “encubierto”, lo escondido en el inconciente del analizando. No
otro es el sentido corriente del concepto de interpretación, que junto al de insight y elaboración se
consideran los principales responsables por el avance en el proceso analítico.
De esta manera, y siguiendo una idea muy prestigiada en la época científica modernista, el psicoanalista
se convierte en un descubridor, como lo eran los investigadores más importantes de la medicina, que el
mismo Freud se preciaba de ser, pero nunca en un creador. Creadores eran los artistas, no los científicos.
Estas afirmaciones deberemos atemperarlas, sin embargo, si leemos los primeros trabajos de Freud sobre
el arte, como los Personajes psicopáticos en el escenario, de 1905, El creador literario y el fantaseo de
1907, o El delirio y los sueños en la Gradiva de W. Jensen, del mismo año, donde se postula claramente
que ambos, artista y psicoanalista, trabajan sobre el mismo objeto, el inconciente, y llegan a conclusiones
similares aunque sus metodologías sean diferentes. Pero, sobre todo, encontramos en estos trabajos, y
en El interés por el psicoanálisis, de 1913, una anticipación bien interesante de las concepciones de
Winnicott sobre el juego y la creación que, por lo general, pasa desapercibida en una primera lectura. En
el último trabajo citado Freud acuña, incluso, el término “reino intermedio entre la realidad y la fantasía”
(como suele ocurrir en el idioma alemán, en el original aparece escrito en una sola palabra), que parece
acercarse al concepto winnicottiano de “espacio transicional”. Este y otros conceptos aparecidos después
en psicoanálisis, nos acercan a la idea, fundamental para entender psicoanalíticamente la creación, de
una tercera realidad, diferente a las realidades descritas clásicamente como interna y externa. Volveré
sobre esto.
Comentemos, de paso, que Freud estuvo durante toda su vida fascinado por el fenómeno creativo
artístico, aunque nunca se atrevió a abordar su comprensión en la forma exhaustiva y definitiva con que lo
hizo, por ejemplo, con los sueños o los síntomas neuróticos. En aquel terreno nunca fue más allá de la
concepción teórica de sublimación, a la cual se aferró durante toda su vida a pesar de que los cambios
que fue sufriendo su teoría a lo largo del tiempo (sobre todo la segunda teoría de las pulsiones) pedían a
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gritos una revisión a fondo de este concepto. Pero no entraremos ahora en este asunto, sin embargo tan
interesante. Volvamos a la creación en psicoanálisis.
La noción de “verdad” que se maneja en la técnica psicoanalítica suele estar en armonía con aquel
concepto, tan arraigado, del “descubrimiento”. Aquello que supuestamente descubrimos en el inconciente
del analizando sería “la verdad”. Bion la escribe, incluso, con mayúscula, y la iguala en su álgebra con su
concepto de “O”, origen recóndito de todas las transformaciones que el analista deberá revertir hasta
llegar a este núcleo precioso, suerte de perla perfecta o tesoro escondido en las profundidades del
inconciente. Yo considero, al contrario, que a tales profundidades inconcientes nunca podemos acceder, a
pesar de la popular frase de Freud sobre “hacer conciente lo inconciente”, sino a diversas “traducciones”
más o menos deformadas de aquello que nunca podremos conocer. Fernando Yerman, en su libro La
vanidad de lo distinto (1992), ha definido la terapia psicoanalítica como “una función estructuradora de
conflictos y contradicciones” que aumentan las posibilidades de conocimiento. El insight sólo ocurre
cuando un nuevo conocimiento, previamente inconciente, aparece como contradictorio al Sujeto, como
disruptivo de aquella imagen de nosotros mismos que tradicionalmente teníamos. Por eso Bion coloca al
insight como ejemplo de lo que él llama un “cambio catastrófico”. El insight ostensivo, el más valorado en
psicoanálisis, implica un “caer en cuenta”, un “caerse de culo”, caída que por lo general es dolorosa o
desconcertante y que nos coloca ante la necesidad de recomponer nuestra identidad a través de aquello
que seguimos llamando, desde Freud, la elaboración. Tales “caídas” y elaboraciones sucesivas son,
desde luego, las responsables por los cambios yoicos que pueden constatarse en un análisis.
Pero, preguntémonos, ¿hasta donde llega este proceso, estos cambios que ocurren en el análisis?.
Aunque la pregunta correcta sería ¿este proceso, tiene algún fin?. Freud decía que es interminable, y
debemos creer que tenía razón, pues las posibilidades de elaboración de nuestra identidad son
teóricamente infinitas. Claro que eso es tan sólo teórico, pues en la práctica nadie puede continuar
cambiando indefinidamente hasta la muerte. Necesitamos una cierta estabilidad en esta área que instituya
una tradición, que quizás será nueva luego de los cambios sobrevenidos, pero que al cabo habrá que
llamarla identidad, y por tanto es una tradición: recordemos que identidad viene de idéntico, y que tiene
que haber en ella, incluso como su aspecto más característico, una continuidad en el tiempo. Winnicott
decía, y él hablaba de arte y de psicología evolutiva, pero igual lo podemos aplicar al proceso analítico,
que para que pueda producirse una obra original o un crecimiento mental, debe instaurarse una
contradicción entre la tradición y lo nuevo. Sin tradición no hay novedad, pues esta tiene que oponerse
dialécticamente a algo ya existente para serlo; pero lo contrario también es cierto: sin novedades no se
puede construir ninguna tradición. Sólo que esta tradición nunca podrá considerarse definitiva.
La verdad, así, es un concepto que tendríamos que llamar prospectivo, en vez de retrospectivo. Quiero
decir con esto que la verdad nunca está detrás, en el pasado, a pesar de la insistencia de Freud en
rescatar los recuerdos infantiles reprimidos, sino adelante, en el futuro. Lo cual es también una idea, a
primera vista, chocante, que pareciera ir en contra de todo lo enseñado por Freud y trasmitido por
nuestros maestros. Pero recordemos que los recuerdos nunca son copia fiel de lo realmente acontecido,
sino una mezcla de realidad y fantasía, cosa que Freud tuvo que admitir muy tempranamente en su
elaboración teórica cuando descubrió que los supuestos recuerdos de seducción de sus histéricas no eran
más que fantasías, lo cual lo llevó a crear el concepto, tan importante posteriormente, de “realidad
psíquica”, que entonces opuso a la realidad que él llamaba “efectiva”. Esta oposición resultó fundamental
en su teoría, y más aun en la de M. Klein.
Pero a mi entender no basta con estas dos realidades para explicar lo que ocurre en el proceso analítico.
Hace falta una tercera, a la que Winnicott llamó transicional porque se ubica entre las dos anteriores, y
que sería importante no tan solo en el proceso evolutivo de separación-individuación, en la que él la
describió primero, o en la creación artística, sino en toda manifestación creativa y en la cultura humana en
general. El psicoanálisis no podría marginarse de esta concepción. Ya aludimos a la regla fundamental y a
la situación analítica como generadoras de una situación lúdica en la cura analítica, donde el analizando
propone al analista una especie de “juego” que tendrá lugar dentro del llamado encuadre o setting. Fuera
de éste encuadre ya estamos en el reino de la realidad que Freud llamaba efectiva y Winnicott
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“compartida”, pero dentro de él el analizando tiene la libertad de hablar, fantasear y transferir, lo que deja
en primer plano el reino de la “realidad psíquica” o fantasía. Hasta allí, nada que no sea consabido desde
Freud. ¿Dónde está, entonces, la que hemos llamado “tercera realidad”, que tanta importancia tiene en la
creación? ¿Qué es lo que se crea en el espacio analítico?. Si el analizando “juega” a través de la
asociación libre y de la transferencia, ¿qué hace el analista, más allá de ser destinatario y soporte pasivo
de la transferencia, puesto que sabemos que también él participa activamente en este juego?. La
respuesta a las otras preguntas la iremos tratando de hilvanar luego, pero a esta última podemos
responder inmediatamente. El analista, es perfectamente consabido, interpreta.
¿Qué es una interpretación?. No nos precipitemos en definirla, pues se trata de una palabra que se utiliza
también en ámbitos distintos que el psicoanálisis. El músico, por ejemplo, es un “intérprete”, un artista que
interpreta una partitura, como también lo es el actor o actriz que interpretan un papel dramático. En estos
dos casos se requiere previamente de un autor, el autor de la partitura o de la obra teatral que va a ser
interpretada. En psicoanálisis la palabra interpretación se reviste de un significado y una función muy
similares a este, donde el autor de la obra sería, desde luego, el analizando, con la salvedad de que su
partitura es inconciente y necesita ser “interpretada”, convertida en algo inteligible por el analista. Según
esta concepción, el par analista-analizando representa una pareja artística que, como todos los artistas,
crea. Pues la obra final que de su trabajo, o de su juego, resulta, no es nunca exactamente como la
concibió el autor originalmente: en la interpretación ya hay una distorsión de la concepción original
inevitable, y también deseable, que constituye el aporte específico del intérprete-analista. Pero la cosa no
para allí, pues esta interpretación a su vez será distorsionada luego por la recíproca interpretación del
analizando, aunque a esta no solemos llamarla así, sino insight. También podríamos expresar la misma
idea si decimos que el analista tiene insights correlativos de los del paciente, esto si no nos aferramos
demasiado dogmáticamente a los términos consagrados, pues yo pienso que en la actividad específica
del analista y del analizando hay mas similitudes que diferencias. En síntesis, este proceso sería como
componer una canción a dúo. Y eso, sin lugar a dudas, es algo creativo.
Cézanne decía que, cuando pintaba un paisaje, éste se reflejaba, se humanizaba, se pensaba en él (esto
es, a través de él), y él lo fijaba en el lienzo. Esta frase admirable podríamos tomarla como una excelente
definición de interpretación, que lo mismo calza para la producción artística que para el psicoanálisis. Y
podemos ver en sus lienzos que el paisaje de Cézanne no es como el original, aunque sin duda nos lo
evoca: en esa transformación hay ciertas invariantes, diría Bion, que aun permiten la identificación. Pero
no es la invariante lo que nos interesa; lo realmente importante es que hay en ese lienzo una traducción
artística que introduce un nuevo sentido, el sentido que nosotros podemos leer allí y que no era manifiesto
en el paisaje original. El nuevo sentido de la interpretación del analista lo lee, claro, el analizando, pues
tan solo a él va destinado.
Ahora bien, estamos hablando de traducciones y nos acude a la mente el famoso dicho italiano:
traduttore, tradittore, que aquí también aplica, porque es indudable que el inconciente que el analista
intenta atrapar en su lienzo-interpretación no se parece al inconciente del analizando. Y no se parece
porque el analista no podrá nunca captar ese inconciente directamente, sino a través de sus
manifestaciones concientes, lo que Freud llamaba “formaciones o retoños del inconciente”, que a su vez
ya son una traducción, la traducción del analizando. Este es el único “O” de que dispone el analista. Bion
decía que la única manera de llegar a ese O era “intuirlo”, “convertirse” en O, pero nunca quedó muy claro
en su obra cómo se lograba esto. Al parecer es una concepción similar a la de Kohut sobre la empatía
como una forma de entender el inconciente del analizando. Estas ideas, y otras similares que se han
postulado, me parecen válidas y útiles en la practica, siempre que no perdamos de vista que tan solo se
trata de teorías que tratan de aprehender lo inaprensible, esto es, el inconciente, el del analista no menos
que el del analizando. Las interpretaciones del analista en la sesión también son teorías que este propone
al analizando, quien las deberá confirmar o refutar. Y si las confirma siempre lo hará como nosotros
confirmamos que los cuadros de Cézanne representan un paisaje de Provenza: sí, ello es cierto,
reconozco que tal vez es un paisaje, pero no del todo: allí hay algo más, o algo menos, en todo caso algo
diferente. Lo peculiar de la cura psicoanalítica es que el cuadro que el analista propone con su
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interpretación es un cuadro, además de diferente, incompleto, que el analizando intentará completar en el
curso del proceso analítico, cosa que, como hemos dicho, nunca conseguirá.
Aquellos “retoños” del inconciente que el genio de Freud teorizó corresponden propiamente a lo que Matte
Blanco llamó el “pensamiento bi-lógico”, que incluye el pensamiento creativo, y por tanto también el
concepto winnicottiano de espacio transicional. Mucho me gustaría extenderme en consideraciones sobre
estas teorías y sus correspondencias, pero temo que el tiempo asignado para esta presentación no me lo
permita. Si me equivoco, ya tendremos la oportunidad de hacerlo en el momento indicado. De todos
modos no puedo dejar de señalar aquí estas concordancias, que no deberían sorprendernos, pues al fin y
al cabo todos estos teóricos pretenden abordar la misma realidad, que podemos llamar “psíquica”,
“interna”, “transicional” o “bi-lógica”, aunque sea con términos diferentes, pues cada uno trabaja desde
una tradición o perspectiva teórica distinta. Pero las teorías psicoanalíticas, como hemos dicho, también
representan los intentos de aprehender con nuestra conciencia algo que por definición resulta imposible,
pues el inconciente es, justamente, y en todo momento, inconciente. Esta verdad de Perogrullo siempre
ha estado en peligro de ser escamoteada por el narcisismo de nosotros los psicoanalistas, que
pretendemos, desde Freud, “hacer conciente lo inconciente”. Conformémonos con aprehender aquellas
huellas que el inconciente deja en nuestra conciencia, llámense síntomas, sueños, lapsus o creaciones
artísticas y científicas. Espero que haya quedado claro que dentro de estas dos últimas incluyo al
psicoanálisis y al llamado proceso psicoanalítico de la cura, sin discriminar demasiado si son artísticas o
científicas.
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