Cuatro días seguidos de fiesta habían agotado a todo el

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CAPÍTULO
IV
Cuatro días seguidos de fiesta habían agotado a
todo el estudiantado, acostumbrado a la rutina . . .
Vassar estaba con sueño. En los salones de clase y
en los corredores sólo se escuchaban voces afónicas, que comentaban sin energías la comilona de
pavo o de pastel de calabaza con que habían festejado el jueves. En verdad, hubiera sido mejor que
la semana se hubiera tragado ese día del calendario. Nadie deseaba hacer nada . El aire sudaba nieblas de plata y el letargo era contagioso .
Alessa no salió de su habitación ese día ; tenía
los ojos inflamados, y me supuse quién había sido
el causante de sus lágrimas. Hubiera querido hablar con ella y comentar lo sucedido en casa de mis
tíos. . . ; todo parecía ahora una pesadilla . Pero Fernando, con su obsesión de boda para el mes de
mayo, se había apoderado de mi entrañable italianita .
En la tarde yo había telefoneado a Jeanne para
que viniera a cenar con nosotros, pero no la encontré. Seguramente estaría en la Biblioteca, estudiando para el examen de Estética, que sería el viernes .
Vagué por los corredores, en busca de alguien,
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GLORIA GUARDIA
pero todo el mundo estaba ocupado y yo tenía obstruido el corazón para seres extraños .
Regresé a mi habitación . No me sentía con ánimo como para embutirme dentro de un texto ; por
eso busqué en mi biblioteca algo que me divirtiera .
Hojeé las Obras completas, de García Lorca, y algunos poemas de Alfonsina Storni . Por último
escogí una novela de Sartre, L'age de raison.
La había leído una vez hacía un año más o menos,
así que solamente releí los trozos que me habían
parecido mejor . Finalmente, terminé por convencerme que no estaba para lecturas esa noche, así
que me decidí por el cine . Era aún temprano, las
ocho menos cuarto.
Al regresar a la Residencia me aguardaba un mensaje de Washington, D . C . Se me había olvidado
por completo que Enrique Alberto me llamaba puntualmente a las nueve y media . ¡Si sólo rompiese
la monotonía y pensara en mí a las siete o a las
diez! Eso de ser amado una vez al día por veinte
minutos era peor que nada . Por qué, ¡Dios mío!
¿Por qué estaba yo condenada a vivir mis días entre seres autómatas? Descolgué casi con náuseas el
auricular, y la telefonista me comunicó con la casa
de Enrique a los pocos minutos .
-¿Alló? ; ¿Sí?, comuníqueme con Enrique Alberto . . . Dígale que lo llaman de Vassar . Gracias .
El tardó en venir al teléfono unos minutos ; es-
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taba en el sótano de la casa, donde quedaba el bar,
conversando con unos amigos chilenos que pasaban
unos días en los Estados Unidos .
Rompió con la frase de siempre .
-¿Alló, qué tal?
Y luego, con voz imperativa :
-Te llamé a las nueve y media, como siempre,
pero me dijeron que habías salido . ¿Se puede saber
por qué no esperaste mi llamada?
¿Y qué pasaría si no te lo dijese?
-Nada. . .
Me imaginé que esa sería su reacción . Se sentía
muy seguro de mí, y para él yo era una prenda que
podía lucir sin necesidad de hacer mucho para ello .
-¿Cómo lo pasaste con tus tíos?
-Bien . . . ¿Y tú? Ni me lo digas ; sé tu respuesta : "Muy bien" .
-Pues no, estás equivocada, me hiciste mucha
falta.
-¡No me hagas reír! ¿Yo hacerte falta? Qué
bueno eres ; a veces me haces feliz con lo que dices .
¿Me quieres . . .? No, no me contestes . . .
-¿Y por qué no? Lo sabes . Te necesito . Tengo
que verte. . .
La misma historia de siempre, y yo siempre dejándome llevar por la tentación de no perderlo .
Cuando él venía a visitarme, no me aburría . Dábamos largos paseos en coche y, por las noches, íbamos a bailar a algún sitio, cerca de Poughkeepsie .
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--¿Cuándo vienes? Mañana casi no tengo clases . . .
-A las cinco estoy contigo .
--- ;A las cinco en punto de la tarde . . .!
Los dos nos reímos un poco ; cada vez que él
mencionaba esta hora, yo comenzaba a recitar el
poema a "Ignacio Sánchez Mejías" . Me dijo muchas cosas más y a los veinte minutos, se despidió
de mí . ¡Oh! Enrique, Enrique . . ., no se curaría jamás de sus males ni yo de los míos . Todas las tardas y todas las horas pasadas a su lado iban dentro
de la cadena amordazante del hábito de amar por
costumbre .
Necesi . . . . nece . . . Necio . Enrique era un necio .
Alessa seguía en su cuarto, leía -sin leer- un
texto de economía y, de vez en vez, miraba el cielo raso y seguramente se divertía observando las
sombras que se movían formando figuras . Sabía
que ella me esperaba en esos momentos ; pero,
¿cómo ayudarla? Había agotado mis recursos . Me
acerqué, sentándome a su lado y, con la mejor voz
que me salió, le abordé el tema . Sus palabras . al
responderme, sonaron débiles :
-Fernando se emborrachó el jueves y el domingo todavía seguía bebiendo . . .
-Y tú, ¿que hiciste durante los cuatro días de
calvario?
La palabra "calvario" la acababa de herir y qui-
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se hacer algo para hacérsela olvidar ; en vano; ella
volvió a encerrarse en su mutismo .
-Enrique Alberto viene mañana a verme . Vente con nosotros por ahí y todo este malestar se te
pasará, ya verás .
Hizo un gesto hosco con la boca, que transformó
la dulzura de su rostro en una mueca .
-Mis tíos quieren conocerte, Alessa. Vas a
acompañarme la próxima vez que vaya ¿Verdad
que sí?
-No sé .
-Pero, mujer, déjate ya de majaderías, que estás actuando como una niña regañada .
Con estas palabras reaccionó un poco y accedió
a la invitación que le hice de ir a tomar una copa
de vino conmigo al "Alumnae House" (i) . Allí, sin
que ella se diera cuenta, le daría algo de comer y,
si lograba despertar su interés, charlaríamos como
acostumbrábamos . Así se la borraría un poco el sabor amargo del fin de semana y las borracheras de
Fernando . Se vistió con su falda de color ocre, su
favorita, y, ya un poco más contenta, se dejó llevar
por mí adonde quisiera guiarla .
Entramos en el "Pub", la pequeña cafetería de
"Alumnae House", y en la estrecha habitación, cubierta de humo, se distinguía la figura de mujeres'
jóvenes en pantalones y jerseys oscuros, echadas
con desdén sobre duras sillas de madera . Sus ros11)
Casa de huéspedes para las ex alumnas .
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GLORIA GUARDIA
tíos, tensos y verduscos por falta de sueño, se movían hambrientos de sensibilidad y, a un lado,
sobre las mesas, se sostenían erectas unas cuantas
botellas regordetas de cerveza . Conversaban en
voz baja y de vez en vez ; alguien aprisionaba un
bolígrafo entre los dientes o consultaba con avidez
un libro .
Alessa y yo elegimos una mesa bastante apartada de todos, aunque, en realidad, no había necesidad de eso, porque nadie se preocupaba de nadie
allí .
Me llevé el anular a la boca, mordiéndome la
uña hasta hacerme sangre . Tenía que hacer hablar
a Alessa :
-Fui al cine a ver la película inglesa de que te
hablé . No te dije que . . .
Me volvió a mirar con cierto interés que necesitaba capitalizar .
-Muestra algo de la angustia característica de
nuestra generación que vimos en "Look bac in angry", de Osborne (i),
Alessa estaba obsesionada con la teoría de la generación y de la historicidad del hombre . Había logrado interesarla . Comenzó a hablar muy despacio :
-Has dicho "nuestra generación" . . . ¿Por qué?
-Tú sabes por qué . .
(1) Escritor inglés que representa la generación inglesa conocida
como "The Angry Young men", paralela a los beatniks americanos,
ya descritos .
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-Claro.. ., por lo que ya hemos dicho . . . Soledad, angustia . . . y toda esa larga terminología que
usamos para explicar lo que realmente nos une a
la juventud de hoy.
-¿Tú crees entonces que estamos unidos?
-Unidos en desunión, si aceptas la paradoja .
Esta desesperación de nosotros por tirarnos al ruedopor sentir la vida, es nuestro complejo . . .,
"complejo de guerra", como dijo alguien que se la
quería dar de psicoanalista.
-Y esto. . ., ésta es la ideología que nos une . . .
-¡Ecco! ¿Comprendes ahora . . .?
-Creo que sí, Alessa . . ., gracias. . .
Y así, la conversación se prolongó hasta la hora
de cerrar la cafetería . Tanto Alessa como yo nos
sentíamos mejor ; habíamos aclarado muchas cosas. . .
Ya, cuando salíamos, Alessa se acordó de preguntar por Carmen y Antonio :
-¿Qué tal tus tíos? ¿Lo pasaste alegre con
ellos?
-Sí . . ., ya te contaré mañana ; ahora todo me
parece que sucedió hace tanto tiempo que no lo
puedo recordar . El viernes fuimos al "Village", con
Jeanne.
-Me imaginé que Jeanne era el tipo del "Village" ; tiene todo el aspecto de un "beatnik" . . .
Con el pelo que le resbala perezosamente sobre la
cara . . ., los ojos hundidos y la mirada triste . Por
algo la bauticé yo "La triste" .
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GLORIA GUARDIA
-En efecto, por algo la bautizaste así . Pero es
sincera consigo misma y en su interior no tiene nada
de "beat" .
No quise hablarle del episodio con Antonio en
"El Chico", porque hubiera sido destruirle la idea
que tenía de él . Además, ella no le conocía . ¿Es que
acaso lo conocía yo?
Regresamos casi a media noche y, aunque hacía
frío, cruzamos el "campus" caminando despacio .
Una vez en el cuarto, conversamos otro rato, hasta
que comprendí que Alessa quería acostarse . Hacía
días que no dormía . La dejé sola y me encerré en
mi pequeña habitación . Yo también necesitaba
dormir.
El night club que Enrique y yo elegimos para ir
esa noche lo acababan de inaugurar . Eso quería decir que habría buena comida y buen público . A
Alessa le entusiasmó la idea de acompañarnos, y
ese día la vi contenta, como en otros tiempos . En
fin, fue como una compensación, porque si Enrique y yo hubiésemos estado a solas ni siquiera el
tablero político -que es el salvavidas en los casos
más desesperados- hubiera sido un tema de conversación entre nosotros : "Que si Eisenhower acababa de llegar de Londres, donde había sido recibido por McMillan." "Que la gente comenzaba a
mencionar a john Kennedy como posible candidato de los demócratas ." "Que votarían por Nixon, .
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porque Eisenhower estaba en el Poder", y así hasta los sucesos más triviales de la política internacional cobraron cierto interés . . .
Enrique Alberto había llegado a buscarme a las
cinco en punto de la tarde . . ., la puntualidad hecha
hombre . . . y, para no sentirme tan dominada por su
manera de ser, me demoré más de la cuenta vistiéndome. Me besó, y el contacto de sus labios carnosos
dejó en mí, por primera vez, una sensación de algo
desconocido ; todo él era nuevo para mí. . ., ¿nuevo?, ¿cambiado?, ¿irreconocible? Sí, todo eso y
mucho más, pero en su boca no había misterios, no
había sueños . . ., ni romances . . ., ni cantos milagrosos .
` . . .Nada hay nuevo bajo el sol, y es poca
la miel de un beso para haberlo dado" i1) .
¿Qué me había dado Enrique Alberto de nuevo?
¿Hombre nuevo? ¿Día nuevo? . . . No, era que yo
quería renovarme .
(1)
A . Storni .
CAPÍTULO
V.
Despuntaba diciembre y el aire llevaba el candor
de abril en los ojos. Un grupo de amigas nos habíamos reunido en el "Pub", un restaurante decotado en madera al estilo inglés . Las estudiantes
íbamos allí con frecuencia para merendar o para
hacer algo, con tal de no encerrarnos en la inmensa
biblioteca, donde lo único que se respiraba, dentro
de la belleza de sus líneas góticas, era la presencia
de medio millón de libros que nos miraban austeros
desde sus estantes El día, repleto de luz, era una
tentación muy grande, y el "Pub" era nuestro consuelo en momentos como ésos .
Esa tarde hubo un diluvio de helados ; que si de
café, o de fresa, o de naranja . Eramos seis bocas
sedientas y seis mujeres solitarias .
-¿Han visto al Sr . Thompson últimamente? Me
contó B. J. Petterson que la colombiana está sa-l.iendocél
Del grupo inseparable de amigas, Victoria era la
única que siempre se complacía en estar, enterada
de los chismes del día. Era una viborilla que sabía
clavar la ponzoña en sus víctimas . La colombiana
no se había dignado dirigirle la palabra, y desde
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GLORIA GUARDIA
entonces la enemistad de estas dos se había extendido como una mancha de aceite sobre la Universidad. May, Pilar, Alessa y yo la oíamos sin escucharla, acostumbradas como estábamos a la
manera de ser de ella . Andreína, sin embargo, comentó al rompe :
-Me gusta la colombiana . Solamente porque te
ignora no es razón para que tú supongas que es una
frívola . María Victoria, a veces deberías . . ., quiero
decir, te haría mucho bien no hablar tanto .
-Y tú, santa, deja de decir tanto disparate.
-¿Disparates? . . . Claro, !porque te digo la verdad!
Pilar y Alessa se miraron e intercambiaron entre
ellas una risita burlona . Como de costumbre, Andreína era la única que se atrevía ponerle una tapadera a la boca malévola de María Victoria .
La conversación conservó por un tiempo el tono
agrio inicial, hasta que Viky se levantó, cansada ya
de gritar y chismear sin encontrar eco . ¡Fue un alivio! Nos quedamos libres para conversar a nuestro
gusto, sin temor a ser juzgadas por el "Santo Oficio" . May inició de nuevo la conversación tratando
de apartarse de los temas impuestos por Vicky .
-Alessa, pásame una servilleta . ¿Sabes que te
vi en Nueva York el sábado del fin de semana de
"Thanksgiving"?
May vivía en la ciudad y, dentro de su aparente
recogimiento, era la que estaba mejor enterada de
nuestras andanzas . No sé cómo se las arreglaba
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para vernos entre tantos pedazos de carne . Todos
igualitos, además .
-Sí, ¿dónde me viste?
-Por ahí, por la calle 9o más o menos . Iban del
brazo . . .
-Y, ¿por qué no saludaste?
-Por. . . por . . ., pues ¡porque no medió la gana!
-¡Vaya con la gentileza y la buena educación,
May!
-Perdóname, es que te vi demasiado distraída,
Alessa .
-Conversaba con Fernando, nada más .
Y aquí todas callamos ; era delicado hablar de
este tema a sabiendas de que terminaría mal. Alessa se resentiría por cualquier palabra y. . .
Pilar miraba con avidez el helado de Andreína :
-Otro helado de café para mí . . . Anda, Andreína, que estás más cerca, pídelos tú .
Pero. . . es que yo. . .
-Pero, nada de peros . Anda, mujer, por Alease.
Pilar era la mejor amiga de Andreína. Sus temperamentos volátiles, alegres y románticos, empapados de un pseudorrealismo, las unían y diferenciaban del resto de nosotras . Pilar, . panameña,
era menuda, de piel muy blanca y transparente y
cabellos y ojos negrísimos . Con su viva inteligencia cautivaba el interés de todos cuantos la conocían. Luego se aburría, o se aburrían de ella, y así
volvía fiel a su grupo de amigas sin llevar huellas
de mayor metamorfosis . Andreína, físicamente, pa-
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GLORIA GUARDIA
recia un Boticelli : de inmensos ojos de mar y de
cabellos negros, sedosos y lacios, que le arañaban
los• hombros. Sin embargo, su cuerpecito inocente,
de niña de doce años, le robaba toda sensualidad
de mujer. Las dos, Pilar y Andreína, eran grandes
amigas ; reñían por todo, pero a la mañana siguiente no se acordaban más . A ellas se unía siempre
una rubia de temperamento alegre, que hacía de su
vida una danza o un canto de moda. Se llamaba
Peggy, pero la llamábamos Margarita, desde el día
en que se le ocurrió que su nombre era demasiado
anglosajón para su personalidad "alatinada", como
ella decía . Para complacerla le habíamos cambiado
el nombre, aunque radicalmente ella jamás dejaría
de ser Peggy Williams, de Arkansas : ese Estado
que de cosmopolita no tiene nada.
Peggy se había quedado ese día en la biblioteca ;
tenía un examen de Literatura castellana y, como
de costumbre, debía aprenderse un millar de datos
en una noche. La antítesis de Peggy era May : alta,
morena y reposada. En vez de caminar, su figura
alargada se veía avanzar serenamente por los largos corredores de los edificios de Vassar . Su vida
no se deslizaba por un sendero de ilusiones vagas .
May era de carne y hueso y sabía vibrar con el
menor contacto . Su risa, de "campana sacudida a
prisa", y su capacidad inmensa de observar sin destruir, nos abría horizontes largos .
Recuerdo el suceso de aquella tarde porque protagonizaba nuestra mediocridad y el deseo por rom-
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per el hilo que nos separa del infinito . El sol brillaba ese día y nosotros habíamos sentido su débil
calor y esa fuerza amarilla nos había incitado a
buscarnos y a hablar . . . ; pero, ¿de qué hablábamos? De tonterías . . ., vanas tonterías y chismes de
pueblo chico . Superación . . ., ¿para qué? y ¿hacia
qué? Quería llorar, como todavía lo deseo cuando
pienso en las horas vacías que pasamos hablando
de exámenes, de las borracheras de Fernando, de
Enrique Alberto, de las fiestas a las que asistíamos,
en Georgetown o alguna otra Universidad vecina
y . . . hasta de la colombiana . Todas juntas, unidas
por un loco afán, buscábamos mucho fuera, y dentro estábamos huecas, cansadas y sin ansias de seguir mintiéndonos . Interminables noches de estudio
con pequeños paréntesis como esos : un helado, y
mil golosinas . Luego, mañana o pasado, veríamos
nuestras figuras en el espejo . Lo sabíamos sin hacer
nada para contrarrestarlo, porque . . . era un círculo
vicioso .
Jeanne entró en el "Pub", y en sus labios despintados se dibujó una anémica sonrisa . Le hice
una inclinación de cabeza, sin que nadie lo notara,
sintiendo deseos de preguntarle qué pensaba de lo
que le había referido sobre Antonio . Ella y yo guardábamos un secreto ; por tanto, entre nosotras ya
se había tejido un nuevo mundo . Pero hacía demasiado sol y, si me levantaba de la mesa, tendría que
dar explicaciones . . . Miré a . Alessa, vi su mirada
fría, como perdida en el aire ; la silla se me pegó
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GLORIA GUARDIA
a la carne, y lo que se paseaba por mi mente se
escondió, siendo reemplazado por nuevos pensamientos .
Pilar sugirió que nos fuésemos al pinar, por ser
noche de luna llena .
Ella era la romántica de las lunas de invierno, y
con frecuencia íbamos al "Pinar de la plata", como
Pilar había bautizado al que quedaba dentro de los
campos de la Universidad . Todas aprobamos la sugerencia con entusiasmo . El sol se apagó, espantado por el frío que hacía, y nosotras nos internamos
entre los árboles . Caminamos lentamente por las
veredas que conducían al pinar ; una luz encendida a lo lejos rompía de vez en vez el enlunado
embrujo, y nosotras guardábamos silencio en la noche de plata .
Súbitamente, una nube negra envolvió a la luna .
Comenzaba a llover y todas sentimos que nuestros
cuerpos se helaban con el roce de las gotas . !El
fenómeno era de espanto! Jamás llovía en diciembre, y ese día el sol había salido para anunciar tormenta . Un preludio hechicero pobló dé misterio la
atmósfera y en el cielo se oyeron bramidos de relámpago . Las cinco nos abrazamos y, juntas, apretujadas unas contra las otras, caminamos sin atinar a descubrir la vereda que nos condujera a un
refugio .
Un relámpago alumbró el sendero y eso nos ayudó a divisar, a unos pocos pasos de nosotras, una,
casa pequeñita . Ateridas de frío echamos a correr
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para refugiarnos en el porche de la casa . May rompió entonces en una metálica carcajada nerviosa,
a la que nos unimos todas . La risa y el ritmo monótono de la lluvia hacían un dúo deforme .
Sin duda alguna, la estrepitosa risotada despertó
al par de viejas que habitaban la casa. Una de ellas
se acercó a nosotras, asombrada de nuestra presencia allí . Le explicamos que éramos de la Universidad y, cuando lo comprobó, nos invitó a secar nuestros vestidos en su casa . Antes de que entrásemos,
sin embargo, pudimos observar que se acercaba al
oído de Pilar y le susurró algo de lo que nosotras
solamente pudimos percatar la palabra "viuda"
¿Viuda? Ninguna de nosotras era casada y mucho
menos viuda . ¿Qué querría decir con eso?
Entramos a la casa, que era tan vieja como sus
habitantes ; la cocina, sin embargo, estaba recién
decorada y las paredes despedían aún un fuerte
olor a pintura . Las señoras cubrieron el piso de
periódicos viejos, y el perro, que estaba durmiendo
cómodamente en un rincón del salón, se acercó al
hornillo de la cocina, donde nosotras secábamos
nuestra ropa y nos calentábamos del frío y del
miedo.
La palabra "viuda" se había metido en el grupo,
y Pilar, que era la dueña del secreto, nos miraba
con deseos de revelarnos lo que la vieja le había
contado tan sigilosamente . ¿Qué encanto tenía Pilar para que siempre fuera la dueña de las confidencias? En la primera oportunidad que tuvo nos
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GLORIA GUARDIA
reveló todo . Hacía unas pocas horas de ese salón
había salido el cadáver del esposo de la anciana silenciosa . Todo se aclaraba, por fin . . . El era míster
Stuart, el profesor de Química que había muerto
la noche anterior . Esa mañana habíamos ido a sus
funerales en la capilla de la Universidad . . . Una
fuerza misteriosa nos había arrastrado en medio de
la tormenta a esa casa para que sintiésemos la
muerte zumbar a nuestro lado .
El pánico se apoderó de nosotras con más fuerza y esa noche ., mientras caminábamos rumbo a la
Residencia, y ya la luna alumbraba, creímos en los
espíritus vagabundos y en todas las supersticiones
de nuestros antepasados. . .
La tarde había sido una tarde más, pero nosotras
no habíamos querido aceptarlo . . .
CAPÍTULO
VI .
Los ratos de ocio habían desaparecido casi por
completo. Todas teníamos una montaña de tesinas
que escribir antes de que aparecieran en el calendario las fechas fatídicas de los exámenes trimestrales . Las semanas se consumían entre tazas de
café y visitas a todas horas a la biblioteca . Allí,
apartadas de toda presencia, nos fundíamos en el
ambiente de la Corte de Luis XVI o de la batalla
de Normandie . Recuerdo que había momentos en
que nuestra desesperación llegaba casi al borde de
la neurastenia . Veíamos al espíritu de Verlaine ; a
los negros Mao-Mao ; a Bolívar ; a Villón y a Kant
danzar en una rueda estrecha hasta hipnotizarnos .
De estas pesadillas, Verlaine resultaba el autor del
"Delirio del Chimborazo", y los Mao-Mao, libertadores de América .
En la noche, cuando la biblioteca se cerraba y
las estudiantes dormilonas se retiraban a sus habitaciones, un grupo de diez o doce nos posesionábamos del espacioso salón de la Residencia, y allí
continuábamos nuestras investigaciones . Paquetes
enteros de cigarrillos aparecían y desaparecían en
el transcurso de las horas, y los ceniceros y las me6
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GLORIA GUARDIA
sas quedaban cubiertos de colillas manchadas de
rojo . Para romper esta asfixiante presión mental, a
veces se oía tararear una canción, y alguien se ofrecía para bajar al sótano a comprar café en las máquinas automáticas . Las minúsculas moneditas de
plata de diez centavos se rebuscaban en todos los
portamonedas, y muchas espulgábamos hasta debajo de los cojines, donde de vez en vez, dábamos
con un tesoro perdido . Entre sorbo y sorbo de café
se mezclaban los planes para el fin de semana con
conversaciones que se habían tenido durante el día
con los profesores . "Que si W . B . Smith me aconsejó que leyera el libro de Robinson, o si Mme
Gautier me sugirió que leyese con más cuidado Lamartine." Así, profesores, escritores y un millar de
papeles escritos bajo la influencia del café y del
cansancio se comían nuestras energías . Avanzada
la madrugada, casi todas nos retirábamos a dormir
por un par de horas y, a las ocho, el timbre anunciando el despertar del colegio nos hacía rebotar de
la cama como muñecas de cuerda .
Un jueves -antes de los exámenes- entró en
mi habitación la larga figura de Jeanne . Su cuerpo
ahora daba aún más la impresión de agotamiento
absoluto . Se había desesperado y quería ir a pasar
la tarde a Nueva York . "Tal vez a mí me gustaría ir a ver a mis tíos ." Francamente, en un principio, la idea no me entusiasmó ; pero en esos
momentos Alessa llegaba a mi cuarto y ella se empecinó que quería salir de Vassar para respirar aire
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puro . Hacía tanto tiempo que la veía tan desanimada, que este súbito renacer me hizo cambiar de
opinión .
Nos arreglamos y, después del almuerzo, ya estábamos en el "Alfa Romeo" rumbo a la ciudad.
Jeanne y el coche volvieron a formar una sola
figura, en desbocada carrera por la ancha pista .
Alessa abrió una ventanilla y el aire frío silbó agudamente, pringándonos la piel . El viaje fue rápido
y delicioso .
Antes de ir a la casa de mis tíos, fuimos al apartamento de Jeanne ; era acogedor, pequeño, con
cuadros surrealistas en las paredes y almohadones
de colores sobre los sillones de cuero . Tenía una
buena colección de libros sobre la India y muchas
fotografías japonesas . También pude observar que
era aficionada a Camus, y no por lo que es todo el
mundo que quiere estar "a la moda" . . . Una cortina color verde separaba el saloncito de la habitación .
Mientras ella se cambiaba de ropa, Alessa y yo
nos preparamos un "Martini" y pusimos en el magnetofón una cinta de música de jazz que Jeanne
había grabado, de Romano Mussolini, cuando había estado en Italia, en el verano .
Jeanne nos condujo a la casa de mis tíos, pero
antes de despedirnos quedamos de acuerdo que ella
vendría a recogernos a las once .
El portero "verde" se deshizo en reverencias, y
con amabilidad exagerada caminó a nuestro lado
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GLORIA GUARDIA
hasta el ascensor . Golpeamos varias veces a la
puerta antes que la Lala saliera a abrirnos, y noté
que el gesto agrio de su cara se había acentuado
aún más durante los días que no la había visto . Con
una mueca intrigante me comunicó que Carmen y
Antonio no estaban en casa . "Quizá sería mejor
que regresásemos más tarde . . ." Pero decidimos esperarlos, y esto fue motivo de contrariedad para
la sirvienta. Murmurando no sé qué entre dientes,
encendió unas cuantas luces de la casa . Ella también rehuía a la claridad . . . Alessa y yo esperamos
por un rato la llegada de mis parientes, y ya nos
disponíamos a marchar, cuando ellos regresaron .
Carmen y Alessa simpatizaron instantáneamente, como yo había sospechado que iba a suceder, y
Antonio se escondió tras una indescifrable sonrisa .
"Cenaríamos con ellos ; después de todo, Alessa había venido especialmente a conocerlos y, por consiguiente, era necesario que conversáramos bastante."
Recuerdo que Alessa y yo estábamos alegrísimas
gracias al "Martini" que habíamos bebido en casa
de Jeanne, así que ya nada nos preocupaba .
De todo lo que sucedió esa noche sólo persiste
fija en mi mente la sensación agridulce de haber
estado a solas con José Antonio, a pesar del ambiente familiar que nos rodeaba . Sí, estoy segura
que estuvimos solos ; solos y juntos con el temor de
confesarnos la verdad . . ., pero con el loco anhelo de
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no evitar lo que, a pesar de nosotros mismos, sería
inevitable.
Amor u odio . . . ; cualquier cosa, menos indiferencia.
No pude más ; un escalofrío candente me sacudió
y, con un impulso abierto, me acerqué a Carmen
queriendo refugiarme en su presencia ; amparo que,
sin duda alguna, encontré porque, poco a poco, los
ojos de José Antonio ya no me hicieron daño . Logré serenarme y me despedí en la creencia de que
ambos seguirían siendo para mí solamente : "Los
tíos" .
Cuando bajamos, Jeanne nos esperaba . Agotada,
me tiré en el asiento trasero del automóvil, no queriendo pensar en nada, pero pensando demasiado,
quizá . Me sentía casi enferma, y no pude despegar
los labios en todo el viaje . Entre el abrazo maternal de Carmen y el fuego de la mano y de los ojos
de José Antonio, mi mente no estaba para conversaciones de ninguna clase . Tuve suerte, porque
Jeanne y Alessa, olvidándose del bulto que llevaban en el asiento trasero, aprovecharon la oportunidad para hablar de los veranos europeos y de las
soleadas playas italianas . . .
Creo que Alessa cantó algo, como acostumbraba
a hacerlo cuando hacíamos largas travesías en coche y ella tenía cierta intimidad con los que la
acompañaban . Además, la negrura de la noche,
rota por la luz artificial del automóvil, inspiraba
sensaciones extrañas en el corazón de mi amiga .
86
GLORIA GUARDIA
Dormía todavía cuando el timbre de mi cuarto
empezó a zumbar furiosamente para anunciarme
que abajo, en la portería, había una llamada para
mí. Me desperté asombrada y sintiendo la cabeza
como de plomo . Torpemente logré ponerme una
bata sobre el pijama y me acerqué al teléfono local
de nuestro corredor para informarme de quién era
la llamada .
-A Long distante call from New York . . . (i) .
¿Quién me podía llamar desde Nueva York tan
temprano, que no fuera Carmen . No, no podía haberle sucedido nada ; la noche anterior habíamos
estado en su casa . . . Seguramente, era que habíamos olvidado algo . . . Pero esa no era razón para
llamarme a esas horas de la mañana . Preocupada,
fui a lavarme un poco para así despabilarme . Bajé
las escaleras tratando de serenarme y, después de
preguntar en qué casetilla se había recibido la llamada de Nueva York para mí, me acerqué un poco
temblorosa al auricular.
-Alló, ¿quién es?
Una voz de hombre, que reconocí al instante,,
respondió, y yo sentí que las manos se me cubrieron de un sudor frío, las piernas me flaquearon y
tuve que sentarme en el estrecho taburete de madera para recobrar las fuerzas que me fallaban .
(1)
Una conferencia de Nueva York.
TINIEBLA BLANCA
87
-Buenos días, sobrina ; casi no he podido cerrar
los ojos en toda la noche . . .
-Pero, Antonio . . .
Por primera vez lo llamaba por su nombre de
pila, y lo hice sin darme cuenta ; estaba demasiado
confundida para pensar claramente . El prosiguió :
-Sí, y para decirte que me dormí contigo en los
labios . ¿Puedo verte hoy?
-No.
Al oír mi respuesta, él colgó bruscamente . Fue
mejor así, ya que seguramente no hubiera sabido
qué responder . Yo me separé despacio del mudo teléfono negro . Me acerqué mecánicamente a la ventanilla que quedaba a pocos pasos y pegué la nariz
contra el vidrio helado . Me distraje al ver cómo mi
aliento lo iba empañando, a medida que mi respiración se aceleraba .
Había nevado y Vassar entero estaba bajo un
sudario blanco. Los árboles, negros y deshojados,
habían aprisionado entre sus ramas capullos de nieve que parecían flores, y sobre las erectas púas de
los verdes pinos se balanceaban trozos blancos de
algodón.
Centenares de faldas de diversos colores y calidad de paño, centenares de abrigos y centenares de
jerseys se cruzaban en el campo, encorvadas por el
frío, en medio de la dura masa blanca que encarcelaba las botas de nieve . El perfil de los treinta edificios, dentro de los espaciosos jardines que rodeaban la Universidad, era una vista tan monótona
88
GLORIA GUARDIA
para mí, que a veces me ahogaba . ¡Cuántas veces,
durante los últimos cuatro años, me había detenido
a mirar al mismo panorama, con la esperanza de
encontrar algo nuevo! ¡Vano empeño! Nada cambiaba ; unos cuantos rostros desaparecían anualmente para ser repuestos por otros más infantiles .
Sin embargo, la frígida máscara de yeso era uniforme y el hielo de las almas se adhería al congelado paisaje .
Subí a la habitación de Alessa . Esta dormía a
pierna suelta, con la cara pegada contra la almohada . Las mantas estaban en el suelo y en el piso
había unos cuantos libros que seguramente ella había estado leyendo cuando regresamos de Nueva
York . Encendí la luz de la cabecera de la cama y
la sacudí varias veces para que se despertara . Tenía que hablar con ella y ponerla al tanto de las
cosas .
-Alessa, mujer, despierta, que necesito hablar
contigo .
Pero ella seguía durmiendo y apenas emitía unos
sonidos raros y se cubría la cara con las sábanas .
-Alessa, Alex, cara . . .
Con la última palabra, quedó con los ojos abiertos y sus retinas fijas en mí .
-¿Qué? . . ., ¿qué? . . ., ¿qué te pasa?, ¿estás enferma?
Por qué sería que todo el mundo creía que uno
estaba enfermo cada vez que hacía algo fuera de
lo rutinario . . .
TINIEBLA BLANCA
89
-No, es que . . .
-Pero, ¿es que estás llorando?
En verdad, dos lágrimas se me habían escapado
y mojaban las blancas sábanas de mi amiga .
-Sí, me acaba de llamar Antonio .
-¿Antonio? ¿Tu tío? Pero, ¿qué te ha dicho?
¿Está enferma Carmen?
Tenía que decírselo todo y no sabía cómo empezar. Ella era la única capaz de comprenderlo sin
juzgarme o juzgarnos.
-Carmen está bien . . . El llamó para decirme que
se había dormido conmigo en los labios .
—Contigo en . . .
-Sí, en los labios .
Un rictus extraño se contrajo en su boca .
-¿Te dijo algo más?
-Que quería verme hoy .
-Te negaste, por supuesto . . .
-Sí, por supuesto .
-¡Es un sinvergüenza!
-¿Sinvergüenza? ¿Por qué?
-¿Y todavía lo preguntas? ¿Eres tonta, mujer?
No sé qué decirte .
Ella no sabía qué decirme y yo no sabía cómo
explicarle lo que sentía en esos momentos . Era una
sensación tan rara y tan nueva, que no encontraba
las palabras apropiadas para definírselo .
-Alessa, ¡qué bueno es vivir dentro de alguien
a todas horas! . . .
-Mal síntoma . . . Empiezo a comprenderlo todo .
90
GLORIA GUARDIA
-Yo, nadie . . ., es la primera vez que . . ., porque
Enrique Alberto nunca me ha dado nada . He sido
su juguete de moda, su maniquí . Desea que yo le
quiera para saberse amado . . . ¿Y yo? Me sé necesitada, pero . . ., ¿amada?, ¿qué es eso, Alessa?
-Ya no necesito más explicaciones . . . ¿Tienes
muchos deseos de llorar?
-¡Muchos!
-Anda, llora . Es lo único que ayuda en momentos así . Recapacita ; sabes que el fuego quema .
-Y que, además, estoy en carne viva .
-Exacto. . . Me estás ensuciando la sábana . En
el cajón de la derecha, a la izquierda, hay un pañuelo, cógelo .
-¿El verde claro, con flores?
-El mismo . Tú sabes lo que esto significará
para Carmen . . . Puedes destruirla .
-¡Cállate, por favor! ¡No quiero oír . . .!
-¡La verdad . . . !
-¿Por qué tiene que ser "La Verdad"?
-Es lo que tarde o temprano flotará en la superficie . Lo que tú y todos verán como única verdadera huella . Acuérdate que todo tiene su justa
consecuencia .
-Con lo de "justa" no estoy de acuerdo . En fin,
no estamos para discutir el significado de las palabras . . . Carmen . . .
-Ella y tú vais a salir mal heridas . Te lo advierto por si . . .
Las palabras de Alessa me produjeron un sudor
TINIEBLA BLANCA
91
frío que me resbaló por la columna vertebral . Carmen . . . . Carmen. . . No podía, no toleraría destruirla. Pero, ¿qué podía hacer para deshacer la tormenta que se avecinaba? En la desesperación se
me ocurrió algo :
-¿Qué te parece si llamo por teléfono a Carmen
y la invito a Vassar? Así almorzará con nosotros el
domingo de la semana próxima y. . .
-La idea me parece estupenda . Anda, yo bajo
contigo ahora mismo . Pásame la ropa: la falda ocre
y la blusa blanca que están en el armario .
--Mientras te vistes, voy a buscar el dinero para
hacer la llamada . ¿Tienes cambio en sencillo para
un dólar?
-Busca y coge lo que necesites en mi bolso .
Juntas hicimos la llamada, y Alessa no se separó
de mi lado un segundo mientras conversaba con mi
tía. Carmen parecía algo triste y su voz afónica
vibró como un aullido. Conocía su hipersensibilidad ; Antonio la debió haber ignorado por completo
la noche anterior . No necesitaba que me lo dijera
para adivinarlo . . .
Mi invitación la alegró muchísimo . Aceptó inmediatamente, y así, quedamos en ir a recibirla a
la estación de Poughkeepsie, a las once y media de
aquel domingo . Me sentí más sosegada después
de haber hablado con ella, aunque esto no duró mucho tiempo .
92
GLORIA GUARDIA
Mi negativa a la primera llamada de Antonio
sólo sirvió para despertar en ambos una ansiedad
incontenible . Día tras día el hilo del teléfono me
trajo su voz, que yo esperaba sin tener el valor para
renunciar y, menos aún, para comunicárselo ni a
Alessa ni a nadie . Viví esos días en un estado emocional mezcla de fiebre y de repudio, pero también, es cierto, que durante diez días viví para ese
repiqueteo que siempre llegaba después de las llamadas de Enrique Alberto y que, al contrario de
las de él, eran cortas y de palabras casi sin sentido .
Es por eso quizá que, queriendo reconstruirlas, no
puedo, porque forman un limbo en mi mente .
CAPÍTULO
VII
Ese domingo hubiera querido quedarme sumergida entre las mantas y no tener que verle la cara
a nadie, y menos aún a Carmen . Tenía mucho que
decirle ; sin embargo, no tenía el coraje para afrontar la realidad . Eran casi las diez y media y yo todavía me revolvía perezosamente, restregándome
las sábanas sobre la piel .
Alessa, que siempre se demoraba horas ante el
espejo cuando tenía un compromiso, entró a mi habitación regiamente vestida antes que yo me levantara . Estaba dispuesta a hacer lo que fuera por mí
ese día .
-¿Es que no piensas levantarte hoy?
En verdad, Alessa tenía razón ; yo no pensaba
levantarme ni hacer nada que requiriera mayor esfuerzo de mi parte . Si sólo pudiera telefonear a
Carmen y decirle que había amanecido enferma . . .
Pero todas estas excusas flotaron por el aire sin encontrar eco . No había otra alternativa que tomar .
Debía levantarme y ataviarme lo mejor posible
para recibirla . . . El vestido gris, el negro y el azul
se me cruzaron por la imaginación, y me vi vestida
con cada uno de ellos ; ninguno me satisfizo. Tenía
94
GLORIA GUARDIA
-que lucir bien y hacer desaparecer bajo el maquillaje las ojeras de cansancio de una noche de nervioso insomnio . Ella no debía sospechar nada antes de que yo hablara . Nada . . .
Me decidí por la falda azul eléctrico y el jersey
marfil que papá me había traído de Inglaterra en
su último viaje a Europa . Siempre que usaba ese
conjunto las chicas hacían comentarios al respecto .
Pero el cabello lo tenía hecho un desastre y hacía
varios días, diez días, que no me lo cuidaba . Abrí
la primera página de la revista Elle, ensayando
afanosamente los peinados que lucían las modelos
parisienses . Al fin y al cabo, todas daban la impresión de estar elegantemente despeinadas, así que,
con un poco de laca aquí y otro allá podría crear
los mismos efectos .
Mientras yo me arreglaba, Alessa se sentó a hojear un grupo de novelas de los "beatnik" que me
había comprado para husmear el arte de esa gente .
La prosa era pésima, y Alessa me hizo reír con la
sátira con que lo juzgó .
¡Qué no habría dado yo para que ese día ya hubiera acabado en vez de estar empezando! En esos
momentos, Carmen seguramente vendría en el tren,
aturdida por el monótono chirriar, pensando en un
millón de cosas .
El tiempo caminaba dentro del reloj de la estación acompasadamente . ¡Las once y media! . . .
TINIEBLA BLANCA
95
Hora fijada para la llegada de Carmen . . ., pero el
tren no aparecía por el recodo que bordea el río.
Alessa y yo nos paseábamos por el andén, comentando cosas triviales que hablaban claramente, mejor que cualquier otra cosa, del momento temido
que pronto estaría junto a mí .
Dentro, muy dentro, me absorbía una obsesionante idea : evitar que se empañaran los ojos grises
que sabían sonreírme con ternura . Seguramente
habría una solución y juntas ella y yo, la encontraríamos.
Pensé en Jaime, en mi padre, en Ricardo, solamente para disfrazar lo que en vano buscaba desde mi infancia . Alessa me ofreció un cigarrillo y,
en ese momento, el bulto de acero negro se anunció, vomitando el humo y partiendo el aire con su
estridente silbido, que martilló mis huesos . El cigarrillo, sin encender siquiera, se me escapó de los
dedos y mejor fue así, ya que tenía la garganta seca
como si fuera a ser estrangulada por aceleradas
palpitaciones .
La figura de Carmen se destacó en la puerta del
vagón ; vestía con exquisito buen gusto y, tal como
esperaba, bien pronto me sentí fundida a ella en
un abrazo cálido .
No era difícil adivinar el cuidado que Carmen
había puesto en cada detalle de su tocado y lo bien
que había preparado su espíritu para darme lo mejor de ella en ese día que pasaríamos juntas .
-¡Tía, se le ve guapísima! Esta tarde le voy a
96
GLORIA GUARDIA
presentar a todos mis profesores para que me tengan más cuenta en el futuro . . .
-Mi corazón ; no exagerés . Me he arreglado
para vos y para que sintás que tu tía puede ser tu
amiga todavía . Yo recuerdo, que siendo estudiante, una vez . . .
Una vez, es cierto, ella también había sido estudiante como yo . El tiempo pasa como ráfaga de
viento y las almas quedan intactas para alimentarse de recuerdos . Alessa, yo y todas mis amigas
pronto dejaríamos de vivir del futuro para retroceder nuestras mentes a lo que ya no volvería .
Mi tía y nosotras dos salimos de la estación tomadas del brazo y abordamos el "Cadillac" negro
que recogía siempre a las estudiantes de Vassar.
Recorrimos lo que había que recorrer de la pequeña ciudad y las majestuosas casas blancas donde
viven los profesores y sus familiares para que Carmen advirtiera el marco que bordeaba la Universidad.
Tuvimos suerte, porque ese día brillaba el sol,
iluminando la nieve acumulada a ambos lados de
la avenida y en los jardines del "campus" .
Las amplias arcadas góticas de la entrada principal se destacaban contra un limpio cielo azul y,
al fondo de la avenida, el edificio "Main" (i), repleto de historia, se enmarcaba en el horizonte .
(1)
Primer edificio construído por M. Vosear, en 1861 . Hoy Re-s .idencaovlsetudian lúmoañ
TINIEBLA BLANCA
97
Miré retrospectivamente ; ¡qué lejos y qué cerca se
me presentó el día en que crucé por primera vez
estas mismas arcadas! Estoy segura que Vassar no
había cambiado durante mi estancia allí ; pero si
me hubieran pedido que usara un pincel para bosquejar lo que había quedado en la retina de mis
ojos cuando llegué a empezar mis estudios, trémula de ilusiones, y volviera a usarlo ahora, nada tendría de semejante . ¿Era Vassar quien estaba dentro de mí o yo dentro de Vassar?
Carmen rompió el silencio :
-¡Qué bello lugar es éste! Se debe estar muy a
gusto aquí .
-Sí, estudiamos muy a gusto .
Alessa y yo compartimos una leve sonrisa ; pensábamos lo mismo ; en las largas noches que pasábamos ante un libro o una máquina de escribir . . .
Le pedimos a Harry, el chófer, que nos diera una
vuelta en el automóvil por el campo, para que mi
tía viera la Universidad, aunque fuera a vuelo de
pájaro. Después le mostraríamos con más calma el
interior de cada uno de los edificios .
Cuando llegamos a la Residencia donde Alessa
y yo vivíamos y nos dirigimos hacia mi habitación,
pude darme cuenta que la presencia de Carmen había logrado serenarme . A ella le agradaron los colores que yo había elegido para decorar mi minúsculo hogar dentro de esa gran residencia llena
de lujo impersonal, aunque armónico .
Como de costumbre, Alessa se sentó en mi cama-
98
GLORIA GUARDIA
diván y Carmen la imitó . Formaban un exótico conjunto dentro del grupo de almohadones de diversos
tamaños y tonos pastel que eran mis compañeros
inseparables y testigos de mis buenas y malas horas vividas dentro de esas cuatro paredes .
Yo me senté en una silla, que acerqué a la orilla
de la cama para evitar ver reflejada mi faz ante el
espejo de la cómoda . Bebimos unas "Coca-Colas"
que Alessa se ofreció a subir del bar automático y,
después de descansar un rato, nos dirigimos hacia
el comedor, que ya estaba lleno de alumnas, como
una colmena .
Después del almuerzo, Alessa se retiró a su habitación "a estudiar" para el examen de mañana,
y Carmen y yo nos encaminamos al salón blanco,
con sillones de vivos colores, que poco a poco se fue
deshabitando . Algunas chicas leían el periódico dominical, otras conversaban con sus novios y un
grupo reducido, sentadas en la verde alfombra,
jugaban al bridge .
Tía Carmen y yo nos acomodamos alrededor de
una de las cuatro redondas mesas de mármol que
adornan el vestíbulo . Las dos sabíamos que estábamos allí para decirnos palabras de vital importancia y, sin embargo, por un eterno segundo, sólo supimos mirarnos a los ojos fijamente . Ella estaba
nerviosa. . ., sus dedos se movían ariscamente y observé que se zafaba del anular izquierdo el enorme
brillante de compromiso, como si en ese momento
le pesara .
TINIEBLA BLANCA
99
Tenía que jugarme el todo por el todo e iniciar
yo la conversación . Estaba dispuesta a no ocultarle
nada ; ella se merecía mi cariño y mi respeto, y yo
se lo daría. Pero, ¿cómo empezar?, ¿diciéndole lo
poco que había sucedido entre su marido y yo. . .?
Tenía sed, una sed inmensa, la lengua se me pegó
al cielo de la boca en busca de humedad .
-Tengo sed, ¿y usted, Carmen?
-Por favor, tutéame, necesito que me acerqués
a vos.
Como siempre lo hacía cuando estábamos a solas, ella dejó escapar su leve deje argentino y convenzo a hablarme de "vos" .
-Yo también necesito estar cerca de ti .
-¿Me traés un vaso de agua?
-¿Quieres otra cosa?
-No, gracias, hija . Agua servirá su propósito .
Fui en busca de lo que ella me pedía para volverme a enfrentar con sus inmensos ojos grises .
-Sentate, por Dios . ¿Te importa que sea yo
quien inicie la conversación?
-En absoluto . Te escucho .
-¡Qué difícil lo hacemos todo! Estamos peor
que los alemanes, ché. Nosotras organizando protocolariamente una conversación . ¡Vaya tontería! . . . (Y aquí vi que tragaba saliva con esfuerzo,
inclinando la cabeza hacia adelante) . Te necesito,
hija, Antonio . . ., Anton . . ., bueno, en fin, no sé cómo
decírtelo . Creo que no me quiere . . .
-¿Por qué dices esto?
100
GLORIA GUARDIA
Lo sabía todo . Quise alejarme de su lado o gritarle que la quería, que. . . ; pero ella continuó con
serenidad forzada .
-Después de quince años de vivir con un hombre . . ., un hombre que has adorado con las ilusiones
frescas de la juventud, ya sabés hasta de que lado
respira mejor . ¡Quince años para conocer a un ser!
Días en que lo has visto hecho un niño recostado
en tu regazo, y noches en que su rostro te ha incitado al amor con una leve sonrisa .
-¿Y ahora?
-Ya no me mira . Tiene miedo de ver su cuerpo
reflejado en mí . Nunca le di un hijo y el nunca me
lo reclamó, hasta ayer . . . Cuando te vio, quiso fundirse en la carne de Ernesto ; ser padre como su
hermano lo ha sido . Ahora me ve gastada y no
quiere aceptar que su juventud se fue derramándose al lado de un cuerpo estéril . El no me lo dice,
pero lo veo en sus ojos cuando se atreve a mirarme creyendo que en la oscuridad no lo estoy viendo .
Le tome las manos y se las bese levemente . Ella
continuó su relato, ofreciéndome a cambio del beso
un suave movimiento de labios que ella quiso que
fuera una sonrisa .
-Te necesito. Ahora lo comprendés, ¿verdad?
debo tenerte a mi lado . Sólo por vos vendrá Antonio a mí . No me abandonés, ¡te lo imploro . . .!
Esto último salió con dificultad de su garganta .
-Tía . . . (debía confesarme ante ella . En el mo-
TINIEBLA BLANCA
101
mento) . Tía . . . es que (alcé un poco la voz) . . . yo
quiero a Antonio .
No se turbó ; por lo contrario, continuó con más
serenidad, aún .
-Por eso mismo . Yo sé que le querés. Sino fuera así, no te pediría tu ayuda .
-Pero . . ., ¿no comprendes? . . . El . . . me quiere . . .
también . . .
Ya no podía hablarle más claro.
-También lo sé y, porque sé esto es que he venido a tí . Por vos, "su hija", el hará todo . Volverá
a ser el mismo conmigo .
-Por favor, no te engañes . Es que yo nunca
seré su hija .
Tenía que puntualizar todo de una vez .
-Sí, estoy segura que serás la hija que nunca
tuvimos y que los dos estamos ambicionando .
-Para tí podría serlo ; para él, jamás .
-No te entiendo .
En realidad, no me entendía o quería engañarse
pretendiendo no escuchar las palabras que con tanta dificultad salían de mi garganta . ¡Dios mío, que
abriera los ojos! ¡Que viera esa fea realidad que
yo le gritaba en toda su desnudez!
-Claro, ¿cómo vas a entenderlo, si te aferras a
no querer comprenderme? ¿No te das cuenta que
no llevo medias cortas, que soy una mujer y que
Antonio es un hombre? Carmen, escúchame, compréndeme, acuérdate que yo crecí no siendo para él
ni siquiera la sobrina . . .
102
GLORIA GUARDIA
Callé . . ., ya no tenía fuerzas para seguir hablando. El llanto me obstruyó los sentidos y los brazos
se me desmadejaron sobre la falda.
-¡Qué tonterías estás diciendo! Vos sos muy
joven, hijita mía . Cuando se llega a mi edad, ya la
experiencia nos hace ver la vida sin los lentes de
aumento que ahora vos tenés puestos .
-Ojalá no te equivoques, Carmen . Si tú me necesitas, yo te necesito aún más . Pero con tu experiencia debes cuidar de ti, de Antonio y de mí . Por
última vez te ruego . . .
Aquí Carmen no me permitió continuar ; rió con
alegría, invitándome a que lo hiciera también,
mientras soñaba atropelladamente en formar de
los tres una "familia feliz" . Le brillaban los ojos,
hablando casi para sí :
-Vendrás a vernos cuantas veces podás . ¿Verdad que sí? Comerás en casa, por las tardes iremos
juntas de tiendas o al teatro o al cine, y, en las noches, nos sentaremos los tres alrededor de la chimenea . . . como el primer día que viniste a casa . ¿Te
acordás? Allí comentaremos nuestras aventuras cotidianas y seremos una familia completa . . ., una familia feliz.
Inútil : mi tía quería ponerle una máscara al sol
y yo me sentí incapacitada para sepultarle esa ilusión . Yo tenía que ser su hija . Todo era una farsa
larga y tratábamos de negar que aquello que vivíamos no era sino una vulgar pesadilla sin puerta de
escape.
TINIEBLA
BLANCA
103
Carmen, Carmen querida, habías venido a llenad de luz la oscuridad que habitaba dentro de mí
desde hacía muchos años . . . ¿Por qué tenías que
estad casada con él?
Esa tarde visitamos casi todos los edificios de la
Universidad, y era grande el contraste que existía
entre el derroche de lujo que ofrecían los edificios
y la aridez que bañaba mi espíritu. Hubiera queridoreptilaCmnquesfralodemi
vida ; pedidle que me dejaran sola dentro de la mezquina burguesía que siembre había conocido . Pero,
por eso mismo, porque soy incapaz de salidme de mi
propia cárcel gris, me tragué mis pensamientos .
Cuando, al fin, nos despedimos, Carmen me estrechó contra su tibio pecho maternal . . . ; ya no había nada que haced .
SEGUNDA
PARTE
CAPÍTULO PRIMERO.
El automóvil frenó bruscamente . Era de noche
y, al principio, no entendí qué sucedía . Las calles
de Washington D . C., congestionadas de tráfico, me
hicieron sospechar un choque . Miré a Enrique Alberto, esperando una explicación . En ese momento
él se bajaba para abrirme la puerta del coche .
-¿Distraída o te has asustado? Estamos frente
a la casa de Andreína . Los otros deben haber llegado hace varias horas .
Desde -que Carmen me visitó me había empeñado en descubrir las cualidades que debía tener Enrique Alberto. Nuestro noviazgo se iba afianzando
con caracteres más definidos, como sucede después
que se ha pasado por una tormenta emocional como
la que yo acababa de soportar . El me llamaba con
la puntualidad acostumbrada y sus visitas no eran
de matiz incoloro . Enrique Alberto, yo, o los dos a
un tiempo, creíamos haber despertado, por fin, a la
realidad . Ahora estoy segura de que nos 'habíamos
apartado de la realidad para empezar a vivir un
sueño.
Aquella noche él estaba nervioso, pero más tierno de lo que nunca antes había demostrado ser .
108
GLORIA GUARDIA
Como era el cumpleaños de Andreína, el grupo
que se había reunido en su casa era heterogéneo :
había muchas caras nuevas, y yo fui una de las que
tuve que atender a las presentaciones . Esto pareció desagradar mucho a Enrique Alberto, ya que
era la primera vez que no me tenía solamente para
sí. El, siempre tan seguro de mi cariño, no había
dado muestra de celos en ninguna otra ocasión .
Cuando pudo se separó del grupo y me invitó a
que nos sentáramos en un diván donde pudiéramos
hablar a solas, sin atender a la algarabía de la fiesta . Por un momento me sentí mejor, lejos de toda
esa bulla, que me aturdía . Quise decirle que no se
apartara de mi lado, que me mantuviera siempre
lejos de aquello que pudiera interponerse entre ambos . Sin embargo, él no me dio oportunidad para
conversar nada concreto ; buscó mis manos, mis labios y mis ojos, repitiendo sin cesar aquello que dicen todos los hombres cuando tienen a una mujer
en sus brazos : "Que me quería" (¡qué poca imaginación!), "que debía de ser de él. . ., su legítima posesión. . . (lo de siempre) . . . Enrique Alberto no
cambiaría. . . Pero yo debía quererlo ; debía enamorarme y debía casarme, como lo harían todas mis
amigas que danzaban en ese momento en el salón
vecino .
A intervalos, una a una de mis amigas más íntimas y los amigos de mi novio desfilaron ante nosotros para bromearnos acerca de lo que creían entrever.
TINIEBLA BLANCA
109
Solamente Alessa y Jeanne no hicieron lo mismo .
Ellas me mandaban toda clase de mensajes con la
mirada ; -estaban sorprendidas y estoy segura de
que nadie más que ellas hubiera deseado que tras
de aquella apariencia de "romance feliz" existiera
algo sólido. . .
Hacia la media noche se sirvió la cena, que todos
esperaban con ansias . Había jamón y esos fiambres que se sirven en las fiestas ; todos gritamos y
brindamos con champagne por la mayoría de edad
de Andreína, quien, a pesar de sus veintiún años,
conservaba un cuerpecillo infantil, que ahora, enfundado en el traje de brocado plata, hacía realzar
el color de sus ojos y el brillo de su cabello .
De pronto, las voces y las risas cesaron y se escuchó un quejido de dolor y un ruido de cristales
rotos : de la mano de una de las invitadas, que estaba de rodillas en el suelo, manaba abundante
sangre, que bien pronto se extendió sobre la falda
de su traje.
A veces pienso en esto y todavía me hace estremecer el espanto que me produjo aquella escena :
música, champaña, risas, sangre, algodones y olor
a desinfectante . ¡Qué mezcla tan repulsiva! Todo
esto dentro de una noche de fiesta, donde las invitadas éramos un grupo de "niñitas" impresionables
que, sin saber nada del mundo, estábamos llegando
al final de la etapa de los estudios universitarios ;
entonces -con la imaginación agitada por los hechos- creí que lo que sucedía era un presagio sim-
110
GLORIA GUARDIA
bélico de nuestra futura vida . Teníamos frente a
nosotros unos pocos meses de existencia encerrada en la torre de marfil que nos había amparado
durante nuestros años de estudios . Todas habíamos
filosofado creyéndonos preparadas para la vida y
deseando afrontarla cuanto antes . Pero ahora que
la realidad se acercaba a pasos agigantados hacia
nosotras, la temíamos aún, sin atrevernos a confesarlo.
A partir de aquel momento, y a pesar de que la
chica del susto y la herida seguía bailando y haciendo poco caso de su mano vendada, creo que la
animación no logró recobrarse .
¡Qué paradojas tiene la vida 1 Nos erizamos ante
la sangre que se derrama y mancha un trozo de tela
y, sin embargo, qué pocas veces sabemos ver con
los ojos del cuerpo el gotear de una herida en el
corazón humano .
Enrique se ofreció para llevar a Alessa y a Jeanne en el coche con nosotros, lo que fue un alivio
para mí ; así no tuve necesidad de disfrazar mi estado de ánimo . Estaba triste y fingí dormir mientras mis compañeras-confidentes se encargaron de
conversar con mi novio .
Nos despedimos en la puerta de la Residencia
con un "hasta mañana" . A las diez del día siguiente
nos reuniríamos en el hall para desayunar juntos,
antes de que Enrique regresara a Georgetown .
TINIEBLA BLANCA
111
Enrique me acompañó aquella mañana a alguna
de mis clases . Estaba interesado en conocer a los
profesores de Literatura castellana e hispanoamericana de Vassar . Una vez creo le había referido
que "Gabriela Mistral" había enseñado en esta
Universidad durante los años treinta, y, como es
natural, deseaba recoger el eco que la poetisa "compatriota suya" dejó durante su estancia allí .
Pasamos un rato simpatiquísimo con los profesores del "departamento" de castellano. Inmediatamente Gabriela se convirtió en el eje central de
la conversación, y nos reímos escuchando las excentricidades que nos referían de la laureada poetisa
chilena cuando ella vivió dentro del ortodoxo ambiente vassariano de esos años . Entre las anécdotas, nos refirieron cómo una vez "la gran pedagoga" le entregó al alumnado las preguntas del
examen final ¡para que lo estudiasen en casa! En
otra ocasión, cansada del vivir protocolar entre los
profesores, un día, sin decir nada, se marchó al barrio más humilde de Poughkeepsie y allí, en un
reducido cuartito, vivió algunos meses con una familia portorriqueña que para ella tenía más colorido y vitalidad que sus colegas universitarios .
Después hablamos de Federico, Juan Ramón y
muchos otros intelectuales españoles que habían visitado la Universidad durante una u otra ocasión .
Cuando Enrique se despidió, llevaba consigo una
impresión definida del "alto calibre del profesora-
112
GLORIA GUARDIA
do de Vassar" . . . Todo esto era muy importante para él .
Se marchó a Washington después del almuerzo,
y yo volví a sumergirme entre libros que, por fuerza, tenían que cobrar vida dentro de mí antes que
llegara el atroz día de los exámenes .
El cielo estaba azul, limpio de nubes y no hacía
demasiado frío, a pesar de que estábamos a principios de diciembre . Sentía ganas de tener contacto
con la Naturaleza y salí a caminar un rato . . .
A mitad de semana encontré en la casilla de Correos un sobre gris escrito con rasgos definidos . Era
de Carmen . Lo abrí cuidadosamente para no rasgar la dirección, que venía tan nítidamente impresa en letras rojas en la parte de atrás . La carta era
corta ; la leí con calma, queriendo captar lo que
encerraba dentro de su brevedad . El amor maternal de mi tía por mí estaba enmarcado en cada palabra que se dibujaba sobre el papel . "Queridísima . . . : no te he escrito antes para saborear mejor
a través de la distancia nuestra conversación . Ahora más que nunca estoy convencida que te necesito, que te necesitamos . . ."
De nuevo aquello que yo había tratado de enterrar durante los últimos días volvía a meterse en
mi vida forzosamente .
"Te necesito ." Esas palabras, que ella se empe-
TINIEBLA BLANCA
1 13
fiaba en pronunciar y que yo no quería oír, marcaban fijamente el testimonio de su voluntad .
Fui a la cafetería y elegí una mesa en un rincón
donde me fuera posible leer con calma el mensaje
de mi tía : "Antonio me pide que te invite para que
este fin de semana lo pases en compañía nuestra .
Iremos a una recepción que ofrece el Cuerpo Diplomático de Washington . en honor del nuevo Embajador de Bélgica . . ." ¿Qué quería decir esta invitación de Antonio? Jeanne entraba en esos momentos en busca de un bocadillo de jamón para desayunarse y, al verme, se acercó a mí .
-Jeanne, eres la mujer providencial ; siéntate a
mi lado y dame un "Newport" mentolado de esos
que estás fumando ; se me acaban de terminar los
míos.
Ella me dio lo que le pedía y, cuando la vi cómodamente sentada a mi lado, le extendí la carta
de Carmen, pidiéndole que me diera su opinión . La
leyó cuidadosamente, estudiando cada palabra, con
el objeto de captar todo lo que mi tía expresaba
entre líneas. Yo, mientras tanto, pensaba en Enrique Alberto, queriendo buscar en su recuerdo la seguridad que estaba necesitando . . . Nada debía temer, porque nada existía entre Antonio y yo. . . Es
cierto que él me había llamado, pero pudo haberlo
hecho con un significado distinto al que yo le había
impuesto, y mi imaginación desenfrenada le había
dado colorido romántico . Yo estaba enamorada de
mi novio . Sí, él era quien me convenía y con quien
a
1 14
GLORIA GUARDIA
terminaría casándome. Carmen tenía razón ; ellos
me necesitaban y yo iría .
Jeanne interrumpió mi monólogo mental ; acababa de terminar la lectura de la carta que puso sobre la mesa .
-¿Qué piensas de esta invitación, Jeanne?
Observé que se mordía los labios hasta darles
cierto matiz sanguíneo antes de responderme .
-No sé, no sé qué decirte . Después de lo que
me referiste cuando regresábamos de Nueva York,
el fin de semana de Thanksgiving, no creo que debas aceptar . ¿Has vuelto a ver a José Antonio, después de tu visita con Alessa?
Nadie sabía lo de las llamadas telefónicas que
había recibido, y me propuse seguir callando .
-No, no lo he vuelto a ver desde entonces . ¿Sabes que Carmen estuvo a visitarnos a Alessa y a
mí hace quince días? Tú estabas en Nueva York,
por eso no te llamé .
-¿Entonces es eso a lo que hace alusión Carmen en su carta? Parece que ella te necesita . ¿Sientes miedo de enfrentarte a tus tíos?
-No sé a qué te refieres .
-El lunes, Alessa y yo comentábamos tu súbito
cambio. ¿Por qué todas esas demostraciones con
Enrique Alberto? Yo tenía entendido que tú. . . y
de pronto, en la fiesta de Andreína, todo cambió ;
la gente no hacía sino hablar de lo enamorados que
parecíais. !Dime la verdad!
TINIEBLA BLANCA
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-La verdad, tú la acabas de decir . . . ; estoy enamorada de Enrique Alberto .
Jeanne bajó la cabeza, se bebió de un sorbo su
taza de café y, con un movimiento brusco, se levantó de la mesa .
-Te invito a que demos una vuelta en coche
por Poughkeepsie . El aire fresco te hará bien y a
mí me quitará el dolor de cabeza con que he amanecido .
Era obvio que Jeanne no había querido escuchar
mis últimas palabras ; ella sabía cuándo callar a
tiempo.
La brisa, en efecto, nos sentó bien a las dos . El
panorama abierto que ofrecían las amplias carreteras, rodeadas de desnudos árboles largos, me hizo
recobrar el optimismo que creí empañado por un
momento, después de las reflexiones que me había
hecho Jeanne .
Iría a ver a Carmen y a Antonio ; al lado de ellos
tornaría a mí el calor familiar que casi no recordaba . Ellos me ofrecían su amor y un mundo nuevo. ¿Por qué no aceptarlo . . .? Yo quería a Enrique
Alberto, Carmen quería a Antonio y ellos me buscaban para llenar el vacío que la Naturaleza les había negado . Todo estaba despejado . Al llegar a la
Residencia le escribiría a Carmen para avisarle mi
llegada .
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