como grano enterrado que da fruto

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SIERVAS DE SAN JOSÉ
PROVINCIA MARÍA DE NAZARET
ZONA DE CUBA
Noviembre de 2015
COMO GRANO ENTERRADO QUE DA FRUTO
Las Siervas de San José estamos en Cuba desde agosto de 1926, acogidas por los PP .Carmelitas y
buenas señoras de la sociedad habanera que hicieron posible la rápida instalación de las hermanas.
Así comienza nuestra historia en esta tierra cubana. Muy pronto nuestro carisma se fue arraigando en
tiempos de siembra, silencio, trabajo y espera confiados.
En la década del 50,
momento en que la
Isla tiene grandes
transformaciones
políticas y sociales, la
Congregación
desarrolla
una
importante labor de
educación
y
evangelización -en la
pastoral parroquial,
los colegios y una
residencia
de
universitariasestando presentes en
La Habana y Placetas
(Villa Clara).
Con la llegada al
poder de Fidel Castro en 1959 y el desarrollo de una ideología atea, comienzan los ataques a la
enseñanza cristiana y la expulsión de muchos religiosos y religiosas de la Isla. Nuestros bienes, como
el de tantas Congregaciones, fueron incautados por el Gobierno y los colegios pasaron a ser propiedad
del Estado.
Este momento de tempestad, de acoso, de persecución, es vivido por las hermanas con valentía y
lucidez. Las Congregaciones sabían que, si querían seguir en la Isla, tenían que hacer una nueva opción.
Las Siervas de San José toman una decisión: PERMANECEMOS EN CUBA…
Para permanecer se transformó la residencia de Miramar, pasar de acoger a jóvenes estudiantes,
para dedicarse al cuidado de ancianas.
Hacen opción de permanecer tres hermanas: ESPERANZA, MARGARITA Y ARTEMIA. Quienes junto
a la Iglesia y al pueblo hacen presente el Carisma desde el silencio, el trabajo y la oración, en una
significativa experiencia de anonimato.
“En ese tiempo llevábamos hábito y la gente cuando nos
veía, algunos que ni conocíamos cuando pasábamos
echaban a correr y nos abrazaban, y nos decían: la
presencia de ustedes quiere decir que Dios no nos ha
abandonado”.
“Las dificultades las vivíamos juntamente con el pueblo. El mayor
conflicto era que no podíamos hablar de Dios ni de la Religión,
quitaron todos los símbolos religiosos.”
SIERVAS DE SAN JOSÉ
PROVINCIA MARÍA DE NAZARET
ZONA DE CUBA
Noviembre de 2015
Confiadas en la fidelidad de Dios, las hermanas afrontaron la nueva situación llenas de fe en la Providencia, ejerciendo la
caridad para con todos.
“Nuestra casa estaba abierta a todos los necesitados conocidos o extraños. Lo sabían bien no solo los católicos, sino también
los comunistas. A escondidas venían a pedir alimentos y medicinas que nos llegaban a través de la embajada de España.
Al enfermar la hermana Esperanza, ella misma hizo gestiones para que pudiera venir otra hermana antes de partir a la casa
del Padre. Es así como en el año 1974 llega la hermana Ana Grande. Siempre agradeceremos el cuidado y el apoyo de las
Siervas de María en sus últimos días. En su entierro, en el cementerio de Colón de la Habana, alguien de los que
acompañaban dijo: “hoy enterramos una Congregación”, y tal vez tenía razón. Habían enterrado a la hermana Margarita
y ahora a la hermana Esperanza, como a tantas y tantos religiosos en esos años. Los enterraron sí, pero no para que las
Congregaciones murieran, ¡sino para que tuvieran más vida! Sus muertes nos han traído vida.
Nuestros hermanos y hermanas que tuvieron la osadía de quedarse y vivieron la resistencia de tantos años de aislamiento,
son testimonio eclesial y germen para el futuro desarrollo de la Vida Religiosa en Cuba.
“Las pocas religiosas que habíamos quedado en Cuba de distintas Congregaciones estábamos muy unidas en las alegrías y
en las dificultades. Vivíamos como si fuésemos una Comunidad. La mayor alegría era reunirnos con otras comunidades para
orar, compartir y comer juntas. Las Salesianas de Peñalver venían a nuestra casa todas las semanas.”
Las que hemos llegado detrás, hemos recogido el fruto de la perseverancia de nuestras hermanas, de su valentía en la
permanencia, de su silencio unido al de San José y hemos aprendido a permanecer serenamente, siguiendo a Jesús en el
trabajo cotidiano junto a este pueblo al que amamos.
NB. El testimonio recogido es de la hermana Artemia, ssj.
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