David Eskenazy Trio / Daniel Humair Quartet / Jon

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David Eskenazy Trio / Daniel
Humair Quartet / Jon Hassell
Sketches of the Mediterranean
with Paolo Fresu (20è Jazz à
Junas, 2013-07-20)
20è JAZZ À JUNAS (20-VII-2013)
DAVID ESKENAZY TRIO
Lugar: Temple (18h)
Componentes:
David Ezkenazy, contrabajo
Clément Griffault, piano
Frédéric Jean, batería
DANIEL HUMAIR QUARTET
Lugar: Carrières (21h)
Componentes :
Daniel Humair, batería
Vicent Peirani, acordeón
Emile Parisien, saxo soprano
Jérôme Regard, contrabajo
JON HASSELL SKETCHES OF THE MEDITERRANEAN WITH PAOLO FRESU
Lugar: Carrières (23h)
Componentes:
Jon Hassell, ordenadores, teclado y trompeta
Peter Freeman, ordenadores y bajo eléctrico
Rick Cox, ordenadores y guitarra eléctrica
Paolo Fresu, trompeta, fiscorno y electrónica
Kheir Eddine M’Kachiche, violín
Comentario:
Entre las ciudades francesas de Nîmes y Montpellier se
encuentra la pequeña localidad de Junas, como poco más de mil
habitantes, donde este verano se ha celebrado la veinteava
edición de su festival de jazz. El grueso de las actuaciones
tienen como entorno, singular, unas antiguas canteras
habilitadas para la ocasión, a modo bastante francés, o sea,
acondicionar lo imprescindible para preservar al máximo el
espacio y a su vez poder apreciar adecuadamente los actos a
celebrar.
Sólo pudimos asistir a los tres conciertos, muy diferentes
entre sí, del último día del festival. Después haber pasado
dos jornadas en el festival internacional de fotografía “Les
Rencontres d’Arles 2013“, posiblemente la más redonda de sus
últimas ediciones, con un predominio casi absoluto de los
trabajos en blanco y negro -desde la recuperación de técnicas
antiguas hasta la actualidad más digital-. No en vano se
titulaba, “Arles in black”. John Davies, Jean-Michel Fauquet,
Arno Rafael Minkkinen, Sergio Larrain, Gordon Parks o Michel
Vanden EEckho, son sólo seis de los nombres de algunos de los
fotógrafos con los trabajos más remarcables, de las cincuenta
exposiciones abiertas al público, exhibidas mayoritariamente
en las diferentes naves que forman el “Parc de Ateliers” -los
antiguos talleres ferroviarios de la SNCF-, aparte del
“Atelier de Chaudronnerie”, todos los demás con todo su buen
sabor añejo.
El primer concierto de la tarde corrió a cargo del trío del
contrabajista David Ezkenaky, en el “Temple”, templo de
confesión protestante. Un trabajo delicado y sumamente
ambicioso, de aires jazzísticos con amplios toques del mundo
de la clásica, que podríamos calificar como de jazz de cámara.
Elaboraron líneas muy melódicas, con dinámicas contenidas y
sinuosas, a la captura de un lirismo remarcable.
El trabajo no se puedo saborear correctamente por la
descompensación entre los volúmenes de los tres instrumentos,
donde el trabajo del piano, el más discursivo y lírico de los
tres, quedaba demasiado ahogado por la sección rítmica y la
nitidez de su toque embrutecido por cierta bola sonora y las
resonancias no bien mitigadas. Un trabajo de estas
características requiere una sonorización impecable -tanto la
del espacio como el del autocontrol en el volumen de los
instrumentos-, para poder degustarlo en todas sus condiciones.
Tendremos que buscar la correspondiente propuesta
discográfica, “From the ancient world” (2012), para mejor
afinar la percepción de la propuesta de este trío, que en
directo fue seguida por un público totalmente atento y
respetuoso, así como el contrapunto reiterado e imperturbable,
especialmente en los pianísimos, de las chicharras del
exterior.
En Junas, como punto de partida del festival, se inauguraron
siete vitrales realizados por el baterista Daniel Humair, en
estrecha colaboración con Eric Linard, especialista francés en
serigrafía y elaboración de vitrales contemporáneos.
Humair,
es
sumamente
conocido
en
el
mundo
del
jazz,
especialmente en el de aires más contemporáneos, por ser uno
de los maestros de la batería. Menos conocida resulta su
faceta pictórica, a pesar de que algunos de sus trabajos se
pueden apreciar en las portadas, o incluso en los libritos, de
varios de sus trabajos discográficos. Comparte el gusto dual,
por la música i la pintura, con otras dos figuras del jazz de
procedencia también europea, el pianista Joachim Khun i el
saxofonista y clarinetista Peter Brötzman.
Desplazándonos desde el “Temple” hasta les “Carrièrres”, las
canteras en desuso, donde se celebran los conciertos
nocturnos, nos llamó la atención el doble rotulado de sus
calles, con los nombres de jazzistas que han ido desfilando
por el festival durante estos veinte años (Toots Thielemans,
Jan Garbarek, Christian Scott, Jan Garbarek,…).
Nos llamó, también, la atención una pequeña exposición
fotográfica, con telas impermeables y colgada al aire libre,
de algunos de los músicos que han participados
en las
diferentes ediciones. Esta ambientación nos hizo recordar el
pequeño e interesante festival aragonés de “Borja en Jazz”.
Todavía no se había hecho de noche, el cielo mantenía un azul
potente fundiéndose gradualmente hacía el negro, cuando dio
comienzo la actuación, intergeneracional, del cuarteto de
Daniel Humair.
Un paseo por una buena y sui generis historia del jazz, de uno
y otro lado del Atlántico, con pinceladas bien singulares de
música clásica, “Shubertauster” (composición del acordeonista
para el primer disco del cuarteto), así como de música
tradicional, “Bunaura” (tema originario de Túnez, que grabó
con la colaboración de Jerry Bergonzi, en el disco “Edges” en
el 1988), con títulos tan explícitos como “From time to time
free (grabado con Dave Liebman, en el 1977, incluido en el
disco “Quatre fois trois”). Escritura e improvisación,
partiendo de un punto en común y a partir de aquí, sobre la
marcha, sugerir de nuevos, con cambios radicales o sutiles de
sendero, según la ocasión. Un constante remover en la caja de
pandora de los recuerdos visuales de uno: de los albores del
cine mudo de Buster Keaton, al periodo alemán de Friederich W.
Murnau, hasta los primeros trabajos, los más plásticos, de
Andrei Tarkovsky, sin olvidar la vitalidad de Jean Renoir, o
los colores vivos de los cuadros de su progenitor, Auguste
Renoir, los ríos navegables galos, la sonoridad, balanceo y
aire popular de sus valses, o las penumbras de las catedrales
con los pequeños reflejos, de variación casi imperceptible,
que proyectan sus vitrales.
Daniel Humair, de setenta y cinco años, iba conduciendo,
propulsando o improvisando a la batería, y en ciertos momentos
puntuales, escuchando a sus compañeros de escenario, como si
fuese una persona más del público, o el profesor embelesado
con los quehaceres de sus alumnos más aventajados. Emile
Parisien, al saxo soprano y mirada de pillo, basculando entre
las sonoridades ondulantes, próximas a los gemidos, y las
angulosas, cortantes como cuchillos recién afilados, una
especie de mezcla, entre otros, de la voz de Betty Carter y
los sonidos soplados del mejor Steve Lacy. Vicent Peirani, con
su acordeón, a pelo, sin ningún tipo de pedal, resulta una
auténtica fábrica de manufacturar sonidos, puede pasar, en un
instante, de la línea más ceremoniosa a la más festiva o
cirquense, o a la distorsión más libre, y al revés, “7A3”
(también compuesto por él), o en la declaración de principios
del grupo con los tres temas iniciales, correspondientes a
jazzistas europeos, F. Jeanneau, J. Khün i del propio líder
del grupo. Jérôme Regard, al contrabajo, bien cerca del
maestro, de sonido redondo, robusto y bien musculado, sonidos
limpios que acolchonan, se amoldan de forma nítida, trabajando
desde atrás, urdiendo toda la trama como un buen arácnido,
para que no se pierda nada, especialmente de las salidas
imprevisibles de sus compañeros solistas.
La nómina de contrabajistas que han colaborado con Humair es
realmente de primer orden, Henri Texier, Miroslav Vitous,
Jean-François Jenny-Clark, Jean Paul Celea, Sebastien
Boisseau, Jean-Philippe Viret o Bruno Chevillon.
El cuarteto hace poco más de dos años que está rodando, sigue
creciendo, retroalimentándose, dejando fluir el enamoramiento
que mantienen por la propuesta en común. Desde el público
complace apreciar la complicidad que transmiten, las miradas,
las sonrisas, los gestos, los rostros de sorpresa o el
jalearse –casi de aires flamencos-.
El pasado año publicaron su primer trabajo discográfico, el
totalmente recomendable, “Sweet & Sour”, pero como pasa en
este tipo de propuestas, el directo, siempre está unos
cuantos, por no decir bastantes, peldaños por encima.
Inmediatamente después del gran concierto del cuarteto, para
celebrar el aniversario del par de décadas del festival, la
organización tuvo a bien en ofrecer una pequeña sorpresa,
consistente en hacer volar un globo, por el patio de sillas de
la cantera donde no hallábamos, con un acordeonista tocando.
El globo lo iban desplazando suavemente, de un lado a otro,
las personas que a su vez
lo sujetaban con cuerdas. Un
perfecto entreacto.
En el escenario, mientras tanto, el señor Jon Hassell, con
cara de pocos amigos, y dos de sus acompañantes, ultimaban el
software de sus ordenadores, ensimismados frente a sus
monitores. La iluminación, en relación a la primera parte,
había mejorado considerablemente, los contras policiales
habían desaparecido, las luces quedaban bien centradas encima
del escenario y la gama cromática estaba muy bien resuelta.
El proyecto que se presentaba, en exclusiva para el festival,
se denominaba “Sketches Of The Meditteranean”, motivo por el
cual, además del violinista algeriano, Kheir Eddine
M’Kachiche, contó a la trompeta y
fiscorno con el sardo,
Paolo Fresu –uno de los sopladores más lírico de la
actualidad-.
Momentos antes de dar comienzo a la actuación, el director del
festival remarcó a los fotógrafos acreditados, que por deseo
expreso del señor Hassell, no se podía hacer ningún tipo de
fotografías.
Al cabo de unos buenos tres cuartos de hora de haber comenzado
la propuesta, para uno, y sin querer faltar al respecto a
nadie, todo resultaba demasiado parecido, plano, anodino,
considerablemente próximo a una banda sonora para documentales
de sobremesa. Más allá de las contorsiones a cámara lenta del
siempre plástico y elegante Paolo Fresu –con un protagonismo
musical demasiado reducido-, la puesta en escena fregaba el
estaticismo, en una casi perfecta ósmosis con la pedrera
circundante. Si se dejaba de mirar al escenario, donde estaban
los tres informáticos musicales o músicos informatizados
totalmente absortos en las pantallas de sus ordenadores -los
monitores como pantalla, nunca mejor dicho, entre los músicos
y el público-, la propuesta quedaba de banda sonora musical de
“qualité”, quizás esta era la cuestión, substituir la silla
por una buena y cómoda hamaca y dedicarse por unos minutos a
la contemplación, disfrutando del cielo nítidamente estrellado
de la noche de San Aurelio, teniendo en cuenta la nula
contaminación luminosa que gozan en la zona.
En resumen, nos ofrecieron unos esbozos demasiado alejados del
bullicio del mediterráneo, a pesar de los puntuales toques
arabizados del violín o las mínimas y breves líneas melódicas
post-grabadas o no, pero siempre cristalinas de los dos
instrumentos de metal.
Texto y fotografías: Joan Cortés
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