5. Italia: Primera misión en el exterior Salvo el fugaz viaje a Nuremberg, ya referido, puede decirse que la primera actuación exterior propiamente dicha de Serrano como representante del régimen nacionalista, tiene lugar una vez finalizada la contienda civil, el 1 de junio de 1939, al acudir a Roma al frente de una representación española que acompaña a los voluntarios italianos que retoman a Italia después de combatir en los frentes españoles al lado del ejército franquista. La misión designada, que preside Serrano, como miembro del Gobierno, la integran los generales Martín Moreno, Muñoz Grandes, Asensio Bartomeu, Aizpuro, Sueiro, Badía, Rios Capapé, Mizzian, Castejón, García Navarro y Amado Loriga, junto con el almirante Moreu y algunos falangistas: condes de Mayalde y Montarco, José Maria Alfaro, Giménez Arnau, Cabanas y otros. También participa el entonces embajador de Italia en Burgos, Conde Viola di Campalto. Para los desfiles previstos en Italia, se desplaza igualmente una bandera de la legión española. En este viaje de tan marcadas características triunfales, Serrano es portador de un mensaje personal de Franco a Mussolini, cuyo telegráfico texto dice así: "En el momento en que vuestros valientes legionarios dejan el suelo español, a la terminación de nuestra gloriosa Cruzada, deseo expresaros una vez más mi gratitud y la de todo el pueblo español por vuestra eficaz e inteligente ayuda, que ha foliado lazos irrompibles entre nuestros dos pueblos. Stop. Mi Ministro del Interior os lleva los sentimientos de nuestra España unidos a mi saludo personal hasta que llegue el momento en que pueda establecer el contacto personal que deseo tener con vos. Stop. Recibid mis saludos y amistad y profundo afecto. Stop." La misión es recibida en Nápoles, con todos los honores y con gran despliegue del aparato fascista, por el Rey Víctor Manuel III, el conde Ciano y otros altos jerarcas y militares italianos. Durante los dos días que permanecen en Nápoles, Ciano dispensa múltiples, brillantes y dispersivos agasajos a Serrano, que se sorprende de encontrar a un Ministro "de atención tan disipada y saltarina". Ya en Roma, Serrano se entrevista, por primera vez, en el famoso salón del "Mappamondo" del Palazzo Venezia, con Mussolini -quien le impresiona vivamente-, acogiéndole con sobriedad afectuosa y con delicado y vivo interés por las cosas de España, según ha descrito el propio Serrano. Ambos discurren sobre temas políticos de interés común, incluyendo, naturalmente, los planes y proyectos de Franco, que en opinión de Mussolini debe polarizar su autoridad en la Jefatura del Estado y del Ejército, dejando el gobierno en manos de Serrano, interpretación que no comparte éste al estimar que esa fórmula no es conveniente en momento tan reciente de posguerra1. Favorablemente impresionado por la persona de Mussolini, Serrano volverá a encontrarlo en el almuerzo que el Rey italiano ofrece a la 1 La conversación Mussolini-Serrano aparece descrita con detalle en el libro de éste Entre Hendaya y Gibraltar, pág. 177-182. representación española en el Palacio del Quirinal, aunque en esta ocasión, por disposición del protocolo, la conversación tenga que sostenerla con el anfitrión. Pero el acto previsto de mayor formalidad, es la comida que ofrece Mussolini a los españoles, el 7 de junio, en el rígido ambiente del Palazzo Venezia, en el que intercambian discursos el Duce y el Ministro español. He aquí el que pronuncia Serrano Suñer: "Con los legionarios italianos, voluntarios en nuestra guerra, venimos desde la España heroica a esta gran nación que vuestro genio ha reencarnado en Imperio. "Ya están aquí todos los legionarios de Italia. Procedan a su recuento los grandes contables de Europa para comprobar si alguno falta. Y la verdad es que todos no están, que cerca de cuatro mil quedaron en España, pero no ejerciendo dominación política, ni actividad industrial, ni perforando codiciosos las capas de nuestro suelo en busca de los yacimientos de nuestra minería. Quedan allí junto a muchos miles de soldados españoles, caídos en las mismas trincheras, sepultados sus cuerpos, pero no así sus nombres, su espíritu y su memoria porque bien sabéis, Duce, que a los héroes no hay en la tierra, tierra bastante para cubrirlos. "Al volver vuestros soldados, no os traen oro ni bienes materiales; vuelven pobres como marcharon. Tres cosas traen, sin embargo, que nadie podrá quitarles: el orgullo de su Raza; el laurel de la Victoria y el amor de España. "En nuestra Patria, gentes en ella nacidas, pero desde fuera dirigidas por la Anti-España, pugnaban por destruir nuestra civilización cristiana. El heroísmo tradicional de nuestro Ejército y el brío de nuestra juventud encuadrada en sus Mandos, se bastaba y se sobraba para abatir a aquellos bárbaros del siglo: Alto de León y crestas de Somosierra, la épica resistencia del Alcázar; el avance audaz sobre Madrid hasta la Casa de Campo, la Ciudad Universitaria y el Jarama; Alcubierre, Oviedo, Huesca y tantos otros nombres son de ello buena prueba. "Pero un día, por los pasos y por los riscos del Pirineo, se descolgaron en tropel sobre España hombres de todas las razas y países, provistos de toda clase de material y pertrechos de guerra. Y sólo entonces la Italia fundadora vino a cumplir con el deber de defender su propio patrimonio espiritual y a solidarizarse, generosamente, con la nación hermana del otro lado del mar latino. "Mas como no hay plazo que no se cumpla, llegó la victoria de nuestras armas y con ella vuestra salida de España. Por eso nosotros, en este momento, a los que nos ultrajaron, a los que quisieron llenar de cieno el santo nombre de la Patria, a ellos y al mundo entero, tenemos el derecho -y el deber-, de decir que las gentes y las prensas que tal dijeron conquistaron a pulso el título de vulgares calumniadores. "El ideal de España no es el odio ni la guerra, sino la paz. La paz para establecer sobre ella, con la justicia y el trabajo, el poderío y la grandeza de nuestro pueblo. Pero esto antes que otra cosa, antes que ninguna otra cosa; porque justamente por esto cayó nuestra juventud en los frentes de batalla y por esto también caeríamos nosotros todos, ofreciendo nuestras vidas a la Revolución española, para que no se malograra en la esterilidad la sangre de nuestros héroes. "Queremos la paz, sí, pero una paz que nos permita ser fuertes, no una paz que nos haga esclavos..." En el discurso, aunque resulte sobrio comparado con la ampulosidad retórica que en ese período es frecuente en Italia y en la misma España, no faltan referencias al espíritu imperial que anima en esos momentos a quienes en uno y otro país sienten comunes ideales. Tras de los discursos, en los que se violenta el protocolo establecido con los aplausos que provocan las palabras emocionadas de Serrano, se celebra una multitudinaria recepción en la que participan destacadas figuras del Partido fascista. El acto formal de gratitud a Italia termina con el esplendor previsto y con los efectos deseados. (Más adelante, aunque en circunstancias menos distendidas, tendrán nuevas oportunidades de reencontrarse Mussolini y Serrano, entre los que brotará un reciproco y cordial sentimiento de amistad.) Al día siguiente, el Telegrapho italiano, órgano de la familia Ciano, destaca el siguiente texto: "España debe aspirar a un papel importante en la política europea y debe obtener la situación que es suya en virtud de sus cualidades guerreras... Un régimen nacional como el de Franco no puede durar si no satisface la necesidad instintiva de poder y de grandeza." La amistad italoespañola, como se ve, encuentra en esa hora ocasión propicia para muy concretas apelaciones. Pero el viaje a Italia ha deparado a Serrano otros contactos interesantes: Pío XII y Alfonso XIII. Con respecto al Papa Pacelli -recién elegido para el solio pontificio-, Serrano lleva el encargo expreso de Franco de visitarle y clarificar algunos extremos que, desde el régimen español, se consideran que han sido confusamente presentados por la política vaticanista y que en esos momentos obstaculizan el Concordato que al Gobierno de Burgos le urge concluir con la Santa Sede. El problema se centra, sobre todo, en el derecho de presentación de los eclesiásticos que han de ocupar las sedes episcopales vacantes, privilegio que históricamente disfrutaban los Reyes de España. A Serrano Suñer, católico, le impresiona Pío XII, en cuya "ascética y noble figura -dirá- tiene clara presencia algo sobrenatural". Planteado el tema que tanto preocupa al Gobierno del que forma parte, Serrano encuentra que el Pontífice, aun con gran suavidad formal, se muestra intransigente en ese punto. Los argumentos de Serrano, dialéctico hábil y experimentado, no logran variar la actitud del Papa, quien aduce que ningún Concordato, posterior al de Versalles, recoge este viejo derecho. Sólo cuando Serrano expone con vehemencia la decepción que pueden sufrir los católicos españoles, "sobre todo los jóvenes que han luchado en la guerra española creyéndose armados de la fe de Cristo", Pacelli suavizara el tono de su negativa2. Después de la larga entrevista, el Papa recibe a la mujer e hijos de Serrano, así como a su propio sequito, y el día 11 de junio, a los legionarios españoles, en un clima de exaltado entusiasmo castrense. Para la entrevista, sin embargo, con el desterrado Rey español, Serrano no tiene encargo especial de Franco, sino que actúa espontáneamente y sin intencionalidad política concreta, movido, conforme él mismo explica, por sentimientos de interés, curiosidad y respeto hacia el Jefe de la Casa Real española. El encuentro se concierta a través del conde de los Andes, en servicio en ese momento como jefe de la Casa de Su Majestad, celebrándose, tras algunas vacilaciones sobre el lugar más adecuado, en el apartamento que Don Alfonso XIII ocupa en el Gran Hotel de Roma. Allí comparece Serrano, con el que inicia un coloquio, que progresivamente se irá haciendo más calido, sobre la marcha de los acontecimientos políticos en España, tema que preocupa grandemente al Monarca español, en quien se nota visiblemente la profunda nostalgia que siente por su patria. Examinado el panorama político español y las perspectivas de su inmediata evolución, ambos discurren sobre la inestable coyuntura europea, expresando el Rey su temor por la guerra, que prevé inminente. Alfonso XIII sugiere la conveniencia, ante la división ideológica de los gobiernos europeos, de que España se aproxime a Francia. Termina la entrevista con el Rey en un clima de mutua comprensión y consideración. Cumplidos los objetivos del viaje -fecundo para Serrano en experiencias y emociones-, la misión retorna a España. En el orden político, Serrano regresa con la mejor disposición para el Duce y el sistema político por él implantado en Italia. Desde el recuerdo, se expresará así: "Como impresión de conjunto confesaré que el viaje a Italia en esta ocasión, especialmente emocionante en el punto de mayor fervor de mi vida, ayudó a consolidar mi ya conocida inclinación hacia ese país... Nacía en lo personal de un auténtico afecto por aquel pueblo, contraído en mis tiempos universitarios. Había que añadir a esta otras razones de admiración ideológica y práctica por muchos aspectos del fascismo -movimiento que era de por sí muy incitante para la juventud- que, al menos a los ojos del extranjero, presentaba un balance de obras de mejoramiento y de engrandecimiento casi increíble de la vida de Italia. No contaba poco, añadido a esto, la personal fascinación del Duce... Pero sobre todo, creía en el auténtico interés español que esta amistad llevaba consigo..."3. La misión española regresa por vía aérea a Barcelona, donde una manifestación de falangistas y seguidores de la causa nacionalista recibe entusiásticamente al Ministro español, quien reafirma la "absoluta, íntima y afectuosa amistad entre las dos grandes naciones hermanas en Roma", añadiendo: "Sé que ciertos círculos extranjeros se consuelan de las 2 Dos años más tarde, Serrano Suñer, ya como Ministro de Asuntos Exteriores, y Cicognani, Nuncio Apostólico, suscriben una Concordia que asegura a Franco el tradicional privilegio. 3 Ramón Serrano Suñer: Entre Hendaya… Pág. 184-185. manifestaciones italo-españolas en Roma diciendo que los sentimientos que yo he expresado no reflejan la actitud del pueblo español. Barcelona ha replicado hoy a esos círculos... Europa debe ir acostumbrándose a considerar la amistad italo-española como una realidad indestructible, cimentada con la sangre de los dos pueblos, por la fuerte afinidad de su linaje y por la identidad de ideas de las dos revoluciones." Es el día 12 de junio de 1939, fecha en que el diario La Vanguardia, en gran titular de primera página, dedica a Serrano adjetivos hiperbólicos y adulatorios, que éste considera "ridículos y fuera de lugar".A la sazón dirige el diario el Periodista Luis de Galinsoga: siempre oficialista, un claro exponente del servilismo franquista, que no regateará sus ataques a Serrano y a Ridruejo cuando ambos se separen definitivamente de la áreas oficiales del Régimen. Durante esos días continúa en España desmontándose lentamente el andamiaje militar, mientras Franco, todavía instalado en Burgos, prepara, tras la victoria militar, la iniciación de nuevos rumbos políticos, en los que Serrano seguirá siendo protagonista de primer orden.