nuevos jardines de granada josé miguel gómez acosta

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I Congreso de Urbanismo y Ordenación del Territorio “Ciudad y Territorio”
La recuperación de espacios públicos en la ciudad
Recuperación de espacios en desuso
Nuevos jardines de Granada
José Miguel Gómez Acosta
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Nuevos jardines de Granada
José Miguel Gómez Acosta
Introducción
Nuevos jardines de Granada (I)
Jardín de los Alixares
Un jardín para la evocación
Nuevos jardines de Granada (II)
Eras de Cristo
Nuevos jardines de Granada (III)
Cuarto Real de Santo Domingo
Situación actual y expectativas de futuro
Conclusiones
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Nuevos jardines de Granada
José Miguel Gómez Acosta
Introducción
La puesta en valor de espacios públicos en desuso es un ejercicio particularmente complejo,
especialmente en el contexto de las ciudades históricas. Sin embargo, en ocasiones, los llamados
cascos antiguos presentan un serie de discontinuidades y vacíos que permiten intervenciones
contemporáneas altamente exitosas. Al margen de la siempre problemática integración de la
arquitectura actual en conjuntos históricos, la puesta en valor de estos espacios públicos en desuso es
una de las grandes armas con las que el planeamiento urbanístico puede regenerar ciertos entornos
urbanos.
Granada es, sin duda, una cuidad de alto nivel arquitectónico. Desde la colina de la Alhambra y su
pasado islámico-cristiano, la ciudad puede leerse claramente en sus diferentes estratos de historia. Las
sucesivas construcciones y destrucciones de las diversas partes de la ciudad han contribuido a generar
zonas a menudo olvidadas, de uso difuso y carácter marginal. Detectar tales lugares y actuar en ellos
con proyectos livianos y decididamente contemporáneos es una exigencia irrenunciable que algunos
proyectos recientes, de muy distintas características, han llevado a buen término.
Si, de entre todas las intervenciones recientes, nos detenemos solamente en los jardines, tres
actuaciones aparecen de modo destacado requiriendo nuestra atención.
El primer proyecto es el nuevo Jardín de los Alixares, obra de Eduardo Jiménez Artacho y Yolanda
Brasa. La intervención se sitúa sobre los restos arqueológicos de la Real Almunia (siglo XIV) para
recuperar un espacio público dentro del cementerio cuya naturaleza se había perdido casi por
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completo. El proyecto pone en valor un espacio degradado, casi olvidado durante largos años y que,
una vez devuelto a la ciudad en clave contemporánea, adquiere la capacidad de evocar el pasado
esplendor lejos de cualquier mirada nostálgica. El nuevo Jardín de los Alixares ejemplifica cómo desde
lo contemporáneo se puede actuar en lo histórico, creando una nueva capa de información que a la vez
recupera con absoluto respeto la importancia de los restos patrimoniales y logra generar un espacio
arquitectónico de gran interés.
El segundo proyecto es el Jardín de las Eras de Cristo, obra de Francisco del Corral y Federico Wulff.
La intervención, en este caso, se sitúa en una zona de transición, altamente heterogénea, entre la
ciudad nueva y algunos elementos patrimoniales muy significativos (Ermita de San Isidro o el cercano
Monasterio de la Cartuja). Esta novedosa zona verde muestra cómo la tradición de plazas ajardinadas
y espacios públicos que jalonan Granada puede verse incrementada desde la contemporaneidad. Es
decir, cómo algunos solares pueden vaciarse para dejar que la baja densidad de un pequeño parque
combata la aplastante colmatación del centro.
Por último, el tercer proyecto es el Jardín del Cuarto Real de Santo Domingo, obra de Carlos
Ferrater, Yolanda Brasa y Eduardo Jiménez Artacho. El proyecto recoge algunas características de los
dos anteriores, ya que se sitúa en el más antiguo de los recintos islámicos de la ciudad de Granada y a
la vez articula, permitiendo su lectura, diferentes estratos urbanos. De este modo, el vacío histórico,
prácticamente desaparecido, se regenera hasta devolver la posibilidad de disfrutar de un espacio
escamoteado a la ciudad y presente en ella desde su origen. Al mismo tiempo, a través de tapias,
acequias o de la mínima topografía y mediante una fragmentación y parcelación de raíz tradicional,
surge un jardín que resalta el solar histórico, guiando la estancia y la visión de hitos urbanos en su
horizonte. Asimismo la intervención en los jardines del Cuarto Real permite una más que saludable
conexión y permeabilidad entre diferentes barrios históricos.
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Nuevos jardines de Granada (I)
El Jardín de los Alixares
En el punto más elevado del cementerio de Granada, escondido de las miradas de los numerosos
turistas que muy cerca de allí visitan la Alhambra, se halla, ajeno a casi todo, un pequeño e interesante
recinto: el nuevo Jardín de los Alixares. El visitante curioso que deambula por el cementerio (el único
de España junto al de Barcelona perteneciente a la red de cementerios históricos europeos) desconoce
por lo general la existencia de esta afortunada intervención contemporánea, efectuada sobre los
escasísimos restos de lo que en su día fuera la Almunia Real del palacio de los Alixares. El edificio
original, concebido por el soberano Muhammad V como lugar de retiro y oración, fue construido según
las propias indicaciones del monarca entre 1375 y 1394. El palacio, ubicado en lo más alto de la colina
que hoy domina el cementerio, estaba comunicado con la Alhambra mediante un camino de acceso
presumiblemente pavimentado y bordeado por setos de arrayán. Sin embargo, la grandeza del palacio
se vería truncada con los importantes seísmos que sacudieron Granada en el siglo XV coincidiendo
con la ofensiva militar cristiana del Rey Juan II. Los fuertes terremotos reducirían a ruinas el palacio de
los Alixares al tiempo que obligaban a abandonar la campaña de toma de la ciudad. Tras el cese de los
ataques, una época de inestabilidad política imposibilitaría la reconstrucción de los restos palatinos.
Las ruinas, tras un intenso expolio, desaparecieron casi por completo y, sólo mucho tiempo después,
tendríamos nuevas noticias de ellas: sería durante la guerra de la independencia cuando otra actuación
en los Alixares situara una batería francesa en las proximidades de la alberca del palacio. Aparte de
esto, los escasos restos de toda esta agitada historia permanecieron olvidados, sin uso o disfrute
alguno reseñable, a lo largo del siglo XX.
De la existencia de este palacio sólo han pervivido escasas referencias literarias y populares. En torno
a ellas se tejieron evocadoras descripciones que durante mucho tiempo formaron parte del imaginario
de lugares míticos de Granada. Según los arquitectos redactores del proyecto de puesta en valor de la
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antigua almunia, junto a las referencias literarias del poeta musulmán Ibn Asim, la única imagen que
nos ha llegado de los Alixares se conserva en el tapiz de la Batalla de la Higueruela, situado en la sala
de batallas del Escorial. Sin embargo poco más que esta vaga memoria ha logrado alcanzar nuestros
días. De lo que probablemente fuera un recinto de cuatro torres (qubbas) dispuestas alrededor de un
patio porticado y abovedado, sostenido por esbeltas columnas y ricamente decorado con vidrios de
colores, apenas se conservaban, hasta hace escasos meses, los restos de la alberca central de dicho
patio.
Por el momento, el último capítulo de esta historia de transformaciones es la actuación que Eduardo
Jiménez Artacho y Yolanda Brasa han realizado recientemente con extremada delicadeza,
transformando el desdibujado conjunto en un hermoso jardín que descansa en lo más alto el
cementerio.
Un jardín para la evocación
El nueve de septiembre de 2006 se inauguraba el nuevo jardín de los Alixares sobre los casi borrados
restos arqueológicos de la Real Almunia del siglo XIV, aunque para muchos, el descubrimiento de este
pequeño y escondido espacio tuvo lugar en la ritual visita al cementerio del mes de noviembre. Lo
primero que sorprende al visitante primerizo es la ubicación, el propio recinto actual del jardín.
Encerrado entre el espacio en negativo que dejan en su interior cuatro hileras de nichos, el jardín
trasciende su primitivo significado arqueológico para convertirse en un lugar de referencia dentro de la
liturgia del cementerio. El primer reto del proyecto, por tanto, consistía en delimitar con precisión y tratar
de forma adecuada los límites del recinto. Lo que en su origen fue la trasera de una serie de
enterramientos densamente ocupados se ha convertido en un conjunto de cuatro tapias de ladrillo
blanco que envuelven el jardín, haciéndolo funcionar de manera autónoma dentro del camposanto. Una
vez perdidas las referencias exteriores, el jardín de los Alixares se transforma en lo que parece que
desde hace mucho tiempo anhelaba ser: un lugar para la evocación. Partiendo de un respeto absoluto
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a los restos de la alberca y de algunas grandes piedras del palacio original, el proyecto conserva parte
de la hermosa vegetación salvaje que allí crecía, con el necesario mantenimiento, y propone una
solución ligera donde las especies introducidas dotan la obra de gran naturalidad y sencillez. Todo
parece liviano: el acceso levemente ascendente, el tratamiento del terreno apenas señalado con
fragmentos de maderas y piedra colocados entre la tierra y la hierba silvestre, y por supuesto, el agua,
una recuperada lámina de agua de diez centímetros que brota en el profundo silencio de la antigua
alberca. Los restos de la batería francesa, sin la relevancia ni la presencia física de las antiguas piedras
de la almunia, se han protegido colocando una leve cubierta de madera que consigue crear un
agradable espacio de estancia en el jardín. Los accesos y la llegada a la alberca han sido tratados con
láminas de acero corten capaces de adquirir la pátina de la intemperie, entonando con los matices de
su entorno. Los puntos singulares de la intervención son sin duda la puerta de acceso y las ventanas,
donde también el acero sirve para marcar una determinada visión y para acoger algunos de los textos
que, acerca de la peculiar historia de los Alixares, nos ha legado la tradición. Así, por ejemplo, en la
ventana de poniente Ibn Asim nos cuenta cómo “enlazan sus columnas pórticos abovedados
recubiertos de oro puro, con vetas de pintura de azul lapislázuli y rojo púrpura” o en la ventana norte
Marineo Sículo nos habla de cómo los Alixares “fue en otro tiempo en obra y edificio maravillosa… y
alrededor había grandes estanques de agua y muy hermosos vergeles, jardines y huertas”.
Además de la recuperación de este espacio para la ciudad hay que notar aquí también la intervención
paisajística efectuada por los arquitectos en uno de los grandes muros de nichos que cierra el recinto
del cementerio. Reducida drásticamente su altura, y abriendo unas sorprendentes ventanas de
grandiosa belleza a la ciudad y a Sierra Nevada, se recuperan unas relaciones visuales
incomprensiblemente perdidas. Todo el proyecto es de una brillante sencillez y logra poner en valor un
espacio degradado, casi olvidado por completo y que, una vez devuelto a la ciudad en clave
contemporánea, adquiere la capacidad de evocar el pasado esplendor lejos de cualquier mirada
nostálgica. El nuevo jardín de los Alixares proporciona la posibilidad de reactivar y dignificar un recinto
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privilegiado que sigue sumando interés a uno de los cementerios más sobrecogedores de nuestro
entorno.
Sobre la colina de la Alhambra, velando sobre la ciudad, el agua de la alberca recuperada sigue
brotando, murmurando continuamente, a la espera del visitante que quiera penetrar en su secreto.
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Dos visiones del Jardín de los Alixares.
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Nuevos jardines de Granada (II)
Eras de Cristo
Detrás de la Ermita de San Isidro, junto al Hospital de San Cecilio y no muy alejado del monasterio de
la Cartuja, los arquitectos Francisco del Corral y Federico Wulff han ideado un interesante espacio
público que rescata para la zona el hermoso nombre de las Eras de Cristo. Abierto a la ciudad desde
hace poco, este pequeño parque colorista, lúdico y alegre, es un moderno jardín que devuelve al barrio
parte del vacío verde que necesita para respirar. El dibujo de la planta de las Eras de Cristo casi se
convierte en un emblema o icono de sí mismo: un diseño curvo, vagamente ovalado, traspasado por
suaves caminos ondulados.
Atendiendo a la materialización del proyecto se puede comprobar que la actuación de este espacio
público tiene su clave en la movilidad peatonal, en el flujo que generan los viandantes, en las huellas
sucesivas que quieren convertirse en un camino. Podríamos decir que es, en verdad, un jardín fluido,
un recorrido de vibrantes líneas de paso que dejan a la vez un vacío central para la estancia. Los
elementos más destacados que definen este nuevo jardín se encuentran en la vegetación, en la
alteración de la topografía original y en el juego de colores que encierra y define su borde.
Lo vegetal ha querido ser, para los arquitectos del proyecto, un material constructivo más, didáctico y
perceptivo a la vez. Las zonas inferiores de acceso están tapizadas con vegetación rastrera, mientras
que los arbustos aromáticos y las especies de pequeño porte se han reservado para la zona
intermedia. En la parte superior, acotando la zona principal de estancia, se encuentran los árboles de
porte que deberán proporcionar la sombra necesaria sobre algunos lugares escogidos.
Frente a esta primera estructura de franjas vegetales, encontramos otra trama, ondulada y topográfica,
que con ritmos orgánicos y suaves, oscila junto al paseante. Los pequeños muros de hormigón que
conforman dicha trama sirven de banco improvisado al tiempo que contienen los sectores vegetales. La
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topografía se modula, así, al paso de los visitantes. A la vez, se integra en el conjunto la manzana de la
iglesia, dejando el espacio necesario para poder contemplar su parte trasera.
En tercer lugar, cabe destacar el color, cambiante y vital, que inunda el jardín a través de la interesante
cerca metálica que conforma el perímetro. La disposición de una serie de franjas metálicas verticales
tamiza la visión del interior, gradúa la transparencia desde el exterior y permite la entrada al abrirse,
casi al desintegrarse en el borde. Es esta una entrada que el visitante curioso descubre fácilmente pero
que no resulta inmediata de percibir. La combinación de veladuras de color que encierra el recinto
remite a la idea clásica del jardín secreto: el jardín que tiene la capacidad de transformar a quien lo
visita mediante la activación de sus sentidos.
Algunos acontecimientos señalan la sorpresa en las Eras de Cristo, además del cercado de acceso.
Mientras la presencia del color anima los neutros tonos exteriores de la zona, en el interior, los caminos
serpenteantes en planta y alzado permiten el descubrimiento constante de pequeñas visiones no
evidentes, de cruces de muros y perspectivas. El interior guarda también la presencia del agua, donde
el mármol representa una sugerencia de la tradición granadina.
Desde lo alto, desde los edificios cercanos, se percibe de nuevo la sencillez del diseño y la potencia del
colorido artificial, casi la explosión de un graffiti a gran escala. Mientras, desde el suelo, el paseante
que lo observa por primera vez se encuentra ante un objeto sorprendente con el que ha de interactuar
para descubrir algunos de sus mecanismos. Al anochecer, la sutil iluminación nocturna redibuja el
lugar, funcionando como luminaria pública nivel urbano.
El jardín de las Eras de Cristo, como se dijo, es un buen ejemplo de cómo la tradición de plazas
ajardinadas, espacios públicos y pequeños parques que jalonan la ciudad de Granada puede verse
incrementada desde la arquitectura contemporánea. Un ejemplo de cómo algunos solares pueden
vaciarse para dejar que el espacio público y las zonas verdes combatan la aplastante colmatación de
los centros urbanos.
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Las Eras de Cristo.
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Nuevos jardines de Granada (III)
El Cuarto Real de Santo Domingo
Desde que en 1919 el Cuarto Real de Santo Domingo fuera declarado Monumento ArquitectónicoArtístico, el preciado conjunto se ha visto sometido a una azarosa suerte. Esta cronología reciente
arranca en el año 1990 cuando, finalmente, se consigue la titularidad municipal de la finca. Tras las
primeras reparaciones de urgencia en la Torre de la Qubba, la Escuela de Estudios Árabes comienza
sus trabajos de investigación, aunque no será hasta mayo de 1999 cuando el futuro del Cuarto Real
comience a definirse, al fallarse el concurso restringido convocado por el Excmo. Ayuntamiento de
Granada. El equipo ganador, compuesto por Carlos Ferrater, Yolanda Brasa, y Eduardo Jiménez
Artacho, presentaba un proyecto que reducía considerablemente los metros construidos del programa
previsto y del que se valoraba especialmente la buena relación con los bordes del conjunto, la
adecuada diferencia de escalas entre edificaciones, su flexibilidad para la inserción de usos futuros y la
accesibilidad urbana con el entorno. Poco después se planteaban dos equipos de trabajo: la Escuela
de Estudios Árabes, para acometer la restauración de la Qubba, y el equipo de arquitectos ganador del
concurso, encargado globalmente del resto del conjunto.
La narración de los cambios y ajustes que el proyecto original ha ido sufriendo a medida que
cambiaban las corporaciones municipales y se iban descubriendo interesantes datos (gracias a la labor
de un grupo multidisciplinar donde destacan el arqueólogo Antonio Malpica y el historiador Ángel Isac),
es larga y compleja. Pero, en lo fundamental, siempre se han planteado intervenciones que siguen los
consejos directores del informe del Instituto Andaluz de Patrimonio, fechado en julio de 2000: Es
imprescindible una ordenación integradora que contemple, tanto las relaciones arquitectónicas, como
los valores de los elementos singulares del Conjunto (monumento, jardines y huerta), lo que implica
documentar y poner en valor tanto las zonas construidas, como los espacios verdes por tratarse de
vacíos históricos.
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Situación actual y expectativas de futuro
De las intervenciones efectuadas en el Cuarto Real la más conocida es, sin duda, el hermoso jardín
abierto al público hace apenas un par de años. Este espacio público recoge las trazas fundamentales
del vacío histórico, del que prácticamente nada quedaba, y devuelve al conocido barrio del Realejo la
posibilidad de disfrutar de un lugar escamoteado durante largo tiempo, un vacío presente en la ciudad
desde su mismo origen. Lo más interesante de este espacio quizá sea cómo a través de elementos
esenciales del conjunto (la tapia, la acequia o el leve acontecimiento topográfico que marca las dos
cotas del solar) y mediante recursos de fragmentación y parcelación de raíz tradicional, surge un jardín
contemporáneo capaz de resaltar el solar histórico y de guiar la estancia y la visión de los hitos urbanos
que jalonan su horizonte. Recuperar por tanto, ese protagonismo urbano que el conjunto había perdido
se convertirá en uno de los fines más claros del proyecto. Y es que basta con observar un plano de
Granada para poder notar la importancia del Cuarto Real en la ciudad. Basta con comparar sus
dimensiones con las de la Catedral o la Alcazaba de la Alhambra para comprender que nos
encontramos ante un espacio capaz de generar ciudad y cuya presencia a lo largo de la historia
reciente ha pasado por completo desapercibida para los ciudadanos. Es aquí donde radica la otra gran
cualidad del proyecto premiado y parcialmente ejecutado de Ferrater, Brasa, y Jiménez Artacho: la
intuición de un lugar que conecta y relaciona entre sí partes de la ciudad a la vez que permite la
conservación de unos relevantes restos arquitectónicos y arqueológicos, recreando en su vacío un
bellísimo parque. Para ello, el proyecto propone una conexión entre el Realejo y el barrio de la Virgen
que permite reconocer y visitar dichos restos, disfrutar de un espacio ajardinado y dirigir la mirada
tamizada a distintos puntos emblemáticos de la arquitectura granadina. Desde un punto de vista
meramente urbanístico en este cosido transversal entre barrios se encuentra la clave de la
intervención.
Las construcciones del siglo XIX contiguas a la Qubba han experimentado a su vez varios momentos
decisivos, desde la primera propuesta de demolición, la posterior reforma y uso del edificio vecino a la
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Qubba con carácter expositivo y la actual fase en la que sólo se conserva la planta inferior de tal
edificación adaptándola como antesala del monumento y relacionándola efectivamente con la huertajardín delantera. Pero, por desgracia, todas estas iniciativas no dejan de encontrarse con numerosos
obstáculos que ralentizan el curso normal de su desarrollo y, en la actualidad, lo que podría ser un
proyecto emblemático para la ciudad presenta ciertos problemas de mantenimiento, sin duda próximos
a solucionarse.
La mejor forma de elaborar una reflexión desprejuiciada sobre esta intervención es, sin duda, caminar
por el parque del Realejo, reconocer la tapia del jardín cerrado, introducirse en el vacío, admirar cómo
se muestran algunos de los más queridos hitos arquitectónicos de la ciudad entre la inteligente
disposición vegetal. Tomar un sol desconocido en las estrechas calles del barrio o escuchar el agua
que cae desde la alberca-acequia y reconocer la fantástica torre de la Qubba desde el tiempo presente.
El futuro del Cuarto Real de Santo Domingo pasa por su activo disfrute. Es decir, por la denuncia,
cuando sea necesaria, de la falta de atención y el deterioro de las reciente obras de mejora. Su futuro
pasa, evidentemente, por la puesta en valor de los jardines desde una óptica actual, innovadora y
profundamente respetuosa con el lugar.
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Jardines del Cuarto Real de Santo Domingo.
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Conclusiones
Las tres actuaciones que se han presentado anteriormente pueden entenderse en un contexto más
amplio que el de su particular inserción en la trama urbana de Granada. Lejos de formar parte de una
estrategia común para revitalizar zonas públicas en desuso, convenientemente planificadas en su
globalidad, los tres proyectos presentan, sin embargo, la facultad de actuar sobre la ciudad de una
manera que podríamos denominar como microcirugía. En el caso de ciudades históricas consolidadas,
la idea de ciudad terminada, ciudad a la que nada ha de añadirse o modificarse, hace que la
introducción de proyectos contemporáneos deba hacerse desde la concreción, la levedad, resolviendo
de este modo pequeños problemas concretos y puntuales.
Frente a las grandes obras de infraestructuras que conectan ciudades o que modelan las periferias del
siglo XXI, la introducción de mejoras en los cascos urbanos obedece, en la mayoría de los casos, a un
lenguaje y una escala mucho más moderada. El verdadero valor de dichas actuaciones reside en la
posibilidad de funcionar como pequeños centros neurálgicos que, una vez activados, incidan
positivamente en diversas partes de la ciudad conectadas de algún modo con ellos.
Para concluir, acudimos a una célebre cita del cineasta Wim Wenders: lo más interesante de la
arquitectura y de las ciudades es que, de forma natural y osada, lo nuevo se levante junto a lo viejo.
Esto es lo que encuentro realmente maravilloso. Pero cuando lo nuevo intenta complacer a lo antiguo,
destacar sus atributos, formar una especie de combinación, creo que es algo terrible.
Las intervenciones contemporáneas en la ciudad histórica deben asomarse a lo patrimonial con el
respeto de ser parte de una tradición que enriquecen, pero, de ningún modo, renunciando a la
construcción de la imagen urbana de nuestra época.
Esto es lo importante para una ciudad: que permita a la gente percatarse de las huellas del tiempo.
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