CREACIÓN Y ENSEÑANZA LITERARIA Marina Mayoral. ¿Se puede

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ENCUENTROS EN VERINES 1995
Casona de Verines. Pendueles(Asturias)
CREACIÓN Y ENSEÑANZA LITERARIA
Marina Mayoral.
¿Se puede enseñar a crear una obra literaria? O dicho de otra manera, ¿se puede,
mediante el estudio y la enseñanza, llegar a escribir un buen poema, un buen
relato?
En pleno Siglo de las luces, el hombre que marcó el comienzo del movimiento de
La Ilustración en España negaba incluso la posibilidad de conseguir con estudio y
esfuerzo un buen estilo, si la naturaleza no le había dotado previamente a uno
para ello.
Feijóo en "La elocuencia es naturaleza y no arte" de las Cartas eruditas y curiosas
desanima a un interlocutor que le pregunta de qué medios se ha valido para formar
su estilo. Asegura el fraile que su estilo no es producto del estudio "Tal cual es,
bueno o malo (...) no le busqué yo; él se me vino".Para el sabio benedictino solo
por dos medios se podía pretender formar un estilo:"el de la imitación y el de la
práctica de las reglas de la Retórica y el ejercicio".Desecha el procedimiento de la
imitación, que cree que conduce a la afectación y que se opone al concepto de
naturalidad, indispensable en lo que se refiere a la escritura. En cuanto a la
práctica de las reglas considera que solo las aplica bien el que está dotado de "tino
mental",cualidad innata y no susceptible a su vez de aprendizaje. Quien la tiene,
acierta y quien no, yerra. De modo que al final acaba concluyendo que "más vale
un buen golpe de ojo del entendimiento que muchos repasos a las reglas".
Lo más que admite en orden a la enseñanza y estudio es que puede servir "para
evitar algunos groseros defectos",y taxativamente concluye: "Nunca pasaré que
pueda producir primores".
Considera que solo hay un medio por el que indirectamente se puede mejorar el
estilo:"el frecuentar buenos ejemplares, así en la lectura como en la
conversación". Pero ha de tenerse buen cuidado en no intentar imitar, ni aplicar la
memoria a retener voces o frases. Sólo aprovechará aquello que espontáneamente
se quede en la memoria y con la misma espontaneidad surja al hablar o escribir,
sin que en ello intervenga la voluntad del sujeto. De este modo el arte tomará el
modo de obrar de la naturaleza y podrá ser útil a los intentos de mejorar el estilo.
La exposición de las ideas de Feijóo me ahorra el trabajo de desarrollar en esos
puntos mis propias ideas que coinciden en lo fundamental con las suyas. Pero,
coincidiendo en los principios básicos, yo, al contrario que el sabio gallego, sí soy
partidaria de la enseñanza en el arte.
Creo que a quienes carecen de dotes naturales, pero por gusto se sienten
inclinados al cultivo de un arte, se les puede enseñar a practicar correctamente esa
actividad: tocar el piano, dibujar, pintar o escribir, aunque no a componer una
buena obra de arte, por supuesto. Centrándonos en la literatura: Creo que
cualquiera, mediante la enseñanza, puede llegar a expresarse con corrección,
escribir sin errores gramaticales y ser capaz de exponer y desarrollar
ordenadamente unas ideas o unos sentimientos. Y no me parece poco, dado lo que
se ve por ahí.
En España se ha descuidado este aspecto de la enseñanza, fundamental en el nivel
escolar y de bachillerato, y todo cuanto se haga para enmendar esa carencia
tradicional me parecerá digno de todos los apoyos. El descuido de las
instituciones en lo que se refiere al estudio de la lengua como medio de expresión
ha propiciado el auge de todo tipo de talleres de escritura, a los que no acuden en
general los futuros escritores sino sobre todo aquellos que no aciertan a poner por
escrito lo que quieren decir.
Si los no dotados para la literatura pueden conseguir al menos corrección y
claridad en el uso de la lengua ¿qué ventajas tendrá la enseñanza para quienes sí
tienen talento creador? ¿Puede mejorar sus dotes la enseñanza? En este punto
discrepo también de la actitud de Feijóo que sobrevaloraba el papel de la
naturaleza en el balance final de la obra literaria.
Creo que al creador se le puede ayudar a mejoraba desarrollar al máximo sus
posibilidades y a alcanzar antes su punto álgido de madurez. Solo el genio llega a
su plenitud él solo. Los demás, por buenos que sean, llegarán antes y más lejos
ayudados por maestros adecuados.
Los buenos maestros siempre han sido apreciados y solicitados en todas las artes,
porque enseñan a superar los escollos, desbrozan el camino y abren horizontes. La
literatura no tiene por qué ser distinta.
La cuestión es: ¿Quién puede enseñar al creador? y ¿qué es lo que puede
enseñarse y aprenderse respectivamente?
En teoría, podrían ser maestros en la creación literaria aquellos escritores expertos
y de reconocido valor que pusiesen su experiencia al servicio de escritores
principiantes. Pero al llevarlo a la práctica surgen los problemas ¿Cuántos buenos
escritores unen la capacidad creadora a la docente?¿Quienes tienen el gusto o la
paciencia de plantear problemas literarios o leer la obra del discípulo para ejercer
una crítica constructiva? ¿A quienes les compensa esa labor? Imaginemos que un
escritor como García Márquez o Cela imparten un seminario para explicar cómo
resolvieron los problemas de estructura de Cien años de soledad o La colmena.
En términos económicos ¿cuánto costaría? Y más importante aún ¿valdría la pena
el esfuerzo?¿Le serviría al futuro escritor de novelas-río oír como dos grandes
maestros habían resuelto el problema? Yo pienso que sí le ayudaría, pero no me
parece indispensable. No podemos olvidar que la mejor cátedra del escritor son
sus obras y que la lectura es muchas veces más iluminadora que las palabras del
autor. En ocasiones y en puntos concretos de su labor el artista acierta por
intuición y no es consciente del camino que ha seguido para llegar a donde ha
llegado. Se podría pensar, entonces, en el magisterio de un maestro no creador, de
un crítico o profesor de literatura. Pero ¿puede alguien que no crea resolver los
problemas que se le plantean a un creador? Es discutible, pero de nuevo yo me
inclino a creer que sí.
El creador ve la obra desde dentro y, cuando tiene capacidad para analizar su
trabajo, su visión es insustituible porque sabe mejor que nadie qué hizo y cómo lo
hizo. Pero también un crítico perspicaz puede llegar a reconstruir el camino de la
creación y, aunque él mismo no sea capar de escribir una buena novela, puede, sin
embargo, ver qué problemas formales tiene determinada obra, cómo han sido
resueltos y transmitir ese conocimiento al escritor inexperto.
Si se pretendiera dar a este tipo de enseñanza un carácter oficial, es decir que
existiera una Escuela de Literatura semejante a la Escuela de Canto o de Teatro o
de Tauromaquia o de Fútbol, el problema para mí radicaría sobre todo en la
acertada elección del programa o método de enseñanza, y de los maestros, claro.
En cualquier caso me parece que no son temas fáciles de resolver, pero el
recuerdo de las reflexiones sobre su quehacer literario de escritores como
Flaubert, Henri James o Sábato, por citar solo ejemplos ya consagrados, me lleva
a apoyar la existencia de seminarios en los que escritores jóvenes puedan plantear
dudas a escritores con experiencia y donde estos a su vez alerten o llamen la
atención a sus discípulos sobre problemas formales que ellos han resuelto.
En definitiva, aunque creo que cada uno tiene que encontrar su propio camino y
sus propias fórmulas, estoy convencida de que un consejo sabio puede ahorrar
muchas vueltas. Y aunque pienso como Feijóo que "Quod natura non dat
Salmantica, non praestat", también creo, como él, que hay que frecuentar las
buenas compañías, porque algo siempre se pega.
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