8 Análisis y Opinión La Plata, domingo 16 de abril de 2006 > EL PODER HOY La teoría de los salarios Por Carlos Zaffore Especial para Hoy C uando Kirchner, en curiosa paritaria de dos personas con Hugo Moyano, acordó que el gremio de éste tendría un aumento del 19%, quedó claro la política salarial: existe una pauta oficial, los aumentos no tendrán que exceder ese porcentaje. Un Presidente con mucho poder personal y un sindicalista que tiene una relación ambigua con él - lo presiona y saca ventajas pero a la vez le disciplina a buena parte del sindicalismo para que no reclame más de lo pautado- hicieron lo que en otros tiempos con un decreto de pauta o tope salarial. Armando Cavalieri, líder de los mercantiles, pese a su desafecto por Moyano, lo vio claro y sin chistar cerró por el mismo porcentaje. Los porteros de edificios, conducidos por un allegado al kirchnerismo, cerraron por 18,5%, los bancarios por 18%, los ferroviarios por 17% y los del cuero y el papel, cada uno, por 15%. círculo kirchnerista con fama de duro, asignado al tema de alinear los precios. En la misma simetría está la política del Banco Central de mantener a raya el dólar. Es decir, con otros procedimientos y estilos, en la Argentina hay continuismo en la línea no de buscar las soluciones con la dinámica de impulsar producción, sino con la estática de controlar la inflación en sus efectos: salarios, precios y tipos de cambio no se deben mover Faltan algunas negociaciones arduas, como mecánicos y estatales, y siempre existen imponderables, pero se trazó una raya. Simétricamente, en materia de precios, rige la política de pauta y control bajo la forma de “acuerdos” y a la ministra de Economía, limitada al descolorido papel de secundar al Presidente en la gestión de esos “acuerdos”, se le recortó aun más su poder con la designación de Guillermo Moreno, un funcionario del de la pauta, pase lo que pase con las inversiones, el consumo y la producción. Es decir, con lo que cuenta para el mediano y largo plazo. La política debe movilizar los recursos productivos y atacar la inflación en su causa, no en sus efectos Pero volvamos a los salarios. En la idea de pauta subyace la errónea teoría de fuente neoclásica y monetarista, según la cual los salarios causan inflación. Una buena teoría debe bucear en los clásicos de la ciencia económica y preguntarse: ¿qué son los salarios? Adam Smith vinculó los salarios, como a mi juicio debe ser, a la producción y a los ingresos. A mayor producción habrá mayor demanda de trabajo y mayores salarios. David Ricardo percibió que los salarios están determinados por lo que necesita el trabajador para su subsistencia y la de su familia. A esa teoría ricardiana adhirió Carlos Marx, con su agregado de la plusvalía. El salario, para él, no remunera el valor del trabajo sino la fuerza de trabajo -lo definido por Ricardo-, y el trabajo genera un excedente no remunerado que constituye la plusvalía. El salario, en definitiva, es una alícuota de la producción, como percibió Smith. Tendencialmente, crece con la producción. La función de la negociación colectiva de los salarios, con intervención de las organizaciones gremiales, y el papel arbitrador y de control del Estado, superando al liberalismo decimonónico, debe apuntar a un equilibrio social, a que la diferencia de fuerza entre el empleador y el trabajador no lleve a una apropiación excesiva del excedente entre lo que el trabajador produce y lo que necesita para su subsistencia. Lo que no debe hacer el Estado es violentar las leyes económicas que rigen la formación de precios y salarios. Si hace un dibujo que ignore la realidad, en el mediano plazo afectará la producción y afectará también el ingreso, el salario real, de los trabajadores. Salarios regimentados contraen artificialmente la demanda y precios regimentados contraen la inversión. La “tablita”, la “convertibilidad”, los viejos y nuevos artificios para alinear los precios y salarios, han hecho que la Argentina perdieran varios trenes. Hoy, el contexto internacional favorable es un tren que no debemos perder. Para no perderlo, la política debe movilizar los recursos productivos y atacar la inflación en su causa, no en sus efectos. JUSTICIA Sin guillotina ni linchamiento: sólo una pena justa Punto límite. Un nuevo juicio culminó esta semana en La Plata con el desborde y descontento de los familiares de la víctima, cuestionando el fallo a gritos e insultando a los jueces. Ocurrió en la sentencia a Walter Gatica condenado a 18 años por haber matado de un disparo en el pecho a Juan Manuel San Leandro, dueño del ciber de 2 entre 37 y 38. Cuando se golpean paredes, parecería que sólo el linchamiento asegura la justicia. Se trata de personas comunes, de carne y hueso, que esperaban otra pena. Es un escenario cada vez más frecuente en los juicios, al que deben enfrentar los magistrados que integran los Tribunales Orales en lo Criminal. En los juicios orales, el tribunal está cara a cara y en un reducido espacio físico, con víctimas, victimarios, familiares de unos y otros. Demasiada presión, podría pensarse. En La Plata -según estadísticas de la Corte-, los tribunales no tienen un perfil demagógico con las partes. No asumen las penas “ejemplificadoras”, ni se someten a rápidas absoluciones ante reiteradas falencias de la instrucción o la repentina amnesia de testigos por el tiempo transcurrido. No debe concluirse que los familiares del joven San Leandro se enardecieron sólo cuando escucharon el número “18” de la pena. Todo comenzó mucho antes, en 2003, cuando una ola de inseguridad se imponía en La Plata. Cuando el pibe Omar Quiroz, cómplice del acusado Gatica, menor por entonces, era el jefe de la banda robalocutorios. Quiroz fue reconocido como el “secuaz” de Gatica. La Justicia de menores lo declaró inimputable. Tenía 17 años al momento del homicidio. Lo mandaron a un instituto y al tiempo estaba prófugo. Le hicieron un espermograma y se escapó. Curiosamente, nueve gacetillas recibió la sección Trama Urbana informando hace dos semanas que el mismo día que se inició el juicio oral, Quiroz era detenido en la casa de un amigo. Demasiada coincidencia. ¿Cómo no iban a sufrir una crisis de nervios la hermana, los padres y la novia de San Leandro al enterarse que el pibe que disparó ya no sería juzgado y condenado? En efecto, el “18” no fue el único detonante. Para el ciudadano de a pie no es compren- sible ver al Estado que, a través del calificado desempeño de la defensora oficial de Gatica, casi obtiene la absolución o una pena mucho más reducida que la finalmente aplicada. A esta altura, la gente ya sabe que los montos de pena, como el de “18” años, no son reales. A Gatica no se le aplicará el “2 x 1”, pero los familiares de la víctima saben que operarán en su favor algún otro beneficio procesal. La allegados a San Leandro tampoco pudieron comprender, durante la lectura del fallo, que se computaran como atenuantes de la pena “la juventud (de Gatica) entendida como experiencia de vida”. Eso no fue todo. Mientras escuchaban la sentencia, los familiares advirtieron que en el allanamiento a Gatica aparecieron dos armas. Una de ellas no llegó a juicio. Se la robaron del depósito de Tribunales. Nada menos. La doctrina de los artícu- los 165 y 41 del Código penal tipifican el homicidio en ocasión de robo, figura finalmente adoptada por el Tribunal Oral Criminal I. Los jueces concluyeron que Gatica y Quiroz no mataron -como dijo el fiscal al pedir perpetua- para facilitar el robo, sino que se produjo una muerte en el transcurso del asalto. Por todo esto, el “18” no fue un aislado disparador de la ira. No se trató de una simple cifra. Como dijimos desde esta columna hace una semana: “No es correcto que desde los medios se alienten condenas ejemplares, ultraseveras, se reclame la guillotina o el destierro. Sino una pena justa”. Eso querían, eso expresaban las lágrimas, gritos e insultos de amigos y familiares del joven San Leandro. Nada más. Sólo una sentencia justa.