Señoras y señores: En primer término, quisiera agradecer la cordial invitación a visitar esta universidad, que me hiciera el Señor Rector Don José Barbosa. Me siento muy honrado de participar en este solemne acto académico, en el que la comunidad universitaria se reúne para conmemorar un nuevo aniversario de la creación de la Universidad Técnica Particular de Loja. ¡Mis más cordiales felicitaciones por todos los logros académicos alcanzados durante estos 41 años de vida! En esta clase magistral, que he titulado “La universidad en la construcción de un orden social que tiene por base la verdad, se edifica en la justicia y es animado por el amor”, quisiera compartir con ustedes algunas ideas sobre los vínculos entre la universidad y sociedad, con especial énfasis en aquellos aspectos propios de una universidad católica. Analizaré, en primer lugar, la forma en que la "era del conocimiento" está cambiando las relaciones entre las universidades, los estados y las sociedades civiles. Luego, voy a referirme a los desafíos, amenazas y oportunidades que genera este nuevo contexto; y, finalmente, mencionaré la forma en que las universidades, particularmente las católicas, deberían actuar en este nuevo escenario. Conozco el compromiso de la Universidad Técnica Particular de Loja con el desarrollo de la ciudad y de la región de Loja. Por lo mismo, esta clase magistral no pretende señalarles un camino sino confirmarlos en la opción que han tomado y animarlos a no cejar en el esfuerzo de trabajar por el bien común y ser constructores de auténtico progreso. El término “auténtico progreso” se refiere al desarrollo integral de una sociedad, aquel que tiene como punto focal a las personas y reconoce la especial dignidad que ellas poseen y, por lo mismo, sus derechos inalienables: a la vida, a la libertad, a la educación, a la salud, a un trabajo digno y bien remunerado, y a una vivienda adecuada (cif. Catecismo de Ia Iglesia Católica, n.1906-9). Estos derechos sólo pueden ser ejercidos en aquellas sociedades donde existe una democracia real, una justicia operante, paz social, prosperidad económica y solidaridad fraterna. Un orden social que, desde una perspectiva cristiana: “[ ] tiene por base la verdad, se edifica en la justicia y es animado por el amor” (Cf. Catecismo de Ia Iglesia Católica, n.1912). Pensar que una universidad, incluso que todo un sistema universitario, puede ayudar a la construcción de una sociedad erigida sobre esas bases parece una absoluta e impracticable utopía. Pero no lo es. Las utopías son, casi por definición, irrealizables y, por lo tanto, invitan a la violencia o a la inacción. Ambas son conductas estériles. En cambio, si la meta ideal que he descrito es vista con los ojos de la fe, entonces se transforma en una esperanza. Una tarea a la que estamos llamados. Difícil, ciertamente, pero no imposible. Eso debe movernos a la acción, porque implica que, en alguna medida, aunque mínima, lograr ese gran objetivo depende de nosotros. Sabiendo que nosotros sólo sembraremos y que el Señor hará crecer... Es un objetivo cuyo alcance demandará el trabajo de varias generaciones, porque no depende exclusivamente de la pronta solución de una serie de problemas estructurales, sino de un cambio de cultura. La cultura que debe surgir de un nuevo humanismo, que sólo se manifestará cuando seamos capaces de inculcar en las nuevas generaciones los valores eternos del amor y respeto al prójimo, de la solidaridad y del aprecio por el trabajo bien hecho. Sin duda, se trata de un largo camino, pero la vida enseña que cuando el camino es largo, en vez de discutir si seremos capaces de llegar a destino, lo que El nuevo contexto de las relaciones entre universidad y sociedad Creo que estamos viviendo un buen momento para que las universidades latinoamericanas y para que ODUCAL y las universidades católicas de América Latina se pongan en marcha, aportando a la tarea común de lograr un auténtico progreso sus conocimientos, capacidad de investigar, compromiso con el bien común y sus valores… La agenda de temas sociales, culturales, económicos, jurídicos y políticos que deben abordar es considerable pero, en diversa medida, todos ellos giran en torno a ciertos ejes: la protección de la familia, el crecimiento económico y la superación de la pobreza, el fortalecimiento de la democracia, la calidad de la educación, la justicia y paz social y el cuidado del medio ambiente. Para los cristianos, ese objetivo de "auténtico progreso" tiene un nombre: bien común. Por bien común, es preciso entender “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección” (Gaudium et spes 26, 1; Cf.Gaudium et spes 74, 1). En su encíclica Caritas in veritate, el Santo Padre Benedicto XVI nos enseña que: "Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad" (Caritas in veritate 7). Decía que el momento histórico parece propicio para que las universidades asuman ese desafío, que levanten la vista más allá del trabajo rutinario y se pregunten por la pólis y algunos de sus acuciantes problemas. La sociedad les está solicitando que lo hagan y que participen activamente en la construcción de un futuro mejor. Estamos viviendo las primeras etapas de lo que ha sido proclamada como la "era del conocimiento”. Se trata de un nuevo paradigma, cuya nomenclatura se refiere principalmente al ámbito económico-productivo, en el cual el uso intensivo del conocimiento y la información han desplazado en importancia a las materias primas, la energía e, incluso, la infraestructura industrial como factor de creación de riqueza y todo lo que ello implica. Una era en la cual las economías más exitosas basan sus ventajas competitivas en la capacidad de generar conocimientos, los que permiten la creación de nuevos productos y servicios. Sin embargo, el concepto puede ser utilizado con una connotación más amplia, que es la aplicación del conocimiento para abordar la problemática de índole social, cultural o política que influye en el desarrollo humano. De este modo, la “era del conocimiento” no se refiere solamente al crecimiento económico y a la innovación productiva, sino que a todos los aspectos asociados al proceso de desarrollo. Para ilustrar las proyecciones de este nuevo escenario y lo que él implica para las universidades, permítanme compartir con ustedes algunos contenidos del documento "Declaración de Lisboa" (2007), emanada del Consejo de la Unión Europea. Este documento proclama que la Unión Europea considera que sus universidades son piezas claves en su estrategia de desarrollo para construir la “Europa del Conocimiento” y proclama el compromiso de los gobiernos y de la sociedad civil con las universidades, para asegurarles los recursos necesarios. En su párrafo medular, este documento declara: “Son tiempos emocionantes para las la investigación y la transferencia de conocimiento”. Y añade: “Europa espera ahora que sus universidades amplíen su papel y ayuden a la sociedad civil a hacer frente a los retos del siglo XXI. El cambio climático, los problemas energéticos, el aumento de la longevidad, la rápida evolución de la tecnología, la interdependencia socio-económica a escala mundial y las crecientes desigualdades económicas dentro de Europa y entre Europa y otros continentes: todos estos temas necesitan de la investigación básica y aplicada para transformar el conocimiento en innovación tecnológica y social. Así será posible resolver los problemas a medida que surjan, asegurando simultáneamente prosperidad económica y estabilidad social en los distintos países”. Sin duda, es una exhortación que invita a las universidades a proyectarse más allá de sus claustros y, en cierta medida, a liderar intelectualmente la construcción de un futuro mejor. Se trata de un fenómeno nuevo, porque si bien la universidad, aún desde sus modestos orígenes, ha sido parte del tejido social de las naciones, nunca había sido invitada a ocupar un lugar tan prominente en el escenario histórico. Oportunidades y desafíos de la era del conocimiento Confieso que la Declaración de Lisboa me produce sentimientos encontrados, en el sentido de que me entusiasma y me preocupa, a la vez. Me genera entusiasmo el grado de reconocimiento que ese documento expresa hacia los aportes que han hecho las universidades al progreso humano y a la confianza depositada en ellas para la solución de muchos problemas. Agregaré que es el tipo de arengas que uno desearía escuchar en las “reuniones cumbre” de mandatarios latinoamericanos… Por otra parte, preocupa la posibilidad de que esa admiración y expectativas conduzcan a instrumentalizar a la universidad hasta al punto que se la valore sólo en términos de las cosas útiles y tangibles que puede producir para el beneficio inmediato de la sociedad. Esa mirada utilitarista podría causarle mucho daño, incluso desvirtuar la misión universitaria, al considerarla en términos de productora de bienes de consumo y no lugar para la búsqueda sincera y apasionada de la verdad. Por lo tanto, es importante tener en claro el ideal universitario, con sus elementos de gratuidad, y evitar ser seducidos por las necesidades y lógicas del mercado. No es una aprensión infundada. Basta pensar en el debate provocado por el patentamiento de genes, o el hecho de que cuando se discute la relevancia de la educación superior, generalmente se tiende a enfocar el tema desde la óptica de las demandas de la economía y del mercado laboral. Pienso que los sistemas universitarios deben tener claridad con respecto a los riesgos y oportunidades asociadas a la era del conocimiento y actuar en consecuencia. Los heraldos de la era del conocimiento son los “clusters” empresariales, surgidos al alero de algunas universidades estadounidenses, como Stanford y MIT, y más recientemente, de centros universitarios europeos, como Cambridge y Heidelberg. Estos centros de transferencia tecnológica e innovación se están multiplicando en todos los continentes, particularmente en Asia. Pero junto con la innovación competitiva y la creación de empresas de alta tecnología, tal como mencionaba antes, las universidades líderes se han involucrado, además, y con mucha intensidad, en la problemática social, abordando temas que son de alta prioridad en los países respectivos.Un buen ejemplo de ello es la agenda propuesta por Europa a sus universidades: el cambio climático, el aumento de la longevidad, las crecientes desigualdades económicas…Claramente, lo que la “era del conocimiento” espera de las universidades, es liderazgo intelectual y soluciones para sus La era del conocimiento y América Latina: las tareas del mundo universitario ¿Qué debemos hacer las universidades de esta región en la “era del conocimiento”? En primer lugar, constatar que esa era no ha llegado todavía a América Latina. A diferencia de las instituciones europeas, ninguna entidad supranacional ha invitado a las universidades latinoamericanas a abordar una agenda integral de desarrollo, a construir la "América Latina del conocimiento". Todos los países de nuestra región, sin excepciones, continúan invirtiendo mucho menos de lo necesario en educación superior, ciencia y tecnología. Todas nuestras economías siguen dependiendo de la venta de productos naturales. Esta es la primera verdad a tener en cuenta. Frente a ella, creo que las universidades de nuestra región continental deben iniciar de motu proprio ese camino, movidas únicamente por sus convicciones. Haciendo por las sociedades que las albergan aquello que sus propios recursos le permitan. Más aún, tengo la impresión que muchas universidades, incluyendo ésta, ya se han puesto en marcha y han denominado ese camino la "responsabilidad social universitaria”. Admito que el término me incomoda, principalmente porque es un concepto acuñado por la empresa para referirse a iniciativas que no pertenecen a su giro principal de actividades. Por lo tanto, tiene la connotación de una actividad accesoria, adicional al core business de una empresa. En cambio, considero que en el caso de una universidad, su vinculación a la sociedad y su involucración en los temas que interesan o preocupan a la sociedad, debe ser algo central, que orienta y otorga sentido a todo su quehacer docente, de investigación y de servicio. Como afirmaba anteriormente, para ser constructores de un nuevo humanismo, de una nueva cultura, de una nueva América Latina, toda la labor universitaria debe estar al servicio de ese proyecto. En otras palabras, la vinculación con la sociedad no puede ser una actividad accesoria. Se trata de un "hacer para la sociedad" que surge de un "ser para la sociedad". Un “ser para la sociedad” que busca “construir sociedad” mediante su función educativa y la diaconía de la verdad. En este principio radica la esencia de una universidad católica. Lo dijo hermosamente Juan Pablo II: “La Iglesia no tiene a punto un proyecto propio de escuela universitaria, de sociedad; pero tiene un proyecto de hombre, del hombre nuevo, renacido por la gracia” (Homilía a los universitarios romanos; Roma 5/IV/1979). Por lo tanto, sabiendo que estamos en un contexto cultural donde la “era del conocimiento” aún no ha llegado, pero que inexorablemente llegará y que las universidades pueden ayudar a que eso ocurra: ¿cómo actuar? Me atrevería a afirmar que la respuesta es abordar los vínculos de la universidad con la sociedad de una manera mucho más proactiva, radical y comprometedora que en el pasado. No esperar que nos pidan cosas, sino que adelantarnos con las ideas, los hechos científicos, los modelos…Como decía en párrafos anteriores, lo que la “era del conocimiento” espera de las universidades es que la orienten en la búsqueda de soluciones para sus diversos problemas. Eso equivale a plantearse la pregunta: ¿cómo nos gustaría que fuera la provincia de Loja? Y sentarse a “pensar Loja”, en todas sus múltiples dimensiones humanas, geográficas, culturales, económicas, para diseñar la provincia y la ciudad ideal que esta Universidad quisiera construir. Y, como institución católica, sabemos que la respuesta última ya está dada: Queremos un amor. Hacia esa gran meta debemos dirigir entonces todas nuestras energías espirituales, morales y materiales. De estas coordenadas esenciales deben surgir las orientaciones de un desarrollo estratégico para la región y la ciudad de Loja. Pero no se trata únicamente de plasmar un plan de desarrollo regional, de un activismo “externo”. La construcción de un futuro mejor, el arribo de la era del conocimiento a Loja, involucra acciones “internas”, renovadoras en todo el quehacer de las universidades y, específicamente, de esta universidad. Me refiero a todo lo concerniente a la calidad de nuestro trabajo docente, de investigación y de extensión o servicio. ¿Cuáles son esas acciones? Intentaré esbozar algunas respuestas. La tarea docente En el ámbito de la docencia, el desafío de las universidades, particularmente las católicas, es la oferta de programas de estudio concebidos como una experiencia formativa integral, con currículos que incluyen actividades solidarias o de servicio comunitario, experiencias que promuevan el compromiso con el bien común. Un proyecto educativo capaz de una propuesta de valores tan atractiva que ellos se internalizan y suscitan una actitud consecuente. Queremos que nuestros egresados sean agentes de cambio ante los retos de la corrupción, de la discriminación, de la injusticia social y del desarrollo democrático. Es necesario esforzarse por lograr una mayor inclusión social, que nadie se quede fuera de nuestras universidades por razones económicas o porque recibió una mala preparación en la secundaria. Es menester renovar los programas de estudio, agregando mayor flexibilidad curricular y bases cognoscitivas más amplias, que estimulen el pensamiento crítico, el trabajo en equipo y la adaptación al cambio. Lo anterior implica utilizar métodos pedagógicos que conciban al estudiante como sujeto activo del proceso de enseñanzaaprendizaje. Otra área que necesita ser considerada es la enseñanza y ejercitación de competencias transversales. Muchas instituciones limitan su docencia a las aulas, sin entregar experiencias prácticas realmente formativas. También es necesario responder a la demanda creciente por estudios superiores, pero tampoco aceptar como solución los aumentos inorgánicos de matrícula y, menos, sacrificar la calidad en favor de un mayor número de estudiantes. Desgraciadamente, en América Latina lo anterior ha alcanzado niveles problemáticos y una serie de evidencias indican que la masificación de la educación universitaria se ha hecho sin miramientos por la calidad. Tal vez, la solución podría ser la oferta de una buena educación a distancia. Un campo en el cual esta Universidad tiene una experiencia positiva para compartir. Siempre en el campo educativo, otro gran reto para las universidades de nuestra región es el aseguramiento de la calidad. La mayoría de los países latinoamericanos cuenta con sistemas de aseguramiento de la calidad o se encuentra en el proceso de organizarlos. No ha sido una tarea fácil, dado que los conceptos de calidad, evaluación y acreditación son nuevos en nuestra cultura académica. Las universidades católicas deberían ser activas promotoras y participantes de estos sistemas, porque la excelencia académica debe ser su meta y, al mismo tiempo, su aliada ante la dura competencia que están enfrentando por parte de otras universidades privadas. No obstante, para alcanzar un objetivo de calidad en los sistemas universitarios, la sociedad civil debe de estar más dispuesta a comprometerse con las instituciones, aportándoles los recursos compatibles con la oferta de una educación de calidad. Al respecto, resulta problemática la baja inversión en educación superior, ciencia y tecnología que los fondos estatales deben invertirse exclusivamente en las universidades del Estado. Este principio, de raíz decimonónica, margina de los recursos públicos a las universidades católicas que, como esta Universidad, nacieron con una vocación de servicio público y producen bienes públicos que benefician a toda la sociedad. Ante esa realidad sólo podemos responder difundiendo nuestros puntos de vista, dialogando con la clase dirigente para informarla sobre nuestros aportes en el campo educativo, de investigación y servicios a la comunidad. En lo posible, actuando en forma concertada con las otras universidades. La investigación Mediante sus actividades de investigación, las universidades pueden hacer una enorme contribución al desarrollo integral, aportando diagnósticos de los problemas, ideando y poniendo a prueba modelos de intervención para las políticas públicas y generando ideas para la innovación productiva. Pero, teniendo presente que, más allá de sus aplicaciones prácticas, la investigación, ya sea en el campo científico-técnico, de las ciencias sociales o de las humanidades, contribuye a que las culturas mantengan encendidas las luces del razonamiento lógico y del pensamiento crítico. En nuestra región continental las universidades concentran la mayor parte de la actividad científica y de los investigadores de los distintos países. En efecto, se estima que más del 80 por ciento de las actividades de I+D en América Latina se llevan a cabo en centros universitarios, principalmente en las grandes universidades del Estado, aunque un grupo de universidades católicas también ha logrado desarrollar una capacidad muy significativa en este campo. Menciono entre ellas, la Pontificia Universidad Católica de Chile, la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro y la Pontificia Universidad Católica de Río Grande do Sul. En el campo de la investigación, la Universidad Técnica Particular de Loja tiene el desafío de superarse muy considerablemente. Aunque cuenta con diversos Centros de Investigación, Transferencia de Tecnología y Extensión, su producción científica es aún relativamente menor. En el recientemente publicado Ranking Iberoamericano de Instituciones de Investigación (2012) registra 53 publicaciones para el período 2006-2010. Es decir, alrededor de 10 documentos anuales indexados internacionalmente. Esta producción la ubica en el lugar 443 entre las 1254 instituciones latinoamericanas consideradas. Sin embargo, he observado que en este Ranking hay sólo 2 instituciones ecuatorianas ubicadas entre las primeras 250 de nuestra región continental, ambas instituciones privadas: la Universidad San Francisco de Quito, con 318 publicaciones y la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, con 221 publicaciones. La ausencia de instituciones ecuatorianas pertenecientes al Estado en las ubicaciones superiores del Ranking Iberoamericano de Investigación sugiere que quienes lideran al Ecuador aún no ha priorizado la inversión en I+D como política de Estado y que, por lo mismo, existen escasos mecanismos para promover y sustentar la investigación científica de sus universidades. Este hecho constituye una seria debilidad estructural, ya que impide establecer un sistema nacional de innovación y, por consiguiente, en la práctica, podría postergar indefinidamente el arribo de la era del conocimiento a este país. Ante esta realidad, junto con crear conciencia sobre las obvias implicancias de mantener la situación, pienso que esta Universidad no tiene otra alternativa que proponerse superar las limitaciones del entorno mediante su propio esfuerzo y desarrollar estrategias orientadas a expandir sus actividades de investigación y de innovación productiva y emprendedora. No es este un momento apropiado para analizar las diversas maneras en que este desafío podría ser abordado, simplemente quisiera decir que requiere planificar en horizontes de mediano y largo plazo y buscar la confluencia de diversos factores como: una mayor proporción de profesores con doctorado, establecer un fondo de investigación institucional mayor al actual, contar con la colaboración de buenas universidades extranjeras y captar una mayor cantidad de recursos externos, tanto nacionales como internacionales. Las actividades de servicio En el ámbito de las actividades de servicio, sin perjuicio de participar activamente en diversas iniciativas de ayuda solidaria, las universidades deberían intentar involucrarse en la elaboración, aplicación y evaluación de las políticas públicas. Esta actividad es muy importante, porque motiva el diálogo con la sociedad civil, el gobierno local o nacional, las asociaciones de empresarios, los sindicatos y otras instituciones de la sociedad que tocan aspectos que interesan a la institución universitaria, especialmente aquellos relativos al desarrollo social y económico. De paso, los estudios de políticas públicas pueden dar origen a interesantes proyectos de investigación aplicada. Se que esta Universidad ha estado avanzando en esta dirección, lo que me parece excelente. Por razones que no necesito fundamentar, uno de los temas prioritarios en el estudio de las políticas públicas debería ser la educación superior. Muchos de nuestros países consideran la educación superior en términos bastante utilitarios, principalmente una instancia de movilidad social y formación de profesionales. Es una visión reduccionista, que no alienta a las instituciones de educación terciaria, particularmente aquellas del Estado, a preocuparse de entregar una educación de base más amplia, incluyendo una propuesta de aquellos valores morales y cívicos que sustentan a las democracias maduras. Por otra parte, las políticas públicas suelen estar inspiradas por ideas “progresistas” que perjudican a las instituciones privadas, especialmente aquellas católicas, y amenazan la autonomía académica a la que tienen derecho pleno. Como han podido apreciar, la era del conocimiento ofrece oportunidades que podrían potenciarse si los estados latinoamericanos revisaran sus políticas para la educación superior y las alinearan con las nuevas realidades y demandas. Pero las universidades también deben emprender una profunda renovación de sus actividades docentes, de investigación y de servicio para transformarse en instituciones capaces de comprender, de “pensar” el contexto en el que están situadas, e involucrarse con él en una forma nueva. Pasar de ser meras prestadoras de servicios confiables, a aliadas estratégicas clave en los proyectos regionales y nacionales de desarrollo. Las modalidades de acción son múltiples. Algunas universidades han buscado influir en la sociedad mediante la creación de centros universitarios al servicio de la comunidad. Por ejemplo: centros de políticas públicas, centros de estudios urbanos, centros comunitarios, servicios asistenciales, colaboración con instituciones de beneficencia, programas de capacitación, programas de asesoría técnica, incubación de empresas, parques tecnológicos y otras iniciativas. La comunidad universitaria Pero hay otra dimensión de la universidad que desea proyectarse y ser protagonista en la era del conocimiento que, con frecuencia, es descuidada. Me refiero al ámbito interno: a la comunidad universitaria. Si deseamos ser constructores de un mundo mejor, más internamente, con las personas que constituyen las comunidades universitarias. Una universidad, como cualquier otra institución que da trabajo, es una organización laboral, por lo tanto, genera impactos en la vida de su personal administrativo, docente y estudiantil. ¿Cómo está la universidad abordando estos aspectos? ¿Está satisfecha con su gestión de personas, con los beneficios que entrega, con el clima laboral que prevalece, con las posibilidades de crecimiento personal que ella ofrece a sus profesores y gestores administrativos? En la misma línea argumental, si el medioambiente es una de sus preocupaciones corporativas, ¿cómo está abordando este aspecto internamente? ¿Está reciclando sus desperdicios? ¿Hay substancias tóxicas de sus laboratorios contaminando las aguas? ¿Mantiene políticas institucionales para el ahorro de energía? Con este breve ejercicio socrático no he pretendido más que enfatizar el concepto de que la vinculación social de una universidad, especialmente si ésta es católica, supone un compromiso con el ideal del auténtico progreso que debe traspasar su cultura para hacerse vida en la sociedad. Y esto incluye cada una de las dimensiones del ser y quehacer universitario: la administración, la docencia, la investigación, el servicio y todos los otros aspectos de la vida universitaria. En otras palabras, para que las acciones que emprenda la universidad en pos de construir un mundo mejor puedan alcanzar la gravitación social necesaria, deben estar precedidas por un ejercicio interno de autocrítica, reparación y modificación de conductas. Palabras conclusivas Muchos de ustedes, sino todos, conocen el discurso de Martin Luther King en el cual, refiriéndose a la necesidad de superar la discriminación racial de su país, describió lo que era su “sueño". “I have a dream…", repitió varias veces, describiendo su visión del futuro que deseaba construir. Me imagino que muchos de quienes lo escucharon ese día deben haber pensado que el gran predicador estaba, efectivamente, "soñando". Sin embargo, medio siglo después, una parte significativa de ese sueño se ha cumplido y un mandatario de origen afroamericano reside en la Casa Blanca. Durante su discurso de inauguración, ese mandatario, casi aludiendo a las palabras proféticas de King, repitió varias veces, mientras se refería a los retos que debería enfrentar: “Sí, podemos…” Los invito, entonces a soñar y a creer: “sí, podemos”. A pensar, con fe y esperanza, en lo que esta Universidad Técnica Popular de Loja puede aportar al auténtico progreso de esta región y del Ecuador. Los invito a soñar el sueño de una América Latina purificada de todas sus injusticias, lacras y miserias, que avanza por la historia enaltecida y radiante por todo el bien que puede ofrecer a sus hijos. Los invito a ser los constructores de un orden social que tiene por base la verdad, se edifica en la justicia y es animado por el amor. Gracias nuevamente por invitarme a participar en este acto. Que María Santísima, Sedes Sapientiae, cuya efigie adorna vuestra Capilla, los guíe siempre por el camino de la Verdad, del Bien y de la Belleza. Muchas gracias.