FAMILIA, ¡VIVE la ALEGRÍA de la ESPERANZA!

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FAMILIA, ¡VIVE la ALEGRÍA de la ESPERANZA!
ENSEÑANZA FFII MARZO 2014-03-08
# ¡Jesús está vivo!
El sabio tiene sus ojos puestos en la cabeza (Ecl 2, 14)
“Con los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma la fe” (Heb 12, 2)
 Engendrar la salvación produce dolores de parto.
 Jesús nos acompaña, se ha hecho el mismo camino, no nos entrega una hoja de ruta.
Queridos amigos: ¡No tengáis miedo de ser alegres! No tengáis miedo a la alegría. La
alegría que nos da el Señor cuando lo dejamos entrar en nuestra vida, dejemos que Él
entre en nuestra vida y nos invite a salir de nosotros a las periferias de la vida y
anunciar el Evangelio. No tengáis miedo a la alegría. ¡Alegría y valentía!
(Papa Francisco, Ángelus 7 de julio de 2013)
Hemos venido a este Encuentro para dejarnos iluminar, dejarnos alimentar, porque vivimos en
medio de tentaciones que nos quieren robar la alegría y la esperanza y nuestro Papa Francisco
está repitiendo muchas veces esto ¡No os dejéis robar la esperanza! ¡No os dejéis robar… aquello
que Cristo ha ganado para vosotros!
Tres han sido las fuentes donde nos hemos inspirado:
 los textos de la Palabra y de los Santos Padres de la liturgia de las horas,
 el Papa Francisco, al que hemos invitado a compartir esta enseñanza y a accedido gustoso y
 el P. Raniero Cantalamesa, su propio predicador.
Todo empieza con la luz.
Dios creó la luz… y vio Dios que era buena. Ella es el anticipo de Cristo, Luz del mundo. “Yo soy la
luz del mundo y el que me sigue no camina en tinieblas”. El juicio consiste en esto: que la LUZ
vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas.
Venimos en busca de la luz, para “ser iluminados y embellecidos, ser colmados de
dulzura espiritual, ser revestidos de santidad, adquirir la sabiduría y rebosar,
finalmente, de una alegría divina que se extiende a todos los días de nuestra vida
presente” (Lectura sábado VII de TO).
Finalmente la alegría, ésta es el fruto final del Espíritu, después de la fe, la esperanza y el amor.
El secreto del cristiano es la alegría.
La Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, en su introducción (18 puntos), es un derroche de
invitación a la alegría:
“En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva
etapa evangelizadora marcada por esa alegría”
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Alegría
Alegría
Alegría
Alegría
Alegría
Alegría
que se renueva y se comunica
de la que nadie está excluido
preanunciada en el AT
que aparece desbordante en el Evangelio
que nuestra sociedad no puede engendrar y que llama placer o bienestar
dulce y confortadora de evangelizar
TRES LUGARES DE ESPERANZA Y ALEGRÍA
Dios no ha querido dejarnos solos, pues Él mismo, después de crear a Adán dijo: “No es bueno que
el hombre esté solo”. El que nos creó sabe que estamos hechos para la comunión. Por eso ha
creado tres lugares que nos acompañan a lo largo de la vida, nos sacan de la soledad y nos abren
horizontes a la esperanza.
PRIMER LUGAR: EL CORAZÓN QUE HA ACOGIDO LA LUZ
Cada uno de nosotros, bautizado, que se ha dejado seducir por Cristo y lo acepta como Señor y
Salvador de sus vidas.
Así nuestro corazón deja de ser un desierto, y se convierte en un lugar habitable. Un corazón de
carne, capaz de amar y de acoger al otro. Por eso es tan importante el Encuentro y el
reencuentro con CRISTO. El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica (EA) Evangelii Gaudium
(EG) nos dice:
“Sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro- con el amor de Dios, que se convierte en
feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la
autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que
humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para
alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora.
Porque si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede
contener el deseo de comunicarlo a otros?” (EG nº 8)
SEGUNDO LUGAR: LA FAMILIA
La familia es “la casa del amor”. Sin la familia el amor no tiene casa. Por eso el proyecto de Dios
es que todo ser humano que viene a este mundo al nacer, se encuentre con el rostro de un padre
y una madre. Se encuentre una comunidad que custodia el amor y la vida. El proyecto de Dios es
que la familia nace del matrimonio entre un hombre y una mujer que libremente han decidido
“donarse para toda la vida”. “Uno y una, en todo, para siempre y abiertos a la vida”. Diferentes,
hombre y mujer, emprenden un camino donde compartirlo todo, para siempre y que les lleva a
ser fecundos para el mundo”.
La familia es un lugar tan precioso que se ve sometido a la prueba y el demonio, el engañador, el
mentiroso, el acusador desde el principio… busca este lugar para tentar. “No caigáis en la
tentación del desánimo” “No nos dejemos robar la esperanza”.
“La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales.
En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata
de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a
pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto
como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y
modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno. Pero el aporte indispensable del
matrimonio a la sociedad supera el nivel de la emotividad y del sentimiento amoroso efímero. Se
basa en el compromiso, asumido por los esposos que aceptan entrar en una unión de vida total”
(EG nº 66)
Papa Francisco sobre la tentación:
"La tentación, ¿de dónde viene? ¿Cómo actúa dentro de nosotros? El apóstol nos dice que
no viene de Dios, sino de nuestras pasiones, de nuestras debilidades interiores, de las
heridas que ha dejado en nosotros el pecado original: las tentaciones vienen de allí, de
estas pasiones.
La tentación tiene tres características: crece, contagia y se justifica.
Crece: comienza como si nada, y crece… El mismo Jesús decía esto, cuando habló de la
parábola del grano y de la cizaña: el grano crecía, pero también la cizaña sembrada por el
enemigo. Y la tentación crece: crece, crece… Y si uno no la detiene, ocupa todo”.
 ¿Qué es la tentación? Fue una de las primeras preguntas teológicas de nuestro hijo
Martiño, a los 5-6 años. ¿Por qué nos preguntas esto? Porque en el Padrenuestro siempre
decimos no nos dejes caer en la tentación.
La vida familiar nos envuelve frecuentemente en una cotidianidad gris que nos hace perder la mirada en los
grandes horizontes y nos encierra en los problemas. Éstos se vuelven queja, carga y reproches o silencios
estériles y condenatorios o violencia y resentimientos y poco a poco perdemos la esperanza. La luz a la que
estamos llamados se va haciendo más tenue. Poco a poco la tentación que comienza como si nada y crece,
nos hace caer en ella, y nos roba la esperanza, nos roba la imagen de la familia que Dios tiene grabada en
su corazón y nosotros también tenemos grabado en el nuestro.
Testimonio de Jose y Rosa
 No renunciemos a una fe vivida en familia.
 No renunciemos a la oración conyugal.
 No renunciemos a ejercer una verdadera paternidad y maternidad quedándonos sólo en ser
proveedores de nuestros hijos.
 No nos dejemos robar la belleza, la bondad, la verdad de nuestra vida matrimonial y
familiar. COMUNIDAD DE VIDA Y AMOR.
 No renunciemos a los deseos que están inscritos en nuestro corazón y de los cuales
sentimos nostalgia.
TERCER LUGAR: LA IGLESIA
No os dejaré solos, por eso además de la familia Dios nos regala una FAMILIA MÁS GRANDE, su
propia familia. La comunidad de los creyentes, el pueblo de Dios, pueblo de redimidos. Nos regala
a la Iglesia. También llamada comunidad de comunidades o esposa del cordero.
“En esta época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando al mundo mediante
la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los SACRAMENTOS, EN LA PALABRA Y EN SU IGLESIA,
que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino
siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu
de Cristo.
A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los
hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La
miseria no coincide con la pobreza: la miseria es la pobreza sin confianza, sin esperanza” (Carta
cuaresmal del Papa Francisco)
La lectura de la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium” nos puede ayudar mucho a vernos
dentro de la Iglesia, ver nuestras inercias, nuestra falta de ilusión, nuestros pesimismos, a veces
cierto olor a “ya me lo sé todo” o a “ya hago bastante” El papa Francisco habla de que aún
cristianos de fuertes convicciones caen en un estilo de vida cargado de contradicciones.
Hoy es “tiempo de salvación”, tiempo de renovar nuestro amor a la Iglesia. Tiempo de sanación
de nuestras heridas, muchas de ellas, las más dolorosas, nos las hemos hecho entre nosotros.
El segundo capítulo de la EG se titula “En la crisis del compromiso comunitario”.
El Papa Francisco nos presenta los desafíos que tenemos por delante y que están para ser
superados.
“A los cristianos de todas las comunidades del mundo quiero pediros especialmente un
testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente. Que todos
puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os
acompañáis” (EG nº 99)
Y es en este capítulo donde el Papa va haciendo un recorrido por nuestras miserias y pecados de
la Iglesia, hace resonar siete gritos o deseos:
“No nos dejemos robar el Evangelio! ¡No nos dejemos robar el amor fraterno!
La fe no es algo reducido a lo privado, a una religión intimista y gratificante, encerrada en tu
propio corazón, tampoco se reduce al ámbito familiar, ni se realiza tampoco recorriendo sólo el
camino de casa al templo.
La casa tiene que tener puertas y ventanas abiertas para entrar y salir. El evangelio debe recorrer
tres espacios: la casa, el templo y la ciudad. Así se va extendiendo el anuncio del Evangelio y se
va creando un tejido cristiano.
Por eso el Papa desde la primera página de su EA a la última habla de la evangelización. Y uno de
sus verbos preferidos es el verbo “salir”.
Estamos asistiendo a una transición que es el paso del tiempo de la cristiandad al tiempo de la fe
como una opción libre y minoritaria que debe ser suscitada y propuesta de nuevo. Esto es la
nueva evangelización. Nuevo ardor, nueva expresión, nuevos métodos.
La Iglesia nace para la evangelización. Es un don que viene de la cruz de Cristo, de aquel costado
abierto, de aquella sangre y agua. El amor de Cristo tiende a expandirse y a alcanzar a todas las
criaturas, «especialmente a las más necesitadas de su misericordia».
La evangelización cristiana no es conquista, no es propaganda; es el don de Dios para el mundo en
su Hijo Jesús. Es dar a la Cabeza la alegría de sentir la vida fluir desde su corazón hacia su
cuerpo, hasta vivificar a sus miembros más alejados.
Tenemos que hacer todo lo posible para que la Iglesia nunca se convierta en ese castillo
complicado y sombrío descrito por Kafka, y el mensaje pueda salir de ella tan libre y feliz como
cuando comenzó su carrera.
Sabemos cuáles son los impedimentos que puedan retener al mensajero: los muros divisorios,
como los que separan a las distintas Iglesias cristianas entre sí, la excesiva burocracia, los
residuos de los ceremoniales, leyes y controversias del pasado, convertido ya en escombros.
En el Apocalipsis, Jesús dice que Él está a la puerta y llama (Ap 3, 20).
A veces, como señaló nuestro Papa Francisco, no llama para entrar, sino que toca desde dentro
para salir. Salir a las «periferias existenciales del pecado, del dolor, de la injusticia, de la
ignorancia e indiferencia religiosa, y de todas las formas de miseria».
¿Por qué miras para otro lado?
Mira el COSTADO ABIERTO. Mira el SEPULCRO VACÍO. Mira al que está
sentado en el trono y al Cordero... Y ¡No mires para otro lado! Mira la HERENCIA
que Él te ha preparado.
# ¡Ved a Cristo!
Hemos visto los tres lugares para la ESPERANZA que Dios nos ofrece. Y la esperanza no defrauda,
porque el Amor de Dios… (Rom 5, 5)
Dice el CATECISMO: La esperanza es una virtud teológica infusa, recibida en el bautismo junto con
la gracia santificante. Tiene como objeto primario la posesión de Dios. Por la esperanza deseamos
la vida eterna, es decir la visión de Dios en el cielo.
¡CREO en la RESURRECCIÓN de los MUERTOS y en la VIDA ETERNA!
¡ Amén !
VIDA ETERNA - EVANGELIZACIÓN - SANTIDAD
Las Rozas, Majadahonda, Santiago, Bertamiráns, Vigo…
¡Vaya vida de tuaregs, sin mapas, plan ni camino…!
Cualquier día, en cualquier parte… ¡¡¡ me encontraré al fin Contigo !!!
En el Motu Proprio con el que el Papa BXVI instituyó el Consejo Pontificio para la Promoción de la
Nueva Evangelización, se dice que éste "está al servicio de las Iglesias particulares,
especialmente en aquellos territorios de antigua tradición cristiana donde con mayor evidencia
se manifiesta el fenómeno de la secularización". Nos referimos exclusivamente a esta acepción
negativa de la secularización.
Secularización, como secularismo, derivan de hecho de la palabra "saeculum" que en el lenguaje
común ha acabado por indicar el tiempo presente ("el tiempo actual", según la Biblia), en
oposición a la eternidad (el tiempo futuro, o "los siglos de los siglos", de la Biblia). En este
sentido, secularismo es un sinónimo de temporalismo, de reducción de lo real a una única
dimensión: la terrena.
La caída del horizonte de la eternidad o de la vida eterna, tiene sobre la fe cristiana el efecto
que tiene la arena arrojada sobre una llama: la sofoca, la apaga. La fe en la vida eterna
constituye una de las condiciones de posibilidad de la evangelización:
"Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los
hombres más dignos de lástima" (1Cor 15,19).
En la religión judía del Antiguo Testamento esta creencia se afirma sólo de forma tardía. Sólo
después del exilio, e incluso entonces no en todos (los Saduceos, se sabe, no compartían esta
creencia).
¡Israel creyó en Dios muchos siglos antes que en una recompensa eterna en el más allá! No es, por
tanto, el deseo de una recompensa eterna lo que produjo la fe en Dios, sino que es la fe en Dios
la que produjo la creencia en una recompensa ultra terrena.
La revelación plena de la vida eterna se tiene, en el mundo bíblico, con la venida de Cristo. Jesús
no funda la certeza de la vida eterna en la naturaleza del hombre, la inmortalidad del alma, sino
en el "poder de Dios", que es un "Dios de vivos y no de muertos" (Lc 20,27-38).
Después de la Pascua, a este fundamento teológico, los apóstoles añadirán el cristológico: la
resurrección de Cristo de la muerte. Sobre ella funda el Apóstol la fe en la resurrección de la
carne y en la vida eterna: "Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos
de vosotros afirmáis que los muertos no resucitan?... Pero no, Cristo resucitó de entre los
muertos, el primero de todos" (1 Cor 15, 12.20).
>Sólo después de la resurrección de Cristo aparece la palabra ESPERANZA en el N.T.<
En el mundo grecorromano se asiste a una evolución en la concepción de la ultratumba. La idea
es que la vida verdadera termina con la muerte; tras ella hay sólo una apariencia de vida, en un
mundo de sombras.
Se comprende en este trasfondo el impacto que debía tener el anuncio cristiano de una vida
después de la muerte infinitamente más plena y más gozosa que la terrena; se comprende
también por qué la idea y los símbolos de la vida eterna son tan frecuentes en las sepulturas
cristianas de las catacumbas.
Pero ¿qué ha sucedido con la idea cristiana de una vida eterna para el alma y para el cuerpo,
después de haber triunfado sobre la idea pagana de la "oscuridad después de la muerte"? A
diferencia del momento actual en el que el ateísmo se expresa sobre todo en la negación de la
existencia de un Creador, en el siglo XIX se expresó preferentemente en la negación de un más
allá.
A la idea de una supervivencia personal en Dios, se sustituye con la idea de una supervivencia en
la especie y en la sociedad del futuro.
Poco a poco, con la sospecha, cayó sobre la palabra eternidad el olvido y el silencio, El
materialismo y el consumismo han hecho el resto en las sociedades opulentas, haciendo incluso
que parezca inconveniente que se hable aún de eternidad entre personas cultas y acorde con su
tiempo.
Todo esto ha tenido una clara repercusión en la fe de los creyentes, que se ha hecho, en esta
cuestión, tímida y reticente. ¿Cuándo escuchamos la última predicación sobre la vida eterna?
Seguimos recitando en el Credo: Et expecto resurrectionem mortuorum et vitam venturi saeculi:
"Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro", pero sin dar demasiada
importancia a estas palabras.
¿Cuál es la consecuencia práctica de este eclipse de la idea de eternidad? San Pablo refiere el
propósito de aquellos que no creen en la resurrección de la muerte: "Comamos y bebamos que
mañana moriremos" (1 Cor 15,32). El deseo natural de vivir siempre, distorsionado, se convierte
en deseo, o frenesí, de vivir bien, es decir, de forma placentera, incluso a costa de los demás, si
es necesario. Caído el horizonte de la eternidad, el sufrimiento humano parece doble e
irremediablemente absurdo.
La respuesta más eficaz no consiste en combatir el error contrario, sino en hacer resplandecer de
nuevo ante los hombres la certeza de la vida eterna, aprovechando la fuerza inherente que tiene
la verdad cuando es acompañada del testimonio de la vida. "A una idea - escribía un antiguo
Padre-, siempre se puede oponer otra idea, y a una opinión otra opinión; pero qué se puede
oponer a una vida?"
Debemos aprovechar también la correspondencia de esta verdad con el deseo más profundo,
aunque reprimido, del corazón humano. A un amigo que le reprochaba, como si fuese una forma
de orgullo y de presunción, su anhelo de la eternidad, Miguel de Unamuno, que no era
ciertamente un apologeta de la fe, respondía en una carta:
"Yo no digo que merecemos un más allá, ni que la lógica nos lo muestre; digo que lo
necesito, merézcalo o no, y nada más. Digo que lo que pasa no me satisface, que tengo
sed de eternidad, y que sin ella me es todo igual. Yo necesito eso, ¡lo ne-ce-si-to! Y sin
ello ni hay alegría de vivir ni la alegría de vivir quiere decir nada. Es muy cómodo eso de
decir "¡Hay que vivir, hay que contentarse con la vida!". ¿Y los que no nos contentamos con
ella?"
San Agustín decía lo mismo: "¿De qué sirve vivir, si no nos es dado vivir siempre?". "Todo, excepto
lo eterno, es vano en el mundo", ha cantado un poeta nuestro.
A los hombres de nuestro tiempo que cultivan en el fondo del corazón este anhelo de eternidad,
quizás sin tener el valor de confesarlo a los demás y ni siquiera a sí mismos, podemos repetir lo
que Pablo decía a los atenienses: "Ahora, yo vengo a anunciaros eso que adoráis sin conocer" (cf.
Hch 17,23).
La respuesta cristiana al secularismo en el sentido en que lo entendemos aquí, no se funda, como
para Platón, en una idea filosófica - la inmortalidad del alma -, sino en un acontecimiento: en la
encarnación de Dios. En Cristo, lo eterno ha entrado en el tiempo, se ha manifestado en la carne;
ante él es posible tomar una decisión para la eternidad. Es así como el evangelista Juan habla de
la vida eterna: "Os anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha
manifestado" (1 Jn 1, 2).
Para el creyente, la eternidad no es, como se ve, solo una esperanza, es también una presencia.
Hacemos experiencia de ello cada vez que hacemos un verdadero acto de fe en Cristo, porque
quien cree en él "posee ya la vida eterna" (cfr. 1Jn 5,13); cada vez que recibimos la comunión, en
la que "se nos da la prenda de la gloria futura"; cada vez que escuchamos las palabras del
Evangelio que son "palabras de vida eterna" (cfr. Jn 6,68). También santo Tomás de Aquino dice
que "la gracia es el inicio de la gloria".
Esta presencia de la eternidad en el tiempo se llama Espíritu Santo. Él es llamado "las arras de
nuestra heredad" (Ef 1,14; 2 Cor 5,5), y nos ha sido dado para que, habiendo recibido las
primicias, anhelemos la plenitud. "Cristo - escribe san Agustín - nos ha dado las arras del Espíritu
Santo. ¿Qué prometió? Prometió la vida eterna de la que es prenda el Espíritu que nos ha dado".
# ¡ ME-GO-ZA-RÉ ! Que tus fieles, Señor, vitoreen al entrar en tu morada. (Sal 131. Antífona vísperas
jueves III)
¡Iremos a la casa del Señor!
Loris Capovilla, secretario de Juan XXIII, nombrado cardenal por Francisco los 98 años:
La muerte está siempre cerca de mí, y no es un esqueleto con una guadaña en la mano; es un rayo
de luz que destruye las tinieblas. Mi hora no puede tardar en llegar. Pienso en ello todos los días, a
veces con un toque de melancolía, y me preparo para el juicio sin presunción y sin miedo. A
menudo me repito: He acabado la carrera, he combatido la batalla, he conservado la fe.
Al alejarme de mi amado retiro y de mis seres queridos, sale de mí el grito ardiente de san
Francisco a todas las criaturas: Querría llevar a todos al Paraíso; y me confirma en las palabras del
Papa Juan: «Termina mi etapa terrena. Cristo vive y su Iglesia continúa su obra, en el tiempo y en
el espacio».
La utopía -así la llaman los incrédulos- consiste en rendirse a Jesús sin condiciones, en la lectura de
su Evangelio sin glosa, en poner el propio yo bajo sus pies, y verle a Él en nuestros semejantes,
servirlos y amarlos.
¡Todo es bello y nuevo en el resplandor del Resucitado: todo es gracia!
Una renovada fe en la eternidad no nos sirve solo para la evangelización, es decir, para el anuncio
que hay que hacer a los demás; nos sirve, antes aún, para imprimir un nuevo empuje a nuestro
camino hacia la santidad.
El debilitamiento de la idea de eternidad actúa también sobre los creyentes, disminuyendo en
ellos la capacidad de afrontar con valor el sufrimiento y las pruebas de la vida.
Así somos nosotros cuando perdemos el peso, la medida de todo lo que es la eternidad: las cosas y
los sufrimientos terrenos arrojan fácilmente nuestra alma al suelo.
Todo nos parece muy pesado, excesivo. Jesús decía: "Si tu mano o tu pie son para ti ocasión de
pecado, córtalos y arrójalos lejos de ti, porque más te vale entrar en la Vida manco o lisiado, que
ser arrojado con tus dos manos o tus dos pies en el fuego eterno. Y si tu ojo es para ti ocasión de
pecado, arráncalo y tíralo lejos, porque más te vale entrar con un solo ojo en la Vida, que ser
arrojado con tus dos ojos en la Gehena del fuego" (cfr. Mt 18,8-9).
Pero nosotros, habiendo perdido de vista la eternidad, encontramos incluso excesivo que se nos
pida que cerremos los ojos ante un espectáculo inmoral.
San Pablo se atreve a escribir: "Nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria
eterna, que supera toda medida. Porque no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino
en las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno" (2 Cor 4,17-18). El peso de
la tribulación es "ligero precisamente porque es momentáneo, el de la gloria es desmesurado
porque es eterno. Por esto precisamente, el mismo Apóstol puede decir: "Yo considero que los
sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en
nosotros" (Rm 8,18).
Dirijamos por tanto con renovado impulso nuestros pensamientos hacia la eternidad, repitámonos
a nosotros mismos con las palabras del poeta: "Todo, excepto lo eterno, es vano en el mundo". En
el salterio judío hay un grupo de salmos, llamados "salmos de las subidas" o "cánticos de Sión".
Eran los salmos que cantaban los peregrinos israelitas cuando "subían" en peregrinación hacia la
ciudad santa, Jerusalén. Uno de ellos comienza: "Iremos a la casa del Señor" (Sal 122, 1). Estos
salmos de las subidas se han convertido en los salmos de aquellos que, en la Iglesia, están en
camino hacia la Jerusalén celeste; son nuestros salmos.
Comentando esas palabras iniciales del salmo, S. Agustín decía a sus fieles:
"Corramos porque iremos a la casa del Señor; corramos porque esta carrera no cansa;
porque llegaremos a una meta donde no existe el cansancio. Corramos a la casa del Señor
y que nuestra alma se alegre por quienes nos repiten estas palabras. Ellos vieron la patria
antes que nosotros, la vieron los apóstoles y nos dijeron: ¡Corred, daos prisa, seguidnos!
"¡Vamos a la casa del Señor!".
# ¡ ME-GO-ZA-RÉ ! Que tus fieles, Señor, vitoreen al entrar en tu morada. (Sal 131. Antífona vísperas
jueves III)
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