el boqueron pinky zuberbuhler y pedro hunter

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“La Ferme” fue proyectada por Alejandro Bustillo en 1927
PINKY ZUBERBÜHLER
Y PEDRO HUNTER
Cuando Enrique Anchorena le encomendó al alemán
Hermann Bötrich que diseñara el parque de 300 hectáreas,
le pidió que trajera plantas de todo el mundo, ya que
la botánica era una de sus pasiones. “Fue la obra de
la vida de ‘Papá Enrique’ y él se ocupó hasta el último
de sus días”, cuenta Pinky. Entre el monte se destaca
“La Ferme”, la edificación con la que Bustillo recreó las
viejas construcciones de trabajo de la campiña francesa.
Izquierda: los anfitriones.
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ABREN LAS PUERTAS DE “EL BOQUERON”, LA
ESTANCIA DE LOS ANCHORENA EN MAR DEL PLATA
La bisnieta de Enrique Anchorena Castellanos y
Ercilia Cabral Hunter posa junto a su marido en el mismo lugar donde se casaron
hace dieciocho años y cuentan los secretos de este legendario paraíso verde
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Mercedes Castellanos de Anchorena bautizó la
estancia en honor de la batalla librada en 1866
durante la Guerra de la Triple Alianza
Izquierda: el living está decorado en su mayoría con piezas del norte argentino, alfombras
turcas y una gran obra de Eduardo Hoffmann. Izquierda, abajo: detalle de un ajedrez con
piezas de papel maché con forma de mariachi que compraron en México. Abajo: Pinky, en
uno de sus rincones favoritos, donde le gusta leer en los días de lluvia. “Me encantan las
sierras y el silencio que se disfruta acá”, cuenta.
S
e abre la tranquera y un camino de árboles conduce a
un jardín de colores deslumbrantes, repleto de hierbas salvajes
y hojas que cubren los arbustos.
Es otoño y, sobre una loma, se
aprecia una de las construcciones
que conforman “El Boquerón”, la
legendaria estancia que Enrique
Anchorena Castellanos y Ercilia
Cabral Hunter le encargaron a Alejandro Bustillo y que se inauguró
en 1927. Se trata de una propiedad
que forma parte de los anales de
la historia marplatense: junto con
“Chapadmalal” –el campo fundado por los Martínez de Hoz– y “La
Armonía” –de Manuel José Cobo
y Clara Ocampo–, conforma la
trilogía de estancias que datan de
cuando la ciudad balnearia se conocía en el mundo como la Biarritz
de Sudamérica.
Entre profusas arboledas que se
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encrespan hasta formar un paisaje
quebrado, el casco luce majestuoso, rodeado de sierras bajas y montes lejanos. Ahí, Rosa Luz “Pinky”
Zuberbühler y su marido, el empresario azucarero Pedro Hunter
(dieciocho años de casados, dos
hijos, y ambos descendientes de
Juan Esteban de Anchorena y Zandueta, el primer Anchorena que
llegó a Argentina, en 1751), esperan en la casa donde cada rincón
les trae recuerdos de su infancia.
“Acá seguimos pasando el verano,
creo que no cambiaría esta casa
por nada en el mundo”, cuenta la
hija de Jaime Zuberbühler y Rosita
Casares. “Esta estancia la hizo mi
bisabuelo Enrique en tierras que
heredó de su madre, la famosa terrateniente Mercedes Castellanos.
‘Papá Enrique’, como lo llamamos,
ya tenía una casa en Mar del Plata,
donde desde principios de siglo
pasaba todo el verano, pero decidió
construir esta propiedad de gran valor arquitectónico y paisajístico para
darle forma y vida a una estancia moderna”, cuenta.
En aquel entonces, Argentina era
uno de los países más ricos del mundo y su gente apostaba por el desarrollo nacional, por lo que varios estancieros empezaron a rivalizar entre
sí para ver quién construía el campo
más imponente. Las cosas se hacían
a lo grande, para eso sobraba espacio
y fortuna, y Enrique le encomendó al
paisajista alemán Hermann Botrich el
diseño de un parque de 300 hectáreas
que rodeara un conjunto de construcciones que incluía una cancha de golf
de nueve hoyos –diseñada por el célebre Alister MacKenzie, el mismo que
ideó la del Jockey Club–, una pileta
de natación y una capilla. También le
pidió que creara un sistema de canales y lagos para poder andar en bote.
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“Más que un hombre de campo, soy un enamorado del campo. La tranquilidad
que me da este lugar no tiene precio” (Pedro)
Arriba: Pedro jugando al pool, otro de sus hobbies. Abajo: la sala cuenta con puertas de vidrio
repartido y está decorado con dos sillones de ratán y una obra de Matielli, un artista italiano
que se hizo famoso en Weimar en el siglo XIX. Derecha: la biblioteca –con muebles de distintos
estilos– refleja el amor de los dueños por la literatura. Allí también disfrutan de ver películas
y series de televisión.
Enrique vio crecer a sus cinco hijos al
mismo tiempo que se extendía la arboleda de su emblemática estancia, y cuando murió, en 1951, el campo –en aquel
entonces, de 4300 hectáreas– se dividió
entre los herederos: Nicolás, Enrique,
Alberto y las mellizas Ercilia y Amalia.
Jaime es hijo de Amalia Anchorena y Ricardo Zuberbühler y actual propietario de
“La Ferme”, el sector más emblemático de
“El Boquerón”. Ahí, su hija “Pinky” recibe
a ¡Hola! junto a su marido y muestra el verdadero savoir vivre de la vida campestre.
LA ESTANCIA DE SU NIÑEZ
–¿Cuáles son tus primeros recuerdos
de “El Boquerón”?
–Mis primeros recuerdos se asocian a
los veranos, porque apenas terminábamos el colegio nos instalábamos acá. Es
un lugar que siempre asocio con la playa y el mar. Me encanta el agua, por eso
los días de mi infancia en Playa Grande
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siempre estarán en mi memoria.
–¿Qué es lo que más te gusta de este lugar?
–Los árboles centenarios, sus sierras, el
silencio… Porque la naturaleza es de
las pocas cosas que me transmiten paz
y me desconectan del mundo. Siempre
que puedo salgo a correr por el parque y
cuando paro a descansar aprecio los paisajes quebrados.
–¿Qué es lo que hace único al campo
argentino?
–Supongo que la diversidad y la grandeza de sus dimensiones, porque Argentina es un país inmenso y con grandes
cualidades. Y eso se ve reflejado en su
campo y en la gente que lo habita. Como
argentinos debemos sentirnos privilegiados por el suelo que tenemos y la fertilidad de su tierra.
–Son pocas las estancias que quedan.
¿Te sentís con el compromiso de cuidar
de “El Boquerón”?
–Totalmente, porque mi padre nos edu-
có con la responsabilidad de preservar
este fabuloso casco. Aunque tuvieron que
pasar algunos años para darme cuenta
del gran valor arquitectónico e histórico
que tiene este lugar, hoy le agradezco a la
vida que me dé la oportunidad de pasar
mis veranos en una casa hecha por Bustillo, un maestro de la estética, y poder tomar el té viendo un parque diseñado por
Bötrich. Cada vez que cruzo la entrada
me sorprende la combinación de colores,
los árboles, la solidez de sus construcciones. Adoro disfrutarlo y compartirlo con
mis seres queridos. Siempre se dijo de los
Anchorena que fueron inmensamente ricos. Es cierto, pero fueron bastante más
que eso. Más allá de otros méritos, dejaron su huella en lo que mejor sabían hacer: sus estancias. Si se hiciera una lista de
los mejores cascos de nuestro país, sería
difícil no incluir “Acelain”, “San Ramón”,
“El Boquerón”, “Azucena” y “La Barra”
de San Juan, en Uruguay.
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“El Boquerón”, junto
con “Chapadmalal”
y “La Armonía”,
conforma la famosa
trilogía de estancias
marplatenses
Izquierda: el comedor, que
mantiene el mobiliario original y
está decorado con varias cabezas
de cérvidos, está listo para recibir
invitados. Los esquís que decoran
la pared central datan de la década
del 20 y pertenecieron a Mariano
“Maneco” Demaría Sala, marido
de Ercilia Anchorena. El reloj,
de fabricación alemana, llegó a
la estancia en 1927 y es la pieza
favorita de Jaime Zuberbühler,
actual propietario. El teléfono,
que conserva su lugar original,
fue el primero que se instaló en la
casa. Izquierda, abajo: todas las
habitaciones están decoradas con
muebles rústicos y alfombras de
lana. Derecha y abajo: la cocina
es uno de los pocos ambientes que
mantiene su estructura original, un
fiel reflejo de la vida de campo a
principios del siglo pasado.
“FUE UNA NOCHE MAGICA”
–¿Qué representa esta estancia en
tu historia de amor?
–Es uno de los escenarios más
importantes de nuestra relación,
porque aquí nos casamos, el 2 de
marzo de 1996, y pudimos tener la
boda de nuestros sueños. La ceremonia se celebró en la pequeña capilla de piedra que “Papa Enrique”
mandó construir y la comida se sirvió en uno de los jardines. La fiesta
se hizo en el patio central del casco
y se decoró con decenas de antorchas. Fue una noche mágica que todavía hoy se recuerda en todas las
reuniones de los Anchorena.
–Se casaron al poco tiempo de
conocerse. ¿Qué viste en Pedro
que te hizo convencer de que era el
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“Esta estancia es uno
de los escenarios más
importantes de nuestro
amor, porque aquí nos
casamos y pudimos tener la
boda de nuestros sueños”
Arriba: en la galería ya está servida la mesa para tomar el té. La naturaleza
y la arquitectura se combinan a la perfección. Abajo: la capilla en la que se
casaron el 2 de marzo de 1996. En la otra página: con la Negra, una de sus
yeguas favoritas.
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hombre de tu vida?
–Me presentaron a Pedro
en un casamiento de unos
amigos en común y desde
la primera vez que lo vi sentí que lo conocía de toda la
vida. Días después me invitó a salir y desde entonces
jamás nos separamos. Fue
tal nuestra afinidad que a
los tres meses me propuso
matrimonio y a los siete estábamos caminando hacia
el altar. Pedro es el amor de
mi vida y desde el primer
momento me enamoraron
de él su hombría y su cuidado. Es una persona que
sabe ejercer la autoridad y
que siempre nos hace sentir protegidos.
–Pedro, ¿les inculcaste
a tus hijos el amor por el
campo?
–Recién casados, Pinky y
yo nos instalamos en Daireaux, en la provincia de
Buenos Aires, y ahí pasaron mis hijos sus primeros
años de vida, un período
lleno de inocencia que
desarrolló en ellos un cariño especial por la vida
campestre. De hecho, les
encanta pasar los veranos
en “El Boquerón”.
–¿Qué es lo que te enamoró de tu mujer?
–Pinky es una mujer
muy simple y buena. Una
gran madre y una excelente profesional. Pero creo
que lo que me cautivó fue
su transparencia, porque
ella es tal como la ves. Una
persona que, como yo, tiene un gran respeto por
sus antepasados y que está
muy orgullosa de sus orígenes. Y eso me encanta.
–Ella es una nutricionista muy reconocida...
¿Es tan estricta en casa con
la alimentación?
–¡Para nada! Porque
aunque es una persona que
come muy sano, jamás nos
impuso un régimen especifico. Lo que sí hizo con
mucha meticulosidad fue
enseñar a nuestros hijos a
comer de forma nutritiva y
equilibrada. A mí me encanta cocinar, así que muchas
veces prendo la parrilla y la
sorprendo con un asado.
–¿Sos un hombre de
campo?
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“Los Anchorena dejaron su huella
en lo que mejor sabían hacer: sus
estancias” (Pinky)
–Aunque me crie y viví en el
campo, no me considero así.
Creo que más que un hombre de campo soy un hombre enamorado del campo.
Hay muchas cosas que me
gustan de la vida en la ciudad, pero la tranquilidad
que te aporta la vida campestre no tiene precio.
–¿Cuál es su fórmula para
seguir juntos después de
dieciocho años de casados?
–Primero que nada, el
amor y el respeto. Somos
una pareja que todo lo
habla y lo decide en conjunto. A lo largo de todos
estos años hemos aprendido a querernos y a cuidarnos mucho.
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Texto y producción:
Rodolfo Vera Calderón
Fotos: Tadeo Jones
Maquillaje y peinado: Analía
Cermelo, para Studio Make Up,
Mar del Plata
Agradecimientos: Benito Fernández,
Rapsodia, La Dolfina y Rossi & Caruso
Arriba: Pinky y su perra Cleo, la guardiana de la casa. Abajo: una
vista del espectacular patio empedrado de “La Ferme”. Derecha:
Ercilia Cabral Hunter (1880-1973) y Enrique Anchorena Castellanos
(1878-1951), fundadores de “El Boquerón”.
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