Señoras y señores: En primer término, quisiera agradecer la cordial

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Señoras y señores:
En primer término, quisiera agradecer la cordial invitación a visitar esta universidad, que
me hiciera el Señor Rector Don José Barbosa. Me siento muy honrado de participar en
este solemne acto académico, en el que la comunidad universitaria se reúne para
conmemorar un nuevo aniversario de la creación de la Universidad Técnica Particular de
Loja. ¡Mis más cordiales felicitaciones por todos los logros académicos alcanzados
durante estos 41 años de vida!
En esta clase magistral, que he titulado “La universidad en la construcción de un orden
social que tiene por base la verdad, se edifica en la justicia y es animado por el
amor”, quisiera compartir con ustedes algunas ideas sobre los vínculos entre la
universidad y sociedad, con especial énfasis en aquellos aspectos propios de una
universidad católica.
Analizaré, en primer lugar, la forma en que la "era del conocimiento" está cambiando las
relaciones entre las universidades, los estados y las sociedades civiles. Luego, voy a
referirme a los desafíos, amenazas y oportunidades que genera este nuevo contexto; y,
finalmente, mencionaré la forma en que las universidades, particularmente las católicas,
deberían actuar en este nuevo escenario.
Conozco el compromiso de la Universidad Técnica Particular de Loja con el desarrollo de
la ciudad y de la región de Loja. Por lo mismo, esta clase magistral no pretende señalarles
un camino sino confirmarlos en la opción que han tomado y animarlos a no cejar en el
esfuerzo de trabajar por el bien común y ser constructores de auténtico progreso.
El término “auténtico progreso” se refiere al desarrollo integral de una sociedad, aquel que
tiene como punto focal a las personas y reconoce la especial dignidad que ellas poseen y,
por lo mismo, sus derechos inalienables: a la vida, a la libertad, a la educación, a la salud,
a un trabajo digno y bien remunerado, y a una vivienda adecuada (cif. Catecismo de Ia
Iglesia Católica, n.1906-9). Estos derechos sólo pueden ser ejercidos en aquellas
sociedades donde existe una democracia real, una justicia operante, paz social,
prosperidad económica y solidaridad fraterna. Un orden social que, desde una perspectiva
cristiana: “[ ] tiene por base la verdad, se edifica en la justicia y es animado por el amor”
(Cf. Catecismo de Ia Iglesia Católica, n.1912).
Pensar que una universidad, incluso que todo un sistema universitario, puede ayudar a la
construcción de una sociedad erigida sobre esas bases parece una absoluta e
impracticable utopía. Pero no lo es. Las utopías son, casi por definición, irrealizables y, por
lo tanto, invitan a la violencia o a la inacción. Ambas son conductas estériles. En cambio,
si la meta ideal que he descrito es vista con los ojos de la fe, entonces se transforma en
una esperanza. Una tarea a la que estamos llamados. Difícil, ciertamente, pero no
imposible. Eso debe movernos a la acción, porque implica que, en alguna medida, aunque
mínima, lograr ese gran objetivo depende de nosotros. Sabiendo que nosotros sólo
sembraremos y que el Señor hará crecer...
Es un objetivo cuyo alcance demandará el trabajo de varias generaciones, porque no
depende exclusivamente de la pronta solución de una serie de problemas estructurales,
sino de un cambio de cultura. La cultura que debe surgir de un nuevo humanismo, que
sólo se manifestará cuando seamos capaces de inculcar en las nuevas generaciones los
valores eternos del amor y respeto al prójimo, de la solidaridad y del aprecio por el trabajo
bien hecho. Sin duda, se trata de un largo camino, pero la vida enseña que cuando el
camino es largo, en vez de discutir si seremos capaces de llegar a destino, lo que
El nuevo contexto de las relaciones entre universidad y sociedad
Creo que estamos viviendo un buen momento para que las universidades
latinoamericanas y para que ODUCAL y las universidades católicas de América Latina se
pongan en marcha, aportando a la tarea común de lograr un auténtico progreso sus
conocimientos, capacidad de investigar, compromiso con el bien común y sus valores…
La agenda de temas sociales, culturales, económicos, jurídicos y políticos que deben
abordar es considerable pero, en diversa medida, todos ellos giran en torno a ciertos ejes:
la protección de la familia, el crecimiento económico y la superación de la pobreza, el
fortalecimiento de la democracia, la calidad de la educación, la justicia y paz social y el
cuidado del medio ambiente.
Para los cristianos, ese objetivo de "auténtico progreso" tiene un nombre: bien común. Por
bien común, es preciso entender “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que
permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su
propia perfección” (Gaudium et spes 26, 1; Cf.Gaudium et spes 74, 1). En su encíclica
Caritas in veritate, el Santo Padre Benedicto XVI nos enseña que: "Desear el bien común
y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Trabajar por el bien común es cuidar,
por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil,
política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad"
(Caritas in veritate 7).
Decía que el momento histórico parece propicio para que las universidades asuman ese
desafío, que levanten la vista más allá del trabajo rutinario y se pregunten por la pólis y
algunos de sus acuciantes problemas. La sociedad les está solicitando que lo hagan y que
participen activamente en la construcción de un futuro mejor. Estamos viviendo las
primeras etapas de lo que ha sido proclamada como la "era del conocimiento”.
Se trata de un nuevo paradigma, cuya nomenclatura se refiere principalmente al ámbito
económico-productivo, en el cual el uso intensivo del conocimiento y la información han
desplazado en importancia a las materias primas, la energía e, incluso, la infraestructura
industrial como factor de creación de riqueza y todo lo que ello implica. Una era en la cual
las economías más exitosas basan sus ventajas competitivas en la capacidad de generar
conocimientos, los que permiten la creación de nuevos productos y servicios.
Sin embargo, el concepto puede ser utilizado con una connotación más amplia, que es la
aplicación del conocimiento para abordar la problemática de índole social, cultural o
política que influye en el desarrollo humano. De este modo, la “era del conocimiento” no se
refiere solamente al crecimiento económico y a la innovación productiva, sino que a todos
los aspectos asociados al proceso de desarrollo.
Para ilustrar las proyecciones de este nuevo escenario y lo que él implica para las
universidades, permítanme compartir con ustedes algunos contenidos del documento
"Declaración de Lisboa" (2007), emanada del Consejo de la Unión Europea. Este
documento proclama que la Unión Europea considera que sus universidades son piezas
claves en su estrategia de desarrollo para construir la “Europa del Conocimiento” y
proclama el compromiso de los gobiernos y de la sociedad civil con las universidades,
para asegurarles los recursos necesarios.
En su párrafo medular, este documento declara: “Son tiempos emocionantes para las
la investigación y la transferencia de conocimiento”. Y añade: “Europa espera ahora que
sus universidades amplíen su papel y ayuden a la sociedad civil a hacer frente a los retos
del siglo XXI. El cambio climático, los problemas energéticos, el aumento de la longevidad,
la rápida evolución de la tecnología, la interdependencia socio-económica a escala
mundial y las crecientes desigualdades económicas dentro de Europa y entre Europa y
otros continentes: todos estos temas necesitan de la investigación básica y aplicada para
transformar el conocimiento en innovación tecnológica y social. Así será posible resolver
los problemas a medida que surjan, asegurando simultáneamente prosperidad económica
y estabilidad social en los distintos países”.
Sin duda, es una exhortación que invita a las universidades a proyectarse más allá de sus
claustros y, en cierta medida, a liderar intelectualmente la construcción de un futuro mejor.
Se trata de un fenómeno nuevo, porque si bien la universidad, aún desde sus modestos
orígenes, ha sido parte del tejido social de las naciones, nunca había sido invitada a
ocupar un lugar tan prominente en el escenario histórico.
Oportunidades y desafíos de la era del conocimiento
Confieso que la Declaración de Lisboa me produce sentimientos encontrados, en el
sentido de que me entusiasma y me preocupa, a la vez. Me genera entusiasmo el grado
de reconocimiento que ese documento expresa hacia los aportes que han hecho las
universidades al progreso humano y a la confianza depositada en ellas para la solución de
muchos problemas. Agregaré que es el tipo de arengas que uno desearía escuchar en las
“reuniones cumbre” de mandatarios latinoamericanos…
Por otra parte, preocupa la posibilidad de que esa admiración y expectativas conduzcan a
instrumentalizar a la universidad hasta al punto que se la valore sólo en términos de las
cosas útiles y tangibles que puede producir para el beneficio inmediato de la sociedad.
Esa mirada utilitarista podría causarle mucho daño, incluso desvirtuar la misión
universitaria, al considerarla en términos de productora de bienes de consumo y no lugar
para la búsqueda sincera y apasionada de la verdad.
Por lo tanto, es importante tener en claro el ideal universitario, con sus elementos de
gratuidad, y evitar ser seducidos por las necesidades y lógicas del mercado. No es una
aprensión infundada. Basta pensar en el debate provocado por el patentamiento de genes,
o el hecho de que cuando se discute la relevancia de la educación superior, generalmente
se tiende a enfocar el tema desde la óptica de las demandas de la economía y del
mercado laboral. Pienso que los sistemas universitarios deben tener claridad con respecto
a los riesgos y oportunidades asociadas a la era del conocimiento y actuar en
consecuencia.
Los heraldos de la era del conocimiento son los “clusters” empresariales, surgidos al alero
de algunas universidades estadounidenses, como Stanford y MIT, y más recientemente,
de centros universitarios europeos, como Cambridge y Heidelberg. Estos centros de
transferencia tecnológica e innovación se están multiplicando en todos los continentes,
particularmente en Asia. Pero junto con la innovación competitiva y la creación de
empresas de alta tecnología, tal como mencionaba antes, las universidades líderes se han
involucrado, además, y con mucha intensidad, en la problemática social, abordando temas
que son de alta prioridad en los países respectivos.Un buen ejemplo de ello es la agenda
propuesta por Europa a sus universidades: el cambio climático, el aumento de la
longevidad, las crecientes desigualdades económicas…Claramente, lo que la “era del
conocimiento” espera de las universidades, es liderazgo intelectual y soluciones para sus
La era del conocimiento y América Latina: las tareas del mundo universitario
¿Qué debemos hacer las universidades de esta región en la “era del conocimiento”? En
primer lugar, constatar que esa era no ha llegado todavía a América Latina. A diferencia
de las instituciones europeas, ninguna entidad supranacional ha invitado a las
universidades latinoamericanas a abordar una agenda integral de desarrollo, a construir la
"América Latina del conocimiento". Todos los países de nuestra región, sin excepciones,
continúan invirtiendo mucho menos de lo necesario en educación superior, ciencia y
tecnología. Todas nuestras economías siguen dependiendo de la venta de productos
naturales.
Esta es la primera verdad a tener en cuenta. Frente a ella, creo que las universidades de
nuestra región continental deben iniciar de motu proprio ese camino, movidas únicamente
por sus convicciones. Haciendo por las sociedades que las albergan aquello que sus
propios recursos le permitan. Más aún, tengo la impresión que muchas universidades,
incluyendo ésta, ya se han puesto en marcha y han denominado ese camino la
"responsabilidad social universitaria”.
Admito que el término me incomoda, principalmente porque es un concepto acuñado por
la empresa para referirse a iniciativas que no pertenecen a su giro principal de actividades.
Por lo tanto, tiene la connotación de una actividad accesoria, adicional al core business de
una empresa. En cambio, considero que en el caso de una universidad, su vinculación a la
sociedad y su involucración en los temas que interesan o preocupan a la sociedad, debe
ser algo central, que orienta y otorga sentido a todo su quehacer docente, de investigación
y de servicio.
Como afirmaba anteriormente, para ser constructores de un nuevo humanismo, de una
nueva cultura, de una nueva América Latina, toda la labor universitaria debe estar al
servicio de ese proyecto. En otras palabras, la vinculación con la sociedad no puede ser
una actividad accesoria. Se trata de un "hacer para la sociedad" que surge de un "ser para
la sociedad". Un “ser para la sociedad” que busca “construir sociedad” mediante su
función educativa y la diaconía de la verdad. En este principio radica la esencia de una
universidad católica. Lo dijo hermosamente Juan Pablo II: “La Iglesia no tiene a punto un
proyecto propio de escuela universitaria, de sociedad; pero tiene un proyecto de hombre,
del hombre nuevo, renacido por la gracia” (Homilía a los universitarios romanos; Roma
5/IV/1979).
Por lo tanto, sabiendo que estamos en un contexto cultural donde la “era del conocimiento”
aún no ha llegado, pero que inexorablemente llegará y que las universidades pueden
ayudar a que eso ocurra: ¿cómo actuar? Me atrevería a afirmar que la respuesta es
abordar los vínculos de la universidad con la sociedad de una manera mucho más
proactiva, radical y comprometedora que en el pasado. No esperar que nos pidan cosas,
sino que adelantarnos con las ideas, los hechos científicos, los modelos…Como decía en
párrafos anteriores, lo que la “era del conocimiento” espera de las universidades es que la
orienten en la búsqueda de soluciones para sus diversos problemas. Eso equivale a
plantearse la pregunta: ¿cómo nos gustaría que fuera la provincia de Loja? Y sentarse a
“pensar Loja”, en todas sus múltiples dimensiones humanas, geográficas, culturales,
económicas, para diseñar la provincia y la ciudad ideal que esta Universidad quisiera
construir.
Y, como institución católica, sabemos que la respuesta última ya está dada: Queremos un
amor. Hacia esa gran meta debemos dirigir entonces todas nuestras energías espirituales,
morales y materiales. De estas coordenadas esenciales deben surgir las orientaciones de
un desarrollo estratégico para la región y la ciudad de Loja.
Pero no se trata únicamente de plasmar un plan de desarrollo regional, de un activismo
“externo”. La construcción de un futuro mejor, el arribo de la era del conocimiento a Loja,
involucra acciones “internas”, renovadoras en todo el quehacer de las universidades y,
específicamente, de esta universidad. Me refiero a todo lo concerniente a la calidad de
nuestro trabajo docente, de investigación y de extensión o servicio. ¿Cuáles son esas
acciones? Intentaré esbozar algunas respuestas.
La tarea docente
En el ámbito de la docencia, el desafío de las universidades, particularmente las católicas,
es la oferta de programas de estudio concebidos como una experiencia formativa integral,
con currículos que incluyen actividades solidarias o de servicio comunitario, experiencias
que promuevan el compromiso con el bien común. Un proyecto educativo capaz de una
propuesta de valores tan atractiva que ellos se internalizan y suscitan una actitud
consecuente. Queremos que nuestros egresados sean agentes de cambio ante los retos
de la corrupción, de la discriminación, de la injusticia social y del desarrollo democrático.
Es necesario esforzarse por lograr una mayor inclusión social, que nadie se quede fuera
de nuestras universidades por razones económicas o porque recibió una mala preparación
en la secundaria. Es menester renovar los programas de estudio, agregando mayor
flexibilidad curricular y bases cognoscitivas más amplias, que estimulen el pensamiento
crítico, el trabajo en equipo y la adaptación al cambio. Lo anterior implica utilizar métodos
pedagógicos que conciban al estudiante como sujeto activo del proceso de enseñanzaaprendizaje. Otra área que necesita ser considerada es la enseñanza y ejercitación de
competencias transversales. Muchas instituciones limitan su docencia a las aulas, sin
entregar experiencias prácticas realmente formativas.
También es necesario responder a la demanda creciente por estudios superiores, pero
tampoco aceptar como solución los aumentos inorgánicos de matrícula y, menos,
sacrificar la calidad en favor de un mayor número de estudiantes. Desgraciadamente, en
América Latina lo anterior ha alcanzado niveles problemáticos y una serie de evidencias
indican que la masificación de la educación universitaria se ha hecho sin miramientos por
la calidad. Tal vez, la solución podría ser la oferta de una buena educación a distancia. Un
campo en el cual esta Universidad tiene una experiencia positiva para compartir.
Siempre en el campo educativo, otro gran reto para las universidades de nuestra región es
el aseguramiento de la calidad. La mayoría de los países latinoamericanos cuenta con
sistemas de aseguramiento de la calidad o se encuentra en el proceso de organizarlos. No
ha sido una tarea fácil, dado que los conceptos de calidad, evaluación y acreditación son
nuevos en nuestra cultura académica. Las universidades católicas deberían ser activas
promotoras y participantes de estos sistemas, porque la excelencia académica debe ser
su meta y, al mismo tiempo, su aliada ante la dura competencia que están enfrentando por
parte de otras universidades privadas.
No obstante, para alcanzar un objetivo de calidad en los sistemas universitarios, la
sociedad civil debe de estar más dispuesta a comprometerse con las instituciones,
aportándoles los recursos compatibles con la oferta de una educación de calidad. Al
respecto, resulta problemática la baja inversión en educación superior, ciencia y tecnología
que los fondos estatales deben invertirse exclusivamente en las universidades del Estado.
Este principio, de raíz decimonónica, margina de los recursos públicos a las universidades
católicas que, como esta Universidad, nacieron con una vocación de servicio público y
producen bienes públicos que benefician a toda la sociedad. Ante esa realidad sólo
podemos responder difundiendo nuestros puntos de vista, dialogando con la clase
dirigente para informarla sobre nuestros aportes en el campo educativo, de investigación y
servicios a la comunidad. En lo posible, actuando en forma concertada con las otras
universidades.
La investigación
Mediante sus actividades de investigación, las universidades pueden hacer una enorme
contribución al desarrollo integral, aportando diagnósticos de los problemas, ideando y
poniendo a prueba modelos de intervención para las políticas públicas y generando ideas
para la innovación productiva. Pero, teniendo presente que, más allá de sus aplicaciones
prácticas, la investigación, ya sea en el campo científico-técnico, de las ciencias sociales o
de las humanidades, contribuye a que las culturas mantengan encendidas las luces del
razonamiento lógico y del pensamiento crítico.
En nuestra región continental las universidades concentran la mayor parte de la actividad
científica y de los investigadores de los distintos países. En efecto, se estima que más del
80 por ciento de las actividades de I+D en América Latina se llevan a cabo en centros
universitarios, principalmente en las grandes universidades del Estado, aunque un grupo
de universidades católicas también ha logrado desarrollar una capacidad muy significativa
en este campo. Menciono entre ellas, la Pontificia Universidad Católica de Chile, la
Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro y la Pontificia Universidad Católica de
Río Grande do Sul.
En el campo de la investigación, la Universidad Técnica Particular de Loja tiene el desafío
de superarse muy considerablemente. Aunque cuenta con diversos Centros de
Investigación, Transferencia de Tecnología y Extensión, su producción científica es aún
relativamente menor. En el recientemente publicado Ranking Iberoamericano de
Instituciones de Investigación (2012) registra 53 publicaciones para el período 2006-2010.
Es decir, alrededor de 10 documentos anuales indexados internacionalmente. Esta
producción la ubica en el lugar 443 entre las 1254 instituciones latinoamericanas
consideradas. Sin embargo, he observado que en este Ranking hay sólo 2 instituciones
ecuatorianas ubicadas entre las primeras 250 de nuestra región continental, ambas
instituciones privadas: la Universidad San Francisco de Quito, con 318 publicaciones y la
Pontificia Universidad Católica del Ecuador, con 221 publicaciones.
La ausencia de instituciones ecuatorianas pertenecientes al Estado en las ubicaciones
superiores del Ranking Iberoamericano de Investigación sugiere que quienes lideran al
Ecuador aún no ha priorizado la inversión en I+D como política de Estado y que, por lo
mismo, existen escasos mecanismos para promover y sustentar la investigación científica
de sus universidades. Este hecho constituye una seria debilidad estructural, ya que impide
establecer un sistema nacional de innovación y, por consiguiente, en la práctica, podría
postergar indefinidamente el arribo de la era del conocimiento a este país. Ante esta
realidad, junto con crear conciencia sobre las obvias implicancias de mantener la
situación, pienso que esta Universidad no tiene otra alternativa que proponerse superar las
limitaciones del entorno mediante su propio esfuerzo y desarrollar estrategias orientadas a
expandir sus actividades de investigación y de innovación productiva y emprendedora.
No es este un momento apropiado para analizar las diversas maneras en que este desafío
podría ser abordado, simplemente quisiera decir que requiere planificar en horizontes de
mediano y largo plazo y buscar la confluencia de diversos factores como: una mayor
proporción de profesores con doctorado, establecer un fondo de investigación institucional
mayor al actual, contar con la colaboración de buenas universidades extranjeras y captar
una mayor cantidad de recursos externos, tanto nacionales como internacionales.
Las actividades de servicio
En el ámbito de las actividades de servicio, sin perjuicio de participar activamente en
diversas iniciativas de ayuda solidaria, las universidades deberían intentar involucrarse en
la elaboración, aplicación y evaluación de las políticas públicas. Esta actividad es muy
importante, porque motiva el diálogo con la sociedad civil, el gobierno local o nacional, las
asociaciones de empresarios, los sindicatos y otras instituciones de la sociedad que tocan
aspectos que interesan a la institución universitaria, especialmente aquellos relativos al
desarrollo social y económico. De paso, los estudios de políticas públicas pueden dar
origen a interesantes proyectos de investigación aplicada. Se que esta Universidad ha
estado avanzando en esta dirección, lo que me parece excelente.
Por razones que no necesito fundamentar, uno de los temas prioritarios en el estudio de
las políticas públicas debería ser la educación superior. Muchos de nuestros países
consideran la educación superior en términos bastante utilitarios, principalmente una
instancia de movilidad social y formación de profesionales. Es una visión reduccionista,
que no alienta a las instituciones de educación terciaria, particularmente aquellas del
Estado, a preocuparse de entregar una educación de base más amplia, incluyendo una
propuesta de aquellos valores morales y cívicos que sustentan a las democracias
maduras. Por otra parte, las políticas públicas suelen estar inspiradas por ideas
“progresistas” que perjudican a las instituciones privadas, especialmente aquellas
católicas, y amenazan la autonomía académica a la que tienen derecho pleno.
Como han podido apreciar, la era del conocimiento ofrece oportunidades que podrían
potenciarse si los estados latinoamericanos revisaran sus políticas para la educación
superior y las alinearan con las nuevas realidades y demandas. Pero las universidades
también deben emprender una profunda renovación de sus actividades docentes, de
investigación y de servicio para transformarse en instituciones capaces de comprender, de
“pensar” el contexto en el que están situadas, e involucrarse con él en una forma nueva.
Pasar de ser meras prestadoras de servicios confiables, a aliadas estratégicas clave en
los proyectos regionales y nacionales de desarrollo.
Las modalidades de acción son múltiples. Algunas universidades han buscado influir en la
sociedad mediante la creación de centros universitarios al servicio de la comunidad. Por
ejemplo: centros de políticas públicas, centros de estudios urbanos, centros comunitarios,
servicios asistenciales, colaboración con instituciones de beneficencia, programas de
capacitación, programas de asesoría técnica, incubación de empresas, parques
tecnológicos y otras iniciativas.
La comunidad universitaria
Pero hay otra dimensión de la universidad que desea proyectarse y ser protagonista en la
era del conocimiento que, con frecuencia, es descuidada. Me refiero al ámbito interno: a la
comunidad universitaria. Si deseamos ser constructores de un mundo mejor, más
internamente, con las personas que constituyen las comunidades universitarias. Una
universidad, como cualquier otra institución que da trabajo, es una organización laboral,
por lo tanto, genera impactos en la vida de su personal administrativo, docente y
estudiantil. ¿Cómo está la universidad abordando estos aspectos? ¿Está satisfecha con
su gestión de personas, con los beneficios que entrega, con el clima laboral que
prevalece, con las posibilidades de crecimiento personal que ella ofrece a sus profesores y
gestores administrativos?
En la misma línea argumental, si el medioambiente es una de sus preocupaciones
corporativas, ¿cómo está abordando este aspecto internamente? ¿Está reciclando sus
desperdicios? ¿Hay substancias tóxicas de sus laboratorios contaminando las aguas?
¿Mantiene políticas institucionales para el ahorro de energía?
Con este breve ejercicio socrático no he pretendido más que enfatizar el concepto de que
la vinculación social de una universidad, especialmente si ésta es católica, supone un
compromiso con el ideal del auténtico progreso que debe traspasar su cultura para
hacerse vida en la sociedad. Y esto incluye cada una de las dimensiones del ser y
quehacer universitario: la administración, la docencia, la investigación, el servicio y todos
los otros aspectos de la vida universitaria.
En otras palabras, para que las acciones que emprenda la universidad en pos de construir
un mundo mejor puedan alcanzar la gravitación social necesaria, deben estar precedidas
por un ejercicio interno de autocrítica, reparación y modificación de conductas.
Palabras conclusivas
Muchos de ustedes, sino todos, conocen el discurso de Martin Luther King en el cual,
refiriéndose a la necesidad de superar la discriminación racial de su país, describió lo que
era su “sueño". “I have a dream…", repitió varias veces, describiendo su visión del futuro
que deseaba construir. Me imagino que muchos de quienes lo escucharon ese día deben
haber pensado que el gran predicador estaba, efectivamente, "soñando". Sin embargo,
medio siglo después, una parte significativa de ese sueño se ha cumplido y un mandatario
de origen afroamericano reside en la Casa Blanca. Durante su discurso de inauguración,
ese mandatario, casi aludiendo a las palabras proféticas de King, repitió varias veces,
mientras se refería a los retos que debería enfrentar: “Sí, podemos…”
Los invito, entonces a soñar y a creer: “sí, podemos”. A pensar, con fe y esperanza, en lo
que esta Universidad Técnica Popular de Loja puede aportar al auténtico progreso de esta
región y del Ecuador. Los invito a soñar el sueño de una América Latina purificada de
todas sus injusticias, lacras y miserias, que avanza por la historia enaltecida y radiante por
todo el bien que puede ofrecer a sus hijos. Los invito a ser los constructores de un orden
social que tiene por base la verdad, se edifica en la justicia y es animado por el amor.
Gracias nuevamente por invitarme a participar en este acto. Que María Santísima, Sedes
Sapientiae, cuya efigie adorna vuestra Capilla, los guíe siempre por el camino de la
Verdad, del Bien y de la Belleza.
Muchas gracias.
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