Mensaje del Párroco, Domingo 19 del Tiempo Ordinario: 9 de Agosto, 2015 La primera lectura cuenta la historia del profeta Elías en oración a Dios… Elías está agobiado y descorazonado porque siente que su misión profética ha fracasado. Está al límite de sus fuerzas y desilusionado de su vida y su vocación. Pero Dios viene a su encuentro para alimentarlo con pan y agua, alimento que le devolverá la fuerza. Lo que salvó a Elías de morir fue pan del cielo. La primera lectura del Primer Libro de los Reyes nos conecta maravillosamente con el Evangelio de hoy: hoy en día la historia de Elías se repite en muchos de nosotros. Muy a menudo nos sentimos como el profeta, sencillamente no tenemos más fuerzas o energías para seguir adelante. En mi propia experiencia como sacerdote, incluso consciente de que Dios me ha elegido, muchas veces me siento agobiado y exhausto. Los proyectos y misiones que me han sido encomendadas me hacen sentir abrumado. Muchas veces mi oración es: “Señor, ya no quiero ocuparme de esto”. Mis ilusiones, las fortalezas y cualidades que sé que Dios me ha regalado se marchitan en el intento de cumplir mi misión cuando sólo encuentro desaprobación y crítica entre la gente que me rodea. Ayudar al pueblo de Dios drena mis energías y al final del día me siento cansado y hambriento espiritualmente. Y Dios me ofrece el alimento para continuar con mi vocación. Con el paso de los años he aprendido que Dios cuida lo que le pertenece. Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy siempre me han dado consuelo: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré en el último día” (Juan 6,44). Cuando hacemos nuestra la voluntad de Dios, entonces comenzamos el proceso de ser alimentados. Si continúo siendo sacerdote es porque recibo ese alimento cada vez que celebro la Eucaristía, cada vez que aprovecho la oportunidad de aprender algo sobre Él, de escucharlo, y de predicar. Bien, esto puede parecer demasiado simple, y puede que necesitemos tiempo para entenderlo. Si entendemos la voluntad de Dios por medio de las cosas que hacemos por Él, nos veremos muy limitados. Pero Su voluntad es que nosotros nos unamos a Él incondicionalmente. No haciendo cosas que nosotros creemos correctas, sino creyendo en Él (confiando en Su voluntad para nosotros), y así Dios se convierte en nuestro alimento, todo lo demás se acomoda luego. Jesús no quiere satisfacer nuestra hambre sólo temporalmente. Él mismo quiere ser nuestro alimento eterno. Sólo Él puede llevarnos al Padre. Sólo Él conoce al Padre. Él mismo es alimento porque sólo él puede revelarnos los secretos de Dios. Por eso, no le causemos tristeza al Espíritu Santo, con el que Dios los ha marcado para el día de la liberación final. Destierren de ustedes la aspereza, la ira, la indignación, los insultos, la maledicencia y toda clase de maldad. Sean buenos y comprensivos, y perdónense los unos a los otros, como Dios los perdonó, por medio de Cristo. Imiten, pues, a Dios como hijos queridos. Vivan amando como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y víctima de fragancia agradable a Dios (segunda lectura). Esto es después de todo lo que significa ser alimentado con el Cuerpo y la Sangre de Cristo domingo tras domingo. document1